Doctrina y Convenios
Sección 99
Contexto histórico y trasfondo
Resumen breve por Steven C. Harper
La sección 99 encaja cronológicamente entre las secciones 83 y 84. En términos generales, es semejante a las secciones 32–34 y 66. Es un llamamiento misional para John Murdock, pero el suyo es único. Ningún otro misionero recibió la opción de heredar Sion o servir como misionero por el resto de su vida.
John estuvo entre los primeros conversos en Ohio, y desde el momento de su bautismo en noviembre de 1830, apenas había dejado de predicar el evangelio. Su esposa, Julia, había fallecido después de dar a luz a gemelos, dejando a John con cinco hijos menores de siete años a su cuidado.
Luego, la sección 52 llamó a John a predicar y viajar a Misuri en el verano de 1831. John cargó y equilibró como pudo su deber familiar y su llamamiento misional. Tomó una decisión desinteresada al aceptar la invitación de Emma y José Smith, cuyos gemelos acababan de fallecer, de adoptar a los gemelos de John y Julia. John dejó a sus otros hijos al cuidado de parientes y de santos compañeros, y soportó una larga misión —con enfermedad y todo— a Misuri y de regreso, que resultó ser extremadamente exitosa. Encontró a sus hijos bien, con la excepción del pequeño José, quien había sucumbido al sarampión en marzo de 1832.
John cuidó de sus hijos, recuperó su salud y sirvió en la Iglesia en la sede central hasta agosto de 1832, cuando la sección 99 lo llamó nuevamente al campo misional. La revelación muestra el conocimiento del Señor respecto a la situación familiar de John y le indica cómo proveer tanto para sus hijos sin madre como para cumplir su misión. Al mismo tiempo, John recibe la inusual opción de heredar Sion en algunos años o continuar sus labores misionales por el resto de su vida.
John escribió que, tras recibir la sección 99, “inmediatamente comencé a arreglar mis asuntos y a proveer para mis hijos, y los envié al obispo en Sion”, Edward Partridge. Luego, John salió a predicar el evangelio. Algunos lo recibieron, tal como la sección 99 lo había predicho. Otros, incluidos sus suegros, rechazaron su mensaje. Cuando John “se encontró con un tal Dr. Matthews, un hombre muy malvado” que rechazó su ofrecimiento, John y su compañero siguieron la instrucción de la revelación: “Testificamos conforme al mandamiento, y el Señor nos ayudó a cumplir con la ordenanza” de sacudir el polvo de sus pies “en lugares secretos en el camino, como testimonio contra ellos” (DyC 99:4).
Contexto adicional por Casey Paul Griffiths
Esta revelación fue dada a John Murdock a finales de agosto de 1832. John Murdock fue de las primeras personas en convertirse a la Iglesia en el área de Kirtland, cuando Oliver Cowdery y los misioneros a los lamanitas llegaron a la región en noviembre de 1830, y más tarde John sirvió como uno de los primeros misioneros en esa zona. El 30 de abril de 1831, John sufrió una terrible pérdida cuando su esposa, Julia, murió pocas horas después de dar a luz a gemelos, un niño y una niña. Ese mismo día, Emma Smith también dio a luz a dos gemelos, quienes fallecieron ambos. Viudo y con tres hijos más a quienes debía cuidar, John pidió a José y a Emma que adoptaran a los gemelos, y ellos lo hicieron gustosamente. José y Emma llamaron a la niña Julia, en honor a su madre, y al niño lo llamaron José. El pequeño José murió diez meses después como consecuencia de la exposición sufrida durante un ataque de una turba contra José Smith en la casa de John Johnson, pero Julia llegó a ser el primer hijo de los Smith en alcanzar la edad adulta.
Después de recibir la revelación en la sección 99, John partió en una misión hacia el Este, mientras que sus tres hijos viajaron a Misuri. John registró lo siguiente con respecto a esta revelación:
“Continué entonces con la iglesia, predicando y fortaleciéndolos y recuperando mi salud hasta el mes de agosto [1832], cuando recibí la revelación [DyC 99]; en ese momento, inmediatamente comencé a arreglar mis asuntos y proveer para mis hijos, y los envié al obispo en Sion, lo cual hice por mano del hno. Caleb Baldwin en septiembre [1832]. Le di diez dólares por cabeza por llevar a mis tres hijos mayores [Orrice C., John R. y Phebe C.]”.
Pasaron dos años antes de que John se reuniera nuevamente con sus hijos, lo cual ocurrió cuando llegó a Misuri como miembro del Campamento de Sion.
El Revelation Book 1, el Revelation Book 2 y el propio diario de John Murdock datan la revelación de la sección 99 en agosto de 1832, al igual que todas las versiones publicadas de la revelación hasta la edición de 1876 de Doctrina y Convenios. Debido a un error en la edición de 1876, la fecha de la revelación se fijó en agosto de 1833. Dicho error permaneció hasta que fue corregido en la edición de 2013 de Doctrina y Convenios. En el orden cronológico correcto, esta revelación fue recibida después de la sección 83, pero antes de la sección 84 de Doctrina y Convenios.
Versículo 1: “Eres llamado para ir a las regiones del este, de casa en casa, de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, a proclamar mi evangelio sempiterno a sus habitantes, en medio de la persecución e iniquidad.”
Este versículo resalta el llamamiento misional como un deber sagrado. Muestra que la proclamación del Evangelio es universal, destinada a todos los pueblos, y que el entorno adverso no debe ser una excusa para dejar de predicar. Además, enfatiza que el Evangelio es eterno, válido en todas las dispensaciones y circunstancias.
