Al Servicio de Nuestro Padre

Élder Sterling W. Sill
Asistente del Consejo de los Doce Apóstoles

Han ocurrido aquí una serie de circunstancias que se han combinado esta mañana para producir en mi corazón una gran humildad, acompañada por un sentimiento de incapacidad para cumplir adecuadamente las responsabilidades de este llamamiento. Oro para recibir la fuerza necesaria para cumplir esas obligaciones. Estoy agradecido por la confianza de los hermanos responsables de este nombramiento. También aprecio mucho su voto de sostenimiento. Prometo a las Autoridades Generales de la Iglesia, así como a los miembros de la Iglesia en general, y a Aquel cuyo nombre lleva la Iglesia, que haré lo mejor que pueda.

Muchas veces he orado a mi Padre Celestial para que me ayudara a hacer mi obra. Espero poder orar más y más eficazmente para que yo pueda ayudarlo a Él a hacer Su obra, y por medio de ello expresar mi gratitud por todas las bendiciones de mi vida.

Estoy muy agradecido por mi esposa y mi familia. Estoy agradecido por mis padres, abuelos y bisabuelos. Mientras mi bisabuelo marchó con el Batallón Mormón para ayudar en la guerra con México, mi bisabuela marchó con su pequeña familia a través de las llanuras para establecerse, ella y su posteridad, en este valle. El carro que contenía sus posesiones terrenales era tirado por un yugo de bueyes. Antes de llegar a su destino, uno de los bueyes murió. Mi bisabuela levantó el yugo del buey caído y lo puso sobre sus propios hombros y continuó la marcha. Oro para poder extraer de ella su fortaleza y determinación.

Aprecio la gran oportunidad de ser parte de esta Iglesia, tanto por lo que ha significado para mí en el pasado como por lo que significará en el futuro. El verdadero valor de un hombre no está solo en él mismo, sino en aquello por lo cual él se levanta. Para mí es inspirador que el más humilde de nosotros pueda sostener las cosas más importantes. José Smith fue grande por aquello que defendió.

Cuando José Smith se levantó de sus rodillas, después de su Primera Visión, y caminó a través del campo hacia la casa de su padre, y entró en la cocina donde su madre estaba trabajando, y recostándose contra la chimenea para sostenerse, dijo en esencia: “Madre, he visto a Dios” José Smith—Historia 1:20 en ese instante él no sabía ni un ápice más seguramente de lo que yo sé o de lo que ustedes saben que es correcto ser honesto, que es correcto ser virtuoso, y que todos los demás principios por los cuales esta Iglesia se sostiene son correctos. Es correcto gastar nuestras fuerzas en el servicio de nuestro Padre Celestial para ayudar a llevar a cabo Sus propósitos.

El gran psicólogo William James dijo que el mayor uso de la vida es gastarla por algo que la sobrepasa.

En una clase de la Escuela Dominical que visité recientemente, escuché a un maestro relatar esa emocionante historia de la creación, que “Dios creó al hombre a Su imagen” Génesis 1:27, y me descubrí deseando haber estado allí para presenciar ese gran comienzo. Y entonces me ocurrió, como me ha ocurrido muchas veces desde entonces, que la creación del hombre no es algo que terminó y se consumó en el Jardín de Edén. La creación del hombre todavía sigue en marcha, y en un sentido muy real, cada uno de nosotros es un creador; es decir, las actitudes, los entusiasmos, la fe, la determinación de servir a Dios, que son tan importantes para nuestra exaltación eterna, están siendo creados actualmente dentro de nosotros y dentro de otros.

Es más importante construir un gran carácter que construir un gran rascacielos. Sabemos que el valor de las almas es grande, pero en su mayoría no somos grandes por lo que somos, sino por lo que podemos llegar a ser, y es mi esperanza y oración en mi propia vida que pueda desarrollar aquellas cualidades que me permitan cumplir con los deberes de este llamamiento conforme lo espera de mí mi Padre Celestial y quienes presiden sobre mí en la Iglesia.

Que las bendiciones de nuestro Padre Celestial estén con nosotros para que podamos comprender nuestras oportunidades, ruego en el nombre de Jesús. Amén.