Doctrina y Convenios
Sección 90
Contexto Histórico
Resumen Breve por Steven C. Harper
No hay nada en los registros históricos que nos diga qué problema(s) resolvió la sección 90, aparte de la revelación misma. En tales casos es especialmente importante leerla con cuidado. Está llena de instrucciones financieras. Es razonable concluir que José estaba preocupado por los costosos mandamientos que el Señor había dado: comprar tierras en Misuri, establecer un almacén, imprimir las revelaciones y reunir a Israel en Sion.
La revelación fue dada, al menos en parte, para responder a las oraciones de José pidiendo perdón, mencionadas en el versículo 1, el cual también dice que las oraciones de los hermanos de José habían llegado a los oídos del Señor. Parece que esos hermanos eran Sidney Rigdon, quien había estado sirviendo como consejero de José, y Frederick Williams, quien apenas unas semanas antes había recibido una revelación por medio de José en la que se le decía que había sido “llamado para ser Consejero y escriba de mi siervo José.” El Señor se refiere “otra vez” a estos “hermanos” por nombre en el versículo 6.
La sección 90 bendice a aquellos que poseen las llaves del reino, la autoridad para ejercer el sacerdocio y gobernar la Iglesia de Jesucristo. Les concede los oráculos—las revelaciones para dirigir a la Iglesia—y manda a los Santos a no tomarlos a la ligera.
La revelación da el siguiente paso en la formación de lo que la sección 81 llamó la “Presidencia del Sumo Sacerdocio”, o lo que para 1835 llegó a conocerse como la Primera Presidencia. El Señor perdona a Sidney Rigdon y Frederick Williams y los hace iguales con José en cuanto a la posesión de las llaves del reino. No obstante, el versículo 9 aclara que José preside sobre sus consejeros, quienes presiden sobre la tierra y son mandados por el Señor a predicar el evangelio y reunir a Israel en anticipación de Su venida.
A partir del versículo 13, el Señor da a la Presidencia sus deberes cotidianos: terminar de revisar el Antiguo Testamento, presidir sobre la Iglesia y la Escuela de los Profetas (véase sección 88), recibir revelaciones según sea necesario, estudiar y aprender todo lo que puedan, y presidir y poner en orden la Iglesia.
Los versículos 13 hasta el final incluyen el tipo de revelación necesaria para organizar la Iglesia. Aquí el Señor administra Sus asuntos con instrucciones específicas sobre varias personas, propiedades y finanzas. José y sus consejeros son reprendidos por su orgullo y dirigidos a mejorar. La Iglesia debe proveer un hogar para Frederick Williams, quien había consagrado su granja en obediencia a la misma revelación que lo llamó como consejero de José. Los padres de José debían vivir en la granja de Frederick, Sidney debía permanecer en su lugar de residencia y el obispo debía encontrar un agente lo suficientemente fiel y adinerado como para ayudar a pagar las deudas de la Iglesia.
El Señor hace referencia al convenio de la Firma Unida (sección 82) en el versículo 24, que en sí mismo es un convenio. En el versículo 25 aconseja al padre de José que conserve sus recursos financieros evitando asumir responsabilidad por más personas de las que podía sostener en sus años avanzados. A Vienna Jacques, una conversa de Boston que se había reunido con los Santos y había consagrado su considerable riqueza, se le promete una herencia en Sion por su fidelidad.
No fue así con William McLellin, a quien el Señor reprende después de que rehusara dos llamamientos misionales y evadiera la ley de consagración al comprar dos lotes en la calle principal de Independence, Misuri (véanse las secciones 66, 75 y 85). El Señor también reprendió a los líderes de la Iglesia en Sion que estaban acosando a José para que se mudara a Misuri.
Diez días después de la revelación, se reunió un concilio de sumos sacerdotes. José ordenó a Sidney Rigdon y Frederick Williams “por la imposición de manos para ser iguales con él en cuanto a la posesión de las llaves del Reino y también de la Presidencia del sumo sacerdocio.”
Las presiones de edificar Sion pesaban sobre José. En el trasfondo se percibe que José no sabía cómo resolver algunos problemas apremiantes, pero el Señor sí. El Señor lo instruyó en cómo sobrellevar, planear, delegar, prepararse y seguir adelante. La revelación tranquilizó a José al asegurarle que las llaves eran suyas para siempre y que recibiría revelaciones según fuese necesario. La sección 90 trató la ansiedad, la incertidumbre y el estrés de José. Sion “no será removida de su lugar. Yo, el Señor, lo he dicho” (DyC 90:37). Si el Señor estaba tan sereno y confiado respecto a Sion, José también podía estarlo. Necesitaría esa seguridad. Las cosas en Sion estaban a punto de empeorar mucho más.
Contexto adicional por Casey Paul Griffiths
Doctrina y Convenios 90 representa otro paso significativo hacia la organización de los cuórumes presidentes de la Iglesia, en este caso la Primera Presidencia. Para comprender esta revelación, es útil repasar cómo se habían ido desarrollando los oficios de liderazgo en la Iglesia hasta ese momento. José Smith y Oliver Cowdery recibieron la autoridad necesaria para dirigir la Iglesia por medio del ministerio de seres angelicales.