“Eres llamado para ir a las regiones del este”
El llamado a servir es una invitación personal del Señor, que designa áreas específicas de trabajo para Sus siervos. Aquí, el Señor le da a John Murdock una asignación clara, mostrando que cada llamado en Su obra tiene propósito y dirección divina. Este principio también se encuentra en Doctrina y Convenios 42:6, donde se instruye a los discípulos a predicar el evangelio por todo lugar donde se les mande.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Cuando el Señor nos llama a servir, Él conoce nuestras capacidades, nuestras debilidades y nuestras circunstancias, y nos coloca donde podemos crecer y bendecir a otros.” (“El llamado a servir,” Conferencia General, abril de 2004).
El llamado a servir es una oportunidad para confiar en la dirección del Señor y reconocer que Él nos guía hacia lugares específicos donde nuestras habilidades y esfuerzos pueden tener un impacto significativo.
“De casa en casa, de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad”
El método de predicar “de casa en casa” enfatiza la importancia de enseñar de manera personal y directa, siguiendo el ejemplo de los apóstoles en el Nuevo Testamento (Hechos 5:42). Este enfoque permite compartir el evangelio de manera individualizada, estableciendo relaciones de confianza y respondiendo a las necesidades específicas de las personas.
El presidente Ezra Taft Benson dijo: “El evangelio se enseña más eficazmente de corazón a corazón, en el espíritu de humildad y amor, visitando a las personas donde viven.” (“El evangelio restaurado,” Conferencia General, octubre de 1985).
La enseñanza personal crea conexiones significativas, permitiendo que el Espíritu testifique de la verdad en un ambiente de amor y comprensión.
“A proclamar mi evangelio sempiterno a sus habitantes”
El evangelio sempiterno es el mensaje central de salvación, redención y exaltación que ha sido predicado desde el principio del mundo (Apocalipsis 14:6). Proclamar este evangelio es una invitación a todas las personas a aceptar a Jesucristo, hacer convenios con Dios y recibir las bendiciones de Su plan eterno.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “El evangelio restaurado no es solo un mensaje más. Es el mensaje eterno de salvación y redención, un mensaje que todos necesitamos escuchar.” (“El milagro del evangelio,” Conferencia General, octubre de 2012).
El evangelio sempiterno es el mismo en todas las dispensaciones, y proclamarlo es una responsabilidad sagrada que une a los siervos del Señor con la obra divina de salvación.
“En medio de la persecución e iniquidad”
El Señor reconoce que proclamar Su evangelio no siempre será fácil. La persecución y la iniquidad han sido constantes para los discípulos de Cristo, como se menciona en 2 Timoteo 3:12, donde se afirma que “todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución.” Sin embargo, el Señor también promete consuelo y fortaleza para enfrentar estas pruebas.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “La obra del Señor siempre enfrentará oposición, pero esa oposición no puede detener la verdad. Nuestra fe y determinación deben ser más fuertes que cualquier desafío.” (“La verdad del evangelio restaurado,” Conferencia General, abril de 2021).
La persecución y la oposición son oportunidades para demostrar fe y perseverancia, confiando en que el Señor fortalecerá a Sus siervos para cumplir con Su obra.
El versículo encapsula el llamado divino de servir, predicar y perseverar en medio de desafíos. Cada frase refleja principios eternos: la asignación específica del Señor, el poder de la enseñanza personal, la naturaleza eterna del evangelio, y la fortaleza necesaria para superar la oposición.
Este versículo nos inspira a responder al llamado del Señor con fe y dedicación, independientemente de las circunstancias. Nos recuerda que la obra de predicar el evangelio es sagrada y que, aunque enfrentemos persecución o dificultades, el Señor nos fortalecerá y nos guiará mientras llevamos Su mensaje a todos los lugares donde se nos mande. La recompensa espiritual de esta labor es incalculable, tanto para quienes la realizan como para quienes reciben el mensaje del evangelio sempiterno.
Versículos 1–8
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
En la sección 99, John Murdock es llamado a servir como misionero, pero primero se le instruye que provea para sus hijos y haga los arreglos necesarios para que viajen a Sion. La situación con los hijos de John era complicada en el momento en que se dio esta revelación. La familia que cuidaba de su hijo mayor, Orrice, había abandonado la Iglesia y exigía que John les pagara por mantenerlo. La familia que cuidaba de su siguiente hijo, John, se había mudado a Misuri, y la familia que cuidaba de su hija Phebe le dijo a John que “ya no la mantendrían” y también le pidieron pago. Su otra hija, Julia, estaba sana y bien bajo el cuidado de José y Emma Smith, pero su último hijo, José, ya había muerto. “Mi pequeño hijo José estaba muerto”, escribió John dolorosamente. “Cuando el Profeta fue sacado de la cama por la turba en Hiram, el niño que tenía sarampión yacía en la cama con él… en ese momento le quitaron la manta al niño. Se resfrió y murió”. Escribiendo sobre la turba responsable de la muerte de su hijo, John simplemente anotó: “están en las manos del Señor”.
John pasó dos meses en Kirtland haciendo arreglos para sus hijos antes de cumplir su llamamiento de servir en los estados del Este. Sus hijos viajaron a Sion con Caleb Baldwin. Allí fueron puestos bajo el cuidado de Edward Partridge, el obispo de la Iglesia en Misuri. Pasaron dos años antes de que John se reuniera con ellos. Cuando John llegó a Misuri como parte del Campamento de Sion, le dijeron que su hija Phebe, de apenas seis años, estaba gravemente enferma de cólera. “Había visto a todos mis hijos con buena salud”, escribió más tarde, “pero el destructor comenzó su obra”. John continuó: “Inmediatamente fui y la cuidé hasta el 6 de julio [1834], cuando el Espíritu dejó el cuerpo justo al amanecer, teniendo 6 años, 3 meses y 27 días de edad”. Los dos hijos mayores de John vivieron hasta la adultez y sirvieron con distinción en la Iglesia.
