Doctrina y Convenios Sección 67

Doctrina y Convenios
Sección 67


Contexto Histórico

En noviembre de 1831, en la tranquila comunidad de Hiram, Ohio, los élderes de la joven Iglesia se reunieron en una conferencia especial. Era una época de fervor espiritual y gran dedicación a la obra del Señor. José Smith, el Profeta, había recibido muchas revelaciones divinas que ofrecían dirección y consuelo a los miembros de la Iglesia, y ahora, la tarea urgente era recopilar y publicar estas revelaciones para que pudieran ser compartidas ampliamente.

La decisión de la conferencia fue significativa: imprimir un libro titulado Book of Commandments (Libro de Mandamientos) con 10,000 ejemplares. Este proyecto ambicioso simbolizaba el compromiso de llevar la palabra de Dios a las manos de los santos. William W. Phelps, quien recientemente había establecido la imprenta de la Iglesia en Independence, Misuri, sería el encargado de supervisar esta tarea monumental.

Mientras los líderes deliberaban, el Espíritu Santo se derramó sobre ellos. Muchos dieron testimonio solemne de que las revelaciones eran verdaderas. Sin embargo, surgió una inquietud. Algunos de los élderes se preocuparon por el lenguaje de las revelaciones. Consideraron que las palabras usadas por José Smith podrían no estar a la altura de las escrituras clásicas en términos de elegancia y perfección lingüística.

El Señor, al ser consciente de sus corazones y pensamientos, respondió con una revelación poderosa: la Sección 67. En esta revelación, Él reconoció sus esfuerzos por creer y sus temores internos que les impedían recibir la bendición prometida. Con paciencia y firmeza, el Señor los desafió: si creían que el lenguaje de las revelaciones era imperfecto, debían escoger al más sabio entre ellos para crear un texto igual al menor de los mandamientos revelados. Si fallaban en esta tarea, debían reconocer la verdad de las revelaciones y testificar de su origen divino.

El desafío del Señor no solo era una prueba de humildad, sino también una lección de fe. El Señor prometió a los élderes que, si se despojaban de la envidia y el temor, y se humillaban ante Él, podrían llegar a ver Su rostro y saber que Él es Dios. Sin embargo, esta bendición requería paciencia y perfección espiritual.

La revelación dejó clara la importancia de confiar en el Señor y en Su siervo José Smith, quien, a pesar de sus imperfecciones humanas, había sido llamado como profeta para traer la palabra de Dios al mundo. El Señor reiteró que las verdades de las revelaciones provenían “del Padre de las luces” y que los élderes no podían justificar el rechazo a estas palabras.

Aunque la publicación del Book of Commandments enfrentó dificultades y el número de copias se redujo, este momento marcó el inicio de un esfuerzo más amplio por preservar y compartir las palabras reveladas. A través de esta revelación, el Señor fortaleció la fe de Sus siervos y los preparó para la tarea monumental de llevar Su obra al mundo.

La Sección 67 de Doctrina y Convenios no solo responde a las inquietudes de los élderes en cuanto al lenguaje de las revelaciones, sino que también les invita a confiar plenamente en Dios, a ser humildes y a despojarse del temor. Los temas centrales incluyen el poder y la autoridad divina, la importancia de la fe y la preparación espiritual para recibir las bendiciones prometidas. Estos principios son tan relevantes hoy como lo fueron en 1831, invitándonos a seguir buscando al Señor con confianza y dedicación.


1. La Omnisciencia y Cuidado del Señor


Versículo 1: “He aquí, escuchad, oh élderes de mi iglesia que os habéis congregado, cuyas oraciones he oído, cuyos corazones conozco y cuyos deseos han ascendido a mí.”
Este versículo enfatiza que el Señor es consciente de nuestras oraciones, pensamientos y deseos. Es un recordatorio de que Dios no solo escucha nuestras súplicas, sino que también comprende profundamente las intenciones y los sentimientos detrás de ellas. Para los élderes, esto fue una reafirmación de Su amor y preocupación por ellos en un momento de incertidumbre.

