Doctrina y Convenios Sección 20

Doctrina y Convenios
Sección 20


La Sección 20 de Doctrina y Convenios, también conocida como los “Artículos y Convenios”, es una de las revelaciones fundamentales de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Esta revelación establece la organización formal de la Iglesia y su marco doctrinal, administrativo y litúrgico. A continuación, se presenta el contexto histórico que rodea esta sección:

Contexto Histórico

La Sección 20 fue revelada en un periodo crucial para el establecimiento de la Iglesia. José Smith y Oliver Cowdery habían recibido mandamientos previos sobre la restauración del sacerdocio, incluyendo el Sacerdocio Aarónico por medio de Juan el Bautista (1829) y el Sacerdocio de Melquisedec por Pedro, Santiago y Juan.

Durante 1829, mientras trabajaban en la traducción del Libro de Mormón, José y Oliver recibieron instrucciones sobre la necesidad de establecer formalmente una iglesia.

La publicación del Libro de Mormón en marzo de 1830 fue un evento trascendental. Este libro es descrito como un “testigo” clave de la obra restaurada de Dios y una evidencia del llamado profético de José Smith. La obra de traducir y publicar este libro influyó directamente en el contenido doctrinal de la Sección 20, que establece el papel del Libro de Mormón como un testimonio adicional de Jesucristo.

El 6 de abril de 1830, la Iglesia fue formalmente organizada en la casa de Peter Whitmer Sr. en Fayette, Nueva York, en cumplimiento de la voluntad revelada de Dios. La Sección 20 fue diseñada como una guía para la estructura y los procedimientos de la Iglesia. En ese momento, la membresía inicial de la Iglesia era pequeña, pero con un enfoque claro en establecer orden y dirección.

Partes de esta revelación pudieron haber sido recibidas en 1829, pero fue compilada y presentada como un documento formal poco después de la organización de la Iglesia. Era conocida inicialmente como los “Artículos y Convenios” de la Iglesia. Este documento sirvió como la primera “constitución” de la Iglesia, delineando los principios básicos de fe, prácticas y responsabilidades.

La Sección 20 detalla los deberes de los oficios en el sacerdocio, las ordenanzas (como el bautismo y la Santa Cena) y las leyes relacionadas con el arrepentimiento, la justificación y la santificación. También establece la importancia de conferencias regulares para guiar a la Iglesia, un precedente para las conferencias generales modernas.

La revelación reafirma doctrinas fundamentales como la creación, la caída, la expiación y el papel del Espíritu Santo. Subraya que la salvación está disponible para todos los que ejerzan fe en Jesucristo, se arrepientan y perseveren hasta el fin.

En esta época, la Iglesia enfrentaba desafíos significativos en términos de comprensión y unidad entre los primeros conversos. La Sección 20 proporcionó un marco esencial para asegurar que las prácticas y doctrinas se mantuvieran alineadas con las revelaciones de Dios.

Esta revelación marcó un punto de inflexión en la historia de la Iglesia, proporcionando estructura y dirección en un periodo de crecimiento e incertidumbre. Al establecer principios claros, la Sección 20 aseguró que la Iglesia se organizara “de acuerdo con las leyes del país” y bajo la guía de revelaciones divinas. Su influencia perdura en la administración actual de la Iglesia y en su doctrina.


― Doctrina y Convenios 20:1: “El origen de la Iglesia de Cristo en estos últimos días, habiendo transcurrido mil ochocientos treinta años desde la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en la carne; habiendo sido debidamente organizada y establecida de acuerdo con las leyes del país, por la voluntad y el mandamiento de Dios, en el cuarto mes y el sexto día del mes que es llamado abril.” Este versículo destaca la organización formal de la Iglesia como un cumplimiento de la voluntad de Dios, dentro del marco legal de la época. Este versículo presenta una declaración completa sobre el establecimiento de la Iglesia, relacionándola con el pasado histórico, la autoridad divina y el cumplimiento de las leyes terrenales. Refleja que la organización de la Iglesia es un evento central en el plan de Dios para la humanidad, enmarcado dentro de un contexto profético y legal.

“El origen de la Iglesia de Cristo en estos últimos días”. Esta frase enfatiza que la Iglesia organizada en 1830 no es una creación nueva, sino la restauración de la Iglesia original de Jesucristo, establecida durante Su ministerio terrenal. La palabra “origen” sugiere una conexión directa con la autoridad divina.

José Smith declaró: “La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra, con la cual estoy bien complacido, hablando a la iglesia colectivamente y no individualmente” (Doctrina y Convenios 1:30). El término “últimos días” subraya el cumplimiento de profecías bíblicas que hablan de una restauración antes de la Segunda Venida de Cristo (véase Hechos 3:19-21). Este establecimiento marca el inicio de la dispensación final del Evangelio.

“Habiendo transcurrido mil ochocientos treinta años desde la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en la carne”. La frase conecta directamente la organización de la Iglesia con el ministerio terrenal de Cristo. Reconoce que Cristo vino en la carne, cumpliendo la promesa de Su expiación (véase Juan 1:14).

Gordon B. Hinckley dijo: “El nacimiento de Cristo fue el evento culminante de la historia del mundo… Todo lo que ha ocurrido desde entonces se mide en relación con ese acontecimiento sagrado” (Conferencia General, abril de 2000). Esta cronología destaca que la restauración ocurre en un momento predeterminado por Dios, cumpliendo Su plan eterno.

“Habiendo sido debidamente organizada y establecida de acuerdo con las leyes del país”. La organización de la Iglesia respetó las leyes de los Estados Unidos, cumpliendo con el mandamiento bíblico de obedecer “a los reyes y magistrados” (Tito 3:1) y ser sujetos a las autoridades (Artículos de Fe 1:12).

José Smith explicó: “Dios estableció esta nación como un lugar donde la verdadera Iglesia pudiera ser restaurada en libertad” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, capítulo 24). El respeto por las leyes civiles refuerza que la Iglesia busca operar en armonía con los principios del Evangelio y las estructuras legales.

“Por la voluntad y el mandamiento de Dios”. Este segmento confirma que la organización de la Iglesia no fue iniciativa humana, sino el resultado de una revelación divina, alineándose con el modelo establecido por Cristo mismo en el Nuevo Testamento.

Russell M. Nelson declaró: “La restauración de la Iglesia no fue una invención humana; fue la voluntad de Dios para el beneficio de todos Sus hijos” (Conferencia General, abril de 2020). Este aspecto subraya la soberanía divina en la obra de restauración y la necesidad de autoridad revelada para guiar la Iglesia.

“En el cuarto mes y el sexto día del mes que es llamado abril”. La precisión en la fecha resalta la importancia histórica y espiritual del momento. La fecha del 6 de abril se considera simbólica porque también se asocia con el nacimiento de Cristo, según revelación (véase Doctrina y Convenios 20:1, nota al pie).

Harold B. Lee comentó: “La Iglesia no es solo un marco organizativo; es la casa de Dios, edificada con propósito y en un momento designado por Él” (Conferencia General, abril de 1973). La especificidad en la fecha conecta el pasado y el presente en el plan divino, destacando que la restauración es un acto deliberado y con propósito.

El versículo invita a reflexionar sobre la importancia de la restauración en nuestras vidas. La Iglesia no es solo una institución religiosa; es la manifestación del amor de Dios, quien proporciona un camino claro para regresar a Él. La fecha específica y el énfasis en la obediencia divina y legal nos enseñan a vivir con propósito, respetando tanto las leyes de Dios como las leyes humanas.

Así como la Iglesia fue organizada por mandamiento divino, nuestras vidas pueden ser guiadas por Su voluntad si buscamos activamente Su dirección en oración y estudio del Evangelio.