“Bajo la dirección del Padre y del Hijo, mensajeros celestiales vinieron para instruir a José y restablecer la Iglesia de Jesucristo. El resucitado Juan el Bautista restauró la autoridad para bautizar por inmersión para la remisión de los pecados. Tres de los Doce Apóstoles originales—Pedro, Santiago y Juan—restauraron el apostolado y las llaves de la autoridad del sacerdocio.” Desde el momento en que estos mensajeros celestiales se aparecieron a José y Oliver, las llaves y poderes necesarios para enseñar el evangelio y efectuar las ordenanzas salvadoras de la Iglesia estaban en su lugar, independientemente de cómo la Iglesia estuviese organizada administrativamente.
Cuando la Iglesia fue organizada el 6 de abril de 1830, la revelación conocida como los “Artículos y Convenios” afirmó que José Smith y Oliver Cowdery habían sido llamados por Dios y ordenados Apóstoles. José fue designado como el primer élder de la Iglesia, y Oliver como el segundo (DyC 20:2–3). Estos llamamientos proporcionaron una estructura temporal que les permitió ministrar por medio de su autoridad y llamar a líderes adicionales para ayudar en la obra. El 25 de enero de 1832, José Smith fue ordenado como “Presidente del Sumo Sacerdocio”, siguiendo las instrucciones dadas en noviembre de 1831 de que “se nombrase a uno” para ese oficio (DyC 107:65).
Varias semanas después, el 8 de marzo de 1832, José Smith llamó y ordenó a Sidney Rigdon y Jesse Gause para asistirlo como “consejeros del ministerio de la presidencia del sumo Sacerdocio.” Unos días después, el 15 de marzo de 1832, José recibió otra revelación en la que Dios otorgaba mayor autoridad a los consejeros en la presidencia. La revelación también declaraba que José Smith había recibido “las llaves del reino, que siempre pertenecen a la Presidencia del Sumo Sacerdocio” (DyC 81:2).
En los meses siguientes, Jesse Gause se distanció de la Iglesia y fue excomulgado el 3 de diciembre de 1832. Un mes más tarde, el 5 de enero de 1833, Frederick G. Williams fue llamado para reemplazar a Gause como consejero y escriba. Doctrina y Convenios 90 elevó el papel de los consejeros, haciéndolos iguales con José Smith en “poseer las llaves de este último reino” (DyC 90:3). Poco después de que se diera esta revelación, la correspondencia oficial de la Iglesia comenzó a referirse a José Smith, Sidney Rigdon y Frederick G. Williams como los “Presidentes del Sumo Sacerdocio.” Para 1835, a los tres presidentes ya se les conocía como la “Primera Presidencia” de la Iglesia.
En una historia posterior, José Smith escribió:
“El élder Rigdon expresó el deseo de que él mismo y el hno. F[rederick] G. Williams fueran ordenados al oficio al que habían sido llamados, es decir, al de Presidentes del sumo sacerdocio, y que fueran iguales en poseer las llaves del reino junto con el hno. José Smith, hijo, de acuerdo con la revelación dada el 8 de marzo de 1833. En consecuencia, impuse mis manos sobre los hermanos Sidney y Frederick, y los ordené para participar conmigo en la posesión de las llaves de este último reino y para asistir en la presidencia del sumo sacerdocio como mis consejeros; después de lo cual exhorté a los hermanos a la fidelidad y diligencia en guardar los mandamientos de Dios, y di muchas instrucciones para beneficio de los santos, con una promesa de que los de corazón puro verían una visión celestial; y, después de permanecer un corto tiempo en oración secreta, la promesa se cumplió, pues muchos de los presentes tuvieron los ojos de su entendimiento abiertos por el Espíritu de Dios de tal manera que pudieron contemplar muchas cosas.”
Véase “Introducción histórica,” Revelación, 8 de marzo de 1833 [DyC 90]
Versículos 1–5
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
Es común en las revelaciones que el Señor reconozca la naturaleza humana de Sus siervos perdonándoles sus pecados (DyC 90:1). El Señor también afirmó el liderazgo de José Smith en estos versículos al declarar que las “llaves de este reino nunca te serán quitadas” (DyC 90:3). Estas palabras ofrecen una comparación interesante con declaraciones anteriores del Señor.
En una revelación de 1830, el Señor dijo de José Smith: “Le he dado las llaves de los misterios y las revelaciones que están selladas, hasta que yo designe a otro en su lugar” (DyC 28:7). En otra revelación dada unos meses después, se le dijo a José que poseía “las llaves del misterio de aquellas cosas que han sido selladas”—pero únicamente “si permanece en mí, y si no, otro plantaré en su lugar” (DyC 35:18). En una revelación de febrero de 1831, José fue designado para recibir mandamientos y revelaciones para la Iglesia, pero con la misma condición de la revelación anterior: “si permanece en mí” (DyC 43:3). Finalmente, en una revelación dada en septiembre de 1831, se le dijo a José que tenía las “llaves de los misterios del reino . . . en la medida en que guardare mis ordenanzas” (DyC 65:5).
En contraste con estas revelaciones anteriores, el Señor no establece condiciones para José en los versículos 1–5, lo que indica Su mayor confianza en que José Smith cumpliría su función como profeta, vidente y revelador. Más adelante, el Señor dio a José una seguridad aún mayor al declarar: “De cierto, sello sobre ti tu exaltación y preparo un trono para ti en el reino de mi Padre, con Abraham tu padre” (DyC 132:49).
Al comparar los versículos de estas revelaciones, parece que incluso José Smith pasó por un período de prueba y evaluación mientras crecía en su llamamiento profético. Sin embargo, tal como se indica en la sección 90, él todavía conserva las llaves de esta dispensación y actúa como la figura presidiendo sobre todos los profetas, apóstoles y demás siervos llamados en los últimos días.
