Doctrina y Convenios Sección 68

Doctrina y Convenios
Sección 68


Contexto Histórico

Era el 1 de noviembre de 1831, un día frío en el pequeño pueblo de Hiram, Ohio. En una casa modesta, un grupo de hombres de fe se había reunido en oración y consejo bajo la dirección del profeta José Smith. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días apenas comenzaba a establecerse, y cada paso en este proceso era guiado por revelación divina. Los desafíos eran grandes, pero la fe y el deseo de servir del grupo eran aún mayores.

Entre los reunidos se encontraban Orson Hyde, Luke S. Johnson, Lyman E. Johnson y William E. McLellin, hombres jóvenes llamados a servir como élderes en la Iglesia. Estos hombres, aunque llenos de entusiasmo, buscaban guía y confirmación sobre su papel en la obra del Señor. ¿Qué esperaba el Señor de ellos? ¿Cómo debían cumplir con la misión que se les había confiado? Con corazones humildes, pidieron al profeta que buscara la voluntad del Señor en su favor.

José Smith, como había hecho en tantas ocasiones antes, se retiró en oración. Pronto, la voz del Señor se manifestó, trayendo palabras claras y poderosas, no solo para los cuatro hombres, sino para toda la Iglesia. Las palabras que el profeta compartió resonaron profundamente:

“Hablaréis conforme os inspire el Espíritu Santo, y lo que habléis será Escritura, será la palabra del Señor, la voz del Señor y el poder de Dios para salvación”.

El Señor les aseguró que no estarían solos en su labor. “Sed de buen ánimo, y no temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé”, les dijo, fortaleciendo sus corazones y preparándolos para los desafíos que enfrentarían al proclamar el evangelio por el mundo.

En la revelación, el Señor no solo les dio instrucciones sobre su misión de predicar y bautizar, sino que también dejó establecido un principio crucial: que los élderes, cuando hablan por el poder del Espíritu, comunican Su voluntad. Este principio sería un faro para todos aquellos llamados a servir en Su nombre.

Pero la revelación no terminó ahí. El Señor también habló sobre otros temas fundamentales para la Iglesia. Se explicó cómo debía organizarse el obispado, destacando que, aunque el primogénito de los descendientes de Aarón tenía derecho legal al oficio de obispo, un sumo sacerdote del Sacerdocio de Melquisedec podía servir en este rol si era llamado por la Primera Presidencia. Esta instrucción aseguraba el orden y la autoridad en la administración de la Iglesia.

Además, el Señor dirigió su atención a los padres, recordándoles la solemne responsabilidad de enseñar a sus hijos los principios del evangelio. “Si no les enseñan a comprender la doctrina del arrepentimiento, la fe en Cristo, el bautismo y el don del Espíritu Santo, el pecado será sobre la cabeza de los padres”, advirtió, subrayando la importancia de la enseñanza en el hogar y la preparación espiritual de las nuevas generaciones.

La revelación también llamó a los Santos a ser diligentes en sus labores y a observar el día del Señor. El ocio y la avaricia fueron reprendidos como impedimentos para el progreso espiritual, y se alentó a los miembros a buscar las riquezas de la eternidad en lugar de las del mundo.

Cuando José Smith terminó de recibir y compartir las palabras del Señor, los hombres presentes sintieron un renovado compromiso con sus llamamientos y responsabilidades. Sabían que estas palabras no eran solo para ellos, sino para toda la Iglesia. La revelación sería más tarde incluida en el libro de Doctrina y Convenios, donde continuaría guiando y edificando a los Santos en generaciones venideras.

Ese día, en Hiram, Ohio, no solo se respondió la súplica de cuatro élderes, sino que se sentaron fundamentos importantes para la organización y el funcionamiento de la Iglesia del Señor. Fue un recordatorio poderoso de que Dios estaba con ellos, guiando cada paso en la restauración de Su evangelio.

La Sección 68 ofrece principios fundamentales para la administración, la enseñanza, la predicación y la vida familiar dentro de la Iglesia. Sus versículos destacan la importancia de la revelación continua, la obediencia y el compromiso espiritual tanto en la esfera personal como colectiva.


1. La Palabra Inspirada como Escritura

Versículo 4: “Y lo que hablen cuando sean inspirados por el Espíritu Santo será Escritura, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para salvación.”
Este versículo resalta el principio de que las palabras de los líderes y maestros, cuando están bajo la influencia del Espíritu Santo, tienen el mismo peso que la Escritura. Esto establece la importancia de buscar inspiración divina en la enseñanza y predicación, y refuerza la confianza de los miembros en sus líderes como instrumentos del Señor.

