El Gobierno de Dios

El Gobierno de Dios
por John Taylor

Capítulo 11


El establecimiento del
Reino de Dios sobre la tierra


¿Cómo se establecerá el reino de Dios? Ya hemos demostrado con claridad que ninguno de los medios que actualmente emplean los hombres está a la altura del objetivo propuesto, y que toda la sabiduría humana, por combinada que esté, debe fracasar —y fracasará— en la realización de este propósito; que las formas actuales de gobierno político y religioso no pueden lograrlo; que la filosofía es igualmente impotente; y que, habiendo todas estas fracasado por siglos, como consecuencia natural, seguirán fracasando. Hemos descrito al mundo como quebrantado, corrompido, caído, degradado y arruinado; y hemos mostrado que sólo el Dios del mundo puede corregirlo.

La pregunta es: ¿qué curso tomará Dios para lograr esto? Y dado que es un asunto que requiere más que la razón humana, y puesto que dependemos completamente de la revelación —pasada, presente o futura—, es únicamente a ella a quien podemos acudir. Examinaremos, por tanto, lo que dicen las Escrituras sobre este asunto. Se le llama el reino de Dios, o el reino de los cielos. Si, por tanto, es el reino de los cielos, debe recibir sus leyes, su organización y su gobierno desde el cielo; porque si fueran terrenales, entonces serían como los de la tierra. El reino de los cielos debe ser, por tanto, el gobierno y las leyes del cielo sobre la tierra. Si el gobierno y las leyes del cielo han de conocerse y observarse en la tierra, deben ser comunicados o revelados desde los cielos a la tierra. Estas cosas son claras y evidentes, si se ha de tener algún reino de los cielos, pues es muy claro que si no es el gobierno de Dios, no puede ser su reino; y es igualmente evidente que si no es revelado desde el cielo, no puede ser el reino de los cielos.

Que tal reino será establecido es evidente por lo siguiente: “Y en los días de estos reyes, el Dios del cielo establecerá un reino que no será jamás destruido, y no será el reino dejado a otro pueblo”. (Daniel 2:44). Y también: “Miraba yo en las visiones de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre… y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.” (Daniel 7:13–14).

De lo anterior aprendemos dos cosas: Primero, que Dios establecerá un reino que será universal, y que ese reino no será entregado en manos de otro pueblo; y segundo, que los santos de Dios tomarán posesión de ese reino. El ángel que anunció a María el nacimiento de Jesús dijo: “Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. (Lucas 1:32–33).

No será inapropiado aquí hacer mención de una opinión que ha prevalecido ampliamente en el mundo cristiano: que el reino de Cristo fue un reino espiritual; que fue establecido en la época en que nuestro Salvador estuvo sobre la tierra; y que el cristianismo tal como ahora existe es ese reino. Después de lo que ya he escrito sobre el reinado literal y el reino literal, esto podría parecer superfluo; pero dado que esta opinión es casi universal en el mundo cristiano, mis lectores deberán disculparme si, en este caso, me extiendo un poco.

Varios escritores de la Iglesia Católica, así como el reverendo David Simpson, M.A., el obispo Burnett, el reverendo John Wesley y muchos otros entre los protestantes, han defendido esta opinión. La esencia de sus ideas es la siguiente: que Daniel, mediante la figura de una imagen de oro, plata, bronce, hierro y barro en el capítulo 2 —y mediante las figuras de los cuatro bestias en el capítulo 7— representó un reino espiritual; que este reino fue establecido en los días del Salvador y sus discípulos; que el cristianismo, tal como ahora existe, es ese reino, y que se volverá universal sobre toda la tierra.

Ellos afirman que los cuatro grandes imperios —el Babilónico, el Persa, el Griego y el Romano— están representados por la cabeza, el pecho, el vientre y las piernas de la imagen, y por las cuatro bestias del capítulo 7; y que el reino de Dios habría de establecerse bajo el dominio del cuarto, el cual, como ellos afirman correctamente, fue el Imperio Romano. Sostienen además que la declaración y profecía del ángel a María, citada más arriba, también se cumplió en la primera venida del Mesías; en su predicación, en su evangelio y en la organización de la Iglesia, etc.

Muchos otros pasajes se interpretan de la misma manera, pero sería ajeno a mi propósito actual abordarlos aquí. Me he referido a los anteriores por ser los más destacados. Ahora bien, con todo el respeto hacia los caballeros que han escrito sobre este tema (y cuyos antecedentes, respetabilidad y talento merecen consideración), debo permitirme disentir de ellos, y considerar que, al tratar de apoyar un dogma preferido, han incurrido en error; pues me parece que nada puede estar más alejado del significado de esas Escrituras que la interpretación mencionada.

En cuanto a que las cuatro grandes monarquías están representadas como se indicó anteriormente, considero que es completamente correcto; pero afirmar que el reino habría de establecerse bajo la cuarta monarquía, o bajo el dominio de la cuarta bestia, es forzar demasiado el texto, e imponerle una interpretación que evidentemente no puede sostenerse. El texto dice: “En los días de estos reyes, el Dios del cielo establecerá un reino”. La pregunta es: ¿qué reyes? Se me responde: durante el reinado de uno de los cuatro; y que, como Cristo vino durante el dominio del Imperio Romano, evidentemente se refiere a ese. Pero permítanme repetir la pregunta: ¿bajo el reinado de qué reyes habría de establecerse este reino? ¿Bajo el reinado del cuarto? En verdad, no.

