El Libro de Moisés

Moisés 6

Introducción


El capítulo 6 del Libro de Moisés marca una transición doctrinal clave al mostrar cómo el evangelio revelado a Adán fue preservado, enseñado y predicado por su posteridad. Desde el inicio se destaca que los descendientes de Adán llevaron un libro de memorias, subrayando que la fe verdadera se sostiene mediante registros sagrados, autoridad divina y la transmisión consciente de convenios de generación en generación.

El capítulo enseña que los justos de la posteridad de Adán predicaron el arrepentimiento en un mundo que se iba alejando de Dios. En este contexto, el Señor se revela a Enoc y lo llama a predicar, introduciendo el principio de que Dios elige y capacita a Sus siervos para amonestar con poder aun cuando se sienten débiles o insuficientes. La predicación de Enoc confirma que el mismo evangelio—fe, arrepentimiento, bautismo y el don del Espíritu Santo—ha sido proclamado desde el principio.

Uno de los énfasis doctrinales más importantes del capítulo es la clara exposición del plan de salvación. Se declara que Adán recibió el bautismo y el sacerdocio, y que fue instruido en la necesidad del nuevo nacimiento, “del agua y del Espíritu”. Esto afirma que las ordenanzas y principios salvadores no pertenecen solo a dispensaciones posteriores, sino que forman parte del plan eterno de Dios para todos Sus hijos.

En conjunto, Moisés 6 establece que la salvación siempre ha venido por medio de Jesucristo, que el Señor ha preservado Su evangelio mediante registros y profetas, y que llama a personas fieles—como Enoc—para invitar al mundo al arrepentimiento. El capítulo prepara así el escenario para los acontecimientos posteriores, mostrando cómo Dios puede levantar un pueblo santo aun en medio de una generación inicua.

“Set y Enoc ocupan el centro del escenario en este capítulo. Aunque separados por cinco generaciones, estos dos hombres ejercieron una enorme influencia sobre sus familias y sociedades, una influencia que se extendería por décadas, incluso siglos… Por encima de todo, estos versículos afirman que Set continuó la línea justa del convenio, la cual se había visto interrumpida con la muerte de Abel. En este sentido, la escritura moderna añade mucho a nuestro conocimiento acerca de Set (véase DyC 107:42–56)… Fuentes apócrifas también hablan de Set en términos elevados. Entre otras características, se dice que fue un líder importante en la vida premortal, habiendo luchado valerosamente del lado del bien en el conflicto premortal. Como figura de luz, vino a la tierra para cumplir un papel importante. Según tales fuentes, sus descendientes justos fueron señalados por Satanás para persecución, porque habrían de ser una fuerza para el bien hasta el fin de los tiempos.” (The Pearl of Great Price: A Verse by Verse Commentary, R. D. Draper, S. K. Brown, M. D. Rhodes, [SLC: Deseret Book, 2005], 81–85)

El segundo gran protagonista de este capítulo es Enoc, un profeta a quien se da solo una mención superficial en cuatro escasos versículos de Génesis (Gén. 5:21–24). Los esfuerzos de traducción de José Smith en noviembre y diciembre de 1830, apenas meses después de la formación de la joven Iglesia, revelarían dos capítulos extensos y sustanciosos que incluyen un total de 114 versículos (Moisés 6:26–8:2). Moisés 6 revela su llamamiento —aunque siendo un joven que luchaba— como profeta y vidente (¿no habría sentido el profeta José cierta afinidad?). Aprendemos que Enoc enseñó el evangelio tal como fue dado a Adán (Moisés 6:48–68).

Ahora detengámonos un momento. Es tiempo de asimilar la importancia de esta revelación. José Smith nos dice lo que Dios enseñó a Adán, tal como fue predicado por Enoc. Este es el registro más antiguo del plan del evangelio enseñado al hombre mortal. Sería interesante examinar cuidadosamente qué se enseñó, especialmente en comparación con las doctrinas sectarias de 1830, cuando fue revelado.


Moisés 6:2 — “Dios me ha designado otra descendencia en vez de Abel”.


La declaración de Adán enseña que los propósitos de Dios no pueden ser frustrados por la maldad humana. Aunque Abel fue asesinado, el Señor no permitió que se interrumpiera la línea de los justos ni el progreso de Su plan. Al “designar” otra descendencia, Dios afirma Su autoridad soberana sobre la historia humana y muestra que Él siempre preserva un linaje fiel mediante el cual continúan los convenios, las ordenanzas y la verdadera adoración. Set no surge por casualidad, sino por designio divino, como evidencia de que la justicia y la revelación siempre hallan un cauce preparado por Dios.

La frase “en vez de Abel” expresa una continuidad espiritual más que un simple reemplazo biológico. Abel representa al justo que murió fiel, y Set representa la restauración de la esperanza y del orden del convenio tras una tragedia causada por el pecado. Doctrinalmente, este principio anticipa la Expiación de Jesucristo: aquello que se pierde injustamente puede ser restaurado por la gracia divina. Así, Moisés 6:2 testifica que Dios gobierna la posteridad conforme a Su plan eterno y que Su obra sigue adelante mediante la fidelidad, no mediante la violencia ni la rebelión.

Existe un principio de restitución mediante el cual Dios compensa las injusticias de la vida. Toda violación de la equidad es rectificada; aun cuando la restauración sea imposible, puede haber restitución. Aunque Dios no devolvería a Abel a la vida, daría a Adán y a Eva otro hijo para aliviar su dolor. El asesinato no sería deshecho, pero habría otro hijo para recibir el sacerdocio y las bendiciones del derecho de primogenitura. Conocemos esta doctrina tal como la enseñó el profeta José:

“Todas vuestras pérdidas os serán restituidas en la resurrección, con tal de que permanezcáis fieles. Por la visión del Todopoderoso lo he visto.” (Enseñanzas del Profeta José Smith, 296).

Que Adán y Eva esperaran la restitución hasta la resurrección significaría esperar 4,000 años. Así, parecería que el Señor les dio un sustituto más inmediato con el nacimiento de Set. La lección para nosotros es confiar en el Señor cuando la mortalidad nos trata injustamente.

Chieko Okazaki

¿Nos dicen las Escrituras cómo [Adán y Eva] lloraron la muerte de Abel? No, aunque ciertamente lo hicieron. ¿Nos dicen algo sobre la confusión, la ira y el dolor que pudieron haber sentido por el acto impulsivo de Caín y su destierro? No, aunque es posible que sintieran esas cosas. ¿Reprende el autor de Génesis a Adán y Eva por no haber enseñado correctamente a Caín? No; no hay ninguna sugerencia de reproche. En cambio, Adán y Eva, consolándose mutuamente en su dolor, conciben un hijo a quien Eva llama Set, “porque Dios —dijo ella— me ha señalado otra descendencia en lugar de Abel, a quien Caín mató” (Génesis 4:25). En otras palabras, ¡la vida literalmente continuó para Adán y Eva!

La mayoría de los padres no pueden dar a luz a otro hijo cuando pierden uno por desobediencia o rebelión. Pero sí pueden tomar la misma decisión de manera metafórica que tomaron Adán y Eva: reconocer su terrible pérdida y decidir que la vida continúa de todos modos. Hay ocasiones en las que nuestro mejor esfuerzo no es suficiente para salvar a otro. Podemos reconocer nuestra pérdida y llorarla, pero también debemos aprender de ello que la vida sigue. (Lighten Up! [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1993], 89–90).

James E. Faust

A veces cargamos sentimientos dolorosos por heridas pasadas durante demasiado tiempo. Gastamos demasiada energía rumiando cosas que ya pasaron y no pueden cambiarse. Luchamos por cerrar la puerta y soltar el dolor. Si, con el tiempo, podemos perdonar lo que haya causado la herida, accederemos a una “fuente vivificante de consuelo” mediante la Expiación, y la “dulce paz” del perdón será nuestra. Algunas heridas son tan dolorosas y profundas que la sanación solo llega con la ayuda de un poder superior y con la esperanza de justicia perfecta y restitución en la vida venidera. (Ensign, noviembre de 2005, 115).


Moisés 6:3 — “Dios se reveló a Set, el cual no fue rebelde, sino que ofreció un sacrificio aceptable”.


Este versículo establece un principio central del evangelio restaurado: la revelación divina es el resultado de la obediencia y la mansedumbre, no simplemente de la descendencia o del conocimiento externo. Set es descrito como alguien que “no fue rebelde”, lo que indica una disposición interior de sumisión a la voluntad de Dios. Por esa razón, Dios se le revela. Doctrinalmente, esto enseña que la revelación es relacional: Dios se manifiesta a quienes están dispuestos a escucharle, seguirle y vivir conforme a Sus mandamientos. La revelación no se impone; se concede a los fieles.

El hecho de que Set ofreciera un “sacrificio aceptable” subraya que Dios no solo considera el acto externo, sino la intención y el entendimiento espiritual detrás de la adoración. A diferencia de Caín, cuyo sacrificio fue rechazado por su rebeldía, Set ofrece conforme al orden divino y con fe en el Redentor venidero. Así, Moisés 6:3 enseña que la adoración verdadera requiere obediencia, fe y rectitud del corazón, y que donde estas existen, Dios continúa revelándose y estableciendo Su convenio con la posteridad justa.

La rectitud de Set es exaltada en Doctrina y Convenios.

Set “…fue ordenado por Adán a la edad de sesenta y nueve años, y fue bendecido por él tres años antes de la muerte de éste (Adán), y recibió de su padre la promesa de Dios de que su posteridad sería el pueblo escogido del Señor, y que sería preservada hasta el fin de la tierra;
porque él (Set) era un hombre perfecto, y su semejanza era la imagen exacta de su padre, de modo que parecía ser como su padre en todas las cosas, y solo podía distinguirse de él por su edad” (DyC 107:42–43).

Set también fue… “uno de los valientes” que aguardaban una gloriosa resurrección, según lo vio José F. Smith en su visión del mundo de los espíritus (DyC 138:40).

“Según fuentes SUD, Set nació después de numerosos otros hijos (Moisés 5:2–3), fue ordenado a los sesenta y nueve años por Adán, y llegó a ser líder patriarcal tras la muerte de su padre (DyC 107:41–42).

“Después del asesinato de Abel, Set heredó el derecho de primogenitura del orden patriarcal del sumo sacerdocio debido a su rectitud (DyC 107:40–43), ocupando el lugar de Abel (Gén. 4:25; Moisés 6:2)… (cita DyC 107:40–42)… ‘ofreció un sacrificio aceptable, como su hermano Abel’, con el resultado de que ‘Dios se reveló a Set’ (Moisés 6:3). Textos apócrifos, al buscar patrones para el ministerio del Mesías esperado, se centran en el liderazgo de Set en la vida premortal, su obediencia completa, y su papel como padre y patriarca de la raza del convenio (Brown, p. 278).” (Encyclopedia of Mormonism, 1–4 vols., ed. Daniel H. Ludlow [New York: Macmillan, 1992], 1299)


Moisés 6:4 — “Entonces empezaron estos hombres a invocar el nombre del Señor”.


Este versículo marca un punto decisivo en la historia espiritual de la humanidad primitiva: el surgimiento de una adoración consciente, pública y convenida. “Invocar el nombre del Señor” implica mucho más que pronunciar palabras; significa acudir a Dios con fe, dependencia y reconocimiento de Su autoridad. Doctrinalmente, señala el inicio de una comunidad de creyentes que se distingue del mundo por su relación viva con Dios, guiada por la revelación y sostenida por la oración. Donde hay revelación y sacrificio aceptable, inevitablemente surge la invocación del nombre del Señor.

Además, el uso del plural —“estos hombres”— enseña que la fe verdadera tiende a organizarse y expresarse en comunidad. La invocación del nombre del Señor une a los justos en adoración, establece identidad espiritual y prepara el camino para convenios, predicación y transmisión de la verdad a la posteridad. Así, Moisés 6:4 testifica que cuando los hombres se vuelven a Dios con rectitud, Él no solo escucha oraciones individuales, sino que edifica un pueblo que lleva Su nombre y camina en Su presencia.

El texto da a entender que el hombre no comenzó a invocar a Dios sino hasta el nacimiento de Enós, hijo de Set. Sin embargo, Caín y Abel ya habían ofrecido sacrificios. Los eruditos bíblicos han reconocido esta incongruencia, señalando que “esta inconsistencia es el resultado de la actividad redaccional (es decir, editorial, revisional) de Rp (un escriba bíblico)” (The Interpreter’s Bible, ed. G. A. Buttrick et al. [New York: Abingdon Press, 1952], vol. 1, p. 516).

El Libro de Moisés nos dice que tan pronto como Adán y Eva fueron expulsados del Jardín, comenzaron a invocar al Señor:

“Y Adán y Eva, su esposa, invocaron el nombre del Señor, y oyeron la voz del Señor desde el camino hacia el Jardín de Edén, hablándoles, y no lo vieron, porque estaban excluidos de Su presencia.
Y les dio mandamientos, que adoraran al Señor su Dios, y que ofrecieran las primicias de sus rebaños como ofrenda al Señor. Y Adán obedeció los mandamientos del Señor…
Y así el evangelio comenzó a predicarse desde el principio, siendo declarado por santos ángeles…” (Moisés 5:4–5, 58).

La obra inspirada de José Smith corrigió el texto de la siguiente manera: “entonces comenzaron estos hombres a invocar el nombre del Señor” (Moisés 6:4; énfasis añadido).


Moisés 6:5 — “Se llevaba un libro de memorias”.


Este pasaje introduce un principio doctrinal clave: Dios es un Dios de memoria, registro y continuidad revelada. El “libro de memorias” no es solo un archivo histórico, sino un instrumento sagrado mediante el cual se preservan las revelaciones, los convenios y las obras de fe del pueblo justo. Doctrinalmente, esto enseña que el evangelio no se transmite únicamente por tradición oral, sino que Dios manda registrar Su trato con los hombres para instruir, testificar y preservar la verdad para las generaciones futuras. La escritura se convierte así en un medio de revelación continua.

Además, el hecho de que se llevara este libro “entre ellos” indica que la memoria espiritual es una responsabilidad comunitaria, no solo individual. Registrar las obras de Dios ayuda a combatir el olvido, fortalece la identidad del pueblo del convenio y permite que la posteridad aprenda a invocar al Señor con conocimiento y fe. Moisés 6:5 afirma que recordar es un acto sagrado: al escribir lo que Dios ha hecho y dicho, Su pueblo mantiene viva la verdad, protege la doctrina y asegura que la luz no se pierda en generaciones futuras.

“La revelación de los últimos días ha… mostrado que el modelo de llevar registros establecido por Adán fue continuado por los patriarcas sucesivos, quienes añadieron relatos de sus propios días. Enoc habla del registro de sus padres:

‘Y la muerte ha venido sobre nuestros padres; no obstante, los conocemos, y no podemos negarlo, y aun al primero de todos conocemos, a saber, Adán.
Porque un libro de memorias hemos escrito entre nosotros.’ (Moisés 6:45–46).

“Abraham testificó que el proceso de añadir al registro continuó después del Diluvio e incluyó sus propias adiciones:

‘Pero los registros de los padres, es decir, de los patriarcas… el Señor mi Dios preservó en mis propias manos; por tanto, un conocimiento del principio de la creación, y también de los planetas y de las estrellas, tal como fueron dados a conocer a los padres, he conservado hasta el día de hoy, y procuraré escribir algunas de estas cosas en este registro, para beneficio de mi posteridad que vendrá después de mí.’ (Abraham 1:31).

“Parte del llamamiento del patriarca/profeta era hacer un registro de sus días. Así, en forma de relevo, los registros de los patriarcas anteriores se transmitían, y los profetas posteriores los sintetizaban, incorporaban sus propios registros, y los pasaban nuevamente a generaciones futuras.” (Lenet H. Read, “How the Bible Came to Be: Part 1, A Testament Is Established,” Ensign, enero de 1982, 39)

Spencer W. Kimball

“Continuemos, pues, en esta importante obra de registrar las cosas que hacemos, las cosas que decimos, las cosas que pensamos, de acuerdo con las instrucciones del Señor. Para aquellos de ustedes que quizá aún no hayan comenzado sus libros de memorias y sus registros, sugerimos que hoy mismo comiencen a escribir sus registros de manera plena y completa. Esperamos que lo hagan, hermanos y hermanas, porque esto es lo que el Señor ha mandado.” (The Teachings of Spencer W. Kimball, ed. Edward L. Kimball [Salt Lake City: Bookcraft, 1982], 349)

Henry B. Eyring

Podrías intentar expresar gratitud al escribir una entrada en tu libro de memorias. El Espíritu Santo ha ayudado con ello desde el principio de los tiempos. Recuerdas que en el registro de Moisés se dice:

“Y se llevaba un libro de memorias, en el cual se registraba, en el lenguaje de Adán, porque se concedía a cuantos invocaban a Dios escribir por el espíritu de inspiración” (Moisés 6:5).

El presidente Spencer W. Kimball describió ese proceso de escritura inspirada:

“Quienes llevan un libro de memorias tienen mayor probabilidad de recordar al Señor en su vida diaria. Los diarios son una manera de contar nuestras bendiciones y de dejar un inventario de esas bendiciones para nuestra posteridad.” (The Teachings of Spencer W. Kimball, ed. Edward L. Kimball, Salt Lake City: Bookcraft, 1982, p. 349).

Al comenzar a escribir, podrías preguntarte: “¿Cómo me bendijo Dios hoy?” Si haces eso el tiempo suficiente y con fe, te encontrarás recordando bendiciones. Y, a veces, vendrán a tu mente dones que no notaste durante el día, pero que entonces sabrás que fueron un toque de la mano de Dios en tu vida. (“Remembrance and Gratitude,” Ensign, noviembre de 1989, 13).