Versículo 3: “De cierto te digo, las llaves de este reino nunca te serán quitadas mientras estés en el mundo, ni tampoco en el venidero.”
Este versículo reafirma la autoridad de José Smith como profeta, vidente y revelador, a quien se le confían las llaves del reino de Dios en la tierra. Estas llaves representan la autoridad para recibir revelación, dirigir la Iglesia y administrar los asuntos del Evangelio. El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Las llaves del sacerdocio son esenciales para llevar a cabo la obra del Señor y guiar a Su pueblo” (Conferencia General, abril de 2020).
“De cierto te digo”
Esta introducción enfatiza la certeza y autoridad divina de la declaración. Cuando el Señor utiliza “de cierto te digo,” subraya que lo que sigue es una verdad eterna y segura, otorgada con Su autoridad.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Cuando el Señor habla, Sus palabras son eternas y seguras; no hay incertidumbre en Su mensaje” (Conferencia General, abril de 2020). Este preámbulo invita a José Smith y a todos los lectores a recibir esta promesa con fe y confianza total en la palabra de Dios.
“Las llaves de este reino”
Las llaves del reino simbolizan la autoridad del sacerdocio para administrar los asuntos del reino de Dios en la tierra, incluidos la revelación, la organización de la Iglesia y las ordenanzas de salvación. En este caso, el Señor reafirma que José Smith posee esta autoridad divina, esencial para dirigir Su obra.
El presidente Joseph Fielding Smith explicó: “Las llaves del sacerdocio son esenciales para dirigir la obra del Señor, tanto en la tierra como en los cielos” (Doctrina de Salvación, vol. 3, pág. 95). Este versículo destaca la centralidad del sacerdocio y las llaves en la administración de la Iglesia y la salvación de la humanidad.
“Nunca te serán quitadas mientras estés en el mundo”
Esta frase asegura a José Smith que, mientras viva, la autoridad y las llaves del reino permanecerán con él, independientemente de los desafíos o persecuciones que enfrente. Esta promesa refuerza su llamado profético como inquebrantable.
El presidente Brigham Young declaró: “El Señor sostiene a Sus profetas, y mientras ellos permanezcan fieles, Su autoridad nunca será transferida ni revocada” (Discourses of Brigham Young, pág. 136). Este principio subraya que el llamado divino de un profeta está respaldado por Dios mismo, quien le da el poder para cumplir Su obra.
“Ni tampoco en el venidero”
Esta promesa eterna asegura que la autoridad de José Smith trasciende la vida terrenal. Las llaves del reino que se le han confiado continúan siendo efectivas en el mundo espiritual, conectando las dispensaciones terrenales y celestiales del Evangelio.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “La obra del Señor no se limita a esta vida; Su poder y autoridad trascienden el velo, y Sus siervos fieles continúan desempeñando un papel en la eternidad” (Conferencia General, octubre de 2006). Este principio nos recuerda que el Evangelio es eterno y que los líderes llamados por Dios desempeñan un papel integral tanto en esta vida como en la venidera.
El versículo 3 reafirma la autoridad y el llamado profético de José Smith, asegurándole que las llaves del sacerdocio, esenciales para dirigir la Iglesia y realizar la obra de salvación, permanecerán con él tanto en la vida terrenal como en la eternidad. Esta promesa no solo fortalece la posición del profeta, sino que también garantiza la continuidad de la obra del Señor a través de las dispensaciones.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Las llaves del sacerdocio son una manifestación del amor de Dios por Sus hijos, asegurando que Su obra de salvación y exaltación se lleve a cabo en orden y bajo Su dirección” (Conferencia General, abril de 2018). Este versículo invita a los santos a confiar en el liderazgo divinamente llamado y en la obra eterna que el Señor dirige a través de Sus siervos.
Versículo 5: “Y quienes reciban los oráculos de Dios, tengan cuidado de cómo los estiman, no sea que los menosprecien, y con ello incurran en la condenación.”
Este versículo subraya la importancia de respetar y valorar las revelaciones dadas por medio del profeta. Los “oráculos” son los mensajes divinos que guían a la Iglesia, y tratarlos con ligereza puede llevar a la pérdida de bendiciones espirituales. El élder David A. Bednar enseñó: “Cuando apreciamos y seguimos las palabras de los profetas, somos bendecidos con dirección y protección” (Conferencia General, octubre de 2010).
“Y quienes reciban los oráculos de Dios”
Los “oráculos de Dios” se refieren a las revelaciones divinas, verdades eternas y principios del Evangelio recibidos a través de los profetas. Este pasaje subraya que los santos son responsables de recibir estas revelaciones con fe y reverencia, ya que son la guía divina para Su pueblo.
El presidente Joseph Fielding Smith enseñó: “Los oráculos de Dios se encuentran entre los dones más preciados que el Señor nos ha dado, y debemos recibirlos con gratitud y respeto” (Doctrina de Salvación, vol. 3, pág. 152). Este principio resalta la importancia de reconocer a los profetas como instrumentos de Dios para dirigir a Su pueblo y transmitir Su voluntad.