Dejemos que Daniel hable por sí mismo. Después de describir el cuarto reino —el Romano— que se compara con el hierro, y que en la imagen está representado por las piernas, él se refiere luego a otros reinos y poderes, comparándolos con el hierro mezclado con barro. También había pies y dedos, además del cuerpo, que se comparaban con poderes o reyes. Esto se ejemplifica claramente en el capítulo 7 de Daniel, pues después de hablar de los cuatro reyes, describe diez cuernos, que corresponden a los diez dedos de la imagen antes mencionada. Esos diez cuernos, dice él, son diez reyes. Fue, entonces, en los días de esos reyes, o mientras esos reinos existieran, que el Dios del cielo establecería un reino; y no durante el poder del cuarto reino, al cual, con alguna verdad, no podría aplicarse la figura en ninguno de los casos.

Pero además, no podría aplicarse a la primera venida de nuestro Salvador por las siguientes razones:—

Primero. — La piedra cortada del monte, no con mano, debía herir a la imagen en los dedos de los pies; mientras que, según la interpretación de los teólogos anteriormente mencionados, los dedos de los pies aún no existían, pues afirman que este reino fue establecido durante la cuarta monarquía, que era la romana, y que está representada por las piernas de la imagen. Ahora bien, como los poderes que componían los pies y los dedos aún no se habían formado, ¿cómo podría la pequeña piedra herir algo que no existía? Pues debe observarse que después de que toda la imagen fue formada, la piedra fue cortada del monte sin manos y la hirió.

Segundo. — Cuando este reino sea establecido, se dice que “no será dejado a otro pueblo”; pero se nos dice en el capítulo 7 de Daniel que, después de la cuarta monarquía —que fue, según la interpretación mencionada, el tiempo para establecer el reino de Dios—, cierto “cuerno”, o rey, haría guerra contra los santos y prevalecería contra ellos; y que “pensará en cambiar los tiempos y la ley, y serán entregados en su mano”. Nada puede ser más evidente que esto; pues este poder, después de la primera venida del Mesías, no solo pensó en cambiar los tiempos y la ley, sino que en efecto “le fueron entregados”, lo cual no será el caso cuando se establezca el reino al que se hace referencia.

Tercero. — Cuando se establezca el reino de Dios, se afirma que será “dado a los santos del Altísimo”; y todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas obedecerán al Señor, lo cual no ha sucedido, ni puede suceder en el estado actual de las cosas.

Cuarto. — No hay mayor diferencia entre el cristianismo tal como ahora existe —con todas sus supersticiones, corrupciones, disputas, contenciones, divisiones, debilidad e ineficacia— y este REINO DE DIOS del que hablan las Escrituras, que la que hay entre la luz y las tinieblas; y no podría compararse con las cosas venideras más de lo que una naranja podría compararse con la tierra, o una vela con el glorioso luminar del día.

Quinto. — El reino de Dios, del que habló Daniel, debía volverse universal, lo cual el cristianismo no ha logrado, ni puede lograr en su condición actual.

Sexto. — El testimonio del ángel a María aún no se ha cumplido. Se afirma que “el Señor le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”; sin embargo, Él no se sentó en el trono de David, ni lo hace ahora; no reinó sobre la casa de Jacob, ni lo hace ahora, pues las diez tribus aún están desterradas; “la casa de Judá está esparcida y sin rey”, y el mismo Jesús, cuando se le pidió que dividiera una herencia, respondió: “¿Quién me puso por juez o repartidor sobre vosotros?” En verdad, Él era rey; “pero en su humillación le fue quitado el juicio”.

De todo lo anterior resulta muy evidente que el reino del que hablan estos teólogos no fue, ni pudo ser, el mencionado por Daniel, ni el referido por el ángel a María; como ya se ha indicado, era un reino literal y no únicamente espiritual. Cabe señalar, además, que cierto poder debía “hacer guerra contra los santos, y prevalecer contra ellos hasta que vino el Anciano de Días”; y fue entonces —y no antes— cuando se dio el juicio a los santos del Altísimo.

Ahora volveremos de nuestra digresión, y tras afirmar que el reino de Dios es un reino literal; que será grande, poderoso, glorioso y universal; y que se extenderá de mar a mar, y desde los ríos hasta los extremos de la tierra; que todos los reinos estarán sujetos a él, y todos los poderes le obedecerán; procederemos a examinar cómo será establecido. Se lo compara con una pequeña piedra “cortada del monte, no con mano”, y sin embargo, el Dios del cielo es quien establecerá este reino.

Isaías, en su capítulo once —al cual remito a mis lectores—, al hablar del establecimiento de este reino, dice:
«Acontecerá en aquel día, que habrá una raíz de Isaí, la cual se alzará como estandarte para los pueblos; a ella acudirán los gentiles, y su descanso será glorioso. Asimismo, acontecerá en aquel día, que el Señor alzará otra vez su mano por segunda vez para recobrar el remanente de su pueblo que haya quedado, de Asiria, de Egipto, de Patros, de Cus, de Elam, de Sinar, de Hamat y de las islas del mar. Y levantará un estandarte para las naciones, y reunirá a los desterrados de Israel, y juntará a los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra» (Isaías 11:10–12).

De lo anterior parecería que se ha de levantar un estandarte o bandera para las naciones; que los gentiles acudirán a él; y que regresarán tanto las diez tribus como los judíos a su tierra; que los dispersos de Judá y los desterrados de Israel han de regresar.