Moisés 6:6 — “enseñaban a sus hijos a leer y a escribir.”


Este versículo revela que, desde los comienzos, la educación fue parte integral del convenio de Dios con Su pueblo. Enseñar a los hijos a leer y a escribir no era solo una habilidad práctica, sino un deber espiritual, porque la alfabetización permitía acceder al “libro de memorias”, a las revelaciones y a las palabras de Dios. Doctrinalmente, esto enseña que el Señor espera que los padres preparen a sus hijos para conocer la verdad por sí mismos, capacitándolos para recibir instrucción, discernir doctrina y guardar convenios con entendimiento.

Asimismo, Moisés 6:6 afirma que la fe verdadera no es antiintelectual ni pasiva, sino que busca luz “por el estudio y también por la fe”. Al instruir a sus hijos, los justos aseguraban la transmisión fiel del conocimiento revelado y fortalecían la identidad espiritual de la siguiente generación. Este pasaje testifica que enseñar a leer y escribir es un acto de mayordomía sagrada: mediante la educación, los padres colaboran con Dios para formar discípulos capaces de recordar, comprender y vivir Su palabra.

¿Cuándo comenzó el hombre a leer y escribir? Los arqueólogos e historiadores de la lingüística creen que ocurrió mucho después del 4000 a. C.:

Por lo general se acepta que la escritura propiamente dicha del lenguaje fue inventada de manera independiente al menos en dos lugares: Mesopotamia (específicamente, la antigua Sumeria) hacia 3000 a. C., y Mesoamérica hacia 600 a. C. Se conocen doce sistemas de escritura mesoamericanos, siendo el más antiguo el del México zapoteca. (http://en.wikipedia.org/wiki/History_of_writing)

Irónicamente, muchos eruditos actuales menosprecian la sofisticación de las generaciones antiguas. Pueden haber supuesto que el lenguaje de las civilizaciones antiguas era rudimentario: “La invención de la escritura no fue un acontecimiento único, sino una larga evolución precedida por la aparición de símbolos, posiblemente primero con fines cultuales”. En contraste con pictogramas primitivos, el lenguaje antiguo era en realidad superior al nuestro. Antes de la Torre de Babel, el lenguaje era “puro e incontaminado”. Es nuestro lenguaje, irónicamente, el que resulta primitivo en comparación.


Moisés 6:6 — “y poseyendo un lenguaje puro y sin mezcla.”


Esta expresión enseña que el lenguaje está íntimamente ligado a la revelación y a la pureza doctrinal. Un “lenguaje puro y sin mezcla” no se refiere únicamente a una lengua sin corrupción lingüística, sino a una forma de comunicación alineada con la verdad revelada, libre de distorsión espiritual, engaño o filosofías humanas. Doctrinalmente, esto indica que Dios revela Su verdad en términos claros, precisos y coherentes con Su naturaleza, y que Su pueblo debe esforzarse por preservar esa claridad al enseñar, testificar y registrar las cosas sagradas. Cuando el lenguaje se corrompe, también se oscurece la doctrina; cuando el lenguaje es puro, la verdad permanece accesible.

Además, este principio subraya que la pureza del lenguaje refleja la condición espiritual del pueblo. Un lenguaje “sin mezcla” implica ausencia de sincretismo—no combinar la verdad divina con tradiciones falsas o razonamientos que contradicen la revelación. Así, Moisés 6:6 testifica que Dios prepara a Su pueblo para recibir y transmitir Su palabra mediante un lenguaje que edifica, une y revela, anticipando el ideal profético de que, en el debido tiempo, el Señor restaurará un lenguaje puro para que todos invoquen Su nombre con entendimiento y unidad de fe.

Décadas de aprendizaje no siempre pueden superar la torpeza obstinada de nuestro lenguaje. Las ideas y los sentimientos no siempre pueden transmitirse en toda su pureza debido a las limitaciones de una comunicación imperfecta. Muchos se han sentido como Amón, incapaces de “decir la más mínima parte de lo que [sienten]” (Alma 26:16). José Smith lo expresó de la mejor manera:

“¡Oh Señor, líbranos a su debido tiempo de la pequeña y estrecha prisión, casi como de oscuridad total, del papel, la pluma y la tinta; y de un lenguaje torcido, quebrado, disperso e imperfecto!” (History of the Church, 1:299).

¡Qué bendición habría sido contar con un lenguaje “puro e incontaminado”!

Eliza R. Snow

(Al visitar la cárcel de Carthage años después del martirio): “Las palabras son demasiado débiles para transmitir los sentimientos del alma; ¿dónde encontraré lenguaje para describir los pensamientos que agitaban mi mente…?” (Biography and Family Record of Lorenzo Snow [Salt Lake City: Deseret News, 1884], 113).

Brigham Young

“A menudo, cuando me pongo de pie aquí, tengo la sensación de ser una persona incapaz de expresar sus ideas, porque no tengo las ventajas del lenguaje. Sin embargo, no me quejo con frecuencia de ello, sino que me levanto para hacer lo mejor que puedo y dar a la gente lo mejor que tengo para ellos en ese momento.” (Journal of Discourses, 5:97).

José Smith

“Uno de los puntos más importantes de la fe de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, por medio de la plenitud del evangelio eterno, es la reunión de Israel (del cual los lamanitas constituyen una parte): ese tiempo feliz cuando Jacob subirá a la casa del Señor para adorarlo en espíritu y en verdad, para vivir en santidad; cuando el Señor restaurará a sus jueces como al principio, y a sus consejeros como al comienzo; cuando cada hombre se sentará bajo su propia vid y su higuera, y no habrá quien lo amedrente; cuando Él les volverá un lenguaje puro, y la tierra será llena de conocimiento sagrado, como las aguas cubren el gran abismo.” (Teachings of the Prophet, 92–93; cursivas añadidas).

Charles Didier

Las palabras son una forma de expresión personal. Nos diferencian tanto como las huellas digitales. Reflejan qué clase de personas somos, hablan de nuestro trasfondo y describen nuestra manera de vivir. Expresan nuestro pensamiento y también nuestros sentimientos más íntimos.

Pero ¿de dónde vienen y por qué el lenguaje es tan peculiar? Comenzó en el principio, como leemos en Moisés 6:5–6…

El lenguaje es divino. Algunos pueden saberlo, pero no comprender sus implicaciones en la vida familiar diaria. El amor en el hogar comienza con un lenguaje amoroso. Esta necesidad es tan importante que, sin palabras llenas de amor, algunos llegan a desequilibrarse mentalmente y otros se perturban emocionalmente… (“Language: A Divine Way of Communicating,” Ensign, noviembre de 1979, 25).


Moisés 6:7 — “Este mismo sacerdocio, que existía desde el principio, estará también en el fin del mundo”


Esta afirmación enseña la eternidad e inmutabilidad del sacerdocio de Dios. El sacerdocio no es una institución creada por el hombre ni limitada a una dispensación específica, sino el poder eterno mediante el cual Dios obra en todas las épocas. Al decir que existía “desde el principio”, se afirma que Adán y los primeros patriarcas actuaron con la misma autoridad divina que los profetas posteriores; y al declarar que “estará también en el fin del mundo”, se testifica que ese mismo poder continuará vigente hasta la culminación del plan de salvación. Doctrinalmente, esto confirma que Dios es el mismo ayer, hoy y para siempre, y que Su autoridad no cambia ni se interrumpe.

Además, esta verdad subraya la unidad de todas las dispensaciones bajo un mismo sacerdocio y un mismo convenio eterno. Aunque cambien las circunstancias históricas, las formas externas o la organización, el poder por el cual se administran las ordenanzas salvadoras y se gobierna la obra de Dios es el mismo. Esta declaración también apunta a la Restauración en los últimos días: el sacerdocio no fue reinventado, sino restaurado en su forma original, para preparar al mundo para la Segunda Venida de Cristo. Así, el sacerdocio enlaza el principio y el fin, asegurando que la obra de Dios avance con poder, orden y autoridad divina hasta su cumplimiento final.

El sacerdocio, y no el sacerdote, es “sin principio de días ni fin de años” (Alma 13:7). Por lo tanto, tiene sentido que estuviera presente desde el principio. No se originó en el principio; siempre ha existido. Al referirse a los días de los antiguos, el sacerdocio ha sido llamado el “sacerdocio patriarcal” (véase DyC 107:41–52).

“El Sacerdocio de Melquisedec y el sacerdocio patriarcal son esencialmente el mismo sacerdocio, pero difieren en su organización y en los derechos y prerrogativas que poseen. El sacerdocio patriarcal es el Sacerdocio de Melquisedec organizado conforme a un orden familiar; de ahí su nombre. En contraste, el Sacerdocio de Melquisedec está organizado conforme a un sistema de quórumes y oficios presidenciales. Aunque los derechos y privilegios del Sacerdocio de Melquisedec no se asignan por promesa a un linaje específico dentro de la familia escogida, los del sacerdocio patriarcal pertenecen por derecho a un linaje escogido que Dios ha designado.” (Hyrum Andrus, Doctrinal Commentary on the Pearl of Great Price [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1967], 357)

Joseph Fielding Smith

“Es cierto que el sacerdocio patriarcal se transmitía de padre a hijo, y que las llaves pertenecían por derecho de primogenitura al hijo mayor; pero, no obstante esto, todos los hombres fieles que obtuvieron el sacerdocio tuvieron este oficio patriarcal desde los días de Adán hasta los días de Moisés. Este orden del sacerdocio fue el que se confirió a estos antiguos profetas y maestros, ya fueran primogénitos o los últimos en nacer, si eran fieles.” (Answers to Gospel Questions, 5 vols. [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1957–1966], 2:174)

Ezra Taft Benson

“Adán y sus descendientes entraron en el orden del sacerdocio de Dios. Hoy diríamos que fueron a la Casa del Señor y recibieron sus bendiciones. El orden del sacerdocio del que hablan las Escrituras a veces se llama orden patriarcal porque descendía de padre a hijo. Pero este orden también se describe en la revelación moderna como un orden de gobierno familiar, en el cual un hombre y una mujer entran en convenio con Dios —tal como lo hicieron Adán y Eva— para ser sellados por la eternidad, tener posteridad y hacer la voluntad y la obra de Dios a lo largo de su vida mortal.” (Robert L. Millet, Selected Writings of Robert L. Millet: Gospel Scholars Series [Salt Lake City: Deseret Book Co., 2000], 28)


Moisés 6:9 — “A imagen de su propio cuerpo, varón y hembra, los creó”


Este pasaje afirma una doctrina central del plan de salvación: Dios posee un cuerpo glorificado y tangible, y el ser humano fue creado conforme a esa imagen divina. Ser creados “a imagen de su propio cuerpo” enseña que el cuerpo no es un accidente ni una carga temporal, sino una parte esencial de la identidad eterna del hombre y la mujer. Doctrinalmente, esto eleva la dignidad del cuerpo humano y confirma que la semejanza con Dios incluye forma, potencial y destino. El cuerpo es un don sagrado que permite a los hijos de Dios progresar, obedecer, recibir ordenanzas y, finalmente, llegar a ser como Él.

La expresión “varón y hembra” enseña además que la imagen de Dios se refleja plenamente en la complementariedad de ambos. Hombre y mujer fueron creados con igual valor espiritual y con funciones divinamente ordenadas dentro del plan eterno, especialmente en relación con la familia y la posteridad. Juntos reflejan la naturaleza creadora y relacional de Dios. Así, Moisés 6:9 testifica que la identidad humana —incluido el sexo— es parte del diseño divino, y que el propósito del cuerpo es eterno: prepararnos para una plenitud de gozo en la presencia de Dios.

La versión correspondiente del relato de Génesis (Gén. 5:2) no incluye la frase “a imagen de su propio cuerpo”. Una y otra vez se enseña esta lección: Dios tiene un cuerpo de carne y huesos, semejante al nuestro en forma, excepto que el Suyo es glorificado y perfeccionado.

Joseph Fielding Smith

“Aquí se nos informa que el hombre fue creado a imagen de Dios. Esto se repite varias veces en el libro de Génesis al hablar de la creación del hombre. Esta es la respuesta al evolucionista en cuanto al origen del hombre, y a todos los religiosos, así como a científicos, que ridiculizan la naturaleza antropomórfica de Dios. El hombre fue creado a semejanza del cuerpo de Dios.” (Man, His Origin and Destiny [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1954], 268)


Moisés 6:9 — “y les dio a ellos el nombre de Adán, el día en que fueron creados.”


Esta declaración enseña que Dios confirió una identidad común y unificada a la familia humana desde el principio. Al dar el nombre de “Adán” tanto al varón como a la mujer, el Señor establece que ambos comparten un mismo origen, un mismo valor eterno y una misma herencia espiritual como hijos e hijas de Dios. Doctrinalmente, el nombre representa mayordomía, autoridad e identidad dentro del convenio; por lo tanto, este acto divino señala que la humanidad fue creada como una unidad bajo un propósito común, no como entidades espiritualmente separadas o jerárquicamente desiguales.

Además, el hecho de que este nombre fuera dado “el día en que fueron creados” subraya que la identidad del convenio precede a la historia, la cultura y las divisiones humanas. Antes de la Caída, del pecado o de la dispersión, Dios ya había definido quiénes eran Sus hijos y cuál era su destino. Así, Moisés 6:9 testifica que el plan de Dios para el hombre y la mujer es uno de unidad, corresponsabilidad y propósito eterno, y que la familia humana, bajo un mismo nombre y llamamiento, está destinada a progresar junta hacia la vida eterna.

George F. Richards

“Es una expresión bastante peculiar: ‘llamó el nombre de ellos Adán’. El autor del Compendium, al comentar esta expresión, dice que el hombre en su plenitud es una organización doble, varón y hembra; ninguno de los dos, por sí solo, puede cumplir la medida de su creación. Se requiere la unión de ambos para completar al hombre a imagen de Dios.” (Conference Report, abril de 1924, sesión de la tarde, 32)

Bruce R. McConkie

“Así, el nombre de Adán y Eva como una sociedad unida es Adán. Ellos, los dos juntos, son llamados Adán. Esto es más que el hombre Adán como hijo de Dios o la mujer Eva como hija del mismo Ser Santo. Adán y Eva, tomados juntos, se llaman Adán, y la Caída de Adán es la caída de ambos, porque son uno. Cuán apropiadamente dijo Pablo: ‘Ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón, en el Señor’ (1 Corintios 11:11). La caída de Adán es la caída del hombre Adán y de la mujer Eva.”(Sermons and Writings of Bruce R. McConkie [Salt Lake City: Bookcraft, 1998], 202)


Moisés 6:10–25 — Los grandes patriarcas


Este pasaje presenta una cadena ininterrumpida de patriarcas fieles, desde Adán hasta Noé, y establece doctrinalmente que el sacerdocio, el evangelio y los convenios se transmitieron por linaje y por ordenación divina. Cada patriarca no solo engendró hijos, sino que engendró herederos del convenio, a quienes enseñó los mandamientos, las ordenanzas y la esperanza de redención en Jesucristo. Moisés 6:10–25 enseña que la historia humana, vista desde la perspectiva de Dios, no se mide solo por reyes o civilizaciones, sino por padres justos que preservan la verdad revelada generación tras generación.

Asimismo, estos versículos testifican que la longevidad y la posteridad de los patriarcas estaban ligadas a un propósito espiritual, no meramente biológico. Vivieron muchos años para enseñar, bendecir y establecer a su descendencia en rectitud. Doctrinalmente, esto afirma que la familia es el principal medio mediante el cual Dios edifica Su obra sobre la tierra. Antes de templos, iglesias organizadas o escrituras extensas, el evangelio se transmitía en el hogar, bajo la autoridad patriarcal. Así, Moisés 6:10–25 proclama que el plan de salvación avanza por medio de la fidelidad familiar, y que Dios siempre ha confiado Su obra a hombres y mujeres que enseñan a sus hijos a andar en Su camino.

La siguiente tabla se presenta como una representación numérica de Génesis 5:3–31. La versión de Moisés de esta genealogía —que continúa hasta Moisés 8:12— no altera las edades de los patriarcas; los números son los mismos.

Si la Caída de Adán ocurrió en 4000 a. C. (una suposición común basada en muy poca evidencia), entonces puede calcularse la cronología de estos patriarcas. La sección 107 de Doctrina y Convenios presenta esta misma cronología, pero se enfoca no en la edad del hijo al nacer, sino en la edad a la que fue ordenado al sacerdocio. A menudo llamado sacerdocio patriarcal, el nombre del sacerdocio se cambió a Sacerdocio de Melquisedec después del Diluvio.

Aunque podríamos suponer que el sacerdocio se administraba estrictamente de padre a hijo, no fue así. Adán aún vivía cuando nació Lamec. La sección 107 explica que Adán ordenó a Set, Enós, Cainán, Mahalaleel, Jared, Enoc y Matusalén a diversas edades y en distintos lugares (DyC 107:41–52). Lamec no fue ordenado por su padre, sino por Set.

Tabla de los patriarcas

PatriarcaEdad al nacer el herederoAños después del nacimiento del herederoEdad al ser ordenado (DyC 107)Edad al morirFechas estimadas de nacimiento/muerte
Adán1308009304000–3070 a. C.
Set105807699123870–2958 a. C.
Enós908151349053765–2860 a. C.
Cainán70840879103675–2765 a. C.
Mahalaleel658304968953605–2710 a. C.
Jared1628002009623540–2578 a. C.
Enoc6530025365 (trasladado)3378–3013 a. C.
Matusalén1879691009693313–2344 a. C.
Lamec182777327773126–2349 a. C.

