Cosecha las Recompensas
de una Hermosa Femineidad
por Harold B. Lee
Conferencia General de área en Ciudad de México, 26 de agosto de 1972
Me gustaría dirigir estas palabras a las jóvenes de la Iglesia. El Señor las ha bendecido con figuras hermosas de forma y encanto. Asegúrense de mantener la belleza interior, que solo Dios puede ver, tan hermosa como la que podemos ver nosotros.
Si desean que las bendiciones del Espíritu del Señor estén con ustedes, deben mantener su cuerpo—el templo de Dios, como lo menciona el apóstol Pablo—limpio y puro. En otras palabras, su limpieza espiritual siempre debe estar bien cuidada si desean invitar al Espíritu del Señor, porque el don del Espíritu Santo con el que fueron bendecidas en el momento de su bautismo no será suyo a menos que mantengan su cuerpo apto para recibir esta bendición.
Ahora, algunas de ustedes han cometido errores y han pecado. Satanás, ese maestro de las mentiras, intentará hacerles creer que, porque han cometido un error, todo está perdido, y tratará de persuadirlas para que continúen viviendo una vida de pecado. Esta es una gran falsedad. Todos los pecados, excepto el pecado imperdonable (que es el pecado contra el Espíritu Santo), pueden ser arrepentidos; y a través del poder de la redención y el evangelio de Jesucristo, todos los pecados pueden ser remitidos, pero no pueden ser remitidos hasta que nosotras mismas, que hemos pecado, hayamos hecho todo lo posible para corregir lo que hemos hecho mal a los ojos de Dios.
En una frase, el arrepentimiento significa apartarse de aquello que hemos hecho mal ante los ojos del Señor y no repetir nunca más ese error. Entonces podemos tener el milagro del perdón. Aquellas que han cometido errores, aunque hayan confesado sus errores ante los jueces comunes en Israel, siempre son atormentadas por la pregunta: “Pero, ¿cómo puedo saber que el Señor me ha perdonado mi pecado?” Aquí hay dos ejemplos en el Libro de Mormón que les dan una respuesta. El gran profeta, el rey Benjamín, había predicado con tanto poder que el pueblo se sintió herido en sus corazones y deseaba tener la sangre expiatoria del Salvador, por la cual sus pecados pudieran ser lavados, y clamaron que sus pecados habían sido perdonados porque tenían paz en la conciencia. (Ver Mosíah 4:3).
Otro ejemplo es el del hijo de Alma el profeta, cuya historia se relata en el capítulo 36 de Alma en el Libro de Mormón. Aquí está el hijo de un profeta que, con algunos hijos del rey Mosíah, estaba tratando de destruir la obra de sus padres. Este joven fue golpeado con mudez y soportó tormento y angustia cuando se dio cuenta de la gravedad de los pecados que había cometido. Pero durante los tres días mientras luchaba en este terrible estado de tormento, recordó las palabras de su padre sobre el poder redentor del Señor y Salvador, y clamó por perdón. Luego vino a su alma la dulce paz cuando recibió la seguridad de que, a través de la sangre expiatoria del Maestro, sus pecados habían sido perdonados.
Cuando hayan hecho todo lo que esté a su alcance para superar sus errores, y hayan determinado en su corazón que nunca los repetirán, entonces podrán experimentar esa paz de conciencia por la cual sabrán que sus pecados han sido perdonados.
Mi súplica para ustedes, como alguien que las ama y a través de quien el Señor desearía enviarles bendiciones, es que espero que pueda instilarse en sus mentes y en sus almas el sentido de responsabilidad que tendrán en los días que se avecinan, cuando también ustedes se conviertan en madres de hijos aún no nacidos.
Dentro del corazón de toda joven encantadora hay un deseo de compañerismo con un joven. Este no es un impulso maligno. Viene de nuestro Padre Celestial. Dentro del pecho de todo joven noble hay un deseo de compañerismo con una joven encantadora. Este no es un impulso maligno. Viene de nuestro Padre Celestial. El propósito de estos sentimientos es unir en el momento adecuado de la vida a un hombre y una mujer en los lazos del santo matrimonio, donde juntos puedan construir un sendero por el cual los espíritus celestiales puedan ser traídos a la mortalidad, en los cuerpos que son preparados por el esposo y la esposa.
Debido a que estos impulsos son muy fuertes, Satanás trata de inflamarlos más allá de sus límites naturales. Trata de poner en la mente de un joven comportarse de manera irrespetuosa o contar historias feas a su compañera; trata de hacer que la joven se vista de manera inmodesta o invite con una invitación impía a su joven compañero. Satanás sabe que, de este modo, estos impulsos podrían inflamarse más allá de sus límites naturales y hacer que los jóvenes caigan en un pecado muy grave que destruirá su capacidad de recibir el Espíritu del Señor.