Ahora bien, un estandarte o bandera es el símbolo, los colores o el punto de reunión de una nación; es uno de esos elementos característicos de un reino que siempre es respetado por sus habitantes. Se utiliza de diversas maneras y con distintos fines: a veces por el emperador, rey, gobernador o general para indicar su presencia; a veces por embarcaciones para señalar su nacionalidad; y también por haciendas, ciudades, corporaciones o gremios; y siempre por ejércitos y armadas, para representar a quién pertenecen. Si un rey tuviese una proclamación que hacer, y deseara convocar a sus súbditos o poner a prueba su lealtad, podría enviar una bandera o estandarte, y todos los que se congregaran bajo ella serían considerados sus fieles vasallos.

Pero aquí es el Dios del cielo quien levanta un estandarte. El mundo, como antes dijimos, le pertenece; tiene el derecho de poseerlo. Satanás ha mantenido el dominio por algún tiempo, y ahora el Señor viene a desposeerlo, a tomar posesión de su legítima herencia, y a gobernar su propio reino. Para hacer esto, emite su mandato, hace una proclamación, levanta un estandarte e invita a todos a unirse a él. Aquellos que lo hagan pueden considerarse como sus siervos, como ciudadanos de su reino; y los que no lo hagan, como opositores a él, a su gobierno y a sus leyes.

Como Padre de la familia humana, como Príncipe y Rey, Él levanta un estandarte y llama la atención del mundo. Ahora bien, la única forma racional en que el Señor puede lograr esto es estableciendo una comunicación con el hombre, y dándole a conocer sus leyes. No podemos concebir que truene desde los cielos aterrorizando a los habitantes de la tierra, ni que envíe ángeles con espadas de fuego para forzar la obediencia. Esto implicaría el uso del poder físico para controlar la mente; pero como el hombre es un agente libre, Dios utiliza otros medios para influir en su mente, su juicio y su voluntad; y mediante la belleza y hermosura de la virtud, la pureza, la santidad y el temor de Dios, cautiva sus sentimientos, controla su juicio e influye en él para que rinda a Dios esa obediencia que justamente le corresponde. No será sino hasta que estos medios fallen, que se recurrirá a otros.

Como el mundo está ignorante de Dios y de sus leyes, y no ha tenido comunicación con Él durante mil ochocientos años; y como deben ocurrir todos esos grandes e importantes acontecimientos; y como el Señor dice que “no hará nada sin revelar su secreto a sus siervos los profetas”, se deduce que debe haber revelaciones de parte de Dios; y si es así, como consecuencia necesaria, debe haber profetas a quienes revelarlas. ¿Cómo reveló Dios alguna vez su voluntad y propósitos a Enoc, Noé, Abraham, Moisés, los profetas, Jesús y sus discípulos? Ellos la comunicaron al pueblo. Los mensajeros de Dios daban a conocer su voluntad, y el pueblo la obedecía o la rechazaba. Si fueron castigados con diluvios, fuego, plagas, pestilencia, dispersiones, muerte, etc., fue como consecuencia de su desobediencia.

Así como Dios obró en tiempos pasados, así lo hará también en los últimos días, con la diferencia de que cumplirá sus propósitos plenamente; establecerá su reino; protegerá a los justos; destruirá a Satanás y sus obras; purificará la tierra de maldad y traerá la restauración de todas las cosas. Lo anterior, además de ser el único camino racional, es evidentemente el único camino justo y conforme a las Escrituras.

Algunas personas hablan de que el mundo será quemado, de plagas, pestes, hambre, espada y ruina, y de que todo esto será instantáneo. Ahora bien, no sería justo que el Señor castigara a los habitantes de la tierra sin advertencia previa. Porque si el mundo ignora a Dios, no se le puede culpar del todo por ello; si ha sido víctima de sistemas falsos y principios erróneos, no puede evitarlo; muchos hacen lo mejor que pueden mientras, como ya se dijo, no sería justo que el mundo continuara como está, pero tampoco sería justo castigar a sus habitantes por cosas que ignoran o que están fuera de su control.

Antes de destruir a los habitantes del mundo antiguo, Dios envió a Enoc y a Noé para advertirles. Antes de destruir Sodoma y Gomorra, envió a Lot en medio de ellos. Antes de que los hijos de Israel fueran llevados cautivos a Babilonia, fueron advertidos por los profetas. Y antes de la destrucción de Jerusalén, sus habitantes recibieron el testimonio de nuestro Señor y sus discípulos. Y así será en los últimos días; y como el mundo entero está implicado, el mundo entero deberá ser advertido.

Procedamos, por tanto, a examinar el testimonio bíblico sobre este tema. Juan dice en Apocalipsis:

“Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. Otro ángel le siguió, diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia la grande” (Apocalipsis 14:6–8).

Aquí, entonces, una luz irrumpe desde los cielos; un mensajero celestial es enviado para llevar a los hombres noticias de salvación; el evangelio eterno será nuevamente proclamado a los hijos de los hombres. La proclamación debe hacerse a toda nación, tribu, pueblo y lengua. Asociado a esto debía venir otra declaración: “Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado”. Así, todos recibirán una advertencia justa, y entonces caerá Babilonia —no antes.