Moisés 6:13 — “Set… profetizó todos sus días, y enseñó a su hijo Enós conforme a las vías de”


Este versículo enseña que el don de profecía está inseparablemente unido a una vida de fidelidad constante. Que Set “profetizó todos sus días” indica que la revelación no fue un evento ocasional, sino una condición permanente de su discipulado. Doctrinalmente, esto afirma que Dios confía Su palabra a quienes perseveran en rectitud, y que la profecía es tanto testimonio del futuro como instrucción para el presente. Set actuó como un eslabón clave entre generaciones, asegurando que el conocimiento del plan de salvación y la esperanza en el Redentor permanecieran vivos entre los hijos de los hombres.

Además, el hecho de que Set enseñara a su hijo Enós conforme a las vías de Dios subraya la doctrina de que la enseñanza del evangelio comienza en el hogar. La profecía no solo se proclama, sino que se transmite mediante la instrucción paciente y el ejemplo personal. Enós no heredó únicamente un linaje, sino una forma de vida centrada en Dios. Así, Moisés 6:13 testifica que el Señor establece Su obra mediante padres justos que profetizan con su voz y enseñan con su vida, preparando a la siguiente generación para andar por sendas de revelación y convenio.

La Traducción de José Smith incluye esta viñeta sobre Enós, hijo de Set. Vivió en una época de gran iniquidad (v. 15) y condujo a su pueblo a una tierra de promesa (v. 17). El modelo de un gran líder del sacerdocio que saca a su pueblo de Babilonia espiritual para llevarlo a una tierra de promesa es un tema recurrente en generaciones posteriores: Enoc, Moisés, Nefi y José Smith. Enós es el primer profeta en hacerlo. Fue uno de una larga línea de grandes hombres que “eran predicadores de justicia, y hablaban y profetizaban, y llamaban a todos los hombres, en todas partes, al arrepentimiento” (v. 23).


Moisés 6:22 — “esta es la genealogía de los hijos de Adán, que fue el hijo de Dios,”


Este versículo establece una verdad doctrinal fundamental: la genealogía humana está enraizada en la filiación divina. Al declarar que Adán “fue el hijo de Dios”, el texto eleva la genealogía más allá de una simple lista de descendientes y la convierte en un testimonio de identidad eterna. Doctrinalmente, esto enseña que los seres humanos no solo proceden unos de otros, sino que todos proceden de Dios; la paternidad divina precede y da sentido a toda relación terrenal. Así, la historia familiar se integra en el plan de salvación como una expresión del origen y destino divinos de la humanidad.

Además, al presentar la genealogía “de los hijos de Adán” inmediatamente después de afirmar que Adán fue “el hijo de Dios”, el pasaje enseña que la filiación divina se transmite como herencia espiritual, no por naturaleza biológica, sino por convenio. Cada generación está invitada a reconocerse como parte de la familia de Dios y a vivir conforme a esa identidad. Moisés 6:22 testifica que conocer nuestros antepasados tiene valor eterno porque nos recuerda quiénes somos ante Dios y nos llama a honrar nuestra herencia divina mediante la obediencia, la fe y la fidelidad al Redentor.

Adán fue hijo de Dios de tres maneras.

  1. Fue descendencia espiritual de su Padre Celestial.
  2. A diferencia del resto de nosotros, su cuerpo físico fue creado por Elohim y Jehová.
  3. Después de la Caída, fue necesario que “llegara a ser hijo de Dios” mediante la fe y la rectitud (DyC 39:4; Mosíah 5:7).

“Puesto que estas declaraciones se hallan en el contexto de padres que engendran los cuerpos de hijos sobre la tierra, la lectura coherente y llana de la Escritura transmite la idea de que, así como Set es hijo de Adán y Eva, también Adán y Eva, en cuanto al cuerpo físico, son la descendencia física de padres celestiales. Cualquier otra lectura sería forzada y artificial. Esto demuestra la ley de que los seres vivos, incluidos los Dioses, se reproducen ‘según su especie’. Así, las expresiones ‘paternidad de Dios’ y ‘hermandad del hombre’ no son meras figuras retóricas, sino expresiones literales cuando se consideran a la luz de la revelación de los últimos días.

“Hay algo reconfortante y tranquilizador en escudriñar las santas Escrituras y saber que el árbol genealógico de la familia humana se remonta a Dios y no a los animales. Los pasajes anteriores nos facilitan comprender de manera natural que Adán y Eva no fueron producto de la evolución orgánica desde el simio, sino que los seres humanos tienen un origen divino, tanto en el cuerpo como en el espíritu.” (Selected Writings of Robert J. Matthews: Gospel Scholars Series [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1999], 469)

Mark E. Petersen

“Necesitamos comprender el verdadero concepto del primer hombre, Adán. Fue segundo después de Cristo en autoridad en la Creación; y aún lo es. Dirige todas las dispensaciones del evangelio que jamás se han dado a la humanidad, como enseñó el profeta José Smith.

Fue predicador de justicia para su familia. Al tener las llaves de la Primera Presidencia, presidió la Iglesia de Cristo en su día, pues la Iglesia se organizó entre sus descendientes. Se le enseñó el evangelio desde el comienzo de su mortalidad. Fue bautizado, como lo somos nosotros, y recibió el don del Espíritu Santo, como lo recibimos nosotros…” (Adam: Who Is He? [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1976], 60).


Moisés 6:23 — “Y fueron predicadores de rectitud; y hablaron, profetizaron.”


Este versículo enseña que la rectitud verdadera es activa y declarativa, no silenciosa ni privada. Ser “predicadores de rectitud” implica asumir una responsabilidad divina de advertir, enseñar y testificar conforme a la revelación recibida. Doctrinalmente, esto muestra que Dios llama a Sus siervos no solo a vivir justamente, sino a hablar con autoridad moral y espiritual, invitando a otros al arrepentimiento y al convenio. La predicación es una extensión natural de una vida recta: quien conoce la verdad y camina en ella, la proclama.

Asimismo, la expresión “hablaron, profetizaron” indica que la palabra de Dios fluye tanto por enseñanza como por revelación profética. Hablar es instruir con claridad; profetizar es declarar la voluntad de Dios por el Espíritu, incluyendo advertencias, promesas y visiones del futuro. Moisés 6:23 afirma que, en toda dispensación, el Señor levanta voces autorizadas para guiar a Su pueblo, y que la predicación inspirada es un medio esencial por el cual Dios preserva la verdad, llama al arrepentimiento y prepara a la humanidad para Su obra redentora.

También en nuestros días somos bendecidos con grandes “predicadores de justicia”.

David B. Haight

Quienes nos sentamos a los pies del presidente Hinckley, del presidente Monson y del presidente Faust nos maravillamos de su sabiduría, comprensión y cuidado de las cosas sagradas. La mano de Dios dirige esta obra. Él prepara a Sus siervos. Conoce sus corazones. Conoce el fin desde el principio y levanta a aquellos siervos que llevarán a cabo Sus designios.

Estos son líderes capaces y humildes, llamados por Dios para presidir Su reino terrenal en estos últimos días. Son siervos verdaderos y fieles, probados y refinados por circunstancias extremas. Son maestros y predicadores de justicia, ejemplos para el mundo de bondad y obediencia a los mandamientos de Dios. Todos haríamos bien—por nosotros mismos y por nuestra posteridad—en prestar atención a su consejo.

Como dijo el apóstol temprano Orson Hyde:

“Invariablemente sucede que, cuando una persona es ordenada y nombrada para dirigir al pueblo, ha pasado por tribulaciones y pruebas, y se ha probado ante Dios y ante Su pueblo como digna del cargo que ocupa… Alguien que entiende el Espíritu y el consejo del Todopoderoso… es quien dirigirá la Iglesia”. (Journal of Discourses, 1:123). (“Sustaining a New Prophet,” Ensign, mayo de 1995, 36)

Bruce R. McConkie

Estos hombres humildes que presiden la Iglesia y el reino de Dios sobre la tierra en nuestros días son semejantes a los profetas y apóstoles de la antigüedad y son aquellos a quienes Dios ha escogido para dirigir y guiar Su reino terrenal en estos últimos días. Quienes nos sentamos casi a diario a los pies de los presidentes Spencer W. Kimball, N. Eldon Tanner y Marion G. Romney nos maravillamos de la sabiduría y el buen juicio que acompañan sus decisiones y los reconocemos como predicadores de justicia. (“God Foreordains His Prophets and His People,” Ensign, mayo de 1974, 72)


Moisés 6:26–68 — El profeta Enoc


Este extenso pasaje presenta el llamamiento profético de Enoc y enseña que Dios capacita a quienes llama, aun cuando se sientan débiles o incapaces. Enoc se ve a sí mismo como “joven” y “tardo en el hablar”, pero el Señor le asegura que Su poder se manifiesta en la humildad. Doctrinalmente, esto afirma que la autoridad profética no proviene de la elocuencia humana, sino de la ordenación divina y del poder del Espíritu. Cuando Enoc habla por mandato de Dios, la tierra tiembla, los montes huyen y los ríos cambian su curso, testificando que la palabra de Dios gobierna la creación y que el profeta es Su instrumento autorizado.

Moisés 6:26–68 también revela con claridad la doctrina de la Caída, la Expiación y el nuevo nacimiento. Enoc enseña que todos los hombres son concebidos en pecado a causa de la Caída, pero que por medio de Jesucristo pueden ser limpiados mediante la fe, el arrepentimiento, el bautismo y el don del Espíritu Santo. El Espíritu es descrito como el “Consolador” que enseña la verdad de todas las cosas y vivifica espiritualmente al hombre. Doctrinalmente, este pasaje presenta una de las explicaciones más completas del plan de salvación en las Escrituras, mostrando que la salvación es un proceso ordenado, revelado desde el principio.

Además, el ministerio de Enoc demuestra que la predicación del arrepentimiento divide a la humanidad: algunos se humillan y otros se endurecen. Los justos son transformados por el poder del evangelio, mientras que los impíos se oponen y conspiran contra el profeta. Esto enseña que la verdad revelada siempre prueba el corazón humano. Sin embargo, Dios promete a Enoc que Su pueblo será preservado y que Su obra no fracasará. El establecimiento de una comunidad justa —posteriormente conocida como Sion— comienza con individuos que aceptan la palabra profética y viven conforme a ella.

Finalmente, Moisés 6:26–68 testifica que el propósito del profeta es preparar a un pueblo para morar en la presencia de Dios. Enoc no solo predica palabras, sino que guía a las personas hacia una transformación espiritual profunda: de lo carnal a lo espiritual, de la muerte a la vida. Este pasaje afirma que el evangelio de Jesucristo es eterno, que fue enseñado desde los días de Adán, y que Dios siempre levanta profetas para llamar a Sus hijos al arrepentimiento, restaurar convenios y conducirlos hacia la vida eterna.

Génesis es notablemente breve respecto al ministerio de Enoc. Aparte de su edad y genealogía, declara:

“Enoc caminó con Dios… y desapareció, porque le llevó Dios” (Génesis 5:21–24).

El Libro de Moisés da vida a esta nota enigmática. José Smith reveló más de un centenar de versículos (Moisés 6:26–8:2), frente a los pocos de Génesis. Un joven inseguro en el lenguaje es llamado como profeta y recibe gran poder, hasta el punto de que “todas las naciones temían grandemente” (Moisés 7:13). Enoc reveló las profecías y el bautismo del padre Adán, y transmitió una revelación profundamente íntima del amor y la preocupación de Dios por Sus hijos.

Este relato nos recuerda que la Biblia no es un registro exhaustivo de los tratos de Dios con el hombre; que el plan de salvación ha sido revelado a profetas en todas las generaciones; y que Dios se interesa de manera personal por la prosperidad y la obediencia de Sus hijos.

“Al leer el ministerio de Enoc nos encontramos con una de las secciones más profundas y doctrinalmente significativas de todas las Escrituras canónicas. Al hablar de Adán, Enoc aportó una avalancha de conocimiento sobre el plan de salvación… En particular, describió el principio de la Expiación por la sangre de Cristo, al restaurar el diálogo doctrinal entre Dios y Adán después de la expulsión del Edén.
Aprendemos que nuestra esperanza está en Cristo y que Su nombre es el único dado por el Padre por el cual viene la salvación; que la transgresión de Adán fue perdonada mediante la Expiación; que así como el hombre nace mediante agua, sangre y espíritu, debe nacer de nuevo por el bautismo de agua y del Espíritu y ser santificado por la sangre expiatoria de Cristo; y que todas las cosas en el cielo y en la tierra dan testimonio del Hijo de Dios.
Enoc habló luego del bautismo de Adán, de su nacimiento del Espíritu y de su ordenación al sacerdocio (Moisés 6:48–68). Difícilmente habrá otros veintiún versículos tan importantes para llevar al hombre a comprender el plan de salvación.”

“Pero Enoc no solo predicó doctrina profunda; tenía el poder y la promesa del Señor. Sus palabras resonaban como trueno y eran obedecidas.
‘Y tan grande fue la fe de Enoc… que habló la palabra del Señor y la tierra tembló, las montañas huyeron, los ríos cambiaron su curso, y todas las naciones temieron’ (Moisés 7:13).” (Robert L. Millet y Kent P. Jackson, eds., Studies in Scripture, vol. 2, 134–135)

José Smith

“A este Enoc Dios lo reservó para Sí, para que no muriera entonces, y le asignó un ministerio a cuerpos terrestres… Está reservado para presidir una dispensación… Es un ángel ministrante, para ministrar a los herederos de salvación; apareció a Judas, como Abel apareció a Pablo; por eso Judas habló de él.” (Discourses of the Prophet Joseph Smith, 54–55)

Bruce R. McConkie

De los capítulos 6 y 7 de Moisés aprendemos que su vida fue de milagros, predicación, visiones y revelaciones, quizá sin paralelo en la historia. Él y toda su ciudad fueron trasladados y llevados al cielo, de donde volverán cuando la tierra sea purificada y vuelva a ser morada digna para Aquel que habitó con Sus santos en la antigua Sion de Enoc. Sabemos además que el Libro de Enoc saldrá a la luz en su debido tiempo, y que Enoc ministró personalmente a Judas. (Doctrinal New Testament Commentary, 3:426)

George Q. Cannon

Enoc anduvo con Dios trescientos sesenta y cinco años (DyC 107:49), y la Biblia dice que desapareció, porque Dios se lo llevó. Si anduvo con Dios durante tanto tiempo, debió haber conocido algo acerca de Él, y acerca de los cielos, y acerca de la organización de la tierra, y también algo de lo que hoy se llama ciencia, tanto geológica como astronómica. Nuestras revelaciones nos dicen que no solo él, sino también su ciudad, fue trasladada. Todos fueron llevados, con la excepción de Matusalén, quien fue dejado sobre la tierra, porque se le había hecho la promesa de que por medio de él surgiría uno que sería el progenitor de un nuevo mundo. Este resultó ser Noé, su nieto. (Verdades del Evangelio: Discursos y escritos del presidente George Q. Cannon, seleccionados, arreglados y editados por Jerreld L. Newquist [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1987], 10)

John Taylor

Permítanme preguntar: ¿qué hizo el Señor antes de enviar el diluvio? Envió a Noé entre ellos como predicador de justicia; envió a Enoc; envió a muchos élderes entre el pueblo, y ellos les profetizaron que, a menos que se arrepintieran, el juicio vendría sobre ellos…

También se nos dice que Enoc anduvo con Dios, y que tuvo una ciudad a la que llamaron Sion, y que el pueblo se congregó en Sion entonces, tal como congregamos al pueblo en Sion en este día. Enoc anduvo con Dios, fue instruido por Él, y él instruyó al pueblo de Sion. En la Biblia se da un relato muy breve de esto. Allí simplemente se nos dice que “Enoc anduvo con Dios, y desapareció, porque Dios se lo llevó”. No se consideró necesario decir más sobre este asunto; pero los hechos fueron que Enoc y el pueblo de su ciudad, habiendo sido instruidos durante más de 300 años en los principios del Evangelio antes de que el juicio viniera sobre el mundo, fueron trasladados. Así, el pueblo de ese tiempo había recibido una advertencia justa, pero solo muy pocos prestaron atención a ella. Se nos dice con respecto al Libro de Enoc que ha de testificarse de él en el debido tiempo, y entonces sabremos más acerca de estas cosas de lo que sabemos ahora. (Journal of Discourses, 26 vols. [Londres: Latter-day Saints’ Book Depot, 1854–1886], 24:292)

Moisés 6:26 — “El Espíritu de Dios descendió del cielo y reposó sobre él”

Este pasaje marca el momento en que Enoc es investido con poder espiritual para cumplir su llamamiento profético. La expresión “reposó sobre él” indica más que una impresión pasajera: señala una confirmación divina sostenida, mediante la cual el Señor capacita a un siervo débil para realizar una obra que, por sí mismo, no podría llevar a cabo. Doctrinalmente, el versículo enseña que los llamamientos de Dios siempre van acompañados del poder necesario para cumplirlos, y que el Espíritu es el medio por el cual Dios transforma a personas comunes en instrumentos eficaces de Su voluntad.

Además, Moisés 6:26 enseña que la autoridad espiritual auténtica procede del Espíritu de Dios, no de la habilidad natural, la elocuencia o la posición social. Enoc había expresado su temor y su sensación de insuficiencia, pero el descenso del Espíritu corrigió esa limitación humana. Este pasaje testifica que cuando el Espíritu reposa sobre una persona, no solo la instruye, sino que la sostiene, la santifica y la hace firme frente a la oposición. Así, el versículo invita a confiar en que el mismo Espíritu que descendió sobre Enoc puede reposar sobre todos los que aceptan con humildad el llamamiento del Señor.