“He aquí, escuchad”
El Señor invita a los élderes a prestar atención y escuchar Su voz. Este mandato refleja el principio de que la revelación requiere tanto atención activa como disposición para recibirla.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “La revelación viene en respuesta a la necesidad y la disposición de escuchar. Si estamos espiritualmente atentos, seremos capaces de escuchar la voz del Señor” (General Conference, abril de 2017).
Esta frase subraya la importancia de apartar las distracciones y centrarse en el mensaje divino, demostrando humildad y reverencia.

“Oh élderes de mi iglesia que os habéis congregado”
El Señor se dirige específicamente a los líderes ordenados de Su Iglesia, subrayando la responsabilidad que tienen al representar Su obra y Su voluntad.
El presidente Gordon B. Hinckley señaló: “Los líderes de la Iglesia deben recordar siempre que llevan consigo la responsabilidad de actuar como siervos de Dios, guiando a Su pueblo con rectitud y compasión” (Teachings of Gordon B. Hinckley, 1997).
El acto de congregarse enfatiza la importancia de la unidad y la colaboración en la obra del Señor.

“Cuyas oraciones he oído”
Dios escucha las oraciones de Sus hijos, especialmente aquellas ofrecidas con sinceridad y fe. Esto refuerza Su carácter amoroso y Su disposición a responder a nuestras súplicas.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La oración sincera abre los cielos y permite que recibamos el consuelo, la dirección y la paz que solo el Señor puede proporcionar” (General Conference, octubre de 2021).
Este reconocimiento divino de las oraciones de los élderes también destaca que las súplicas colectivas son poderosas y pueden mover la obra de Dios hacia adelante.

“Cuyos corazones conozco”
El Señor es omnisciente y conoce no solo nuestras acciones, sino también las intenciones y los deseos de nuestro corazón. Esto recalca Su papel como el juez perfecto y misericordioso.
El élder David A. Bednar explicó: “El Señor no juzga únicamente por nuestras obras externas, sino por la pureza y sinceridad de nuestras intenciones internas” (General Conference, abril de 2009).
Esta frase también invita a la introspección, recordándonos que debemos purificar nuestros motivos al servir al Señor.

“Y cuyos deseos han ascendido a mí”
Dios reconoce los deseos justos de Sus hijos y responde a ellos de acuerdo con Su voluntad. Nuestros deseos rectos, cuando se alinean con Sus propósitos, pueden ser un canal para recibir bendiciones.
El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “Los deseos de nuestro corazón determinan nuestra preparación espiritual y nuestra capacidad para recibir las bendiciones que el Señor tiene para nosotros” (General Conference, octubre de 2007).
Esto sugiere que no solo nuestras palabras, sino también nuestros deseos internos, tienen el poder de conectarnos con Dios.

Este versículo refleja varias doctrinas esenciales sobre la relación de Dios con Sus hijos y Sus siervos ordenados:

  • La Revelación y la Escucha Activa: Dios nos llama constantemente a escuchar Su voz y estar atentos a Su guía. Esto requiere preparación espiritual y humildad para recibir Su palabra.
  • Unidad y Propósito Común: El llamado a los élderes subraya la importancia de la unidad entre los líderes de la Iglesia para cumplir con los propósitos del Señor.
  • El Amor y la Omnisciencia de Dios: El hecho de que Dios escuche las oraciones y conozca los corazones de los élderes muestra Su cuidado amoroso y Su comprensión total de nuestras necesidades.
  • Deseos Rectos: Dios no solo responde a nuestras acciones, sino también a nuestros deseos más profundos, siempre que estén alineados con Su voluntad.

Este versículo no solo instruye a los élderes, sino que también nos enseña cómo podemos acercarnos a Dios en nuestras propias vidas: con sinceridad, fe, unidad y el deseo de escuchar y actuar de acuerdo con Su voluntad. Es un recordatorio de que Él está plenamente consciente de nosotros y siempre dispuesto a guiarnos hacia Su luz.