“Tengan cuidado de cómo los estiman”
Esta frase enfatiza la importancia de valorar correctamente las revelaciones y enseñanzas proféticas. Considerar las palabras de los profetas con ligereza o escepticismo puede llevar a la pérdida de bendiciones espirituales y a una desconexión con la guía divina.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “El respeto por las palabras de los profetas es esencial para recibir la guía del Señor en nuestra vida. Al estimar esas palabras, demostramos nuestra fe en Su plan” (Conferencia General, abril de 2018). Este consejo nos recuerda que nuestra actitud hacia las revelaciones determina en gran medida las bendiciones que podemos recibir de ellas.
“No sea que los menosprecien”
Menospreciar los oráculos significa tratarlos con indiferencia, incredulidad o desprecio. Esta actitud puede resultar de una falta de fe o de orgullo, ambos obstáculos para el crecimiento espiritual y la obediencia.
El élder Neil L. Andersen enseñó: “Cuando rechazamos o ignoramos las palabras de los profetas, nos privamos de la dirección divina y nos colocamos en un camino peligroso” (Conferencia General, abril de 2012). Este pasaje nos invita a reflexionar sobre nuestra disposición a escuchar y obedecer a los profetas, reconociendo que hacerlo con humildad nos acerca más a Dios.
“Y con ello incurran en la condenación”
La condenación mencionada aquí no es solo un juicio futuro, sino también la pérdida de bendiciones presentes que resultan de desobedecer o rechazar las revelaciones de Dios. Cuando los santos ignoran las palabras de los profetas, se distancian de la luz y el conocimiento que el Señor desea ofrecerles.
El élder Jeffrey R. Holland explicó: “La condenación no es solo un castigo, sino la ausencia de bendiciones y progreso espiritual que se pierden al rechazar las verdades de Dios” (Conferencia General, abril de 2003). Este principio destaca la importancia de aceptar las revelaciones como un medio para recibir bendiciones y avanzar espiritualmente.
El versículo 5 de la Sección 90 destaca la responsabilidad de los santos de valorar y respetar las revelaciones divinas transmitidas por los profetas. Estas palabras no solo son guía para esta vida, sino también un medio para recibir bendiciones espirituales y eternas. Menospreciar los oráculos de Dios trae consigo la pérdida de esas bendiciones y el riesgo de desconexión espiritual.
El presidente Henry B. Eyring enseñó: “La forma en que valoramos las palabras de los profetas refleja nuestra fe en Dios y nuestra disposición a seguir Su plan” (Conferencia General, octubre de 2006). Este versículo nos invita a reflexionar sobre nuestra actitud hacia las enseñanzas proféticas y a esforzarnos por aceptarlas con fe y gratitud, reconociendo que son un don divino para nuestra salvación y guía.
Doctrina y Convenios 90:5
Cada uno de nosotros edifica una casa de fe. Como todo constructor sabe, una casa es tan sólida como lo sea su fundamento. Las personas insensatas construyen sobre los cimientos de la fama, las arenas movedizas del secularismo y los pantanos del materialismo. Todos estos inevitablemente decepcionarán y, en última instancia, fracasarán. La fidelidad duradera —y la seguridad contra el adversario de la rectitud— nunca proviene de falsedades pasajeras ni del vacío de la gratificación inmediata.
Con una perspectiva eterna, los sabios edifican sobre la roca de la revelación, prestando cuidadosa atención a los oráculos vivientes de Dios. Su principal piedra del ángulo es el Salvador, y sus corazones están firmemente enfocados en las cosas del Espíritu, esas realidades internas que proporcionan sentido, perspectiva y sustento para todo lo que verdaderamente importa en la vida.
Todo lo que hacemos como santos debe edificarse sobre un fundamento de fe, verdad, testimonio y conversión. Los discípulos cristianos edifican su casa de fe sobre el lecho de roca del Evangelio al centrar sus vidas en Jesucristo.
Este texto presenta una enseñanza profundamente simbólica y poderosa sobre el fundamento espiritual sobre el cual cada discípulo de Cristo debe edificar su vida. Al igual que la parábola del Salvador sobre el hombre prudente que edificó su casa sobre la roca (Mateo 7:24–27), aquí se contrasta la estabilidad que ofrece la fe en Cristo con la fragilidad de confiar en los valores del mundo.
El fundamento sólido es Cristo mismo, Su evangelio revelado, y los oráculos vivientes—los profetas y apóstoles actuales. Los falsos cimientos mencionados—fama, secularismo, materialismo—representan caminos que el adversario utiliza para distraer y debilitar a los hijos de Dios. Aunque puedan parecer atractivos o exitosos temporalmente, no ofrecen verdadera seguridad ni sentido duradero.
La expresión “casa de fe” implica que la fe no es simplemente un sentimiento o una creencia superficial, sino una estructura completa que debe ser construida, fortalecida y sostenida conscientemente. Esto requiere conversión, obediencia constante y una perspectiva eterna que permita ver más allá de las apariencias inmediatas.
Nuestra estabilidad espiritual, nuestra capacidad de resistir las pruebas, y nuestra preparación para heredar la vida eterna, dependen completamente del fundamento sobre el cual construimos nuestras vidas. Si ese fundamento es Jesucristo y Su evangelio, no importa cuán fuertes sean las tormentas—permaneceremos firmes.
Esta enseñanza es un llamado a evaluar constantemente en qué estamos edificando nuestra fe. Nos recuerda que solo lo que está edificado sobre la roca del Salvador perdurará. Al centrar nuestras vidas en Cristo, guiados por revelación y los profetas vivientes, edificamos una fe duradera que no solo resiste las pruebas de esta vida, sino que nos prepara para la eternidad.
Edificar sobre Cristo no es solo la mejor opción: es la única que garantiza seguridad y propósito eternos.