El relato de Génesis declara en dos ocasiones que Enoc caminó con Dios (Gén. 5:22, 24). Esto es apropiado porque Enoc caminó con Dios de dos maneras:

  1. El Espíritu Santo descendió sobre él, de modo que caminó con la compañía del Espíritu de Dios.
  2. Caminó y habló literalmente con Dios.

Esta distinción es importante si deseamos modelar nuestra vida conforme al ejemplo de Enoc. Existen dos maneras de caminar con Dios:

  • Obteniendo Su Espíritu para que nos acompañe, o
  • Disfrutando literalmente de Su presencia.

Para la mayoría de nosotros, la primera es la más probable; para Enoc, ambas fueron una realidad.

“Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gál. 5:25).

“Quienes alcanzan la condición de ser un pueblo de Sion tienen derecho a la protección del Señor. Son aquellos que caminan con Dios literal y/o figurativamente.” (Monte S. Nyman y Charles D. Tate, Jr., eds., Fourth Nephi through Moroni: From Zion to Destruction, 222)

Bruce R. McConkie

“La cuestión central es si nosotros, como mortales, andamos en el Espíritu, si andamos por fe, como si viéramos a Aquel que es invisible.” (Doctrinal New Testament Commentary, 3:297)

LeGrand Richards

“Tuve una experiencia tan maravillosa en el campo misional, que casi siento que caminé y hablé con el Señor.” (Lucile C. Tate, LeGrand Richards: Beloved Apostle, 56)

Charles W. Penrose

“Es nuestro privilegio andar continuamente en la luz y tener al Espíritu Santo como compañero constante, dirigiendo no solo nuestras acciones y obras, sino también nuestros sentimientos, pensamientos y afectos, para que lleguemos a ser más puros y más santos día tras día, hasta ser santificados y hechos limpios y blancos, aptos para volver a la presencia de nuestro Padre Celestial.”
(Journal of Discourses, 25:47)

Carlos E. Asay

Recordamos que los dos discípulos que caminaron y hablaron con Cristo camino a Emaús no lo reconocieron al principio. Más tarde, “les fueron abiertos los ojos” y lo conocieron cuando reflexionaron:

“¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba en el camino y nos abría las Escrituras?” (Lucas 24:31–32).

También nuestros “ojos de fe” serán abiertos, y sabremos con certeza que Él vive y que viviremos otra vez, si creemos y aceptamos la invitación divina: “Camina conmigo” (véase Moisés 6:34).

Sí, caminamos con Él en el desierto y sentimos Su presencia cuando ayunamos, oramos y resistimos la tentación.
Caminamos con Él al pozo de Jacob cuando estudiamos las Escrituras y bebemos aguas vivas.
Caminamos con Él a Galilea cuando enseñamos y vivimos la verdad.
Caminamos con Él en Getsemaní cuando asumimos las cargas de otros.
Caminamos con Él al Calvario cuando tomamos nuestra cruz, negándonos a toda impiedad y a los deseos mundanos (véase TJS, Mat. 16:26).
Sufrimos con Él en Gólgota cuando sacrificamos nuestro tiempo, talentos y medios para edificar el reino de Dios.
Resucitamos con Él a una vida nueva cuando buscamos el nuevo nacimiento espiritual y procuramos llegar a ser Sus hijos e hijas.
Y, al seguir Sus pisadas (véase 1 Ped. 2:21), obtenemos la convicción personal de que Él vive, que es el Hijo del Dios viviente y que es nuestro Redentor. (Ensign, mayo de 1994, 10)


Moisés 6:28–29 — “[Ellos] buscaron sus propios consejos en las tinieblas; y… han traído la muerte sobre sí mismos;”


Estos versículos enseñan un principio solemne del plan de salvación: rechazar la revelación divina conduce inevitablemente a la oscuridad espiritual. “Buscar sus propios consejos” describe la decisión deliberada de confiar en el razonamiento humano separado de Dios. Doctrinalmente, esto no condena el uso de la razón, sino la autosuficiencia espiritual que excluye a Dios. Las “tinieblas” simbolizan la pérdida de luz, verdad y discernimiento; cuando los hombres se apartan de la palabra revelada, su entendimiento se oscurece y su voluntad se desalinea con la ley divina. Así, la apostasía comienza no siempre con rebeldía abierta, sino con la elección de escuchar otras voces antes que la del Señor.

La consecuencia declarada —“han traído la muerte sobre sí mismos”— enseña que la muerte espiritual es resultado de decisiones morales, no de un castigo arbitrario. Al apartarse de la fuente de vida, que es Dios, los hombres se separan de Su Espíritu y de Su presencia. Doctrinalmente, esto afirma la ley de la agencia: Dios permite que Sus hijos elijan, pero cada elección tiene consecuencias eternas. Moisés 6:28–29 testifica que la vida espiritual se preserva al seguir la luz revelada, y que la verdadera libertad no se halla en los “propios consejos”, sino en someterse humildemente a la voluntad de Dios, quien es la fuente de toda vida.

Los inicuos de los días de Enoc no ignoraron pasivamente a Dios. No rechazaron al Señor simplemente para “hacer lo que quisieran” o para seguir lo que consideraban su camino personal a la libertad. No fue un rechazo pasivo de la religión, sino una rebelión total contra Dios. De ese modo cayeron en manos de Satanás y siguieron su plan a la perfección.

Ese plan incluía ritos y ceremonias de combinaciones secretas. Se unieron a la iglesia de Satanás. En efecto, fueron “bautizados” en el plan de Satanás al tramar asesinatos, renunciar a Dios y atarse por juramentos. Entonces recibirían exactamente la recompensa que Satanás tenía en mente: muerte y el infierno.

Juan declaró que el Salvador posee “las llaves de la muerte y del infierno” (Apoc. 1:18). Pero, por el ministerio de Enoc, aprendemos que el Maestro no solo posee esas llaves, sino que preparó el infierno como una parte necesaria del plan de salvación. En perfecta simetría del evangelio, “la resurrección y la vida” (Juan 11:25) garantizan también una muerte y un infierno para quienes lo rechazan.


Moisés 6:29 — “sus propios juramentos”


La expresión “sus propios juramentos” revela un grave principio doctrinal: cuando los hombres rechazan los convenios de Dios, crean sustitutos falsos para justificar y sostener su conducta. En lugar de someterse a los juramentos sagrados que Dios establece mediante el sacerdocio, estos hombres inventan compromisos propios, desligados de la verdad y de la autoridad divina. Doctrinalmente, esto enseña que no todo juramento es santo; solo aquellos hechos conforme a la voluntad de Dios y bajo Su autoridad conducen a la vida. Los juramentos humanos, creados en tinieblas, atan la conciencia y corrompen el alma.

Además, “sus propios juramentos” apunta al surgimiento de combinaciones secretas y pactos de maldad, mediante los cuales los hombres se comprometen unos a otros a proteger el pecado, la violencia o la ambición. Tales juramentos no unen para la salvación, sino para la destrucción espiritual. Moisés 6:29 advierte que los compromisos hechos fuera de Dios esclavizan en lugar de liberar, y que solo los convenios del Señor, basados en verdad, luz y amor, tienen el poder de preservar la vida espiritual y conducir a la exaltación.

Los inicuos pervirtieron los caminos del Señor: pervirtieron el sacerdocio y los ritos del templo. Cuando el texto dice que “se han perjurado”, significa que participaron en ritos satánicos —combinaciones secretas— mediante los cuales los participantes hacen convenios ante Dios para proteger a sus hermanos en la ejecución del mal. Juran guardar secretos y hacer la obra de Satanás.

Hugh Nibley

“Entregaron los ritos del templo y los pervirtieron. Todo el sistema es un rito de perversión. Tenían las mismas cosas, pero las pervirtieron y afirmaban que estaban siendo santos, que tenían el sacerdocio y los convenios. Ese fue su gran crimen: pervertir lo verdadero. Afortunadamente, se nos dice que no tenían suficiente conocimiento; su conocimiento era limitado, por lo que no pudieron destruirlo todo. ‘No conocían la mente de Dios’, como se nos dice en este libro. Por tanto, su sistema no era el sistema que Dios dio a Adán.

Esto es típico. Se ve en muchos pasajes del antiguo material sobre Enoc. En el versículo 28 se dice que “buscaron sus propios consejos en la oscuridad; y en sus propias abominaciones tramaron asesinatos, y no guardaron los mandamientos” dados a Adán. Caín hizo todo esto en secreto para que Adán no descubriera que estaba copiando y corrompiendo el orden verdadero. Aquí vuelve a aparecer: no guardaron los mandamientos, sino que impusieron su propia versión, su propio consejo, y tramaron abominaciones y asesinatos.
‘Por tanto, se han perjurado… y por sus juramentos…’ En Moisés 5:29 leemos acerca de los juramentos que hicieron entre sí: ‘Satanás dijo a Caín: Júrame por tu garganta…’. Por sus juramentos se perjuraron. Eran juramentos falsos. ‘…han traído sobre sí la muerte; y un infierno he preparado para ellos, si no se arrepienten…’. ” (Ancient Documents and the Pearl of Great Price, 2)

Idea doctrinal clave: pervertir lo santo —sacerdocio, convenios y ritos— y sustituir la revelación por “consejos propios” conduce a alianzas con el mal, con consecuencias reales de muerte espiritual y separación de Dios.


Moisés 6:31 — “Soy tardo en el hablar; ¿por qué soy yo tu siervo?”


Esta declaración de Enoc revela un principio doctrinal fundamental: la suficiencia humana no es el requisito para el llamamiento divino. Al reconocerse “tardo en el hablar”, Enoc expresa humildad y conciencia de sus limitaciones, no rebeldía. Doctrinalmente, esto enseña que Dios no elige a Sus siervos por su elocuencia, preparación o fortaleza natural, sino por su disposición a obedecer. El llamamiento profético no se basa en talentos naturales, sino en la capacidad de confiar plenamente en el poder del Señor.

La pregunta “¿por qué soy yo tu siervo?” pone de manifiesto que Dios obra mediante lo débil para manifestar Su poder. Al llamar a Enoc, el Señor demuestra que la autoridad y la eficacia del ministerio provienen del Espíritu, no del mensajero. Así, Moisés 6:31 testifica que cuando los siervos del Señor reconocen su insuficiencia y se someten a Su voluntad, Él los capacita para hablar con poder, cumplir Su obra y glorificar Su nombre.

Spencer J. Condie

“Algunos de los siervos más escogidos de Dios —Enoc, Moisés y Elías— eran tardos en el hablar. Aunque el semblante radiante y la elocuencia son deseables, es el Espíritu Santo, y no la estructura de las frases, el que produce la conversión.” (Ensign, oct. 1980, 34)

Spencer W. Kimball

“Leemos de Enoc, llamado cuando aún era joven. Se describe como un muchacho despreciado y tardo en el hablar; sin embargo, cumplió su deber con amor y compasión con un éxito asombroso… Aun los profetas no son inmunes a ‘espinas en la carne’; aprenden a echar todas sus cargas en el Señor.” (Ensign, mayo de 1978, 77)

Neal A. Maxwell

“Cuando Enoc fue llamado, se preguntó por qué y dijo: ‘soy solo un joven… y soy tardo en el hablar’ (Moisés 6:31). Sin embargo, Enoc comprendió que la prueba no es nuestra capacidad, sino nuestra disponibilidad. Guardó los mandamientos y confió en la visión del Señor acerca de sus posibilidades, llegando a ser el edificador de la ciudad más grande de la historia…
Tus posibilidades personales —no para estatus, sino para servicio a Dios y al prójimo— son inmensas, si confías en el Señor para llevarte de lo que eres a lo que puedes llegar a ser.” (New Era, mayo de 1981, 4)

Henry B. Eyring

“No necesitamos sentirnos abrumados por la insuficiencia. Quienesquiera que seamos y cualesquiera que sean nuestras circunstancias, lo que el Padre requiere para calificar para la vida eterna no estará más allá de nuestra capacidad… ‘El Señor prepara la vía para que podamos cumplir lo que manda’ (1 Nefi 3:7).” (Ensign, feb. 1998, 10)

Idea doctrinal clave: Dios llama a los humildes; la conversión y el poder provienen del Espíritu, no de la elocuencia. La pregunta decisiva no es “¿puedo?”, sino “¿estoy dispuesto?”.


Moisés 6:33 — “Elegid hoy servir a Dios el Señor que os hizo.”


Esta exhortación profética afirma el principio eterno de la agencia moral. El mandamiento “elegid” enseña que Dios honra la libertad de Sus hijos y que la fidelidad no puede imponerse; debe ser escogida conscientemente. Doctrinalmente, el llamado a decidir “hoy” subraya la urgencia espiritual del arrepentimiento y la obediencia: la salvación no se posterga indefinidamente, y cada generación es responsable de responder al llamado divino en su propio tiempo. Servir a Dios es una elección diaria que define el rumbo espiritual de la vida.

Además, la frase “Dios el Señor que os hizo” ancla la elección en la relación de Creador a criatura. No se trata solo de obedecer a una autoridad distante, sino de reconocer y honrar a Aquel de quien procede la vida misma. Doctrinalmente, servir a Dios es el acto más razonable y liberador, pues al hacerlo el hombre se alinea con su origen divino y con su propósito eterno. Moisés 6:33 testifica que la verdadera libertad se halla al escoger servir al Creador, y que dicha elección conduce a la vida, la luz y la redención.

El mandamiento de Dios es escoger. Él presenta las opciones:

“Libertad y vida eterna… o cautiverio y muerte” (2 Nefi 2:27).

Así habló a Israel:

“He puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deut. 30:19).

Y Josué reafirmó:

“Escoged hoy a quién serviréis… pero yo y mi casa serviremos al Señor” (Jos. 24:15).

La elección es nuestra; las consecuencias no. Recibimos el salario de aquel a quien decidimos obedecer (véase Alma 3:27).


Moisés 6:34 — “permanecerás en mí, y yo en ti; por tanto, anda conmigo.”


Esta declaración expresa la doctrina de la comunión constante entre Dios y Sus siervos. “Permanecer en mí, y yo en ti” describe una relación de mutua fidelidad en la que el hombre se somete a Dios y Dios imparte Su Espíritu de manera continua. Doctrinalmente, esto enseña que la verdadera fortaleza espiritual proviene de vivir en convenio, permitiendo que la voluntad divina guíe pensamientos, palabras y acciones. No se trata de una visita ocasional del Espíritu, sino de una presencia sostenida que transforma la vida del discípulo.

La invitación “anda conmigo” añade una dimensión activa a esa comunión. Permanecer en Dios implica caminar con Él en obediencia diaria, aceptando Su dirección paso a paso. Doctrinalmente, esto revela que el discipulado es un proceso continuo, no un evento aislado. Al andar con Dios, el siervo aprende a confiar en Su guía, a depender de Su poder y a reflejar Su carácter. Moisés 6:34 testifica que Dios no solo llama a Sus profetas a hablar en Su nombre, sino a vivir en Su presencia, guiados constantemente por Su Espíritu.

Los eruditos judíos no suelen interpretar literalmente el relato de Génesis acerca de que Enoc caminó con Dios. Más bien afirman que “le fueron mostrados los misterios del cielo y la introducción de la era mesiánica” (The Torah: A Modern Commentary, ed. W. Gunther Plaut, 52). Ciertamente, Enoc fue instruido en los misterios del cielo y del Mesías, pero también caminó con Dios y habló con Él. Al igual que Moisés, vio al Señor y habló con Él “cara a cara” (Moisés 7:4; Éx. 33:11).

Este ejemplo da pleno significado a la promesa:

“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8).

De Enoc se declara:

“Vio al Señor, y caminó con Él, y estuvo ante Su faz continuamente; y caminó con Dios trescientos sesenta y cinco años, llegando a tener cuatrocientos treinta años cuando fue trasladado” (DyC 107:49).

Interpretar la Biblia de manera literal, cuando el texto así lo permite, es importante. Si Enoc caminó con Dios, entonces Dios no es una abstracción, sino un Ser personal. Si Moisés y Enoc hablaron con Dios cara a cara, entonces Dios tiene rostro. Puede sonar extraño para algunos, pero ¡cuán diferente sería la teología cristiana si estas verdades sencillas no hubieran sido ignoradas!

Esto plantea una pregunta crucial: ¿es posible alcanzar tal rectitud hoy?
Si la interacción directa con Dios no fuera real, nadie podría buscar Su rostro ni tener esperanza de caminar con Él. Los Santos de los Últimos Días sí tienen esa esperanza. Están llamados a edificar un pueblo de Sion, y en esa gran empresa Enoc y su ciudad son el modelo perfecto. Se puede hacer. Ya se hizo antes. Pero requerirá la misma pureza que alcanzaron aquellos antiguos santos.

Spencer W. Kimball

“Este santo profeta caminó con Dios y contempló Sus creaciones desde el principio y hacia adelante hasta la resurrección de Cristo y de todos los hombres.” (Ensign, mayo de 1974, 46)

Brigham Young

“Enoc poseyó inteligencia y sabiduría de Dios que pocos hombres han disfrutado, caminando y hablando con Dios durante muchos años; y, sin embargo, según la historia escrita por Moisés, tardó mucho tiempo en establecer su reino entre los hombres. Los pocos que lo siguieron gozaron de la plenitud del Evangelio, y el resto del mundo lo rechazó…

Durante trescientos sesenta años, Enoc tuvo que hablar y enseñar a su pueblo antes de poder prepararlos para entrar en su reposo; y entonces obtuvo poder para trasladarse a sí mismo y a su pueblo, junto con la región que habitaban, sus casas, huertos, campos, ganado y todas sus posesiones.” (Discourses of Brigham Young, 105)


Moisés 6:36 — “El Señor ha levantado un vidente a su pueblo.”


