Doctrina y Convenios
Sección 75
Contexto Histórico
En enero de 1832, Amherst, Ohio, se convirtió en un lugar significativo para la joven Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En este pequeño pueblo rural, los miembros de la Iglesia se reunieron en una conferencia trascendental. Los días eran fríos, y los caminos que conducían a la localidad estaban cubiertos de nieve, pero esto no impidió que los fieles, llenos de entusiasmo y dedicación, llegaran desde diferentes rincones para participar de esta ocasión especial.
La Iglesia estaba creciendo rápidamente, y con ese crecimiento surgían desafíos que requerían dirección divina. En ese contexto, José Smith, el joven profeta, fue sostenido y ordenado como Presidente del Sumo Sacerdocio. Este acto marcó un hito en la organización de la Iglesia, consolidando su liderazgo en un tiempo en que la fe y la estructura de la comunidad eran puestas a prueba.
Durante esta conferencia, varios élderes que habían ofrecido sus nombres para salir al mundo como misioneros expresaron su deseo de recibir instrucciones claras sobre sus responsabilidades. Sabían que la tarea de llevar el evangelio al mundo no era sencilla. Viajaban largas distancias, a menudo enfrentando la incomprensión y el rechazo, confiando únicamente en la hospitalidad de los desconocidos y en el apoyo limitado de los miembros de la Iglesia. En respuesta a estas inquietudes, José Smith recibió una revelación en dos partes ese mismo día, que fue conocida como la Sección 75 de Doctrina y Convenios.
En la primera parte de la revelación, el Señor se dirigió a los élderes, recordándoles la naturaleza sagrada de su llamado. Se les exhortó a ser diligentes y fieles, comparando su obra con el sonido de una trompeta que proclama la verdad. Aquellos que se dedicaran con todo su corazón serían recompensados con inmortalidad y vida eterna. También se les dio instrucciones prácticas sobre cómo proceder durante su ministerio: debían aceptar la hospitalidad de aquellos que los recibieran con buena disposición, dejando su bendición en esos hogares. Por otro lado, si eran rechazados, debían sacudir el polvo de sus pies como testimonio contra los incrédulos, dejando claro que la responsabilidad del rechazo recaería sobre ellos.
La segunda parte de la revelación abordó una preocupación igualmente importante: el bienestar de las familias de los misioneros. En ese tiempo, muchos hombres dejaban a sus esposas e hijos atrás mientras respondían al llamado de predicar el evangelio. El Señor indicó que era deber de la Iglesia sostener a estas familias, mostrando así la importancia de la unidad y el cuidado mutuo en la comunidad. A los misioneros se les prometió que, si oraban y buscaban guía a través del Consolador, sabrían dónde debían ir. Además, se les recordó que debían ser diligentes y evitar la ociosidad, trabajando tanto en la obra misional como en el sostenimiento de sus propias responsabilidades.
La revelación incluyó asignaciones específicas para varios pares de misioneros, enviándolos a diferentes regiones del país. Cada uno fue llamado a confiar en el Señor y a llevar el mensaje del evangelio con valentía y fe.
Aquella conferencia en Amherst no solo organizó mejor la obra misional de la Iglesia, sino que también fortaleció el espíritu de los miembros. Las palabras recibidas ese día brindaron claridad y dirección, dejando un legado de sacrificio, fe y comunidad que continuaría guiando a la Iglesia en su crecimiento.
Así, entre las oraciones, los himnos y la devoción de aquellos primeros santos, se escribió otro capítulo importante en la historia de una Iglesia que apenas comenzaba a desplegar sus alas. Aquellos hombres y mujeres, impulsados por una fe firme y una visión celestial, aceptaron el llamado de ser los instrumentos del Señor en la construcción de Su reino en la Tierra.
Estos versículos destacados de la Sección 75 subrayan temas como la diligencia, la oración, el apoyo mutuo y las promesas de bendiciones eternas. Cada uno ofrece una lección poderosa sobre cómo los Santos deben abordar su vida y sus responsabilidades, tanto en la obra misional como en su diario vivir. En conjunto, estas enseñanzas inspiran a actuar con fe, amor y compromiso hacia el servicio de Dios y del prójimo.
1. El llamado a predicar el evangelio con diligencia
Versículo 3: “He aquí, os digo que es mi voluntad que salgáis y no demoréis, que no estéis ociosos, sino que obréis con vuestro poder.”