“Y lo que hablen cuando sean inspirados por el Espíritu Santo”
Esta frase establece que el poder del Espíritu Santo es el principio rector en la comunicación de la voluntad divina. Hablar bajo la influencia del Espíritu no es simplemente un acto humano, sino una manifestación de la inspiración divina.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El Espíritu Santo es el gran revelador, el testificador de la verdad. A través de su influencia, la verdad de todas las cosas puede ser confirmada en nuestras mentes y corazones”. (Ene. 1997, Liahona).
Esto implica que cualquier líder o miembro de la Iglesia que busque hablar bajo esta influencia debe prepararse espiritualmente, vivir dignamente y orar fervientemente para invitar la guía del Espíritu.

“Será Escritura”
La declaración de que las palabras inspiradas por el Espíritu Santo son Escritura establece un principio clave en la doctrina de la revelación continua. Las Escrituras no están limitadas a textos antiguos; las palabras inspiradas de los líderes de la Iglesia también se consideran Escritura en su contexto apropiado.
El presidente J. Reuben Clark dijo: “Lo que dicen los profetas vivos bajo la dirección del Espíritu Santo, eso es Escritura. La palabra del Señor es viva, continua y relevante para nuestros días” (“When Are the Writings or Sermons of Church Leaders Entitled to the Claim of Scripture?”, Church News, July 31, 1954).
Esto nos recuerda que la revelación viva es una parte esencial del evangelio restaurado.

“Será la voluntad del Señor”
Esta frase asegura que las palabras pronunciadas por los líderes inspirados reflejan los deseos y planes divinos. Hablar bajo la influencia del Espíritu Santo no es solo compartir pensamientos personales; es transmitir lo que el Señor quiere que Su pueblo escuche y haga.
El élder D. Todd Christofferson afirmó: “La revelación personal y la revelación profética son un vínculo entre nosotros y Dios, que nos permite conocer Su voluntad y actuar en conformidad con ella” (Conferencia General, abril 2012).
Esto subraya la importancia de confiar en los líderes inspirados para guiarnos en los propósitos de Dios.

“Será la intención del Señor”
La intención del Señor implica el propósito detrás de Su mensaje. Cada revelación tiene un objetivo divino específico, ya sea consolar, corregir, instruir o preparar a Su pueblo para eventos futuros.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Señor siempre nos habla con intención. Sus palabras son claras, específicas y destinadas a bendecirnos. Nuestro trabajo es discernir esas intenciones y actuar con fe” (Conferencia General, octubre 2018).
Esto resalta la necesidad de estudiar y aplicar las palabras inspiradas en nuestra vida diaria.

“Será la palabra del Señor”
Esta frase refuerza que las palabras inspiradas no son simplemente pensamientos humanos; llevan la autoridad y el poder del Señor mismo. Esto otorga un peso especial a los mensajes proféticos y apostólicos.
El presidente Joseph Fielding Smith explicó: “Cuando los profetas hablan bajo la dirección del Espíritu, sus palabras son tan válidas como si el Señor mismo las pronunciara” (Doctrina de Salvación, tomo 1, pág. 186).
Este principio es fundamental para entender la autoridad de las palabras de los profetas y líderes de la Iglesia.

“Será la voz del Señor y el poder de Dios para salvación”
El poder de Dios para salvación enfatiza que las palabras inspiradas no solo son informativas, sino transformadoras. Estas palabras tienen el poder de cambiar corazones, fortalecer la fe y llevar a las personas hacia la exaltación.
El élder Jeffrey R. Holland testificó: “La palabra del Señor, cuando es entregada por Sus siervos inspirados, tiene un poder inherente para salvar almas y cambiar vidas. Es un mensaje de esperanza y redención” (Conferencia General, octubre 2008).
Esto subraya la importancia de escuchar y actuar sobre las palabras inspiradas.

El versículo Doctrina y Convenios 68:4 encapsula principios fundamentales de la revelación y la autoridad divina en la Iglesia. Nos recuerda que la palabra de Dios no está confinada a los escritos de la antigüedad, sino que continúa fluyendo a través de los líderes inspirados hoy. Además, subraya que la palabra del Señor es viva, poderosa y destinada a guiarnos hacia la salvación.

Para los miembros de la Iglesia, este versículo refuerza la confianza en las Escrituras y en las palabras de los líderes actuales, animándonos a buscar y reconocer la inspiración del Espíritu en nuestras vidas. Nos invita a escuchar con fe y a actuar con valentía en los mandamientos y enseñanzas que recibimos de Dios a través de Sus siervos.


2. Ánimo para los Élderes en su Ministerio


Versículo 6: “Sed de buen ánimo, pues, y no temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé; y testificaréis de mí, sí, Jesucristo, que soy el Hijo del Dios viviente; que fui, que soy y que he de venir.”
Aquí el Señor ofrece consuelo y fortaleza a los élderes que enfrentan la tarea de predicar el evangelio. Es un recordatorio de que no están solos en su obra; el Señor está con ellos y les promete protección. Este versículo también enfatiza la misión de testificar de Jesucristo como el Salvador.