2. La Fuente de las Riquezas Espirituales


Versículo 2: “He aquí, mis ojos están sobre vosotros, y los cielos y la tierra están en mis manos, y las riquezas de la eternidad son mías para dar.”
Dios afirma Su poder y soberanía sobre la creación. Este versículo destaca que las bendiciones espirituales y materiales provienen de Él, y que Su voluntad es dar estas riquezas eternas a Sus hijos. Es una invitación a confiar en Su capacidad para proveer todo lo necesario.

“He aquí, mis ojos están sobre vosotros”
Dios es omnisciente. Está completamente consciente de las acciones, pensamientos, deseos y necesidades de Sus hijos. Este conocimiento muestra Su interés personal y Su amor por cada individuo.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Nuestro Padre Celestial está al tanto de nuestras circunstancias y ansía bendecirnos. Ninguna preocupación es demasiado pequeña o insignificante para Su atención” (General Conference, octubre de 2012).
Esta frase nos recuerda que nunca estamos solos y que el Señor está al tanto de todo lo que enfrentamos en nuestra vida, lo que debería llenarnos de consuelo y esperanza.

“Y los cielos y la tierra están en mis manos”
Dios es el Creador y Gobernador supremo del universo. Todo lo que existe, tanto en lo celestial como en lo terrenal, está bajo Su control soberano.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “El Señor del universo no solo organiza las estrellas, sino también las vidas de Sus hijos obedientes. Su mano gobierna con amor y propósito” (General Conference, abril de 1985).
Esta frase subraya la omnipotencia de Dios y Su capacidad para intervenir en nuestras vidas. Al confiar en Su soberanía, podemos hallar paz en medio de nuestras pruebas.

“Y las riquezas de la eternidad son mías para dar”
Dios tiene el poder de bendecir a Sus hijos con dones eternos. Estas “riquezas” incluyen la salvación, la exaltación, la plenitud de gozo, la vida eterna y otras bendiciones espirituales que provienen de Su gracia y amor infinito.
El presidente Dieter F. Uchtdorf dijo: “El plan de felicidad del Padre está diseñado para ofrecernos lo más preciado: la vida eterna, que es Su mayor regalo. Estas bendiciones están reservadas para quienes lo aman y obedecen” (General Conference, abril de 2016).
La frase también recalca que Dios desea compartir estas riquezas con Sus hijos, siempre y cuando estén dispuestos a seguirlo con fe y rectitud.

Este versículo refleja tres doctrinas fundamentales:

  • La Omnisciencia de Dios: Dios está completamente al tanto de nuestras vidas. Su atención no solo es global, sino también personal, lo que demuestra Su cuidado amoroso.
  • La Omnipotencia de Dios: El control absoluto de Dios sobre los cielos y la tierra nos recuerda Su poder ilimitado y Su capacidad para manejar cualquier circunstancia.
  • La Generosidad Divina: El deseo de Dios de dar “las riquezas de la eternidad” refuerza Su amor y Su propósito de ayudarnos a alcanzar nuestra herencia divina.

En conclusión, este versículo invita a confiar plenamente en el Señor. Su conocimiento perfecto, poder soberano y disposición a bendecirnos con Sus riquezas eternas son motivos para vivir con fe, gratitud y esperanza en Su plan divino.


3. La Razón del Temor y la Falta de Fe


Versículo 3: “Os esforzasteis en creer que recibiríais la bendición que se os había ofrecido; mas he aquí, de cierto os digo que existían temores en vuestros corazones, y en verdad, esta es la razón por la que no la recibisteis.”
Aquí, el Señor revela una verdad profunda: el temor y la falta de fe pueden impedir que recibamos Sus bendiciones. Este versículo invita a reflexionar sobre nuestras propias dudas y a trabajar en fortalecer nuestra fe para poder acceder a las promesas de Dios.

“Os esforzasteis en creer que recibiríais la bendición que se os había ofrecido”
Creer en las promesas de Dios requiere esfuerzo y fe activa. La fe no es pasiva, sino un proceso que implica acción, esperanza y confianza en las bendiciones prometidas por el Señor.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La fe no es un sentimiento pasivo, sino una fuerza de acción que nos impulsa a buscar, actuar y confiar en el poder de Dios” (General Conference, abril de 2021).
Aunque los élderes hicieron esfuerzos por creer, este esfuerzo debe ir acompañado de una confianza total en el Señor, sin dudas ni reservas.