De lo anterior es evidente que el evangelio eterno será restaurado, acompañado de una advertencia al mundo. Ahora bien, si se restaura el evangelio eterno, deben restaurarse también los mismos principios, leyes, oficiales o administradores, y ordenanzas. Si en tiempos antiguos hubo apóstoles, los habrá nuevamente; se introducirán las mismas leyes y ordenanzas, y el mismo método para recibir miembros en el reino. También habrá profetas, pastores, maestros y evangelistas. Si antes se bautizaba por inmersión para la remisión de los pecados, y se imponían las manos para el don del Espíritu Santo, se hará lo mismo otra vez.

Si el don del Espíritu Santo en tiempos antiguos traía a la memoria de los santos las cosas pasadas, los guiaba a toda verdad y les mostraba las cosas por venir, hará lo mismo otra vez, porque es el evangelio eterno. Si antes producía sueños, visiones, dones de lenguas, sanidades, milagros, sabiduría, todo esto volverá a existir en los últimos días, porque es el evangelio eterno que será restaurado.

Si en el pasado puso a los hombres en posesión del conocimiento de Dios y de sus propósitos, y trajo a luz la vida y la inmortalidad, lo hará otra vez. Si disipó las tinieblas, desveló los cielos, dio certeza a los hombres, y les dio una esperanza que florecía con inmortalidad y vida eterna, lo hará otra vez. Si les permitió entender el propósito de su creación, su relación con Dios, su posición en la tierra y su futura exaltación y gloria, lo hará otra vez, porque es el evangelio eterno.

En resumen, es la voluntad de Dios para el hombre, el gobierno de Dios entre los hombres, y una porción de aquella luz, gloria e inteligencia que existen con Dios y con los ángeles, comunicada a los mortales y obtenida por medio de la obediencia a sus leyes y ordenanzas.

Si el evangelio debía proclamarse antiguamente a todas las naciones, así también ahora —con esta diferencia: está asociado a un clamor: “Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado”. De esto podemos esperar que se haga una proclamación a todos los pueblos; que mensajeros salgan a todas las naciones, y que los mismos principios que existieron antes sean restaurados nuevamente en toda su plenitud, poder, gloria y bendiciones.

Lo anterior es el camino señalado en las Escrituras, y es el único modo justo y racional de tratar con seres racionales e inteligentes; porque la inteligencia debe ser apelada por medio de la inteligencia, y sería injusto castigar al mundo indiscriminadamente, sin antes apelar a su razón, juicio e inteligencia.

Pero no solo será restaurado el evangelio eterno y predicado en su plenitud como antes, y enviado como un mensajero a todo el mundo; no solo habrá un reino y organización espiritual, sino que también habrá un reino literal, una nación, o naciones, una Sión, y el pueblo se reunirá allí.

Aquí incluiremos una profecía de David sobre este asunto:

“Mas tú, oh Jehová, permanecerás para siempre, y tu memoria por todas las generaciones. Te levantarás y tendrás misericordia de Sion, porque es tiempo de tener misericordia de ella, porque el plazo ha llegado. Porque tus siervos aman sus piedras, y del polvo de ella tienen compasión. Entonces las naciones temerán el nombre de Jehová, y todos los reyes de la tierra tu gloria. Cuando Jehová edifique a Sion, se manifestará en su gloria. Mirará a la oración de los desamparados, y no despreciará el ruego de ellos. Se escribirá esto para la generación venidera; y el pueblo que ha de ser creado alabará a Jehová. Porque miró desde lo alto de su santuario; Jehová miró desde los cielos a la tierra, para oír el gemido de los presos, para soltar a los sentenciados a muerte; para que publique en Sion el nombre de Jehová, y su alabanza en Jerusalén, cuando los pueblos y los reinos se congreguen en uno para servir a Jehová.”
—Salmo 102:12–22

Aquí vemos:

  1. Que una Sión literal ha de ser edificada;
  2. Que cuando esa Sión sea edificada, el Señor vendrá, y se manifestará en su gloria;
  3. Que se trata de algo que concierne a las naciones de la tierra y al mundo entero, porque allí se congregarán los pueblos y los reinos para servir al Señor.

Puede ser apropiado señalar aquí que habrá dos lugares de recogimiento o Siones: uno en Jerusalén y otro en otro lugar; uno será el sitio al que se reunirán los judíos, y el otro, una multitud mixta de todas las naciones.

Con respecto a la casa de Israel, Jeremías dice: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en que no se dirá más: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto; sino: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra del norte y de todas las tierras adonde los había arrojado; y los haré volver a su tierra, la cual di a sus padres.” —Jeremías 16:14–15

Según este pasaje, y muchos otros, se manifestará claramente el gran poder de Dios hacia la casa de Israel al restaurarlos a sus antiguas posesiones.

Otra Escritura dice que: “Jerusalén será habitada en su lugar, en Jerusalén.”

Aquí cabe observar que antiguamente hubo una Sión en Jerusalén; pero también se habla en las Escrituras de otra Sión. De ahí que, en el pasaje que citamos de los Salmos, se indica que los reinos serán congregados en Sión, y el pueblo servirá al Señor; y no solo los judíos, sino también los gentiles temerán el nombre del Señor, y todos los reyes de la tierra su gloria. La ley saldrá de Sión, y la palabra del Señor, de Jerusalén.