Versículos 6–7
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
Cuando José ordenó a Sidney Rigdon y a Frederick G. Williams, les dio las llaves necesarias para dirigir la Iglesia. Los consejeros de la Primera Presidencia son “tenidos por iguales” y pueden actuar en lugar del Presidente de la Iglesia si es necesario. El presidente Gordon B. Hinckley sirvió como consejero en tres Primeras Presidencias bajo Spencer W. Kimball, Ezra Taft Benson y Howard W. Hunter. Hacia el final de sus vidas, se volvió cada vez más difícil para los presidentes Kimball, Benson y Hunter cumplir con sus deberes debido a problemas de salud. En esos casos, el presidente Hinckley asumió un papel más importante dentro de la Primera Presidencia para compensar.
Cuando el presidente Benson tenía noventa y cinco años y enfrentaba graves problemas de salud, el presidente Hinckley dio esta seguridad: “Cuando el Presidente está enfermo o no puede desempeñar plenamente todos los deberes de su oficio, sus dos consejeros juntos constituyen un Cuórum de la Primera Presidencia. Ellos continúan con la labor diaria de la Presidencia.” Mientras el Presidente de la Iglesia viva, los consejeros de la Primera Presidencia siguen dirigiendo la Iglesia. Pero las promesas hechas en los versículos 1–3 a José Smith son diferentes de las promesas hechas a Sidney Rigdon y Frederick G. Williams en el versículo 6. A José se le dijo que tendría las llaves del reino en este mundo y en el venidero. Ninguna promesa semejante se dio a sus consejeros.
En 1835 José Smith enseñó: “Donde yo no esté, no hay Primera Presidencia.” Los consejeros de la Primera Presidencia son relevados al morir el Presidente, y el liderazgo de la Iglesia recae sobre el siguiente cuórum en la jerarquía de la Iglesia: el Cuórum de los Doce Apóstoles.
Versículo 6: “Y además, de cierto digo a tus hermanos, Sidney Rigdon y Frederick G. Williams, que también sus pecados les son perdonados, y se les considera igual que a ti en la posesión de las llaves de este último reino.”
Este versículo marca un paso significativo en la organización de la Iglesia al establecer formalmente la Primera Presidencia, con José Smith como presidente y Sidney Rigdon y Frederick G. Williams como consejeros. Este cuerpo de liderazgo era esencial para dirigir la obra del Señor de manera más efectiva.
“Y además, de cierto digo a tus hermanos”
Al dirigirse a Sidney Rigdon y Frederick G. Williams como “tus hermanos,” el Señor subraya la unidad y el compañerismo que debe existir en el liderazgo del sacerdocio. Esto resalta que los líderes son compañeros en la obra del Señor y que cada uno tiene un rol esencial.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “En el reino de Dios, trabajamos juntos como hermanos y hermanas, con un mismo corazón y una misma mente, para cumplir Sus propósitos” (Conferencia General, abril de 2019). Esta frase invita a los líderes de la Iglesia a trabajar en unidad, reconociendo que la obra del Señor requiere cooperación y apoyo mutuo.
“Sidney Rigdon y Frederick G. Williams, que también sus pecados les son perdonados”
Esta declaración refleja el poder de la expiación de Jesucristo para limpiar a los líderes de la Iglesia y capacitarlos para desempeñar sus llamamientos. El Señor reconoce la disposición de estos hombres para servir y les asegura Su perdón, una demostración de Su misericordia y amor.
El élder D. Todd Christofferson dijo: “El perdón del Señor no solo nos limpia, sino que nos fortalece para cumplir los propósitos divinos en nuestra vida” (Conferencia General, abril de 2011). Este principio enseña que la expiación no solo restaura, sino que también habilita a los líderes para cumplir con las responsabilidades sagradas del sacerdocio.
“Y se les considera igual que a ti en la posesión de las llaves de este último reino”
Este pasaje establece que Sidney Rigdon y Frederick G. Williams comparten la autoridad de las llaves del sacerdocio junto con José Smith, destacando la naturaleza colaborativa de la Primera Presidencia. La igualdad en la posesión de las llaves muestra que el liderazgo de la Iglesia opera bajo principios de consejería y unidad, en lugar de jerarquía personal.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El liderazgo en el reino de Dios está basado en la autoridad divina, compartida y ejercida en unidad por quienes son llamados por revelación” (Conferencia General, octubre de 1992). Este principio subraya que la obra del Señor se realiza a través de líderes inspirados que trabajan juntos en armonía, guiados por el Espíritu.
El versículo 6 de la Sección 90 destaca tres principios clave: la unidad en el liderazgo, el poder de la expiación para preparar a los líderes y la colaboración en la posesión de las llaves del sacerdocio. Sidney Rigdon y Frederick G. Williams fueron confirmados como consejeros de José Smith, compartiendo la responsabilidad y autoridad de dirigir la Iglesia. Esto refuerza la idea de que el liderazgo en el Evangelio no es individual, sino un esfuerzo colectivo guiado por la revelación y el Espíritu Santo.
El presidente Henry B. Eyring enseñó: “El liderazgo en la Iglesia de Cristo está inspirado por la revelación y se realiza en unidad bajo las llaves del sacerdocio” (Conferencia General, abril de 2008). Este versículo invita a reflexionar sobre cómo el liderazgo en la Iglesia refleja los principios divinos de cooperación, igualdad y gracia.
