Doctrina y Convenios Sección 95

Doctrina y Convenios
Sección 95


Contexto histórico y trasfondo de DyC 95
Resumen breve por Steven C. Harper

Seis meses después de que el Señor mandara a los santos en Kirtland, Ohio, construir una Casa del Señor donde pudieran aprender Su ley, recibir investidura de poder y llegar a Su presencia (véase DyC 88), los santos aún no habían comenzado la construcción. José escribió a los santos en Misuri: “El Señor nos mandó en Kirtland construir una casa de Dios, y debemos—sí, con la ayuda del Señor lo obedeceremos, porque con la condición de nuestra obediencia, Él nos ha prometido grandes cosas, sí, aun una visita de los cielos para honrarnos con Su presencia.”

José parecía ser el único que sentía urgencia en el mandamiento. Era pleno invierno de 1833. En la primavera, los santos se reunieron para hablar del tema y designaron a Jared Carter, Reynolds Cahoon y Hyrum Smith como un comité para recaudar fondos y supervisar la construcción. La reunión terminó ahí, y por un mes no ocurrió nada más. Entonces el Señor dio la revelación de la sección 95.

Es una revelación del amor de Dios, un amor condicional: “Así dice el Señor a vosotros a quienes amo, y a quienes amo también disciplino para que sean perdonados sus pecados, porque con el castigo preparo el camino para su liberación en todas las cosas fuera de la tentación, y os he amado” (DyC 95:1). Bajo la premisa de que Dios ama a Sus hijos y los corrige para llevarlos al perdón, el siguiente mensaje es un reproche: la “gravísima transgresión” de no edificar el templo.

El Señor vuelve a recalcar la importancia del templo: es la escuela de los profetas, el medio por el cual Su Espíritu se derrama sobre toda carne, la salida de las tinieblas y el lugar de la investidura de poder celestial. El Señor quería que los élderes permanecieran en Kirtland para recibir esta investidura, pero por ser contenciosos los envió al campo a predicar y ser disciplinados—porque los amaba.

A partir del versículo 11, el Señor promete a los santos poder para edificar el templo si guardan Sus mandamientos: “Si no guardáis mis mandamientos, el amor del Padre no continuará con vosotros; por tanto, andaréis en tinieblas” (DyC 95:12). No dice que el amor de Dios dejaría de existir, sino que no continuaría con quienes lo rechazan y “aman las tinieblas más que la luz” (DyC 29:45). Al contraponer Su amor con la oscuridad, el Señor equipara Su amor con la luz y sus sinónimos descritos en DyC 88 y 93: verdad, gloria, inteligencia, poder y vida. La pregunta implícita del Señor es: ¿por qué los santos escogerían andar en tinieblas a pleno mediodía cuando la luz amorosa de Dios brilla para todo aquel que cumple las condiciones que Él establece?

¿Cuál sería, entonces, el camino sabio? “Sea edificada la casa,” manda el Señor, y da las dimensiones junto con la promesa de revelarla a “tres” (DyC 95:13). Ese mismo día el comité de construcción envió una carta a todos los santos, instándolos a “hacer todo esfuerzo posible para ayudar temporal y espiritualmente en esta gran obra,” y declarando: “es tan importante como nuestra salvación que obedezcamos este mandamiento.”

Los santos comprendieron el mensaje. Se pusieron a trabajar, a gran costo. El Señor reveló el diseño a la Primera Presidencia (DyC 95:14). Hyrum Smith cavó los cimientos el 5 de junio de 1833, en un campo de trigo junto al río Chagrin. Todos ayudaron. Los santos consagraron fondos, mano de obra y habilidades, aunque “el proyecto estaba muy por encima de los miserables recursos de la Iglesia.” Tuvieron que confiar en la promesa del Señor de darles poder para edificar si guardaban Sus mandamientos. José incluso pidió préstamos para financiar la obra, pero “las realidades económicas no lo detuvieron.” Él entendía que la “grande y última promesa” del Salvador valía cualquier costo y cualquier sacrificio (DyC 88:68–69).

Después de recibir la sección 95, los santos ya no andaban “en tinieblas al mediodía.” El historiador Richard Bushman escribió: “Comenzando en Kirtland, los templos se convirtieron en una obsesión. Por el resto de su vida, sin importar el costo del templo para él y su pueblo, [José] hizo planes, recaudó fondos, movilizó obreros y requirió sacrificio” (véase DyC 97).

Contexto adicional por Casey Paul Griffiths

José Smith recibió esta revelación varios meses después de que el Señor diera el mandamiento de organizar una “escuela de los profetas” (DyC 88:11–27) y de “establecer una casa, sí, una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de aprendizaje, una casa de gloria, una casa de orden, una casa de Dios” (DyC 88:119). Subrayando la importancia de cumplir estos mandamientos, José Smith escribió a William W. Phelps poco después de recibirse la sección 88, diciéndole:

“Verás que el Señor nos mandó en Kirtland edificar una casa de Dios y establecer una escuela para los profetas; esta es la palabra del Señor para nosotros, y debemos—sí, con la ayuda del Señor lo obedeceremos, pues bajo condición de nuestra obediencia Él nos ha prometido grandes cosas, sí, aun una visita de los cielos para honrarnos con Su propia presencia. Tememos grandemente ante el Señor no alcanzar este gran honor que nuestro Maestro propone conferimos. Estamos buscando humildad y gran fe para no ser avergonzados en Su presencia.”

Unos meses después, el 4 de mayo de 1833, se realizó una conferencia de sumos sacerdotes para discutir la “necesidad de edificar una casa de escuela con el fin de acomodar a los élderes que debían reunirse para recibir educación para el ministerio.” En esa conferencia se nombró a Hyrum Smith, Jared Carter y Reynolds Cahoon como comité encargado de recolectar donaciones de los miembros de la Iglesia para levantar el “edificio escolar,” que más tarde se convirtió en el Templo de Kirtland.

Alrededor de un mes después, el 1 de junio de 1833, este comité envió una carta a toda la Iglesia, pidiendo “que hagan todo esfuerzo posible para ayudar tanto temporal como espiritualmente en esta gran obra que el Señor está llevando a cabo y está por realizar. Y a menos que cumplamos este mandamiento—es decir, establecer una casa y preparar todas las cosas necesarias para que los élderes se reúnan en una escuela llamada la Escuela de los Profetas y reciban la instrucción que el Señor ha diseñado que reciban—todos podemos desesperar de obtener la gran bendición que Dios ha prometido a los fieles de la Iglesia de Cristo. Por lo tanto, es tan importante como nuestra salvación que obedezcamos este mandamiento, así como todos los mandamientos del Señor.”