“Mas he aquí, de cierto os digo que existían temores en vuestros corazones”
El temor es un impedimento para la fe. Donde hay temor, la confianza en Dios disminuye, y esto puede bloquear las bendiciones que Él desea darnos. El temor y la fe no pueden coexistir plenamente.
El élder Dieter F. Uchtdorf enseñó: “El miedo rara vez tiene el poder de edificar o inspirar. La fe, por otro lado, abre la puerta a la esperanza, el coraje y la confianza en el amor perfecto de Dios” (General Conference, octubre de 2009).
Este versículo nos invita a examinar nuestras propias vidas: ¿permitimos que el temor nos impida recibir las bendiciones que el Señor ha preparado para nosotros?

“Y en verdad, esta es la razón por la que no la recibisteis”
Dios desea bendecir a Sus hijos, pero esas bendiciones están condicionadas a nuestra fe, confianza y disposición a aceptar Su voluntad. Las bendiciones prometidas no se reciben automáticamente; dependen de nuestra preparación espiritual.
El presidente Boyd K. Packer enseñó: “La fe precede al milagro. La confianza en el Señor nos abre las puertas a las bendiciones que Él ya tiene preparadas para nosotros, pero que no podemos recibir si dudamos o tememos” (Teachings of Boyd K. Packer, 2009).
El Señor no retiene Sus bendiciones arbitrariamente; más bien, nuestras propias limitaciones espirituales pueden ser un obstáculo para recibirlas.

Este versículo enseña verdades profundas sobre la relación entre la fe y las bendiciones de Dios:

  • La Fe Activa: La fe requiere esfuerzo consciente y acción decidida. No basta con simplemente esperar las bendiciones; debemos demostrar nuestra fe a través de actos de obediencia y confianza.
  • El Temor como Obstáculo: El temor y la duda son enemigos de la fe. Cuando permitimos que el temor entre en nuestro corazón, nuestra confianza en las promesas de Dios se debilita, impidiendo que recibamos plenamente Sus bendiciones.
  • La Preparación Espiritual: Dios desea darnos Sus bendiciones, pero debemos estar espiritualmente preparados para recibirlas. Esto incluye superar nuestros temores y confiar plenamente en Él.

En conclusión, este versículo nos invita a reflexionar sobre nuestras propias creencias y emociones. Si identificamos temores o dudas en nuestro corazón, podemos trabajar para reemplazarlos con fe, confianza y esperanza en el Señor. Al hacerlo, abrimos la puerta para recibir las bendiciones prometidas y experimentar la plenitud de Su amor y poder en nuestras vidas.


4. Testimonio de las Revelaciones


Versículo 4: “Y ahora yo, el Señor, os doy un testimonio de la verdad de estos mandamientos que se hallan delante de vosotros.”
Dios mismo testifica de la verdad de las revelaciones dadas a José Smith. Este versículo destaca la naturaleza divina de las Escrituras y la importancia de aceptarlas como provenientes del Señor, incluso si a veces no comprendemos plenamente su lenguaje o contenido.

“Y ahora yo, el Señor, os doy un testimonio”
El Señor mismo testifica de la verdad de Sus palabras y mandamientos. Esto demuestra que las revelaciones son divinas y no producto del razonamiento humano. Cuando Dios da testimonio, su origen es perfecto, inmutable y autoritativo.
El élder Jeffrey R. Holland dijo: “La voz del Señor es clara y Su testimonio es seguro. Él nos da un fundamento firme en Su palabra para que podamos confiar plenamente en Su guía” (General Conference, octubre de 2009).
El testimonio divino es la mayor confirmación de que las palabras dadas a través de Sus profetas son verdaderas y dignas de nuestra obediencia.

