Moisés 7
Introducción
Moisés 7 presenta el clímax del ministerio del profeta Enoc, mostrando cómo la palabra de Dios, predicada con poder y autoridad, transforma a un pueblo entero. Enoc instruye y dirige con revelación, y el poder del Señor se manifiesta de tal manera que incluso las montañas se mueven, simbolizando que ninguna oposición —natural o espiritual— puede resistir la palabra divina. Este capítulo enseña que la verdadera autoridad profética no se limita a enseñar doctrina, sino que conduce a la santificación colectiva.
Como resultado de esa obediencia y rectitud, se establece la ciudad de Sion, caracterizada por la unidad, la justicia y la pureza de corazón. Sion no es simplemente un lugar geográfico, sino una condición espiritual: un pueblo que vive conforme a los convenios de Dios, donde “no hay pobres entre ellos” y donde el Señor mora con Su pueblo. Moisés 7 enseña que Sion es el ideal social del plan de salvación, posible únicamente cuando los corazones están alineados con la voluntad divina.
Finalmente, el capítulo eleva la mirada de Enoc hacia el futuro y revela el alcance eterno del plan de Dios. Enoc contempla la venida del Hijo del Hombre, Su sacrificio expiatorio y la resurrección de los santos, así como la Restauración del evangelio, el Recogimiento de Israel, la Segunda Venida y el regreso de Sion en los últimos días. De este modo, Moisés 7 conecta la Sion antigua con la Sion futura y enseña que Dios prepara a Su pueblo en todas las dispensaciones para unirse finalmente en rectitud y gloria con el Salvador.
Moisés 7:1 — “muchos han creído y han llegado a ser hijos de Dios.”
La declaración de que “muchos han creído y han llegado a ser hijos de Dios” revela una verdad central del evangelio: la filiación divina es una condición espiritual que se recibe por medio de la fe y la obediencia, no solo un estado creado. En el contexto del ministerio de Enoc, creer no fue un acto pasivo ni meramente intelectual, sino una respuesta activa al llamado profético. Aquellos que creyeron aceptaron la palabra del Señor, se arrepintieron y entraron en una relación de convenio con Dios, lo cual los transformó de simples oyentes en hijos e hijas espirituales, es decir, herederos de Sus promesas.
Doctrinalmente, llegar a ser “hijos de Dios” implica adopción espiritual mediante Cristo. Aunque todos somos creación de Dios, solo quienes ejercen fe en Él, aceptan Su palabra y viven conforme a ella llegan a participar plenamente de Su familia del convenio. En Moisés 7:1, este lenguaje anticipa la doctrina del nuevo nacimiento: el pueblo de Enoc no solo cambió su conducta, sino también su identidad. Pasaron de una condición caída y separada a una relación filial, caracterizada por obediencia, santificación y comunión con Dios.
Este pasaje también enseña que la fe verdadera produce una comunidad transformada. No dice que “unos pocos” creyeron, sino “muchos”, lo cual explica cómo Sion pudo establecerse: una sociedad de personas que habían llegado a ser hijos de Dios en carácter, no solo en nombre. Así, Moisés 7:1 muestra que la edificación de Sion comienza cuando hombres y mujeres creen profundamente, aceptan su identidad divina y viven como verdaderos hijos de Dios, reflejando Su voluntad en lo individual y en lo colectivo.
¿Por qué estas almas justas tuvieron que “llegar a ser hijos de Dios”? ¿Acaso no somos todos hijos e hijas de nuestro Padre Celestial?
En espíritu, somos Sus hijos, pero uno de los efectos de la Caída es que ya no podemos soportar Su presencia. Es casi como si perdiéramos nuestra herencia. Por aterrador que suene, es como ser expulsados de la familia. ¿Cómo recuperamos nuestra herencia? Siguiendo el plan del Evangelio, creyendo en Dios y haciendo convenios sagrados. Al hacerlo, llegamos a ser hijos e hijas de Dios y calificamos nuevamente para una herencia gloriosa. La fe es el primer ingrediente de este proceso:
“Y ahora, a causa del convenio que habéis hecho, seréis llamados los hijos de Cristo, sus hijos y sus hijas; porque he aquí, hoy Él os ha engendrado espiritualmente; porque decís que vuestros corazones han sido cambiados por la fe en Su nombre; por tanto, habéis nacido de Él y habéis llegado a ser Sus hijos y Sus hijas.”(Mosíah 5:7) Véase también el comentario de Génesis 6:2.
Moisés 7:2 — “Vuélvete y asciende al monte de Simeón.”
El mandato divino: “Vuélvete y asciende al monte de Simeón” enseña que el progreso espiritual requiere separación deliberada y obediencia inmediata. El “volverse” implica un cambio de dirección —dejar atrás lo común o lo que distrae— para responder al llamado del Señor. Ascender a un monte, en la revelación bíblica, simboliza elevarse por encima de lo terrenal para recibir instrucción celestial. Así, antes de mostrarle grandes visiones y encomendarle la obra de Sion, el Señor invita a Enoc a colocarse en un espacio de santidad, preparación y enfoque espiritual.
Doctrinalmente, este pasaje afirma que la revelación profunda suele seguir a la consagración personal. El monte no es solo un lugar físico, sino un estado espiritual: subir implica esfuerzo, disciplina y fe. Enoc debía actuar primero —obedecer y ascender— para luego recibir mayor luz. De este modo, Moisés 7:2 enseña que quienes desean comprender la voluntad de Dios y participar en Su obra redentora deben estar dispuestos a apartarse, elevarse y responder al llamado divino con prontitud, confiando en que el Señor revela Sus propósitos a quienes se colocan, voluntariamente, en terreno sagrado.
Bruce R. McConkie
¡Las montañas del Señor! ¡Las montañas del Gran Jehová! ¡Los lugares santos donde han pisado las plantas de Sus pies! ¡Cuán majestuosas son! Y son los picos elevados y las cumbres coronadas de nubes donde los templos del Señor —todos ellos— serán edificados en los últimos días.
En todos los días de Su bondad, las alturas de las montañas han sido los lugares escogidos por el Señor para comunicarse con Su pueblo. Las experiencias de Enoc, de Moriancúmer y de Moisés muestran cómo el Señor se dignó tratar con Sus siervos cuando ellos se elevaron temporal y espiritualmente hacia las alturas del cielo. (The Millennial Messiah: The Second Coming of the Son of Man [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1982], 274)
Moisés 7:3–4 — “vi abrirse los cielos… y vi al Señor… cara a cara”
La frase “vi abrirse los cielos… y vi al Señor… cara a cara” enseña que la revelación plena es una dádiva divina que sigue a la obediencia y la santificación. La apertura de los cielos simboliza la eliminación de la barrera espiritual entre Dios y el ser humano; no es el hombre quien irrumpe en lo divino, sino Dios quien, en Su gracia, se revela. Ver al Señor “cara a cara” no describe solo una experiencia visual, sino una comunión directa, una relación de conocimiento y cercanía que transforma al profeta y confirma su llamado.
Doctrinalmente, este pasaje afirma que Dios se deja conocer personalmente por aquellos que Él prepara. Enoc no recibe esta visión para su exaltación personal, sino para capacitarlo en su misión redentora. La experiencia “cara a cara” implica alineación de voluntad, pureza de corazón y confianza mutua entre Dios y Su siervo. Así, Moisés 7:3–4 enseña que la revelación más elevada no es un fin en sí mismo, sino un medio mediante el cual el Señor instruye, comisiona y transforma a Sus siervos para bendecir a otros y edificar Su obra en la tierra.
Spencer W. Kimball
La visión de Enoc fue sobrecogedora. Él dijo:
“…estando yo sobre el monte, vi los cielos abiertos, y fui revestido de gloria;
y vi al Señor; y Él estaba delante de mi rostro, y habló conmigo, así como un hombre habla con otro, cara a cara; y me dijo: Mira, y te mostraré el mundo por el espacio de muchas generaciones.” (Moisés 7:3–4)
Abraham fue conocido como “el amigo de Dios”, y dijo:
“…yo, Abraham, hablé con el Señor cara a cara, como un hombre habla con otro; y Él me habló de las obras que Sus manos habían hecho.” (Abraham 3:11)
Y por medio de Aarón y Miriam, el Señor describió Sus revelaciones a Moisés:
“Si hay entre vosotros profeta, yo Jehová me daré a conocer a él en visión, y hablaré con él en sueños.
No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa.
Cara a cara hablaré con él, claramente, y no por figuras; y él verá la semejanza de Jehová; ¿por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” (Números 12:6–8)
Estas experiencias tan extraordinariamente importantes son tan poco comunes que, en toda la historia registrada, solo hay un pequeño número que pueda comparárseles. Pocas revelaciones, ya sea a Moisés, a Abraham o a José Smith, fueron tan espectaculares. (Faith Precedes the Miracle [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1972], 24)
Hugh Nibley
Es procedimiento estándar en los escritos apocalípticos que el héroe sea introducido a la cosmología durante su visita a los reinos celestiales; en estos relatos, el leitmotiv es la gloria en grados variables, y lo que se aplica a una visita celestial se aplica a otra, de modo que las mismas descripciones encajan con la experiencia de Enoc, Moisés, Abraham, Elías, etc.
Primero, se establece el principio de que la gloria solo puede experimentarse en la medida en que uno esté capacitado para compartirla. La persona que ha de contemplar la gloria de Dios debe primero ser “revestida de gloria”, es decir, envuelta en esa misma gloria:
“…siendo vestidos con ropas de justicia… en gloria, así como yo… para recibir una corona de justicia, y ser revestidos, así como yo, para estar conmigo, para que seamos uno.” (D. y C. 29:12–13; cursivas añadidas)
Así sucedió con Enoc:
“Vi los cielos abiertos… Y el Señor dijo a Miguel: ‘Ve y saca a Enoc de sus vestiduras terrenales, úngelo con mi dulce ungüento y vístelo con las vestiduras de mi gloria…’.
Y yo, Enoc, me miré a mí mismo, y era como uno de Sus gloriosos; y no había diferencia.” (Secretos de Enoc 22:8; véase también Enoc eslavo 9)
Después de que Enoc es vestido con vestiduras de gloria:
“El Señor me llamó con Su boca y dijo: ‘Ten ánimo, Enoc, no temas; permanece delante de Mi rostro por la eternidad’. Y… Miguel me llevó delante del rostro de Dios.” (Enoch the Prophet, ed. Stephen D. Ricks [Salt Lake City y Provo: Deseret Book Co., FARMS, 1986], 229)
Moisés 7:7–8 — “la tierra será estéril e infecunda… el Señor maldecirá la tierra con mucho calor”
La declaración no debe entenderse únicamente como un castigo físico o ambiental, sino como una consecuencia espiritual del rechazo persistente de la palabra de Dios. En el contexto del ministerio de Enoc, la esterilidad de la tierra refleja la esterilidad del corazón humano: cuando los hombres endurecen su corazón, rechazan el arrepentimiento y se separan del orden divino, la creación misma responde a esa ruptura del convenio. La tierra, creada para sostener la vida y dar fruto, deja de cumplir plenamente su propósito cuando quienes la habitan se rebelan contra el Creador. Así, la maldición es tanto un testimonio visible del pecado como una advertencia misericordiosa que llama al arrepentimiento.
Doctrinalmente, este pasaje enseña que existe una relación profunda entre la rectitud humana y el bienestar de la creación. El “mucho calor” simboliza más que condiciones físicas extremas; representa la retirada de la influencia santificadora del Espíritu del Señor. Cuando esa influencia se pierde, sobrevienen desorden, sufrimiento y escasez. Sin embargo, el propósito final de estas advertencias no es la destrucción, sino la redención: Dios permite que la tierra y la sociedad experimenten las consecuencias del pecado para que los hombres reconozcan su dependencia de Él y vuelvan a hacer convenios. Moisés 7:7–8, por tanto, subraya una verdad central del plan de salvación: la obediencia trae vida y fruto, mientras que la rebelión produce esterilidad espiritual y separación de Dios.
Adán y Eva fueron expulsados del Jardín a un ambiente que ya era inhóspito. Luego, para empeorar las cosas, la tierra fue maldecida para que fuera estéril e infructífera. Después del diluvio, esta maldición fue levantada:
“Y dijo Jehová en su corazón: No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre…
Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche.” (Génesis 8:21–22)
Joseph F. Smith
[Dios] puso Su maldición sobre… la tierra de Canaán y la hizo estéril e infructífera; y con la misma certeza puede enviar el insecto devorador para barrer de la tierra las cosechas que hay sobre ella, y puede azotar a las naciones que se jactan de su riqueza y de su poder para resistir las providencias de Dios. Él puede enseñarles una lección cuando lo desee; y cuando llegue el tiempo, tan cierto como Dios vive, Él les enseñará una lección. (Brian H. Stuy, ed., Collected Discourses, 5 vols. [Burbank, Calif., y Woodland Hills, Utah: B.H.S. Publishing, 1987–1992], vol. 3, 16 de julio de 1893)
Moisés 7:8 — “vino un color obscuro sobre todos los hijos de Canaán”
Debe leerse doctrinalmente como un lenguaje simbólico y teológico, no como una descripción biológica ni racial. En el marco del relato de Enoc, el “color” funciona como una metáfora del estado espiritual de un pueblo que se ha apartado deliberadamente de Dios. En las Escrituras, la luz y la oscuridad se usan con frecuencia para representar verdad y error, vida espiritual y alejamiento de Dios. Así, la “oscuridad” señala la pérdida de luz espiritual, la ausencia de la influencia del Espíritu y la adopción de prácticas contrarias al orden divino, no una condición física ni un valor moral inherente a las personas.
Doctrinalmente, este pasaje enseña que la separación de Dios produce ceguera espiritual. Cuando un pueblo rechaza repetidamente el arrepentimiento y la revelación, su percepción se oscurece: ya no discierne la verdad con claridad, normaliza la violencia y la injusticia, y pierde sensibilidad a la voz del Señor. En ese sentido, la “oscuridad” es consecuencia —no causa— del alejamiento espiritual. La advertencia de Enoc no busca etiquetar ni condenar por identidad, sino describir el efecto inevitable de vivir fuera de los convenios de Dios.
Finalmente, Moisés 7:8 apunta a una verdad central del evangelio: toda persona y todo pueblo pueden volver a la luz mediante el arrepentimiento y la obediencia. La oscuridad espiritual no es permanente ni hereditaria; es una condición reversible cuando se acepta la gracia de Dios. Este pasaje, leído correctamente, invita a examinar el propio corazón y a escoger la luz de Cristo, recordando que el Señor “no hace acepción de personas” y que Su obra es llevar a todos Sus hijos de la oscuridad a la luz, de la separación a la comunión con Él.
La mayoría ha supuesto que los hijos de Canaán eran descendientes de Caín. Esta puede no ser una suposición justa, ya que el origen del término Canaán parece ser el nombre de una tierra o grupo de tierras y no tiene una conexión directa con el hijo homicida de Adán. Draper y otros concuerdan: “Este pueblo no es el mismo que ‘la descendencia de Caín’ (Moisés 7:22)… sus nombres tribales tienen un origen diferente”. (The Pearl of Great Price: A Verse by Verse Commentary, R. D. Draper, S. K. Brown, M. D. Rhodes, [SLC: Deseret Book, 2005], 115). Además, los descendientes de Caín vivieron en una ciudad de Enoc (una ciudad inicua construida mucho antes de Sion), no en la tierra de Canaán (Génesis 4:17). Aparte de eso, ¿por qué la visión de Enoc mostraría específicamente que vino una negrura sobre los cananeos, si —como descendientes de Caín— ya tenían piel oscura (Moisés 7:22)?
No nos gusta pensar en Dios maldiciendo a Sus hijos, pero hay ejemplos del Antiguo Testamento con los que debemos lidiar. En realidad, es tan importante comprender las maldiciones de Dios como Sus bendiciones. Caín fue maldecido por asesinar a Abel (Génesis 4:11–12); Lamec fue maldecido por matar “a causa del juramento” (Moisés 5:52); los cananeos fueron maldecidos por destruir al pueblo de Shum; y los descendientes de Cam fueron maldecidos a causa de la indiscreción de Cam (Abraham 1:26; Génesis 9:20–25).
Mientras que la maldición de Caín fue por cometer el primer asesinato, quizá la maldición de los cananeos fue por cometer el primer acto de genocidio, aparentemente exterminando por completo al pueblo de Shum. Las consecuencias de la maldición incluyen: 1) la pérdida del evangelio; 2) que la tierra llegue a ser estéril e infructífera; y 3) una marca de piel oscura para causar separación de los hijos de Dios. No se menciona nada con respecto al sacerdocio en relación con Caín o con los cananeos. En las Escrituras, es con los descendientes de Cam que la maldición se relaciona con el sacerdocio; pero en el caso de los descendientes de Caín y de los cananeos, cabe preguntar: “¿Habrían tenido el sacerdocio si no tenían el evangelio?”
Moisés 7:13 — “tan grande fue la fe de Enoc que dirigió al pueblo de Dios… a la batalla contra ellos”
Se enseña que la fe de Enoc no fue pasiva ni meramente interior, sino una fe viva que se manifestó en liderazgo, obediencia y acción conforme a la voluntad de Dios. El poder que permitió a Enoc dirigir al pueblo de Dios incluso en la batalla no procedía de fuerza militar ni de estrategia humana, sino de su absoluta confianza en el Señor. Esta fe alineó al pueblo con el poder divino, de modo que el Señor mismo peleó por ellos. El pasaje subraya que cuando la fe está centrada en Dios, Él puede transformar a un pueblo humilde en un instrumento para cumplir Sus propósitos, aun frente a enemigos superiores en número o poder.