Este versículo enfatiza la urgencia y la diligencia en el servicio misional. El Señor exhorta a los misioneros a actuar con prontitud y dedicación, recordándoles que la obra misional requiere esfuerzo constante. Es una invitación a evitar la procrastinación y a responder al llamado con determinación, reconociendo la importancia de su labor en la salvación de las almas.
“He aquí, os digo que es mi voluntad”
Esta frase establece que el llamado a la acción proviene directamente de la voluntad de Dios. Su voluntad es un principio fundamental en el evangelio, y los santos son exhortados a buscarla, discernirla y obedecerla. Reconocer la voluntad divina como guía para nuestras vidas es un acto de fe y sumisión.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La voluntad del Señor es siempre más importante que nuestras preferencias. Al buscar Su voluntad, encontramos propósito y paz en Su plan para nosotros.” (“Revelación para la Iglesia, revelación para nuestras vidas,” Conferencia General, abril de 2018).
Dios comunica Su voluntad como una guía específica para el progreso espiritual de Sus hijos. En este versículo, Su voluntad es clara: los élderes deben salir a predicar el evangelio con urgencia y dedicación.
“Que salgáis y no demoréis”
Este mandato subraya la urgencia en la obra del Señor. No hay espacio para la dilación en la tarea de proclamar el evangelio. Salir simboliza un acto de fe y obediencia activa, respondiendo al llamado de Dios para participar en Su obra.
El élder Dallin H. Oaks afirmó: “El evangelio es una obra para el presente. No podemos aplazar el hacer el bien ni retrasar nuestra preparación para el servicio.” (“El deseo de nuestra alma,” Conferencia General, octubre de 2011).
Este llamado refleja la importancia de actuar de inmediato cuando recibimos inspiración o dirección divina. En la obra misional, el tiempo es esencial para llevar el evangelio a aquellos que lo necesitan.
“Que no estéis ociosos”
La ociosidad es contraria a los principios del evangelio. El Señor espera que Sus discípulos sean trabajadores diligentes, ocupados en buenas obras y buscando edificar Su reino. La ociosidad no solo limita el progreso espiritual personal, sino que también retrasa la edificación de Sión.
El presidente Brigham Young enseñó: “El reino de Dios requiere actividad constante y productiva. La ociosidad lleva al estancamiento espiritual y al alejamiento de la verdad.” (Journal of Discourses, 11:30).
Este mandato a evitar la ociosidad enfatiza que cada miembro de la Iglesia tiene un papel activo en la obra del Señor. Nos recuerda que el tiempo es un recurso sagrado que debe utilizarse sabiamente en el servicio a Dios y al prójimo.
“Sino que obréis con vuestro poder”
El Señor nos llama a utilizar nuestras habilidades, talentos y energía en Su servicio. “Obrar con poder” implica actuar con esfuerzo y determinación, confiando en que Él amplificará nuestras capacidades y multiplicará nuestros esfuerzos.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “Dios espera que trabajemos diligentemente, pero también que confiemos en Su gracia para hacer lo que no podemos hacer por nosotros mismos.” (“Consecration,” Ensign, mayo de 1992).
Esta frase resalta la importancia de usar nuestras habilidades y fuerzas al máximo en la obra del Señor. Al hacerlo, no solo cumplimos con Su voluntad, sino que también crecemos espiritualmente al desarrollar nuestras capacidades.
Este versículo de Doctrina y Convenios 75:3 encapsula principios fundamentales del discipulado: obedecer la voluntad divina, actuar con urgencia, evitar la ociosidad y trabajar con todas nuestras capacidades. Estas instrucciones no solo son aplicables a los misioneros, sino a todos los miembros de la Iglesia, ya que todos somos llamados a ser testigos de Cristo.
El llamado a “no demorar” y a “obrar con nuestro poder” nos recuerda que la obra del Señor requiere acción inmediata y esfuerzo constante. Es un recordatorio de que el tiempo en esta vida es limitado, y nuestras oportunidades de servir deben ser aprovechadas plenamente. Al actuar diligentemente en el servicio del Señor, no solo bendecimos la vida de otros, sino que también crecemos en carácter, fe y comprensión de Su voluntad.
2. Las bendiciones de la fidelidad
Versículo 5: “Así que, si sois fieles, seréis premiados con muchas gavillas y coronados con honor, gloria, inmortalidad y vida eterna.”