― Doctrina y Convenios 20:9: “El cual contiene la historia de un pueblo caído, y la plenitud del evangelio de Jesucristo a los gentiles y también a los judíos.” “El cual contiene la historia de un pueblo caído, y la plenitud del evangelio de Jesucristo a los gentiles y también a los judíos.”

Este versículo encapsula la misión del Libro de Mormón como un registro sagrado con un propósito doble: advertir sobre las consecuencias del pecado al mostrar la caída de los nefitas y brindar la plenitud del evangelio como un testimonio de Jesucristo. Su alcance universal refleja el amor de Dios por todos Sus hijos y Su deseo de reunir a todos en el pacto eterno.

El Libro de Mormón no es solo un libro histórico o doctrinal, sino un medio para acercar a las personas a Cristo. Como segundo testigo de la verdad, complementa y enriquece el testimonio de la Biblia, invitando a todos a participar del Evangelio restaurado.

“El cual contiene la historia de un pueblo caído”. Esta frase se refiere al Libro de Mormón como el registro sagrado que relata la historia de los nefitas y lamanitas, quienes descendieron de Lehi y experimentaron ciclos de fe, apostasía y destrucción. La expresión “pueblo caído” refleja el estado de alejamiento de Dios debido al pecado y la desobediencia.

En su testimonio del Libro de Mormón, Bruce R. McConkie escribió: “El Libro de Mormón no es solo un registro histórico; es una advertencia para todos los pueblos que se aparten de Dios” (Doctrinal New Testament Commentary, vol. 3). Este concepto está en armonía con el patrón bíblico que muestra cómo los pueblos que rechazan la luz y el conocimiento terminan espiritualmente “caídos” (Isaías 59:2).

El Libro de Mormón no solo relata la caída de un pueblo antiguo, sino que también sirve como espejo para que las naciones modernas reflexionen sobre las consecuencias de alejarse de los principios del Evangelio. Es un llamado al arrepentimiento y a regresar a Dios.

“Y la plenitud del evangelio de Jesucristo”. Esta frase declara que el Libro de Mormón contiene la plenitud del Evangelio, es decir, la doctrina, las ordenanzas y los convenios necesarios para la salvación y exaltación. Complementa la Biblia como otro testigo de Jesucristo.

El presidente Ezra Taft Benson enseñó: “El Libro de Mormón es la clave de nuestra religión… Contiene la plenitud del Evangelio de Jesucristo” (“El Libro de Mormón: la clave de nuestra religión”, Conferencia General, octubre de 1986). En 3 Nefi 27:13-21, Jesucristo define Su Evangelio como el plan de salvación, centrado en Su expiación, la fe, el arrepentimiento, el bautismo, el don del Espíritu Santo y la perseverancia hasta el fin.

La “plenitud” significa que el Libro de Mormón no solo enseña doctrina verdadera, sino que también restaura verdades perdidas o mal interpretadas. Ejemplos incluyen la naturaleza de la caída de Adán y Eva y el propósito eterno de los convenios.

“A los gentiles y también a los judíos”. Esta frase establece la audiencia universal del Libro de Mormón. Aunque fue escrito originalmente por los descendientes de Lehi, quienes eran de la casa de Israel, está dirigido tanto a gentiles (no israelitas) como a judíos, cumpliendo la promesa del recogimiento espiritual de todas las tribus de Israel.

El presidente Russell M. Nelson declaró: “El Libro de Mormón es una herramienta clave para el recogimiento de Israel en estos últimos días” (“El recogimiento de Israel es la misión más importante”, Conferencia General, octubre de 2006).

Esta enseñanza se basa en profecías como las de Isaías (2:2-3), que hablan de un tiempo en que las naciones serían invitadas a aprender los caminos del Señor, y en 2 Nefi 29:8-9, donde se afirma que Dios habla tanto a judíos como a gentiles.

El Libro de Mormón es un instrumento divino para unir a todas las personas bajo el evangelio de Jesucristo, independientemente de su linaje o antecedentes. Este aspecto refuerza la naturaleza inclusiva del plan de salvación.

Este versículo nos recuerda que el estado de “caída” no es exclusivo de los nefitas; cada uno de nosotros puede caer al alejarnos de Dios. Sin embargo, la “plenitud del Evangelio” ofrece el camino de regreso mediante la fe, el arrepentimiento y el poder redentor de Jesucristo.

El alcance universal del Libro de Mormón inspira una visión más amplia de la obra del Señor: unir a Sus hijos en una fe, una doctrina y un plan. Al estudiar este registro, no solo aprendemos sobre un “pueblo caído”, sino que también encontramos las herramientas para evitar nuestra propia caída y para ayudar a otros en su retorno a Dios.


― Doctrina y Convenios 20:11: “Probando al mundo que las Santas Escrituras son verdaderas, y que Dios inspira a los hombres y los llama a su santa obra en esta edad y generación, así como en las antiguas.” Este versículo proclama que el Señor no solo ha hablado en el pasado, sino que continúa guiando a Su pueblo mediante revelaciones y llamados divinos en la actualidad. El Libro de Mormón es la prueba tangible de esta continuidad. Además, refuerza que la obra de Dios trasciende el tiempo, integrando las experiencias y las enseñanzas de las generaciones pasadas con la obra actual de redención y salvación.

El mensaje central es que Dios es constante y fiel. Así como guió a los antiguos israelitas y a los primeros santos cristianos, también guía a los santos de los últimos días con profetas vivientes y escrituras restauradas.

“Probando al mundo que las Santas Escrituras son verdaderas”. Esta frase establece que el propósito del Libro de Mormón y de las escrituras restauradas es confirmar la veracidad de las Escrituras bíblicas y otras revelaciones divinas. El Libro de Mormón actúa como un “segundo testigo” junto con la Biblia, fortaleciendo la certeza de que ambas proceden de Dios.

El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “El Libro de Mormón se presenta al mundo como evidencia tangible de que la Biblia es verdadera y de que Dios todavía habla a Sus hijos” (“Safety for the Soul”, Conferencia General, octubre de 2009). 2 Nefi 29:8 enseña que Dios ha hablado a diferentes naciones y que el Libro de Mormón se da para testificar que todas las Escrituras son inspiradas por Dios.

El Libro de Mormón prueba que las Escrituras son auténticas al complementar sus enseñanzas y cumplir profecías, como el recogimiento de Israel y la restauración del evangelio. Esto también refuta la idea de que la Biblia sea suficiente como única fuente de revelación.

“Y que Dios inspira a los hombres”. Este segmento reafirma la doctrina de que Dios no solo inspiró a profetas en la antigüedad, sino que continúa llamando e inspirando a personas en la actualidad. Este principio es central en la Restauración, que comenzó con la Primera Visión de José Smith.

El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Dios inspira a Sus profetas, videntes y reveladores hoy, tal como lo hizo en tiempos antiguos” (“Revelación para la Iglesia, revelación para nuestras vidas”, Conferencia General, abril de 2018). Amós 3:7 declara que el Señor no hará nada sin revelar Su voluntad a los profetas.

Este principio enfatiza que la revelación no se limita a los textos antiguos, sino que es un proceso continuo que fortalece la Iglesia y guía a sus miembros en sus vidas personales.

“Y los llama a su santa obra en esta edad y generación, así como en las antiguas”. Dios no cambia (Hebreos 13:8), y así como llamó a profetas y apóstoles en tiempos antiguos, también llama a personas en los últimos días para cumplir Su obra. Este llamado incluye predicar el evangelio, realizar ordenanzas sagradas y construir el reino de Dios.