La sección 95 fue recibida el mismo día en que se envió la carta del comité. En ella, el Señor reprende a los santos por descuidar el mandamiento de edificar la Casa del Señor. En la historia posterior de José Smith, él introdujo la revelación escribiendo:

“Se estaban haciendo grandes preparativos para comenzar una casa para el Señor; y, a pesar de que la Iglesia era pobre, nuestra unidad, armonía y caridad abundaban para fortalecernos en cumplir los mandamientos del Señor… La construcción de la Casa del Señor en Kirtland continuaba aumentando su interés en los corazones de los hermanos, y el comité de construcción emitió la siguiente circular a las diferentes ramas de la Iglesia… el mismo día recibí la siguiente revelación [DyC 95].”


Versículos 1–6
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)


El Señor reprende a los santos por su pereza en comenzar la obra de edificar la Casa del Señor en Kirtland. En marzo de 1833, Levi Hancock registró en su diario parte de la frustración sentida por los líderes de la Iglesia debido a la falta de iniciativa de los santos para construir el templo. Escribió que los miembros en Kirtland “no tenían lugar donde adorar.” Hancock relató que “Jared Carter fue con una suscripción para recolectar firmas. Yo firmé con dos dólares. Él recaudó un poco más de treinta y se lo presentó a José—el Señor no lo aceptó y dio un mandamiento de edificar un templo.”

Según Lucy Mack Smith, los santos en Kirtland también vacilaron respecto a la importancia del edificio que estaban por levantar. Ella registró que cuando se convocó a un concilio, José pidió a los hermanos que expresaran sus opiniones. Algunos pensaban que sería mejor construir una casa de madera; otros decían que un edificio así sería demasiado costoso, y la mayoría decidió construir una casa de troncos, calculando lo que podían aportar para ello. José se levantó y les recordó que no estaban edificando una casa para ellos mismos ni para ningún hombre, sino una casa para Dios. Entonces declaró: “¿Hemos de edificar, hermanos, una casa para nuestro Dios de troncos? No, hermanos, tengo un plan mejor; tengo el plan de la Casa del Señor dado por Él mismo.” Lucy relata que José entonces les entregó el plan completo del templo de Kirtland, y “cuando los hermanos lo escucharon, se sintieron sumamente complacidos.”

El uso de la palabra apóstol en el versículo 4 probablemente corresponde a su significado general de “uno enviado,” ya que el primer Quórum de los Doce Apóstoles fue organizado casi dos años después de recibirse la sección 95. Sin embargo, el Señor subraya la importancia del templo para “llevar a cabo mi extraña obra, a fin de derramar mi Espíritu sobre toda carne” (DyC 95:4). Las llaves del sacerdocio entregadas a José Smith en el templo de Kirtland siguen desempeñando un papel esencial en la obra de la Iglesia en todo el mundo.


En los primeros versículos de esta revelación, el Señor habla con un tono de amor, pero también de reprensión. Declara que a quienes ama, también reprende (v. 1). Esto nos recuerda que la corrección divina no es un signo de rechazo, sino de cuidado paternal. Al igual que un padre corrige a sus hijos para guiarlos por el camino correcto, el Señor corrige a Su pueblo para que permanezca firme en el convenio.

El Señor explica la razón de Su reprensión: los santos habían descuidado el mandamiento de edificar el templo en Kirtland (v. 3). Se les había dado un mandamiento claro en secciones anteriores (DyC 88 y 90), pero por temor, descuido o falta de unidad, habían postergado la obra. Esto revela una verdad doctrinal importante: la demora en obedecer los mandamientos del Señor acarrea consecuencias espirituales.

El Señor también declara que había permitido que Sus enemigos afligieran a los santos (v. 5). No porque los hubiera abandonado, sino para despertar su fe y llevarlos al arrepentimiento. La oposición y la tribulación, en este sentido, se convierten en instrumentos de corrección que acercan al pueblo al Señor.

Finalmente, el Señor advierte que si no se arrepentían, serían “reprobados como pueblo” (v. 6). Aquí se enseña que el estatus de “pueblo del convenio” no es un título automático, sino que depende de la fidelidad a los mandamientos. La obediencia al Señor es lo que distingue a Su pueblo y le permite conservar Su presencia.

En resumen: estos versículos muestran cómo la corrección del Señor es una expresión de amor; revelan el peligro de la postergación en la obediencia; y enseñan que el ser parte del pueblo del convenio depende de la disposición constante a arrepentirse y a cumplir los mandamientos, en especial la edificación de Su casa.


Versículo 1: “De cierto, así dice el Señor a vosotros a quienes amo, y a los que amo también disciplino para que les sean perdonados sus pecados, porque con la disciplina preparo un medio para librarlos de la tentación en todas las cosas, y yo os he amado.”
Este versículo subraya el principio de que la corrección divina es una manifestación del amor de Dios. Él disciplina a Su pueblo no para castigarlos, sino para guiarlos hacia el arrepentimiento y la fortaleza espiritual. Esto refuerza la idea de que las pruebas y los llamados de atención del Señor son oportunidades para crecer y ser liberados de las tentaciones.

“De cierto, así dice el Señor a vosotros a quienes amo”
El Señor introduce este versículo con una declaración de amor. Este amor es incondicional y redentor, manifestado no solo en bendiciones, sino también en corrección. La disciplina es una extensión del amor divino que guía a los hijos de Dios hacia un camino mejor.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El amor de nuestro Padre Celestial por Sus hijos es constante, sin importar nuestras decisiones. Sin embargo, Su amor perfecto también incluye expectativas y oportunidades.” (Conferencia General, abril de 2021). Este amor también es descrito en Hebreos 12:6: “Porque el Señor al que ama, disciplina.”
El amor del Señor no es permisivo, sino activo. Busca el bienestar eterno de cada persona, incluso si esto requiere corregir conductas que nos alejan de Él.

“Y a los que amo también disciplino para que les sean perdonados sus pecados”
La disciplina del Señor no es punitiva, sino redentora. Su propósito es llevarnos al arrepentimiento, lo que abre la puerta al perdón. La disciplina divina es una herramienta para purificar nuestras vidas.
El presidente Dallin H. Oaks dijo: “El arrepentimiento es la cura del alma herida, y el Señor a menudo usa las pruebas y la corrección para ayudarnos a ver nuestra necesidad de cambio.” (Conferencia General, abril de 2019). En Doctrina y Convenios 1:32, el Señor declara: “Ciertamente él perdonará a los que se arrepientan y vengan a él.”
La disciplina es un acto de misericordia diseñado para llevarnos de regreso a la presencia del Señor. Reconocer la disciplina como una manifestación de amor nos ayuda a recibirla con humildad y gratitud.

“Porque con la disciplina preparo un medio para librarlos de la tentación en todas las cosas”
La disciplina es preventiva y protectora. A través de ella, el Señor nos fortalece contra futuras tentaciones y nos enseña a depender de Su poder para resistir el pecado.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “El Señor nos da experiencias para fortalecernos en las pruebas venideras. Su disciplina es una preparación para que podamos soportar mejor las tentaciones y desafíos.” (Conferencia General, octubre de 1991). Esta idea se refleja en 1 Corintios 10:13: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir.”
La disciplina es una herramienta que nos equipa espiritualmente para enfrentar las tentaciones. Nos ayuda a desarrollar la fortaleza espiritual y la confianza en el poder redentor del Señor.