Doctrina y Convenios 99 también contiene una promesa del Salvador a John: “quien a vosotros reciba, a mí me recibe” (DyC 99:2). John se había convertido en un testigo muy real de Jesucristo apenas unos meses antes. Durante las reuniones de la Escuela de los Profetas en la primavera de 1833, John registró una visión en su diario:
“En una de estas reuniones, el profeta nos dijo que si podíamos humillarnos ante Dios y ejercer una fe firme, veríamos el rostro del Señor. Y alrededor del mediodía se abrieron las visiones de mi mente, y los ojos de mi entendimiento fueron iluminados, y vi la forma de un hombre [el Salvador] de lo más hermoso. El semblante de su rostro era sano y radiante como el sol. Su cabello de un brillante gris plateado, rizado en la forma más majestuosa. Sus ojos de un azul penetrante y agudo, y la piel de su cuello de un blanco bellísimo. Y estaba cubierto desde el cuello hasta los pies con una túnica suelta, pura, más blanca que cualquier prenda que jamás hubiera visto. Su semblante era penetrante y, sin embargo, sumamente amable. Y mientras intentaba comprender a la persona completa de pies a cabeza, se desvaneció ante mí y la visión se cerró. Pero dejó en mi mente una impresión de amor que durante meses nunca antes había sentido con tal intensidad”.
John Murdock permaneció como testigo de Jesucristo por el resto de su vida. Después de servir como uno de los primeros misioneros en Australia, finalmente se estableció en Utah. Murió como patriarca de la Iglesia y está sepultado en Beaver, Utah.
Doctrina y Convenios 99:2–3
Los misioneros son enviados a proclamar el evangelio nuevo y sempiterno “de casa en casa… y de ciudad en ciudad” (D. y C. 99:1). Son llamados a servir como representantes del Señor y a funcionar como sus agentes en la obra del reino. El Señor siempre ha obrado mediante sus representantes autorizados, declarando: “Ya sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38).
Nosotros también estamos llamados a compartir la verdad del evangelio con los demás, tanto por ejemplo como por enseñanza. Cuando los humildes y sinceros de corazón aceptan el mensaje de la Restauración, tal como lo presentan los representantes del Señor, y entran en una relación de convenio con Cristo, son bendecidos más allá de toda medida.
Lo opuesto también es cierto: “Cualquiera que rechace [a los representantes del Señor], será rechazado por mi Padre y su casa” (D. y C. 99:4).
Tanto los misioneros de tiempo completo como los miembros misioneros recibirán poder e inspiración al compartir el evangelio con los demás.
Estos versículos reafirman una de las doctrinas fundamentales del Reino de Dios: el Señor obra mediante siervos autorizados, y su voz se manifiesta a través de los llamados proféticamente a representarlo. Esta verdad convierte el servicio misional en algo profundamente sagrado: los misioneros no solo representan a la Iglesia, sino actúan en nombre del Señor mismo.
El envío “de casa en casa y de ciudad en ciudad” recuerda la instrucción dada a los antiguos discípulos y profetas. Es un patrón eterno que demuestra que el Señor busca a Sus hijos uno por uno, familia por familia, con amor y paciencia.
Además, el mensaje destaca que la recepción o el rechazo de los mensajeros es equivalente a aceptar o rechazar al mismo Cristo. Esta doctrina no es para infundir temor, sino para subrayar la seriedad y el poder del llamamiento misional, tanto para los misioneros de tiempo completo como para los miembros que comparten el evangelio en su vida cotidiana.
Doctrina y Convenios 99:2–3 nos enseña que cada esfuerzo misional —grande o pequeño— es respaldado por el poder del cielo cuando es hecho en el nombre del Señor. Ya sea predicando de casa en casa, compartiendo el evangelio en redes sociales o simplemente viviendo el evangelio con integridad, representamos al Salvador.
Quienes reciban ese mensaje con humildad y sinceridad serán grandemente bendecidos, pues están aceptando un convenio con Cristo. Y quienes lo rechacen, rechazan las bendiciones que Él ofrece.
El Señor confía en nosotros para compartir Su evangelio, y promete acompañarnos con poder e inspiración. Al ser fieles representantes de Su luz, extendemos Su amor, Su verdad y Su invitación a toda alma que esté dispuesta a escuchar.
Versículo 2: “Y el que te reciba, me recibe a mí; y tendrás el poder para declarar mi palabra con la demostración de mi Santo Espíritu.”
Este versículo establece un principio doctrinal clave: aceptar a los siervos de Dios equivale a aceptar al Señor mismo. También promete que los misioneros no actuarán solos, sino con el poder del Espíritu Santo, lo que asegura que su mensaje tendrá un impacto espiritual profundo en los oyentes receptivos.
“Y el que te reciba, me recibe a mí”
Esta declaración subraya la conexión entre los siervos del Señor y el Salvador mismo. Recibir a los representantes de Cristo equivale a recibir al propio Cristo, porque ellos actúan en Su nombre y con Su autoridad. Este principio se enseña también en Mateo 10:40, donde el Salvador dice: “El que os recibe a vosotros, a mí me recibe.” Esta conexión resalta la importancia de apoyar y respetar a quienes han sido llamados por Dios para Su obra.