El élder D. Todd Christofferson explicó: “El Señor llama a Sus siervos a Su santa obra en todas las generaciones, para cumplir Su propósito eterno: traer la inmortalidad y la vida eterna al hombre” (“La voz del Señor”, Conferencia General, abril de 2017). Artículos de Fe 1:6 testifica que la Iglesia moderna tiene profetas, apóstoles y otros oficios del sacerdocio como en la antigüedad.

Este segmento conecta el llamado divino a lo largo de las dispensaciones, destacando que la obra de Dios es continua y que cada generación tiene una responsabilidad única en Su plan.

Este versículo nos invita a reflexionar sobre nuestra propia relación con las Escrituras y la revelación moderna. Las palabras de Dios, tanto en las Escrituras antiguas como en las modernas, son un testimonio de Su amor continuo por nosotros. Nos enseñan que somos parte de una obra sagrada y eterna.

Debemos preguntarnos: ¿Estamos utilizando las Escrituras y las palabras de los profetas modernos como guía diaria? Este versículo nos llama a confiar en que Dios sigue hablándonos y a participar activamente en Su obra en nuestra generación, sabiendo que somos instrumentos en Sus manos.


― Doctrina y Convenios 20:17: “Por estas cosas sabemos que hay un Dios en el cielo, infinito y eterno, de eternidad en eternidad el mismo Dios inmutable, el organizador de los cielos y de la tierra, y de todo cuanto en ellos hay.” Este versículo presenta una poderosa declaración sobre la existencia, la naturaleza y las obras de Dios. Nos enseña que Dios es un ser real, infinito y eterno, que no cambia y que es el Creador y Gobernador de todo. Estas verdades ofrecen estabilidad en un mundo que a menudo es incierto y caótico. Saber que Dios es inmutable y que Su poder es infinito nos invita a confiar en Su guía y amor incondicional.

La declaración de que “sabemos” implica que el conocimiento de Dios es accesible a través de la revelación y la fe. Este conocimiento no solo proporciona consuelo, sino también un propósito, ya que somos hijos de un Dios que nos ama y tiene un plan eterno para nosotros.

“Por estas cosas sabemos que hay un Dios en el cielo”. Esta frase declara que el conocimiento de la existencia de Dios es una certeza fundamentada en la revelación divina y la creación. “Estas cosas” se refiere al testimonio de las escrituras, los profetas y la experiencia espiritual personal.

El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Dios vive. Él es nuestro Padre, y Jesús es el Cristo, Su Hijo. Esa verdad es la base de nuestra fe” (“La piedra angular de nuestra fe”, Conferencia General, abril de 2004).

En Moisés 1:39, Dios declara Su obra y Su gloria: “Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”, mostrando Su propósito como ser viviente y celestial. Esta afirmación refuerza que Dios no es un concepto abstracto, sino un ser real que gobierna desde los cielos y está involucrado en la vida de Sus hijos.

“Infinito y eterno, de eternidad en eternidad el mismo Dios inmutable”. Aquí se describe la naturaleza de Dios: infinito, eterno e inmutable. Estos atributos reflejan Su perfección divina y la seguridad de que Sus promesas y doctrinas no cambian.

El élder Neal A. Maxwell expresó: “El carácter de Dios es perfecto, y Su inmutabilidad garantiza que siempre será constante en Sus promesas” (“Nuestro Padre Celestial: Un Dios perfecto”, Conferencia General, abril de 2002). Malaquías 3:6 afirma: “Porque yo Jehová no cambio”, reafirmando la inmutabilidad de Dios.

Este aspecto doctrinal otorga confianza a los creyentes, ya que pueden confiar en que Dios siempre será fiel a Sus pactos y constante en Su amor.

“El organizador de los cielos y de la tierra, y de todo cuanto en ellos hay”. Este segmento establece a Dios como el Creador y Organizador del universo, según Su diseño divino. La doctrina de la creación enseña que todo lo que existe proviene de Dios y que Su obra refleja Su poder y propósito.

El élder Dieter F. Uchtdorf declaró: “La belleza de este universo nos recuerda que hubo un Creador divino que organizó el caos en orden perfecto” (“Reflexionemos sobre las maravillas de Dios”, Conferencia General, abril de 2010). Génesis 1:1 proclama: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”

Reconocer a Dios como el Organizador divino nos ayuda a comprender Su obra en todas las cosas, desde el vasto cosmos hasta los detalles más pequeños de nuestras vidas.

Este versículo nos llama a reflexionar sobre nuestra relación con Dios. Nos invita a considerar cómo Su naturaleza eterna e inmutable puede ser un ancla en nuestras vidas. A medida que enfrentamos desafíos, recordar que Dios es infinito y eterno nos ayuda a confiar en que Su poder y Su amor son suficientes para guiarnos y fortalecernos.

Además, este conocimiento nos impulsa a reconocer Su mano en la creación y a valorar la vida como un don sagrado. Como hijos de un Dios eterno, tenemos el privilegio y la responsabilidad de buscarlo, conocerlo y servirlo, confiando en Su perfecto plan para nuestra felicidad y redención.


― Doctrina y Convenios 20:20. “Pero por transgredir estas santas leyes, el hombre se volvió sensual y diabólico, y llegó a ser hombre caído. Este versículo encapsula el impacto de la caída de Adán y Eva en la humanidad. Aunque la caída trajo mortalidad y separación de Dios, fue un paso esencial en el plan divino para permitir la experiencia terrenal, el albedrío y el acceso a la expiación de Jesucristo. El contraste entre nuestra naturaleza caída y nuestra capacidad de redención subraya la importancia de vivir de manera que aceptemos la gracia de Cristo.

La caída no solo nos recuerda nuestra inclinación hacia el pecado, sino también nuestra capacidad para elegir la rectitud. Nos da la oportunidad de ejercer nuestra fe, arrepentirnos y avanzar hacia la exaltación.

“Pero por transgredir estas santas leyes”. Este segmento se refiere al acto de desobediencia de Adán y Eva en el Jardín de Edén, al comer del fruto prohibido (Génesis 3:6). La frase enfatiza que el hombre fue creado bajo leyes divinas, cuya transgresión trajo consecuencias espirituales y físicas.

El élder Dallin H. Oaks explicó: “La caída fue parte del plan divino… por medio de la transgresión, Adán y Eva lograron el conocimiento necesario para cumplir con los propósitos de Dios” (“El gran plan de felicidad”, Conferencia General, octubre de 1993). En 2 Nefi 2:25, Lehi enseña que “Adán cayó para que los hombres existiesen”.

Aunque esta transgresión llevó a la caída, fue un paso necesario en el plan de salvación, permitiendo a la humanidad experimentar oposición, libertad de elección y progreso eterno.

“El hombre se volvió sensual y diabólico”. Esta frase describe el cambio en la naturaleza del hombre como resultado de la caída. “Sensual” se refiere a la inclinación hacia las cosas del mundo y los deseos carnales, mientras que “diabólico” implica la separación de Dios y la susceptibilidad al pecado.

El presidente Boyd K. Packer enseñó: “La caída introdujo la mortalidad y la tentación, pero también trajo la capacidad de arrepentirse y progresar” (“El don del arrepentimiento”, Conferencia General, octubre de 2012). Moisés 5:13 explica que Satanás “también tentó a los hijos de los hombres, diciendo: No lo creáis”, llevando al hombre a ser “enemigo de Dios” sin la redención.

Este estado no es definitivo ni irremediable. La expiación de Jesucristo proporciona el medio para superar las inclinaciones carnales y regresar a la presencia de Dios.

“Y llegó a ser hombre caído”. “Hombre caído” es un término que describe la condición de la humanidad después de la caída. Incluye la mortalidad, la separación de Dios (muerte espiritual) y la capacidad de pecar. Aunque esta caída trajo dolor y sufrimiento, también introdujo el albedrío y la posibilidad de redención.