Doctrinalmente, este versículo revela que la fe verdadera capacita a los siervos de Dios para guiar y proteger a Su pueblo en medio de oposición. La “batalla” que enfrentaron no solo representa un conflicto físico, sino también la lucha entre justicia e iniquidad. Enoc no condujo al pueblo por ambición ni violencia, sino como parte de la obra redentora del Señor, que busca preservar la rectitud y preparar un pueblo santo. Así, Moisés 7:13 enseña que la fe centrada en Dios concede autoridad espiritual, inspira unidad y permite que el poder del cielo intervenga decisivamente en favor de los justos.
“Tres mil años antes del nacimiento de Cristo, la paz en la que había estado viviendo el pueblo del Señor fue quebrantada cuando feroces enemigos se movieron contra ellos. La historia no registra la razón del odio que impulsó al ejército atacante, pero parecían decididos a exterminar a estos primeros santos. Los soldados debieron sentirse muy confiados al marchar en formación de batalla hacia aquella tierra pacífica. Pero en lugar de victoria encontrarían una derrota ignominiosa, que ocurrió de maneras que no podían haber imaginado.
“Al menos 65 años antes de la invasión, Jared y su esposa, seguidores de Dios, habían recibido a un hijo en su hogar. Lo llamaron Enoc, palabra que significa ‘maestro’. Enoc creció en rectitud hasta que, aparentemente cuando tenía 65 años, el Señor lo llamó para que fuera Su portavoz. El Señor le prometió: ‘Mi Espíritu está sobre ti; por tanto, justificaré todas tus palabras; y las montañas huirán delante de ti, y los ríos se apartarán de su curso’ (Moisés 6:34).
“El Señor no hablaba en hipérbole. Los ejércitos enemigos se acercaron, ‘y tan grande fue la fe de Enoc que guio al pueblo de Dios, y sus enemigos vinieron a combatir contra ellos; y él habló la palabra del Señor, y la tierra tembló, y las montañas huyeron, aun conforme a su mandato; y los ríos de agua se desviaron de su curso… y todas las naciones temieron grandemente, tan poderosa era la palabra de Enoc’ (Moisés 7:13).
“No cuesta imaginar el asombro que debió sobrecoger a aquel ejército que avanzaba cuando la tierra se sacudió y se estremeció y ríos enteros fueron desviados de su curso. El registro nos dice que el ejército atacante huyó a una ‘tierra que salió de las profundidades del mar’, y que ‘salió una maldición sobre todos los pueblos que lucharon contra Dios’ (Moisés 7:14–15). Pocas personas han ejercido un poder tan formidable, pero Enoc había demostrado ser digno ante los ojos de Dios para ejercerlo”. (Richard D. Draper, “Enoch: What Modern Scripture Teaches,” Ensign, enero de 1998, 29)
Jeffrey R. Holland
Les pido a todos que recuerden a Enoc mientras vivan. Este es el joven que, al ser llamado a una tarea aparentemente imposible, dijo: “¿Por qué he hallado favor ante tus ojos, siendo yo solo un muchacho, y todo el pueblo me aborrece?… pues soy tardo en el habla…” (Moisés 6:31).
Enoc fue un creyente. Enderezó la espalda, afirmó los hombros y siguió adelante, tartamudeando en su camino. Un Enoc común, sin dones especiales, inferior. Y esto es lo que los ángeles vendrían a escribir acerca de él:
“Y tan grande fue la fe de Enoc que guio al pueblo de Dios, y sus enemigos vinieron a combatir contra ellos; y él habló la palabra del Señor, y la tierra tembló, y las montañas huyeron conforme a su mandato; y los ríos de agua fueron desviados de su curso; y se oyó el rugido de los leones desde el desierto; y todas las naciones temieron grandemente, tan poderosa fue la palabra de Enoc, y tan grande el poder del lenguaje que Dios le había dado.” (Moisés 7:13)
¡Enoc, común y aparentemente inadecuado! Cuyo nombre ahora es sinónimo de rectitud trascendente. La próxima vez que te sientas tentado a pintar tu autorretrato en un gris sombrío, realzado con un beige apagado, recuerda que así también se han sentido algunos de los hombres y mujeres más espléndidos de este reino. Te digo lo que Josué dijo a las tribus de Israel cuando enfrentaban una de sus tareas más difíciles: “Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros” (Josué 3:5). (New Era, octubre de 1980, 11)
Moisés 7:14 — “también salió una tierra de las profundidades del mar”
La expresión “también salió una tierra de las profundidades del mar” manifiesta el poder creador y soberano de Dios sobre la tierra. Este acto no describe simplemente un fenómeno físico, sino una señal de que la creación responde a la palabra del Señor cuando Su propósito redentor está en marcha. La aparición de tierra desde el mar simboliza orden emergiendo del caos, vida brotando donde antes no había posibilidad aparente. En el contexto del ministerio de Enoc, la tierra misma testifica que Dios interviene activamente para sostener y proteger a un pueblo justo.
Doctrinalmente, este versículo enseña que toda la creación participa del plan divino y da testimonio de la autoridad de Dios. Así como la tierra obedeció Su mandato, los seres humanos son invitados a someterse voluntariamente a Su voluntad. La imagen de tierra que surge del mar también puede entenderse como una figura de esperanza y renovación: Dios puede hacer surgir estabilidad, refugio y futuro aun en medio de circunstancias profundas y turbulentas. Moisés 7:14 afirma que cuando el pueblo vive en fe y rectitud, el poder creador del Señor se manifiesta no solo espiritualmente, sino también en la esfera misma de la creación.
Hugh Nibley
En lugar de un diluvio enviado de improviso sobre una comunidad sorprendida en un buen día cualquiera, en Enoc tenemos el cuadro de un largo período de preparación durante el cual la creciente inquietud de los elementos amonesta claramente a la raza humana a enmendar sus caminos… La propia tierra, en los días de Enoc, se volvió cada vez más inquieta. El mar fue primero retirándose, y los peces quedaban boqueando; y en la versión de José Smith, efectivamente, “también salió una tierra de las profundidades del mar” (Moisés 7:14). Entonces los malvados invadieron la nueva tierra, tal como Enoc lo había profetizado, y todo el pueblo estuvo lleno de temor y temblor:
“Y el temor los tomará hasta los confines de la tierra, y los altos montes serán sacudidos y caerán y se disolverán, fluirán hacia abajo y se convertirán en canales laterales y se derretirán como cera ante la llama; y la tierra será hendida con resquebrajamientos y rupturas, y todo lo que hay sobre la tierra será destruido”.
Este pasaje de la versión eslava (un relato apócrifo) describe la misma escena que en Moisés 7:13–14, donde los montes fluyen hacia abajo, los ríos son cambiados y la tierra tiembla cuando Enoc habla la palabra del Señor. Los montes se sacudieron, y todos los pueblos tuvieron miedo; los ríos fueron desviados de su curso, y la tierra se levantó del mar: el mismo cuadro. Esto ya no suena tan fantástico como antes. Cualquier catástrofe de la magnitud del diluvio debió haber estado acompañada de grandes disturbios preliminares, además de efectos secundarios, exactamente como los que se describen aquí. (Enoch the Prophet, ed. Stephen D. Ricks [Salt Lake City y Provo: Deseret Book Co., FARMS, 1986], 12–13)
Moisés 7:15 — “los gigantes de la tierra también se quedaron lejos.”
Se subraya el efecto protector del poder de Dios sobre Su pueblo cuando vive en rectitud. Los “gigantes” representan fuerzas que parecen invencibles desde una perspectiva humana: poder, violencia, orgullo y dominio opresivo. El hecho de que se mantuvieran a distancia no se atribuye a la capacidad militar del pueblo de Enoc, sino a la presencia divina que lo rodeaba. Doctrinalmente, este versículo enseña que la santidad crea un espacio donde el mal pierde influencia y autoridad.
Además, el pasaje recalca que la verdadera seguridad no proviene de alianzas humanas ni de fuerza física, sino de una vida alineada con Dios. Al mantenerse fieles, el pueblo de Enoc fue separado espiritualmente de la corrupción del mundo, y esa separación produjo protección. Así, Moisés 7:15 enseña que cuando un pueblo o una persona permanece firme en convenios y obediencia, incluso las amenazas más temibles pueden ser contenidas por el poder del Señor, quien pone límites al mal y preserva a los justos conforme a Su propósito eterno.
Los cuentos de hadas sobre habichuelas mágicas, ogros y monstruos nos dan ideas fantásticas e imaginarias cuando pensamos en el término gigantes. En las Escrituras, el término simplemente significa un grupo de personas de gran estatura. No eran sobrenaturales. No tenían poderes especiales. Simplemente eran grandes. Como resultado, eran temidos como enemigos debido a su tamaño. La Biblia registra la existencia de una raza de gigantes hasta los días de Josué (Josué 11:20–22). El clan de los anaceos era particularmente alto y sembró temor en el corazón de algunos israelitas faltos de fe (Números 13:31–33).
Moisés 7:16 — “de allí en adelante hubo guerras y derramamiento de sangre entre ellos.”
Marca una consecuencia directa de la separación entre el pueblo justo de Enoc y las naciones que rechazaron a Dios. Al alejarse de la influencia divina y de los principios del evangelio, esos pueblos quedaron entregados a sus propias pasiones, ambiciones y temores. Doctrinalmente, el versículo enseña que la violencia surge cuando se pierde la guía del Señor: el rechazo de la verdad conduce a la desintegración moral y social, y finalmente a conflictos destructivos entre los hombres.
Este pasaje también subraya un principio eterno: la paz es fruto de la rectitud, mientras que la guerra es resultado del pecado persistente. El “derramamiento de sangre” no se presenta como algo aprobado por Dios, sino como una trágica evidencia de lo que ocurre cuando las personas endurecen su corazón y se apartan de los convenios. Moisés 7:16 testifica que la ausencia de Dios deja un vacío que el mundo llena con contienda y violencia, y contrasta implícitamente esa condición con la paz, unidad y protección que disfrutaba el pueblo de Enoc al caminar en justicia.
Los días de Enoc son un tipo de los últimos días. Los profetas de los últimos días, desde José Smith hasta hoy, tienen colectivamente la asignación de hacer lo que hizo Enoc: conducirnos hasta que seamos dignos de otra gran ciudad de Sion. El modelo está establecido. El pueblo del mundo se deteriorará. Habrá una maldad progresivamente mayor hasta que haya guerras y derramamiento de sangre entre todos los pueblos que no pertenezcan al reino de Dios; “será el único pueblo que no estará en guerra unos con otros” (Doctrina y Convenios 45:69).
José Smith
Se acerca rápidamente el tiempo en que ningún hombre tendrá paz sino en Sion y en sus estacas.
Vi hombres que cazaban las vidas de sus propios hijos, y hermanos que asesinaban a hermanos; mujeres que mataban a sus propias hijas, e hijas que buscaban la vida de sus madres. Vi ejércitos alineados contra ejércitos. Vi sangre, desolación y fuegos. El Hijo del Hombre ha dicho que la madre estará contra la hija, y la hija contra la madre. Estas cosas están a nuestras puertas. Seguirán a los santos de Dios de ciudad en ciudad. Satanás se enfurecerá, y el espíritu del diablo está ahora airado. No sé cuán pronto ocurrirán estas cosas; pero teniendo una visión de ellas, ¿clamaré paz? No; alzaré mi voz y daré testimonio de ellas. Cuánto tiempo tendrán buenas cosechas y se mantendrá alejada el hambre, no lo sé; cuando la higuera eche hojas, sabed entonces que el verano está cerca. (Teachings of the Prophet Joseph Smith, sel. y org. Joseph Fielding Smith [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1976], 233)
Moisés 7:17 — “el temor del Señor cayó sobre todas las naciones”
No se describe un miedo irracional, sino un reconocimiento profundo del poder, la justicia y la autoridad de Dios. Este temor surge al presenciar las obras del Señor manifestadas por medio de Enoc y Su pueblo, y actúa como testimonio de que Dios gobierna sobre las naciones. Doctrinalmente, el “temor del Señor” implica reverencia, conciencia moral y reconocimiento de que el juicio divino es real. Cuando Dios se manifiesta con poder, incluso quienes no lo siguen perciben que no están fuera de Su alcance.
Además, este versículo enseña que la influencia de un pueblo justo puede extenderse más allá de sus propias fronteras. Aunque muchas naciones no se arrepintieron, el temor del Señor que cayó sobre ellas funcionó como un freno temporal al mal y como una advertencia misericordiosa. Moisés 7:17 revela que Dios utiliza tanto Su poder como Su paciencia para llamar a las personas al arrepentimiento. Así, el temor del Señor no solo señala juicio, sino también una invitación implícita a reconocerlo, humillarse y volver el corazón hacia Él antes de que las consecuencias del pecado se hagan irrevocables.
Cuando Dios pelea tus batallas, esto engendra gran temor en el enemigo:
“Cuando todos los reyes de los amorreos… y… los cananeos… oyeron que Jehová había secado las aguas del Jordán delante de los hijos de Israel hasta que pasaron… su corazón desfalleció, y no hubo más espíritu en ellos” (Josué 5:1).
A medida que Sion se edifique en los últimos días, el efecto sobre los pueblos será el mismo que en los días de Enoc o de Josué:
“Y se llamará la Nueva Jerusalén, tierra de paz, ciudad de refugio, lugar de seguridad para los santos del Dios Altísimo;
y la gloria del Señor estará allí, y el terror del Señor también estará allí, de modo que los malvados no se acercarán a ella, y se llamará Sion.
Y acontecerá entre los malvados que todo hombre que no tome su espada contra su vecino tendrá que huir a Sion para salvarse.
Y se congregarán a ella de toda nación debajo del cielo; y será el único pueblo que no estará en guerra unos con otros.
Y se dirá entre los malvados: No vayamos a pelear contra Sion, porque los habitantes de Sion son terribles; por tanto, no podemos resistir.
Y acontecerá que los justos serán recogidos de entre todas las naciones, y vendrán a Sion cantando cánticos de gozo eterno.” (Doctrina y Convenios 45:66–71)
John Taylor
Hay una escritura que dice que llegará el tiempo en que el que no quiera tomar su espada para pelear contra su prójimo tendrá que huir a Sion para salvarse. Y vendrán. Pero nosotros debemos prepararnos. Debemos tener la influencia vivificadora del Espíritu de Dios permeando todas nuestras organizaciones, con el sentimiento de que estamos bajo la guía y la protección del Todopoderoso, cada hombre en su lugar, y cada hombre según el orden del sacerdocio en el que Dios lo ha colocado… Este es el tipo de sentimiento que debemos tener y por el cual debemos gobernarnos. (The Gospel Kingdom, sel. y ed. G. Homer Durham [Salt Lake City: Improvement Era, 1941], 71–72)
Moisés 7:18 — “el Señor llamó a su pueblo SION”
“La glorificación de Enoc y de su ciudad ha proporcionado el modelo que todas las demás sociedades de santos han de seguir…
“Al venir estas revelaciones al comienzo de la historia de la Iglesia, también proporcionan un modelo para los santos de los últimos días, quienes —bajo la dirección de la debida autoridad profética y apostólica— procuran establecer Sion conforme al mandamiento del Señor. Como enseñó José Smith: ‘La edificación de Sion es una causa que ha interesado al pueblo de Dios en toda época; es un tema sobre el cual profetas, sacerdotes y reyes han reflexionado con singular deleite’”. (Teachings of the Prophet Joseph Smith, p. 231). (Kent P. Jackson, “An Age of Contrasts: From Adam to Abraham,” Ensign, feb. de 1986, 30)
Bruce R. McConkie
Nótese lo siguiente: Sion es un pueblo; Sion son los santos de Dios; Sion son aquellos que han sido bautizados; Sion son aquellos que han recibido el Espíritu Santo; Sion son aquellos que guardan los mandamientos; Sion son los justos; o, en otras palabras, como declara nuestra revelación: “Esto es Sion: los puros de corazón” (Doctrina y Convenios 97:21). (Ensign, mayo de 1977, 115–18)
David O. McKay
La Sion que edifiquemos seguirá el modelo de los ideales de sus habitantes. Para cambiar a los hombres y al mundo debemos cambiar su manera de pensar, porque aquello que un hombre realmente cree es aquello que realmente ha pensado; lo que en verdad piensa es lo que vive. Los hombres no van más allá de sus ideales; a menudo quedan por debajo de ellos, pero nunca los sobrepasan.
Víctor Hugo dijo: “El futuro de cualquier nación puede determinarse por los pensamientos de sus jóvenes entre los dieciocho y los veinticinco años”. Por ello es fácil comprender por qué el Señor designa a Sion como “…los puros de corazón…” (D. y C. 97:21); y solo cuando seamos tales, y solo cuando tengamos tales personas, Sion “…florecerá, y la gloria del Señor estará sobre ella” (ibíd., 64:41).
El fundamento de Sion, entonces, se colocará en el corazón de los hombres; vastas extensiones de tierra, minas, bosques, fábricas, edificios hermosos y comodidades modernas no serán sino medios y accesorios para la edificación del alma humana y la obtención de la felicidad. (Gospel Ideals, selecciones de los discursos de David O. McKay [Salt Lake City: Improvement Era, 1953], 335)
Brigham Young
Cuando resolvamos hacer una Sion, la haremos; y esta obra comienza en el corazón de cada persona. Cuando el padre de una familia desea hacer una Sion en su propio hogar, debe tomar la iniciativa en esta buena obra, lo cual le es imposible si él mismo no posee el espíritu de Sion. Antes de poder producir la obra de santificación en su familia, debe santificarse a sí mismo; y por este medio Dios puede ayudarle a santificar a su familia.