El presidente Henry B. Eyring explicó: “Cuando apoyamos a los siervos del Señor y aceptamos su mensaje, estamos demostrando nuestra fe en que el Señor dirige Su obra a través de ellos.” (“Sostener a los siervos del Señor,” Conferencia General, abril de 2006).
Recibir a los siervos del Señor no es solo una acción externa, sino una muestra de nuestra disposición interna de aceptar Su voluntad y seguir Su guía a través de Sus representantes.
“Y tendrás el poder para declarar mi palabra”
El Señor promete poder a Sus siervos para proclamar Su palabra con autoridad. Este poder no proviene de la capacidad natural, sino del llamamiento y la investidura divina. Este principio se encuentra en Doctrina y Convenios 68:8, donde el Señor promete que Sus siervos recibirán el poder para predicar con eficacia y persuasión.
El élder Jeffrey R. Holland dijo: “Cuando somos llamados a declarar la palabra del Señor, no se trata de nuestra habilidad, sino de Su poder. Él hace posible lo que, por nosotros mismos, no podríamos lograr.” (“El milagro de un misionero,” Conferencia General, octubre de 2012).
El poder para declarar la palabra del Señor no es innato, sino una muestra de Su confianza en aquellos que Él llama. Este poder se magnifica cuando actuamos con fe y obediencia.
“Con la demostración de mi Santo Espíritu”
La declaración de la palabra del Señor debe hacerse con la influencia y el testimonio del Espíritu Santo. Esto asegura que el mensaje tenga poder para tocar corazones y convencer a los oyentes de su verdad. En Doctrina y Convenios 42:14, se enseña que si no tenemos el Espíritu, no debemos enseñar. La demostración del Espíritu valida el mensaje como inspirado y auténtico.
El presidente Boyd K. Packer enseñó: “El Espíritu Santo es el gran maestro y testigo. Sin Él, nuestras palabras carecen del poder necesario para cambiar corazones.” (“La clave del testimonio,” Conferencia General, octubre de 2004).
La demostración del Espíritu Santo no solo confirma la verdad, sino que también brinda fortaleza espiritual a quienes escuchan y aceptan el mensaje del evangelio.
El versículo 2 de Doctrina y Convenios 99 establece principios fundamentales sobre el servicio en el reino de Dios: la conexión directa entre los siervos del Señor y el Salvador, el poder divino otorgado para declarar Su palabra, y la necesidad del Espíritu Santo como testigo y guía.
Este versículo nos recuerda que aceptar y sostener a los siervos del Señor es un acto de fe y obediencia a Cristo. Además, destaca que la eficacia en el servicio y la enseñanza no provienen de la habilidad humana, sino del poder divino. Es una invitación a actuar con fe, confiando en que el Señor magnifica a Sus siervos y los guía por medio de Su Espíritu, asegurando que Su obra se lleve a cabo con poder y autoridad.
“Con la demostración de mi Santo Espíritu”
La predicación eficaz del Evangelio se realiza mediante la influencia y demostración del Espíritu Santo. Este poder confirma la veracidad del mensaje y permite que los oyentes lo comprendan espiritualmente.
Pablo enseñó este principio en 1 Corintios 2:4: “Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder.” El presidente Russell M. Nelson dijo: “Es el Espíritu Santo quien graba la verdad en nuestros corazones. Solo Él puede dar testimonio de la realidad de Jesucristo.” (Conferencia General, abril de 2017).
La frase subraya que no basta con predicar, sino que el mensaje debe ir acompañado del testimonio y poder del Espíritu Santo para ser verdaderamente efectivo.
Este versículo encapsula principios esenciales para la obra misional y el discipulado: la santidad de los siervos de Dios, el poder conferido para declarar el Evangelio y la necesidad de la guía constante del Espíritu Santo.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Cuando servimos como instrumentos en las manos del Señor, no solo llevamos Su mensaje, sino que también llevamos Su amor.” Este versículo, entonces, nos invita a reconocer que quienes predican el Evangelio son embajadores divinos y que el Espíritu Santo es el poder que transforma vidas y testifica del Salvador.
Cada discípulo de Cristo, ya sea en un llamamiento formal o en su vida diaria, puede encontrar en este versículo una invitación a ser un testigo del Salvador. Así como John Murdock fue llamado a predicar con el Espíritu, nosotros también debemos buscar esa guía divina para compartir el Evangelio con amor, fe y autoridad espiritual.
Estos versículos muestran el contraste entre la bendición de quienes aceptan el Evangelio con humildad y la advertencia para quienes lo rechazan. La imagen de “limpiar los pies” es una práctica simbólica que refleja el rechazo de la responsabilidad del misionero hacia quienes no escuchan, dejando el juicio en manos del Señor.
Versículo 3: “Y quienes te reciban como niños pequeños, recibirán mi reino; y benditos son, porque alcanzarán misericordia.”
“Y quienes te reciban como niños pequeños”
El Señor compara la manera en que debemos recibir a Sus siervos con la humildad y la fe de un niño. Los niños son sinceros, confiados y receptivos, cualidades que el Salvador elogió al decir: “El que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Lucas 18:17). Recibir a los siervos del Señor con esta disposición refleja nuestra disposición a aceptar el evangelio y someternos a la voluntad de Dios.
El presidente Henry B. Eyring enseñó: “Recibir el evangelio con un corazón humilde y sencillo, como un niño, abre la puerta para que el Espíritu nos guíe y bendiga.” (“Si me amas, apacienta mis ovejas,” Conferencia General, octubre de 2012).