“Y yo os he amado”
El Señor reafirma Su amor como el motivo detrás de Sus acciones. Este amor es constante y eterno, un recordatorio de que todo lo que Él hace está diseñado para nuestro beneficio eterno.
El élder Jeffrey R. Holland declaró: “El amor de Dios está en cada aspecto de Su obra, y siempre busca llevarnos de regreso a Su abrazo eterno.” (Conferencia General, octubre de 2009). En 1 Nefi 11:17, Nefi testifica: “Sé que [Dios] ama a sus hijos.” Este amor es la base de toda la interacción divina con Sus hijos.
El amor del Señor no solo nos consuela, sino que también nos impulsa a mejorar. Este amor eterno es la razón por la cual Él nos guía, corrige y bendice en todas las cosas.

Este versículo encapsula la relación amorosa y redentora del Señor con Sus hijos. La disciplina, lejos de ser una expresión de ira o castigo, es una manifestación profunda de Su amor y Su deseo de que alcancemos el arrepentimiento y la fortaleza espiritual. Este proceso nos purifica y nos equipa para resistir las tentaciones, permitiéndonos alinearnos más estrechamente con Su voluntad.
El presidente Dieter F. Uchtdorf dijo: “En las manos del Señor, cada corrección es un paso hacia nuestro destino eterno.” (Conferencia General, abril de 2011). Este versículo nos invita a confiar en el amor del Señor incluso en momentos de corrección, sabiendo que todo lo que Él hace es para ayudarnos a regresar a Su presencia.


Versículo 3: “Porque habéis cometido un pecado muy grave contra mí, al no haber considerado en todas las cosas el gran mandamiento que os he dado concerniente a la edificación de mi casa.”
Dios reprende a los santos por haber descuidado la construcción de Su casa, señalando que esta omisión es un pecado grave. Este versículo enfatiza la importancia de priorizar los mandamientos del Señor sobre las preocupaciones terrenales y destaca que la obra del templo es esencial para Su plan.

“Porque habéis cometido un pecado muy grave contra mí”
El Señor clasifica el descuido en obedecer Su mandamiento como un “pecado muy grave.” Esto destaca que ciertos mandamientos tienen un peso significativo en el plan de salvación. La edificación del templo no era simplemente una tarea administrativa, sino una asignación divina central para la preparación espiritual del pueblo.
El élder David A. Bednar explicó: “Los templos son esenciales para nuestro progreso eterno, y nuestro esfuerzo por edificarlos refleja nuestra fe y devoción hacia Dios.” (Conferencia General, octubre de 2020). Este pecado grave subraya la necesidad de priorizar las cosas de Dios por encima de las preocupaciones terrenales, recordando las palabras de Jesús: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:33).
La gravedad de este pecado radica en el impacto colectivo e individual de no cumplir con un mandamiento que tiene implicaciones eternas. Descuidar el templo significa limitar el acceso a las bendiciones de salvación para los vivos y los muertos.

“Al no haber considerado en todas las cosas”
La expresión “en todas las cosas” implica que la obediencia a los mandamientos del Señor debe ser completa, no parcial ni intermitente. No considerar “en todas las cosas” sugiere que los santos dieron prioridad a otras preocupaciones antes que al mandamiento del templo.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “Cuando damos al Señor lo mejor de nosotros, Él multiplica nuestras capacidades y nos bendice de maneras que no podemos imaginar.” (Conferencia General, abril de 2022). La frase también recuerda las palabras de Alma en el Libro de Mormón: “Si guardáis mis mandamientos, prosperaréis en la tierra.” (Mosíah 2:22). No considerar todas las cosas puede llevar al fracaso espiritual y temporal.
La obediencia parcial es una forma de desobediencia. El Señor requiere dedicación plena, no solo en algunas áreas, sino en todo lo que nos manda.

“El gran mandamiento que os he dado concerniente a la edificación de mi casa”
Aquí el Señor destaca la importancia del templo al llamarlo “el gran mandamiento.” Los templos son esenciales porque en ellos se realizan las ordenanzas necesarias para la exaltación y la redención.
El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “Toda actividad en la Iglesia apunta hacia el templo. Todo esfuerzo de enseñanza y edificación espiritual tiene como objetivo que los miembros entren al templo dignamente.” (Conferencia General, abril de 1995). En Doctrina y Convenios 88:119, el Señor explicó: “Organizaos; preparad todo lo que fuere necesario; y estableced una casa, sí, una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de aprendizaje.” Esto muestra que el templo es central para el progreso espiritual de la Iglesia.
El templo no es solo un edificio; es el lugar donde la humanidad se encuentra con la divinidad. No cumplir con este mandamiento afecta el acceso a bendiciones espirituales esenciales, tanto para los vivos como para los muertos.

Este versículo subraya la importancia de la obediencia total a los mandamientos divinos, especialmente aquellos relacionados con la obra del templo. Al clasificar este descuido como un pecado grave, el Señor enseña que la construcción del templo no es opcional, sino una responsabilidad sagrada con implicaciones eternas.
El presidente Thomas S. Monson expresó: “El templo brinda paz a nuestras almas y propósito a nuestras vidas.” (Conferencia General, abril de 2011). La negligencia en construir un templo no solo impide estas bendiciones, sino que muestra una falta de prioridad hacia las cosas de Dios.

Este versículo nos invita a evaluar nuestras propias prioridades. ¿Estamos poniendo las cosas de Dios en primer lugar en nuestra vida? La obediencia al Señor requiere sacrificio, pero las bendiciones que resultan de cumplir con Sus mandamientos, especialmente aquellos relacionados con el templo, son eternas y valen cualquier esfuerzo.


Doctrina y Convenios 95:5–6

De cierto os digo, que hay muchos que han sido ordenados entre vosotros, a quienes he llamado, pero pocos de ellos son escogidos. Aquellos que no son escogidos han cometido un pecado muy grave, por cuanto caminan en tinieblas al mediodía.

Aprendemos de los escritos del profeta José Smith en la cárcel de Liberty que muchos son llamados pero pocos son escogidos “porque sus corazones están puestos tan intensamente en las cosas de este mundo” (D. y C. 121:34–35). En Doctrina y Convenios 95 aprendemos una verdad complementaria: que muchos son llamados pero pocos escogidos porque han preferido caminar en tinieblas al mediodía.

Al alentar a una congregación a sentir una apreciación más profunda por el asombroso torrente de luz que vino por medio de la Restauración, un Santo de los Últimos Días observó que los santos son como los peces que descubren el agua al final. Estamos inmersos en una dispensación de revelación. Está a nuestro alrededor, y sin embargo, a veces —por causa del pecado, la distracción o la preocupación— no nos abrimos a esa luz divina.