El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “Adán y Eva cayeron para que nosotros pudiéramos tener acceso a la gracia redentora de Jesucristo” (“Donde la justicia, el amor y la misericordia se encuentran”, Conferencia General, abril de 2015). Alma 12:22-24 describe cómo la caída fue un cambio necesario que permitió a los hombres actuar por sí mismos.

La condición de “hombre caído” no es una condena eterna. Es una etapa temporal que nos permite aprender, crecer y depender de Cristo para nuestra redención y exaltación.

Este versículo nos invita a reflexionar sobre la realidad de nuestra naturaleza caída y nuestra dependencia de Jesucristo. Aunque nacemos en un estado de separación de Dios, Su plan nos da acceso al arrepentimiento, al cambio y al progreso eterno.

Al reconocer nuestras debilidades, podemos humillarnos y buscar la guía del Espíritu Santo para vencer las tentaciones y transformar nuestras vidas. Esta reflexión nos recuerda que, aunque somos “hombres caídos”, estamos destinados a convertirnos en “hijos e hijas de Dios” (Mosíah 5:7) a través del poder redentor de Cristo.


― Doctrina y Convenios 20:23. “Fue crucificado, murió y resucitó al tercer día.” Este versículo resume de manera concisa el núcleo del Evangelio de Jesucristo: Su sacrificio expiatorio, muerte y resurrección. Cada frase representa un aspecto esencial del plan de redención. La crucifixión nos recuerda el costo del pecado, la muerte asegura que Cristo sufrió plenamente como nosotros, y la resurrección testifica que Él venció la muerte para todos.

Estos eventos son el fundamento de la fe cristiana y el mensaje central de esperanza, redención y vida eterna.

“Fue crucificado”. La crucifixión de Jesucristo es el punto culminante de Su sacrificio expiatorio. Al ofrecer Su vida de manera voluntaria (Juan 10:18), Cristo asumió los pecados de la humanidad, cumpliendo Su misión divina como el Salvador del mundo.

El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “La cruz es una señal del amor infinito de Dios por todos Sus hijos” (“Donde la justicia, el amor y la misericordia se encuentran”, Conferencia General, abril de 2015). Isaías 53:5 declara: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.”

La crucifixión simboliza el máximo acto de amor y obediencia de Jesucristo. Fue necesario para cumplir las leyes de justicia y misericordia, permitiendo la redención de toda la humanidad.

“Murió”. La muerte física de Cristo fue esencial en Su obra expiatoria. Representa Su humanidad y Su capacidad para experimentar el sufrimiento físico, completando Su sacrificio para vencer tanto el pecado como la muerte.

El presidente Russell M. Nelson explicó: “Jesús sufrió, sangró y murió para satisfacer las demandas de la justicia y ofrecernos Su misericordia” (“La Expiación y la resurrección de Jesucristo”, Conferencia General, abril de 2017). En Lucas 23:46, Jesucristo entregó Su espíritu al Padre, mostrando Su disposición total de someterse al plan de redención.

Su muerte no solo cumplió con la justicia divina, sino que también demostró Su total sumisión y obediencia a la voluntad del Padre.

“Y resucitó al tercer día”. La resurrección de Jesucristo es la culminación de Su victoria sobre la muerte física y espiritual. Él fue el “primogénito de los muertos” (Colosenses 1:18), asegurando que todos los seres humanos resucitarán como parte del plan de salvación.

El élder Dieter F. Uchtdorf declaró: “La resurrección de Jesucristo asegura que la muerte no es el final. Todos resucitaremos y viviremos de nuevo” (“Las bendiciones del sacrificio”, Conferencia General, abril de 2014). En 1 Corintios 15:22, Pablo enseña: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.”

La resurrección es el punto culminante del Evangelio. Es el acto que asegura que todos los hijos de Dios pueden superar la muerte física y tener la esperanza de la vida eterna.

Este versículo nos invita a reflexionar sobre el profundo amor de Cristo hacia cada uno de nosotros. Su sacrificio, muerte y resurrección son actos supremos que nos brindan la posibilidad de regresar al Padre Celestial. Al meditar sobre Su expiación, debemos preguntarnos: ¿Estamos aceptando Su sacrificio en nuestras vidas mediante el arrepentimiento, la obediencia y el servicio?

La resurrección nos llena de esperanza, recordándonos que la muerte no es el final. En nuestras pruebas y sufrimientos, podemos confiar en que Cristo nos comprende plenamente y ha vencido todo lo que enfrentamos. Este conocimiento nos motiva a vivir con fe, esperanza y gratitud, buscando siempre seguir Su ejemplo y compartir Su amor con los demás.


― Doctrina y Convenios 20:29. “Y sabemos que es preciso que todos los hombres se arrepientan y crean en el nombre de Jesucristo, y adoren al Padre en su nombre y perseveren con fe en su nombre hasta el fin, o no podrán ser salvos en el reino de Dios.” Este versículo subraya el camino hacia la salvación, combinando principios esenciales del Evangelio: el arrepentimiento, la fe en Jesucristo, la adoración al Padre y la perseverancia. Nos recuerda que el plan de salvación no es solo un regalo de Dios, sino también una responsabilidad personal.

El énfasis en la perseverancia es un llamado a mantenernos firmes en el Evangelio, confiando en que la gracia de Cristo es suficiente para fortalecernos en nuestras debilidades.

“Y sabemos que es preciso que todos los hombres se arrepientan”. Esta frase resalta la importancia universal del arrepentimiento como un principio fundamental del Evangelio de Jesucristo. El arrepentimiento es la condición para ser limpios de pecado y regresar a la presencia de Dios.

El presidente Russell M. Nelson dijo: “El arrepentimiento es la clave para el progreso. Es el medio por el cual podemos superar los errores del pasado y alinearnos con la voluntad de Dios” (“Estamos en el camino del convenio”, Conferencia General, abril de 2021). En Doctrina y Convenios 58:42, el Señor promete: “El que se ha arrepentido de sus pecados, los es perdonado; y yo, el Señor, ya no los recuerdo.”

El arrepentimiento no es solo un acto ocasional, sino un proceso continuo de cambio, crecimiento y santificación. Es esencial para todos los hijos de Dios debido a nuestra naturaleza caída.

“Y crean en el nombre de Jesucristo”. La fe en Jesucristo es el primer principio del Evangelio y el fundamento sobre el cual se construye nuestra salvación. Creer en Su nombre implica aceptar Su expiación, Su papel como Salvador y Su poder redentor.

El élder Jeffrey R. Holland declaró: “La fe en Jesucristo no es solo creer que Él existe, sino confiar plenamente en que Su gracia nos redimirá” (“Misioneros para siempre”, Conferencia General, octubre de 2013). En Juan 3:16 se enseña: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.”

La fe en Cristo no solo implica creencia, sino también acción: obediencia a Sus mandamientos y confianza en Su capacidad para salvarnos.

“Y adoren al Padre en su nombre”. Adorar al Padre “en el nombre de Jesucristo” significa que, a través de Cristo, tenemos acceso al Padre y podemos ofrecerle adoración, gratitud y servicio.

El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “Adorar al Padre en el nombre de Cristo significa reconocer Su papel como Mediador y vivir en armonía con Sus enseñanzas” (“Adorar al Padre”, Conferencia General, octubre de 2020). En Juan 14:6, Cristo declara: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.”

Nuestra adoración al Padre, realizada en el nombre de Jesucristo, reconoce la mediación de Cristo y Su sacrificio expiatorio como el puente entre la humanidad y Dios.

“Y perseveren con fe en su nombre hasta el fin”. La perseverancia con fe hasta el fin es un principio central del Evangelio. Significa mantener nuestra confianza en Cristo, incluso frente a desafíos, tentaciones y pruebas, hasta completar nuestra jornada terrenal.