Recibir a los siervos del Señor con fe y humildad permite que sus palabras y enseñanzas penetren en nuestro corazón, ayudándonos a fortalecer nuestra conexión con Dios y a vivir Sus mandamientos.
“Recibirán mi reino”
El Señor promete Su reino a quienes acepten Su mensaje y Sus siervos con humildad y fe. “Recibirán mi reino” no solo se refiere a la entrada en Su reino celestial después de esta vida, sino también a recibir las bendiciones del evangelio aquí y ahora: paz, guía del Espíritu, y una relación cercana con el Salvador. En Doctrina y Convenios 76:51-53, se describe que aquellos que aceptan a Cristo mediante convenios y obediencia recibirán las bendiciones del reino celestial.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El reino de Dios es accesible para todos aquellos que lo buscan con un corazón humilde y dispuestos a seguir Su evangelio restaurado.” (“El recogimiento de Israel,” Conferencia General, octubre de 2018).
Recibir el reino de Dios es tanto una promesa futura como una experiencia presente, accesible para quienes aceptan el evangelio con fe y disposición.
“Y benditos son, porque alcanzarán misericordia”
El Señor declara que quienes reciben a Sus siervos serán bendecidos con Su misericordia. Esta misericordia es un atributo divino que nos permite recibir perdón y bendiciones que no podríamos alcanzar por nuestra cuenta. En Mateo 5:7, el Salvador enseña: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” Este principio subraya la reciprocidad espiritual: al mostrar misericordia y fe, nos volvemos dignos de recibir la misericordia de Dios.
El presidente Dieter F. Uchtdorf dijo: “La misericordia es una expresión del amor perfecto de Dios. Cuando la buscamos, Él está dispuesto a extender Su mano y levantarnos.” (“El milagro de la expiación,” Conferencia General, abril de 2007).
Recibir a los siervos del Señor con humildad y obediencia demuestra una actitud misericordiosa y receptiva que nos hace dignos de la gracia divina, transformando nuestras vidas y preparándonos para recibir mayores bendiciones.
Este versículo nos enseña principios fundamentales sobre la humildad, la receptividad al evangelio y la promesa de la misericordia divina. Recibir a los siervos del Señor con el corazón de un niño implica humildad, fe y un espíritu receptivo, cualidades esenciales para progresar en el camino del discipulado.
La promesa de recibir el reino de Dios y alcanzar Su misericordia es una poderosa invitación a abrir nuestro corazón al evangelio y a las enseñanzas de Sus siervos. Este versículo nos motiva a cultivar una fe sencilla, confiar en las promesas del Señor y buscar siempre Su misericordia. Al hacerlo, experimentaremos paz y bendiciones tanto en esta vida como en la eternidad.
Versículo 4: “Y quienes te rechacen, serán rechazados de mi Padre y de su casa, y limpiarás tus pies en lugares secretos por el camino como testimonio contra ellos.”
“Y quienes te rechacen”
El rechazo a los siervos del Señor es, en esencia, un rechazo al Señor mismo, ya que ellos representan Su autoridad y Su mensaje. Este principio se encuentra en Lucas 10:16, donde Jesús enseña: “El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha.” Esto subraya la gravedad de rechazar a aquellos enviados por Dios.
El presidente Thomas S. Monson dijo: “Cuando los siervos del Señor predican Su evangelio, representan al Salvador mismo. Rechazar su mensaje es rechazar al Señor.” (“Ven, sígueme,” Conferencia General, abril de 2014).
Rechazar a los siervos del Señor no solo tiene implicaciones terrenales, sino también eternas, ya que representa un rechazo al camino que conduce a la salvación.
“Serán rechazados de mi Padre y de su casa”
El Señor declara que quienes rechacen a Sus siervos serán rechazados por el Padre Celestial y Su reino. Esto refleja el principio de justicia divina: aquellos que deliberadamente rechazan la luz y la verdad no pueden esperar recibir las bendiciones asociadas con ellas. En Doctrina y Convenios 76:101-104, se describe el destino de quienes rechazan el evangelio: no heredan la gloria celestial y permanecen separados de la presencia de Dios.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “La aceptación del evangelio y de los mensajeros del Señor es esencial para recibir la vida eterna. Rechazar esta invitación es rechazar la oportunidad de morar con Dios.” (“El llamado de los profetas,” Conferencia General, abril de 2010).
Este principio nos recuerda que las bendiciones del reino de Dios están disponibles para todos, pero requieren humildad y disposición para aceptar el mensaje y los mensajeros del Señor.
“Y limpiarás tus pies en lugares secretos por el camino como testimonio contra ellos”
La acción simbólica de limpiar los pies tiene un significado profundo en el evangelio. Representa un testimonio solemne de que el mensajero ha cumplido con su deber y que la responsabilidad de aceptar o rechazar el mensaje recae sobre quienes lo escucharon. Este principio se encuentra en Mateo 10:14, donde el Salvador instruye a Sus discípulos a sacudirse el polvo de los pies cuando no sean recibidos.
El élder Bruce R. McConkie explicó: “Limpiar los pies es un acto simbólico que indica que el mensajero ha cumplido su obligación y que las consecuencias del rechazo recaen sobre el receptor.” (“Doctrina Mormona,” pág. 477).
Esta acción no es un acto de condena, sino una declaración de responsabilidad individual. Cada persona debe decidir si acepta o rechaza la invitación del evangelio, asumiendo las consecuencias de su elección.