El Señor, sabiendo lo importante que es evitar estos pecados, ha dado en los Diez Mandamientos un mandamiento muy fuerte: “No cometerás adulterio.” Esto significa, por supuesto, mantener sagrada la expresión de estos impulsos hasta el momento adecuado en la vida y resistir la tentación de volverse inmoral. Un profeta del Libro de Mormón ha dicho que este mandamiento se da para que uno tema pecar, lo que significa temer hacer las cosas que traerían los juicios del Señor.
Ahora, jóvenes hermosas, no sean como una flor al borde del camino que atrapa el polvo de cada viajero al ser estropeada al someterse al manejo de todos los que invaden su belleza de encanto. Más bien, sean como la hermosa flor en lo alto de la colina, con la belleza de la virginidad. Ese es el tipo de joven que un buen muchacho arriesgará su vida por poseer.
Mi súplica es que todas nuestras hermosas jóvenes tengan estos pensamientos en mente, y dejo mi bendición y confianza en que estas pocas palabras encenderán en ellas la resolución de vivir rectamente para cosechar las recompensas de una hermosa femineidad.
Resumen:
Harold B. Lee está dirigido a las jóvenes de la Iglesia, exhortándolas a mantener tanto su belleza exterior como su pureza interior. El autor les recuerda que su cuerpo es un templo y que deben mantenerlo limpio y puro para invitar la presencia del Espíritu Santo. Se aborda el tema del pecado y la importancia del arrepentimiento, destacando que todos los pecados, excepto el pecado imperdonable contra el Espíritu Santo, pueden ser perdonados si se arrepienten sinceramente y se esfuerzan por no repetir los errores. El autor también advierte sobre las tentaciones que pueden surgir en las relaciones entre hombres y mujeres, instando a las jóvenes a preservar su virtud y a resistir las influencias negativas de Satanás. Se enfatiza la importancia de la castidad y la moralidad, y se les anima a ser como “flores en lo alto de la colina,” manteniendo su pureza y dignidad.
Este discurso se enfoca en la importancia de la pureza tanto física como espiritual en la vida de las jóvenes. El autor subraya que la belleza exterior debe ser acompañada por una belleza interior, lo cual se logra a través de la pureza y la rectitud. La idea de que el cuerpo es un templo es central, lo que implica que las jóvenes deben cuidarlo y honrarlo en todo momento. Además, se destaca que el arrepentimiento es posible para todos los pecados, ofreciendo esperanza y consuelo a aquellas que han cometido errores. La enseñanza sobre el arrepentimiento está respaldada por ejemplos bíblicos y del Libro de Mormón, lo que refuerza la importancia de buscar el perdón divino.
El autor también aborda la realidad de las tentaciones en las relaciones, advirtiendo a las jóvenes sobre las consecuencias de ceder a ellas. Al utilizar metáforas como la de la flor en lo alto de la colina, el autor busca inspirar a las jóvenes a mantener su virtud y a valorar su pureza, sugiriendo que esta es una cualidad que un “buen muchacho” buscará y apreciará en una futura esposa.
Este capítulo ofrece una visión tradicional y doctrinal sobre la pureza y la castidad, aspectos fundamentales en la enseñanza de la Iglesia. La insistencia en la importancia de la pureza como un reflejo de la belleza interior refuerza la idea de que la verdadera feminidad no se basa solo en la apariencia física, sino en el carácter y la rectitud moral. Al enfatizar el arrepentimiento, el autor proporciona un camino hacia la redención y la paz interior, lo que puede ser especialmente reconfortante para aquellas que han cometido errores y buscan volver al camino recto.
La advertencia contra las tentaciones sexuales es un recordatorio constante de las normas morales de la Iglesia y del valor de la castidad. Aunque el mensaje puede parecer estricto para algunos, se presenta de una manera que busca proteger y guiar a las jóvenes hacia decisiones que, según la doctrina, les brindarán bendiciones y felicidad duraderas.
Harold B. Lee concluye con una súplica y una bendición para que las jóvenes elijan vivir rectamente y preserven su pureza, a fin de cosechar las recompensas de una hermosa feminidad. Se las anima a ser conscientes de su valor y a vivir de manera que honren tanto su cuerpo como su espíritu. El autor confía en que este mensaje inspirará a las jóvenes a seguir el camino de la virtud y la rectitud, asegurando así su felicidad y paz interior en esta vida y en la eternidad.
