¿Cómo puede una persona caminar en tinieblas al mediodía? Doctrina y Convenios 95 es un llamado para que los santos levanten los ojos, abran los oídos y sintonicen el corazón con lo Infinito.

Estos versículos revelan una advertencia solemne y aplicable a todos los que han hecho convenios con el Señor: ser llamado no es garantía de ser escogido. El Señor ha conferido autoridad, dones y oportunidades sagradas a muchos, pero no todos han respondido con fidelidad.

La imagen de «caminar en tinieblas al mediodía» es impactante. Representa la tragedia de estar rodeado de luz espiritual —el Evangelio restaurado, las Escrituras, el templo, los profetas, el Espíritu Santo— y aun así vivir como si esa luz no existiera. No se trata de ignorancia involuntaria, sino de una decisión de rechazar o ignorar la verdad cuando está claramente disponible.

Este pecado es grave precisamente porque se comete con pleno conocimiento del Evangelio, lo que demuestra negligencia, indiferencia o rebelión. Es caminar con los ojos cerrados mientras brilla el sol. Por eso el Señor reprende, no para castigar, sino para llamar al arrepentimiento y a una vida de mayor luz y compromiso.

Doctrina y Convenios 95:5–6 es una invitación urgente a vivir a la altura de la luz que hemos recibido. Hemos sido llamados a vivir en la plena luz del mediodía de la Restauración, rodeados de verdad, revelación y poder divino. Sin embargo, esa luz no nos transformará a menos que abramos el corazón y el alma a su influencia.

La diferencia entre ser llamado y ser escogido radica en cómo respondemos al llamado divino. ¿Ponemos nuestro corazón en lo eterno o nos perdemos en las cosas de este mundo? ¿Permitimos que la luz de Cristo ilumine nuestra vida o la apagamos con la indiferencia?

Hoy es el día para abrir los ojos, para caminar en la luz, y para vivir con propósito eterno. Aquellos que abrazan esa luz no solo son escogidos, sino que también se convierten en portadores de esa luz para los demás.


Versículos 7–10
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)


En muchos de los documentos relacionados con este período, la Casa del Señor se describe como una escuela o casa de escuela. Cuando se completó, el Templo de Kirtland se utilizó como una estructura multipropósito, no solo para la educación, sino también para la administración y la adoración. Aquí el Señor enfatiza la investidura que otorgará a los santos dentro del Templo de Kirtland.

Aunque esta investidura fue diferente de la ordenanza revelada posteriormente en Nauvoo y que se practica hoy en los templos, la ceremonia de investidura en Kirtland fue una fuente vital de fortaleza para quienes participaron en ella. En un sentido más amplio, el derramamiento espiritual que acompañó la dedicación del Templo de Kirtland funcionó como una investidura para toda la comunidad de santos en Kirtland.

El élder Orson Pratt, quien participó tanto en la ceremonia de investidura en Kirtland como en la temporada pentecostal durante la dedicación del templo, recordó más tarde:

“Dios estaba allí, sus ángeles estaban allí, el Espíritu Santo estaba en medio del pueblo… y fueron llenos desde la coronilla hasta la planta de los pies con el poder e inspiración del Espíritu Santo.”


En estos versículos, el Señor explica el propósito esencial del templo: era necesario edificarlo para que Su pueblo pudiera recibir poder desde lo alto. El templo no era un lujo ni un proyecto secundario, sino el medio por el cual los santos serían investidos espiritualmente para cumplir su misión en la tierra. El Señor declara que allí se derramaría Su gloria y que esa casa se convertiría en un lugar de aprendizaje, de oración y de orden celestial.

El mandamiento también resalta una verdad doctrinal profunda: la obra de Dios no puede llevarse a cabo solo con esfuerzo humano; requiere poder divino. Así como los primeros santos no podían cumplir con la restauración del evangelio sin la investidura, nosotros tampoco podemos cumplir con nuestra misión sin el fortalecimiento espiritual que proviene de los convenios del templo.

Otro principio importante es que el templo debía construirse “a fin de que yo derrame mi gloria sobre vosotros” (v. 8). Esto enseña que el templo es el lugar en el que el Señor manifiesta Su presencia y Su gloria, preparando a Su pueblo para soportar pruebas, vencer al adversario y participar de bendiciones eternas.

Finalmente, el Señor advierte que, si el pueblo descuidaba este mandamiento, serían rechazados como pueblo escogido (v. 9). Esta amonestación muestra que la obediencia al mandamiento de edificar templos es una señal de fidelidad al convenio. El templo no solo es un símbolo de la presencia de Dios entre Su pueblo, sino también una prueba de su disposición a poner lo sagrado por encima de lo mundano.

En resumen: estos versículos enseñan que el templo es el canal para recibir poder y gloria del cielo, y que la fidelidad de los santos a este mandamiento determina si permanecen como pueblo del convenio del Señor.


Doctrina y Convenios 95:8


Vivimos en una época de construcción de templos sin precedentes, un tiempo en el que las sublimes bendiciones del templo están siendo puestas al alcance de más personas que en cualquier otro momento en la historia de la tierra. El élder Joseph B. Wirthlin dijo: “Los ideales de fe, esperanza y caridad se manifiestan más claramente en los santos templos. Allí aprendemos el propósito de la vida, fortalecemos nuestro compromiso como discípulos de Cristo al hacer convenios sagrados con Él, y sellamos a nuestras familias por la eternidad a través de generaciones.
En la casa del Señor, los miembros fieles de la Iglesia pueden ser investidos ‘con poder de lo alto’, poder que nos capacita para resistir la tentación, honrar los convenios, obedecer los mandamientos del Señor y dar un testimonio ferviente y valiente del evangelio a la familia, los amigos y los vecinos.” (Liahona, noviembre de 1998, pág. 27)

Qué maravilloso es que las bendiciones eternas del templo se estén extendiendo por toda la tierra en preparación para el triunfal regreso del Señor.

Doctrina y Convenios 95:8 fue revelado en un momento en que el Señor urgía a los primeros santos a comenzar la construcción del templo de Kirtland. Esta urgencia sigue siendo aplicable hoy, no solo en el sentido literal de construir templos, sino en preparar nuestros corazones para ser dignos de su poder y propósito.

El templo es mucho más que una estructura sagrada: es el punto de unión entre el cielo y la tierra, el lugar donde Dios derrama conocimiento, poder y promesas eternas. Allí recibimos investiduras, sellamientos y enseñanzas que nos permiten entender quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.

El élder Wirthlin enseña que en el templo se fortalecen los más altos ideales cristianos: fe, esperanza y caridad. Estos principios no solo se aprenden, sino que se sellan en convenios eternos que capacitan al alma para soportar las pruebas del mundo con la fuerza de lo alto.

Además, en un mundo cada vez más oscuro y caótico, el templo es una torre de luz y refugio, y el hecho de que haya más templos hoy que nunca antes en la historia es una clara señal profética: el Señor está preparando a Su pueblo para Su Segunda Venida.