El versículo 4 destaca la importancia de aceptar a los siervos del Señor y las consecuencias de rechazar su mensaje. Cada frase resalta principios eternos: la responsabilidad personal, la justicia divina y la necesidad de actuar con fe y humildad al escuchar el mensaje del evangelio.
Este versículo nos invita a reflexionar sobre nuestra disposición para recibir las enseñanzas del Señor y aquellos a quienes Él llama para llevar Su mensaje. También nos recuerda que el rechazo al evangelio no solo afecta nuestra relación con los siervos del Señor, sino también nuestra conexión con Dios. Finalmente, nos enseña que la obra de proclamar el evangelio es sagrada y debe llevarse a cabo con diligencia y respeto, dejando en manos del Señor las consecuencias de cómo el mensaje es recibido.
Versículo 5: “Y he aquí, vengo pronto para hacer juicio, a fin de convencer a todos de sus obras inicuas que han cometido en contra de mí, como está escrito de mí en el libro.”
Este versículo alude a la Segunda Venida de Cristo y al juicio divino. Resalta que el Señor vendrá para hacer justicia y que el Evangelio no solo es un mensaje de esperanza, sino también una advertencia para arrepentirse antes de enfrentar el juicio final.
“Y he aquí, vengo pronto para hacer juicio”
El Señor declara Su pronta venida para juzgar a toda la humanidad, un evento fundamental en Su plan de salvación. Este juicio será justo y completo, basado en las acciones, intenciones y decisiones de cada persona. En Doctrina y Convenios 1:10, se afirma que el Señor juzgará a cada persona según sus obras y el deseo de su corazón.
El élder Dallin H. Oaks enseñó: “El juicio final no se centra solo en nuestras obras externas, sino en quiénes nos hemos convertido gracias a nuestras decisiones y acciones.” (“El juicio final,” Conferencia General, abril de 2000).
La certeza del juicio del Señor nos invita a prepararnos espiritualmente, viviendo de acuerdo con Sus mandamientos y arrepintiéndonos sinceramente de nuestras faltas.
“A fin de convencer a todos de sus obras inicuas”
El propósito del juicio no es solo castigar, sino también convencer y confrontar a cada individuo con la verdad sobre sus acciones. Este principio se alinea con la enseñanza en 2 Nefi 9:14, donde se explica que en el juicio final, cada persona será plenamente consciente de su rectitud o iniquidad.
El élder Jeffrey R. Holland dijo: “El Señor no desea condenar, sino redimir. Sin embargo, Su justicia asegura que todos se enfrenten a la verdad de sus elecciones y sus consecuencias.” (“La expiación y el viaje personal de redención,” Conferencia General, abril de 2011).
El convencimiento del pecado en el juicio es una expresión de la justicia divina, diseñada para llevarnos a un entendimiento claro de nuestras elecciones y su impacto eterno.
“Que han cometido en contra de mí”
El Señor identifica que toda iniquidad y pecado son, en última instancia, ofensas contra Él. Esto refleja la enseñanza en Mosíah 2:38, donde el rey Benjamín declara que aquellos que transgreden los mandamientos permanecen en oposición a Dios. La frase también subraya que nuestras acciones tienen un impacto espiritual que trasciende lo terrenal.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El pecado no solo nos aparta de Dios, sino que también nos opone a Su plan de felicidad. Nuestro objetivo debe ser reconciliarnos con Él mediante el arrepentimiento.” (“El poder del arrepentimiento,” Conferencia General, octubre de 2019).
Reconocer que nuestros pecados son contra Dios nos ayuda a comprender la gravedad de nuestras acciones y la necesidad de arrepentirnos sinceramente.
“Como está escrito de mí en el libro”
El “libro” se refiere a las Escrituras y al registro eterno que contiene el plan de salvación y las palabras del Señor sobre Su misión, juicio y obra redentora. Este principio se conecta con Apocalipsis 20:12, donde se menciona que los muertos serán juzgados según lo que esté escrito en los libros, de acuerdo con sus obras.
El presidente Boyd K. Packer dijo: “Las Escrituras son nuestro guía hacia la verdad eterna y contienen las palabras de vida eterna que nos preparan para el juicio de Dios.” (“Las Escrituras: La clave de nuestro progreso espiritual,” Conferencia General, abril de 1986).
El “libro” es tanto un registro literal como un símbolo de la responsabilidad que tenemos de vivir conforme a las verdades reveladas por el Señor, ya que serán la base de nuestro juicio.
El versículo 5 enfatiza la inminencia del juicio divino, el propósito redentor del convencimiento de las obras inicuas, y la centralidad de las Escrituras en el plan del Señor. Cada frase invita a la reflexión sobre nuestra preparación para el encuentro final con el Salvador.
Este versículo nos recuerda que el juicio de Dios es justo y misericordioso, diseñado no solo para medir nuestras acciones, sino también para revelar nuestra disposición espiritual. Al reflexionar sobre nuestras obras y arrepentirnos sinceramente, podemos acercarnos a la pureza que Él requiere y prepararnos para Su venida con confianza y esperanza. El Señor no desea condenar, sino redimir, y nos da todas las herramientas necesarias para alcanzar la vida eterna si las utilizamos con fe y diligencia.
Versículo 6: “Y ahora, de cierto te digo, no conviene que salgas hasta que se provea para tus hijos, y sean enviados con bondad al obispo en Sion.”
Este versículo subraya la importancia del cuidado familiar, incluso para aquellos dedicados a la obra misional. Dios reconoce la necesidad de balancear las responsabilidades espirituales y familiares, lo que refleja su naturaleza amorosa y comprensiva.