El élder Dieter F. Uchtdorf expresó: “La fe verdadera siempre se demuestra con perseverancia. La perseverancia en el Evangelio nos lleva a la vida eterna” (“La fe de nuestros padres”, Conferencia General, abril de 2008). En Mateo 24:13, Jesús enseñó: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.”

La perseverancia no significa perfección inmediata, sino dedicación constante y esfuerzo sincero para seguir a Cristo a pesar de los desafíos.

“O no podrán ser salvos en el reino de Dios”. Este segmento establece que la salvación en el reino de Dios está condicionada al arrepentimiento, la fe en Jesucristo, la adoración al Padre y la perseverancia. Es un recordatorio de que la gracia de Cristo es suficiente, pero requiere de nuestra disposición para aceptar y vivir Su Evangelio.

El presidente Henry B. Eyring enseñó: “La salvación se obtiene a través de la gracia de Cristo, pero solo si nos arrepentimos y seguimos fielmente Sus mandamientos” (“La obra de la Expiación”, Conferencia General, abril de 2015). En 2 Nefi 31:20 se nos insta a “perseverar hasta el fin” para recibir la salvación.

Este pasaje destaca la naturaleza condicional de la salvación, que está al alcance de todos, pero depende de nuestra elección consciente de seguir a Cristo y vivir de acuerdo con Su Evangelio.

Este versículo nos invita a evaluar nuestra vida y compromiso con el Evangelio. ¿Estamos arrepintiéndonos constantemente y fortaleciendo nuestra fe en Cristo? ¿Adoramos al Padre con gratitud y dedicación? ¿Perseveramos con fe incluso en tiempos de adversidad?

La salvación no es un evento único, sino un proceso que requiere nuestra devoción diaria. Este versículo nos inspira a seguir adelante con esperanza y fe, sabiendo que, al hacerlo, podemos recibir el don más grande de Dios: la vida eterna en Su reino.


― Doctrina y Convenios 20:37. “Además, por vía de mandamiento a la iglesia concerniente a la manera del bautismo: Todos los que se humillen ante Dios, y deseen bautizarse, y vengan con corazones quebrantados y con espíritus contritos, y testifiquen ante la iglesia que se han arrepentido verdaderamente de todos sus pecados… serán recibidos en su iglesia por el bautismo.” Este versículo describe con claridad los requisitos espirituales y las actitudes necesarias para recibir el bautismo. Subraya que el bautismo es mucho más que una acción externa; es una ordenanza sagrada que requiere una disposición interna de humildad, arrepentimiento y fe en Cristo. Al cumplir con estas condiciones, los candidatos al bautismo no solo reciben la remisión de sus pecados, sino que también entran en una relación de pacto con Dios.

“Además, por vía de mandamiento a la iglesia concerniente a la manera del bautismo”. Este inicio resalta que el bautismo no es una práctica opcional, sino un mandamiento divino que debe realizarse de manera ordenada y conforme a las instrucciones reveladas. El bautismo es una ordenanza esencial para entrar en el camino del Evangelio.

El élder Robert D. Hales explicó: “El bautismo es el primer paso necesario para entrar en el reino de Dios y recibir las bendiciones de Su expiación” (“El Convenio del Bautismo: Ser Testigos de Dios”, Conferencia General, abril de 1996). En Juan 3:5, Jesucristo enseña que “el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”.

Este mandato subraya la importancia del bautismo como una ordenanza divina que marca el inicio de una relación formal con el Salvador y Su Iglesia.

“Todos los que se humillen ante Dios”. La humildad es una condición previa para el bautismo, ya que permite que la persona reconozca su necesidad de la gracia de Jesucristo y de Su expiación. Sin humildad, no es posible arrepentirse ni aceptar plenamente el Evangelio.

El presidente Ezra Taft Benson enseñó: “La humildad no es una señal de debilidad, sino el reconocimiento de que necesitamos la ayuda del Señor en nuestra vida” (“El orgullo es enemigo”, Conferencia General, abril de 1989). En 2 Crónicas 7:14, el Señor promete: “Si se humillare mi pueblo… entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados.”

La humildad prepara el corazón para recibir las bendiciones del bautismo y facilita el cambio necesario para alinearse con los principios del Evangelio.

“Y deseen bautizarse”. El deseo de bautizarse indica que la persona ha llegado a comprender la importancia de la ordenanza y ha decidido voluntariamente entrar en un convenio con Dios. El bautismo debe ser un acto consciente y sincero.

El élder D. Todd Christofferson declaró: “El bautismo es un acto de fe y un deseo de aceptar a Jesucristo como nuestro Salvador y seguir Sus enseñanzas” (“El poder de los convenios”, Conferencia General, abril de 2009). En Moroni 6:2, se enseña que las personas que deseaban unirse a la Iglesia debían hacerlo “con un verdadero deseo de servirle hasta el fin.”

El deseo genuino de bautizarse refleja un cambio interno en la persona, que busca seguir a Cristo con un corazón dispuesto.

“Y vengan con corazones quebrantados y con espíritus contritos”. Un “corazón quebrantado” y un “espíritu contrito” representan una actitud de arrepentimiento, sumisión y gratitud hacia Dios. Estas cualidades son esenciales para recibir las bendiciones del bautismo y del Espíritu Santo.

El presidente Russell M. Nelson dijo: “Un corazón quebrantado y un espíritu contrito son señales de una verdadera conversión al Señor” (“La Expiación y la resurrección de Jesucristo”, Conferencia General, abril de 2017). En Salmos 34:18 se dice: “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.”

Estas cualidades muestran una disposición a someterse a la voluntad de Dios y aceptar Su guía en todas las cosas, lo cual es fundamental para recibir las bendiciones del convenio bautismal.

“Y testifiquen ante la iglesia que se han arrepentido verdaderamente de todos sus pecados”. El arrepentimiento verdadero es un requisito para el bautismo. Testificar ante la Iglesia muestra que el candidato comprende la gravedad de sus pecados, ha buscado el perdón del Señor y está comprometido a vivir de acuerdo con el Evangelio.

El élder Neil L. Andersen declaró: “El arrepentimiento verdadero nos permite volvernos al Salvador y ser purificados por Su gracia” (“El don del arrepentimiento”, Conferencia General, octubre de 2009). Doctrina y Convenios 58:43 enseña: “Por esto podéis saber si un hombre se arrepiente de sus pecados: he aquí, los confesará y los abandonará.”

Este testimonio no solo beneficia al candidato, sino que también fortalece a los miembros de la Iglesia al recordarles el poder del arrepentimiento y la expiación.

“Serán recibidos en su iglesia por el bautismo”. El bautismo es la puerta de entrada a la Iglesia y al reino de Dios. Marca el comienzo de una nueva vida en Cristo y el establecimiento de un convenio eterno con Él.

El élder Robert D. Hales afirmó: “El bautismo nos permite entrar en un convenio con Dios para servirle y guardar Sus mandamientos” (“El Convenio del Bautismo: Ser Testigos de Dios”, Conferencia General, abril de 1996). En Mosíah 18:10, Alma enseña que el bautismo simboliza el deseo de entrar en el reino de Dios y ser contado entre Su pueblo.

Al ser recibidos en la Iglesia, los nuevos miembros se convierten en parte de una comunidad de santos que se esfuerzan por vivir en armonía con los principios del Evangelio.

El bautismo no es solo un paso inicial en el camino del Evangelio, sino un acto transformador que simboliza nuestra disposición de abandonar el pecado y seguir a Cristo. Este versículo nos invita a reflexionar sobre nuestra propia disposición para cumplir con los convenios que hacemos con Dios. ¿Nos acercamos a Él con corazones quebrantados y espíritus contritos, buscando Su guía diariamente?