Esta declaración afirma que la iniciativa de la revelación siempre procede de Dios, no del pueblo. “Levantar” a un vidente implica un llamamiento divino específico, otorgado conforme a la necesidad espiritual de la época. Doctrinalmente, un vidente es alguien a quien Dios concede poder para ver más allá de lo visible: discernir la verdad, interpretar la palabra revelada y advertir de las consecuencias espirituales del pecado. Cuando el Señor levanta un vidente, demuestra Su misericordia, pues no deja a Su pueblo sin guía en tiempos de confusión, apostasía o peligro espiritual.

Además, el hecho de que el vidente sea “a su pueblo” enseña que la revelación tiene un propósito redentor y colectivo. El vidente no es levantado para exaltarse a sí mismo, sino para bendecir, corregir y preparar al pueblo para andar conforme a la voluntad de Dios. Doctrinalmente, esto testifica que Dios gobierna Su Iglesia por revelación continua y que, en toda dispensación, Él levanta siervos autorizados para declarar Su palabra, restaurar convenios y conducir a Sus hijos hacia la salvación.

Un vidente es más que un profeta:

“Un vidente es mayor que un profeta… porque es revelador y profeta también… puede conocer las cosas pasadas y las que han de venir… por ellos se manifiestan las cosas secretas… y se hacen conocer cosas que de otro modo no podrían saberse” (Mosíah 8:15–18).

Un vidente es mayor que un profeta porque revela lo invisible. Tiene mayor acceso a los misterios del cielo:

“Los videntes pueden ver cosas que no son visibles al ojo natural. Actuando como reveladores, dan a conocer al pueblo lo que ven.” (Dennis Largey, “Built upon the Rock,” Ensign, enero de 1992, 51)

El mejor ejemplo moderno de un vidente es el vidente escogido, José Smith. José se identificó con Enoc: ambos fueron llamados en su juventud, ambos contemplaron cosas maravillosas y ambos recibieron gran poder de Dios. En las primeras revelaciones de la Restauración se usaron nombres en clave; el nombre en clave de José fue Enoc, lo que sugiere una conexión consciente con este gran profeta (Richard L. Bushman, Joseph Smith: Rough Stone Rolling, 139).

En el caso de José, su capacidad para ver lo invisible fue ampliada mediante una piedra de vidente, distinta del Urim y Tumim. Por medio de ella pudo ver cosas pasadas, presentes y futuras.

“José recibió, al parecer por casualidad, una piedra que encontró mientras cavaba un pozo… Aunque parecía una piedra común, en sus manos, mediante la fe, aprendió a discernir cosas secretas. Su madre dijo que aun antes de recibir el Urim y Tumim, él ‘poseía ciertas llaves por las cuales podía discernir cosas invisibles al ojo natural’.”
(Lucy Mack Smith, Biographical Sketches of Joseph Smith the Prophet, 92)

“[Martín Harris] dijo que el Profeta poseía una piedra de vidente, por la cual podía traducir tanto como con el Urim y Tumim… Por medio de la piedra de vidente aparecían frases, que el Profeta leía y Martín escribía; y cuando estaban correctamente escritas, desaparecían y aparecía otra… de modo que la traducción era exactamente como estaba grabada en las planchas.” (Testimonies of Book of Mormon Witnesses, 86–87)


Moisés 6:38 — “hay una cosa extraña en la tierra; ha venido un demente entre nosotros.”


Esta declaración refleja un patrón constante en la historia sagrada: cuando Dios envía revelación, el mundo suele responder con burla, incredulidad o desprecio. Llamar “demente” al profeta no describe su verdadera condición, sino la percepción de una sociedad espiritualmente ciega. Doctrinalmente, esto enseña que la verdad divina a menudo parece “extraña” o irracional para quienes viven conforme a valores mundanos, porque el evangelio confronta el orgullo, el pecado y la autosuficiencia. La reacción del pueblo evidencia su alejamiento de Dios más que cualquier defecto en el mensajero.

Además, este versículo subraya que la oposición al profeta es una prueba espiritual tanto para quien escucha como para quien es llamado a hablar. Para el pueblo, revela si están dispuestos a discernir por el Espíritu o a juzgar según apariencias; para el profeta, es una oportunidad de ejercer fe, paciencia y valentía moral. Moisés 6:38 testifica que la palabra de Dios no se invalida por el rechazo humano y que, aunque el mensajero sea despreciado, el mensaje sigue siendo verdadero y salvador. Así, lo que el mundo llama “locura” es, en realidad, una manifestación de la sabiduría de Dios llamando al arrepentimiento.

Los profetas para un pueblo peculiar suelen ser acusados de algo más que de ser distintos. A lo largo de la historia se les ha tildado de borrachos (Hech. 2:15), locos (Mosíah 13:1; Hech. 26:24–25) o poseídos por demonios (Mat. 12:24). Juan el Bautista fue un espectáculo en el desierto. Enoc, probablemente de carácter sereno, fue llamado aun así “un hombre salvaje”. El élder Neal A. Maxwell imaginó cómo el hombre común de los días de Enoc pudo haber reaccionado a sus enseñanzas:

Neal A. Maxwell (paráfrasis narrativa)

“Les informo de la presencia en mi ciudad de un hombre extraño y salvaje llamado Enoc… No espero que llegue a ser de importancia siquiera local. Aun así, su primera aparición entre nosotros fue inquietante.

Enoc es, al parecer, hijo de Jared, gente laboriosa e inofensiva. Sin embargo, causó inquietud y temor en algunos que lo oyeron, aunque es joven y notoriamente tardo en el hablar.

Todos los que lo escuchamos —yo también— nos sentimos ofendidos de algún modo. Su certeza fue lo que más me perturbó. Fui de los pocos que lo confrontaron, pidiéndole que nos dijera claramente quién era y de dónde venía. Respondió con franqueza, pero luego nos irritó al afirmar que, mientras viajaba desde la tierra de Cainán junto al mar oriental, había recibido una visión y que el Señor le había mandado salir a predicarnos. Habló largo rato, reteniendo a muchos por pura curiosidad.

Pienso escucharlo otra vez mañana, pues recorre colinas y lugares altos, hablando donde encuentre gente dispuesta a soportar su testimonio. ¿Cómo espera ganar seguidores? Está lleno de alarmas y denuncias, y perturba el ritmo tranquilo de la vida aquí.

Como me miró fijamente cuando cuestioné su origen, sentí que me desafiaba a volver a escucharlo. No lo defraudaré, aunque apenas valga el esfuerzo.

Enoc habló de registros transmitidos por patriarcas notables desde Adán. Apenas puedo creer que tales registros signifiquen algo para nuestro tiempo… Enoc dice que hemos descuidado esas enseñanzas.” (Of One Heart / Look Back at Sodom, 9–10)

Principio: Los mensajeros de Dios incomodan porque llaman al arrepentimiento. Su mensaje suele parecer “extraño” a quienes prefieren la comodidad del statu quo.


Moisés 6:40 — “Dinos claramente quién eres y de dónde vienes”


Esta pregunta revela que, frente a la predicación profética, el corazón humano busca primero definir la autoridad del mensajero antes de considerar el mensaje. Al pedir que Enoc explique “quién eres y de dónde vienes”, el pueblo intenta evaluar su legitimidad según criterios humanos: linaje, origen social o reputación. Doctrinalmente, esto enseña que la verdad revelada a menudo es desafiada no por su contenido, sino por la incomodidad que produce. Cuando el mensaje confronta el pecado, el oyente suele desplazar la atención hacia el mensajero para evitar enfrentar el llamado al arrepentimiento.

Al mismo tiempo, la pregunta prepara el terreno para que Dios declare la verdadera fuente de la autoridad profética. Enoc no habla por ambición personal ni por procedencia terrenal, sino porque ha sido llamado y enviado por Dios. Moisés 6:40 testifica que la autoridad espiritual no se origina “de dónde viene” el profeta en términos humanos, sino de Aquel que lo envía. Así, el versículo enseña que discernir la verdad requiere humildad para reconocer la voz de Dios, aun cuando Su mensajero no encaje en las expectativas del mundo.

Esta pregunta busca deslegitimar al profeta: “¿Quién te crees?” “¿Quién te hizo profeta sobre nosotros?”. Al Salvador se le hizo la misma exigencia: “¿Quién eres tú?… Si tú eres el Cristo, dínoslo claramente” (Juan 8:25; 10:24). Dios no se dedica a probar ante los inicuos que Sus siervos son profetas; cada persona debe decidir cómo responder al testimonio.


Moisés 6:46 — “hemos escrito un libro de memorias entre nosotros,”


Esta declaración afirma que registrar las obras y palabras de Dios es una práctica revelada y comunitaria, no un esfuerzo aislado. Al decir “entre nosotros”, el texto enseña que el registro sagrado pertenece al pueblo del convenio y se preserva para edificación colectiva. Doctrinalmente, el “libro de memorias” funciona como testimonio permanente de la revelación, los convenios y la obediencia del pueblo fiel, asegurando que la verdad no dependa únicamente de la memoria humana, sino que quede establecida por escrito conforme a la voluntad de Dios.

Además, este versículo muestra que escribir es un acto espiritual y profético. No se trata solo de conservar historia, sino de afirmar identidad, fe y responsabilidad ante Dios. El registro permite que las generaciones futuras conozcan cómo el Señor obró entre Sus siervos y aprendan a caminar en rectitud. Moisés 6:46 testifica que Dios manda recordar para creer, y creer para obedecer; por ello, el libro de memorias se convierte en un medio por el cual la luz revelada se preserva, se transmite y permanece viva entre el pueblo del Señor.

Henry B. Eyring

Puedes intentar lo mismo… en tu libro de memorias. El Espíritu Santo ha ayudado con ello desde el principio. En el registro de Moisés leemos:

“Y se llevaba un libro de memorias, en el cual se registraba… porque se concedía a cuantos invocaban a Dios escribir por el espíritu de inspiración” (Moisés 6:5).

El presidente Spencer W. Kimball describió ese proceso:

“Quienes llevan un libro de memorias recuerdan más al Señor en su vida diaria. Los diarios son una manera de contar nuestras bendiciones y de dejar un inventario para nuestra posteridad.” (Ensign, nov. 1989, 13)

Marion G. Romney

De aquí entiendo que Enoc podía leer acerca de Adán en un libro escrito bajo la instrucción de Dios. Por tanto, no hubo hombres ‘prehistóricos’ incapaces de escribir, pues los hombres de los días de Adán escribían.
No soy científico; confieso conocer solo a Jesucristo y Su evangelio. Pero si hubiera indicios de hombres antes de Adán, no serían sus antepasados.
Adán fue hijo de Dios… No eran salvajes sin inteligencia. Enoc y Adán tenían tanta inteligencia como cualquier hombre que haya vivido. Eran poderosos hijos de Dios. (Conference Report, abril de 1953, 124)

Joseph Fielding Smith

Desde estos escritos aprendemos que, desde el principio, los hombres fueron inteligentes, conocedores y revestidos del poder del Espíritu Santo. El evangelio en su plenitud estuvo entre ellos. Tenían un lenguaje poderoso, el lenguaje de Dios, perfecto en lo hablado y lo escrito. Conocían la creación, los cuerpos celestes y sus propósitos, todo por revelación.
(The Progress of Man, 181–182)

Principio: Registrar por inspiración preserva la fe, transmite doctrina y ancla la memoria espiritual de generaciones.


Moisés 6:48–62 — Introducción


Este pasaje constituye una exposición doctrinal fundamental del plan de salvación, revelado por Dios desde el principio y enseñado por Enoc con claridad y sencillez. Moisés 6:48–62 explica el origen de la condición caída del hombre, la realidad del pecado y la muerte, y la provisión divina para la redención mediante Jesucristo. Doctrinalmente, estos versículos afirman que la Caída no fue un accidente que frustró el plan de Dios, sino una condición prevista que hizo necesaria la Expiación. El hombre llega a ser carnal por naturaleza, pero no queda abandonado; Dios revela el camino para nacer de nuevo y regresar a Su presencia.

Como introducción, este pasaje prepara al lector para comprender que la salvación es un proceso ordenado y revelado, que incluye fe, arrepentimiento, bautismo, el don del Espíritu Santo y perseverancia en rectitud. Se destaca el papel esencial del Espíritu como Consolador, maestro de la verdad y agente de vida espiritual. Moisés 6:48–62 establece que estas doctrinas no son innovaciones tardías, sino principios eternos enseñados desde los días de Adán, mostrando la unidad del evangelio en todas las dispensaciones. Así, la introducción presenta el mensaje central de Enoc: aunque el hombre cae, Dios provee un camino claro y misericordioso para su redención y exaltación.

Este pasaje de quince versículos es como una versión condensada de las enseñanzas del Libro de Mormón sobre la Caída y el plan de redención. Proviene de un predicador poderoso, Enoc, cuya palabra hizo que “el pueblo temblara” (Moisés 6:47). En pocas palabras se presenta el panorama completo: el verdadero significado de la Caída y el plan de Dios para rescatarnos de sus consecuencias. Es prueba de que los antiguos enseñaron el evangelio con pureza y claridad, aun cuando hoy la Biblia conserve solo rastros de ello.

Neal A. Maxwell

Aprendemos, en versículos concisos, que no somos víctimas indefensas del “pecado original”. Somos responsables de nuestros pecados personales, no de los de Adán, a quien el Señor perdonó hace mucho (véase Moisés 6:53–54; DyC 93:38; Art. de Fe 1:2). De hecho, “por cuanto Adán cayó, nosotros somos” (Moisés 6:48), y “los hombres existen para que tengan gozo” (2 Nefi 2:25).

A Moisés se le mandó escribir estas verdades, sabiendo que muchas serían quitadas; sin embargo, serían “tenidas de nuevo” en los últimos días (véase Moisés 1:40–41).

Hermanos, ¡estas verdades han sido restauradas! Las poseemos; ahora deben poseernos a nosotros. Hemos de buscarlas, meditarlas, sentirlas y vivirlas.
No son simples sutilezas teológicas; debemos ponderar sus implicaciones para la vida diaria y la eternidad. (Ensign, mayo de 1986, 35)

Moisés 6:48–54 — “Porque Adán cayó, existimos”

Hay un contraste interesante entre las enseñanzas de Enoc y las de Lehi. Ambos declaran que Adán cayó para que la humanidad pudiera experimentar la mortalidad. Pero considera la doctrina que sigue:

Lehi:
Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo. (2 Nefi 2:25)

Enoc:
Porque Adán cayó, existimos… y somos hechos participantes de miseria y aflicción. (Moisés 6:48)

Entonces, ¿cuál es la correcta? ¿Existimos para que “tengamos gozo”, o existimos para participar “de miseria y aflicción”? Estas ideas parecen completamente opuestas. Y, por supuesto, sabemos que ambas son completamente verdaderas. Podemos tener gozo si escogemos guardar los mandamientos; pero todos pecaremos y sufriremos la “miseria y aflicción” de la mortalidad. Lehi lo expresó de la mejor manera:

Porque es necesario que haya oposición en todas las cosas…
Por lo tanto, el Señor Dios dio al hombre que actuara por sí mismo…
Por lo tanto, los hombres son libres… son libres para escoger la libertad y la vida eterna… o para escoger la cautividad y la muerte, conforme a la cautividad y el poder del diablo.
(2 Nefi 2:11–27)


Moisés 6:53 — ¿Por qué es necesario que los hombres se arrepientan y se bauticen en el agua?


El arrepentimiento y el bautismo en el agua son necesarios porque el hombre, a causa de la Caída, se encuentra separado de Dios y necesita una transformación espiritual real. El arrepentimiento no es solo remordimiento, sino un cambio profundo de mente, corazón y conducta que permite abandonar el pecado y volverse a Dios. Doctrinalmente, nadie puede permanecer en la presencia de un Dios santo sin ser limpiado del pecado; por ello, el arrepentimiento es el primer paso indispensable para reconciliarse con Él. Sin este cambio interior, las ordenanzas externas carecen de poder salvador.

El bautismo en el agua es necesario porque Dios ha establecido un orden divino para la remisión de los pecados y la entrada al convenio. El agua simboliza la sepultura del hombre natural y el nacimiento a una vida nueva, anticipando la purificación que se completa mediante el don del Espíritu Santo. Doctrinalmente, el bautismo es una ordenanza de obediencia y fe en Jesucristo, mediante la cual el hombre acepta formalmente el plan de redención de Dios. Así, arrepentirse y bautizarse no son actos opcionales, sino pasos esenciales del proceso por el cual el hombre muere al pecado, nace espiritualmente y comienza a andar en una relación de convenio con Dios.

El Maestro enseñó a Nicodemo que, para que un hombre pueda entrar en el reino de Dios, primero debe ser bautizado por agua y por el Espíritu (Juan 3:5). De esto entendemos que todos deben ser bautizados para entrar en el reino celestial. La única excepción corresponde a los niños pequeños e inocentes. De lo contrario, nadie entra sin esta ordenanza. Si es necesario, la recibirán vicariamente, pero todos los adultos necesitan el bautismo. Creemos esta doctrina. Hemos enseñado esta doctrina. Pero ¿alguna vez nos hemos preguntado: “¿Por qué?”?

En este pasaje, Adán hace a Dios una pregunta brillante: “¿Por qué es necesario que los hombres se arrepientan y sean bautizados en agua?” La respuesta es tan fundamental e importante como la pregunta misma. Debemos reconocer a Adán el mérito de haber formulado la pregunta más crucial que un creyente podría hacer.


Moisés 6:53 — “Te he perdonado tu transgresión en el Jardín de Edén”


Esta declaración divina enseña que la Caída de Adán fue comprendida y redimida dentro del plan eterno de Dios. Al afirmar explícitamente que la transgresión en el Jardín de Edén ha sido perdonada, el Señor aclara que la Caída no dejó a la humanidad bajo condenación irrevocable. Doctrinalmente, esto confirma que la Expiación de Jesucristo alcanza incluso el acto que introdujo el pecado y la muerte en el mundo. La Caída no fue un fracaso del plan divino, sino una condición necesaria para el progreso humano, cuya consecuencia espiritual queda cubierta por la misericordia de Cristo.