“Sed de buen ánimo, pues, y no temáis”
Esta frase es una invitación directa a confiar plenamente en el Señor. El mandato de tener “buen ánimo” es un recordatorio de que, en medio de las pruebas y desafíos, la fe y la confianza en Dios traen paz y fortaleza. La ausencia de temor viene de saber que Dios está al mando.
El presidente Thomas S. Monson declaró: “El valor de tener buen ánimo nos permite enfrentarnos a las incertidumbres de la vida con confianza en que el Señor nos guiará y protegerá” (Conferencia General, octubre 2009).
Cuando ponemos nuestra confianza en el Señor, nuestras ansiedades disminuyen, y nos sentimos fortalecidos para enfrentar las dificultades con esperanza.

“Porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé”
Aquí se reafirma una promesa fundamental: la constante presencia y protección del Señor para aquellos que le sirven fielmente. Este principio es un eco de muchas Escrituras que aseguran la cercanía del Señor con Su pueblo, como Isaías 41:10: “No temas, porque yo estoy contigo.”
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “Cuando enfrentemos nuestras pruebas, recordemos que no estamos solos. El Señor nunca nos abandonará; Su promesa de estar con nosotros es eterna y segura” (Conferencia General, octubre 2006).
Esta declaración da esperanza a los miembros de la Iglesia, recordándoles que el Señor es su refugio y fortaleza en todo momento.

“Y testificaréis de mí, sí, Jesucristo, que soy el Hijo del Dios viviente”
El propósito principal de los élderes y discípulos es dar testimonio de Cristo. Este testimonio no es solo verbal, sino que también se demuestra a través de la vida y las acciones de quienes le siguen. El título “Hijo del Dios viviente” enfatiza la naturaleza divina y la misión redentora de Jesucristo.
El presidente Russell M. Nelson afirmó: “La invitación a testificar de Cristo no se limita a las palabras; incluye nuestras acciones diarias que reflejan nuestra fe en Él” (Conferencia General, abril 2017).
Al testificar de Cristo, no solo fortalecemos nuestra fe, sino que también llevamos luz y esperanza a los demás.

“Que fui, que soy y que he de venir”
Esta declaración subraya la naturaleza eterna de Jesucristo. Él es el mismo en el pasado, el presente y el futuro, lo que confirma Su divinidad y Su papel constante como Redentor y Rey. También señala Su segunda venida, un evento central en la esperanza cristiana.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “Cristo es la constante divina en un mundo de incertidumbres. Su misión abarca toda la eternidad, y Su amor y poder nunca cambian” (Conferencia General, octubre 1981).
La promesa de Su regreso es un recordatorio de que la obra del Señor continúa y se cumplirá en Su tiempo.

Este versículo de Doctrina y Convenios 68:6 es una poderosa declaración de consuelo, propósito y esperanza. Nos llama a enfrentar la vida con ánimo y valentía, confiando en que el Señor está siempre a nuestro lado. También nos recuerda que nuestra misión principal como discípulos es testificar de Cristo, el Hijo del Dios viviente, cuya influencia abarca la eternidad.

Para los miembros de la Iglesia, estas palabras fortalecen la fe en medio de las pruebas, brindan confianza en la protección divina y motivan a compartir el evangelio con valentía. Este versículo invita a recordar que Cristo no solo fue y es, sino que vendrá nuevamente, trayendo consigo el cumplimiento de las promesas eternas de redención y gloria.


3. El Mandato de Predicar el Evangelio


Versículo 8: “Id por todo el mundo, predicad el evangelio a toda criatura, obrando mediante la autoridad que os he dado, bautizando en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”
Este versículo es una comisión directa a los élderes, que refleja el mandato de Cristo a Sus apóstoles en el Nuevo Testamento. Destaca la importancia del Sacerdocio y su autoridad en la obra de salvación, así como el alcance universal de la predicación del evangelio.

“Id por todo el mundo”
Este mandato universal refleja el carácter global del evangelio de Jesucristo. La obra de predicar el evangelio no está limitada a una nación o pueblo específico, sino que abarca a toda la humanidad. Esta frase es un eco del mandato del Salvador en Mateo 28:19, conocido como la Gran Comisión.
El élder David A. Bednar enseñó: “El Señor nos llama a salir de nuestra comodidad, extender nuestras manos y llevar Su mensaje de salvación a todos los hijos de Dios, dondequiera que estén” (Conferencia General, octubre 2008).
Esto subraya que el llamado a llevar el evangelio es tanto un deber como un privilegio sagrado para todos los miembros.

“Predicad el evangelio a toda criatura”
El evangelio es universal y está destinado a todos los hijos de Dios, independientemente de su origen, condición o circunstancia. Predicar “a toda criatura” significa no excluir a nadie, ya que cada persona es preciada a los ojos de Dios.
El presidente Spencer W. Kimball declaró: “Cada alma tiene un valor infinito. La obra misional es una obra de amor, ya que busca llevar el mensaje de redención a cada individuo” (Conferencia General, octubre 1974).
Esto refuerza la idea de que el evangelio debe compartirse con amor y respeto hacia todos.