“De la verdad de estos mandamientos”
Los mandamientos no son simples reglas; son principios divinamente diseñados para guiarnos hacia la salvación y la felicidad eterna. Su verdad está arraigada en la naturaleza y voluntad de Dios.
El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “Los mandamientos de Dios son verdaderos y universales. Aunque las circunstancias de nuestras vidas puedan cambiar, las verdades y principios que el Señor ha establecido son eternos y no varían” (General Conference, abril de 1999).
Los mandamientos, al ser declarados verdaderos por Dios mismo, llevan una autoridad que exige nuestra fe y acción.

“Que se hallan delante de vosotros”
El acceso a los mandamientos y revelaciones nos coloca en una posición de responsabilidad. Tenerlos “delante de nosotros” implica que no solo somos receptores pasivos, sino que debemos actuar con fe y obediencia para honrar el conocimiento recibido.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El acceso a la palabra de Dios, ya sea en las Escrituras o por revelación moderna, nos da la responsabilidad sagrada de aplicarla en nuestra vida diaria” (General Conference, octubre de 2017).
Tener los mandamientos a nuestra disposición es un recordatorio de que debemos usarlos como guía para nuestras decisiones y acciones.

Este versículo resalta varias doctrinas clave:

  • El Testimonio Divino: El Señor confirma personalmente la verdad de los mandamientos, dejando claro que provienen de una fuente divina y no humana. Esto nos anima a aceptarlos con plena confianza.
  • La Naturaleza Eterna de los Mandamientos: Dios establece los mandamientos como principios eternos y verdaderos. Son herramientas para nuestra exaltación y reflejan Su amor y sabiduría.
  • La Responsabilidad del Conocimiento: Tener acceso a los mandamientos significa que debemos actuar en conformidad con ellos. Esto incluye no solo obedecer, sino también compartir y enseñar estas verdades.

El hecho de que el Señor testifique de Sus mandamientos muestra Su deseo de que confiemos en Su palabra y la utilicemos para transformar nuestras vidas. Este versículo nos recuerda que las revelaciones son un regalo sagrado, un faro que ilumina nuestro camino hacia la vida eterna. Al aceptar y vivir los mandamientos con fe, demostramos nuestro amor y lealtad a Dios.


5. El Desafío del Señor


Versículo 7: “Y si hay entre vosotros alguien que pueda hacer uno semejante, entonces sois justificados al decir que no sabéis que son verdaderos.”
Este desafío subraya que las revelaciones no pueden ser igualadas por sabiduría humana. Es un recordatorio de que el poder y la inspiración divinos trascienden nuestras capacidades terrenales. Este versículo también destaca la humildad necesaria para aceptar lo que viene de Dios.

“Y si hay entre vosotros alguien que pueda hacer uno semejante”
Dios desafía a los hombres a reproducir la sabiduría y la verdad contenida en Sus revelaciones. Esto destaca que las Escrituras y mandamientos no son producto de la mente humana, sino de inspiración divina. La invitación subraya la incapacidad del hombre natural para igualar el poder y la profundidad de la palabra de Dios.
El élder Bruce R. McConkie enseñó: “La revelación es el lenguaje de Dios. No hay sabiduría, poder ni habilidad humana que pueda replicar lo que proviene del Cielo” (A New Witness for the Articles of Faith, 1985).
Esta frase resalta la superioridad divina de las revelaciones y expone la dependencia humana de Dios para comprender verdades eternas.

“Entonces sois justificados al decir que no sabéis que son verdaderos”
El Señor declara que solo aquellos que puedan igualar la revelación divina tienen derecho a dudar de su autenticidad. Al establecer este estándar, el Señor elimina cualquier justificación para la incredulidad, dejando claro que las revelaciones provienen de una fuente perfecta.
El presidente Russell M. Nelson afirmó: “Las palabras de los profetas no son meras opiniones humanas; son una guía inspirada dada por un amoroso Padre Celestial para que sepamos cómo vivir y regresar a Su presencia” (General Conference, abril de 2018).
Esta frase implica que la falta de capacidad para replicar las revelaciones debería conducirnos a aceptarlas como verdaderas en lugar de cuestionarlas.