Además, este pasaje enseña que el perdón divino precede y posibilita la redención personal. Adán no recibe este perdón por mérito propio, sino por la gracia de Dios, manifestada mediante el Redentor. Doctrinalmente, Moisés 6:53 testifica que ningún pecado —ni siquiera uno con consecuencias universales— queda fuera del alcance de la Expiación cuando se responde con fe y obediencia. Así, el perdón concedido a Adán se convierte en una promesa para toda la humanidad: aunque la Caída introdujo la muerte, Dios ha provisto un camino seguro de vida, reconciliación y esperanza eterna.

Dios ha perdonado a Adán, pero muchos de sus hijos no lo han hecho. Han culpado a Adán por las maldiciones de la mortalidad, por la muerte e incluso por sus propios pecados. Hay una gran ironía en el hecho de que Dios ha perdonado a Adán, pero gran parte del “cristianismo” no lo ha hecho.

“Estamos plenamente seguros por este pasaje de que Adán se encuentra perdonado de su transgresión en el jardín y de que su posteridad está libre de toda responsabilidad por esa transgresión. Somos responsables únicamente de nuestros propios pecados. Si este pasaje hubiera permanecido en el libro de Génesis, o si la doctrina correcta hubiera sobrevivido en nuestro actual Nuevo Testamento, todo el concepto erróneo del pecado original y del bautismo de infantes, tal como se ha enseñado y practicado por gran parte del cristianismo durante los últimos mil ochocientos años, podría haberse evitado.”
(Robert J. Matthews, Selected Writings of Robert J. Matthews: Gospel Scholars Series [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1999], 478)

Bruce C. Hafen

El Señor enseñó a Adán que la Expiación de Cristo expiaría su transgresión en el jardín. Por lo tanto, los hijos de Adán y Eva fueron redimidos de las penalidades del pecado original como un acto puro de gracia, encarnado en la Expiación. Esta parte de la Expiación viene como un don gratuito para toda la humanidad, así como también lo es la Resurrección.


Moisés 6:54 — “el Hijo de Dios ha expiado la transgresión original.”


Esta declaración enseña que la Expiación de Jesucristo es universal y previa al arrepentimiento individual, pues cubre la “transgresión original” de Adán y Eva que introdujo la muerte y la condición caída en la humanidad. Doctrinalmente, esto significa que ningún ser humano nace culpable ante Dios por la Caída; sus efectos son reales —mortalidad y separación—, pero la culpa ha sido expiada por el Hijo de Dios. Así, Moisés 6:54 afirma que la justicia divina ha sido satisfecha en Cristo y que la humanidad entera queda bajo el alcance de la gracia redentora desde el comienzo.

Además, este versículo aclara que la Expiación establece las condiciones para la responsabilidad moral personal. Al quedar expiada la transgresión original, cada individuo es responsable únicamente de sus propios pecados y de cómo responde a la luz y verdad que recibe. Doctrinalmente, esto resalta la misericordia y la equidad del plan de salvación: Dios no condena por una falta heredada, sino que invita a todos a ejercer su albedrío para arrepentirse, obedecer y venir a Cristo. Moisés 6:54 testifica que la Expiación no solo repara lo que se perdió en el Edén, sino que abre el camino para que cada alma pueda ser limpiada, renovada y reconciliada con Dios.

La culpa original, o pecado original, es la idea cristiana de que el pecado de la Caída de Adán se transmite a toda su posteridad. Tal malentendido proviene de una incomprensión fundamental del propósito de la Caída y del plan de salvación de Dios para Sus hijos. Poco después de la Restauración, la revelación de Moisés dada a José Smith nos enseña la verdadera naturaleza de la transgresión de Adán y su efecto sobre sus hijos.

“El pecado original es, según una doctrina teológica, el estado de pecado de la humanidad que resulta de la Caída del Hombre. Esta condición ha sido caracterizada de muchas maneras, desde algo tan insignificante como una leve deficiencia, o una inclinación hacia el pecado sin culpa colectiva —denominada ‘naturaleza pecaminosa’—, hasta algo tan drástico como la depravación total o la culpa automática de todos los seres humanos por medio de una culpa colectiva.” (Wikipedia, ‘Original sin’)

Los teólogos han debatido durante siglos las oscuras implicaciones de una doctrina tan condenatoria. Algunos de sus defensores más fervientes han colocado gran parte de la miseria del hombre a los pies de Adán y de la Caída. Toda esta miseria, argumentan, puede atribuirse al padre Adán.

“El mal fue mezclado con nuestra naturaleza desde el principio… por medio de aquellos que, por su desobediencia, introdujeron la enfermedad. Así como en la propagación natural de la especie cada animal engendra a su semejante, así el hombre nace del hombre: un ser sujeto a pasiones, de un ser sujeto a pasiones; un pecador, de un pecador. Así el pecado tiene su origen en nosotros desde que nacemos; crece con nosotros y nos acompaña hasta el término de la vida.” (Gregorio de Nisa, Las Bienaventuranzas, 6 [antes de A.D. 394])

“Toda alma, pues, por razón de su nacimiento, tiene su naturaleza en Adán hasta que nace de nuevo en Cristo; además, permanece impura mientras carece de esta regeneración; y por ser impura, es activamente pecaminosa, e impregna incluso la carne (a causa de su unión) con su propia vergüenza.” (Tertuliano, Sobre el alma, 40 [A.D. 208])

Bruce R. McConkie

¿Qué es el pecado original? Es la falsa doctrina de que el pecado de Adán pasa a todos los hombres y que, por lo tanto, todos —incluidos los infantes— deben ser bautizados para ser salvos. Sin embargo, es un principio fundamental de la religión verdadera que “los hombres serán castigados por sus propios pecados, y no por la transgresión de Adán” (Artículos de Fe 1:2).

¿Están los niños manchados por el pecado original? Absolutamente no. No existe tal cosa como el pecado original tal como se define en los credos de la cristiandad. Tal concepto niega la eficacia de la Expiación. Nuestra revelación declara: “Todo espíritu de hombre era inocente en el principio”, lo que significa que los espíritus comenzaron en un estado de pureza e inocencia en la preexistencia; “y Dios, habiendo redimido al hombre de la caída, los hombres llegaron a ser otra vez, en su estado de infancia, inocentes delante de Dios” (D. y C. 93:38), lo que significa que todos los niños comienzan su probación mortal en pureza e inocencia gracias a la Expiación. Nuestras revelaciones también dicen: “El Hijo de Dios ha expiado la culpa original, de modo que los pecados de los padres no pueden recaer sobre la cabeza de los hijos, porque ellos son íntegros desde la fundación del mundo” (Moisés 6:54).

¿Son concebidos los niños en pecado? Puesto que no existe tal cosa como el pecado original tal como se utiliza esa expresión en la cristiandad moderna, se deduce que los niños no son concebidos en pecado. No vienen al mundo con ninguna mancha de impureza. (“La salvación de los niños pequeños”, Ensign, abril de 1977, 4)

Spencer J. Condie

La ausencia de estas doctrinas claras y preciosas ha conducido a diversos conceptos erróneos, tales como la creencia de que Adán y Eva fueron malvados y que su caída fue una gran decepción para la Deidad. Esta línea errónea de razonamiento continúa asumiendo que, debido a la transgresión de Adán y Eva, todos los infantes nacidos posteriormente están manchados por el “pecado original” y deben, por lo tanto, ser bautizados en su infancia para volver a ser puros.

Otra creencia muy difundida es que la salvación de una persona está predestinada según el buen placer de Dios, que la predestinación anula la agencia personal y que la gracia sustituye la necesidad de las buenas obras y de la participación en ordenanzas esenciales. (“La Caída y la Expiación Infinita”, Ensign, enero de 1996, 22)


Moisés 6:55 — “Por cuanto se conciben tus hijos en pecado, de igual manera, cuando empiezan a crecer, el pecado nace en sus corazones.”


Este versículo aclara con precisión doctrinal la condición caída del ser humano, sin enseñar culpa heredada. Ser “concebidos en pecado” no significa que los hijos nazcan culpables ante Dios, sino que nacen en un mundo caído, sujeto a la mortalidad, a la debilidad y a la influencia del pecado. Doctrinalmente, esto distingue entre condición y culpa: la condición caída es universal, pero la culpa moral surge solo cuando la persona ejerce su albedrío con conocimiento. Así, el texto armoniza la justicia y la misericordia de Dios, quien no condena por el nacimiento, sino que comprende plenamente el entorno en el que Sus hijos crecen.

La segunda parte —“cuando empiezan a crecer, el pecado nace en sus corazones”— enseña que el pecado surge cuando el albedrío entra en acción sin ser gobernado por la luz divina. A medida que los hijos crecen y adquieren conciencia moral, se enfrentan a deseos naturales y tentaciones propias de la condición mortal. Doctrinalmente, esto explica la necesidad del evangelio de Jesucristo: sin guía, ley y poder espiritual, el hombre natural tiende al pecado. Moisés 6:55 testifica que esta realidad no es motivo de desesperanza, sino la razón por la cual Dios ha provisto mandamientos, ordenanzas y el don del Espíritu Santo, para transformar el corazón y conducir al hombre de la condición caída a la vida espiritual.

La Escritura dice que “los hijos son concebidos en pecado”. En otras palabras, todos los niños son inocentes delante de Dios, pero deben nacer en un mundo de pecado. Esto no significa que los niños sean inherentemente malos. El hombre no es malo por naturaleza. Sin embargo, conforme al plan de Dios, el hombre mortal debe recibir albedrío en un mundo de opuestos. El pecado es un resultado inevitable. Así, cuando el hombre llega a la edad de responsabilidad y queda sujeto a la influencia de Satanás, el pecado nace.

“Permítaseme hacer una pausa para decir que no nos agrada esa expresión: ‘concebidos en pecado’. No nos agrada porque nos recuerda una doctrina perversa entre los sectarios, según la cual el acto de la concepción es pecado… Dios… quiere decir con ello que el hombre es concebido en una condición caída en la que el pecado es dominante, donde el hombre natural es dominante, donde otros efectos de la Caída predominan sobre él en su estado caído o natural. No quiere decir que la concepción en sí misma, debidamente controlada, sea transgresión o pecado”. (Hyrum L. Andrus, The Glory of God and Man’s Relation to Deity [Provo: BYU Extension Publications, 1964], 55)

Bruce C. Hafen

Según la doctrina original de Cristo, restaurada por medio de José Smith, la Caída hizo tanto posible como necesaria la Expiación del Salvador por nuestros pecados. La naturaleza humana no es inherentemente mala ni inherentemente buena. Llegamos a ser malos o buenos según la interacción entre la influencia del Señor y las decisiones que tomamos—decisiones que no estaban disponibles en el Jardín antes de la Caída de Adán y Eva, y que solo fueron posibles gracias a la Expiación del Salvador.

En cumplimiento de Su propósito, Dios expulsó a Adán y Eva del Edén a un mundo sujeto a las fuerzas de la vida y la muerte, del bien y del mal. Sin embargo, pronto les enseñó que “el Hijo de Dios ha expiado la culpa original”; por lo tanto, los hijos de Adán no eran ni malos ni buenos, sino que eran “íntegros desde la fundación del mundo” (Moisés 6:54; énfasis añadido). Así, “todo espíritu de hombre era inocente en el principio; y Dios, habiendo redimido al hombre de la caída, los hombres llegaron a ser otra vez, en su estado de infancia, inocentes delante de Dios” (D. y C. 93:38; énfasis añadido).

Cuando los descendientes de Adán y Eva llegan a ser responsables de sus propios pecados a la edad de ocho años, todos prueban el pecado en un grado u otro debido a sus experiencias en un ambiente de libertad. Aquellos que llegan a amar “a Satanás más que a Dios” (Moisés 5:28) llegarán, en esa misma medida, a ser “carnales, sensuales y diabólicos” (Moisés 5:13; Moisés 6:49) por naturaleza—“hombres naturales”. Por otro lado, quienes aceptan la gracia de Cristo mediante la fe, el arrepentimiento, el bautismo y el esfuerzo continuo, finalmente desecharán “al hombre natural” y llegarán a ser “santos por medio de la Expiación de Cristo el Señor” (Mosíah 3:19). Entonces serán buenos por naturaleza. (“La doctrina restaurada de la Expiación”, Ensign, diciembre de 1993, 11–12)


Moisés 6:57 — “el lenguaje de Adán, su nombre es Hombre de Santidad, y el nombre”


Este versículo enseña que el lenguaje revelado comunica verdades eternas sobre la identidad y el carácter de Dios. Al declarar que, en el lenguaje de Adán, Dios es llamado “Hombre de Santidad”, se afirma que Dios es un ser personal, santo y glorificado, cuya naturaleza es perfectamente pura. Doctrinalmente, el nombre revela atributos: “Santidad” expresa la absoluta rectitud de Dios, y “Hombre” señala Su relación cercana y personal con Sus hijos. Así, el lenguaje de Adán no es meramente antiguo, sino teológico y revelador, diseñado para transmitir verdades claras acerca de quién es Dios.

Asimismo, al vincular ese nombre con el título del Unigénito —“Hijo del Hombre, sí, Jesucristo”— el pasaje establece una relación divina y redentora entre el Padre y el Hijo. Doctrinalmente, Jesucristo es el Hijo del “Hombre de Santidad”, y por tanto hereda y manifiesta la santidad del Padre mientras ministra entre los hombres. Este lenguaje subraya la misión mediadora del Hijo: Él une lo divino con lo humano para efectuar la salvación. Moisés 6:57 testifica que los nombres revelados no son simbólicos vacíos, sino declaraciones de identidad y misión, dadas para que el hombre conozca a Dios y entienda el camino de la redención.

Bruce R. McConkie

Dios el Padre es un Hombre Santo, una Persona exaltada, perfeccionada y glorificada. La vida eterna se obtiene mediante el conocimiento de la naturaleza y la clase de Ser que Él es. Por consiguiente, cuando se reveló al padre Adán, el primer hombre, escogió palabras que, “en el lenguaje de Adán”, lo identificaban como “Hombre de Santidad” (Moisés 6:57). Con este nombre Él señala tanto Su condición como Hombre como Su estado de encarnación de la santidad y la perfección. Si aún habláramos el lenguaje adámico, las palabras que usaríamos para designar a nuestro Padre Celestial significarían Hombre de Santidad. (Mormon Doctrine, 2.ª ed. [Salt Lake City: Bookcraft, 1966], 467)


Moisés 6:58 — “enseñar estas cosas sin reserva a tus hijos.”


Este mandamiento establece que la transmisión del evangelio es una responsabilidad sagrada y explícita de los padres. “Sin reserva” indica que las verdades fundamentales del plan de salvación —la Caída, la Expiación, el arrepentimiento y las ordenanzas— no deben ocultarse, diluirse ni postergarse. Doctrinalmente, Dios confía a la familia la tarea principal de enseñar la verdad con claridad y plenitud, porque el conocimiento revelado es esencial para que los hijos ejerzan correctamente su albedrío y comprendan su relación con Dios desde temprana edad.

Además, este versículo enseña que la fe crece en un ambiente de verdad abierta y coherente. Cuando los padres enseñan sin reservas, preparan a sus hijos para reconocer la voz del Señor, resistir el error y responder fielmente al evangelio. Doctrinalmente, Moisés 6:58 testifica que la omisión de la verdad debilita espiritualmente, mientras que la enseñanza clara fortalece la identidad divina de los hijos. Así, enseñar “sin reserva” no es imponer, sino amar lo suficiente como para compartir plenamente el camino que conduce a la vida eterna.

Susan L. Warner

Los niños llegan a este mundo puros, abiertos y deseosos de aprender. Es nuestro gozoso privilegio y solemne responsabilidad enseñarles con amor las verdades sencillas y claras del Evangelio, brindarles oportunidades para sentir el Espíritu y ayudarles a identificar y reconocer sus propios sentimientos espirituales. El Padre Celestial dijo al padre Adán: “Por tanto, te doy un mandamiento de que enseñes estas cosas libremente a tus hijos” (Moisés 6:58).

En nuestra familia hemos tratado de llevar a cabo el estudio matutino de las Escrituras. Sin embargo, a menudo nos sentíamos frustrados cuando uno de nuestros hijos se quejaba y había que sacarlo de la cama a la fuerza. Cuando finalmente venía, muchas veces apoyaba la cabeza directamente sobre la mesa. Años más tarde, mientras servía en su misión, nos escribió en una carta: “Gracias por enseñarme las Escrituras. Quiero que sepan que todas esas veces que parecía que estaba durmiendo, en realidad estaba escuchando con los ojos cerrados”.

Padres y maestros, nuestros esfuerzos por ayudar a nuestros hijos a establecer una herencia de ricos recuerdos espirituales nunca son en vano. A veces, las semillas que plantamos no dan fruto durante años, pero podemos hallar consuelo en la esperanza de que algún día los niños a quienes enseñamos recordarán cómo han “recibido y oído” las cosas del Espíritu. Recordarán lo que saben y lo que han sentido. Recordarán su identidad como hijos del Padre Celestial, quien los envió aquí con un propósito divino. (Ensign, mayo de 1996, 79)


Moisés 6:59 — “como habéis nacido en el mundo mediante el agua, y la sangre, y el espíritu… así igualmente tendréis que nacer otra vez en el reino de los cielos”


Este versículo enseña con claridad la doctrina del doble nacimiento: el nacimiento natural y el nacimiento espiritual. El primero —“agua, sangre y espíritu”— describe la entrada del hombre en la vida mortal, sujeta a la Caída y a la muerte. Doctrinalmente, este nacimiento natural es real y necesario, pero insuficiente para regresar a la presencia de Dios. La vida mortal introduce al hombre en un estado donde aprende, elige y experimenta, pero también lo coloca en una condición carnal que requiere una transformación más profunda para heredar el reino de los cielos.