Moisés 7:18 — “eran uno en corazón y voluntad.”
Se describe el ideal divino de la verdadera unidad espiritual. No se trata de uniformidad externa, sino de una armonía profunda de deseos, propósitos y compromisos centrados en Dios. El pueblo de Enoc había sometido su voluntad a la del Señor, lo que produjo corazones purificados por la fe, el arrepentimiento y los convenios. Doctrinalmente, esta unidad es el fundamento de Sion: cuando los corazones se alinean con Dios, desaparecen el egoísmo, la contienda y la desigualdad espiritual.
Este versículo también enseña que la unidad precede al poder y a la santidad colectiva. Ser “uno en corazón y voluntad” permitió que el Espíritu del Señor morara plenamente entre ellos, creando una sociedad caracterizada por justicia, paz y amor. Moisés 7:18 muestra que la verdadera comunidad del convenio no se edifica solo con estructuras o normas, sino con corazones transformados. Así, Sion se convierte en un modelo eterno que invita a los santos de todas las épocas a buscar esa misma unidad interior como preparación para la presencia y las bendiciones del Señor.
“Un principio vital del evangelio es la unidad. De hecho, es un principio del reino celestial, y Sion no puede edificarse hasta que obedezcamos todas las leyes.
“Este problema de la unidad es uno de los grandes desafíos de la Iglesia hoy, ya que la red del evangelio recoge a los hijos de Dios de toda nación, tribu, lengua y pueblo. Cada uno de nosotros en la Iglesia, y cada uno de los que se unirían a ella, vive en un mundo diferente al de cualquier otra persona. En algunos casos las diferencias son notables; en otros, pueden ser bastante sutiles. Sea cual sea el grado, cada uno de nosotros tiene diferencias inherentes y está influido por fuerzas distintas: culturales, geográficas, económicas, sociales, y muchas más.
“Y, sin embargo, de esta diversidad debe surgir la unidad, la unidad de propósito y el amor.
“A menos que estemos ‘unidos conforme a la unión requerida por la ley del reino celestial’ (D. y C. 105:4), este pueblo no será santificado ni preparado para recibir a Cristo”. (“Editorial: Unity in Diversity,” Ensign, ago. de 1971, 89)
Moisés 7:18 — “no había pobres entre ellos”
Se revela una consecuencia natural de un pueblo que vive plenamente los principios del evangelio. La ausencia de pobreza no se atribuye únicamente a abundancia material, sino a una transformación espiritual que eliminó el egoísmo y promovió el amor cristiano. Doctrinalmente, este pasaje enseña que cuando las personas consagran su corazón al Señor, reconocen que todo lo que poseen proviene de Él y lo administran con justicia y compasión. Así, las necesidades de todos son atendidas porque cada uno ve al prójimo como un hermano o una hermana.
Además, este versículo establece un modelo eterno para la edificación de Sion. “No había pobres entre ellos” implica igualdad de cuidado, dignidad y oportunidad, donde nadie es marginado ni olvidado. Moisés 7:18 enseña que la erradicación de la pobreza es un fruto de la rectitud colectiva y de la obediencia a los convenios, no solo de sistemas económicos. Cuando un pueblo vive unido en amor y responsabilidad mutua, el Señor puede bendecirlo de tal manera que la carencia desaparece y la sociedad refleja más plenamente el orden celestial.
“El mandamiento de restablecer Sion llegó a ser para los santos de los días de José Smith la meta central de la Iglesia. Pero fue una meta que la Iglesia no alcanzó porque su pueblo no estaba plenamente preparado. En la sabiduría de Dios, que comprende el fin desde el principio, la redención de Sion ciertamente vendrá como se prometió, pero no hasta que Él tenga un pueblo preparado que pueda vivir conforme a las leyes de Sion.
“Por ello, resulta de vital importancia considerar: (1) la ley de consagración y el funcionamiento de la orden unida, (2) por qué fracasó el esfuerzo de 1831–34 por implementar esta orden, y (3) cómo el Señor está preparando ahora a un pueblo para la eventual redención de Sion” (William O. Nelson, “To Prepare a People,” Ensign, ene. de 1979, 18–19)
“…es necesario que haya una organización de mi pueblo… para los pobres de mi pueblo, tanto en este lugar como en la tierra de Sion;
para un establecimiento y orden permanente y eterno para mi iglesia, a fin de adelantar la causa que habéis abrazado, para la salvación del hombre y para la gloria de vuestro Padre que está en los cielos;
para que seáis iguales en los vínculos de las cosas celestiales, sí, y también de las cosas terrenales, para la obtención de las cosas celestiales.
Porque si no sois iguales en las cosas terrenales, no podéis ser iguales en la obtención de las cosas celestiales; porque si queréis que yo os dé un lugar en el mundo celestial, debéis prepararos haciendo las cosas que os he mandado y requerido”. (Doctrina y Convenios 78:3–7)
Hugh Nibley
La ley de consagración está expresamente diseñada para el establecimiento de Sion, donde “eran de un solo corazón y de una sola mente, y moraban en rectitud; y no había pobres entre ellos” (Moisés 7:18). Para ello debemos consagrar todo lo que tenemos al conjunto; y, sin embargo, no perdemos nada, porque todos somos uno. Consagrar significa apartar, santificar y renunciar a nuestro interés personal de la manera indicada en el libro de Doctrina y Convenios. Es la ley y el convenio final y decisivo mediante el cual aceptamos formalmente la Expiación y merecemos una participación en ella. (“The Atonement of Jesus Christ, Part 4,” Ensign, oct. de 1990, 27)
Gordon B. Hinckley
Si hemos de edificar esa Sion de la que han hablado los profetas y de la cual el Señor ha dado poderosas promesas, debemos dejar de lado nuestro egoísmo consumado. Debemos elevarnos por encima de nuestro amor por la comodidad y la facilidad, y en el mismo proceso del esfuerzo y la lucha, aun en nuestra extrema necesidad, llegaremos a conocer mejor a nuestro Dios. (Ensign, nov. de 1991, 59)
Spencer W. Kimball
Al viajar y visitar por todo el mundo, reconocemos las grandes necesidades temporales de nuestro pueblo. Y al desear ayudarlos, comprendemos la importancia vital de que aprendan esta gran lección: que el logro más alto de la espiritualidad llega cuando conquistamos la carne. Edificamos carácter cuando alentamos a las personas a atender sus propias necesidades.
Cuando quienes dan dominan sus deseos y ven adecuadamente las necesidades de los demás a la luz de sus propios anhelos, entonces se liberan los poderes del evangelio en su vida. Aprenden que, al ejercer el principio del amor, aseguran no solo la salvación temporal, sino también la santificación espiritual.
Y cuando quien recibe lo hace con gratitud, se regocija al saber que, en su forma más pura —en la verdadera Sion— uno puede participar tanto de la salvación temporal como de la espiritual. Entonces se sienten motivados a llegar a ser autosuficientes y capaces de compartir con otros.
¿No es hermoso el plan? ¿No les conmueve esta parte del evangelio que hace que Sion se vista de sus hermosas vestiduras? Visto de este modo, podemos ver que los Servicios de Bienestar no son un programa, sino la esencia del evangelio. Es el evangelio en acción. (“And the Lord Called His People Zion,” Ensign, ago. de 1984, 3–4)
Moisés 7:19 — “edificó una ciudad que se llamó la Ciudad de Santidad, o sea, Sion”
Se enseña que la santidad es el principio central sobre el cual se edifica la verdadera sociedad del convenio. Sion no fue definida primeramente por muros, estructuras o territorio, sino por su consagración a Dios. El nombre mismo —Ciudad de Santidad— indica que su identidad estaba anclada en la pureza, la justicia y la presencia divina. Doctrinalmente, este versículo muestra que la edificación de Sion comienza con la transformación espiritual de un pueblo que vive en rectitud y armonía con la voluntad del Señor.
Asimismo, el pasaje enseña que Sion es tanto un lugar como una condición espiritual. Enoc “edificó” Sion al guiar a un pueblo que era uno en corazón y voluntad, donde no había pobres y donde Dios podía morar entre ellos. Moisés 7:19 revela que la obra de establecer Sion es una obra de preparación: preparar corazones, relaciones y una comunidad digna de la presencia del Señor. Así, Sion se presenta como un modelo eterno para los santos de todas las épocas, recordándonos que la verdadera ciudad del Señor se edifica primero en el interior del pueblo antes de manifestarse exteriormente.
Hugh Nibley
La mejor noticia —en verdad, la única noticia completamente buena que puede llegar a los habitantes de esta tierra inicua— es el regreso de Sion para bendecir la tierra con el único orden social aceptable para Dios y plenamente beneficioso para el hombre. Sion es cualquier sociedad en la que esté en operación la ley celestial; y “aunque no podemos reclamar estas promesas que fueron hechas a los antiguos, porque no son nuestra propiedad”, recordó el profeta José Smith a su pueblo, “…sin embargo, si somos… llamados con el mismo llamamiento… y aceptamos el mismo convenio… podemos… obtener las mismas promesas… porque nosotros mismos tenemos fe… tal como ellos la tuvieron” (Teachings of the Prophet Joseph Smith, p. 66).
Sion es un ideal glorioso, aunque una realidad rara en la historia del mundo; es “el Orden Santo que Dios ha establecido para Su pueblo en todas las edades del mundo cuando ha tenido un reino sobre la tierra. Podemos llamarlo”, dijo Brigham Young, “el Orden de Enoc, el Orden de José, el Orden de Pedro, o de Abraham, o de Moisés, y luego retroceder hasta Noé…”, lo cual, por supuesto, nos lleva a Enoc (Journal of Discourses, 17:113). (Hugh Nibley, “A Strange Thing in the Land: The Return of the Book of Enoch, Part 12,” Ensign, junio de 1977, 81–82)
Harold B. Lee
Para ser digna de una designación tan sagrada como Sion, la Iglesia debe considerarse a sí misma como una esposa adornada para su esposo, tal como lo registró Juan el Revelador cuando vio en visión la Ciudad Santa donde moraban los justos, adornada como una novia para el Cordero de Dios. Aquí se retrata la relación que el Señor desea que exista en Su pueblo para que sea aceptable a nuestro Señor y Maestro, así como una esposa se adornaría con hermosas vestiduras para su esposo.
La norma por la cual el pueblo de Dios debe vivir para ser digno de aceptación ante los ojos de Dios se indica en la revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios, sección 82. Este pueblo debe aumentar en hermosura ante el mundo y poseer una belleza interior que pueda ser observada por la humanidad como un reflejo de santidad y de aquellas cualidades inherentes de consagración. Los límites de Sion, donde los justos y puros de corazón pueden morar, deben ahora comenzar a ensancharse; las estacas de Sion deben ser fortalecidas, todo ello para que Sion pueda levantarse y resplandecer al llegar a ser cada vez más diligente en llevar a cabo el plan de salvación por todo el mundo. (Véanse D. y C. 82:14; 73:1; 11:11). (The Teachings of Harold B. Lee, ed. Clyde J. Williams [Salt Lake City: Bookcraft, 1996], 409)
Brigham Young
No tenemos aquí otro cometido sino edificar y establecer la Sion de Dios. Debe hacerse conforme a la voluntad y la ley de Dios, siguiendo aquel modelo y orden por los cuales Enoc edificó y perfeccionó la Sion de los días antiguos, la cual fue llevada al cielo; de ahí que se difundiera el dicho de que Sion había huido. Con el tiempo volverá otra vez, y así como Enoc preparó a su pueblo para ser digno de la traslación, así nosotros, mediante nuestra fidelidad, debemos prepararnos para encontrarnos con Sion desde lo alto cuando regrese a la tierra, y para soportar el resplandor y la gloria de su venida.
Tengo a Sion constantemente ante mi vista. No vamos a esperar a los ángeles, ni a que Enoc y su compañía vengan a edificar Sion, sino que la vamos a edificar nosotros. Cultivaremos nuestro trigo, edificaremos nuestras casas, cercaremos nuestras granjas, plantaremos nuestros viñedos y huertos, y produciremos todo lo que haga nuestros cuerpos cómodos y felices; y de esta manera nos proponemos edificar Sion sobre la tierra, purificarla y limpiarla de toda contaminación. Que de nosotros salga una influencia santificadora sobre todas las cosas sobre las cuales tengamos algún poder: sobre el suelo que cultivamos, sobre las casas que edificamos y sobre todo lo que poseemos; y si dejamos de tener comunión con lo que es corrupto y establecemos la Sion de Dios en nuestros corazones, en nuestros propios hogares, en nuestras ciudades y en todo nuestro país, finalmente venceremos a la tierra; porque somos los señores de la tierra; y en lugar de espinos y cardos, toda planta útil que sea buena para el alimento del hombre y para embellecer y adornar brotará de su seno. (Discourses of Brigham Young, sel. y org. John A. Widtsoe [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1954], 443)
Moisés 7:21 — “el Señor mostró a Enoc todos los habitantes de la tierra”
Se revela el alcance universal de la obra y la perspectiva divina que Dios concede a Sus profetas. Esta visión no fue simplemente informativa, sino formativa: permitió a Enoc comprender el estado espiritual de la humanidad, sus sufrimientos, su corrupción y también su potencial de redención. Doctrinalmente, el pasaje enseña que Dios ve a todos Sus hijos de manera completa y perfecta, y que comparte esa visión con Sus siervos para prepararlos a participar más plenamente en Su obra de salvación.
Además, este versículo destaca que la verdadera compasión nace del conocimiento espiritual. Al contemplar a todos los habitantes de la tierra, Enoc comenzó a sentir el dolor, la misericordia y el amor de Dios por la humanidad caída. Moisés 7:21 enseña que cuanto más se aproxima una persona al Señor, más se amplía su visión y más se ensancha su corazón. La revelación no solo informa la mente, sino que transforma el alma, alineando al profeta con los sentimientos y los propósitos redentores de Dios para toda la familia humana.
“Moisés… contempló la tierra, sí, toda ella… y no hubo alma alguna que no viera” (Moisés 1:28). Al hermano de Jared se le mostró “todos los habitantes de la tierra que habían existido, y también todos los que existirían… hasta los confines de la tierra” (Éter 3:25). A Enoc también se le mostró esta visión panorámica e incluyente. Es notable pensar que estos tres grandes profetas vieron lo que vieron, especialmente si se considera que José Smith, un profeta de igual estatura, nunca afirmó haber visto a todos los habitantes de la tierra.
Moisés 7:21 — “transcurso del tiempo, Sion fue llevada al cielo.”
Esta frase enseña que Sion no fue arrebatada de manera repentina ni arbitraria, sino como culminación de un proceso espiritual prolongado. El “transcurso del tiempo” subraya que la santificación colectiva requiere perseverancia: obediencia constante, arrepentimiento continuo y una vida centrada en convenios. Sion llegó a ser digna del cielo porque vivió conforme a las leyes del cielo; su elevación fue consecuencia natural de una sociedad transformada por la justicia, no un escape del mundo, sino la consumación de una vida plenamente alineada con la voluntad de Dios.
Que Sion “fuera llevada al cielo” revela además que el cielo reconoce y acoge comunidades santas, no solo individuos. Dios honra una sociedad que alcanza unidad en corazón y voluntad, donde reina la equidad y la caridad. Doctrinalmente, esto afirma que la salvación tiene una dimensión comunitaria: el Señor desea edificar pueblos santos que puedan morar en Su presencia. La experiencia de Sion se convierte así en un patrón profético para los santos de todas las épocas: perseverar en fidelidad hasta que la vida —personal y colectiva— sea elevada a un orden celestial.
Spencer J. Condie
Nótese la referencia a “el transcurso del tiempo”. Un gran líder debe tener expectativas elevadas, moderadas con paciencia. En la sección 107 de Doctrina y Convenios aprendemos que Enoc tenía “cuatrocientos treinta años cuando fue trasladado” (véase Moisés 7:49). Hermanos y hermanas, presento mi conclusión: la perfección toma mucho, mucho tiempo. Sin embargo, todavía se nos manda ser perfectos, así como nuestro Padre Celestial es perfecto (véanse Mateo 5:48; 3 Nefi 12:48). (“Some Scriptural Lessons on Leadership,” Ensign, mayo de 1990, 28)
Neal A. Maxwell
Pablo escribió que, aun después de que los discípulos fieles habían “hecho la voluntad de Dios”, “tenían necesidad de paciencia” (Hebreos 10:36). ¿Cuántas veces personas buenas han hecho lo correcto al principio, solo para quebrarse bajo la presión posterior? Mantener una conducta correcta durante un momento difícil bajo estrés extraordinario es muy loable, pero también lo es sobrellevar un estrés sostenido y sutilmente presente en lo que parece ser la rutina. De cualquier modo, se nos manda “correr con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1); y es un maratón, no una carrera corta.
Cuando tú y yo somos indebidamente impacientes, nos gusta más nuestro propio calendario que el de Dios. Así, mientras que la frase escritural “con el transcurso del tiempo” significa “finalmente”, también denota todo un proceso espiritual. (Men and Women of Christ [Salt Lake City: Bookcraft, 1991], 71)
Moisés 7:24 — “y una generación sucedía a otra; y… el poder de Satanás estaba sobre toda la faz de la tierra”
Esta declaración subraya una verdad solemne: cuando la rectitud no se transmite fielmente, la iniquidad puede heredarse cultural y espiritualmente. El paso de “una generación a otra” indica más que el simple relevo biológico; describe la continuidad de valores, tradiciones y decisiones morales. Al rechazarse la revelación y los convenios, cada generación refuerza la anterior en rebelión, hasta que la influencia del adversario se normaliza y se expande. Doctrinalmente, esto enseña que la neutralidad no existe: si no se cultiva la fe activamente, el vacío es ocupado por el engaño.