“Y ahora, de cierto te digo”
El uso de “de cierto te digo” enfatiza la solemnidad y la importancia de las palabras del Señor. Este lenguaje se utiliza en las Escrituras para subrayar principios y mandamientos que deben ser recibidos con atención y obediencia, como en Doctrina y Convenios 1:38, donde el Señor asegura que Sus palabras son verdaderas y eternas.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “Cuando el Señor habla, Él nos brinda guía segura y específica para nuestra vida. Sus palabras merecen nuestra atención total y nuestra fe completa.” (“Escuchen al Señor,” Conferencia General, abril de 2020).
La introducción solemne del versículo resalta la necesidad de considerar el consejo como una instrucción directa y divina, diseñada para guiar de manera específica.
“No conviene que salgas hasta que se provea para tus hijos”
El Señor muestra Su preocupación por la familia al instruir a John Murdock que asegure el bienestar de sus hijos antes de partir en su asignación misional. Este principio enfatiza que, aunque el servicio al Señor es prioritario, no debe descuidarse la responsabilidad hacia la familia. En 1 Timoteo 5:8, Pablo enseña que proveer para los propios es una manifestación de fe y rectitud.
El presidente David O. McKay enseñó: “Ningún éxito en la vida puede compensar el fracaso en el hogar. La responsabilidad hacia la familia es primordial incluso en el servicio al Señor.” (“Man Shall Not Live Alone,” 1966).
El cuidado de la familia no está en conflicto con el servicio al Señor, sino que es una extensión de nuestros compromisos sagrados. Esto nos recuerda que ambos aspectos deben equilibrarse de manera sabia.
“Y sean enviados con bondad al obispo en Sion”
El Señor establece un modelo de cuidado comunitario en el que el obispo, como pastor de la congregación, tiene la responsabilidad de velar por el bienestar de los miembros, especialmente de los más vulnerables. Este principio refleja el rol del obispo como un siervo que administra los recursos de la Iglesia para bendecir a los necesitados, como se describe en Mosíah 18:29, donde los miembros de la Iglesia se comprometen a cuidar unos de otros.
El élder Jeffrey R. Holland dijo: “La Iglesia de Jesucristo es una comunidad de santos donde nos apoyamos mutuamente, cuidando a los necesitados y fortaleciendo a los débiles.” (“¿No somos todos mendigos?,” Conferencia General, octubre de 2014).
El Señor demuestra que el cuidado de los hijos de John Murdock no es solo una responsabilidad individual, sino una tarea compartida con la comunidad de fe, subrayando la importancia de la unidad y la bondad en la Iglesia.
El versículo 6 destaca principios esenciales relacionados con la prioridad de la familia, la responsabilidad comunitaria y el servicio en el reino de Dios. Cada frase nos recuerda que, aunque el servicio misional es sagrado, no debe hacerse a expensas del bienestar familiar.
Este versículo también refleja el papel central del obispo en cuidar de las necesidades temporales y espirituales de los miembros, mostrando cómo la Iglesia está diseñada para funcionar como una red de apoyo que refleja el amor de Cristo. El llamado a “enviar con bondad” a los hijos enfatiza que la compasión y la preparación son clave en la obra del Señor. Al aplicar este principio, aprendemos a equilibrar nuestras responsabilidades hacia la familia y hacia el servicio al Señor, demostrando una fe madura y un compromiso completo con Su obra.
Versículo 7: “Y después de pocos años, si lo deseas de mí, también podrás ir a la buena tierra para poseer tu heredad;”
El Señor ofrece a John Murdock una elección: continuar predicando o establecerse. Esto muestra que en el servicio del Reino, el Señor respeta el albedrío de sus siervos y reconoce su sacrificio, permitiéndoles tomar decisiones según sus deseos y necesidades.
“Y después de pocos años”
El Señor establece un marco temporal para que John Murdock pueda cumplir con Su plan. Esto refleja el principio de que el tiempo del Señor es diferente al nuestro, como se enseña en Doctrina y Convenios 64:32, donde se menciona que “todas las cosas deben suceder a su debido tiempo”. Este periodo también muestra la paciencia requerida para esperar el cumplimiento de las promesas divinas.
El élder Dieter F. Uchtdorf dijo: “La paciencia significa aceptar que algunas bendiciones y respuestas solo llegarán en el tiempo perfecto del Señor.” (“El fruto de la paciencia,” Conferencia General, abril de 2010).
El Señor trabaja según un tiempo divino que puede parecer diferente al nuestro. Este periodo de espera es una oportunidad para demostrar fe y perseverancia.
“Si lo deseas de mí”
Esta frase subraya el principio del albedrío y la participación activa en las bendiciones de Dios. Aunque el Señor tiene un plan para cada uno de nosotros, respeta nuestro deseo y nuestra disposición para actuar. En 2 Nefi 2:27, se declara que los hombres son libres para actuar y elegir entre el bien y el mal, lo que incluye aceptar o rechazar las bendiciones ofrecidas por Dios.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Señor nos invita a pedir y buscar, para que podamos participar activamente en las bendiciones que Él desea darnos.” (“Preguntas del alma,” Conferencia General, abril de 2022).
El Señor no impone Sus bendiciones, sino que las extiende a quienes las desean sinceramente. Esto nos enseña a alinear nuestros deseos con Su voluntad.
“También podrás ir a la buena tierra”
La “buena tierra” simboliza las bendiciones prometidas de Dios, que incluyen tanto posesiones temporales como herencias espirituales. Este principio se alinea con las promesas hechas a Abraham y su descendencia en Génesis 13:14-15, donde se le promete una tierra de herencia. La “buena tierra” puede interpretarse como un lugar físico y como un símbolo de las bendiciones espirituales del evangelio.