“Obrando mediante la autoridad que os he dado”
Este versículo subraya que la predicación del evangelio y las ordenanzas del bautismo deben realizarse bajo la autoridad del Sacerdocio de Dios. Sin esta autoridad, los actos religiosos no tienen validez ante el Señor.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “La autoridad divina confiere poder para actuar en el nombre del Señor. Es esencial que aquellos que llevan Su mensaje lo hagan con Su autoridad” (Conferencia General, abril 1982).
Esto enfatiza la importancia del Sacerdocio en la obra de salvación y la necesidad de actuar bajo su dirección.

“Bautizando en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”
El bautismo es la puerta de entrada al evangelio y una ordenanza esencial para la salvación. Este mandato específico, mencionado también en Mateo 28:19, refleja la doctrina de la Trinidad y el papel que cada miembro de la Deidad desempeña en el plan de redención.
El élder Robert D. Hales explicó: “El bautismo es el primer paso hacia la vida eterna. Es un convenio sagrado que hacemos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo para seguir a Cristo y guardar Sus mandamientos” (Conferencia General, abril 2013).
La mención de cada miembro de la Trinidad subraya la naturaleza sagrada y divina del bautismo.

Este versículo, tomado de Doctrina y Convenios 68:8, encapsula el propósito misional y el modelo de predicación del evangelio en la Iglesia. Resalta que la obra misional es global, inclusiva y debe realizarse bajo la autoridad del sacerdocio. Además, establece que el bautismo es una ordenanza clave para entrar en el camino del convenio.

El mandato “Id por todo el mundo” no solo se aplica a los misioneros de tiempo completo, sino a todos los miembros que, al compartir sus testimonios y ejemplos de fe, participan en la obra misional. Este versículo nos recuerda que predicar el evangelio es un acto de amor que invita a todos a entrar en el camino que lleva a la salvación y la exaltación.


4. La Organización del Obispado


Versículo 15: “Por consiguiente, han de ser sumos sacerdotes dignos, y serán nombrados por la Primera Presidencia del Sacerdocio de Melquisedec, a menos que sean descendientes literales de Aarón.”
Este versículo establece las cualificaciones para servir como obispo en la Iglesia. Subraya el equilibrio entre el linaje literal y el llamado por revelación. Esta organización asegura que el liderazgo de la Iglesia funcione dentro de la autoridad del sacerdocio.

“Por consiguiente, han de ser sumos sacerdotes dignos”
Esta frase subraya la importancia de la dignidad personal como requisito para ejercer el sacerdocio, especialmente en el oficio de obispo. La dignidad implica estar espiritualmente preparado, obediente a los mandamientos y fiel a los convenios. Este estándar asegura que quienes sirven en estos roles sean instrumentos puros en las manos del Señor.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El sacerdocio es el poder y la autoridad de Dios delegada al hombre. Aquellos que portan este poder deben vivir de manera que su vida refleje santidad y pureza” (Conferencia General, abril 2016).
Esto resalta que la dignidad no es opcional, sino esencial para ejercer las llaves y funciones del sacerdocio de manera aceptable ante el Señor.

“Y serán nombrados por la Primera Presidencia del Sacerdocio de Melquisedec”
El nombramiento de los obispos por la Primera Presidencia asegura que este proceso esté guiado por la revelación divina y el orden inspirado. Este principio refleja que el Señor, a través de Sus profetas, está a cargo de la organización y administración de Su Iglesia.
El presidente Boyd K. Packer declaró: “El orden en la Iglesia está diseñado para garantizar que el Señor guíe Su obra a través de revelaciones a Sus siervos ordenados” (Conferencia General, abril 1993).
Esto demuestra que el liderazgo en la Iglesia no es casual ni arbitrario, sino una manifestación de la voluntad divina.

“A menos que sean descendientes literales de Aarón”
Esta frase introduce una excepción basada en el linaje literal de Aarón, un principio establecido en el Antiguo Testamento (Éxodo 28:1). Los descendientes directos del hermano de Moisés tienen un derecho hereditario al oficio de obispo dentro del Sacerdocio Aarónico, pero este derecho debe ser reconocido y autorizado por la Primera Presidencia.
El élder Bruce R. McConkie explicó: “En la dispensación actual, aunque el linaje de Aarón puede conferir derecho hereditario al obispado, la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec sigue siendo esencial para administrar en los asuntos del reino de Dios” (Mormon Doctrine, pág. 102).
Esto subraya la continuidad entre las dispensaciones anteriores y la actual, y cómo los principios del linaje y la autoridad se combinan en la Iglesia restaurada.