Este versículo contiene importantes principios doctrinales:

  • La Superioridad de las Revelaciones Divinas:
    Dios demuestra que Sus palabras trascienden la capacidad humana. Las revelaciones no solo son inspiradoras, sino que son evidencia tangible del poder divino.
  • La Responsabilidad de Reconocer la Verdad:
    El Señor establece que no podemos rechazar Sus mandamientos basándonos en nuestra limitada comprensión. Si no podemos replicar la verdad de Sus revelaciones, no tenemos justificación para negar su origen divino.
  • El Llamado a Humillarnos:
    La incapacidad de igualar las palabras de Dios debería inspirarnos a aceptar Su autoridad con humildad y gratitud, reconociendo nuestra dependencia de Él para recibir guía y entendimiento.

El desafío del Señor en este versículo no busca descalificar al hombre, sino demostrar que las revelaciones son un regalo divino que trasciende nuestras limitaciones. Al aceptar la palabra de Dios, no solo reconocemos Su soberanía, sino que también abrimos nuestro corazón a la luz y la sabiduría que provienen de Él. Este versículo nos llama a la fe, la humildad y el reconocimiento del poder supremo de Dios.


6. Promesa de Ver al Señor


Versículo 10: “Y además, de cierto os digo que es vuestro el privilegio, y os hago una promesa a vosotros los que habéis sido ordenados a este ministerio, que si os despojáis de toda envidia y temor, y os humilláis delante de mí, porque no sois suficientemente humildes, el velo se rasgará, y me veréis y sabréis que yo soy.”
Este versículo contiene una promesa extraordinaria: la oportunidad de ver al Señor. Sin embargo, esta bendición requiere humildad, fe y purificación espiritual. Es una invitación a despojarnos de las emociones negativas que nos separan de Dios.

“Y además, de cierto os digo que es vuestro el privilegio”
El Señor enfatiza que recibir revelación y alcanzar una comunión más cercana con Él es un privilegio, no un derecho automático. Este privilegio es otorgado a aquellos que cumplen con los requisitos espirituales necesarios.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “Las bendiciones espirituales que buscamos son un privilegio otorgado por un Padre amoroso, y se reciben al vivir de acuerdo con Sus leyes y principios divinos” (General Conference, abril de 2019).
El Señor subraya que Sus siervos tienen la oportunidad única de acercarse a Él a través de la fe y la obediencia.

“Y os hago una promesa a vosotros los que habéis sido ordenados a este ministerio”
Dios asegura a Sus siervos que Su palabra es verdadera y que ellos recibirán las bendiciones prometidas si cumplen con Su voluntad. La ordenación al ministerio conlleva no solo responsabilidades, sino también privilegios espirituales.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “La ordenación al sacerdocio es un llamado sagrado. Conlleva bendiciones eternas, pero también la expectativa de que vivamos dignamente para recibirlas” (General Conference, octubre de 1992).
Esta frase resalta que los llamados al ministerio tienen acceso a bendiciones especiales cuando cumplen con su comisión divina.

“Que si os despojáis de toda envidia y temor, y os humilláis delante de mí”
El Señor establece condiciones claras para acceder a bendiciones espirituales más elevadas: eliminar la envidia y el temor, y practicar la humildad. Estas emociones y actitudes son barreras espirituales que nos separan de Dios.
El élder Dieter F. Uchtdorf dijo: “La humildad genuina abre las puertas al poder de Dios en nuestras vidas. Cuando dejamos atrás el temor y el orgullo, nos volvemos más receptivos a Sus bendiciones” (General Conference, abril de 2010).
El despojarse de la envidia y el temor permite que el Espíritu actúe más plenamente en nuestra vida y fortalezca nuestra relación con el Señor.

“Porque no sois suficientemente humildes, el velo se rasgará, y me veréis y sabréis que yo soy”
La promesa de ver a Dios y conocerlo personalmente depende de alcanzar un nivel de humildad, pureza y preparación espiritual. Este es un objetivo elevado, pero alcanzable con esfuerzo y fe.
El presidente Lorenzo Snow enseñó: “Es nuestro privilegio como hijos de Dios progresar espiritualmente al punto de llegar a conocerlo personalmente y sentir Su amor de manera directa” (Teachings of Lorenzo Snow, 2002).
La frase “el velo se rasgará” simboliza la revelación directa de la presencia de Dios, reservada para aquellos que han logrado un nivel de preparación espiritual excepcional.