Cada vez que recordamos nuestro bautismo, podemos renovar nuestro compromiso de vivir de acuerdo con las enseñanzas de Cristo y esforzarnos por perseverar hasta el fin. Este versículo nos inspira a valorar la ordenanza del bautismo como el comienzo de una vida nueva, llena de esperanza, propósito y comunión con Dios.


― Doctrina y Convenios 20:77 (Oración del pan): “Oh Dios, Padre Eterno, en el nombre de Jesucristo, tu Hijo, te pedimos que bendigas y santifiques este pan para las almas de todos los que participen de él, para que lo coman en memoria del cuerpo de tu Hijo, y testifiquen ante ti… que siempre puedan tener su Espíritu consigo. Amén.” La oración sacramental del pan encapsula el propósito principal de la Santa Cena: recordar a Jesucristo, renovar nuestros convenios y buscar la santificación a través de Su expiación. Cada frase subraya una parte esencial del proceso espiritual: la humildad, el recuerdo del sacrificio del Salvador, el testimonio personal y la búsqueda de la influencia del Espíritu Santo.

Este acto semanal fortalece nuestra conexión con Dios y nos recuerda nuestra dependencia de Su amor, gracia y poder redentor.

“Oh Dios, Padre Eterno”. Esta invocación reconoce al Padre Celestial como la fuente suprema de todas las bendiciones. Establece la relación directa entre Dios y la humanidad, subrayando Su papel como el Padre de nuestros espíritus y el Ser a quien se dirige toda adoración.

El élder Jeffrey R. Holland dijo: “El Padre es el autor del plan de salvación y el recipiente de nuestra adoración. Su amor eterno es el fundamento de todo lo que hacemos” (“El gran plan de Dios”, Conferencia General, abril de 2016). En Mateo 6:9, Jesús enseñó a orar dirigiéndose al Padre: “Padre nuestro que estás en los cielos”.

Reconocer al Padre Eterno en nuestras oraciones sacramentales subraya la reverencia y gratitud hacia Él como el origen del plan de salvación.

“En el nombre de Jesucristo, tu Hijo”. Invocar el nombre de Jesucristo refleja Su papel como Mediador entre la humanidad y el Padre. Es por medio de Su sacrificio expiatorio que somos dignos de acercarnos a Dios y recibir Sus bendiciones.

El presidente Russell M. Nelson explicó: “Orar en el nombre de Jesucristo significa reconocer Su papel como nuestro Salvador y confiar en Su poder para interceder en nuestro favor” (“Revelación para la Iglesia, revelación para nuestras vidas”, Conferencia General, abril de 2018). En Juan 14:13, Cristo promete: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré”.

Invocar el nombre de Jesucristo durante la ordenanza de la Santa Cena nos recuerda que todo lo que hacemos en el Evangelio está centrado en Él.

“Te pedimos que bendigas y santifiques este pan para las almas de todos los que participen de él”. Este segmento busca la bendición divina sobre el pan como emblema del cuerpo de Cristo. La santificación del pan simboliza la purificación de los participantes y su conexión espiritual con el Salvador.

El élder David A. Bednar enseñó: “El propósito de la Santa Cena es renovar nuestra pureza espiritual y fortalecer nuestra relación con el Salvador” (“Siempre tener Su Espíritu consigo”, Conferencia General, abril de 2018). En 3 Nefi 18:7, Jesús instruyó a los nefitas a participar del pan “en memoria de mi cuerpo”.

Esta petición de santificación refleja nuestra dependencia de Dios para que las ordenanzas sean significativas y espiritualmente efectivas.

“Para que lo coman en memoria del cuerpo de tu Hijo”. Participar del pan en memoria del cuerpo de Cristo significa recordar Su sacrificio expiatorio, especialmente el dolor físico que soportó en el Jardín de Getsemaní y en la cruz.

El presidente Henry B. Eyring dijo: “Cuando tomamos la Santa Cena, recordamos el sufrimiento del Salvador y Su amor infinito hacia nosotros” (“Renovar los convenios”, Conferencia General, octubre de 2015). Lucas 22:19 registra las palabras de Cristo: “Haced esto en memoria de mí”.

Esta acción nos invita a reflexionar sobre el sacrificio de Cristo y a esforzarnos por vivir de manera que honremos Su sacrificio.

“Y testifiquen ante ti”. Al participar de la Santa Cena, testificamos ante Dios nuestro compromiso de seguir a Cristo y guardar Sus mandamientos. Este acto público de testimonio es una renovación de nuestros convenios bautismales.

El presidente Dallin H. Oaks explicó: “Tomar la Santa Cena es un acto semanal de renovación de nuestro testimonio y compromiso con Dios” (“Participar de la Santa Cena”, Conferencia General, octubre de 2008). Mosíah 18:9 enseña que los convenios implican testificar ante Dios y los hombres.

Este testimonio nos ayuda a mantenernos centrados en nuestras metas espirituales y comprometidos con nuestra fe.

“Que siempre puedan tener su Espíritu consigo”. Esta promesa es el mayor don de la ordenanza de la Santa Cena. Tener el Espíritu Santo como compañero constante nos guía, fortalece y consuela en nuestro camino espiritual.

El élder David A. Bednar expresó: “El mayor don del convenio bautismal y de la Santa Cena es la compañía constante del Espíritu Santo” (“Siempre tener Su Espíritu consigo”, Conferencia General, abril de 2018). En Doctrina y Convenios 121:45, se promete que “el Espíritu Santo será tu compañero constante” si somos dignos.

Esta bendición es una invitación a vivir de manera que merezcamos la compañía del Espíritu y disfrutemos de Su influencia en todas las facetas de nuestra vida.

La oración sacramental del pan encapsula el propósito principal de la Santa Cena: recordar a Jesucristo, renovar nuestros convenios y buscar la santificación a través de Su expiación. Cada frase subraya una parte esencial del proceso espiritual: la humildad, el recuerdo del sacrificio del Salvador, el testimonio personal y la búsqueda de la influencia del Espíritu Santo.

Este acto semanal fortalece nuestra conexión con Dios y nos recuerda nuestra dependencia de Su amor, gracia y poder redentor.


― Doctrina y Convenios 20:79 (Oración del vino). “Oh Dios, Padre Eterno, en el nombre de Jesucristo, tu Hijo, te pedimos que bendigas y santifiques este vino para las almas de todos los que lo beban, para que lo hagan en memoria de la sangre de tu Hijo, que por ellos se derramó… para que puedan tener su Espíritu consigo. Amén.” La oración sacramental del vino encapsula la centralidad de Jesucristo en la redención de la humanidad. Nos invita a recordar Su sufrimiento, a renovar nuestros convenios y a vivir de manera que podamos tener siempre el Espíritu Santo con nosotros. Cada frase subraya un aspecto esencial del Evangelio: la relación con el Padre, la mediación de Cristo, el poder de Su sacrificio y la promesa de Su Espíritu.

“Oh Dios, Padre Eterno”.  Esta invocación establece la dirección de nuestra oración hacia el Padre Celestial, quien es la fuente de todas las bendiciones. Reconocemos Su rol como el Creador y el autor del plan de salvación.

El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Al dirigirnos a Dios en oración, reconocemos Su soberanía y nuestro lugar como Sus hijos” (“Los caminos del Señor”, Conferencia General, octubre de 2002). En Mateo 6:9, Cristo enseñó a orar comenzando con: “Padre nuestro que estás en los cielos.”

Reconocer al Padre en nuestras oraciones es un acto de humildad y reverencia, que establece nuestra relación con Él como hijos y discípulos.