El versículo Doctrina y Convenios 68:15 refleja la organización y la autoridad divinas en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Establece que el oficio de obispo, un papel crucial en la administración del reino de Dios, requiere dignidad espiritual y un llamado inspirado. También reconoce el derecho especial de los descendientes de Aarón, pero siempre bajo la dirección de la Primera Presidencia, asegurando que todo se haga conforme al orden del Señor.

Este pasaje enseña que la dignidad, la revelación y la autoridad son elementos esenciales en el servicio dentro del sacerdocio. También nos recuerda que, aunque Dios puede otorgar derechos específicos por linaje, todos los llamamientos en Su reino deben ser autorizados por revelación, manteniendo el orden divino. Esto inspira confianza en que la Iglesia es dirigida por Dios a través de líderes inspirados.


5. Responsabilidad de los Padres


Versículo 25: “Y además, si hay padres que tengan hijos en Sion o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres.”
Este versículo enfatiza la solemne responsabilidad de los padres de enseñar el evangelio a sus hijos. Establece un estándar claro para la preparación espiritual de los niños, subrayando que esta enseñanza comienza en el hogar y es esencial para el crecimiento espiritual de la próxima generación.

“Y además, si hay padres que tengan hijos en Sion o en cualquiera de sus estacas organizadas”
Esta frase establece una responsabilidad específica para los padres dentro de la comunidad del convenio, no limitada a la tierra de Sión literal, sino aplicable en todas las áreas organizadas de la Iglesia. Indica que la enseñanza del evangelio comienza en el hogar, bajo la dirección de los padres.
El presidente Boyd K. Packer enseñó: “El hogar es la organización más importante en el tiempo y la eternidad. Es ahí donde los hijos deben aprender los principios del evangelio” (Conferencia General, abril 1995).
Esto subraya la importancia del hogar como el primer y más importante centro de aprendizaje espiritual.

“Y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente”
La enseñanza de principios fundamentales como el arrepentimiento y la fe en Cristo es una responsabilidad primaria de los padres. Estos conceptos no son opcionales; son esenciales para que los niños desarrollen una base sólida en el evangelio.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “El arrepentimiento y la fe son principios salvadores que deben ser enseñados claramente, especialmente a los niños, para que puedan aprender a volver a Dios” (Conferencia General, octubre 2019).
Esto indica que la enseñanza debe ser comprensible y adaptada a las necesidades de los hijos.

“Del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos”
El bautismo y la confirmación son ordenanzas esenciales para la salvación. Este pasaje subraya que los padres tienen la responsabilidad de preparar a sus hijos para estas ordenanzas y enseñarles su significado y propósito.
El élder Robert D. Hales explicó: “Los padres deben enseñar a sus hijos sobre las ordenanzas del evangelio para que comprendan la importancia de los convenios que hacen con Dios” (Conferencia General, abril 2004).
Esto destaca la necesidad de preparar a los niños espiritualmente para que entren en el camino del convenio.

“Al llegar a la edad de ocho años”
La edad de ocho años marca el comienzo de la responsabilidad individual en el evangelio, como se establece en Doctrina y Convenios 68:27. Esta enseñanza refuerza que los niños pueden comenzar a tomar decisiones morales y espirituales significativas a esta edad.
El élder Dallin H. Oaks enseñó: “La edad de ocho años es cuando los niños comienzan a tener la capacidad de entender y tomar responsabilidad por sus acciones en un nivel espiritual” (Conferencia General, octubre 2003).
Los padres deben asegurarse de que sus hijos estén preparados para este hito espiritual.

“El pecado será sobre la cabeza de los padres”
Esta advertencia indica que los padres son responsables de enseñar a sus hijos las verdades del evangelio. Si no lo hacen, ellos mismos serán responsables ante el Señor por esa negligencia. Sin embargo, los padres no son responsables de las decisiones de los hijos una vez que han cumplido con su deber de enseñar.
El élder David A. Bednar afirmó: “Los padres tienen el deber sagrado de enseñar a sus hijos. Si no cumplen con este deber, las consecuencias espirituales recaerán sobre ellos, pero los hijos aún tienen el albedrío para decidir su camino” (Conferencia General, abril 2010).
Esto subraya la seriedad de la responsabilidad parental en el evangelio.

Este versículo, Doctrina y Convenios 68:25, destaca la importancia crítica del hogar como centro de enseñanza del evangelio. Los padres son los primeros maestros y tienen la obligación divina de preparar a sus hijos para comprender y vivir principios fundamentales del evangelio como el arrepentimiento, la fe en Cristo y las ordenanzas esenciales. La responsabilidad parental no es opcional y tiene consecuencias eternas si se descuida.

Para los padres, este versículo es un llamado a reflexionar sobre su papel y a buscar maneras de fortalecer espiritualmente a sus hijos. La enseñanza consistente y amorosa en el hogar es una clave para ayudar a los niños a prepararse para las decisiones y convenios importantes en su vida espiritual. Este pasaje resalta el principio eterno de que “la salvación comienza en el hogar”.