Este versículo enseña doctrinas profundas sobre la preparación espiritual, el privilegio del ministerio y las promesas divinas:

  • El Privilegio del Conocimiento Espiritual:
    La oportunidad de conocer a Dios personalmente es un privilegio reservado a quienes están dispuestos a cumplir con Sus requisitos.
  • Las Condiciones para las Bendiciones:
    Eliminar la envidia, superar el temor y practicar la humildad son fundamentales para recibir revelaciones superiores y tener una comunión más cercana con Dios.
  • La Promesa del Señor:
    El Señor garantiza que quienes se preparen espiritualmente podrán experimentar Su presencia. Esta promesa es un recordatorio del amor de Dios y Su deseo de que Sus hijos progresen hacia Su luz.

Este versículo es un llamado a alcanzar una mayor santidad. Nos recuerda que nuestra preparación espiritual y nuestro esfuerzo para despojarnos de actitudes negativas son esenciales para recibir las bendiciones más sagradas. La invitación del Señor es clara: vivir con humildad, fe y obediencia nos permite experimentar Su amor y presencia en formas más profundas y transformadoras.


7. La Condición para Estar en la Presencia de Dios


Versículo 11: “Porque ningún hombre en la carne ha visto a Dios jamás, a menos que haya sido vivificado por el Espíritu de Dios.”
Este versículo establece una verdad espiritual fundamental: la santidad y la presencia de Dios solo pueden ser soportadas por quienes han sido purificados por Su Espíritu. Es una enseñanza sobre la naturaleza divina de Dios y la necesidad de preparación espiritual para acercarnos a Él.

“Porque ningún hombre en la carne ha visto a Dios jamás”
La naturaleza mortal y caída del hombre no le permite soportar la gloria y presencia directa de Dios. Solo aquellos que han sido preparados espiritualmente pueden tener este privilegio. Esta declaración subraya la santidad y majestuosidad de Dios, cuya presencia requiere pureza y preparación.
El presidente Joseph Fielding Smith explicó: “Nuestra condición terrenal es incompatible con la plenitud de la gloria de Dios. No es por falta de deseo de Su parte, sino por nuestra propia incapacidad para soportar Su presencia sin preparación espiritual” (Doctrines of Salvation, vol. 1, 1954).
Esta frase enseña que la separación entre Dios y el hombre no es una barrera permanente, sino una condición temporal hasta que se logre la exaltación.

“A menos que haya sido vivificado por el Espíritu de Dios”
El Espíritu de Dios tiene el poder de transformar y preparar al hombre para estar en la presencia divina. Este proceso, llamado “vivificación”, eleva al individuo más allá de su estado mortal, permitiéndole soportar la gloria de Dios.
El presidente Lorenzo Snow enseñó: “Por medio del poder del Espíritu Santo, el hombre puede ser transformado para llegar a estar en armonía con el Dios eterno. Este poder es lo que nos habilita para ver Su rostro y comprender Su grandeza” (Teachings of Lorenzo Snow, 2002).
La vivificación no solo es un cambio físico, sino también un refinamiento espiritual que permite una comunión más profunda con Dios.

Este versículo contiene importantes principios doctrinales:

  • La Santidad de Dios: Dios es santo y perfecto. Su gloria es tal que los mortales, en su estado natural, no pueden soportar Su presencia. Esto subraya la grandeza de Su naturaleza divina y la necesidad de preparación para acercarse a Él.
  • El Papel del Espíritu Santo: El Espíritu Santo es el agente divino que prepara al hombre para recibir la presencia de Dios. A través de este poder, el hombre puede trascender las limitaciones de la mortalidad y experimentar la gloria divina.
  • La Promesa de la Exaltación: Aunque ningún hombre mortal puede ver a Dios sin preparación, este versículo también implica que, mediante la vivificación del Espíritu, es posible alcanzar ese privilegio. Esto apunta al objetivo eterno de llegar a ser como Dios y estar en Su presencia.