Por ello, el Señor declara que es necesario “nacer otra vez”, lo cual se refiere al nacimiento espiritual que ocurre mediante la fe en Jesucristo, el arrepentimiento, el bautismo en el agua y la recepción del Espíritu Santo. Doctrinalmente, este nuevo nacimiento no es simbólico, sino transformador: limpia del pecado, vivifica el espíritu y cambia la naturaleza interior del hombre. Moisés 6:59 testifica que así como nadie puede entrar en el mundo sin nacer físicamente, nadie puede entrar en el reino de Dios sin nacer espiritualmente, mostrando que la salvación requiere tanto ordenanzas externas como una renovación interior obrada por el poder del Espíritu.

Podría impartirse toda una lección de la Escuela Dominical basada únicamente en este versículo. Hay mucha doctrina concentrada en esta triple verdad. El mensaje encapsula cómo el plan de redención de Dios vence la Caída por medio del renacimiento espiritual del bautismo.

Dios utiliza el ejemplo del nacimiento como el simbolismo sobre el cual edificar la ordenanza que representa nuestro compromiso con Él. Es una ordenanza externa que representa un compromiso interno de guardar los mandamientos y tomar sobre nosotros el nombre de Dios. Este simbolismo es digno de una consideración cuidadosa.

Bruce R. McConkie

En nuestro nacimiento temporal nacemos de padres mortales y pertenecemos a una familia terrenal. En nuestro nacimiento espiritual somos adoptados en una nueva familia, la familia de Cristo. Tomamos sobre nosotros Su nombre y Él llega a ser nuestro Padre. (New Era, agosto de 1971, 36)

Theodore M. Burton

Noten la comparación perfecta, hermanos míos, entre el nacimiento en este mundo y el nacimiento en la familia de Jesucristo. Así tomamos sobre nosotros el nombre de Jesucristo y llegamos a ser miembros de la familia real. Si esperamos mostrararnos en la presencia de Dios el Padre Eterno en la carne, con estos maravillosos cuerpos presentes que llegarán a ser purificados y espiritualizados para morar en la presencia de Dios, solo puede ser por medio de Jesucristo, el Unigénito en la carne. Así, por medio de Jesucristo, llegamos a ser miembros de la familia de Dios el Padre. (Conference Report, octubre de 1965, Reunión General del Sacerdocio, 96)

Joseph Fielding Smith

Todo niño que nace en este mundo viene por el agua, la sangre y el espíritu. El bebé no nacido está rodeado de agua; la sangre entra en su cuerpo y por la sangre nace, y el espíritu que el Señor creó entra en su cuerpo. Así, hay tres testigos en el nacimiento: el agua, la sangre y el espíritu del niño. De la misma manera, debemos nacer de nuevo por medio de una sepultura en agua, “porque por el agua guardáis el mandamiento; por el Espíritu sois justificados, y por la sangre sois santificados” (Moisés 6:60).

Juan el Amado comprendió este principio plenamente cuando dijo: “Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan en uno” (1 Juan 5:7–8). (Church History and Modern Revelation, 4 tomos [Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1946–1949], 4:30)


Moisés 6:60 — “Porque por el agua guardáis el mandamiento”


Esta declaración enseña que el bautismo en el agua es un acto de obediencia consciente a un mandamiento divino, no solo un símbolo opcional. “Guardar el mandamiento” implica someter la voluntad personal a la ley de Dios, reconociendo Su autoridad y aceptando Sus términos para la salvación. Doctrinalmente, el agua representa el medio ordenado por Dios mediante el cual el hombre manifiesta fe y arrepentimiento, demostrando externamente un compromiso interno de seguir a Jesucristo. La obediencia precede a la promesa, y el bautismo es la puerta establecida por Dios para entrar en el camino del convenio.

Además, este versículo aclara que la obediencia por sí sola no es el fin, sino el comienzo. Guardar el mandamiento por el agua prepara al individuo para recibir una transformación espiritual mayor mediante el Espíritu Santo. Doctrinalmente, Moisés 6:60 enseña que Dios obra mediante leyes y ordenanzas específicas, y que las bendiciones espirituales están ligadas a la obediencia exacta. Así, el bautismo en el agua se presenta como un acto humilde pero esencial, por el cual el hombre responde al mandamiento divino y se coloca en el camino que conduce a la vida eterna.

Dentro de la ordenanza del bautismo se simbolizan los tres miembros de la Trinidad. Dios el Padre representa la justicia. Él representa el requisito de cumplir Sus mandamientos: manifestar mediante una ordenanza externa que estamos comprometidos a ser obedientes a Dios. Dios puede requerir de nosotros todo lo que Él considere apropiado. El bautismo es obligatorio para todos los que son responsables.

La regla de Dios es esta: “Todos los que deseen entrar en el reino de los cielos deben primero ser bautizados. Deben guardar el mandamiento. Mi perfecta justicia lo requiere”.

Joseph Fielding Smith

La persona bautizada es sumergida en el agua; por el Espíritu es justificada y por la sangre es santificada, o vivificada en el reino de Dios. Estos tres —el agua, la sangre y el espíritu— dan testimonio en la tierra en el nacimiento de un infante. Estos mismos tres dan testimonio en la tierra en el bautismo: por la inmersión en el agua, la sangre de Jesucristo y el Espíritu de Dios, y concuerdan en uno.

Luego tenemos los tres testigos en el cielo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y estos tres también concuerdan y aprueban el bautismo cuando se realiza correctamente y con la debida autoridad. En cada caso hay tres testigos, y en cada caso estos testigos concuerdan y son uno. Esta es una doctrina hermosa, perfectamente coherente y llena de virtud y significado.

¿No pueden ver, mis buenos amigos cristianos, cuán impotente e insatisfactorio ha sido su llamado “bautismo” si fueron rociados con un poco de agua o si se les vertió agua sobre la cabeza? Si ese es el caso, entonces se pierde el simbolismo del nacimiento. Asimismo, se pierde el simbolismo de la muerte, la sepultura y la resurrección. El bautismo es una doctrina hermosa. (The Restoration of All Things [Salt Lake City: Deseret News Press, 1945], 213)


Moisés 6:60 — “Por el Espíritu sois justificados”


Esta expresión enseña que la justificación es una obra divina realizada por el poder del Espíritu Santo, no un logro humano. Ser “justificados” significa ser declarados limpios, rectos y reconciliados con Dios conforme a la justicia de Cristo. Doctrinalmente, el Espíritu aplica en la vida del creyente los méritos de la Expiación, dando testimonio al alma de que el arrepentimiento ha sido aceptado y que los pecados han sido perdonados. Así, la justificación no proviene solo de la obediencia externa, sino del poder santificador de Dios que actúa en el interior del hombre.

Además, este principio aclara la distinción y la relación entre ordenanzas y gracia. El bautismo por agua manifiesta obediencia al mandamiento, pero es “por el Espíritu” que esa obediencia es validada y hecha eficaz ante Dios. Doctrinalmente, Moisés 6:60 enseña que sin el Espíritu no hay verdadera justificación, pues es Él quien limpia la conciencia, restaura la comunión con Dios y confirma el estado de rectitud. Así, el Espíritu Santo no solo guía y consuela, sino que es el agente divino mediante el cual el hombre es declarado justo y preparado para continuar el proceso de santificación.

En el simbolismo del nacimiento, el espíritu que entra en el cuerpo representa al tercer miembro de la Trinidad. El Espíritu Santo nos justifica ante el Padre. Justificación es un término legal; significa estar en regla con la ley—en este caso, con el requisito legal de Dios para entrar en Su reino. Debemos ser absueltos de todas las violaciones a la ley de Dios; eso es la justificación.

¿Somos justificados únicamente por el Espíritu? ¿No podemos ser justificados por Cristo? Sí, tanto el Espíritu Santo como la sangre de Cristo pueden justificarnos ante el Padre. Pablo incluso dijo que somos justificados por la sangre de Cristo (Romanos 5:9). Sin embargo, la doctrina del bautismo, en su pureza original y simbólica, designa al Espíritu Santo como Aquel que nos justifica. El Espíritu Santo actúa como testigo legal a nuestro favor ante el Padre (Hebreos 10:15), declarando que hemos guardado el mandamiento y poniendo Su sello de aprobación sobre la ordenanza realizada.

Harold B. Lee

Deseo comentar acerca de esta declaración: “por el Espíritu sois justificados”. He reflexionado mucho sobre esa expresión y he encontrado una definición que, a mi juicio, indica lo que el Señor quiso comunicar. La definición que considero significativa dice: “Justificar significa declarar libre de culpa o de reproche, o absolver”. Si el Espíritu—el Espíritu Santo—es quien declara a una persona libre de culpa o la absuelve, entonces comenzamos a comprender algo del oficio del Espíritu Santo relacionado con el tema que estamos tratando: lo que significa nacer del Espíritu.

Permítanme introducir aquí otra frase que con frecuencia se discute (y que pienso se malinterpreta) y a la cual intentamos atribuir ciertos misterios. Es la expresión mediante la cual el Señor dirige que todas estas cosas sean eternas: “deben ser selladas por el Espíritu Santo de la promesa”. Permítanme referirme primero a la sección 76 de Doctrina y Convenios. Al hablar de quienes son candidatos para la gloria celestial, el Señor dice:

Estos son los que recibieron el testimonio de Jesús, y creyeron en su nombre, y fueron bautizados conforme a la manera de su sepultura…
para que guardando los mandamientos fuesen lavados y limpiados de todos sus pecados, y recibiesen el Espíritu Santo mediante la imposición de manos…
y los que vencen por la fe, y son sellados por el Espíritu Santo de la promesa, que el Padre derrama sobre todos los que son justos y verdaderos.
(D. y C. 76:51–53)

En otras palabras, el bautismo es eficaz, y la ordenanza iniciatoria es válida, únicamente cuando es sellada por el Espíritu Santo de la promesa. (Stand Ye in Holy Places [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1974], 52)

Bruce R. McConkie

La ordenanza del bautismo debe ser ratificada por el Espíritu Santo; o, en otras palabras, debe ser sellada por el Espíritu Santo de la promesa.

Todos sabemos que podemos engañar a los hombres. Podemos engañar a nuestros obispos o a otros oficiales de la Iglesia, a menos que en ese momento sus mentes sean iluminadas por el espíritu de revelación; pero no podemos engañar al Señor. No podemos recibir de Él una bendición no merecida. Llegará el día en que todos los hombres recibirán exacta y precisamente lo que hayan merecido y ganado, ni más ni menos. No se puede mentir con éxito al Espíritu Santo.

Tomemos ahora una ilustración sencilla. Si una persona desea obtener una herencia en el mundo celestial, debe entrar por la puerta del bautismo, siendo esa ordenanza realizada por manos de un administrador legal. Si se presenta preparado por la dignidad—es decir, si es justo y verdadero—y recibe el bautismo por manos de un administrador legal, es justificado por el Espíritu en el acto que se ha realizado; es decir, es ratificado por el Espíritu Santo, o sellado por el Espíritu Santo de la promesa. Como resultado, tiene plena fuerza y validez tanto en esta vida como en la venidera.

Si posteriormente esa persona se aparta de la rectitud y se revuelca en el fango de la iniquidad, entonces el sello es retirado. De este modo, existe este principio que impide que los indignos reciban bendiciones no merecidas. El Señor ha establecido una barrera que detiene el progreso de los injustos; ha impuesto un requisito que debemos cumplir. Debemos obtener la aprobación y recibir el poder santificador del Espíritu Santo si, finalmente y por la eternidad, hemos de cosechar las bendiciones que esperamos recibir. (Conference Report, abril de 1956, sesión de la tarde, 65)


Moisés 6:60 — “Por la sangre sois santificados”


Esta expresión enseña que la justificación es una obra divina realizada por el poder del Espíritu Santo, no un logro humano. Ser “justificados” significa ser declarados limpios, rectos y reconciliados con Dios conforme a la justicia de Cristo. Doctrinalmente, el Espíritu aplica en la vida del creyente los méritos de la Expiación, dando testimonio al alma de que el arrepentimiento ha sido aceptado y que los pecados han sido perdonados. Así, la justificación no proviene solo de la obediencia externa, sino del poder santificador de Dios que actúa en el interior del hombre.

Además, este principio aclara la distinción y la relación entre ordenanzas y gracia. El bautismo por agua manifiesta obediencia al mandamiento, pero es “por el Espíritu” que esa obediencia es validada y hecha eficaz ante Dios. Doctrinalmente, Moisés 6:60 enseña que sin el Espíritu no hay verdadera justificación, pues es Él quien limpia la conciencia, restaura la comunión con Dios y confirma el estado de rectitud. Así, el Espíritu Santo no solo guía y consuela, sino que es el agente divino mediante el cual el hombre es declarado justo y preparado para continuar el proceso de santificación.

En el simbolismo bautismal del nacimiento, la sangre representa la sangre expiatoria de Jesucristo. Santificación significa ser hecho limpio. La santificación purga las impurezas, elimina la suciedad y lava lo inmundo. “La santificación es el proceso de llegar a ser un santo, santo y espiritualmente limpio y puro, al eliminar todo pecado del alma” (Encyclopedia of Mormonism, 1259). Puesto que ninguna cosa inmunda puede entrar en el reino de los cielos, todos necesitamos la santificación.

Pablo declaró que “somos santificados en Cristo Jesús” (1 Corintios 1:2). Mientras que el sacrificio de sangre bajo la ley de Moisés quitaba simbólicamente la culpa de una ley quebrantada, ahora “somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”, lo que nos da “confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús” (Hebreos 10:10, 19).

De nuevo, es cierto que muchas Escrituras hablan del efecto santificador del Espíritu, lo que podría sugerir que es el Espíritu quien santifica. Sin embargo, la doctrina del bautismo, en su pureza original y simbólica, designa la sangre de Cristo como el agente santificador, el “jabón del lavador” que nos limpia del pecado (Malaquías 3:2). Para satisfacer la justicia de Dios, el Hijo declara al Padre: “he aquí la sangre de tu Hijo que fue derramada… por tanto, Padre, perdona a estos mis hermanos que creen en mi nombre” (D. y C. 45:4–5).

Bruce R. McConkie

Aunque los hombres son santificados por el poder del Espíritu Santo, dicho proceso santificador es eficaz y operativo debido al derramamiento de la sangre de Cristo. Así, Moroni declara que los santos fieles son “santificados en Cristo por la gracia de Dios, mediante el derramamiento de la sangre de Cristo, la cual es conforme al convenio del Padre para la remisión” de sus pecados, a fin de que lleguen a ser santos y sin mancha (Moroni 10:33). (Doctrinal New Testament Commentary, 3 tomos [Salt Lake City: Bookcraft, 1965–1973], 3:189)


Moisés 6:61 — “Por tanto, se concede que more en vosotros… el Consolador”


Este versículo enseña que la presencia del Espíritu Santo es un don concedido por Dios como consecuencia de la obediencia al evangelio. La expresión “se concede” indica que no es un derecho automático, sino una gracia otorgada conforme al orden divino: fe, arrepentimiento, bautismo y justificación. Doctrinalmente, que el Consolador “more en vosotros” significa una presencia interna, constante y vivificante, por medio de la cual Dios comunica Su voluntad, fortalece al creyente y mantiene viva la relación de convenio. El Espíritu no solo visita; permanece para guiar, purificar y sostener espiritualmente.

Además, el título “el Consolador” revela la función redentora y transformadora del Espíritu Santo. Él consuela en la debilidad, confirma la verdad, da poder para resistir el pecado y “vivifica” al hombre interior. Doctrinalmente, Moisés 6:61 enseña que sin el Consolador el bautismo quedaría incompleto y la vida espiritual carecería de poder continuo. Así, el morar del Espíritu en el creyente es la evidencia de una vida reconciliada con Dios y el medio por el cual el hombre es capacitado para perseverar en rectitud y prepararse para volver a la presencia del Padre.

Theodore M. Burton

Sin el alimento que proporciona la Expiación de Jesucristo, el bautismo quedaría como una forma muerta. El bautismo por sí solo no puede salvarnos. Las obras por sí solas no pueden salvarnos. El bautismo debe ir acompañado del don del Espíritu Santo, el cual nos da vida espiritual, así como Dios sopló en Adán el aliento de vida cuando fue creado. Sin el Espíritu Santo, estaríamos espiritualmente muertos al nacer y no tendríamos poder para entrar en la presencia de Dios el Padre Eterno. (“To Be Born Again”, Ensign, septiembre de 1985, 68)

José Smith

Tan bien podrían bautizar una bolsa de arena como a un hombre, si no se hace con miras a la remisión de los pecados y a la recepción del Espíritu Santo. El bautismo por agua es solo medio bautismo, y no sirve para nada sin la otra mitad, es decir, el bautismo del Espíritu Santo. (History of the Church, 5:499)


Moisés 6:61 — El Consolador [enseña] la verdad de todas las cosas; aquello que vivifica todas las cosas


Este versículo define la función esencial del Consolador, el Espíritu Santo, como maestro divino de la verdad. Que “enseña la verdad de todas las cosas” significa que el conocimiento espiritual auténtico no proviene solo del razonamiento humano, sino de la revelación. Doctrinalmente, el Espíritu es la fuente que confirma la verdad del evangelio, aclara la doctrina, desenmascara el error y testifica de Jesucristo. Sin esta enseñanza espiritual, el hombre puede adquirir información, pero no comprensión salvadora; puede conocer palabras, pero no la verdad que redime.