“En el nombre de Jesucristo, tu Hijo”. Invocar el nombre de Jesucristo refleja Su papel como nuestro Mediador y Salvador. Por Su sacrificio expiatorio, tenemos acceso al Padre y la oportunidad de recibir Su gracia.

El presidente Russell M. Nelson explicó: “Cuando oramos en el nombre de Jesucristo, estamos reconociendo Su sacrificio y Su papel como nuestro Mediador ante el Padre” (“Revelación para la Iglesia, revelación para nuestras vidas”, Conferencia General, abril de 2018). En Juan 14:6, Jesucristo declaró: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.”

Esta frase subraya que toda bendición que recibimos viene a través de la gracia y el sacrificio de Jesucristo, quien nos reconcilia con el Padre.

“Te pedimos que bendigas y santifiques este vino para las almas de todos los que lo beban”. La petición de bendecir y santificar el vino (o agua en la actualidad) implica que se convierta en un símbolo sagrado del sacrificio de Cristo. Esto enfatiza la necesidad de participar de la Santa Cena con reverencia y un corazón puro.

El élder David A. Bednar dijo: “La ordenanza de la Santa Cena es una oportunidad para reflexionar sobre la expiación de Cristo y renovar nuestros convenios” (“Siempre tener Su Espíritu consigo”, Conferencia General, abril de 2018). En 3 Nefi 18:11, Cristo bendijo el vino, diciendo: “Esto hacéis en memoria de mi sangre.”

La bendición y santificación del emblema eleva su significado, transformándolo en un recordatorio sagrado de la expiación de Jesucristo.

“Para que lo hagan en memoria de la sangre de tu Hijo”. Participar del emblema en memoria de la sangre de Cristo nos lleva a recordar Su sufrimiento en el Jardín de Getsemaní y Su muerte en la cruz, donde derramó Su sangre para expiar los pecados del mundo.

El presidente Boyd K. Packer explicó: “La sangre derramada de Cristo fue el precio de nuestra redención, el medio por el cual somos purificados y hechos limpios” (“La expiación y el viaje de la muerte”, Conferencia General, octubre de 2012). En Lucas 22:20, Cristo dijo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.”

Este acto de recordar Su sangre nos ayuda a apreciar el sacrificio supremo de Cristo y a renovar nuestro compromiso de vivir en conformidad con Sus enseñanzas.

“Que por ellos se derramó”. Esta frase personaliza el sacrificio de Cristo, indicando que Su sangre fue derramada por cada uno de nosotros individualmente. Resalta Su amor infinito y Su disposición de sufrir por nuestros pecados.

El élder Jeffrey R. Holland dijo: “En Getsemaní y en la cruz, el Salvador sufrió por cada uno de nosotros, pagando el precio de nuestros pecados de manera individual” (“Donde la justicia, el amor y la misericordia se encuentran”, Conferencia General, abril de 2015). En Mosíah 3:7 se describe que Cristo “sufrirá dolores, y aflicciones, y tentaciones de toda clase.”

Este acto de recordar Su sacrificio personal nos inspira a vivir con gratitud y a esforzarnos por ser dignos de Su expiación.

“Para que puedan tener su Espíritu consigo”. La promesa de tener el Espíritu Santo como compañero constante es el mayor don asociado con la ordenanza de la Santa Cena. Esto nos fortalece, guía y consuela en nuestro caminar espiritual.

El élder David A. Bednar enseñó: “El Espíritu Santo es el don prometido que nos purifica y santifica conforme renovamos nuestros convenios en la Santa Cena” (“Siempre tener Su Espíritu consigo”, Conferencia General, abril de 2018). Doctrina y Convenios 121:45 enseña que, si somos puros y fieles, “el Espíritu Santo será tu compañero constante.”

Esta bendición nos recuerda que la Santa Cena no es solo un acto de recuerdo, sino una oportunidad para recibir fortaleza divina y guía espiritual.

Este pasaje nos llama a reflexionar profundamente sobre el significado de la Santa Cena en nuestra vida. ¿Nos acercamos a esta ordenanza con un corazón puro y dispuesto? ¿Recordamos verdaderamente el sacrificio de Cristo y renovamos nuestro compromiso de seguirlo?

La promesa de tener el Espíritu Santo como compañero constante es un recordatorio del poder transformador de la expiación. Al participar de la Santa Cena, podemos hallar paz, fortaleza y guía divina, y renovar nuestra determinación de vivir como discípulos de Cristo en todas las facetas de nuestra vida.


― Doctrina y Convenios 20:60. “Todo élder, presbítero, maestro y diácono será ordenado de acuerdo con los dones y llamamientos de Dios para él; y será ordenado por el poder del Espíritu Santo que está en aquel que lo ordena.” Este versículo destaca la naturaleza divina del sacerdocio y la organización de la Iglesia. Subraya que los llamamientos en el sacerdocio se hacen según los dones individuales y la voluntad de Dios, y que la autoridad se confiere mediante la ordenación con el poder del Espíritu Santo. Esto asegura que quienes sirven en el sacerdocio actúan con la debida autoridad y responsabilidad.

La importancia de este principio radica en que fortalece la confianza en la legitimidad de los líderes de la Iglesia y en la obra del sacerdocio como una extensión de la voluntad de Dios, no de los hombres.

“Todo élder, presbítero, maestro y diácono”. Este segmento establece los oficios del Sacerdocio Aarónico (diácono, maestro, presbítero) y del Sacerdocio de Melquisedec (élder), resaltando la organización divinamente establecida dentro de la Iglesia. Cada oficio tiene deberes específicos en la obra del Señor.

El presidente Boyd K. Packer enseñó: “El sacerdocio no es simplemente un título, sino el poder y la autoridad para actuar en el nombre de Dios” (“El poder del sacerdocio”, Conferencia General, abril de 2010). En Doctrina y Convenios 84:33-34, el Señor promete que aquellos que reciben y magnifiquen el sacerdocio son “santificados por el Espíritu”.

Cada oficio en el sacerdocio tiene un propósito divino, y su función contribuye al fortalecimiento de la Iglesia y al cumplimiento del plan de salvación.

“Será ordenado de acuerdo con los dones y llamamientos de Dios para él”.  Esta frase subraya que los llamamientos en el sacerdocio no son aleatorios, sino que se otorgan según los dones espirituales, las capacidades y la voluntad divina. Dios llama a cada hombre al oficio para el cual está preparado y donde puede servir mejor.

El presidente Thomas S. Monson enseñó: “A cada hombre llamado al sacerdocio se le da el poder y la autoridad para bendecir vidas, de acuerdo con los dones que Dios le ha dado” (“Servicio sacerdotal”, Conferencia General, abril de 2005). En 1 Corintios 12:4-7, Pablo enseña que “hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo” y que se dan para beneficio de todos.

Este principio refuerza que el servicio en el sacerdocio debe realizarse con humildad y disposición, reconociendo que los llamamientos provienen de Dios y no de los hombres.

“Y será ordenado por el poder del Espíritu Santo”. La ordenación al sacerdocio es más que un acto administrativo; es un evento espiritual en el que el poder del Espíritu Santo confirma el llamamiento y confiere la autoridad divina.

El presidente Dallin H. Oaks declaró: “El Espíritu Santo es quien confirma el poder y la autoridad del sacerdocio en aquellos que son ordenados” (“El Sacerdocio Restaurado”, Conferencia General, abril de 1998). En Doctrina y Convenios 42:11, el Señor establece que ninguna persona puede actuar en Su nombre sin ser “ordenado por alguien que tenga autoridad, y sea conocido por la iglesia”.

La participación del Espíritu Santo en la ordenación asegura que el sacerdocio sea conferido según la voluntad de Dios, no por la voluntad de los hombres.