Y de nuevo: “Jehová el Señor, que reúne a los desterrados de Israel, dice: Aún reuniré sobre él a otros además de los ya reunidos.”
Es muy evidente por estos pasajes —y por muchos otros que podrían citarse— que hay dos lugares de recogimiento. Por ejemplo, Joel, al hablar de las tribulaciones de los últimos días, dice que habrá liberación en el monte de Sión y en Jerusalén. Ahora bien, no podría decir con propiedad “en el monte de Sión y en Jerusalén” si no fueran dos lugares distintos. La antigua Sión estaba en Jerusalén. No sería correcto decir “en Londres y en Londres”, pero sí sería correcto decir “en Londres y en Edimburgo”, “en Nueva York y en Filadelfia”, “en Frankfurt y en Bruselas”; de igual manera se puede decir “en Sión y en Jerusalén”.

Además, los judíos serán recogidos en Jerusalén en incredulidad, como se habla en Zacarías; y cuando el Mesías aparezca entre ellos, ignorantes aún de Jesús, preguntarán: “¿Qué heridas son estas en tus manos?” Y Él responderá: “Con ellas fui herido en casa de mis amigos.” (Zacarías 13:6). Entonces se abrirá una fuente para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, y entrarán en el convenio mediante el bautismo (Zacarías 13:1).

Pero con respecto al pueblo de Sión, el Señor “tomará uno de una ciudad y dos de una familia, y los traerá allí, y les dará pastores según su corazón, que los apacienten con ciencia y con inteligencia.” (Jeremías 3:14–15). El pueblo de ese lugar será todo justo.

Es de esta última Sión de la que deseamos hablar más particularmente en este momento, por estar asociada con el reino de Dios; y como estamos indagando cómo se establecerá el reino de Dios, esto es para nosotros de gran importancia.

Se profetizan grandes juicios para los últimos días, como consecuencia del alejamiento del hombre de Dios —ya hemos aludido a algunos—, pero como hemos dicho, el evangelio debe ser predicado una vez más como advertencia a todas las naciones, acompañado de una proclamación:

“Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado.” (Apocalipsis 14:7)

Pero con razón el pueblo preguntará:
¿Qué podemos hacer? ¿Qué esperanza tenemos?
Si llega la guerra, no podemos evitarla. Si la peste se extiende por la tierra, ¿qué garantía de liberación tenemos? Dicen que han venido como mensajeros de misericordia, como enviados a las naciones. ¿Qué haremos?

Dejemos que Isaías responda: él ha descrito el relato de la guerra y ha definido el remedio. Esta será la respuesta del mensajero de las naciones:

“Jehová fundó Sión, y en ella confiarán los pobres de su pueblo.”
—Isaías 14:32

Sí, dice Joel, cuando venga aquel gran y terrible día del Señor,

“habrá salvación en el monte de Sión y en Jerusalén, como ha dicho Jehová, y en el remanente al cual él haya llamado.” (Joel 2:32)

Sí, dice Jeremías: “Tomaré uno de una ciudad y dos de una familia, y los traeré a Sión, y les daré pastores conforme a mi corazón.” (Jeremías 3:14–15)

La proclamación al mundo será el medio para establecer esta Sión, reuniendo multitudes de entre todas las naciones. Porque hay multitudes entre todas las naciones que sinceramente desean hacer la voluntad de Dios, cuando se les da a conocer; pero al haber sido engañadas durante tanto tiempo por la apostasía y la corrupción religiosa, no saben a qué rumbo dirigirse, y desconfían de casi todo.

Como fue antes, así será también en los últimos tiempos. Jesús dijo:

“Mis ovejas oyen mi voz, y me conocen, y me siguen; y al extraño no seguirán, porque no conocen la voz de los extraños.”

Los que aman la verdad y desean ser guiados por ella, la abrazarán, y entrarán en el convenio que el Señor hará con su pueblo en los últimos días, y se reunirán con ellos. Serán enseñados por el Señor en Sión, formarán parte de su reino en la tierra, y se prepararán para el Señor cuando venga a tomar posesión de su reino.
Porque: “Cuando Jehová edificare a Sión, se manifestará en su gloria” (Salmo 102:16), y no antes.

Pero si Sión no se edifica, el Señor no vendrá, porque debe tener un pueblo y un lugar al cual venir. Los profetas saludaron este día con gozo, como el inicio de aquellos gloriosos tiempos que estaban por venir.

Miqueas dice: “Acontecerá en los postreros tiempos, que el monte de la casa de Jehová será establecido por cabecera de los montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos. Y vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.”
—Miqueas 4:1–2

Isaías, lleno de entusiasmo, contempló la escena y exclamó con éxtasis:

“¿Quiénes son estos que vuelan como nubes, y como palomas a sus ventanas?
Ciertamente las islas esperarán en mí, y las naves de Tarsis vendrán las primeras, para traer tus hijos de lejos, su plata y su oro con ellos, al nombre de Jehová tu Dios, y al Santo de Israel, que te ha glorificado. Y los hijos de los extraños edificarán tus muros, y sus reyes te servirán.”
—Isaías 60:8–10

Y en el versículo 14 verás que ese lugar será llamado:

“La Ciudad de Jehová, la Sión del Santo de Israel.”

Así que aquí vemos:

  • Que el Señor tendrá una casa edificada;
  • Que estará sobre la cima de los montes, y será exaltada sobre los collados;
  • Que muchas naciones irán allí a aprender la voluntad del Señor;
  • Que la ley saldrá de Sión;
  • Que el pueblo acudirá como nubes;
  • Que llevarán su plata y su oro consigo;
  • Que la adoración verdadera será conocida, y la religión del Señor perderá su aspecto de repulsión;
  • Y que Dios y su religión serán aceptados entre las naciones de la tierra.