Que “el poder de Satanás” cubriera “toda la faz de la tierra” no significa que él tuviera dominio absoluto, sino que sus influencias prevalecían social y espiritualmente. La frase describe una condición colectiva en la que la verdad es desplazada, la violencia y la injusticia se institucionalizan, y la voz profética es rechazada. Este contraste con Sion resalta una ley espiritual: donde no hay luz sostenida por obediencia y convenios, las tinieblas se multiplican. El pasaje advierte a toda época que la decadencia espiritual no ocurre de un día para otro, sino por la acumulación de elecciones que, generación tras generación, apartan a los pueblos de Dios.
Hugh Nibley
Al contemplar estos acontecimientos aterradores, Enoc nunca permite que olvidemos que la verdadera tragedia no es lo que les sucede a las personas, sino en lo que llegan a convertirse. Esa es la parte triste. La gente de los días de Enoc y de los días de Noé estaba bastante satisfecha consigo misma tal como era, y resentía profundamente cualquier ofrecimiento de ayuda o consejo por parte del mensajero de Dios; y todos los hombres se ofendían por la predicación de Enoc.
“No siembran la semilla que yo les doy”, dice el Señor a Enoc en un texto muy importante del libro de Enoc, “sino que han tomado otro yugo y siembran semillas de destrucción y rechazan mi reinado, y toda la tierra será inundada de iniquidades y abominaciones”. Cuando Enoc pregunta al Señor por qué había destrucciones, lo primero que el Señor dice es: “He aquí, están sin afecto”; “les di mandamiento de que me tuvieran por su Padre, pero no quieren hacerlo”. Luego añade: “Les mandé que se amaran unos a otros y que me sirvieran a mí, su Padre”.
Aquí dice: “No siembran la semilla que yo les di; han rechazado mi reinado, y toda la tierra será inundada”. “Los reyes de la tierra dicen: ‘No hemos creído en Él; nuestra esperanza estaba en el cetro de nuestro reinado y en nuestra gloria’”. Así que, cuando llega el desastre, deben confesar que Sus juicios no hacen acepción de personas: “Pasamos de delante de Su faz a causa de nuestras propias obras”.
Un tema que se repite con frecuencia en el libro de Moisés es que, a causa de sus propias iniquidades, ellos mismos trajeron la destrucción sobre sí. Este es un tema muy común. El estribillo constante es: “¡Ay de vosotros, necios, porque pereceréis por vuestra propia necedad!”. (Enoch the Prophet, ed. Stephen D. Ricks [Salt Lake City y Provo: Deseret Book Co., FARMS, 1986], 15)
Moisés 7:26 — “vio a Satanás; y tenía una gran cadena en su mano”
La imagen de Satanás con “una gran cadena” es profundamente simbólica y doctrinal. La cadena representa el cautiverio espiritual que resulta del pecado, el engaño y la rebelión persistente contra Dios. No se trata de una fuerza física que obligue, sino de ligaduras autoimpuestas: hábitos, mentiras aceptadas como verdad, orgullo y temor que atan la voluntad humana. En este sentido, Satanás no crea la cadena; más bien, la va forjando a medida que las personas eligen apartarse de la luz. La visión de Enoc revela que el poder del adversario opera principalmente mediante la persuasión y la repetición, hasta que el alma queda espiritualmente limitada.
Doctrinalmente, esta escena contrasta con la libertad que proviene de Cristo. Mientras Satanás ata, Dios libera; mientras uno encadena mediante el engaño, el otro rompe cadenas por medio de la verdad y los convenios. La “gran cadena” también sugiere alcance colectivo: cuando el pecado se normaliza socialmente, pueblos enteros pueden quedar sujetos a estructuras de iniquidad. Sin embargo, la visión no glorifica el poder de Satanás, sino que lo expone. Al verlo claramente, Enoc —y con él el lector— aprende que el adversario solo tiene poder donde se le concede, y que la obediencia, el arrepentimiento y la revelación divina siguen siendo el medio divinamente establecido para quedar libres de toda cadena espiritual.
Carlos E. Asay
La cadena que sostiene Satanás es llamada en las Escrituras “las cadenas del infierno” (Alma 12:11), “las ligaduras de la iniquidad” (Mosíah 23:12), “cadenas de oscuridad” (2 Pedro 2:4) y “las eternas cadenas de la muerte” (Alma 36:18). Tales cadenas se utilizan para hacernos cautivos del maligno. Normalmente no se nos arrojan de repente ni en un solo acto. Comienzan como hilos de lino y nos van enredando hábito tras hábito, pecado tras pecado, hebra tras hebra. Y si no se cortan y se desechan mediante el proceso del arrepentimiento, pueden convertirse en pesadas cadenas y en la terrible “trampa del diablo” (2 Timoteo 2:26).
Por lo tanto, tengan mucho cuidado. Al servir al Señor, identifiquen sus debilidades, reemplacen los malos hábitos por buenos y eviten toda apariencia de mal. Tengo un solo deseo para ustedes, y ese deseo es que tengan éxito en su llamamiento. Por favor, sean cuidadosos. No permitan que las cadenas de Satanás caigan sobre ustedes. No permitan que esos pequeños hilos los rodeen. Arrójenlos. Córtenlos. No permitan que Satanás los haga suyos.
(In the Lord’s Service: A Guide to Spiritual Development [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1990], 78)
Moisés 7:26 — “Satanás… miró hacia arriba y se rió, y sus ángeles se regocijaron”
La risa de Satanás expresa burla, desafío y falsa seguridad. No es alegría verdadera, sino el regocijo del orgullo que cree haber triunfado cuando la humanidad se aparta de Dios. Al “mirar hacia arriba”, el adversario se presenta como un imitador blasfemo del poder divino, burlándose del orden celestial y celebrando el aparente éxito de su rebelión. Doctrinalmente, esta escena revela que el pecado suele ir acompañado de arrogancia: cuando la iniquidad se normaliza, el mal se disfraza de triunfo y la rebelión se celebra como libertad.
Que “sus ángeles se regocijaran” muestra que el mal también opera de manera colectiva. Existe una falsa comunión basada no en la verdad ni en el amor, sino en la oposición a Dios. Este pasaje contrasta con el gozo santo de Sion: mientras los justos se regocijan en la unidad, la luz y la caridad, los seguidores de Satanás se alegran en la destrucción espiritual ajena. Doctrinalmente, la visión advierte que el regocijo del adversario es temporal y vacío; su risa no es señal de victoria final, sino evidencia de un poder limitado que solo prospera mientras los hombres rechazan la verdad. El Señor, en cambio, convierte incluso ese aparente triunfo en parte de Su obra redentora, llamando al arrepentimiento y ofreciendo liberación a todos los que vuelven a Él.
Una vez que Satanás nos tiene donde quiere, se ríe de nosotros. Irónicamente, para muchos fue el temor a la burla proveniente del grande y espacioso edificio lo que los metió en problemas en primer lugar. Primero, el dedo acusador del desprecio viene del mundo. Al final, viene directamente de Satanás y de sus ángeles.
Satanás es miserable. Nuestras acciones deberían hacerlo aún más miserable, no darle algo de qué reírse.
Bruce C. Hafen
Según el clásico trato de Lucifer, él ofrece libertad inmediata a corto plazo a cambio de esclavitud a largo plazo. Nos da lo que deseamos en nuestra miopía momentánea, pero luego estamos obligados a entregarle nuestras almas. Increíblemente, muchos están dispuestos a pagar ese precio para sentir “emociones baratas” de corta duración, ¡aun cuando él mismo les ha advertido de antemano los costos a largo plazo! (Bruce C. Hafen y Marie K. Hafen, The Belonging: The Atonement and Relationships with God and Family Heart [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1994], 139)
Moisés 7:28 — “el Dios del cielo miró al resto del pueblo, y lloró”
Este pasaje revela una de las verdades más profundas del carácter divino: Dios siente. El llanto de Dios no es debilidad, sino la expresión perfecta de Su amor y Su justicia. Al mirar “al resto del pueblo”, Él contempla a Sus hijos ejerciendo su albedrío de manera que los conduce al dolor, la corrupción y la separación espiritual. Doctrinalmente, esto enseña que Dios no es distante ni indiferente ante el sufrimiento humano; Su omnisciencia no elimina Su compasión. Él llora porque ama, porque conoce el destino eterno de Sus hijos y porque respeta su libertad aun cuando esta conduce a consecuencias trágicas.
Este versículo también corrige la idea errónea de un Dios impasible. El Dios que llora es un Dios relacional, profundamente involucrado en la historia humana. Su llanto es testimonio de que la condenación no es Su deseo, sino el resultado doloroso del rechazo persistente de la verdad. Al mismo tiempo, este llanto prepara el terreno para la redención: Dios sufre con Sus hijos, pero no los abandona. Doctrinalmente, Moisés 7:28 afirma que el plan de salvación nace del amor divino; incluso en medio de la apostasía generalizada, el corazón de Dios permanece inclinado hacia la misericordia, esperando el arrepentimiento y la reconciliación.
Neal A. Maxwell
Deseo compartir lo que me parece ser una profunda ventana de revelación divina a través de la cual se nos permite mirar. Como sucede con muchas Escrituras, hay múltiples significados. Deseo señalar uno que surge de aquel momento en que a Enoc, en la presencia del Señor, se le permitió ver el trauma del pueblo en los días de Noé. El principio que debe notarse es que no siempre lloramos solos (véanse Moisés 7:28–41).
¡Una percepción absolutamente sublime y maravillosa! Nuestro Padre Celestial es tan tierno incluso con Sus hijos más equivocados… No siempre, pero más de lo que sabemos… ¡no lloramos solos! (“The Pathway of Discipleship,” Ensign, sept. de 1998, 12)
Neal A. Maxwell
Nadie puede leer este relato revelatorio tan sublime sin sentir la ternura divina de Dios al compartir el sufrimiento humano. A la luz de esto, ¡sea alabado Dios por Su longanimidad y paciencia! Nuestro Padre y nuestro Redentor son perfectos tanto en misericordia como en justicia, y la empatía divina tiende un puente entre esas dos virtudes. (A Wonderful Flood of Light [Salt Lake City: Bookcraft, 1990], 81)
Henry B. Eyring
Dios sabe todo lo que hemos hecho. Y aunque no puede mirar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia, nos mira a nosotros con una compasión que supera nuestra capacidad de medirla. Cuando la Escritura habla de que todo el cielo llora, pienso en otra imagen que nos dio el profeta José Smith. Esto es lo que dijo: “Los espíritus de los justos son… bendecidos en su partida al mundo de los espíritus. Envuelto[s] en fuego llameante, no están lejos de nosotros, y conocen y entienden nuestros pensamientos, sentimientos y movimientos, y a menudo se entristecen por ello” (History of the Church, 6:52).
Estas palabras me duelen cuando pienso en aquellos a quienes he amado y que me amaron, y que seguramente ahora están entre los espíritus de los justos. La comprensión de que ellos sienten dolor por nosotros, y de que el Dios del cielo llora a causa de nuestro pecado no arrepentido, es sin duda suficiente para ablandar nuestro corazón y movernos a la acción. Y ciertamente es razón suficiente para evitar incluso los acercamientos, aun el solo pensamiento, de cometer pecado grave. (To Draw Closer to God: A Collection of Discourses [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1997], 123)
Moisés 7:29 — “¿Cómo es posible que tú llores?”
La pregunta de Enoc surge del asombro reverente ante una verdad que desafía supuestos humanos: un Dios omnipotente que llora. Doctrinalmente, este versículo introduce una comprensión más elevada de la divinidad, en la que el poder absoluto coexiste con la compasión perfecta. Enoc no duda del poder de Dios; más bien, se maravilla de que Aquel que gobierna todas las cosas sea también profundamente afectado por las decisiones morales de Sus hijos. Esto enseña que la grandeza divina no se mide por la ausencia de emoción, sino por la plenitud del amor.
Esta pregunta también invita al lector a reconsiderar su propia relación con Dios. Si Dios puede llorar por la condición espiritual de Sus hijos, entonces el pecado no es trivial ni invisible para el cielo. Doctrinalmente, Moisés 7:29 revela que el albedrío humano tiene un peso eterno real: nuestras elecciones pueden causar gozo o dolor en el corazón de Dios. La pregunta de Enoc abre el camino para una teología del amor divino activo, en la que Dios no solo decreta justicia, sino que participa emocionalmente en la historia de la salvación, llamando constantemente a Sus hijos a volver a Él.
Enoc hace la pregunta tres veces:
“¿Cómo es que los cielos lloran y derraman sus lágrimas como la lluvia sobre los montes?” (v. 28).
“¿Cómo es que tú puedes llorar, siendo que eres santo?” (v. 29).
“…¿cómo es que tú puedes llorar?” (v. 31).
La repetición subraya el asombro de Enoc ante el hecho de que el Dios del universo pudiera sentir un dolor tan profundo y conmovedor.
Bruce C. Hafen
Aunque nuestro Padre es omnipotente y omnisciente, sí siente emoción, y la siente profundamente. Así, el Dios Todopoderoso, el Señor de los Ejércitos, lloró; porque no podía ni quería revocar el albedrío del hombre. (The Believing Heart, 2.ª ed. [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1990], 94)
Joseph Fielding Smith
Estas son razones por las cuales el Señor lloró y por las cuales los cielos lloraron. Una vez un hermano me preguntó si un hombre podría ser perfectamente feliz en el reino celestial si a uno de sus hijos no se le permitiera entrar allí. Le dije que suponía que cualquier hombre que tuviera la desgracia de que uno de sus hijos quedara excluido del reino celestial, naturalmente tendría sentimientos de pesar por esa condición; y esa es precisamente la situación en la que se encuentra nuestro Padre Celestial. No todos Sus hijos son dignos de la gloria celestial, y muchos se ven obligados a sufrir Su ira a causa de sus transgresiones, y esto hace que el Padre y todos los cielos sientan tristeza y lloren. (Conference Report, abril de 1923, tercer día—sesión matutina, 137)
Moisés 7:30 — “si fuera posible que el hombre contara las partículas de la tierra… no sería el comienzo del número de tus creaciones”
Este versículo declara la inmensidad de la creación divina y, a la vez, redefine la relación entre grandeza y valor. La imposibilidad humana de contar siquiera las “partículas de la tierra” sirve como contraste para enseñar que la obra de Dios trasciende toda medida finita. Doctrinalmente, esto afirma que Dios es infinito en poder, conocimiento y creación; Su dominio no está limitado por el espacio ni por el número. Sin embargo, el propósito de esta afirmación no es reducir al hombre a insignificancia, sino situarlo correctamente frente a un Dios cuya obra es vastísima y ordenada.
La revelación cobra mayor profundidad cuando se lee en su contexto inmediato: el mismo Dios que ha creado innumerables mundos llora por Sus hijos. Doctrinalmente, Moisés 7:30 enseña que la infinitud de las creaciones de Dios no diluye Su amor individual. Cada alma tiene valor eterno, aun dentro de un universo inconmensurable. Así, el pasaje une dos verdades fundamentales del plan de salvación: Dios es infinitamente grande en Sus obras y personalmente cercano en Su amor. La vastedad del cosmos no minimiza la importancia del ser humano; más bien, magnifica la misericordia de un Dios que gobierna lo infinito y, al mismo tiempo, se conmueve por cada uno de Sus hijos.
Vaughn J. Featherstone
Si pudiéramos “contar las partículas de la tierra, sí, millones de tierras… no sería el comienzo del número de tus creaciones”. Debemos rendir nuestro entendimiento limitado ante una totalidad incomprensible de creaciones del Creador. Incluyendo cada brizna de hierba, cada flor, árbol, arbusto, animal, pez e insecto, tal visión se extiende mucho más allá de nuestra capacidad mortal para entender o comprender.
Y, sin embargo, Él toca nuestras vidas individuales. (The Incomparable Christ: Our Master and Model [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1995], 33)
Neal A. Maxwell
La vastedad de todo ello es verdaderamente abrumadora. Vivimos en un pequeño planeta que forma parte de un sistema solar bastante modesto, el cual, a su vez, se encuentra en el borde exterior de la imponente galaxia de la Vía Láctea. Si estuviéramos lo suficientemente lejos de la asombrosa Vía Láctea, se vería apenas como otro punto brillante entre innumerables puntos brillantes en el espacio, lo cual podría llevarnos a concluir, comparativamente, “que el hombre no es nada” (Moisés 1:10).
Sin embargo, somos rescatados por realidades tan reconfortantes como que Dios conoce y ama a cada uno de nosotros, personal y perfectamente. Por lo tanto, hay una intimidad increíble en medio de tanta vastedad. ¿No están contados aun los cabellos de nuestra cabeza? ¿No es notada la caída de cada gorrión? (“Thanks Be to God,” Ensign, julio de 1982, 51)
Moisés 7:30 — “sin embargo, tú estás allí”
Esta breve frase encierra una de las afirmaciones doctrinales más poderosas del capítulo: la omnipresencia consciente de Dios. Después de describir la inmensidad de las creaciones divinas, Enoc reconoce que, pese a lo inconmensurable del universo, Dios no está ausente ni distante. “Tú estás allí” declara que Dios habita y preside Su creación; no gobierna desde la lejanía, sino que está presente, atento y comprometido. Doctrinalmente, esto enseña que la grandeza de Dios no lo separa de Sus hijos, sino que le permite estar plenamente presente en todas las cosas.