Doctrina y Convenios 95:8 nos recuerda que los templos no son una bendición común, sino una manifestación directa del amor, el poder y el plan del Señor para Sus hijos. En el templo encontramos la verdad eterna, recibimos poder espiritual y establecemos vínculos eternos con nuestras familias.

El templo nos prepara para vivir en la presencia de Dios. Por tanto, nuestra preparación personal para asistir al templo con regularidad y con pureza de corazón es parte esencial del discipulado.

La construcción de templos en todo el mundo es una señal profética del recogimiento de Israel y de la cercanía de la venida gloriosa de Jesucristo. Participar de esa obra—ya sea al asistir, servir, o prepararnos para entrar—es una forma sagrada de alistarnos para recibir al Rey de reyes.

El templo es la antesala del cielo. Vivir dignamente para estar en él es vivir dignamente para morar con Dios.


Versículo 8: “Sí, de cierto os digo, os mandé edificar una casa, en la cual me propongo investir con poder de lo alto a los que he escogido.”
Aquí el Señor revela el propósito central del templo: ser un lugar donde los fieles sean investidos con poder espiritual. Este poder no solo les fortalece individualmente, sino que les prepara para cumplir con las responsabilidades sagradas de la obra del Señor, marcando el templo como un lugar de preparación divina.

“Sí, de cierto os digo, os mandé edificar una casa”
El mandato de construir una casa del Señor es una instrucción divina que recalca la importancia del templo en la obra de salvación. Este “mandato” no es opcional ni simbólico; es un requisito esencial para el progreso espiritual del pueblo de Dios.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “La construcción de templos es una de las grandes señales de que el reino de Dios está avanzando en la tierra.” (Conferencia General, octubre de 1995). En Doctrina y Convenios 88:119, se recalca el propósito de esta “casa”: “Organizaos; preparad todo lo que fuere necesario; y estableced una casa […] para que mis ordenanzas sean reveladas.”
El mandato de construir templos no solo cumple un propósito físico, sino que simboliza la obediencia y la disposición del pueblo a participar activamente en la obra de Dios. Los templos son un reflejo tangible de la fe y el sacrificio del pueblo de Dios.

“En la cual me propongo investir con poder de lo alto”
El Señor revela que el propósito principal del templo es conferir poder espiritual. Este poder incluye conocimiento, dones espirituales, y la preparación para llevar a cabo la obra del reino de Dios. “Investir” implica recibir una dotación divina que fortalece al individuo.
El presidente Russell M. Nelson explicó: “La investidura del templo no es solo una ceremonia; es una instrucción que nos otorga poder espiritual para enfrentar los desafíos de la vida y cumplir nuestras responsabilidades eternas.” (Conferencia General, abril de 2018). En Lucas 24:49, Jesucristo prometió: “Quedaos en la ciudad de Jerusalén hasta que seáis investidos de poder de lo alto.” Este poder es indispensable para cumplir las misiones divinas.
El templo no es solo un lugar de paz y adoración, sino un espacio donde los hijos de Dios reciben las herramientas espirituales necesarias para su progreso eterno y para servir con eficacia en el reino de Dios.

“A los que he escogido”
El Señor especifica que este poder está destinado a aquellos que han sido escogidos, lo cual se refiere tanto a llamados específicos como al acceso al templo por medio de la dignidad personal. Este “escogimiento” no es arbitrario, sino resultado de la obediencia y la preparación espiritual.
El élder David A. Bednar enseñó: “Ser escogido significa aceptar el llamado de Dios con un corazón dispuesto y cumplir con las condiciones que Él ha establecido.” (Conferencia General, octubre de 2017). En Doctrina y Convenios 121:34-35, se menciona que “muchos son llamados, pero pocos son escogidos” debido a que no todos están dispuestos a sacrificar su voluntad para cumplir la del Señor.
El acceso al poder de Dios requiere preparación y dignidad personal. Ser “escogido” significa vivir de acuerdo con los estándares del evangelio para ser receptivo a las bendiciones y responsabilidades que provienen de este llamamiento.

Este versículo encapsula la centralidad del templo en el plan de salvación. El mandato de construir una casa del Señor tiene el propósito principal de investir a los fieles con poder espiritual que les permita cumplir su misión divina en la tierra. Este poder no es solo una bendición personal, sino una herramienta para la redención de la humanidad.
El élder Quentin L. Cook dijo: “El templo es un lugar donde el cielo y la tierra se encuentran y donde los hijos de Dios son fortalecidos para llevar a cabo Su obra.” (Conferencia General, abril de 2016). Este versículo nos recuerda que los templos no son simples estructuras, sino espacios sagrados donde se reciben bendiciones eternas y se prepara a los discípulos del Señor para su obra en esta vida y la vida venidera.


Versículos 11–17
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)


En contraste con las sugerencias de algunos miembros de la Iglesia de construir el templo como una casa de madera o incluso una cabaña de troncos, el Señor declaró que el templo debía “ser edificado conforme al modelo que yo mostraré a tres de vosotros, a quienes nombraréis y ordenaréis para este poder” (DyC 95:14). El Señor cumplió esta promesa cuando dio una visión extraordinaria el 3 o 4 de junio a José Smith, Sidney Rigdon y Frederick G. Williams.

Williams describió esta visión a los obreros del templo:

“El carpintero Rolph dijo: ‘Doctor [Williams], ¿qué piensa de la casa?’ [Williams] respondió: ‘Me parece exactamente como el modelo.’”

Luego relató lo siguiente:

“José [Smith] recibió la palabra del Señor de que debía tomar a sus dos consejeros, Williams y Rigdon, y presentarse delante del Señor, y Él les mostraría el plano o modelo de la casa que debía edificarse. Nos arrodillamos, invocamos al Señor, y el edificio apareció a la vista, siendo yo el primero en verlo. Luego todos lo contemplamos juntos. Después de observar bien el exterior, el edificio pareció descender sobre nosotros, y la composición del Salón coincidía con lo que allí vi hasta en el más mínimo detalle.”

El élder Orson Pratt también confirmó el origen visionario del diseño del Templo de Kirtland. En un discurso dado en 1871, declaró:

“Cuando el Señor mandó a este pueblo edificar una casa en la tierra de Kirtland, les dio el modelo por visión desde los cielos, y les mandó construir esa casa conforme a ese modelo y orden; que la arquitectura no fuera según la ideada por los hombres, sino que todo en esa casa se construyera según el modelo celestial que por Su voz había inspirado a Sus siervos.”


En estos versículos el Señor establece con claridad que el templo de Kirtland no debía construirse conforme a criterios humanos, sino según un modelo divino revelado desde los cielos. Esto marca una diferencia fundamental entre la obra de los hombres y la obra de Dios: mientras las casas o salones comunes pueden edificarse con materiales sencillos y diseños improvisados, la casa del Señor requiere una inspiración celestial precisa. El templo no era simplemente un lugar de reunión, sino el punto de encuentro entre lo terrenal y lo celestial.