Puede ser oportuno señalar aquí que habrá dos lugares de recogimiento, o Siones: uno en Jerusalén y el otro en otro lugar; el primero será un lugar donde se reunirán los judíos, y el segundo, una multitud mixta de todas las naciones. Con respecto a la casa de Israel, Jeremías dice: “Por tanto, he aquí vienen días, dice Jehová, en que no se dirá más: Vive Jehová que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto; sino: Vive Jehová que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra del norte, y de todas las tierras a donde los había arrojado; y los haré volver a su tierra, la cual di a sus padres” (Jeremías 16:14–15). Según este pasaje, y muchos otros, evidentemente habrá una gran manifestación del poder de Dios en la restauración de la casa de Israel a sus antiguas moradas.

Otra Escritura dice que “Jerusalén será habitada en su mismo lugar, en Jerusalén”. Aquí cabe señalar que hubo una Sion antigua en Jerusalén; pero también se habla de otra Sion en las Escrituras. Por tanto, en el pasaje que citamos de los Salmos, los reinos serán reunidos en Sion y los pueblos servirán al Señor; y no solo los judíos, sino también los gentiles temerán el nombre del Señor, y todos los reyes de la tierra verán su gloria. La ley saldrá de Sion, y la palabra del Señor de Jerusalén.

Y otra vez: “El Señor Dios que reúne a los desterrados de Israel, dice: aún reuniré sobre él a otros además de los ya reunidos”. Es muy evidente por estos pasajes (y por muchos otros que se podrían citar) que hay dos lugares de recogimiento. Por ejemplo, Joel, al hablar de las aflicciones de los últimos días, dice que “habrá liberación en el monte de Sion y en Jerusalén”. Ahora bien, él no podría decir con propiedad “en el monte de Sion y en Jerusalén” si no fueran dos lugares distintos. La antigua Sion estaba en Jerusalén. No sería correcto decir “en Londres y en Londres”; pero sí se puede decir “en Londres y en Edimburgo”, “en Nueva York y en Filadelfia”, “en Frankfurt y en Bruselas”; y del mismo modo, se puede decir “en Sion y en Jerusalén”.

Pero además, los judíos serán recogidos en Jerusalén en incredulidad, como se menciona en Zacarías; y cuando el Mesías se manifieste entre ellos, ignorando quién es Jesús, preguntarán: “¿Qué heridas son estas en tus manos?” Entonces Él responderá: “Con ellas fui herido en casa de mis amigos” (Zacarías 13:6). Y luego se abrirá una fuente para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, y entrarán en el convenio por medio del bautismo (Zacarías 13:1). Pero del pueblo de Sion, el Señor tomará uno de una ciudad y dos de una familia y los traerá allí, y les dará pastores conforme a su corazón, que los alimentarán con ciencia y entendimiento (Jeremías 3:14–15). El pueblo allí será todo justo.

Es esta última Sion la que deseamos tratar más particularmente en este momento, en relación con el reino de Dios; y ya que estamos analizando la manera en que el reino de Dios será establecido, esto es de gran importancia para nosotros. Se habla de grandes juicios en los últimos días, como consecuencia del alejamiento del hombre de Dios; ya nos hemos referido parcialmente a ellos. Pero, como mencionamos, el Evangelio debe ser predicado de nuevo como advertencia a todas las naciones, y acompañado de una proclamación: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado” (Apocalipsis 14:7).

Pero con razón el pueblo podría preguntar: ¿Qué podemos hacer? ¿Qué esperanza tenemos? Si llega la guerra, no podemos prevenirla ni evitarla. Si la peste recorre la tierra, ¿qué garantía tenemos de ser librados? Ustedes dicen que han venido como mensajeros de misericordia para nosotros, y como mensajeros para las naciones. ¿Qué haremos? Dejemos que Isaías responda: él ha contado la historia de la guerra y ha definido el remedio. Esta será la respuesta del mensajero de las naciones: “Jehová ha fundado a Sion, y en ella esperarán los afligidos de su pueblo” (Isaías 14:32).

Sí —dice Joel—, cuando venga ese día grande y terrible del Señor, habrá liberación en el monte de Sion y en Jerusalén, como ha dicho Jehová, y en los que queden, a quienes el Señor llame (Joel 2:32). Sí —dice Jeremías—, Él tomará uno de una ciudad y dos de una familia y los traerá a Sion, y les dará pastores conforme a su corazón, que los alimentarán con conocimiento y entendimiento (Jeremías 3:14–15). La proclamación al mundo será el medio por el cual se establecerá esta Sion, al reunir multitudes de personas de entre todas las naciones.

Porque hay multitudes en todas las naciones que sinceramente desean hacer la voluntad de Dios, cuando se les da a conocer; pero, habiendo sido engañadas tanto tiempo por el sacerdocio falso y las abominaciones, no saben a qué rumbo dirigirse y desconfían de casi todo. Como fue en tiempos antiguos, así será en los últimos días. Jesús dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y me conocen, y me siguen; y no seguirán al extraño, porque no conocen la voz de los extraños”.