Esta expresión también consuela y corrige. En un mundo vasto, complejo y a menudo doloroso, la realidad de que Dios “está allí” afirma que ninguna situación queda fuera de Su conocimiento o cuidado. Doctrinalmente, Moisés 7:30 testifica que Dios ve, conoce y acompaña a Sus hijos tanto en la inmensidad de Sus obras como en los momentos íntimos de la experiencia humana. La presencia divina no se diluye por la magnitud del universo; al contrario, la confirma. Así, esta frase une la trascendencia y la cercanía de Dios, enseñando que el Señor es a la vez infinito en poder y personal en amor.
“Lo que asombró al vidente no fue la cantidad de bienes inmuebles, sino el hecho de que, como le dijo al Señor, ‘Tú estás allí, y tu seno está allí’ (Moisés 7:30). El Señor confirmó que estaba en contacto directo con cada mundo y con cada criatura que había creado, pues dijo: ‘Puedo extender mis manos y sostener todas las creaciones que he hecho; y mi ojo puede penetrarlas también’ (Moisés 7:36). Enoc llegó a comprender verdaderamente que el Señor los conocía y los amaba a todos”. (Richard D. Draper, “Enoch: What Modern Scripture Teaches,” Ensign, ene. de 1998, 32)
“Quizá una de las percepciones más grandes del libro de Moisés sea la explicación del Señor de por qué hace lo que hace por todos nosotros. Declaró: ‘Porque he aquí, esta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre’ (Moisés 1:39). La declaración es sencilla, directa y, sin embargo, profunda. La obra de Dios no se centra en crear planetas u organizar sistemas solares, sino en exaltar a Sus hijos. Es esta obra la que le trae gloria y honor”. (Richard D. Draper, “The Remarkable Book of Moses,” Ensign, feb. de 1997, 21)
Neal A. Maxwell
El evangelio restaurado afirma magníficamente, declarando que se han creado “mundos sin número” (Moisés 1:33; véanse también Juan 1:3; Hebreos 1:2; Hebreos 11:3; D. y C. 93:10). Estas verdades del evangelio son garantías sumamente significativas para nosotros, situados como estamos en este diminuto “grano de arena” en el borde exterior de una galaxia menor, la Vía Láctea. Sin la plenitud del evangelio, parecería que viviéramos durante un solo tic del reloj geológico y en medio de una vastedad inexplicable.
No obstante, nuestro enfoque debe estar en este planeta, tal como el Señor le dijo a Moisés:
“Mas solamente te doy cuenta de esta tierra y de sus habitantes. Porque he aquí, hay muchos mundos que han pasado… innumerables son para el hombre; pero todas las cosas están numeradas para mí, porque son mías y yo las conozco” (Moisés 1:35).
Enoc, a quien el Señor reveló tanto, alabó a Dios en medio de Sus vastas creaciones, exclamando con seguridad: “Sin embargo, tú estás allí” (Moisés 7:30; véase también Jeremías 10:12).
Esta misma y especial seguridad puede sostener a cada uno de nosotros a lo largo de todas las estaciones y circunstancias de nuestra vida. ¡Un Dios universal está realmente involucrado con nuestros pequeños universos individuales de experiencia! En medio de Sus vastos dominios, Él aun así nos cuenta, nos conoce y nos ama perfectamente (véanse Moisés 1:35; Juan 10:14). (“Yet Thou Art There,” Ensign, nov. de 1987, 30)
Moisés 7:32 — “en el Jardín de Edén le di al hombre su albedrío.”
Este pasaje afirma que el albedrío es un don divino otorgado desde el principio del plan de salvación. Al situar el albedrío en el Jardín de Edén, el Señor declara que la libertad de elegir no es una concesión posterior ni una consecuencia de la Caída, sino una condición esencial de la vida humana. Doctrinalmente, esto enseña que Dios creó al hombre como un agente moral capaz de escoger la obediencia o la rebelión, el bien o el mal. Sin albedrío, no habría crecimiento espiritual auténtico, ni responsabilidad, ni posibilidad real de llegar a ser como Dios.
Al mismo tiempo, este versículo explica por qué Dios permite el sufrimiento y la iniquidad sin dejar de ser justo y amoroso. El albedrío implica consecuencias reales; respetarlo significa permitir que las decisiones humanas produzcan resultados, aun cuando estos traigan dolor. Doctrinalmente, Moisés 7:32 enseña que la libertad es inseparable del amor divino: Dios no fuerza la rectitud, la invita. Así, el albedrío se convierte en el eje del plan de redención, pues solo mediante elecciones libres puede el hombre aceptar a Cristo, arrepentirse y ser transformado, cumpliendo el propósito eterno para el cual fue creado.
Marion D. Hanks
Teníamos ese albedrío con Dios antes de que existiera este mundo. En el concilio celestial del que enseñan las Escrituras, se presentó otro plan distinto al de Dios: se permitió a Lucifer ofrecer su programa. Es vital para nosotros, en nuestro liderazgo y en nuestras relaciones, recordar que Dios amó de tal manera que no nos protegería de los peligros de la libertad, del derecho y de la responsabilidad de escoger. Tan profundo es Su amor y tan precioso ese principio que Él, consciente de las consecuencias, exigió que eligiéramos.
Lucifer no tenía amor en su corazón, ni un concepto real de la libertad ni respeto por ella. No tenía confianza en el principio ni en nosotros. Abogó por una salvación forzada, por una supervivencia impuesta, por un viaje de ida y vuelta a la tierra sin albedrío. Nadie se perdería, insistía. Pero parecía no comprender que tampoco nadie sería más sabio, ni más fuerte, ni más compasivo, ni más humilde, ni más agradecido, ni más creativo bajo su plan.
Comprendimos antes de salir de aquel estado premortal que la libertad es precaria y difícil. Sabíamos que amar nos haría vulnerables al quebranto del corazón, al dolor y a la decepción. Pero habíamos aprendido que las alternativas al amor y a la libertad de elección no pueden proporcionar el clima para el crecimiento y la capacidad creadora que finalmente pueden conducirnos a una mayordomía como la de nuestro Padre. El amor abnegado del Primogénito de nuestro Padre en el mundo de los espíritus nos ayudó a comprender cuando Él, conociendo el costo personal que le esperaba, pero también la significación eterna para todos nosotros, se ofreció voluntariamente para Su función redentora.
Elegimos entonces, y como consecuencia, estamos ahora en esta tierra todavía eligiendo. (“Agency and Love,” Ensign, nov. de 1983, 22)
Brigham Young
La voluntad de la criatura es libre; esta es una ley de su existencia, y el Señor no puede violar Su propia ley; si lo hiciera, dejaría de ser Dios. Él ha puesto la vida y la muerte delante de Sus hijos, y corresponde a ellos escoger. Si eligen la vida, reciben la bendición de la vida; si eligen la muerte, deben soportar la penalidad. Esta es una ley que siempre ha existido desde toda la eternidad y continuará existiendo a lo largo de todas las eternidades venideras. Todo ser inteligente debe tener el poder de escoger, y Dios saca a la luz los resultados de los actos de Sus criaturas para promover Su reino y servir a Sus propósitos en la salvación y exaltación de Sus hijos. (Discourses of Brigham Young, sel. y org. John A. Widtsoe [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1954], 62)
Ezra Taft Benson
La libertad de elección es un principio eterno dado por Dios. El gran plan de la libertad es el plan del evangelio. No hay coerción en él; no hay fuerza ni intimidación. El hombre es libre de aceptar el evangelio o rechazarlo. Puede aceptarlo y luego negarse a vivirlo, o puede aceptarlo y vivirlo plenamente. Pero Dios nunca nos forzará a vivir el evangelio. Él utilizará la persuasión por medio de Sus siervos. Nos llamará, nos dirigirá, nos persuadirá y alentará, y nos bendecirá cuando respondamos, pero nunca forzará la mente humana. (Véase Himnos, 1985, núm. 240). (The Teachings of Ezra Taft Benson [Salt Lake City: Bookcraft, 1988], 82)
Moisés 7:33 — “que se amen el uno al otro, y que me prefieran a mí, su Padre.”
Este versículo resume de manera concisa la ley celestial que gobierna a Sion. El mandamiento de amarse “el uno al otro” establece que la rectitud no es meramente individual, sino relacional: el amor al prójimo es la evidencia visible de una vida conforme a Dios. Doctrinalmente, este amor no es sentimental, sino de convenio; implica sacrificio, justicia, misericordia y compromiso con el bienestar espiritual y temporal de los demás. Sin este amor activo, no puede existir una sociedad santa ni una comunidad digna de la presencia de Dios.
La segunda parte —“que me prefieran a mí, su Padre”— revela el orden correcto del amor. Amar a Dios por encima de todo no compite con el amor al prójimo; lo purifica y lo dirige. Doctrinalmente, Moisés 7:33 enseña que cuando Dios es la prioridad suprema, el amor entre las personas se eleva y se santifica. Preferir al Padre significa someter la voluntad propia a la Suya, vivir conforme a Sus mandamientos y confiar en Su plan. Así, este versículo muestra que la verdadera armonía humana nace de la devoción a Dios y que solo cuando Él ocupa el primer lugar puede florecer un amor genuino, duradero y redentor entre Sus hijos.
Marion D. Hanks
Dios, de quien proceden todas las bendiciones, pidió a Sus hijos únicamente que se amaran unos a otros y que lo escogieran a Él, su Padre.
Pero, como en nuestros días, muchos ni buscaron al Señor ni tuvieron amor los unos por los otros; y cuando Dios previó el sufrimiento que inevitablemente seguiría a este curso de pecado voluntarioso y rebelde, lloró. Eso, le dijo a Enoc, era lo que le hacía llorar. (“Willing to Receive,” Ensign, mayo de 1980, 29)
Neal A. Maxwell
La indignación del Señor se enciende cuando rehusamos guardar los dos grandes mandamientos, que nos dicen que lo sigamos a Él y que nos amemos unos a otros. Su indignación arde verdaderamente cuando vivimos sin afecto por nuestros semejantes y odiamos a nuestra propia sangre. ¿Por qué? ¿Es simplemente porque fallamos en dos puntos de una lista abstracta? Más bien, es porque al carecer de esos atributos infligimos tanto sufrimiento a los demás y a nosotros mismos. Además, al hacerlo, seguimos a Satanás, el padre de la miseria. (Even As I Am [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1982], 34)
Moisés 7:35 — “Hombre de Santidad es mi nombre”
Este título divino revela una verdad profunda acerca de la naturaleza de Dios y de Su relación con la humanidad. Al llamarse a Sí mismo “Hombre de Santidad”, el Señor declara que la santidad no es una cualidad abstracta, sino una condición viva y relacional. Dios es perfectamente santo y, al mismo tiempo, se identifica con Sus hijos; Su santidad no lo separa del hombre, sino que establece el modelo hacia el cual el hombre debe aspirar. Doctrinalmente, este nombre enseña que la santidad es el atributo central del carácter divino y el destino posible de Sus hijos mediante el plan de salvación.
Además, este título conecta la identidad de Dios con Su obra redentora. “Hombre de Santidad” implica que Dios gobierna con pureza moral absoluta y que todo lo que Él hace está orientado a santificar al hombre. Doctrinalmente, Moisés 7:35 enseña que el propósito del evangelio no es solo perdonar, sino transformar: llevar a los hombres y mujeres a participar de la santidad divina. Al revelar Su nombre, Dios invita a Enoc —y a todos los creyentes— a comprender que conocer a Dios es conocer la santidad misma, y que acercarse a Él implica un proceso continuo de purificación, semejanza y consagración.
(Véase el comentario de Moisés 6:57).
Moisés 7:35 — “Varón de Consejo me llamo.”
Este título revela a Dios como la fuente suprema de sabiduría y dirección. Llamarse “Varón de Consejo” declara que el gobierno divino no se ejerce por imposición arbitraria, sino mediante consejo, revelación y propósito eterno. Doctrinalmente, esto enseña que Dios actúa con conocimiento perfecto del pasado, presente y futuro, y que Sus decisiones están siempre alineadas con el bienestar eterno de Sus hijos. El consejo divino no es mera información; es guía viva que orienta, corrige y conduce hacia la vida eterna.
Asimismo, este nombre establece un patrón para la relación entre Dios y el hombre. El Señor invita a Sus hijos a buscar Su consejo y a gobernar sus vidas conforme a él. Doctrinalmente, Moisés 7:35 enseña que la exaltación no se alcanza por la autosuficiencia, sino por la disposición a escuchar y obedecer la voz del cielo. Al presentarse como “Varón de Consejo”, Dios afirma que Su plan es ordenado, coherente y amoroso, y que quienes confían en Su consejo hallan claridad en medio de la confusión y seguridad en un mundo de incertidumbre.
Dios delibera con otros dioses, pero ¿delibera con nosotros? Quizá una mejor pregunta sea: ¿pretendemos aconsejar al Señor? ¿Aconsejamos a Aquel cuyo nombre es Consejo? El Señor ha mandado que hagamos “como os he mandado, y no procuréis aconsejar a vuestro Dios” (Doctrina y Convenios 22:4). La cuestión es si estamos aconsejando al Señor —diciéndole cómo deberían ser las cosas— o si estamos aconsejándonos con el Señor para recibir consejo de Aquel cuyo nombre es Consejo:
“Consulta con el Señor en todos tus hechos, y Él te dirigirá para bien; sí, cuando te acuestes por la noche acuéstate ante el Señor, para que te guarde en tu sueño; y cuando te levantes por la mañana, sea tu corazón lleno de gratitud hacia Dios; y si hacéis estas cosas, seréis levantados en el postrer día” (Alma 37:37).
“[Dios] aconseja con sabiduría sobre todas Sus obras, y Sus sendas son rectas, y Su curso es un eterno giro” (Alma 37:12).
Bruce R. McConkie
Uno de los nombres revelados de Dios el Padre es Hombre de Consejo (Moisés 7:35), una designación que significa que Él es un Hombre y que de Él proceden la perfección del consejo y de la dirección. De manera semejante, podría llamársele Hombre de Sabiduría, Hombre de Rectitud, Hombre de Poder, Hombre de Amor, o cualquier otro nombre-título que dirija la atención a la perfección y belleza de uno de los atributos divinos incorporados en Su Persona. (Mormon Doctrine, 2.ª ed. [Salt Lake City: Bookcraft, 1966], 467)
Moisés 7:35 — “Sin Fin y Eterno es también mi nombre.”
Este título afirma la naturaleza eterna de Dios, libre de las limitaciones del tiempo y del cambio. “Sin fin” declara que Su existencia no tiene principio ni término; “eterno” enseña que Su ser, Sus atributos y Sus propósitos permanecen constantes. Doctrinalmente, esto significa que Dios no evoluciona ni se adapta a las circunstancias: Él es la fuente absoluta de verdad, justicia y misericordia. Su plan de salvación, por tanto, no es provisional ni experimental, sino firme, confiable y válido para todas las generaciones.
Al mismo tiempo, este nombre ofrece profunda seguridad espiritual. Si Dios es eterno, entonces Sus promesas también lo son. Los convenios no expiran, la Expiación no pierde poder y la esperanza de vida eterna no depende de condiciones pasajeras del mundo. Doctrinalmente, Moisés 7:35 enseña que los hijos de Dios pueden anclar su fe en Aquel que permanece inmutable en medio de un mundo cambiante. Conocer a Dios como “Sin Fin y Eterno” invita a vivir con una perspectiva eterna, confiando en que Su amor, Su justicia y Su propósito redentor trascienden toda prueba temporal.
Si Infinito y Eterno es el nombre de Dios, entonces el “castigo infinito” es el castigo de Dios (D. y C. 19:10–11), y la “vida eterna” es la vida de Dios (Juan 6:54). Si Infinito y Eterno es el nombre de Dios, entonces el “tormento infinito” es el tormento de Dios (2 Nefi 28:23), y la “felicidad eterna” es la felicidad de Dios (Alma 41:4). Podemos escoger el “ay eterno” (Alma 28:11) o la “vida eterna” (Hebreos 7:16). La elección es nuestra.
Joseph Fielding Smith
[Dios] es inmutable. Su nombre es “Infinito y Eterno”; es el “Dios Eterno”. Estos nombres son Suyos porque posee estas cualidades y, por lo tanto, no puede cambiar. Sería tan razonable que un hombre enseñara que él tiene el derecho, o el poder —o que la sociedad lo tiene— de dejar de lado la ley de la gravedad, o de la luz, o cualquier otra de las leyes de la naturaleza. Sería igual de razonable que los hombres legislaran y proclamaran que el océano detenga su movimiento incesante y el golpeteo de sus olas contra la orilla; que el agua deje de congelarse o de convertirse en vapor, como proclamar que el hombre puede arruinar la obra de Dios y dejar de lado cualquiera de las leyes que gobiernan Su reino y que han sido establecidas para la salvación del hombre. (The Progress of Man [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1964], 426–427)
Moisés 7:36 — “jamás ha habido tan grande iniquidad como entre tus hermanos.”
Esta declaración no pretende exagerar, sino describir la culminación de un proceso de corrupción espiritual colectiva. La “grande iniquidad” no se mide solo por actos individuales de pecado, sino por la normalización social del mal, el rechazo consciente de la revelación y la inversión deliberada de los valores divinos. Doctrinalmente, el versículo enseña que la iniquidad alcanza su máxima expresión cuando un pueblo, con pleno uso de su albedrío, elige sistemáticamente apartarse de Dios, persigue la violencia y suprime la luz. No es ignorancia, sino resistencia persistente a la verdad.