6. La Observancia del Día de Reposo y la Diligencia


Versículo 29: “Y los habitantes de Sion también observarán el día del Señor para santificarlo.”
“Y los habitantes de Sion”
La frase “habitantes de Sion” se refiere tanto a los miembros de la Iglesia que viven en un lugar consagrado como Sión, como a aquellos que viven con corazones y vidas dedicados al Señor, independientemente de su ubicación geográfica. Sión representa una comunidad de personas justas que buscan vivir de acuerdo con las leyes de Dios.
El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “Sión no es solo un lugar, es un estado de santidad. Es el corazón del pueblo que guarda los mandamientos y vive con rectitud” (Conferencia General, octubre 1977).
Esto implica que todos los miembros de la Iglesia son llamados a vivir como habitantes de Sión, reflejando en su vida diaria los principios del evangelio.

“También observarán el día del Señor”
La observancia del día del Señor es un mandamiento dado desde el Antiguo Testamento (Éxodo 20:8) y reafirmado en los últimos días. Este día está destinado a ser un tiempo de descanso del trabajo secular y de dedicación a actividades espirituales, como la adoración, el servicio y la renovación de convenios con el Señor.
El presidente Russell M. Nelson explicó: “Cuando guardamos el día de reposo, mostramos nuestra devoción al Señor. Este día es un tiempo para adorar, descansar de nuestras labores y fortalecer nuestra relación con Dios” (Conferencia General, abril 2015).
El guardar el día del Señor no es solo un acto externo, sino una demostración interna de priorizar a Dios sobre todas las demás cosas.

“Para santificarlo”
Santificar el día del Señor significa apartarlo como sagrado y dedicado al servicio y la adoración a Dios. Esto incluye asistir a reuniones sacramentales, participar en actividades que fomenten el espíritu, y evitar actividades que distraigan de su propósito espiritual.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “Santificar el día del Señor no es simplemente evitar lo malo, sino hacer el bien. Es un día para acercarnos al Salvador y sentir Su paz” (Conferencia General, abril 2011).
La santificación del día del Señor es tanto un acto de gratitud como una oportunidad para recibir bendiciones espirituales renovadas.

Doctrina y Convenios 68:29 reafirma la importancia de observar el día del Señor como un principio fundamental para los “habitantes de Sión”. Este mandamiento no solo es una expresión de obediencia, sino también una oportunidad para fortalecer nuestra relación con el Señor y con nuestra familia. La observancia del día de reposo establece un patrón de vida centrado en lo espiritual y demuestra nuestra disposición a apartar tiempo para el Señor en un mundo lleno de distracciones.

Para los miembros de la Iglesia, este versículo sirve como un recordatorio de que la santificación del día de reposo no es simplemente una tradición o rutina, sino una expresión tangible de amor y devoción hacia Dios. Guardar este mandamiento nos ayuda a mantener nuestras prioridades espirituales y nos prepara para recibir las bendiciones eternas prometidas a los habitantes de Sión.

Versículo 31: “Ahora, yo, el Señor, no estoy bien complacido con los habitantes de Sion, porque hay ociosos entre ellos; y sus hijos también están creciendo en la iniquidad; tampoco buscan con empeño las riquezas de la eternidad, antes sus ojos están llenos de avaricia.”
Estos versículos conectan la obediencia en guardar el día de reposo con la necesidad de trabajar diligentemente y evitar la ociosidad. Reflejan la importancia de mantener una vida equilibrada y centrada en lo eterno, en lugar de buscar ganancias temporales.

“Ahora, yo, el Señor, no estoy bien complacido con los habitantes de Sion”
El Señor expresa Su descontento con aquellos que han hecho convenios para vivir según los principios de Sión, pero no los cumplen plenamente. Este descontento refleja la expectativa divina de que los habitantes de Sión vivan con rectitud y dedicación. La falta de complacencia divina es un llamado a reflexionar y corregir los errores.
El presidente Spencer W. Kimball declaró: “Si hemos sido llamados a establecer Sión, debemos vivir como un pueblo santo, un pueblo que sigue a Dios con devoción total” (Conferencia General, abril 1978).
Esto sugiere que Sión no es solo un lugar, sino un estándar de vida que exige consagración y obediencia.

“Porque hay ociosos entre ellos”
La ociosidad es condenada porque va en contra del mandamiento de trabajar diligentemente y usar nuestro tiempo para edificar el reino de Dios. El Señor espera que Sus seguidores sean productivos, tanto en el ámbito físico como espiritual, contribuyendo al bienestar de ellos mismos y de la comunidad.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “La ociosidad es enemiga de la fe. Aquellos que desperdician su tiempo no están viviendo en armonía con los propósitos del Señor” (Conferencia General, octubre 1997).
El trabajo diligente no solo satisface necesidades materiales, sino que también fortalece el carácter y fomenta el crecimiento espiritual.