Versículos 8–11
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
Estos versículos también afirman que el evangelio de Jesucristo trasciende las fronteras nacionales y culturales, creando una nueva nación y una nueva cultura. Nefi vio en visión “que la Iglesia del Cordero, que eran los santos de Dios, también estaban sobre toda la faz de la tierra” (1 Nefi 14:12). Juan el Revelador vio en visión que los redimidos por Dios provenían de “todo linaje, lengua, pueblo y nación”, y que estas personas llegaban a ser “reyes y sacerdotes” para Dios (Apocalipsis 5:9–10).
Esto no resta importancia a la belleza y el valor de las costumbres y culturas locales. En la sección 90, el Señor declara “que todo hombre oirá la plenitud del evangelio en su propia lengua y en su propio idioma, por conducto de los que sean ordenados para este poder” (DyC 90:11). Al honrar lo mejor de sus culturas locales, los Santos de los Últimos Días también pueden verse a sí mismos como parte de una creciente familia global.
Versículo 11: “Porque acontecerá que en aquel día todo hombre oirá la plenitud del evangelio en su propia lengua y en su propio idioma, por conducto de los que son ordenados a este poder.”
Este versículo profetiza la expansión universal del Evangelio, asegurando que cada persona lo escuchará en su propio idioma. Esto refleja la promesa divina de que el mensaje de salvación alcanzará a todas las naciones. El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “El Evangelio es para todo el mundo. Debemos compartirlo con amor y fe” (Conferencia General, octubre de 1995).
“Porque acontecerá que en aquel día”
Esta frase introduce una profecía que se cumpliría en los últimos días, marcando la universalidad de la obra del Señor. “Aquel día” se refiere al tiempo en que el Evangelio se extenderá a todas las naciones, un cumplimiento de las promesas hechas desde tiempos antiguos.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Vivimos en el tiempo del cumplimiento de las profecías, cuando el Evangelio debe ser llevado a todas las personas en cada rincón de la tierra” (Conferencia General, octubre de 2011). Esta introducción destaca que estamos en un momento especial de la historia, donde la obra misional es un cumplimiento directo del plan de Dios.
“Todo hombre oirá la plenitud del evangelio”
La “plenitud del evangelio” se refiere a la restauración completa de las verdades y ordenanzas necesarias para la salvación, reveladas en los últimos días. Este pasaje asegura que cada persona tendrá la oportunidad de escuchar estas verdades, subrayando la justicia y el amor de Dios.
El élder Jeffrey R. Holland declaró: “El mensaje del Evangelio restaurado debe ser proclamado a toda alma, porque es el mensaje de la salvación para toda la humanidad” (Conferencia General, abril de 2001). Este principio enseña que el Evangelio es inclusivo y está destinado a todas las personas, sin importar su origen o condición.
“En su propia lengua y en su propio idioma”
Esta frase enfatiza que el Evangelio será llevado a las personas de manera comprensible y accesible, eliminando barreras lingüísticas o culturales. Esto refleja la naturaleza personal del plan de salvación y el compromiso del Señor de llegar a cada individuo.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “El mensaje del Evangelio debe ser claro y entendible para cada persona, sin importar su idioma, para que pueda penetrar en el corazón” (Conferencia General, abril de 2018). Este principio destaca la importancia de los esfuerzos misionales y de traducción realizados por la Iglesia para que el mensaje del Evangelio sea comprensible para todos.
“Por conducto de los que son ordenados a este poder”
El Señor deja claro que la proclamación del Evangelio se realizará a través de aquellos que han sido llamados y ordenados bajo la autoridad del sacerdocio. Esto subraya la importancia de la organización y las ordenanzas en el Reino de Dios.
El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “El sacerdocio es el poder por el cual la obra del Señor se realiza en la tierra, y los que lo poseen tienen la responsabilidad sagrada de compartir el Evangelio” (Conferencia General, octubre de 2006). Este pasaje reafirma que la obra misional no es solo un esfuerzo humano, sino una tarea sagrada guiada por la autoridad y el poder de Dios.
El versículo 11 profetiza la universalidad del mensaje del Evangelio y el compromiso de Dios de llegar a todos Sus hijos. La obra misional, llevada a cabo bajo la dirección del sacerdocio, asegura que cada persona tendrá la oportunidad de escuchar la plenitud del Evangelio en términos que puedan comprender. Esto refleja la naturaleza inclusiva y misericordiosa del plan de salvación.
El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “Nunca ha habido una época como esta, en la que las puertas estén abiertas y los corazones estén listos para recibir el mensaje del Evangelio” (Conferencia General, octubre de 1995). Este versículo nos invita a participar en la obra misional, reconociendo que cada esfuerzo contribuye al cumplimiento de esta gloriosa profecía.
Versículos 12–18
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
La revelación cambia de enfoque para dar consejo a José Smith respecto a sus numerosos deberes proféticos. Dios le aconseja completar su “traducción de los profetas”, lo cual probablemente sea una referencia a los libros que se encuentran al final del Antiguo Testamento. Al día siguiente de recibir esta revelación, José inquirió al Señor acerca de los libros apócrifos, que en su Biblia aparecían justo después de los doce profetas menores. El versículo 13 indica que José se hallaba llegando al final de su período más intenso de estudio bíblico, aunque continuó trabajando en su traducción de la Biblia esporádicamente durante el resto de su vida.