El hecho de que el Señor diga “entre tus hermanos” añade un peso adicional: se trata de hijos de Dios, con potencial divino, que han degradado su herencia espiritual. Doctrinalmente, Moisés 7:36 subraya que el pecado colectivo tiene consecuencias más amplias que el pecado individual, porque modela culturas, estructuras y generaciones enteras. Este versículo explica por qué el juicio divino puede llegar a ser necesario: no como castigo caprichoso, sino como respuesta justa cuando la iniquidad se vuelve totalizante y el arrepentimiento es rechazado. A la vez, el pasaje resalta el dolor de Dios, pues la gravedad del pecado es proporcional al amor que Él tiene por Sus hijos y al destino glorioso que ellos podrían haber alcanzado.
A veces la tarea del comentarista es lograr que el lector se detenga y reflexione por un momento. Este es uno de esos momentos: un tiempo para dejar que el concepto se asiente, para absorber lo inconcebible. Ahora debemos entender que Dios ha creado más que miles de millones de tierras como esta; y, sin embargo, de todas ellas —de todos los mundos innumerables— los hermanos de Enoc fueron los más inicuos. ¡Eso es una marca de vergüenza! Casi imposible de comprender, hace preguntarse qué estaban haciendo las personas para ser tan perversas.
Pero como las condiciones anteriores al Diluvio son un paralelo de las condiciones anteriores a la Segunda Venida, podemos suponer que la cúspide de la iniquidad regresará. Si los inicuos eran así de malos antes de que la tierra fuera limpiada con agua, es razonable suponer que lo serán igual de malos antes de que la tierra sea limpiada con fuego. Ese grado de iniquidad rompe récords; es un pensamiento sobrio. Y viene pronto a un escenario cercano a usted.
Hugh Nibley
Tal vez se pregunten por qué no estamos compartiendo la diversión aquí en la tierra. Es porque hemos sido puestos en cuarentena. Hemos sido aislados para una situación especial de prueba. Recuerden que eso fue lo que el Señor le dijo a Enoc cuando hablaba del mundo. Él había creado “mundos sin número”, y sin embargo le dijo a Enoc: “Entre toda la hechura de mis manos no ha habido tan grande iniquidad como entre tus hermanos” (Moisés 7:36). Así que, cuando ustedes están aquí, están pasando por una prueba real. (Old Testament and Related Studies, ed. John W. Welch, Gary P. Gillum y Don E. Norton [Salt Lake City y Provo: Deseret Book Co., FARMS, 1986], 146)
Hugh Nibley
Así que, entre mundos sin número, este ocupa el primer lugar: el peor. Bueno, eso significa que estamos en una prueba verdadera. Si podemos pasar esta, avanzamos directamente a la cima. Esa es realmente la impresión que se da. Hemos ido avanzando hasta esta prueba final, de modo que mucho depende de ella. Es ganarlo todo o perderlo todo en esta sola cosa. (Teachings of the Book of Mormon—Semester 1 [Provo: FARMS, 1988–1990], 193)
Moisés 7:38–39 — “una prisión he preparado para ellos… hasta aquel día estarán en tormento”
Estos versículos enseñan que la justicia divina respeta el albedrío y reconoce las consecuencias reales del pecado. La “prisión” no describe un castigo arbitrario, sino un estado espiritual de separación que resulta cuando las personas rechazan persistentemente la luz y los convenios. Doctrinalmente, esta condición surge de decisiones acumuladas que limitan la libertad espiritual: al apartarse de Dios, el ser humano queda confinado por aquello que eligió. Así, la prisión es tanto consecuencia como advertencia: Dios no fuerza la rectitud, pero tampoco niega la realidad moral del universo.
La expresión “hasta aquel día” introduce un elemento crucial de esperanza y propósito redentor. El “tormento” mencionado no debe entenderse como deleite divino en el sufrimiento, sino como la angustia inherente a la ausencia de la presencia de Dios y al reconocimiento de lo que se ha perdido. Doctrinalmente, Moisés 7:38–39 afirma que incluso la justicia severa de Dios está subordinada a Su plan eterno: hay un tiempo señalado, un orden divino en el que la misericordia y la redención pueden aún obrar conforme a la voluntad de Dios. Estos versículos revelan que el juicio no es el fin último, sino parte del marco moral que preserva la justicia, protege la agencia humana y sostiene la santidad del plan de salvación.
“La revelación dada a Enoc mostró que, aun para aquellas personas que habían rechazado tan abiertamente a su Padre Celestial y que perecerían en el Diluvio, no todo estaba perdido. En un tiempo futuro podrían ser bendecidas en una prisión espiritual mediante la predicación del evangelio y por medio de la Expiación de Cristo y Su intercesión ante el Padre en favor de ellos, si se arrepentían (véanse Moisés 7:38–39; 1 Pedro 3:18–20; D. y C. 138:20–22, 57–59). Así, la revelación moderna enseña que Dios realmente sintió gran tristeza por el Diluvio, que sirvió como el bautismo de la tierra, y que Él hizo todo lo que pudo para evitar la destrucción de Sus hijos —incluyendo dar al pueblo a uno de Sus más grandes predicadores de justicia para tratar de que cambiaran— y luego, cuando el pueblo no respondió, misericordiosamente proveyó una oportunidad para su redención después de su muerte”. (Joseph B. Romney, “Noah, The Great Preacher of Righteousness,” Ensign, feb. de 1998, 27)
George Q. Cannon
Aquellos millones de espíritus que habían cometido pecado e iniquidad hasta que ya no pudo ser soportado, hasta que la tierra gemía bajo su perversidad y clamaba en voz alta, como con voz humana, contra la iniquidad que había sobre su superficie —aquellos millones de espíritus— fueron barridos por un diluvio; toda la familia humana fue destruida, excepto Noé y aquellas siete almas que recibieron su testimonio: parte de su familia, y solo una parte, pues hubo hijos de Noé que rechazaron su testimonio y también compartieron la destrucción que vino sobre los habitantes de la tierra. Pero esos ocho, incluyendo a Noé, fueron el único remanente sobreviviente de toda la familia humana. El mundo antediluviano contaba sin duda millones; millones fueron quitados de la faz de la tierra y consignados a un lugar de tormento, o a una prisión. En esa prisión fueron encerrados, sin duda en completa oscuridad —en la condición que el Salvador mismo describió tan claramente cuando estuvo en la tierra— en las tinieblas de afuera, donde hay llanto, lamento y crujir de dientes; un lugar de tormento, donde fueron retenidos hasta que el Salvador mismo vino en la carne y proclamó a los hijos de los hombres el evangelio de vida y salvación. (Journal of Discourses, 26:80–81)
Joseph Fielding Smith
De estos párrafos aprendemos que el Señor no se deleita en el castigo; sin embargo, existe la exigencia de la justicia que debe cumplirse y, por lo tanto, los inicuos son obligados a sufrir, y este sufrimiento ayuda a limpiarlos de sus pecados. Antes de la visita de nuestro Salvador al mundo de los espíritus, había un abismo que separaba a los justos de los inicuos, y los inicuos evidentemente no tenían conocimiento del destino que les aguardaba (véase Lucas 16:19–31). Después de Su crucifixión, el Salvador tendió un puente sobre ese abismo, y el evangelio fue llevado a aquellos que se sentaban en tinieblas; y mediante la instrucción de quienes poseían el sacerdocio, estos espíritus desdichados fueron enseñados en el evangelio. Se les concedió cierta medida de bendición de acuerdo con sus obras en la tierra y conforme a su oportunidad —o falta de ella— de escuchar el evangelio cuando vivían en la tierra y de aceptarlo en el mundo de los espíritus. (Answers to Gospel Questions, 5 vols. [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1957–1966], 2:86)
Moisés 7:41 — “su corazón como la anchura de la eternidad; y se conmovieron sus entrañas; y toda la eternidad tembló.”
Este versículo describe la expansión espiritual del profeta Enoc al alinearse con el corazón de Dios. Que su corazón fuese “como la anchura de la eternidad” indica que Enoc llegó a participar, en medida humana, de la perspectiva divina: ver a los hijos de Dios no solo en su condición presente, sino a la luz de su potencial eterno. Doctrinalmente, esto enseña que la verdadera santidad ensancha el corazón; cuanto más se acerca una persona a Dios, más profunda se vuelve su compasión y más amplio su amor. La grandeza espiritual no endurece, sino que vuelve el alma sensible al dolor ajeno.
Que “se conmovieron sus entrañas” y que “toda la eternidad tembló” muestra que el pecado y el sufrimiento humanos tienen resonancia cósmica en el orden moral del universo. Doctrinalmente, este lenguaje enseña que el plan de salvación no es mecánico ni distante: la rebelión de los hijos de Dios afecta el equilibrio entre justicia y misericordia, y despierta una respuesta profunda tanto en Dios como en Sus profetas. El temblor de la eternidad no es caos, sino la reacción solemne de un universo gobernado por leyes morales eternas. Moisés 7:41 revela que la verdadera visión profética une conocimiento y sentimiento: ver como Dios ve implica sentir como Dios siente, llorar por lo que Él llora y amar con un amor que abarca la eternidad.
“¿Qué es lo que nos hace sentir con tanta intensidad el dolor de Enoc?
“Observamos varias cosas. Primero, las palabras ‘brazos’, ‘corazón’ y ‘entrañas’ transmiten un dolor tan intenso que llega a ser físico; segundo, las palabras ‘extendieron’ y ‘ensanchó’ muestran que el dolor es tan grande que el cuerpo de Enoc no puede contenerlo; tercero, el sentimiento aumenta en intensidad a lo largo del versículo a medida que frases breves y descriptivas se suceden unas a otras. Particularmente descriptivos son los verbos ‘miró’, ‘lloró’, ‘extendieron’, ‘ensanchó’, ‘anhelaron’. Luego, la repetición de la palabra eternidad enfatiza la inmensidad del dolor. Finalmente, en la frase ‘toda la eternidad se estremeció’, la emoción alcanza su punto culminante, pues el dolor de Enoc se hace uno con el dolor de los cielos, su dolor reverbera con el de ellos hasta que toda la creación se estremece”.
(Dennis y Sandra Packard, Feasting upon the Word [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1981], 161–162)
Hugh Nibley
¿Por qué no habrían de llorar estas y todas las creaciones? ¿Y por qué no habrían de lamentarse todos los cielos? Este es un tema común en la literatura de Enoc. Todo el cosmos comparte el destino de un planeta violado. Toda la tierra se sacude y tiembla y queda sumida en confusión, y los cielos y sus luminarias se sacuden y tiemblan. “Y vi cómo un poderoso temblor hacía estremecer a los cielos, y los ángeles se inquietaban con una gran inquietud”. Los habitantes de otros mundos también lloran. (Enoch the Prophet, ed. Stephen D. Ricks [Salt Lake City y Provo: Deseret Book Co., FARMS, 1986], 14)
Moisés 7:43 — “Enoc vio que… sobre el resto de los inicuos vinieron los diluvios y los tragaron”
“Aquí hubo un acto de justicia. Algunos hombres que profesan ser muy sabios piensan que Dios fue injusto al destruir a tantos de Sus hijos. No saben nada de ello porque no comprenden la ley de Dios ni los propósitos de Dios. Fue un acto de justicia y rectitud conforme a la justicia eterna que mora en el seno del Padre”. (Hyrum L. Andrus, Doctrinal Commentary on the Pearl of Great Price [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1967], 396)
“El Diluvio fue un acto de misericordia, no un acto de venganza. La generación de Noé era tan perversa que solo un acto de limpieza de inmensa magnitud podía permitir a las generaciones siguientes la oportunidad de vivir conforme a principios más elevados. Tal como será necesario en la segunda venida de Cristo, el mal debe ser eliminado, ya sea por medio del arrepentimiento o por medio de la destrucción”. (Kent P. Jackson, “An Age of Contrasts: From Adam to Abraham,” Ensign, feb. de 1986, 29)
Moisés 7:44 — “al ver esto, Enoc sintió amargura de alma, y lloró por sus hermanos”
Este versículo revela la transformación completa del profeta Enoc en un reflejo del carácter divino. Su “amargura de alma” no nace del desaliento personal, sino del peso espiritual de comprender, con claridad profética, el destino de aquellos que rechazan a Dios. Al “ver esto”, Enoc no solo observa acontecimientos futuros, sino que participa emocionalmente del dolor que el pecado causa a los hijos de Dios. Doctrinalmente, esto enseña que la verdadera visión espiritual no conduce a la superioridad moral, sino a una compasión más profunda y humilde.
Que Enoc “lloró por sus hermanos” subraya que el amor cristiano alcanza incluso a quienes persisten en la iniquidad. Enoc no se distancia de ellos ni los desprecia; los llama “hermanos”, afirmando su parentesco espiritual y su valor eterno. Doctrinalmente, Moisés 7:44 enseña que el profeta fiel no se regocija en el juicio, sino que sufre con Dios por la pérdida potencial de Sus hijos. Llorar por los demás se convierte aquí en un acto de caridad suprema, un testimonio de que el corazón humano, cuando es santificado, puede llegar a alinearse con el corazón de Dios y amar incluso en medio del dolor y la injusticia.
“Las consecuencias de la extrema iniquidad del mundo fueron sombrías. Enoc contempló en visión el creciente poder de Satanás. El maligno tenía ‘una gran cadena en su mano, y cubría toda la faz de la tierra con tinieblas; y miró hacia arriba y se rió, y sus ángeles se regocijaron’ (Moisés 7:26). Como resultado, el Señor miró el conjunto y lloró, diciendo a Enoc: ‘Entre toda la hechura de mis manos no ha habido tan grande iniquidad como entre tus hermanos’ (Moisés 7:36). ‘Miseria’, lamentó, ‘será su destino’ (Moisés 7:37). De hecho, le dijo a Enoc: ‘Estos sobre quienes están puestos tus ojos perecerán en los diluvios; y he aquí, los encerraré; una prisión he preparado para ellos’ (Moisés 7:38).
“La implicación de la visión de Enoc es impactante. Cientos de años antes del Diluvio, tanto él como su pueblo sabían que vendría ‘sobre el resto de los inicuos’ (Moisés 7:43). Ni el Señor ni Su pueblo mantuvieron ese hecho en secreto. Pero Enoc sabía que la mayoría no respondería a la advertencia, y ‘tuvo amargura de alma, y lloró por sus hermanos’ (Moisés 7:44). El Señor, dominando Su propio pesar para consolar a Su profeta, reveló a Enoc que Noé y su familia sobrevivirían y establecerían de nuevo a la humanidad sobre la tierra. Sin embargo, Enoc permaneció atribulado. Él deseaba paz y salvación para las almas de los hombres. Por lo tanto, preguntó cuándo el Salvador llevaría a cabo Su Expiación, para que ‘los que lloran sean santificados y tengan vida eterna’ (Moisés 7:45)”. (Richard D. Draper, “Enoch: What Modern Scripture Teaches,” Ensign, ene. de 1998, 30)
Moisés 7:44 — “No seré consolado”
Esta expresión refleja la profundidad del dolor espiritual de Enoc al contemplar el destino de sus hermanos. “No seré consolado” no es una negación de la esperanza ni una acusación contra Dios, sino la declaración honesta de un corazón que ama conforme a una medida más alta. Enoc ha llegado a ver con claridad eterna, y ese conocimiento intensifica su sensibilidad moral: sabe que el consuelo pleno no puede existir mientras persista la separación entre los hijos de Dios y su Padre. Doctrinalmente, esto enseña que cuanto mayor es la luz recibida, mayor es también la capacidad de sentir el peso de la pérdida espiritual.
Al mismo tiempo, esta frase muestra que el dolor justo tiene un propósito redentor. Enoc no busca alivio egoísta; su falta de consuelo nace de la caridad, no de la desesperación. Doctrinalmente, Moisés 7:44 revela que el sufrimiento compasivo es parte del llamamiento profético y del discipulado elevado: amar como Dios ama implica sentir, en alguna medida, Su tristeza cuando Sus hijos rechazan la verdad. “No seré consolado” expresa una solidaridad santa con el dolor divino y anticipa que el verdadero consuelo solo llegará cuando la justicia y la misericordia se reconcilien plenamente en el arrepentimiento y la redención de los hijos de Dios.
“Cuando a Enoc se le mostró el destino de aquellos que perecerían en el Diluvio, ‘tuvo amargura de alma, y lloró por sus hermanos, y dijo a los cielos: Rehusaré ser consolado’ (Moisés 7:44).
“Aun Enoc tuvo que aprender que rehusar ser consolado es rechazar conscientemente el consuelo de Dios. ‘Y el Señor dijo a Enoc: Alza tu corazón y regocíjate; y mira’ (Moisés 7:44). La negativa de Enoc a ser consolado y su amargura de alma iban de la mano. Sin embargo, el Señor no lo abandonó, sino que continuó la visión, mostrándole a Enoc que a los descendientes de Noé se les daría la posibilidad de santificación y de vida eterna”. (Terrance D. Olson, “Freedom from Bitterness,” Ensign, ago. de 1991, 56)
Neal A. Maxwell
Al principio, Enoc rehusó “ser consolado” (Moisés 7:44)… Nosotros también podemos “rehusar ser consolados”. Podemos, erróneamente, culpar a Dios por una gran parte de la miseria humana que en realidad es causada por la falta de los mortales de guardar Sus mandamientos. O bien, como Enoc, podemos ser lo suficientemente mansos intelectualmente como para mirar y aceptar las verdades acerca de que Dios está allí y acerca de Su naturaleza y de Sus planes. (Ensign, nov. de 1987, 30)
Moisés 7:44 — “Anímese tu corazón y regocíjate; y mira”
Esta exhortación divina marca un cambio deliberado de perspectiva espiritual. Después de permitir que Enoc experimente plenamente el dolor de Dios por la iniquidad humana, el Señor no minimiza ese dolor, pero lo reorienta hacia la esperanza eterna. “Anímese tu corazón” enseña que el desaliento no es el estado final del justo; Dios sostiene a Sus siervos cuando la carga espiritual es pesada. Doctrinalmente, esto afirma que la fe no elimina la tristeza, pero la eleva y la transforma al situarla dentro del plan eterno de redención.