“Y sus hijos también están creciendo en la iniquidad”
Este pasaje señala que los errores y las negligencias de los padres tienen un impacto directo en la próxima generación. Cuando los padres no enseñan principios rectos o no viven de acuerdo con ellos, los hijos son más propensos a seguir un camino de iniquidad.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “La influencia de los padres es crucial para que los hijos crezcan en rectitud. Si los padres no cumplen con su deber, los hijos enfrentan mayores desafíos espirituales” (Conferencia General, abril 2015).
Los padres tienen la responsabilidad de proporcionar un ejemplo justo y una enseñanza constante para guiar a sus hijos en el evangelio.

“Tampoco buscan con empeño las riquezas de la eternidad”
El Señor reprocha a aquellos que priorizan las riquezas terrenales sobre las espirituales. Buscar “las riquezas de la eternidad” significa centrar nuestra vida en obtener bendiciones espirituales, como la salvación y la exaltación, en lugar de enfocarnos únicamente en lo material.
El élder Joseph B. Wirthlin dijo: “El verdadero éxito y la verdadera felicidad se encuentran al buscar primero las cosas de Dios, no las riquezas temporales que el mundo ofrece” (Conferencia General, octubre 2000).
Este principio nos recuerda que el enfoque correcto es trabajar para edificar el reino de Dios y nuestras propias almas.

“Antes sus ojos están llenos de avaricia”
La avaricia es la raíz de muchos males porque refleja una obsesión desordenada con lo material y una falta de confianza en el Señor. La avaricia aleja a las personas de los valores eternos y de la compasión hacia los demás.
El presidente Thomas S. Monson advirtió: “La avaricia y el materialismo nos distraen de las cosas más importantes, las que tienen valor eterno” (Conferencia General, abril 2010).
La avaricia no solo daña a quienes la practican, sino que también afecta negativamente a la comunidad al promover el egoísmo y la desigualdad.

Este versículo, Doctrina y Convenios 68:31, es una amonestación divina que señala áreas clave en las que los habitantes de Sión deben mejorar: la ociosidad, el impacto en sus hijos, y el enfoque en las riquezas terrenales en lugar de las espirituales. El Señor llama a Su pueblo a vivir de manera productiva, enseñar y guiar a las generaciones futuras en rectitud, y buscar primero las cosas de Dios.

Para los miembros de la Iglesia, este versículo sirve como un recordatorio de que la vida en Sión exige compromiso y obediencia. Es un llamado a la reflexión personal y comunitaria sobre nuestras prioridades y cómo nuestras acciones impactan no solo nuestra salvación personal, sino también la de nuestra familia y nuestra comunidad. Al buscar las riquezas de la eternidad, dejamos de lado la avaricia y nos enfocamos en la verdadera meta: vivir en armonía con Dios y Sus principios.


7. La Advertencia contra la Negligencia Espiritual


Versículo 33: “Y un mandamiento les doy: Quien no cumpla con sus oraciones ante el Señor en el momento debido, hágase memoria de él ante el juez de mi pueblo.”
Este versículo subraya la necesidad de una vida espiritual disciplinada y constante. La negligencia en la oración y la adoración puede llevar a consecuencias espirituales graves, y el Señor llama a los miembros a rendir cuentas por sus acciones.

“Y un mandamiento les doy”
El Señor introduce esta instrucción como un mandamiento, lo que subraya su importancia y obligatoriedad para todos los miembros de la Iglesia. No se trata de una recomendación, sino de una ley espiritual vinculante. Los mandamientos son principios establecidos para guiarnos hacia la rectitud y mantenernos en comunión con Dios.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Los mandamientos de Dios no son restricciones, sino guías que nos conducen a una vida llena de propósito y gozo” (Conferencia General, abril 2013).
Reconocer esta frase como un mandamiento resalta la importancia de cumplir con nuestras oraciones como una muestra de obediencia y devoción.

“Quien no cumpla con sus oraciones ante el Señor”
El mandato de orar regularmente “ante el Señor” enfatiza la necesidad de mantener una comunicación constante con Dios. La oración es un medio esencial para buscar guía, expresar gratitud y alinear nuestra voluntad con la de Dios. No cumplir con este deber demuestra negligencia espiritual.
El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “La oración es la llave del cielo. Aquellos que descuidan este deber se privan de las bendiciones que el Señor está dispuesto a darles” (Conferencia General, abril 2007).
La oración regular no es solo una práctica espiritual, sino un requisito fundamental para mantener nuestra conexión con el Padre Celestial.

“En el momento debido”
La frase “momento debido” sugiere la necesidad de consistencia y regularidad en nuestras oraciones. No se trata solo de orar cuando enfrentamos desafíos, sino de hacerlo de manera rutinaria y significativa. Esto refleja el principio de diligencia en la adoración.
El élder David A. Bednar explicó: “Orar en el momento debido no significa solo frecuencia, sino también hacerlo con intención y propósito. Las oraciones deben ser sinceras y enfocadas en buscar la voluntad del Señor” (Conferencia General, octubre 2008).
Esto nos invita a reflexionar sobre la calidad y consistencia de nuestras oraciones.