La experiencia de José Smith, Sidney Rigdon y Frederick G. Williams subraya esta verdad. Al invocar al Señor en oración, fueron bendecidos con una visión en la que contemplaron el templo como si ya estuviera edificado, hasta en los más mínimos detalles. Frederick G. Williams relata cómo primero él percibió la imagen, luego todos juntos la contemplaron, y finalmente el edificio pareció descender sobre ellos. Esto muestra que el templo fue concebido no como un diseño humano, sino como una revelación viva. Orson Pratt lo confirmaría años más tarde al declarar que el modelo del templo vino directamente de los cielos y no de la imaginación de los hombres.

  1. La casa del Señor es revelada, no inventada. El templo representa la voluntad y el orden de Dios, no el capricho humano. El diseño celestial refleja el plan divino de salvación.
  2. La oración abre las puertas de la revelación. Los líderes de la Iglesia recibieron la visión después de postrarse de rodillas, mostrando que la humildad y la súplica son la vía para recibir dirección divina.
  3. El templo como símbolo de unión entre cielo y tierra. La visión en la que el edificio “descendió” sobre ellos refleja la realidad espiritual de que en el templo lo divino desciende para encontrarse con lo mortal.
  4. La importancia de la obediencia en la obra sagrada. El Señor no aceptó las sugerencias de una construcción improvisada, sino que exigió fidelidad exacta al modelo revelado. Esto enseña que el servicio en la obra del Señor requiere consagración total y no soluciones a medias.

En resumen, estos versículos nos recuerdan que los templos no son simples edificaciones religiosas, sino casas divinas edificadas bajo revelación, en las que la gloria de Dios se manifiesta. Así, quienes participan en la edificación y adoración en ellos, entran en contacto con un modelo celestial que apunta a la redención y exaltación eterna.


Doctrina y Convenios 95:12

Pasajes como Doctrina y Convenios 95:12 ocasionalmente llevan a que individuos que han sido culpables de pecados graves se sientan desesperanzados y concluyan que ya no son amados por Dios. Sin embargo, en verdad, Dios ama a todos Sus hijos, incluso a aquellos que han cometido transgresiones mayores. Decir que el amor del Padre no continúa con tales personas es afirmar que no disfrutan del amor de Dios en su vida, que están desprovistos del Espíritu y que son incapaces de sentir el amor perfecto e infinito de un Padre tierno.

Nefi enseñó: “He aquí, el Señor estima toda carne por igual; el que es justo es favorecido por Dios” (1 Nefi 17:35).

Estos pasajes de las Escrituras no nos enseñan que Dios ama a un hijo más que a otro, sino que aquel que guarda los mandamientos se coloca a sí mismo en posición de recibir y disfrutar las bendiciones del Todopoderoso.

Doctrina y Convenios 95:12 forma parte de una reprimenda divina dirigida a los primeros santos por su demora en construir el templo de Kirtland. El versículo menciona que “la ira del Señor se encendió contra ellos”, lo cual puede ser desconcertante para quienes interpretan esta expresión como un rechazo absoluto o una retirada del amor de Dios.

Sin embargo, esta enseñanza debe entenderse a la luz del principio revelado: Dios ama siempre a Sus hijos, pero el gozo de Su amor y la influencia de Su Espíritu dependen de nuestra obediencia. Es decir, el amor de Dios es constante, pero nuestra capacidad de sentirlo y recibirlo varía según nuestra fidelidad.

El sentimiento de que “ya no soy amado por Dios” a menudo surge del remordimiento y la culpa del pecado no resuelto, pero no refleja la realidad eterna. Dios siempre extiende Su amor, Su gracia y Su invitación al arrepentimiento. La separación espiritual que sentimos tras pecar no es prueba de Su rechazo, sino una señal de que necesitamos regresar.

Como enseñó Nefi, Dios estima a todos por igual, pero el favor divino, en términos de bendiciones y guía, llega a quienes viven en armonía con Sus mandamientos.

Doctrina y Convenios 95:12 no debe interpretarse como una negación del amor de Dios, sino como una advertencia seria para aquellos que se alejan de la luz por desobediencia. El amor del Padre es eterno e incondicional, pero para gozar plenamente de ese amor en nuestras vidas, debemos estar dispuestos a arrepentirnos, cambiar y acercarnos a Él.

Estas escrituras no enseñan que Dios nos abandona, sino que nosotros mismos podemos alejarnos de Su presencia. Afortunadamente, el camino de regreso siempre está abierto a través del arrepentimiento sincero y la obediencia fiel.

El amor de Dios nunca falla; lo que cambia es nuestra disposición a recibirlo. Por tanto, incluso en medio del error, hay esperanza, porque Dios espera con brazos extendidos a cada uno de Sus hijos que desee volver a casa.


Versículo 12: “Si no guardáis mis mandamientos, el amor del Padre no permanecerá con vosotros; por tanto, andaréis en tinieblas.”
La obediencia es fundamental para mantener la conexión con el amor de Dios. Este versículo advierte que la desobediencia lleva a la oscuridad espiritual, subrayando la necesidad de seguir los mandamientos del Señor para recibir Su guía y protección.

“Si no guardáis mis mandamientos”
El Señor subraya que la obediencia a Sus mandamientos es una condición indispensable para mantener Su influencia y bendiciones. La obediencia no es solo un acto externo, sino una expresión de amor y devoción hacia Dios.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “La obediencia es la marca de nuestra fe. Es mediante ella que mostramos al Señor nuestro amor por Él.” (Conferencia General, abril de 2013). En Juan 14:15, Jesús dice: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.” Esto establece una conexión directa entre el amor hacia Dios y la obediencia activa.
La obediencia no solo es un deber, sino una demostración de confianza en el plan de Dios. Es el medio por el cual recibimos Su guía y protección.

“El amor del Padre no permanecerá con vosotros”
Este versículo no implica que el amor de Dios sea condicional, sino que Su influencia, guía y compañía especial están ligadas a nuestra disposición para seguir Sus mandamientos. Cuando elegimos desobedecer, nos apartamos de Su presencia, aunque Su amor sigue siendo constante.
El élder Jeffrey R. Holland explicó: “Dios siempre nos ama, pero Su amor no elimina las consecuencias de nuestras elecciones.” (Conferencia General, octubre de 2009). Doctrina y Convenios 82:10 recalca: “Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis.”
El amor del Padre permanece con aquellos que buscan estar en armonía con Él. La desobediencia no aleja Su amor eterno, pero sí Su influencia directa y Sus bendiciones prometidas.