El mandato “regocíjate; y mira” invita a Enoc —y al lector— a contemplar lo que Dios ve más allá del juicio inmediato. Regocijarse no significa ignorar la iniquidad, sino confiar en que la misericordia, la Expiación y el propósito divino prevalecerán. Doctrinalmente, Moisés 7:44 enseña que el gozo verdadero nace de la revelación: al mirar con los ojos de Dios, el profeta aprende que la historia humana no termina en la caída, sino en la redención. Así, este versículo revela que el Señor equilibra justicia con esperanza y que, aun en medio del llanto profético, Dios invita a Sus siervos a mirar hacia el cumplimiento glorioso de Su obra.
Neal A. Maxwell
Si Enoc no hubiera mirado y sido informado espiritualmente, habría visto la condición humana aislada de la gran realidad. Si Dios no estuviera allí, el “¿por qué?” de Enoc se habría convertido en un grito de desesperación sin respuesta. (“Yet Thou Art There,” Ensign, nov. de 1987, 31)
Thomas S. Monson
A veces parece no haber luz al final del túnel, ni amanecer que rompa la oscuridad de la noche. Nos sentimos rodeados por el dolor de corazones quebrantados, la decepción de sueños hechos añicos y la desesperación de esperanzas perdidas. Nos unimos al ruego bíblico: “¿No hay bálsamo en Galaad?” (Jeremías 8:22). Tendemos a ver nuestras propias desventuras personales a través del prisma distorsionado del pesimismo. Nos sentimos abandonados, afligidos, solos.
A todos los que así desesperan, permítanme ofrecer la seguridad de las palabras del salmista: “Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría” (Salmos 30:5).
Siempre que nos sintamos abatidos por los golpes de la lucha de la vida, recordemos que otros han pasado por el mismo camino, han perseverado y luego han vencido…
Sí, nuestro Señor y Salvador Jesucristo es nuestro Ejemplo y nuestra fortaleza. Él es la luz que resplandece en las tinieblas. Él es el Buen Pastor. Aunque estaba ocupado en Su majestuoso ministerio, aprovechó cada oportunidad para aliviar cargas, brindar esperanza, sanar cuerpos y restaurar la vida. (“Meeting Life’s Challenges,” Ensign, nov. de 1993, 70–71)
Sheri Dew
¿Es posible ser feliz cuando la vida es difícil? ¿Sentir paz en medio de la incertidumbre y esperanza en medio del cinismo? ¿Es posible cambiar, sacudirse viejos hábitos y llegar a ser nuevos otra vez? ¿Es posible vivir con integridad y pureza en un mundo que ya no valora las virtudes que distinguen a los seguidores de Cristo?
Sí. La respuesta es sí, gracias a Jesucristo, cuya Expiación asegura que no tengamos que llevar solos las cargas de la mortalidad. No hay nada que este mundo confundido necesite más, nada que inspire un mayor sentido de bienestar, nada que tenga mayor poder para fortalecer a las familias que el evangelio de Jesucristo. El presidente Howard W. Hunter dijo: “Todo aquello sobre lo que Jesús pone Sus manos vive. Si Jesús pone Sus manos sobre un matrimonio, vive. Si se le permite poner Sus manos sobre la familia, vive”. El Salvador hará por cada uno de nosotros lo que ha prometido hacer, si tenemos fe en Él y recibimos Su don. (“Our Only Chance,” Ensign, mayo de 1999, 67)
Moisés 7:47 — “el Cordero fue inmolado desde la fundación del mundo”
Esta declaración enseña la preordenación eterna de la Expiación. Que el Cordero fuese “inmolado desde la fundación del mundo” no significa que el sacrificio ocurriera físicamente antes del tiempo, sino que el plan redentor estaba establecido, aceptado y garantizado desde antes de la creación. Doctrinalmente, esto afirma que la Caída no sorprendió a Dios ni frustró Su propósito; por el contrario, el sacrificio expiatorio de Jesucristo fue el eje central del plan desde el principio. La salvación no es una solución de emergencia, sino el fundamento mismo sobre el cual se edificó la existencia humana.
Asimismo, el título “el Cordero” subraya la naturaleza voluntaria, pura y sacrificial de Cristo. Doctrinalmente, Moisés 7:47 enseña que la misericordia precede al juicio y que el amor divino anticipa la necesidad humana. Desde una perspectiva eterna, la Expiación opera hacia atrás y hacia adelante en el tiempo, alcanzando a todas las generaciones. Esta verdad ofrece seguridad espiritual: antes de que el hombre eligiera caer, Dios ya había provisto el medio para redimirlo. Así, el versículo testifica que el corazón del plan de salvación es el amor eterno de Dios, manifestado en el sacrificio del Cordero, preparado desde la fundación del mundo para rescatar a Sus hijos.
John Taylor
Cristo, de quien tanto oímos y leemos en las Escrituras de la verdad divina, fue “el Cordero inmolado desde antes de la fundación del mundo”. Se creyó en Él mucho antes de que hiciera Su aparición, tanto en el continente asiático como en el americano; y Dios dio a Sus antiguos profetas muchas visiones, manifestaciones y revelaciones de Su venida para quitar los pecados del mundo mediante el sacrificio de Sí mismo. (Journal of Discourses, 16:196)
George Q. Cannon
“Adán cayó” para que “el hombre existiera, y los hombres existen para que tengan gozo”. Hubo un propósito en ello. Dios, por medio de Su presciencia, lo comprendió todo. Conocía el fin desde el principio. Todo estaba dispuesto. El Hijo de Dios fue preordenado para venir como un Cordero inmolado desde antes de la fundación del mundo, para morir por el hombre y expiar el pecado original, y para llevar a cabo la resurrección de los muertos, siendo Él las primicias de los que durmieron. Dios dispuso que Él viniera aquí y se revistiera de humanidad. Dispuso que nosotros lucháramos y contendamos aquí en esta probación con un destello de conocimiento, un poco de luz. Nos dio Su palabra. Nos ha mandado que lo busquemos; y el que busca halla, al que llama se le abre, y el que pide recibe. (Journal of Discourses, 22:238–239)
Moisés 7:48 — ¡Ay, ay de mí, la madre de los hombres! ¡Estoy afligida, estoy fatigada por causa de la iniquidad de mis hijos!
Este lamento personifica a la tierra como madre viva y testigo moral del comportamiento humano. Doctrinalmente, revela que la Creación no es un escenario neutral, sino una participante del plan divino que sufre cuando los hijos de Dios eligen la iniquidad. La tierra, creada para sostener la vida y reflejar la gloria de Dios, se ve “afligida” y “fatigada” cuando es usada para la violencia, la corrupción y el abuso. El pasaje enseña que el pecado tiene consecuencias que trascienden al individuo y alcanzan a todo lo creado.
Además, el clamor de la “madre de los hombres” subraya la responsabilidad colectiva de la humanidad. La fatiga de la tierra no proviene de la existencia humana en sí, sino de la persistencia en la iniquidad. Doctrinalmente, Moisés 7:48 afirma que la rectitud trae armonía entre el hombre y la creación, mientras que el pecado introduce desorden y sufrimiento. Este versículo anticipa la necesidad de una redención que no solo alcance a las personas, sino que restaure también la creación, preparando el camino para un orden santo en el que la tierra descanse de su aflicción y cumpla plenamente el propósito para el cual fue creada.
Orson Pratt
La tierra misma ha gemido bajo la carga del pecado y la corrupción que ha habido sobre su faz. Enoc, al ser envuelto en la visión del Todopoderoso, vio y oyó a la tierra gemir bajo esta carga de iniquidad, clamando al Señor y diciendo: “¿Cuándo me santificará mi Creador, para que la rectitud more sobre mi faz? ¿Cuándo descansaré de toda la iniquidad que ha salido de mí?”. Se le informó que habría un día de reposo para la vieja madre tierra; pues Enoc se entristeció en su corazón tanto por la tierra misma como por sus habitantes, porque vio cuán afligida estaba la tierra hasta gemir pidiendo alivio. Pero llegará el tiempo en que será santificada. Vivimos cerca de ese período. Para este propósito han venido ustedes a estas montañas. Para este propósito han recibido el espíritu de verdad, el Espíritu Santo, el Consolador, para santificarlos y prepararlos para participar en esta gran obra de los últimos días, la cual Dios decretó desde el principio que habría de cumplirse en su tiempo y sazón. (Journal of Discourses, 21:205)
Spencer W. Kimball
He viajado mucho a lo largo de los años en diversas asignaciones, y cuando paso por el hermoso campo o vuelo sobre las vastas y bellas extensiones de nuestro globo, comparo estas bellezas con muchas de las prácticas oscuras y miserables de los hombres, y tengo la sensación de que la buena tierra apenas puede soportar nuestra presencia sobre ella. Recuerdo la ocasión en que Enoc oyó a la tierra lamentarse, diciendo: “¡Ay, ay de mí, la madre de los hombres! Estoy afligida, estoy cansada a causa de la iniquidad de mis hijos. ¿Cuándo descansaré y seré limpiada de la inmundicia que ha salido de mí?” (Moisés 7:48).
Los hermanos claman constantemente contra aquello que es intolerable a la vista del Señor: contra la contaminación de la mente, del cuerpo y de nuestro entorno; contra la vulgaridad, el robo, la mentira, el orgullo y la blasfemia; contra la fornicación, el adulterio, la homosexualidad y todos los demás abusos del poder sagrado de crear; contra el asesinato y todo lo que es semejante a ello; contra toda forma de profanación.
Que tal clamor sea necesario entre un pueblo tan bendecido me resulta asombroso. Y que tales cosas se encuentren incluso entre los santos, en alguna medida, es casi increíble, pues se trata de un pueblo que posee muchos dones del Espíritu, que tiene un conocimiento que pone las eternidades en perspectiva, y al que se le ha mostrado el camino a la vida eterna.
Tristemente, sin embargo, descubrimos que ser mostrado el camino no es necesariamente caminar por él, y muchos no han podido perseverar en la fe. Estos se han sometido, en uno u otro grado, a las insinuaciones de Satanás y de sus siervos, y se han unido a los del “mundo” en vidas de idolatría cada vez más profunda. (“The False Gods We Worship,” Ensign, junio de 1976, 4)
Moisés 7:48 — “¿Cuándo descansaré y quedaré limpia de la impureza que de mí ha salido?”
Esta pregunta expresa la esperanza profética de la redención de la creación. La tierra, personificada como madre, anhela descanso y limpieza, lo que indica que la impureza no le es inherente, sino impuesta por la iniquidad humana. Doctrinalmente, esto enseña que la creación fue hecha buena y santa, pero ha sido cargada con las consecuencias del pecado de los hombres. El “descanso” al que aspira no es mera inactividad, sino la restauración del orden divino, cuando cesen la violencia, la corrupción y el derramamiento de sangre que la han contaminado.
La pregunta “¿cuándo?” sitúa la esperanza en el tiempo señalado por Dios, afirmando que la purificación de la tierra forma parte del plan eterno. Doctrinalmente, Moisés 7:48 enseña que la salvación es cósmica en alcance: así como los hombres necesitan ser limpiados por medio de la Expiación, la tierra también será santificada para cumplir su propósito eterno. Este pasaje anticipa un futuro en el que la justicia y la misericordia reconciliarán a la humanidad con la creación, y la tierra, liberada de la impureza causada por el pecado, hallará su descanso prometido bajo el reinado santo de Dios.
Enoc hizo una gran pregunta: “¿Cuándo vendrá el día del Señor?” (v. 45). Estaba preguntando acerca de la primera venida de Cristo. La siguiente gran pregunta proviene de la Madre Tierra: “¿Cuándo descansaré y seré limpiada?”. Ella estaba preguntando acerca de la segunda venida de Cristo.
El primer paso para limpiar la inmundicia de la Madre Tierra es deshacerse de Satanás y de sus ángeles. El segundo paso es deshacerse de sus seguidores inicuos. Cuando el Señor venga por segunda vez, Él “hará limpieza”, y “por mi casa comenzará, y de mi casa saldrá” (Doctrina y Convenios 112:25). El lugar estará en gran desorden. Será un momento de Marta —tanto dentro de la Iglesia como fuera—, un tiempo para una limpieza seria y profunda.
Orson Pratt
Cuando [la tierra] sea redimida, será una mansión gloriosa, será un mundo glorioso, será digno de ser habitado; y será santificada, y el conocimiento de Dios cubrirá la tierra como las aguas cubren el mar. Todos los seres tendrán conocimiento. Todo el pueblo tendrá entendimiento. Comprenderán las cosas de Dios y las pondrán en práctica. El Señor hará de esta tierra una de las moradas más gloriosas, en la medida en que el pueblo se prepare para ello, una de las moradas más gloriosas que se puedan dar a los hombres. (Journal of Discourses, 20:155)
Brigham Young
¿Creen ustedes que nosotros, como santos de los últimos días, estamos preparando nuestros propios corazones y nuestras propias vidas para regresar y tomar posesión de la Estaca Central de Sion, tan rápido como el Señor se está preparando para limpiar la tierra de aquellas personas impías que moran allí? Pueden leer, reflexionar y hacer sus propios cálculos. Si no somos muy cuidadosos, la tierra será limpiada de iniquidad antes de que nosotros estemos preparados para tomar posesión de ella. Debemos ser puros para estar preparados para edificar Sion. Por todo lo que parece, el Señor está preparando ese fin del trayecto más rápidamente de lo que nosotros nos estamos preparando para llegar allí.
Su gracia está aquí, Sus juicios están aquí, Su sabiduría y Su Espíritu están aquí, y toda cualificación que los santos puedan requerir está aquí, lista para ser derramada sobre el pueblo, si están preparados para recibirla. ¿Estamos preparados para recibir esas cualificaciones? ¿Estamos preparados para marchar de regreso y tomar posesión de la Estaca Central de Sion, edificar el gran templo del Señor y congregar a las naciones de la tierra? (Journal of Discourses, 9:137)
Moisés 7:50–52 — “el Señor… concertó un convenio con Enoc y le juró con juramento que detendría los diluvios”
Estos versículos revelan el poder vinculante del convenio divino y la seriedad con la que Dios compromete Su palabra. Que el Señor “concertara un convenio” y lo confirmara “con juramento” indica una promesa irrevocable, establecida conforme a leyes eternas. Doctrinalmente, esto enseña que Dios gobierna Su creación por medio de convenios que aseguran orden, misericordia y continuidad del plan de salvación. La promesa de “detener los diluvios” no solo se refiere a un fenómeno físico, sino a la garantía de que la tierra no sería destruida de manera total antes del cumplimiento de los propósitos redentores de Dios para Sus hijos.
Asimismo, el convenio hecho con Enoc subraya el papel mediador del profeta. Enoc actúa como intercesor por la humanidad y por la creación misma, y el Señor honra su fe y su compasión con una promesa que afecta a generaciones futuras. Doctrinalmente, Moisés 7:50–52 enseña que Dios responde a la rectitud y a la intercesión justa, y que Su misericordia se manifiesta dentro de un marco de justicia pactada. Este convenio preserva el escenario de la historia humana para que la Expiación, el arrepentimiento y la redención puedan operar plenamente, demostrando que, aun en medio de gran iniquidad, Dios limita el juicio y sostiene la esperanza mediante convenios eternos.
El término juramento y convenio suele referirse al sacerdocio. Pero en este caso, el Señor hizo con Enoc un juramento mediante convenio de que detendría los diluvios: que nunca volvería a destruir prácticamente a todos los habitantes de la tierra, y que siempre se preservaría un remanente. Como con otros convenios, habría una señal del juramento y convenio del Diluvio. La señal de la promesa de Dios a Enoc fue el arco iris.
Chieko N. Okazaki
El Señor da la promesa de la cual el arco iris es una señal: que nunca más volverá a maldecir la tierra con un diluvio. “Mi arco he puesto en las nubes”, dijo el Señor, “y será por señal del convenio entre mí y la tierra”. Ese convenio fue uno de continuidad, de vínculo, de relación permanente. El Señor dijo: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche” (Génesis 9:13; 8:22).
¿Qué convenios hemos hecho nosotros? ¿Qué señales tenemos de los convenios entre nosotros y el Señor? (Aloha! [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1995], 163)
Bruce R. McConkie
Con frecuencia se han hecho convenios especiales para propósitos especiales con personas o grupos determinados. El Señor hizo convenio con Noé de no volver a destruir la tierra por medio de un diluvio, y puso el arco iris como señal de ese convenio (Génesis 9:12–13). A Abraham le dio el convenio de la circuncisión para que permaneciera en vigor con el linaje escogido hasta que se cumpliera en Cristo (Génesis 17:11–14; Moroni 8:8). A Lehi se le otorgó el convenio de que América sería una tierra de herencia para su descendencia para siempre (2 Nefi 1). (Mormon Doctrine, 2.ª ed. [Salt Lake City: Bookcraft, 1966], 167)
Bruce R. McConkie
De lo anterior queda claro que existe cierta relación entre la destrucción del mundo por agua en los días de Noé, la destrucción por fuego en el día del Señor Jesucristo, y la colocación del arco iris en los cielos como señal de un convenio que involucraba tanto el Diluvio como la Segunda Venida. José Smith, con su característica percepción espiritual, une todo el asunto mediante declaraciones hechas en dos ocasiones diferentes.