El Señor también le aconsejó seguir estudiando y aprendiendo, y “llegar a familiarizarse con todos los buenos libros, y con lenguas, idiomas y pueblos” (DyC 90:15). José tenía una mente inquisitiva y permaneció como un entusiasta estudiante durante toda su vida. Un erudito señala que “a partir de mediados de la década de 1830 y por el resto de su vida, [José] estudió egipcio, hebreo, griego y alemán”, y que “aunque su conocimiento de estos idiomas a veces fue rudimentario, su exposición a cada uno de ellos sirvió como peldaños hacia escrituras adicionales y enseñanzas singulares acerca de la naturaleza de Dios, la humanidad y el plan de salvación.”
En una reunión del Concilio de los Cincuenta, cerca del final de su vida, José aconsejó: “Todo hombre debería estudiar geografía, gobiernos e idiomas, para que pueda salir a cualquier nación y presentarse ante cualquier multitud con elocuencia.”
Versículo 18: “Poned vuestras casas en orden; apartad lejos de vosotros la pereza y la inmundicia.”
Este llamado al orden y la pureza personal subraya la importancia de la preparación espiritual y temporal. El élder D. Todd Christofferson enseñó: “El orden en nuestra vida es un reflejo de nuestra devoción a Dios y nuestra disposición a seguir Sus mandamientos” (Conferencia General, abril de 2013).
“Poned vuestras casas en orden”
Esta frase resalta la importancia de mantener el orden en el hogar, no solo en el sentido temporal (organización, estabilidad económica, etc.), sino también en el espiritual (enseñanza del Evangelio, oración familiar, y vivir de acuerdo con los principios del Evangelio). El hogar debe ser un lugar donde el Espíritu pueda habitar.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El hogar debe ser un refugio seguro donde el Espíritu del Señor pueda morar y donde se fortalezcan las relaciones familiares” (Conferencia General, abril de 2018). Este principio nos recuerda que el hogar es la unidad fundamental del plan de Dios y que su orden afecta directamente nuestra espiritualidad y progreso.
“Apartad lejos de vosotros la pereza”
La pereza, en este contexto, incluye tanto la falta de esfuerzo en las responsabilidades temporales como la negligencia en las prácticas espirituales, como el estudio de las Escrituras, la oración y la asistencia a la Iglesia. El Señor nos invita a ser diligentes y proactivos en nuestra vida, lo cual es esencial para el crecimiento personal y la edificación del Reino.
El presidente Ezra Taft Benson declaró: “La diligencia en las pequeñas cosas prepara el camino para las grandes cosas en el reino de Dios” (Conferencia General, abril de 1984). Este llamado a eliminar la pereza nos motiva a ser productivos, responsables y a trabajar continuamente para mejorar tanto espiritual como temporalmente.
“Y la inmundicia”
La “inmundicia” se refiere tanto a la limpieza física como a la pureza espiritual. Evitar la inmundicia implica mantener nuestras acciones, pensamientos y entornos libres de todo aquello que pueda alejarnos del Espíritu, como el pecado, los malos hábitos y las influencias dañinas.
El élder David A. Bednar enseñó: “La pureza espiritual es esencial para mantener la compañía del Espíritu Santo y progresar en el camino del convenio” (Conferencia General, abril de 2007). Este principio destaca la conexión entre la pureza personal y la capacidad de recibir guía espiritual, subrayando la importancia de vivir de manera limpia y recta.
El versículo 18 de la Sección 90 enfatiza tres principios esenciales para el crecimiento espiritual y temporal: mantener el orden en el hogar, eliminar la pereza y evitar la inmundicia. Estos elementos están interrelacionados y contribuyen a crear un entorno en el que el Espíritu Santo pueda habitar, fortaleciendo tanto a las familias como a los individuos.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El hogar bien ordenado y guiado por principios rectos se convierte en un refugio de paz y fortaleza en un mundo lleno de caos” (Conferencia General, abril de 1999). Este versículo nos invita a examinar nuestras vidas, nuestras prácticas y nuestras prioridades, asegurándonos de que estamos alineados con las expectativas divinas para crear un entorno de santidad y diligencia.
Versículos 19–37
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
En la parte final de la revelación, el Señor atiende las necesidades individuales de varios miembros de la Iglesia, incluyendo la Presidencia del sumo sacerdocio. Una gran parte de esta revelación da dirección y consejo a Vienna Jaques, una nueva conversa que había viajado desde Boston, Massachusetts, hasta Kirtland para encontrarse con el Profeta. Vienna Jaques es una de las grandes mujeres heroicas de la primera Restauración. Se le mandó consagrar sus recursos a la Iglesia y viajar a Misuri para ayudar a edificar la ciudad de Sion. Vienna viajó a Misuri ese verano, llegando a Sion en julio de 1833. Sin embargo, poco después de su llegada, perdió la mayor parte de sus bienes cuando los santos fueron expulsados del condado de Jackson por la persecución de turbas.
Cuando el Campamento de Sion, una misión de socorro desde Kirtland, llegó para asistir a los santos, Vienna ayudó a cuidar a los miembros del campamento que fueron atacados por el cólera. Heber C. Kimball, miembro del Campamento de Sion, escribió más tarde en su diario: “Recibí gran bondad… de la hermana Vienna Jaques, quien atendió mis necesidades y también las de mis hermanos.”
José Smith también expresó su gratitud por el sacrificio de Vienna al escribirle una carta en septiembre de 1833 para agradecerle por su generosidad. La carta es la comunicación más antigua conocida que José Smith escribió a una mujer que no fuera su esposa, Emma Smith. En la carta, José describió lo siguiente:
“Con frecuencia he sentido un susurro desde que recibí tu carta, algo así: ‘José, estás en deuda con tu Dios por la ofrenda de tu hermana Viana [Vienna Jaques], la cual resultó ser salvadora de vida en lo que respecta a tu situación pecuniaria.’”