“Por tanto, andaréis en tinieblas”
La consecuencia de no guardar los mandamientos es perder la luz y guía que provienen de Dios. Caminar en tinieblas representa confusión, vulnerabilidad espiritual y una desconexión del Espíritu.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La desobediencia nos aleja de la luz de Cristo, dejándonos vulnerables a las influencias del adversario.” (Conferencia General, abril de 2019). En Doctrina y Convenios 93:39 se advierte: “Los hombres comienzan a perder luz y verdad por desobediencia.”
La luz de Cristo y el Espíritu Santo iluminan nuestro camino y nos protegen del error. Al desobedecer, elegimos voluntariamente caminar en tinieblas, perdiendo la claridad y la paz que vienen con la obediencia.

El versículo 12 de la Sección 95 enfatiza una verdad central del evangelio: la obediencia a los mandamientos de Dios es esencial para mantener una relación cercana con Él y recibir Su guía y bendiciones. No obedecer no solo nos desconecta de Su influencia, sino que también nos expone a la confusión espiritual y a las influencias del adversario.
El presidente Henry B. Eyring expresó: “Cuando guardamos los mandamientos de Dios, Su luz nos guía y nos muestra el camino. Esa luz se apaga si elegimos desobedecer.” (Conferencia General, abril de 2017). Este versículo nos invita a reflexionar sobre nuestras acciones diarias y nuestra disposición para obedecer al Señor. Solo al caminar en Su luz podemos disfrutar plenamente de Su amor y de las bendiciones eternas que Él tiene preparadas para nosotros.

Estos versículos detallan los propósitos específicos del templo: la parte baja será para la adoración y los sacramentos, mientras que la parte superior será un espacio de aprendizaje y revelación para los apóstoles. Esto ilustra cómo el templo sirve tanto para la adoración individual como para la preparación de líderes en la obra del Señor.


Versículo 13: “Edificadla, pues, de acuerdo con el modelo que mostraré a tres de vosotros, a quienes nombraréis y ordenaréis a este poder.”
El Señor especifica que el templo no debe seguir los patrones del mundo, sino un modelo revelado. Esto subraya que las cosas sagradas deben reflejar la voluntad divina, no las influencias externas, destacando la importancia de recibir guía específica en la obra del Señor.

“Edificadla, pues, de acuerdo con el modelo que mostraré”
El Señor indica que la construcción del templo debe seguir un modelo divino, lo que subraya que los templos no son estructuras ordinarias, sino lugares consagrados que cumplen con un propósito específico dentro del plan de salvación. Este modelo no es producto de la creatividad humana, sino una revelación que refleja la voluntad y diseño del Señor.
En Éxodo 25:9, el Señor instruyó a Moisés: “Conforme al modelo que te fue mostrado en el monte, así lo haréis.” Esto resalta que los lugares sagrados deben ser construidos según el diseño divino. El presidente Russell M. Nelson afirmó: “El diseño y la construcción de los templos reflejan la voluntad del Señor, y cada detalle tiene un propósito sagrado.” (Conferencia General, octubre de 2018).
La construcción del templo según un modelo divino asegura que cada elemento cumpla un propósito sagrado, alineado con las ordenanzas y los convenios que se realizarán en ese lugar.

“A tres de vosotros”
El Señor designa que tres personas específicas recibirán la revelación del modelo del templo. Esto muestra un principio importante: Dios confía la revelación a individuos escogidos que actúan como instrumentos para ejecutar Su obra. Además, el número tres puede simbolizar testimonio y autoridad conjunta en la doctrina del evangelio.
El presidente Harold B. Lee enseñó: “El Señor elige a aquellos que han sido preparados espiritualmente para llevar a cabo Su obra. A través de ellos, Su voluntad se revela para el beneficio de todos.” (Conferencia General, abril de 1972). En Doctrina y Convenios 6:28, el Señor afirma: “Os envío como testigos de lo que mostraré a mis siervos.” Esto refuerza que la revelación es confiada a aquellos que son llamados con un propósito específico.
La elección de tres individuos para recibir esta revelación enfatiza el principio de liderazgo inspirado y la necesidad de trabajar en unidad y armonía bajo la dirección divina.

“A quienes nombraréis y ordenaréis a este poder”
El Señor especifica que estos tres deben ser “nombrados y ordenados,” lo que subraya la importancia de actuar bajo la autoridad del sacerdocio. Esta ordenación asegura que los llamados tienen el poder y la capacidad espiritual para recibir y ejecutar revelaciones sagradas.
El élder David A. Bednar explicó: “La ordenación en el sacerdocio no es solo una transferencia de autoridad, sino una invitación a actuar en el nombre de Dios con santidad y propósito.” (Conferencia General, abril de 2012). En Doctrina y Convenios 121:41-42, se describe que el uso correcto de la autoridad del sacerdocio debe ser ejercido con rectitud y bajo la influencia del Espíritu Santo.
La ordenación garantiza que quienes reciben esta responsabilidad lo hacen con la debida autoridad y que sus acciones son reconocidas como válidas ante Dios y Su Iglesia.

El versículo 13 de Doctrina y Convenios establece principios clave relacionados con la obra del templo: la revelación divina como guía, el liderazgo inspirado y la autoridad del sacerdocio como medios para cumplir los propósitos de Dios. El templo no es solo una estructura física, sino un reflejo de la voluntad divina, construido bajo el modelo y los estándares establecidos por el Señor.
El presidente Gordon B. Hinckley expresó: “Cada templo construido bajo la dirección del Señor es un símbolo de fe y obediencia, y una invitación para que todos participen en las bendiciones eternas que allí se encuentran.” (Conferencia General, abril de 1995). Este versículo nos recuerda que el éxito en la obra del Señor depende de nuestra disposición para actuar según Su revelación y de nuestra obediencia a las ordenanzas y la autoridad del sacerdocio.


Versículos 16:”Y me dedicaréis la parte baja del salón interior para vuestras ofrendas sacramentales y para vuestra predicación, vuestros ayunos y oraciones, y para ofrecerme vuestros más santos deseos, dice vuestro Señor.

“Y me dedicaréis la parte baja del salón interior”
El Señor instruye a los santos a consagrar un espacio físico para Su obra. La dedicación de un lugar específico para la adoración subraya la necesidad de separar lo sagrado de lo común. Este espacio, en el contexto del templo, está apartado como un lugar santo donde se manifiestan Su presencia y bendiciones.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El templo es una casa de Dios. Todo lo que en él se hace debe ser digno de Su santo nombre.” (Conferencia General, abril de 1998). En Éxodo 25:8, el Señor mandó: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos.” Esto muestra que la dedicación de un espacio santo permite a los fieles acercarse a Su presencia.
El acto de dedicar un espacio no es simplemente un acto físico, sino un compromiso espiritual para que ese lugar se convierta en un refugio de paz, adoración y revelación divina.