“Hágase memoria de él ante el juez de mi pueblo”
El Señor advierte que el incumplimiento de este mandamiento puede llevar a consecuencias espirituales y administrativas. Ser llevado ante “el juez de mi pueblo” implica que la negligencia en la oración puede requerir corrección, mostrando que este es un asunto de peso en la vida del convenio.
El presidente Ezra Taft Benson afirmó: “El arrepentimiento sincero y el cambio de corazón son posibles cuando somos llamados a reflexionar sobre nuestras acciones y rectificar nuestros errores” (Conferencia General, octubre 1989).
La corrección, incluso a nivel eclesiástico, busca ayudar al individuo a volver al camino del convenio y la obediencia.

El versículo Doctrina y Convenios 68:33 subraya la importancia de la oración como una práctica espiritual fundamental y un mandamiento divino. La oración regular y sincera es esencial para mantener nuestra relación con Dios y recibir Su guía en nuestra vida. El descuido en este aspecto puede llevarnos a un estado de desconexión espiritual que requiere corrección y arrepentimiento.

Este mandamiento nos recuerda que el cumplimiento diligente de nuestras oraciones es tanto una señal de obediencia como una expresión de fe y gratitud hacia el Padre Celestial. Nos invita a examinar nuestra vida de oración, esforzándonos por hacerla más significativa, constante y alineada con los principios del evangelio. Al hacerlo, podemos asegurar que nuestra conexión con Dios permanezca fuerte y que estemos abiertos a recibir Sus bendiciones y dirección.


8. La Promesa de la Segunda Venida


Versículo 35: “He aquí, soy el Alfa y la Omega, y vengo pronto. Amén.”
El cierre de la revelación incluye una afirmación poderosa de la divinidad y misión de Jesucristo, junto con la promesa de Su regreso. Es una declaración de esperanza y un recordatorio de que los Santos deben estar preparados para Su venida.

“He aquí”
La palabra “he aquí” sirve como un llamado de atención divino, instando a los oyentes a prestar atención a una verdad trascendental. Este término se utiliza frecuentemente en las Escrituras para introducir declaraciones de gran importancia y significado espiritual.
El presidente Russell M. Nelson explicó: “Cuando el Señor dice ‘he aquí’, está captando nuestra atención para algo crucial. Es Su manera de decirnos: ‘Escucha con intención y actúa con fe’“ (Conferencia General, abril 2018).
Esto nos enseña que debemos recibir esta declaración con reverencia y apertura espiritual.

“Soy el Alfa y la Omega”
Al identificarse como “el Alfa y la Omega”, el Señor se presenta como el principio y el fin de todas las cosas. Alfa y Omega son la primera y la última letra del alfabeto griego, simbolizando Su naturaleza eterna, Su omnipotencia y Su papel central en el plan de salvación.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “Cristo es el principio y el fin de nuestra fe. Todo comienza y termina con Él: nuestra esperanza, nuestra redención y nuestro destino eterno están en Sus manos” (Conferencia General, abril 2009).
Esta declaración subraya la posición central de Cristo como nuestro Redentor y Gobernante eterno.

“Y vengo pronto”
La promesa “vengo pronto” es una afirmación de la Segunda Venida de Jesucristo. Aunque el término “pronto” puede parecer ambiguo en términos humanos, refleja la inminencia del cumplimiento de los propósitos divinos y nos llama a estar espiritualmente preparados en todo momento.
El presidente Dallin H. Oaks declaró: “La Segunda Venida de Cristo es segura. Aunque no sabemos el día ni la hora, estamos llamados a vivir siempre preparados para Su regreso” (Conferencia General, octubre 2004).
Esta frase nos invita a mantenernos vigilantes, rectos y dedicados al servicio de Dios mientras esperamos el cumplimiento de Sus promesas.

Este versículo encapsula verdades fundamentales acerca de Jesucristo: Su eternidad, Su omnipresencia en el plan de salvación, y Su promesa de regresar. La declaración “He aquí, soy el Alfa y la Omega, y vengo pronto” no solo nos asegura Su dominio y constancia, sino que también nos llama a estar preparados espiritualmente y a vivir en armonía con Sus enseñanzas.

Para los miembros de la Iglesia, estas palabras ofrecen consuelo, esperanza y un recordatorio solemne de que la vida terrenal tiene un propósito eterno. La certeza de que Cristo es el principio y el fin nos motiva a centrar nuestras vidas en Él y a estar listos para recibirle cuando venga nuevamente en gloria.


Nota: “Si tienes un versículo en particular sobre el que deseas profundizar, házmelo saber y con gusto te proporcionaré más información al respecto.”  En Deja un comentario


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