“Que está en aquel que lo ordena”. Esta frase afirma que la autoridad del sacerdocio se transfiere de manera legítima a través de la imposición de manos por alguien que ya posee dicha autoridad, siguiendo el modelo establecido en las escrituras.

El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “La autoridad del sacerdocio es una cadena ininterrumpida que proviene directamente de Dios, pasando por Sus siervos” (“La continuidad del sacerdocio”, Conferencia General, octubre de 1988). En Hebreos 5:4, Pablo enseña que “ninguno toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón.”

Este principio garantiza que la autoridad del sacerdocio se mantenga pura y legítima, conectada directamente con la restauración divina a través de José Smith.

Este pasaje nos invita a reflexionar sobre el poder del sacerdocio en nuestras vidas y en la Iglesia. Para quienes lo poseen, es un recordatorio de que deben magnificar sus llamamientos con humildad, dedicación y respeto por la autoridad divina. Para quienes reciben sus bendiciones, refuerza la importancia de buscar y valorar el poder del sacerdocio en sus vidas.

También nos inspira a reconocer que los llamamientos en el sacerdocio y en la Iglesia son oportunidades para servir a los demás y fortalecer el reino de Dios, guiados por el Espíritu Santo y bajo la dirección de Su autoridad divina.


Organización por temas


Sección 20: Organización y Gobierno de la Iglesia


1. Organización de la Iglesia y Autoridad Profética
Versículos: 1–4
“Habiendo sido debidamente organizada y establecida de acuerdo con las leyes del país, por la voluntad y el mandamiento de Dios.”
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fue organizada el 6 de abril de 1830, cumpliendo con la ley del país y bajo la dirección de Dios. José Smith y Oliver Cowdery fueron llamados como los primeros élderes de la Iglesia, estableciendo así la restauración del evangelio.
Estos versículos destacan la importancia de la organización de la Iglesia como un evento profetizado y divinamente dirigido. La referencia a las leyes del país muestra el respeto por la autoridad civil, mientras que el llamado de los primeros líderes enfatiza la autoridad apostólica en la restauración.
Élder Jeffrey R. Holland: “La Restauración de la Iglesia de Jesucristo no fue un accidente histórico, sino un evento planeado en los cielos y cumplido en la tierra según la voluntad de Dios” (Conferencia General, abril 2006).


2. La Divinidad del Libro de Mormón y su Propósito
Versículos: 5–16
“El cual contiene la historia de un pueblo caído, y la plenitud del evangelio de Jesucristo.”
El Libro de Mormón es presentado como un testimonio divino de la verdad del evangelio. Su traducción fue facilitada por el poder de Dios, confirmando el llamamiento profético de José Smith y testificando de Cristo.
Este pasaje subraya la centralidad del Libro de Mormón en la restauración. No solo es un testigo adicional de Jesucristo, sino también una prueba de que Dios sigue revelando su voluntad a la humanidad.
Presidente Ezra Taft Benson: “El Libro de Mormón fue escrito para nuestros días. Su mensaje es para nosotros. Contiene la plenitud del evangelio” (Conferencia General, octubre 1986).

3. Doctrinas Fundamentales: Creación, Caída, Expiación y Bautismo
Versículos: 17–28
“El Dios Omnipotente dio a su Hijo Unigénito.”
Se establece la doctrina central de la Creación, la Caída del hombre y la Expiación de Cristo como el plan divino para la salvación. La expiación es presentada como universal, cubriendo tanto a los que vivieron antes de Cristo como a los que vendrán después.
Estos versículos muestran la coherencia del plan de salvación a lo largo del tiempo. La caída es vista como un evento necesario que llevó a la humanidad a la necesidad de la redención por medio de Cristo.
Élder D. Todd Christofferson: “La Expiación de Jesucristo no solo limpia del pecado, sino que nos fortalece y nos da el poder para regresar a Dios” (Conferencia General, abril 2019).

4. Principios de Arrepentimiento, Justificación y Santificación
Versículos: 29–37
“Es preciso que todos los hombres se arrepientan y crean en el nombre de Jesucristo.”
El arrepentimiento es esencial para la salvación, junto con la fe en Cristo y la perseverancia. La justificación y santificación se presentan como procesos continuos de gracia mediante los cuales el creyente es limpiado y hecho santo.
Estos principios destacan la necesidad de una vida cristiana comprometida. No es suficiente el bautismo; es necesario perseverar en la fe y en la obediencia a los mandamientos.
Presidente Russell M. Nelson: “El arrepentimiento es un proceso continuo de cambio y mejoramiento. Nos permite acceder al poder de la Expiación en nuestra vida diaria” (Conferencia General, abril 2017).

5. Deberes del Sacerdocio y la Administración de la Iglesia
Versículos: 38–67
“El deber del presbítero es predicar, enseñar, exponer, exhortar, bautizar y administrar la santa cena.”
Se definen los deberes de los diferentes oficios del sacerdocio, estableciendo el orden dentro de la Iglesia. Se menciona la autoridad para bautizar, administrar la Santa Cena y enseñar.
Estos versículos muestran la estructura organizativa del sacerdocio restaurado. El énfasis en la enseñanza y en la administración de las ordenanzas refleja la función del sacerdocio como un medio para guiar a los miembros a Cristo.
Presidente Gordon B. Hinckley: “El sacerdocio es el poder de Dios conferido al hombre para actuar en Su nombre en beneficio de Sus hijos” (Conferencia General, abril 1995).

6. Requisitos y Modo del Bautismo
Versículos: 68–74
“Habiendo sido comisionado por Jesucristo, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”
Se establecen los requisitos para el bautismo: humildad, arrepentimiento y testimonio de fe en Cristo. También se da la oración bautismal exacta y el método de inmersión.
Estos versículos subrayan la necesidad de un bautismo autorizado y realizado bajo la debida autoridad del sacerdocio. El bautismo es un pacto con Dios y debe ser administrado correctamente.
Élder David A. Bednar: “El bautismo es el primer paso del convenio que nos permite recibir todas las bendiciones del evangelio” (Conferencia General, abril 2015).

7. Ordenanzas de la Santa Cena
Versículos: 75–79
“Para que siempre puedan tener su Espíritu consigo.”
Se dan las oraciones sacramentales y se establece la necesidad de recordar a Cristo siempre. La Santa Cena es un recordatorio semanal del sacrificio del Salvador.
La repetición de la promesa de recibir el Espíritu Santo resalta la importancia de renovar nuestro convenio bautismal. La Santa Cena no es solo un ritual, sino un acto de compromiso con el evangelio.
Élder Jeffrey R. Holland: “Tomar la Santa Cena con sinceridad es renovar nuestro compromiso de seguir al Salvador” (Conferencia General, octubre 1995).

8. Administración de los Registros y la Disciplina en la Iglesia
Versículos: 80–84
“Los nombres de los varios miembros que se hayan unido a la iglesia desde la última conferencia.”
Se instruye a los líderes de la Iglesia a mantener registros de los miembros y de aquellos que han sido disciplinados. La organización y el orden son esenciales en la Iglesia.
Estos versículos reflejan la importancia de la administración ordenada dentro de la Iglesia. El registro de nombres es un símbolo del compromiso del individuo con la comunidad de fe.
Presidente Thomas S. Monson: “La Iglesia está organizada de manera que cada miembro reciba apoyo y dirección en su progreso espiritual” (Conferencia General, abril 2012).

Conclusión General
La Sección 20 de Doctrina y Convenios es un documento fundamental para la organización y administración de la Iglesia restaurada. Establece doctrinas clave, las funciones del sacerdocio y las ordenanzas esenciales. A través de estos versículos, el Señor reafirma Su liderazgo en la Iglesia y Su deseo de que todos Sus hijos sigan el camino de la salvación.

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