Aquí se resalta la promesa divina para aquellos que cumplen fielmente con su llamado. Las “gavillas” representan las almas salvadas a través de su predicación, y el Señor asegura que su esfuerzo no será en vano, ya que recibirán bendiciones eternas como recompensa. Este versículo inspira esperanza y motivación para perseverar en la obra.
“Así que, si sois fieles”
La fidelidad es un principio central en el evangelio de Jesucristo. Ser fiel implica obedecer los mandamientos, confiar en las promesas de Dios y perseverar a pesar de las pruebas. La fe y la fidelidad están interrelacionadas; mientras la fe es la confianza en lo que no se ve, la fidelidad es la acción continua en base a esa confianza.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “La fidelidad significa que nunca flaquearemos en nuestra devoción al Señor, a Su evangelio, y a Sus enseñanzas. Seremos fieles en guardar nuestros convenios y en mantenernos firmes en Su obra.” (“Stay the Course—Keep the Faith,” Ensign, noviembre de 1995).
La fidelidad requiere constancia y compromiso. Esta frase enfatiza que las bendiciones mencionadas en el versículo son condicionales: dependen de la obediencia y la dedicación de cada individuo.
“Seréis premiados con muchas gavillas”
Las “gavillas” representan las almas que los misioneros y los miembros fieles ayudan a traer al evangelio. Este simbolismo se encuentra a menudo en las Escrituras para describir la obra misional y el esfuerzo en la “cosecha” de almas para el reino de Dios.
El presidente Spencer W. Kimball declaró: “El gozo más grande que uno puede experimentar en esta vida es el de traer almas al evangelio. Es un trabajo divino y un privilegio eterno.” (“Ésta es tu responsabilidad,” Ensign, mayo de 1979).
Este fragmento destaca la importancia de participar activamente en la obra del Señor. Los que dedican su vida a ayudar a otros a venir a Cristo recibirán la recompensa de ver los frutos de su labor, tanto en esta vida como en la eternidad.
“Y coronados con honor, gloria, inmortalidad”
El uso de la palabra “coronados” sugiere una investidura divina, indicando que aquellos que son fieles serán elevados a un estado de grandeza celestial. Honor y gloria son atributos del Señor, y Él promete compartirlos con quienes sean dignos. La inmortalidad, como don universal, se garantiza a través de la expiación de Jesucristo.
El élder Dieter F. Uchtdorf enseñó: “La verdadera grandeza radica en ser leales a nuestras promesas, en mostrar honor a nuestro Creador, y en vivir para la gloria de Dios.” (“The Reflection in the Water,” Ensign, noviembre de 2014).
Dios promete no solo inmortalidad (vivir para siempre), sino también honor y gloria, que son cualidades de la exaltación, reservadas para aquellos que hereden el reino celestial. Esta frase subraya la conexión entre el esfuerzo fiel y las bendiciones eternas.
“Y vida eterna”
La vida eterna, definida como vivir en la presencia de Dios con nuestra familia eterna, es el mayor de todos los dones de Dios. Es distinta de la inmortalidad, ya que esta última es universal, mientras que la vida eterna se obtiene mediante la fidelidad y la obediencia.
El élder Jeffrey R. Holland explicó: “La vida eterna es mucho más que vivir para siempre. Es la cualidad de vida que Dios mismo vive. Es vivir con Él, ser como Él, y disfrutar la plenitud de Su gloria.” (“El amor del Salvador,” Ensign, noviembre de 2012).
La promesa de la vida eterna es el objetivo principal del plan de salvación. Este fragmento del versículo es un recordatorio de que nuestra existencia en la tierra tiene un propósito divino y que, al vivir fielmente, podemos alcanzar la exaltación.
Este versículo encapsula el plan de salvación en un formato condicional y motivador. Promete grandes bendiciones, tanto temporales como eternas, a cambio de fidelidad y esfuerzo en la obra de Dios.
Las “gavillas” nos recuerdan que nuestro propósito es ayudar a otros a venir a Cristo, y el Señor nos promete que ese esfuerzo será recompensado con honor y gloria. Estas bendiciones culminan en el don supremo de la vida eterna, que representa la plenitud de la felicidad y la unión con Dios.
Al reflexionar sobre este versículo, es importante reconocer que las promesas de Dios no son solo para los líderes o misioneros, sino para todos los miembros que se comprometan a vivir con fidelidad. Este llamado a la acción también trae consuelo: cada acto de servicio y dedicación es visto y recompensado por un Padre Celestial que nos ama y desea que heredemos todo lo que Él tiene.