Este versículo es un recordatorio de que el camino hacia la presencia de Dios requiere preparación, pureza y la intervención del Espíritu Santo. Es una invitación a buscar una transformación espiritual que nos permita acercarnos más a nuestro Padre Celestial. Nos motiva a vivir de tal manera que podamos ser dignos de las experiencias espirituales más sagradas y del conocimiento personal de Dios.


8. La Paciencia en el Proceso de Perfección


Versículo 13: “No podéis aguantar ahora la presencia de Dios, ni la ministración de ángeles; por consiguiente, continuad con paciencia hasta perfeccionaros.”
Aquí, el Señor enseña que la perfección espiritual es un proceso gradual. Este versículo anima a tener paciencia con uno mismo y con los demás mientras buscamos alcanzar un mayor nivel de santidad y preparación espiritual.

“No podéis aguantar ahora la presencia de Dios”
El estado actual del hombre, como ser mortal y caído, lo incapacita para soportar la plenitud de la gloria de Dios. Este versículo destaca la incompatibilidad entre la condición humana natural y la pureza divina, a menos que haya una preparación espiritual.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “El plan de redención nos lleva paso a paso a través de un proceso de refinamiento y santificación para que podamos llegar a soportar la gloria de Dios y morar con Él eternamente” (General Conference, abril de 2019).
Esto subraya la necesidad de transformación espiritual antes de poder experimentar la plenitud de la presencia divina.

“Ni la ministración de ángeles”
Los ángeles ministran en nombre de Dios, pero su pureza y poder celestial requieren que aquellos que reciben su ministración estén espiritualmente preparados. Sin esta preparación, la presencia de seres celestiales puede ser abrumadora para los mortales.
El presidente Joseph F. Smith declaró: “Dios envía a Sus ángeles para instruirnos y fortalecernos, pero debemos estar espiritualmente sintonizados y dignos de tales manifestaciones. Esto requiere esfuerzo constante y un corazón puro” (Teachings of Presidents of the Church: Joseph F. Smith, 1998).
La ministración de ángeles es una manifestación del amor divino, pero también depende de la disposición y preparación espiritual del receptor.

“Por consiguiente, continuad con paciencia hasta perfeccionaros”
El perfeccionamiento es un proceso gradual que requiere paciencia, fe y perseverancia. Dios nos llama a trabajar diligentemente en nuestra propia transformación espiritual, reconociendo que este proceso llevará tiempo.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La perfección no se alcanza de inmediato; es un proceso continuo que requiere paciencia y esfuerzo constante mientras confiamos en el poder redentor del Salvador” (General Conference, abril de 1995).
La paciencia es clave para aceptar nuestras limitaciones actuales y seguir avanzando hacia una mayor pureza y santidad.

Este versículo presenta principios fundamentales sobre nuestra preparación espiritual:

  • La Incompatibilidad Actual con la Gloria de Dios: El hombre, en su estado mortal, no puede soportar la plenitud de la presencia de Dios ni la ministración de ángeles sin un cambio espiritual significativo.
  • El Proceso de Perfección: La perfección no es instantánea. Es un viaje continuo que implica un crecimiento progresivo y la ayuda divina a lo largo del camino.
  • La Necesidad de Paciencia: Dios nos insta a continuar con paciencia mientras trabajamos para alcanzar el estado de pureza y santidad necesario para estar en Su presencia.

Este versículo es un recordatorio esperanzador de que, aunque aún no estamos completamente preparados para experimentar la gloria de Dios, estamos en un proceso de perfección. Al ejercer paciencia y fe, y al depender de la gracia de Cristo, podemos progresar hacia un estado en el que podamos soportar Su presencia y recibir Sus bendiciones más elevadas. Este llamado a la paciencia también nos anima a ser amables con nosotros mismos mientras avanzamos en el camino de la exaltación.


Nota: “Si tienes un versículo en particular sobre el que deseas profundizar, házmelo saber y con gusto te proporcionaré más información al respecto.”  En Deja un comentario


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