Continuó diciendo:
“Por tanto, no deberías olvidarla, porque el Señor ha hecho esto, y tú deberías recordarla en todas tus oraciones y también por carta, porque a menudo ella clama al Señor diciendo: ‘Oh Señor, inspira a tu siervo José para que me comunique por carta alguna palabra a esta tu indigna sierva; ¿no puedes hablar en paz a tu sierva?’”
Vienna eventualmente se trasladó a Nauvoo junto a su esposo Daniel Shearer, un viudo con quien se casó tras conocerse en Misuri. Mientras vivía en Nauvoo, Vienna sirvió como una de las testigos de lo que probablemente fue el primer bautismo por un difunto en esta dispensación. La ordenanza tuvo lugar en el río Misisipi. Más tarde, después de que su matrimonio terminara, ella misma condujo su carreta a través de las llanuras a la edad de sesenta años, llegando al Valle del Lago Salado en octubre de 1847. Permaneció fiel y verdadera al evangelio hasta el final de su vida, a los noventa y seis años de edad. Un tributo escrito en ocasión de su muerte decía: “Fue fiel a sus convenios y estimó la restauración del Evangelio como un tesoro sin precio.”
Versículo 24: “Escudriñad diligentemente, orad siempre, sed creyentes, y todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bien, si andáis en la rectitud.”
Este versículo ofrece una promesa consoladora: si los santos son diligentes, oran y permanecen fieles, recibirán guía divina y todo obraría para su beneficio. El presidente Henry B. Eyring dijo: “Dios dirige nuestras vidas, y podemos confiar en que Su plan es para nuestro bien eterno” (Conferencia General, octubre de 2007).
“Escudriñad diligentemente”
Este mandato resalta la importancia de estudiar y reflexionar profundamente en las Escrituras y en las palabras de los profetas. Escudriñar implica un esfuerzo consciente y persistente para buscar la verdad y entender la voluntad de Dios.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El estudio diligente de las Escrituras abre las puertas a revelaciones personales y nos guía en nuestra jornada espiritual” (Conferencia General, octubre de 2019). Esta frase nos motiva a buscar activamente conocimiento espiritual para fortalecer nuestra fe y tomar decisiones alineadas con el Evangelio.
“Orad siempre”
La oración continua es esencial para mantener una relación cercana con Dios. Este mandato no significa orar sin cesar en el sentido literal, sino vivir en un estado constante de comunicación con el Padre Celestial mediante pensamientos, gratitud y súplicas regulares.
El élder David A. Bednar declaró: “La oración es un acto de fe que nos permite acercarnos a Dios y buscar Su guía en cada aspecto de nuestra vida” (Conferencia General, abril de 2008). Este principio nos recuerda que la oración es un recurso constante para recibir fortaleza, dirección y paz en los desafíos diarios.
“Sed creyentes”
Ser creyentes implica tener fe en Dios y en Su plan, confiar en que Sus promesas se cumplirán y actuar con esperanza y valentía. La fe no es solo una creencia pasiva, sino una fuerza activa que nos impulsa a obedecer y perseverar.
El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “Ser creyentes significa confiar en el Señor con todo nuestro corazón y actuar según esa confianza” (Conferencia General, abril de 2017). Esta frase subraya que la fe es fundamental para recibir las bendiciones prometidas y para enfrentar los desafíos con una perspectiva eterna.
“Y todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bien”
Esta promesa asegura que, a pesar de las pruebas y desafíos, todo contribuye a nuestro beneficio eterno si confiamos en el Señor y somos obedientes. Las experiencias difíciles pueden moldearnos y acercarnos más a Dios.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Aunque enfrentemos adversidades, si somos fieles, el Señor transformará nuestras pruebas en bendiciones” (Conferencia General, octubre de 2013). Este principio brinda consuelo y esperanza, recordándonos que Dios tiene un propósito en cada circunstancia que enfrentamos.
“Si andáis en la rectitud”
La promesa de que todas las cosas obrarán para nuestro bien está condicionada a vivir en rectitud, es decir, obedecer los mandamientos, mantenernos limpios espiritualmente y buscar siempre la voluntad de Dios.
El presidente Henry B. Eyring dijo: “La rectitud nos coloca en el camino donde podemos recibir las bendiciones que Dios desea darnos” (Conferencia General, abril de 2005). Este principio enfatiza que la obediencia es esencial para recibir la ayuda divina y las bendiciones prometidas.
El versículo 24 de la Sección 90 combina principios fundamentales del Evangelio: el estudio diligente, la oración constante, la fe activa y la obediencia. Juntos, estos principios garantizan que todas nuestras experiencias, incluso las adversidades, se transformarán en oportunidades para nuestro crecimiento y beneficio eterno.
El presidente Russell M. Nelson resumió este concepto al decir: “Cuando seguimos el camino del convenio, el Señor dirige nuestras vidas para que podamos llegar a ser todo lo que Él desea que seamos” (Conferencia General, abril de 2021). Este versículo nos invita a confiar plenamente en Dios y a vivir con la certeza de que, si somos fieles, Su mano guiará todos los aspectos de nuestra vida para nuestro bien eterno.
