3. La importancia de la oración y el Espíritu Santo
Versículo 10: “Invocando el nombre del Señor para que venga el Consolador, que les enseñará todas las cosas que les sean necesarias.”
La oración es presentada como una herramienta esencial en el ministerio misional. El Consolador (el Espíritu Santo) no solo brinda consuelo, sino que también guía y enseña a los misioneros en su labor. Este versículo subraya la necesidad de depender del Señor para recibir dirección divina y fortaleza espiritual.
“Invocando el nombre del Señor”
Invocar el nombre del Señor es un acto de oración y adoración, mostrando nuestra fe y dependencia en Dios. Este acto nos permite acceder a Su poder y Su gracia. Es una demostración de humildad y de nuestra disposición a buscar Su guía en todas las cosas.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Cuando oramos en el nombre de Jesucristo, reconocemos Su rol como nuestro Mediador ante el Padre. A través de Su nombre y Su expiación, tenemos acceso a las bendiciones del cielo.” (“Revelación para la Iglesia, revelación para nuestras vidas,” Conferencia General, abril de 2018).
La oración en el nombre del Señor es más que una fórmula; es un acto de fe que nos conecta con el poder divino. Al invocar Su nombre, reconocemos nuestra dependencia de Su guía y dirección, lo cual es esencial en la obra misional y en nuestra vida diaria.
“Para que venga el Consolador”
El Consolador, que es el Espíritu Santo, es un don prometido a los discípulos de Cristo. Su rol es consolar, guiar, y testificar de la verdad. Invitar Su presencia requiere pureza de corazón, oración ferviente y fe.
El presidente Boyd K. Packer dijo: “El Espíritu Santo es el gran maestro. Su influencia toca el corazón, ilumina la mente y confirma la verdad de todas las cosas.” (“El don del Espíritu Santo: Lo que todo miembro debe saber,” Ensign, agosto de 2006).
El Consolador es esencial para llevar a cabo la obra del Señor con eficacia. Es Él quien provee el poder espiritual, la guía, y la confirmación que los misioneros y los santos necesitan para cumplir sus responsabilidades.
“Que les enseñará todas las cosas”
El Espíritu Santo tiene la capacidad de enseñar todas las verdades necesarias para la salvación y la obra del Señor. Su enseñanza es personalizada, adaptándose a nuestras necesidades individuales y a las circunstancias en las que servimos.
El élder David A. Bednar enseñó: “El Espíritu Santo no solo comunica la verdad, sino que también nos ayuda a entenderla y aplicarla en nuestra vida.” (“Recibiendo la palabra,” Conferencia General, abril de 2010).
Esta frase resalta el papel del Espíritu Santo como maestro divino. No solo guía a los misioneros en qué decir o hacer, sino que también les otorga el entendimiento necesario para actuar de acuerdo con la voluntad del Señor.
“Que les sean necesarias”
El Espíritu Santo enseña según la necesidad del momento, proporcionando dirección específica para situaciones particulares. Este principio resalta la naturaleza personalizada de la revelación y el apoyo divino.
El presidente Thomas S. Monson explicó: “Cuando necesitamos guía, el Señor nos da lo que necesitamos saber en el momento en que lo necesitamos. Este es uno de los dones más grandes del Espíritu Santo.” (“Priesthood Power,” Conferencia General, abril de 2011).
El Señor conoce nuestras circunstancias y necesidades únicas. El Consolador nos enseña y guía en el momento y la manera exacta que necesitamos, fortaleciendo nuestra confianza en la dirección divina.
Este versículo destaca la importancia de la oración y la dependencia del Espíritu Santo en la obra del Señor. Invocar el nombre del Señor y buscar la compañía del Consolador es esencial para los misioneros y todos los que deseen cumplir con las responsabilidades del evangelio. El Consolador actúa como maestro, guía y fuente de poder espiritual, asegurando que aquellos que buscan al Señor con sinceridad estén equipados con el conocimiento y la dirección necesarios para cumplir con Su obra.
En nuestras vidas personales, este pasaje nos recuerda que el Espíritu Santo está disponible para todos los que lo busquen con fe y pureza. Es un recordatorio de que nunca estamos solos en nuestros desafíos y responsabilidades, ya que el Señor nos ha provisto un guía divino para enseñarnos “todas las cosas que nos sean necesarias.”