La frase “aquello que vivifica todas las cosas” enseña que el Espíritu Santo es también el agente de vida espiritual. Vivificar implica dar vida, poder y sensibilidad espiritual a un alma que, sin el Espíritu, permanece espiritualmente muerta. Doctrinalmente, esto explica por qué el nuevo nacimiento requiere el don del Espíritu Santo: Él transforma la naturaleza interior del hombre, renueva deseos, fortalece la fe y capacita para vivir en rectitud. Moisés 6:61 testifica que el Consolador no solo instruye la mente, sino que da vida al espíritu, haciendo posible una relación viva y continua con Dios.

Keith K. Hilbig

Cuando se trata de recurrir a las impresiones y bendiciones que fluyen del Espíritu Santo, con frecuencia “vivimos muy por debajo de nuestros privilegios”.

En la Perla de Gran Precio, Moisés registró que Adán, habiendo sido bautizado y habiendo recibido el Espíritu Santo, “fue vivificado en el hombre interior”.

Cuando invitamos al Espíritu Santo a llenar nuestra mente de luz y conocimiento, Él nos “vivifica”; es decir, ilumina y da vida al hombre o a la mujer interior. Como resultado, notamos una diferencia perceptible en nuestra alma. Nos sentimos fortalecidos, llenos de paz y de gozo. Poseemos energía espiritual y entusiasmo, ambos de los cuales realzan nuestras capacidades naturales. Podemos lograr más de lo que podríamos hacer por nosotros mismos. Anhelamos llegar a ser personas más santas. (Ensign, noviembre de 2007, 37–39)

Parley P. Pratt

El don del Espíritu Santo… vivifica todas las facultades intelectuales, aumenta, ensancha, expande y purifica todas las pasiones y afectos naturales, y los adapta, por medio del don de la sabiduría, para su uso legítimo. (Key to the Science of Theology, 101)


Moisés 6:61 — “el testimonio del cielo.”


Esta expresión enseña que la verdad del evangelio es confirmada por una fuente divina y superior a todo juicio humano. El “testimonio del cielo” se refiere al testimonio que procede de Dios mismo por medio del Espíritu Santo, el cual da certeza espiritual de que las doctrinas, ordenanzas y convenios son verdaderos. Doctrinalmente, este testimonio no depende de señales externas ni de persuasión intelectual, sino de una revelación interior que habla al corazón y a la mente, produciendo convicción, paz y seguridad espiritual.

Además, el “testimonio del cielo” subraya que la salvación se basa en conocimiento revelado, no solo en creencia heredada. Dios no deja a Sus hijos en la incertidumbre respecto a Su plan; Él confirma la verdad a quienes la buscan con fe y obediencia. Moisés 6:61 enseña que este testimonio celestial es el sello divino sobre la obra del hombre: valida el bautismo, confirma la justificación y fortalece la perseverancia en rectitud. Así, el testimonio del cielo es la voz de Dios en el alma, guiando al creyente por el camino que conduce a la vida eterna.

LeGrand Richards

El Señor hizo comprender a Adán que era al nacer de nuevo del agua y del Espíritu que se le concedía que morara en él el registro del cielo. Me pregunto qué quiso decir el Señor con el “registro del cielo”, y pensé que significaba que nos revela quiénes somos, de dónde venimos, por qué estamos aquí, adónde vamos, y esa gran verdad eterna de que en realidad somos hijos e hijas de Dios, el Padre Eterno. ¿Existe alguna verdad que los hombres puedan adquirir mediante su fe y obediencia que signifique más que saber que todo hombre nacido en este mundo tiene la posibilidad de crecer, desarrollarse y llegar a ser semejante a nuestro Padre Celestial? (Conference Report, abril de 1946, sesión de la tarde, 83)


Moisés 6:62 — “este es el plan de salvación”


Esta afirmación resume y sella todo lo que el Señor ha enseñado en los versículos anteriores, declarando que el camino revelado —fe en Jesucristo, arrepentimiento, bautismo, don del Espíritu Santo y perseverancia— constituye el plan divino para rescatar al hombre de la Caída. Doctrinalmente, el “plan de salvación” no es una idea humana ni una adaptación tardía, sino un diseño eterno establecido antes de la fundación del mundo y enseñado desde los días de Adán. Al usar el artículo definido —el plan—, el Señor afirma que no hay caminos alternativos ni sustitutos para la redención; hay un orden divino, claro y revelado.

Además, esta declaración enseña que la salvación es intencional, ordenada y accesible. Dios no deja a Sus hijos en confusión respecto a su destino ni al medio para alcanzarlo. Moisés 6:62 testifica que el plan de salvación armoniza justicia y misericordia: satisface las demandas de la ley mediante la Expiación de Jesucristo y extiende gracia al hombre mediante ordenanzas y convenios. Así, al declarar “este es el plan de salvación”, el Señor invita a todos a confiar en Su sabiduría, aceptar Su camino y avanzar con esperanza hacia la vida eterna.

Regresamos a las declaraciones introductorias acerca de la doctrina revelada por Enoc. Estamos a punto de aprender las verdades sencillas del Evangelio tal como se enseñaron desde el principio. Al igual que el Libro de Mormón, las enseñanzas de Enoc son claras y simples. “Adán cayó para que los hombres existiesen” (2 Nefi 2:25) fue seguido por doctrinas tan simples que habrían sido revolucionarias para los sectarios de 1831 cuando se reveló esta revelación. Entre estas doctrinas se incluyen:

  • los hombres fueron creados por Dios antes de que la tierra fuese creada;
  • el pecado y la muerte entraron en el mundo por la Caída;
  • Satanás ha venido entre los hombres para tentarlos;
  • Dios ha mandado a todos los hombres que se arrepientan y sean bautizados;
  • la transgresión de Adán en el Jardín ha sido perdonada por Dios;
  • Jesús ha expiado la culpa original;
  • el bautismo es requisito para heredar el reino de Dios.

“La traducción que José hizo de Moisés fue un paso más allá de las lecturas protestantes del Antiguo Testamento. Los protestantes veían solo prefiguraciones de Cristo en las Escrituras hebreas. La humanidad quedó apartada del conocimiento pleno del Evangelio en la Caída. Desde entonces, Cristo solo fue insinuado mediante símbolos o indicios llamados tipos…

El libro de Moisés de José Smith cristianizó plenamente el Antiguo Testamento. En lugar de insinuar la verdad cristiana venidera, el Libro de Moisés presenta el Evangelio completo. Dios enseña a Adán a creer, arrepentirse y ‘ser bautizado aun por agua, en el nombre de mi Unigénito, que es lleno de gracia y de verdad, que es Jesucristo’. Juntos, el Libro de Mormón y el Libro de Moisés dan a la historia una forma distinta de la del Antiguo Testamento. No hay una caída abrupta después de la Caída seguida de un esclarecimiento espiritual gradual. Teológicamente, los patriarcas antiguos eran iguales a los cristianos posteriores. El problema de la historia fue conservar el Evangelio, no prepararse para su venida.” (Richard L. Bushman, Joseph Smith: Rough Stone Rolling [Random House, Nueva York, 2005], 134–135)

George Q. Cannon

Hay mucho… en esta revelación que muestra claramente que en aquellos primeros días Dios envió Sus ángeles a Adán; que él se arrepintió de sus pecados y fue bautizado en agua por un ángel, y que recibió el Espíritu Santo, de la misma manera que nosotros hoy, y probablemente con mayor poder. Estos son los principios del Evangelio, y así fue desde el principio. Todo principio que fue enseñado a los hombres por el Salvador en Su día, en lo que concierne al Evangelio, fue enseñado en aquellos primeros tiempos. Es el colmo de la insensatez, y una calumnia contra nuestro Padre Celestial, decir que los hombres que vivieron en aquellos días moraban en ignorancia, o que las revelaciones de Dios para ellos fueron imperfectas, o que Dios ha mejorado desde entonces. Él era perfecto entonces; lo sabía todo entonces; y enseñó lo que era necesario entonces para la salvación del hombre. (Brian H. Stuy, ed., Collected Discourses, 5 tomos [Burbank, Calif., y Woodland Hills, Utah: B.H.S. Publishing, 1987–1992], vol. 3, 24 de septiembre de 1893)


Moisés 6:63 — “todas las cosas son creadas y hechas para dar testimonio de mí”


Esta afirmación enseña que Jesucristo es el centro y la razón última de toda la Creación. Nada existe de manera accidental o aislada; todo lo creado cumple una función reveladora. Doctrinalmente, el universo entero —la tierra, los cielos, la vida, el orden natural y la experiencia humana— apunta al Redentor y da evidencia de Su poder, Su ley y Su amor. La creación se convierte así en un testigo silencioso pero constante de Dios, invitando al hombre a reconocer Su mano y a buscarle con humildad.

Además, este versículo amplía el concepto de testimonio más allá de la palabra hablada o escrita. Las ordenanzas, los símbolos, el cuerpo humano, la familia, el nacimiento y la muerte forman parte de un lenguaje divino que enseña verdades espirituales profundas acerca de Cristo y Su Expiación. Doctrinalmente, Moisés 6:63 enseña que quien tiene ojos espirituales puede aprender del mundo creado y discernir el propósito redentor de Dios en todas las cosas. Así, el Señor declara que Su testimonio no está limitado a profetas o escrituras, sino que llena toda la Creación, dejando al hombre sin excusa para ignorar la verdad cuando busca con fe.

Henry B. Eyring

Cuando contemplamos la asombrosa inmensidad del universo, es sabio recordar: “He aquí… todas las cosas son creadas y hechas para dar testimonio de mí” (Moisés 6:63). De manera similar, Alma declaró: “Todas las cosas denotan que hay un Dios… sí, aun todos los planetas que se mueven en su forma regular dan testimonio de que hay un Creador Supremo” (Alma 30:44). ¡Es un universo testificatorio y sobrecogedor! (On Becoming a Disciple Scholar [Salt Lake City: Bookcraft, 1995], 9)

Gordon B. Hinckley

¿Puede algún hombre que haya caminado bajo las estrellas por la noche, o que haya visto el toque de la primavera sobre la tierra, dudar de la mano divina en la creación? Al observar así las bellezas de la tierra, uno suele hablar como lo hizo el salmista: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría” (Salmos 19:1–2).

Toda la belleza de la tierra lleva la huella del Maestro Creador. (Conference Report, abril de 1978, 90)

Orson F. Whitney

“Todas las cosas tienen su semejanza, y son hechas para dar testimonio de mí”, lo cual inspiró a Goethe a enseñar que las cosas temporales son tipos de las cosas espirituales.

El universo, compuesto de cosas grandes y pequeñas —las menores simbolizando a las mayores— es un vasto poema. Lleno de tipos y prefiguraciones, lo visto y lo oído dan testimonio de lo no visto y lo no oído; es una profecía poderosa, siempre cumpliéndose y aguardando un cumplimiento mayor… Viendo en parte, ¿qué contemplamos?

Que existe un simbolismo interminable: todas las cosas visibles, audibles o de cualquier modo perceptibles tipifican cosas mayores hacia las cuales, por las sendas del progreso eterno, todas avanzan.

Que el hombre es símbolo de Dios, así como el hijo es símbolo del padre, capaz, mediante el crecimiento y el desarrollo —por la educación completa de sus facultades mentales, físicas, morales y espirituales— de llegar a ser aquello que simboliza, floreciendo de lo humano a lo divino.

Que la Tierra simboliza el Cielo, aunque ofrece por sus condiciones un contraste con el Cielo; y que mediante ese contraste y esas condiciones el espíritu del hombre obtiene la educación a la que aspira; tras lo cual el contraste desaparece, y la Tierra, también educada, llega a ser Cielo.

Que el Tiempo, con todas sus edades, es una cadena, un clímax, una escala ascendente de dispensaciones, una que se funde con otra y todas en una, como arroyos y ríos que se mezclan con el océano.

Que el pasado simbolizó el presente; fue preparatorio y productor del presente; y que el presente, también simbólico, siembra la semilla y prefigura el futuro.

Que el Tiempo, con sus siglos, es tipo de la Eternidad con sus eones, siendo aquellos siglos tipificados a su vez por años, meses, semanas, días y las subdivisiones más pequeñas de la duración eterna.

Que los hombres y las naciones, desde el principio, han abierto camino para otros hombres y otras naciones; que las vidas humanas y los acontecimientos humanos, como secciones de una maquinaria movida por la ingeniería de la Omnipotencia, se han ajustado e impulsado mutuamente, bajo la mente y la mano maestras que todo lo hacen bien.

A través de todos estos cambios y vicisitudes, ya sean del Tiempo o de la Eternidad, la inteligencia inmortal del hombre pasa, cosechando lo que ha sembrado y avanzando por la experiencia de altura en altura de conocimiento, poder, gloria y dominio.

Este es “el secreto abierto—abierto para todos, visto por casi nadie”. (Improvement Era, julio de 1926, vol. XXIX, núm. 9)


Moisés 6:64 — “Adán… y lo arrebató el Espíritu del Señor, y fue llevado al agua.”


Este pasaje enseña que las ordenanzas del evangelio se realizan bajo la dirección directa del Espíritu del Señor. Que Adán sea “arrebatado” por el Espíritu indica que no actúa por iniciativa propia ni por tradición humana, sino bajo mandato y guía divina. Doctrinalmente, esto afirma que el bautismo no es una invención cultural ni un rito simbólico tardío, sino una ordenanza revelada desde el principio, administrada conforme a la voluntad de Dios. El Espíritu conduce a Adán al agua, mostrando que Dios mismo dirige el proceso por el cual Sus hijos entran en el camino del convenio.

Además, el hecho de que Adán sea “llevado al agua” subraya que la obediencia precede al pleno entendimiento, pero nunca está separada de la revelación. Adán confía en la guía del Espíritu aun antes de comprender completamente el significado de la ordenanza, lo cual enseña que la fe verdadera se manifiesta en acción. Doctrinalmente, Moisés 6:64 testifica que el Espíritu no solo enseña después del bautismo, sino que también prepara, conduce y confirma las ordenanzas salvadoras. Así, el bautismo de Adán se presenta como un modelo eterno: el hombre es guiado por el Espíritu a obedecer, y mediante esa obediencia entra en una relación de convenio con Dios.

¿Quién iba a bautizar a Adán? ¿Enviaría Dios a un ángel de otro planeta para efectuar el bautismo de Adán? ¿Quién puso las manos sobre su cabeza para darle el Espíritu Santo? Si el bautismo de Adán no se realizó exactamente de la misma manera que el nuestro, ¿debería eso inquietarnos?

Dios bautizó a Adán. No necesitó ayuda. No tuvo que efectuar físicamente la ordenanza; la realizó espiritualmente por el poder del sacerdocio, haciendo que el Espíritu lo llevara al agua. Así, Adán fue bautizado por Dios mismo. No debería sorprendernos demasiado. Algunos profetas del Antiguo Testamento recibieron el sacerdocio de la misma manera. El profeta José registró que “fueron ordenados por Dios mismo”. (Teachings of the Prophet Joseph Smith, 181)

George F. Richards

Aquí se describe el modo del bautismo que se originó con Adán, el primer hombre. Dios nunca ha autorizado ningún otro tipo de bautismo por agua. Y el bautismo por agua no está completo hasta que la persona es bautizada por fuego, o el Espíritu Santo… tal como fue el orden de las cosas en la Iglesia Primitiva. (Conference Report, octubre de 1934, sesión de la tarde, 73)


Moisés 6:67 — “el orden de aquel que no tuvo principio de días ni fin de años”


Esta expresión enseña la eternidad del sacerdocio y de la autoridad divina. El “orden” al que se alude no pertenece a una institución temporal ni a una dispensación limitada, sino que procede de Aquel que es eterno. Doctrinalmente, esto afirma que el poder mediante el cual Dios obra —revela, salva y santifica— no tiene origen humano ni caducidad histórica. El sacerdocio existe porque Dios existe, y como Él no tiene principio ni fin, Su orden permanece inmutable a través de todas las edades.

Además, este pasaje revela que el acceso a ese orden eterno transforma al hombre. Ser hecho partícipe de un orden sin principio de días ni fin de años implica ser invitado a vivir conforme a leyes eternas y a entrar en una relación de convenio que trasciende la mortalidad. Doctrinalmente, Moisés 6:67 enseña que el sacerdocio conecta al hombre con lo eterno, orientando su vida hacia la santidad y la vida eterna. Así, este “orden” no solo autoriza actos sagrados, sino que conduce al hombre a participar del carácter, el poder y el propósito eterno de Dios.

B. H. Roberts

En Doctrina y Convenios tenemos la continuidad del Sacerdocio de Melquisedec trazada a través de la línea de los padres desde Moisés hasta Abraham, desde Abraham hasta Noé y desde Noé hasta Adán (D. y C. 84:6–17); y no veo cómo este sacerdocio pueda existir entre los hombres sin el Evangelio, pues para eso existe este sacerdocio: para administrar las ordenanzas del Evangelio; y se obtiene mediante la obediencia al Evangelio. (The Gospel and Man’s Relationship to Deity [Salt Lake City: Deseret News, 1901], 231–232)

Ezra Taft Benson

Adán y su posteridad fueron mandados por Dios a ser bautizados, a recibir el Espíritu Santo y a entrar en el orden del Hijo de Dios. Entrar en el orden del Hijo de Dios es equivalente hoy a entrar en la plenitud del Sacerdocio de Melquisedec, la cual se recibe únicamente en la casa del Señor. (Selected Writings of Robert L. Millet: Gospel Scholars Series [Salt Lake City: Deseret Book Co., 2000], 279)

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