“Para vuestras ofrendas sacramentales”
El Señor enfatiza la centralidad del sacramento en la adoración. Las “ofrendas sacramentales” simbolizan el compromiso renovado de los santos con los convenios sagrados, y este acto es esencial para recibir limpieza espiritual y fortaleza.
El élder Jeffrey R. Holland dijo: “El sacramento es el acto más sagrado que hacemos regularmente. Es un tiempo de renovación y un recordatorio del sacrificio infinito de Cristo.” (Conferencia General, abril de 2015). En 3 Nefi 18:7, el Salvador instruyó: “Esto haréis en memoria de mi cuerpo, el cual os he mostrado.” El sacramento conecta a los fieles con la expiación del Salvador.
Este acto de renovación espiritual resalta la importancia del templo como un lugar donde se pueden fortalecer los convenios y recibir inspiración para vivir de acuerdo con el evangelio.

“Y para vuestra predicación, vuestros ayunos y oraciones”
El templo también es un espacio para enseñar el evangelio, ayunar y orar. Estos actos son esenciales para acercarse a Dios, buscar Su voluntad y recibir revelación. Predicar en el templo significa compartir la palabra de Dios en un ambiente de santidad, mientras que el ayuno y la oración permiten al adorador alinear su corazón con la voluntad divina.
El élder David A. Bednar explicó: “La oración y el ayuno nos preparan para recibir el poder del Señor en nuestras vidas y nos ayudan a escuchar Su voz.” (Conferencia General, octubre de 2014). En Doctrina y Convenios 88:63 se promete: “Acercaos a mí, y me acercaré a vosotros.” Esto subraya que el templo es un lugar para buscar al Señor de manera profunda y personal.
El templo se convierte en un espacio para la comunión espiritual, donde los fieles pueden recibir guía divina y fortaleza mediante el ayuno, la oración y el estudio de la palabra de Dios.

“Y para ofrecerme vuestros más santos deseos, dice vuestro Señor”
El templo es un lugar donde los santos pueden presentar sus “más santos deseos,” que representan las aspiraciones más puras de sus corazones. Estos deseos incluyen la búsqueda de revelación, la intercesión por los demás y la entrega total a la voluntad de Dios.
El élder Richard G. Scott enseñó: “Cuando nuestras oraciones reflejan el deseo de hacer la voluntad del Señor, Su guía se derrama abundantemente.” (Conferencia General, abril de 2007). En Salmos 37:4 se promete: “Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón.” Esto refleja que los deseos justos traen bendiciones del Señor.
Ofrecer los deseos más santos en el templo significa entregar todo al Señor y buscar Su voluntad sobre la propia. Es un acto de humildad y devoción que fortalece la relación con Él.

El versículo 16 de Doctrina y Convenios subraya el propósito multifacético del templo como un lugar de adoración, enseñanza, renovación y comunión personal con Dios. Cada aspecto mencionado en este versículo—sacramentos, predicación, ayuno, oración y deseos santos—apunta a la preparación de los santos para regresar a la presencia del Señor.
El presidente Russell M. Nelson afirmó: “Todo en el templo apunta al Salvador y Su obra redentora.” (Conferencia General, octubre de 2018). Este versículo nos recuerda que el templo no es solo un espacio físico, sino un refugio espiritual donde podemos acercarnos a Dios, renovar nuestros convenios y recibir Su guía para nuestras vidas.


Versículos 17: Y dedicadme la parte superior del salón para la escuela de mis apóstoles, dice el Hijo Ahmán; o en otras palabras, Alfa; o en otras palabras, Omega; a saber, Jesucristo vuestro Señor.”

“Y dedicadme la parte superior del salón para la escuela de mis apóstoles”
El Señor establece un propósito específico para la parte superior del salón: servir como un lugar de instrucción sagrada para Sus apóstoles. Esto demuestra la importancia de la educación espiritual y la preparación de líderes en un entorno sagrado, apartado del mundo.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “El aprendizaje espiritual es esencial para nuestra preparación en el servicio del Señor. La instrucción en ambientes sagrados aumenta nuestra capacidad para discernir y actuar con rectitud.” (Conferencia General, abril de 2019). En Doctrina y Convenios 88:78-80, el Señor instruye a los santos a buscar conocimiento en todas las áreas, tanto espirituales como temporales, para ser mejores siervos en Su reino.
La “escuela de los apóstoles” no solo era para adquirir conocimiento doctrinal, sino también un espacio para la revelación y la preparación espiritual. Este modelo de enseñanza enfatiza la importancia de aprender en lugares consagrados donde se puede recibir inspiración divina.

“Dice el Hijo Ahmán; o en otras palabras, Alfa; o en otras palabras, Omega”
El uso de los títulos “Hijo Ahmán,” “Alfa” y “Omega” subraya la divinidad y el papel central de Jesucristo en esta instrucción. Él es el principio y el fin, el autor y consumador de la fe, y la fuente de todo conocimiento verdadero.
En Apocalipsis 1:8, Cristo declara: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin.” Esto refuerza que Su misión abarca desde la creación hasta la redención y exaltación de la humanidad. El élder Jeffrey R. Holland afirmó: “Todo en el evangelio apunta hacia Jesucristo. Él es el fundamento de toda verdad y la fuente de toda salvación.” (Conferencia General, octubre de 2004).
Este título nos recuerda que todo aprendizaje en la Iglesia, especialmente en el templo, debe centrarse en Cristo. Él es quien guía a Sus siervos en la instrucción y revelación necesarias para Su obra.

“A saber, Jesucristo vuestro Señor”
El Señor concluye identificándose de manera personal y directa con los santos, reafirmando Su autoridad y papel como Salvador y Señor. Este recordatorio subraya que toda obra en Su nombre debe estar dedicada a glorificarlo y cumplir Su propósito divino.
En 3 Nefi 15:9, Cristo declara: “Yo soy la luz y la vida del mundo.” Esto enfatiza Su papel como la fuente de toda sabiduría y guía espiritual. El élder Dieter F. Uchtdorf enseñó: “Nuestro Salvador es el gran maestro. Todo lo que hacemos en Su Iglesia debe reflejar Su amor y Su verdad.” (Conferencia General, abril de 2017).
El reconocimiento de Jesucristo como el Señor refuerza la naturaleza sagrada de esta instrucción en el templo. Todo aprendizaje y servicio deben ser un testimonio continuo de Su divinidad y de Su papel en el plan de salvación.

El versículo 17 establece la importancia del templo no solo como un lugar de adoración, sino también como un centro de aprendizaje espiritual para aquellos llamados a liderar en el reino de Dios. La instrucción divina en el templo prepara a los apóstoles y otros líderes para cumplir con sus responsabilidades sagradas, guiados por la revelación y el poder de Jesucristo.
El presidente Russell M. Nelson afirmó: “En el templo, aprendemos verdades eternas que nos capacitan para servir con mayor poder y rectitud.” (Conferencia General, abril de 2018). Este versículo destaca que todo lo que se enseña y se aprende en el templo debe estar centrado en Cristo, quien es el Alfa y la Omega, y que la dedicación de espacios sagrados para Su obra es fundamental para el progreso espiritual de Su pueblo.

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