4. El juicio contra los que rechazan el mensaje
Versículo 20: “Y de cualquier casa donde entréis y no os reciban, saldréis de allí enseguida, y sacudiréis el polvo de vuestros pies como testimonio en contra de ellos.”
Este pasaje refleja una práctica simbólica en el ministerio misional. Sacudir el polvo de los pies es un acto que testifica que el rechazo del evangelio es una decisión personal con consecuencias espirituales. Aunque los misioneros llevan el mensaje de salvación, cada individuo es responsable de aceptar o rechazar la invitación del Señor.
“Y de cualquier casa donde entréis y no os reciban”
Este principio enfatiza el respeto por el albedrío de las personas. Aunque los misioneros llevan un mensaje de salvación, cada individuo tiene la libertad de aceptar o rechazar el evangelio. Esta instrucción subraya que el trabajo de los misioneros es invitar, no forzar.
El élder Neal A. Maxwell dijo: “El Señor nos permite ejercer nuestro albedrío, incluso cuando Su invitación está llena de gracia y verdad. Nuestra tarea es invitar y enseñar; la decisión de aceptar recae en el oyente.” (“El don del albedrío,” Ensign, noviembre de 1995).
Los misioneros no deben sentirse desalentados por el rechazo, sino recordar que su deber es extender la invitación con amor. La aceptación del evangelio es un acto personal que no puede ser impuesto.
“Saldréis de allí enseguida”
Esta instrucción refleja la importancia de la eficiencia y el enfoque en la obra misional. Los misioneros no deben gastar tiempo tratando de convencer a aquellos que no están dispuestos a escuchar. En lugar de ello, deben buscar a quienes estén preparados para recibir el mensaje.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “El tiempo es un don preciado. En la obra del Señor, debemos dedicar nuestros esfuerzos donde haya terreno fértil y corazones dispuestos a escuchar.” (“El gozo de servir,” Conferencia General, abril de 2009).
Este principio no implica desinterés hacia los que rechazan el evangelio, sino un enfoque estratégico en aquellos que están listos para recibirlo. Es una invitación a ser diligentes y sabios en el uso del tiempo en la obra misional.
“Y sacudiréis el polvo de vuestros pies”
Sacudir el polvo de los pies es un acto simbólico que aparece en las Escrituras como un testimonio de que el mensaje del evangelio fue ofrecido, pero rechazado. Este gesto no es de condena, sino de testimonio ante Dios de que se hizo todo lo posible por compartir la verdad.
El élder Bruce R. McConkie explicó: “Sacudir el polvo de los pies es un acto solemne y simbólico que indica que el siervo del Señor ha cumplido con su deber, y que la responsabilidad de aceptar el evangelio recae ahora completamente en aquellos que lo escucharon.” (Mormon Doctrine, p. 761).
Este acto subraya la seriedad de aceptar o rechazar el evangelio. Es un recordatorio de que el rechazo del mensaje tiene consecuencias eternas, pero también enfatiza que la responsabilidad del misionero termina cuando ha cumplido su deber.
“Como testimonio en contra de ellos”
El rechazo del evangelio no es solo una decisión personal, sino también un acto que tiene implicaciones espirituales. Este testimonio no es una condena inmediata, sino un registro que se presentará ante Dios en el día del juicio.
El élder Jeffrey R. Holland dijo: “El evangelio es una invitación a regresar a casa. Rechazar esa invitación es rechazar la vida eterna. Sin embargo, Dios siempre extiende Su mano, dando oportunidades para el arrepentimiento.” (“Misioneros y la carga de Israel,” Conferencia General, octubre de 2012).
El testimonio en contra de quienes rechazan el evangelio no busca venganza ni juicio humano, sino recordarles la responsabilidad de su decisión. Es un acto solemne que reafirma la seriedad de escuchar y actuar sobre las verdades del evangelio.
Este versículo combina respeto por el albedrío con la responsabilidad divina de llevar el mensaje del evangelio. Los misioneros son llamados a invitar a todos con amor y humildad, pero también a reconocer cuándo es momento de seguir adelante. Sacudir el polvo de los pies es un acto simbólico que muestra que el deber ha sido cumplido, y que la responsabilidad de aceptar el evangelio recae en el oyente.
El pasaje enseña lecciones importantes para los discípulos de Cristo hoy: debemos ser valientes al compartir el evangelio, respetar el albedrío de los demás y confiar en que Dios está al tanto de todas las decisiones. Este principio subraya que, aunque algunos rechacen el mensaje, la obra del Señor continuará, y los siervos fieles serán fortalecidos para cumplir su propósito.