Aquellos que aman la verdad y desean ser gobernados por ella, la abrazarán, y entrarán en el convenio que el Señor hará con su pueblo en los últimos días, y serán recogidos con ellos; serán enseñados por el Señor en Sion, formarán su reino en la tierra, y serán preparados para el Señor cuando venga a tomar posesión de su reino. Porque “cuando el Señor edificare a Sion, aparecerá en su gloria”, y no antes. Pero si Sion nunca es edificada, el Señor nunca vendrá, porque debe tener un pueblo y un lugar al cual venir.

Los profetas saludaron este día con gozo, como el comienzo de esos tiempos gloriosos que seguirían. Miqueas dice:
“Pero acontecerá en los postreros días, que el monte de la casa de Jehová será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados; y correrán a él los pueblos. Y vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus sendas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová” (Miqueas 4:1–2).

Isaías contempló esta escena con éxtasis, y exclamó:
“¿Quiénes son estos que vuelan como nubes, y como palomas a sus ventanas? Ciertamente a mí esperarán las islas, y las naves de Tarsis desde el principio, para traer tus hijos de lejos, su plata y su oro con ellos, al nombre de Jehová tu Dios, y al Santo de Israel, que te ha glorificado. Y los hijos de los extranjeros edificarán tus muros, y sus reyes te servirán” (Isaías 60:8–10).

Verás, al leer el versículo 14, que este lugar será llamado “La Ciudad de Jehová, la Sion del Santo de Israel”. Aquí, entonces, descubrimos que el Señor tendrá una casa edificada, que estará en la cima de los montes, y será más exaltada que los collados; que muchas naciones acudirán a ella para aprender la voluntad del Señor; que la ley saldrá de Sion. Que los pueblos acudirán a ella como nubes, trayendo su plata y su oro. Que la adoración de Dios será conocida, y que la religión del Señor perderá su apariencia rígida, y que Dios y su religión serán populares entre las naciones de la tierra.

Esto nos lleva a otro medio que se utilizará para el establecimiento del reino de Dios; porque, antes de esto, Él reprenderá a naciones poderosas que están lejos. Y antes de que “forjen sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces, y las naciones no se levanten más en guerra unas contra otras”, habrá un tiempo de terrible aflicción, angustia, guerra y calamidad, como nunca antes se ha visto en la tierra.

Habiendo mencionado anteriormente que se alzará un estandarte para las naciones, que el Evangelio será predicado nuevamente a todos los pueblos, y que se hará una proclamación a todas las naciones; que se edificará una Sion literal; que los justos acudirán en masa a esa Sion, serán enseñados por el Señor y preparados para su venida; que grandes multitudes fluirán hacia Sion y la bendición de Dios morará allí; ahora pasamos a señalar otro medio por el cual se establecerá el reino de Dios, a saber: por medio de juicios, para que las naciones sean purificadas y preparadas para un reinado universal.

Antes de que el Señor destruyera el mundo antiguo, mandó a Noé que preparara un arca; antes de que las ciudades de Sodoma y Gomorra fueran destruidas, dijo a Lot: “huye a los montes”; antes de la destrucción de Jerusalén, Jesús advirtió a sus discípulos y les dijo: “salid de ella”; y antes de la destrucción del mundo, se envía un mensaje. Después de esto, las naciones serán juzgadas, porque Dios está preparando su propio reino para su propio reinado, y no será frustrado por ninguna influencia contraria ni poder opositor.

El testimonio de Dios debe ser dado a conocer primero, se debe levantar el estandarte; el evangelio del reino será predicado a todas las naciones, el mundo será advertido, y entonces vendrán los problemas. Todo el mundo está en confusión moral, política y religiosa; pero una voz fue anunciada: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas”.

Juan vio a un ángel que tenía el evangelio eterno para predicarlo a toda nación, tribu, pueblo y lengua. Y después oyó otra voz que clamaba: “Babilonia ha caído”.

Isaías, tras describir algunas de las más terribles calamidades que sobrevendrán sobre ese pueblo, dice:
“Estruendo de multitud en los montes, como de mucho pueblo; estrépito de reinos, de naciones reunidas: Jehová de los ejércitos pasa revista a las tropas para la batalla… Dolores los invadirán, tendrán angustia como mujer de parto”.
Que “el día de Jehová viene, cruel, con ira y ardor de furor, para convertir la tierra en soledad, y exterminar de ella a los pecadores; porque las estrellas del cielo y sus luceros no darán su luz; el sol se oscurecerá al salir, y la luna no dará su resplandor. Y castigaré al mundo por su maldad, y a los impíos por su iniquidad; y haré cesar la arrogancia de los soberbios, y abatiré la altivez de los tiranos. Haré que el hombre sea más escaso que el oro fino” (Isaías 13:4–12).

Después de enumerar muchas otras cosas sobre Babilonia y Asiria como tipos de cosas por venir, dice:
“Este es el propósito que se ha determinado sobre toda la tierra; y esta es la mano extendida sobre todas las naciones” (Isaías 14:26).

Dice también:
“He aquí que Jehová vacía la tierra y la desnuda, y trastorna su faz, y esparce a sus moradores. Y sucederá lo mismo al pueblo como al sacerdote; al siervo como a su amo… La tierra será enteramente vaciada y completamente saqueada; porque Jehová ha pronunciado esta palabra… La tierra también está contaminada bajo sus moradores, porque traspasaron las leyes, cambiaron la ordenanza, quebrantaron el pacto eterno” (Isaías 24:1–5).