El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “Las promesas del Señor son seguras. Él desea guiarnos a nuestras tierras de herencia, tanto temporales como espirituales, si caminamos por la senda de la obediencia.” (“Siembra y cosecha,” Conferencia General, abril de 1998).
La promesa de una “buena tierra” refleja las bendiciones que el Señor desea otorgar a quienes permanecen fieles y diligentes en Su obra.
“Para poseer tu heredad”
La herencia prometida no es solo un lugar físico, sino también una herencia espiritual que incluye la vida eterna y la exaltación. En Doctrina y Convenios 84:38, el Señor promete que aquellos que son fieles “reciben de mi Padre todo lo que tiene”. Esta herencia celestial es el objetivo final de los hijos de Dios.
El élder David A. Bednar dijo: “Nuestra herencia espiritual es el mayor regalo de Dios, accesible a todos aquellos que guardan convenios y perseveran fielmente.” (“La herencia de la vida eterna,” Conferencia General, abril de 2016).
La herencia prometida es tanto temporal como eterna. El Señor desea que Sus hijos reciban todo lo que Él tiene, pero requiere fidelidad, paciencia y deseo activo.
El versículo 7 enseña principios clave sobre las promesas del Señor, la importancia del albedrío, y las bendiciones temporales y eternas. El Señor asegura que las bendiciones estarán disponibles si las deseamos sinceramente y trabajamos para recibirlas. El tiempo divino puede requerir paciencia, pero la recompensa es segura para quienes confían en el Señor.
Este versículo nos recuerda que las bendiciones del Señor están condicionadas a nuestra disposición para actuar con fe y a nuestra paciencia para esperar Su cumplimiento. También subraya que nuestras herencias, tanto temporales como espirituales, están vinculadas a nuestra obediencia y deseo de seguir Su plan. La “buena tierra” simboliza todo lo que el Señor ha preparado para Sus hijos fieles, una promesa que nos invita a perseverar con esperanza y confianza.
Versículo 8: “de otra manera, continuarás proclamando mi evangelio hasta que seas llevado. Amén.”
Este versículo finaliza con un llamado a la perseverancia. Si Murdock decide no asentarse, el Señor espera que siga sirviendo fielmente hasta que su tiempo en la tierra termine. Es un recordatorio del compromiso duradero que implica el discipulado.
“De otra manera”
Esta frase indica una condición o alternativa, enfatizando el principio del albedrío en el servicio al Señor. Aunque el llamado a proclamar el evangelio es importante, se reconoce la posibilidad de que las circunstancias o las elecciones individuales influyan en el curso de acción. Este principio está en línea con 2 Nefi 2:27, que enseña que los hombres son libres para actuar y elegir su camino.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Señor respeta nuestro albedrío y siempre nos invita a actuar con fe y obediencia, pero no nos fuerza. Nuestras elecciones determinan las bendiciones que recibimos.” (“El poder de la elección espiritual,” Conferencia General, abril de 2015).
La frase subraya que la obra del Señor avanza con nuestra participación activa y voluntaria, destacando la importancia de tomar decisiones en armonía con Su voluntad.
“Continuarás proclamando mi evangelio”
El mandato de continuar proclamando el evangelio refleja la naturaleza constante y continua de la obra misional. Predicar el evangelio no es una tarea limitada en el tiempo, sino una responsabilidad duradera que los discípulos del Señor llevan a cabo en todos los aspectos de su vida. En Doctrina y Convenios 18:10-16, el Señor enseña la importancia de buscar a Sus ovejas y proclamar Su mensaje para la salvación de las almas.
El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “Cada miembro de la Iglesia es un misionero. Proclamar el evangelio es nuestro deber y privilegio como discípulos de Cristo.” (“Testigos de la verdad,” Conferencia General, abril de 1997).
La obra misional no se limita a los llamados formales, sino que es una invitación continua para todos los seguidores de Cristo de compartir Su mensaje con amor y dedicación.
“Hasta que seas llevado”
La frase “hasta que seas llevado” indica que el servicio al Señor continúa hasta el final de la vida terrenal o hasta que el Señor determine que la asignación ha sido cumplida. Esto refleja el principio de perseverancia hasta el fin, como se enseña en Mateo 24:13, donde Jesús declara: “Mas el que persevere hasta el fin, este será salvo.”
El élder Dieter F. Uchtdorf dijo: “El servicio en el reino de Dios no tiene una fecha de vencimiento. Continuamos sirviendo mientras tengamos fuerza y oportunidad.” (“El gozo del servicio,” Conferencia General, abril de 2009).
El servicio en el evangelio es un compromiso continuo que trasciende las circunstancias y se extiende a lo largo de toda nuestra vida. Esta frase subraya que el discipulado es una dedicación constante.
El versículo 8 encapsula la naturaleza continua del discipulado y la obra misional, resaltando tanto el albedrío como la perseverancia. Cada frase enfatiza que la obra del Señor requiere compromiso, esfuerzo constante y disposición para actuar bajo Su guía.
Este versículo invita a los santos a reflexionar sobre su dedicación al servicio en el evangelio, recordándoles que esta labor no tiene fin mientras haya almas por bendecir y verdades por compartir. Nos anima a ver la proclamación del evangelio no como una tarea limitada, sino como una parte esencial de nuestra identidad como discípulos de Cristo. Al hacerlo, obtenemos gozo y propósito, sabiendo que nuestro esfuerzo contribuye al plan eterno de Dios.
