5. El deber de la Iglesia hacia las familias de los misioneros
Versículo 24: “He aquí, os digo que es el deber de la iglesia ayudar a sostener a las familias de estos, y también a las familias de los que son llamados y han de ser enviados al mundo para proclamarle el evangelio.”
Este versículo resalta la responsabilidad colectiva de la Iglesia de cuidar a las familias de los misioneros. Esta enseñanza refuerza el principio de comunidad y apoyo mutuo, recordando a los miembros que el servicio misional no debe ser una carga insuperable para las familias, sino un esfuerzo compartido.
“He aquí, os digo que es el deber de la iglesia”
La Iglesia, como organización divina, tiene el mandato de cuidar tanto de las necesidades espirituales como temporales de sus miembros. Este deber refleja el principio de la ley de consagración y la responsabilidad colectiva de los santos en edificar el reino de Dios.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Somos una familia en el reino de Dios. Cuando uno sufre, todos sufrimos. Cuando uno necesita ayuda, estamos obligados a responder con amor y apoyo.” (“Vínculos de ayuda mutua,” Ensign, mayo de 1986).
Este principio subraya que la Iglesia no es solo una comunidad de fe, sino una familia espiritual donde cada miembro contribuye a las necesidades del colectivo, especialmente en el apoyo a los que están en servicio misional.
“Ayudar a sostener a las familias de estos”
El sustento de las familias de los misioneros es un acto de apoyo tanto temporal como espiritual. Este mandato enseña que el servicio misional es una responsabilidad compartida entre el misionero y la Iglesia, asegurando que las necesidades de sus familias no sean descuidadas mientras él o ella sirve.
El presidente Thomas S. Monson dijo: “El amor por nuestro prójimo se manifiesta cuando damos de nuestro tiempo, recursos y corazones para sostener a aquellos que están en necesidad.” (“La bondad, el carisma y el amor,” Conferencia General, abril de 2011).
Sostener a las familias de los misioneros no solo alivia cargas temporales, sino que también demuestra la unidad y el compromiso de la Iglesia para respaldar a quienes sacrifican para proclamar el evangelio.
“Y también a las familias de los que son llamados”
El apoyo a las familias no se limita a los misioneros en servicio activo, sino también a quienes se preparan para servir. Esto muestra la perspectiva integral de la Iglesia en asegurar que nadie quede desamparado durante las transiciones hacia el servicio misional.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Como santos, estamos llamados a sostenernos mutuamente, especialmente cuando las circunstancias demandan sacrificio y apoyo adicional. Ese es el espíritu del evangelio de Jesucristo.” (“Abrir los cielos,” Conferencia General, octubre de 2019).
Este principio resalta la preparación espiritual, emocional y temporal que requiere el servicio misional. La Iglesia asume un papel activo en facilitar este proceso para los misioneros y sus familias.
“Y han de ser enviados al mundo para proclamarle el evangelio”
El mandato misional de proclamar el evangelio al mundo entero es central en el plan de salvación. Este servicio sagrado requiere el esfuerzo colectivo de la Iglesia para garantizar que los misioneros puedan concentrarse en su labor sin preocuparse por las necesidades temporales de sus familias.
El presidente Spencer W. Kimball dijo: “El Señor nos ha mandado llevar el evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Este es un trabajo colectivo que requiere el sacrificio de cada uno de nosotros.” (“El desafío de hoy,” Conferencia General, octubre de 1974).
Enviar misioneros al mundo para predicar el evangelio es un esfuerzo conjunto entre el misionero, su familia y la Iglesia. Este principio refleja cómo cada parte del cuerpo de Cristo contribuye al cumplimiento del mandamiento divino.
Este versículo de Doctrina y Convenios 75:24 destaca la responsabilidad compartida de la Iglesia en sostener a los misioneros y sus familias. Refleja el principio del servicio comunitario, la ley de consagración y el mandato de edificar el reino de Dios. A través del apoyo mutuo, los santos demuestran su amor cristiano y compromiso con el evangelio.
Este mandato es más que una obligación temporal; simboliza el profundo vínculo de unidad y amor que caracteriza a los seguidores de Cristo. Los misioneros pueden dedicar todo su esfuerzo a predicar el evangelio porque saben que la Iglesia respalda tanto su misión como las necesidades de sus familias. Este principio sigue siendo relevante hoy, recordándonos que todos somos parte de un esfuerzo divino para llevar la luz de Cristo al mundo.