De lo anterior, se deduce que terribles juicios aguardan a los habitantes del mundo; que habrá una destrucción general; el mundo estará lleno de guerra y confusión, las naciones de la tierra serán sacudidas, y los impíos serán expulsados de ella.

Jesús dijo, cuando estuvo en la tierra:
“Se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá hambres, pestes y terremotos en diversos lugares; y los hombres desfallecerán de temor por las cosas que sobrevendrán a la tierra”.

Jesús vino primero como el niño de Belén; vendrá otra vez “para gobernar las naciones con vara de hierro, y quebrantarlas como vasija de alfarero”.

Isaías dice:
“Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová; y le hará entender diligente en el temor de Jehová. No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el aliento de sus labios matará al impío. Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura” (Isaías 11:1–5).

La primera parte de esto se cumplió cuando nuestro Salvador vino por primera vez a esta tierra; la segunda parte se cumplirá cuando venga otra vez: “herirá la tierra con la vara de su boca, y con el aliento de sus labios matará al impío”.

El Espíritu del Señor será retirado de las naciones, y después de rechazar la verdad, serán dejadas en tinieblas para andar a tientas; y, estando llenas del espíritu de maldad, se enfurecerán y guerrearán unas contra otras. Finalmente, tras terribles luchas, plagas, pestes, hambres, etc., instigadas por los poderes de las tinieblas, habrá una gran congregación de naciones contra Jerusalén, pues estarán enfurecidas contra sus habitantes, y enormes ejércitos se reunirán, cubriendo la tierra como una nube; y el Señor mismo aparecerá para liberar a su pueblo y destruir a los impíos (Zacarías 14).

Cualquiera que compare este capítulo con Ezequiel 38 y 39, hallará una de las más terribles destrucciones que se pueda concebir. Luego, acuda al Salmo 2, donde David describe a los reyes de la tierra confabulándose contra el Señor y contra su Ungido. Él dice:

“El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos… Él establecerá a su rey sobre su santo monte de Sion; le dará por herencia las naciones, y por posesión los confines de la tierra… Los quebrantará con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzará.” Y concluye:

“Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; admitid amonestación, jueces de la tierra. Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor. Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino, pues se inflama de pronto su ira”.

Al hacer un breve resumen de lo que hemos dicho anteriormente en relación con los medios que se emplearán para el establecimiento del Reino de Dios, encontramos lo siguiente:

1.º — Que no será solo un reino espiritual, sino también temporal y literal.

2.º — Que, si es el Reino de los Cielos, debe ser revelado desde los cielos.

3.º — Que el Señor levantará un estandarte a las naciones.

4.º — Que vendrá un ángel con el Evangelio eterno, el cual será proclamado a toda nación, tribu, pueblo y lengua; que será el mismo evangelio antiguo, y que los mismos poderes y bendiciones lo acompañarán.

5.º — Que no solo se predicará el Evangelio antiguo, sino que lo acompañará una declaración de juicio a las naciones.

6.º — Que habrá una Sion literal, o reunión de los santos en Sion, así como una reunión de los judíos en Jerusalén.

7.º — Que cuando esto haya sucedido, el Espíritu de Dios será retirado de las naciones, y ellas se harán la guerra y se destruirán entre sí.

8.º — Que los juicios también las alcanzarán de parte del Señor: plagas, pestilencias, hambre, etc.

9.º — Que las naciones, habiendo perdido el Espíritu de Dios, se reunirán para luchar contra el pueblo del Señor, estando llenas del espíritu de iniquidad y opuestas al gobierno de Dios.

10.º — Que cuando esto ocurra, el Señor vendrá y luchará contra ellas personalmente; derrocará sus ejércitos, afirmará su derecho, gobernará las naciones con vara de hierro, arrancará a los impíos de la tierra y tomará posesión de su propio reino.

Puedo añadir aquí que, cuando el Señor venga para ejercer juicio sobre los impíos, para acabar con el pecado y traer justicia eterna, Él establecerá sus propias leyes, exigirá obediencia universal, y hará que la maldad y el desgobierno cesen. Él emitirá sus mandamientos, y estos deberán ser obedecidos; y si las naciones de la tierra no guardan sus leyes, “no recibirán lluvia”. Y serán enseñadas, por medios más contundentes que la persuasión moral, que dependen de Dios; porque el Señor exigirá obediencia, y las Escrituras dicen repetidamente que los impíos serán arrancados de la tierra, y los justos y los mansos la heredarán.

Después de permitir durante miles de años que el hombre gobierne, el Señor tomará ahora las riendas del gobierno en sus propias manos, y hará uso del único medio posible para afirmar sus derechos. Porque si los impíos nunca fueran eliminados, los justos nunca podrían gobernar; y si al diablo se le permitiera seguir gobernando, Dios no podría hacerlo al mismo tiempo; por consiguiente, después de una larga espera, aquel a quien le pertenece el derecho tomará posesión del reino; y el reino, y la grandeza del reino debajo de todos los cielos, será dado a los santos del Altísimo Dios; y el mundo asumirá la posición para la cual fue creado.

Un Rey gobernará con justicia, y príncipes decretarán juicio. El conocimiento del Señor se difundirá y se extenderá bajo los auspicios de este gobierno. Guiados por sus consejos y bajo su dirección, todos aquellos propósitos diseñados por Él desde el principio, tanto para los vivos como para los muertos, estarán en buen camino hacia su cumplimiento.

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