6. La diligencia en todas las cosas
Versículo 29: “Sea diligente cada cual en todas las cosas. No habrá lugar en la iglesia para el ocioso, a no ser que se arrepienta y enmiende sus costumbres.”
La diligencia se presenta como una virtud esencial en la vida cristiana. Este versículo advierte contra la ociosidad y alienta a los miembros a contribuir activamente en la obra del Señor. También ofrece esperanza al señalar que el arrepentimiento está disponible para aquellos que desean cambiar.
“Sea diligente cada cual en todas las cosas”
La diligencia es un principio fundamental del evangelio, que requiere un esfuerzo constante y enfocado en la obra del Señor y en nuestras responsabilidades personales. Este mandato enfatiza la necesidad de actuar con energía, dedicación y compromiso en todas las áreas de la vida.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “No hay lugar para la complacencia en esta gran obra. Se necesita diligencia en nuestras responsabilidades como discípulos del Salvador.” (“No hay lugar para el desánimo,” Conferencia General, octubre de 1999).
La diligencia no solo implica trabajo arduo, sino también la capacidad de priorizar y actuar con propósito. Este llamado recuerda que cada miembro de la Iglesia debe contribuir activamente a la edificación del reino de Dios y a su propio progreso espiritual.
“No habrá lugar en la iglesia para el ocioso”
La ociosidad es incompatible con los principios del evangelio. La Iglesia del Señor es una organización activa que requiere la participación de todos sus miembros. La ociosidad puede llevar al estancamiento espiritual y al desperdicio de talentos y bendiciones.
El élder D. Todd Christofferson dijo: “La autosuficiencia física y espiritual comienza con la acción. No podemos permanecer ociosos y esperar progreso; el evangelio es una religión de trabajo y esfuerzo.” (“El principio del trabajo,” Conferencia General, abril de 2009).
Este principio no busca excluir a quienes enfrentan desafíos, sino motivar a cada miembro a ser un participante activo en la obra del Señor. La ociosidad puede ser superada al buscar maneras de servir y contribuir.
“A no ser que se arrepienta”
El evangelio de Jesucristo es un evangelio de esperanza y segundas oportunidades. Este pasaje destaca que incluso aquellos que han sido ociosos pueden cambiar su camino a través del arrepentimiento, que implica un cambio sincero de corazón y acción.
El presidente Dieter F. Uchtdorf enseñó: “El arrepentimiento no es un castigo; es el camino que nos conduce de vuelta al Señor y a la felicidad duradera.” (“El regalo del arrepentimiento,” Conferencia General, octubre de 2007).
La invitación al arrepentimiento es un recordatorio del amor y la misericordia de Dios. Nadie está excluido de la posibilidad de corregir su curso y convertirse en un miembro activo y productivo de la Iglesia.
“Y enmiende sus costumbres”
El arrepentimiento verdadero no solo implica confesar nuestros errores, sino también cambiar nuestras acciones y hábitos. Enmendar nuestras costumbres requiere esfuerzo continuo para alinearnos con los principios del evangelio.
El élder Neal A. Maxwell dijo: “El arrepentimiento genuino es mucho más que lamentar los errores del pasado; es un compromiso de vivir de acuerdo con la luz y la verdad.” (“Un compromiso más profundo con el evangelio,” Ensign, febrero de 1982).
Este principio nos recuerda que el arrepentimiento es un proceso transformador que exige acción. Cambiar nuestras costumbres no solo nos permite volver a la actividad en la Iglesia, sino que también nos acerca al Salvador y a Su ejemplo perfecto.
Este versículo combina exhortación y esperanza. Llama a los miembros de la Iglesia a ser diligentes y activos en su fe, recordándoles que no hay lugar para la ociosidad en la obra del Señor. Al mismo tiempo, ofrece la invitación a arrepentirse y cambiar, subrayando la naturaleza inclusiva y redentora del evangelio.
La diligencia en todas las cosas es una manifestación de nuestro amor por Dios y nuestro compromiso con Su obra. La ociosidad, en contraste, es una barrera para nuestro progreso espiritual y para la edificación del reino de Dios. Sin embargo, la promesa del arrepentimiento y la oportunidad de enmendar nuestras costumbres nos asegura que siempre hay un camino de regreso al servicio activo y al crecimiento en el evangelio. Este versículo nos motiva a actuar con fe, perseverancia y propósito en todas las áreas de nuestra vida.
7. La promesa de la exaltación
Versículo 16: “Y el que sea fiel vencerá todas las cosas y será enaltecido en el postrer día.”
Este pasaje ofrece una visión alentadora del futuro eterno para los fieles. A pesar de los desafíos y sacrificios temporales, el Señor promete la exaltación a quienes perseveran con fe. Este versículo es una reafirmación de la recompensa divina que espera a los discípulos comprometidos.
“Y el que sea fiel”
La fidelidad implica lealtad constante y obediencia a los mandamientos de Dios. Ser fiel abarca mantener la fe en Cristo, cumplir los convenios hechos con Él y perseverar en rectitud, incluso ante las pruebas y desafíos.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Señor ama a los que son constantes en Su servicio y fieles a Sus convenios. La fidelidad es la piedra angular de nuestra relación con Él.” (“Las bendiciones del templo,” Conferencia General, octubre de 2018).
Este principio nos recuerda que la fidelidad no es solo una creencia pasiva, sino una acción continua y comprometida. Ser fiel requiere dedicación diaria a las enseñanzas y principios del evangelio.
“Vencerá todas las cosas”
La promesa de vencer todas las cosas refleja el poder redentor de Cristo y Su capacidad para ayudarnos a superar cualquier obstáculo, tentación o prueba. A través de Su expiación, podemos recibir fortaleza para superar el pecado y las dificultades de la vida.
El élder Jeffrey R. Holland explicó: “Por medio de Jesucristo, podemos vencer el pecado, las tribulaciones y los desafíos de la mortalidad. En Él encontramos el poder para ser más de lo que podríamos ser por nosotros mismos.” (“Venid a mí,” Conferencia General, abril de 1998).
Este pasaje es un recordatorio de que nuestra capacidad para vencer no proviene únicamente de nuestra fuerza, sino de nuestra confianza en Cristo. Al permanecer fieles, recibimos Su ayuda divina para enfrentar y superar todas las pruebas.
“Y será enaltecido”
La exaltación es el estado supremo de felicidad y gloria en la presencia de Dios. Ser enaltecido implica heredar la vida eterna y recibir todas las bendiciones prometidas a los hijos fieles de Dios, incluyendo la posibilidad de vivir con Él y nuestra familia eternamente.
El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “La exaltación es el propósito supremo del plan de Dios para Sus hijos, y el resultado final de una vida de fidelidad y obediencia.” (“La obra de Dios prosigue,” Conferencia General, octubre de 1999).
La promesa de la exaltación no solo es un incentivo para vivir en rectitud, sino también un recordatorio del amor y la misericordia de Dios al ofrecer a Sus hijos las bendiciones de Su gloria.
“En el postrer día”
El “postrer día” se refiere al tiempo en que todas las cosas serán restauradas y juzgadas ante Dios. Este es el día de la resurrección y el juicio final, donde cada persona recibirá las bendiciones o consecuencias según su fidelidad.
El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “El juicio final no es solo un acto de justicia, sino también un acto de misericordia, donde aquellos que han sido fieles recibirán la plenitud de las promesas de Dios.” (“El juicio final,” Conferencia General, abril de 2000).
Esta frase enfatiza la naturaleza eterna de las bendiciones prometidas. Aunque algunas pruebas y recompensas pueden manifestarse en esta vida, la plenitud de la exaltación se recibe en el gran día de restauración y juicio.
Este versículo de Doctrina y Convenios 75:16 ofrece una promesa profunda y motivadora: aquellos que permanezcan fieles a Cristo no solo superarán las pruebas de la mortalidad, sino que también serán enaltecidos en la eternidad. Cada frase resalta un aspecto del plan de salvación, desde la necesidad de fidelidad personal hasta la gracia de Cristo que nos capacita para vencer.
Este pasaje nos anima a perseverar en la fe y a confiar en las promesas del Señor, recordándonos que la fidelidad nos lleva a la exaltación. En un mundo lleno de desafíos, esta escritura es una fuente de esperanza, asegurándonos que nuestras luchas no son en vano y que, a través de Cristo, podemos vencer todas las cosas y recibir la plenitud de las bendiciones eternas.
Nota: “Si tienes un versículo en particular sobre el que deseas profundizar, házmelo saber y con gusto te proporcionaré más información al respecto.” En Deja un comentario
