“El Señor trata con este pueblo como un padre tierno con un hijo”, dijo el Profeta, “comunicando luz e inteligencia y el conocimiento de Sus caminos conforme pueden soportarlo. Los habitantes de la tierra están dormidos; no conocen el día de su visitación. El Señor ha puesto el arco en las nubes como señal de que mientras se vea, no faltarán la sementera y la siega, el verano y el invierno; pero cuando desaparezca, ¡ay de aquella generación!, porque he aquí el fin viene pronto” (Teachings, p. 305).
“También he preguntado al Señor acerca de Su venida”, dijo el Profeta, “y mientras preguntaba, Él dio una señal y dijo: ‘En los días de Noé puse un arco en los cielos como señal y símbolo de que en cualquier año en que se viera el arco, el Señor no vendría; sino que habría sementera y siega durante ese año; pero cuando veáis que el arco sea retirado, será señal de que habrá hambre, pestilencia y gran angustia entre las naciones, y que la venida del Mesías no está lejos’. Pero tomaré sobre mí la responsabilidad de profetizar en el nombre del Señor que Cristo no vendrá este año… porque hemos visto el arco” (Teachings, pp. 340–341). (The Millennial Messiah: The Second Coming of the Son of Man [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1982], 417)
Moisés 7:53 — “Bendito aquel por cuya descendencia vendrá el Mesías”
Esta declaración proclama la centralidad del linaje dentro del plan de salvación y afirma que Dios obra redentoramente a través de generaciones. Al bendecir a aquel “por cuya descendencia vendrá el Mesías”, el Señor reconoce que la historia humana no es aleatoria, sino dirigida por promesas y convenios. Doctrinalmente, esto enseña que la venida del Mesías fue preparada desde la antigüedad mediante linajes escogidos, no por mérito biológico, sino por fidelidad al convenio. La bendición no exalta a una familia por encima de otras, sino que subraya la responsabilidad sagrada de preservar la fe y transmitirla hasta el cumplimiento del propósito divino.
Además, el pasaje reafirma que toda esperanza de redención converge en Jesucristo. La bendición del linaje no es un fin en sí mismo, sino un medio para bendecir a toda la humanidad. Doctrinalmente, Moisés 7:53 enseña que Dios vincula Su obra redentora a personas reales y a historias familiares concretas, mostrando que la salvación se teje en el tiempo mediante obediencia, sacrificio y promesas cumplidas. Así, este versículo testifica que el Mesías no llega aislado del mundo, sino como fruto de un plan eterno en el que Dios honra los convenios y convierte la fidelidad de generaciones en bendición universal.
Enoc ve la genealogía de Jesucristo y declara:
“Benditos sean Noé y Sem; benditos sean Abraham, Isaac, Jacob y Judá; benditos sean Rut, Obed, Isaí, David y Salomón”.
Moisés 7:53 — “Yo soy el Mesías, el Rey de Sion”
Esta declaración identifica de manera inequívoca a Jesucristo como el centro absoluto del plan de salvación y como el legítimo soberano de Sion. Al decir “Yo soy el Mesías”, el Señor afirma que Él es el Ungido prometido desde la fundación del mundo, aquel por medio del cual vendrán la redención, la resurrección y la reconciliación entre Dios y el hombre. Doctrinalmente, esto enseña que todas las promesas, convenios y profecías convergen en Cristo; Sion no existe por su propia virtud, sino porque está edificada sobre la expiación y el señorío del Mesías.
Llamarse a Sí mismo “el Rey de Sion” revela la naturaleza del gobierno de Cristo. Su reinado no se basa en coerción, poder político o dominación terrenal, sino en justicia, santidad y amor de convenio. Sion es Su reino porque vive conforme a Sus leyes, refleja Su carácter y se somete voluntariamente a Su voluntad. Doctrinalmente, Moisés 7:53 enseña que donde Cristo reina, hay unidad, paz y santificación, y que solo bajo Su gobierno puede una sociedad llegar a ser verdaderamente santa. Este versículo testifica que el destino final de Sion —y de todos los que la buscan— es vivir bajo el reinado eterno del Mesías, quien no solo salva, sino que gobierna con perfecta rectitud.
“Debido a que la profecía bíblica utiliza el simbolismo de la realeza, algunos creyeron que en Su primera venida el Mesías los libraría de la esclavitud política. Jacob previó que vendría Siloh, a quien se congregarían los pueblos (Génesis 49:10). Moisés profetizó: ‘Saldrá estrella de Jacob, y se levantará cetro de Israel’ (Números 24:17). Isaías visualizó a un niño nacido, ‘y el principado sobre su hombro… lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino’ (Isaías 9:6–7). Miqueas registró que de Belén ‘saldrá el que será Señor en Israel’ (Miqueas 5:2). Jeremías vio que ‘reinará un rey… y hará juicio y justicia’ (Jeremías 23:5). Sin embargo, tales profecías reales acerca de un rey y gobernante hallarían su cumplimiento en el papel eterno del Mesías, más que en Su papel mortal”.
(Encyclopedia of Mormonism, 1–4 vols., ed. Daniel H. Ludlow [New York: Macmillan, 1992], 893)
Si Cristo ha de ser el Rey de Sion y Sion ha de incluir toda América del Norte y del Sur (hablando geográficamente), entonces las democracias de las Américas deberán disolverse. Sus gobiernos llegarán a ser innecesarios (véanse D. y C. 49:10; 64:41–43). La teocracia sustituirá a la democracia, y una nueva constitución escrita por el Rey deberá necesariamente prevalecer. “Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová” (Isaías 2:3).
Bruce R. McConkie
Tanto la Iglesia como el Estado, tal como el mundo los conoce, pronto dejarán de existir. Cuando el Señor venga de nuevo, establecerá otra vez en la tierra el reino político de Dios. Este se unirá con el reino eclesiástico; Iglesia y Estado se unirán, y Dios gobernará en todas las cosas. Aun así, como suponemos, los asuntos administrativos estarán organizados por departamentos, pues la ley saldrá de Sion [en el condado de Jackson, Misuri], y la palabra del Señor de Jerusalén [en la Tierra Santa]. No obstante, una vez más el gobierno de la tierra será teocrático. Dios gobernará. Esta vez lo hará personalmente al reinar sobre toda la tierra. Y todo esto presupone la caída de Babilonia, la muerte de las religiones falsas y la caída de todos los gobiernos y naciones terrenales. (The Millennial Messiah, 596)
Moisés 7:53 — “Yo soy… la Roca del Cielo”
Al declararse “la Roca del Cielo”, Jesucristo se revela como el fundamento eterno, inamovible y celestial sobre el cual se edifica Sion y toda esperanza de salvación. La roca simboliza estabilidad, refugio y permanencia; añadir “del Cielo” eleva esa imagen para enseñar que este fundamento no es terrenal ni transitorio, sino divino. Doctrinalmente, esto afirma que la seguridad espiritual no proviene de instituciones humanas, tradiciones cambiantes o fuerzas del mundo, sino de Cristo mismo, cuya palabra y expiación sostienen todo lo que es santo y duradero.
Este título también subraya la exclusividad del fundamento verdadero. Construir sobre la Roca del Cielo implica vivir conforme a la revelación, los convenios y la obediencia a Cristo; cualquier otro cimiento —por más atractivo o poderoso que parezca— es inestable. Doctrinalmente, Moisés 7:53 enseña que Sion es firme porque descansa sobre Cristo, y que los individuos y comunidades solo permanecen cuando su fe está anclada en Él. Así, “la Roca del Cielo” testifica que Cristo no solo salva, sino que sostiene, y que en medio de juicios, cambios y pruebas, quienes edifican sobre Él hallan refugio eterno y seguridad inquebrantable.
“Moisés habló del Dios de Israel como una Roca: ‘Engrandeced a nuestro Dios. Él es la Roca, cuya obra es perfecta… Dios de verdad y sin ninguna iniquidad’ (Deuteronomio 32:3–4). David escribió: ‘Jehová es mi roca y mi fortaleza… mi escudo… y mi alto refugio’ (2 Samuel 22:2–3). Enoc oyó al Señor decir: ‘Yo soy el Mesías, el Rey de Sion, la Roca del Cielo’ (Moisés 7:53). Pablo explicó que los hijos de Israel, bajo el liderazgo de Moisés, ‘bebieron de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo’ (1 Corintios 10:4). Nefi alabó al Señor como ‘la roca de mi salvación’ y ‘la roca de mi justicia’ (2 Nefi 4:30, 35). El patriarca Jacob habló del Señor como ‘el pastor, la piedra de Israel’ (Génesis 49:24). Esta piedra es identificada en la revelación de los últimos días como Jesucristo: ‘Yo estoy en medio de vosotros, y yo soy el buen pastor, y la piedra de Israel. El que edifique sobre esta roca jamás caerá’ (D. y C. 50:44; véase también “Jesucristo, Roca”, en la Guía Temática, edición SUD de la Biblia Reina-Valera).
“Isaías habló particularmente del Señor como ‘piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable’ (Isaías 28:16). Y Pablo explicó que los santos fieles pertenecen a la familia de Dios, ‘edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Jesucristo mismo la principal piedra del ángulo’ (Efesios 2:20).
“Los profetas habían revelado que Jesús sería rechazado por el mundo, y declararon que aun así Él es el único camino de salvación. Por tanto, está escrito que ‘la piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo’ (Salmos 118:22). Jesús dijo a los gobernantes de los judíos que Él era esa piedra, y añadió que ‘cualquiera que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará’ (Mateo 21:44). Y Pedro, declarando al pueblo que Jesús de Nazaret había resucitado de los muertos, dijo: ‘Este es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos’ (Hechos 4:11–12). Por tanto, Jesús es llamado piedra de tropiezo para los que lo rechazan, ‘piedra de tropiezo y roca de escándalo… para los que tropiezan en la palabra, siendo desobedientes’ (1 Pedro 2:8). El profeta nefiíta Jacob explicó que ‘por el tropiezo de los judíos rechazarán la piedra sobre la cual podrían edificar y tener fundamento seguro. Pero… esta piedra llegará a ser el gran, el último y el único fundamento seguro sobre el cual los judíos pueden edificar’ (Jacob 4:15–16).
“No solo Jesús es una Roca, sino que Su evangelio también es comparado con una roca, un fundamento seguro… El discípulo fiel edificará su vida sobre la roca del evangelio de Jesucristo, y no sobre las arenas movedizas de la sabiduría de los hombres. Tal discípulo es ‘como un hombre que edificó una casa, cavó hondo y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca’ (Lucas 6:48)”. (Robert J. Matthews, “I Have a Question,” Ensign, ene. de 1984, 52)
Moisés 7:54 — “¿Cuándo el Hijo del Hombre venga en la carne, descansará la tierra?”
Esta pregunta revela una expectativa profética de descanso vinculada a la venida del Hijo del Hombre, es decir, Jesucristo. El “descanso de la tierra” no se limita a alivio físico o ecológico; es un concepto profundamente doctrinal que alude a la cesación del derramamiento de sangre, la injusticia y la contaminación espiritual que pesan sobre la creación. Enoc discierne que la encarnación del Mesías es el punto de inflexión del plan de salvación, pero su pregunta reconoce que la redención se despliega por etapas: la venida en la carne inaugura la salvación, aunque el descanso pleno de la tierra aún aguarda su consumación.
Doctrinalmente, el versículo enseña que la Expiación es suficiente para redimir, pero que el reposo de la creación requiere la aceptación colectiva de Cristo y el establecimiento de Su reino. La primera venida trae la posibilidad de limpieza; el descanso total vendrá cuando la humanidad viva conforme a Sus leyes y cuando Cristo reine como Rey de Sion. Así, Moisés 7:54 une cristología y escatología: la tierra descansará plenamente cuando el Hijo del Hombre no solo haya venido en la carne, sino cuando Su gobierno sea recibido y Sus convenios sean honrados. El pasaje invita a ver el descanso no como un evento instantáneo, sino como el fruto final de la redención aplicada a personas, sociedades y a la creación misma.
La respuesta breve a esta pregunta es: ¡No! Cuando Cristo viene en la carne por primera vez, la tierra no recibe descanso alguno. De hecho, sucede lo contrario. En la crucifixión, la tierra se sacude con grandes terremotos, ciudades son tragadas, otras son consumidas por el fuego; los cielos se cubren de negrura, mientras tempestades, incendios y humo prevalecen, de tal manera que testigos gentiles exclaman: “¡El Dios de la naturaleza sufre!” (véanse 1 Nefi 19:12; 3 Nefi 8).
Moisés 7:56 — “los santos resucitaron y fueron coronados a la diestra del Hijo del Hombre”
Este versículo proclama el triunfo final de la fidelidad y la consumación del plan de salvación. La resurrección de “los santos” afirma que la victoria de la Expiación no es simbólica, sino literal y corporal: la muerte es vencida y la vida eterna se concede a quienes perseveran en convenios. Ser “coronados” indica exaltación y honra, no por méritos propios aislados, sino por la gracia del Redentor y la fidelidad a Sus leyes. Doctrinalmente, la coronación señala realeza espiritual: los santos llegan a ser coherederos del reino, participantes de la gloria que procede del Hijo del Hombre.
Estar “a la diestra del Hijo del Hombre”, Jesucristo, simboliza favor, autoridad delegada y comunión plena. La diestra es el lugar de confianza y cercanía; describe una relación restaurada y elevada con Cristo. Doctrinalmente, Moisés 7:56 enseña que la meta del evangelio no es solo escapar del pecado, sino morar con Cristo y participar de Su gloria. Este versículo sella la esperanza de Sion: quienes viven conforme a la ley del cielo no solo resucitan, sino que reinan con el Rey de Sion, confirmando que la justicia y la misericordia culminan en vida eterna, honra y comunión perpetua con el Hijo del Hombre.
El detalle singular acerca de estos primeros santos resucitados —que no aparece en otros pasajes— es que fueron “coronados a la diestra del Hijo del Hombre”. Las Escrituras hablan de que se aparecieron a los justos, pero no mencionan explícitamente su coronación gloriosa.
“Y los sepulcros se abrieron; y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron;
y saliendo de los sepulcros después de la resurrección de Él, entraron en la santa ciudad y aparecieron a muchos” (Mateo 27:52–53).
En las Américas:
“Samuel… testificó a su pueblo que… muchos santos se levantarían de los muertos, y se aparecerían a muchos, y les ministrarían. Y les dijo: ¿No fue así?” (3 Nefi 23:9).
Joseph E. Taylor
Estas Escrituras establecen el hecho de que la resurrección que tuvo lugar en el momento de la resurrección de Cristo y poco después fue la primera resurrección, y que este fue el período en el cual se centraron la expectativa, la fe y la esperanza de todos los santos. (Brian H. Stuy, ed., Collected Discourses, 5 vols. [Burbank, Calif., y Woodland Hills, Utah: B.H.S. Publishing, 1987–1992], vol. 1, 2 de junio de 1888)
Moisés 7:57 — “salieron cuantos espíritus se hallaban en la prisión, y se pusieron a la diestra de Dios.”
Este versículo proclama el alcance liberador de la redención y la victoria de la misericordia divina sobre toda forma de cautiverio espiritual. Que los “espíritus… en la prisión” salgan indica que el encarcelamiento no es definitivo ni arbitrario; existe un tiempo y un medio establecidos por Dios para que la justicia dé paso a la liberación. Doctrinalmente, esto enseña que la obra salvadora de Jesucristo alcanza incluso a quienes, por ignorancia o rebeldía, quedaron separados de la plenitud de la luz. La prisión es un estado transitorio dentro del plan, no el destino final de las almas que aceptan la verdad cuando se les ofrece.
“Ponerse a la diestra de Dios” simboliza aceptación, favor y restauración plena. La diestra representa cercanía y honra, señal de que estos espíritus no solo fueron liberados, sino reconciliados con Dios. Doctrinalmente, Moisés 7:57 afirma que el propósito último del juicio es conducir al arrepentimiento y a la comunión, y que el plan de salvación es suficientemente amplio para rescatar a los hijos de Dios en todas las esferas de la existencia. Este pasaje testifica que la redención no termina en la tumba, que la gracia opera conforme a la justicia, y que el fin de la obra divina es llevar a Sus hijos —libres y purificados— a morar en Su presencia.
Si estos espíritus estaban en la prisión espiritual, ¿cómo es que salieron y se colocaron a la diestra de Dios?
“Tanto aquellos que fueron coronados con gloria a la diestra de Dios como aquellos que estaban confinados a ‘cadenas de oscuridad’ son descritos por Enoc como estando en prisión.
“La razón por la cual los que estaban en el paraíso son descritos como en prisión o como prisioneros queda aclarada por el presidente Joseph F. Smith en la visión de la redención de los muertos. Al hablar de los justos que aguardaban la llegada de Cristo, dijo: ‘Mientras esta vasta multitud esperaba y conversaba, regocijándose en la hora de su liberación de las cadenas de la muerte, apareció el Hijo de Dios, declarando libertad a los cautivos que habían sido fieles’ (Doctrina y Convenios 138:18). En este texto, los cautivos que aguardaban la liberación son almas justas. A ellos fue a quienes Cristo declaró libertad, y por ellos rompió las ligaduras de la muerte para que fuesen librados de las “cadenas de la muerte”. Aun en el mundo de los espíritus, solo podían ser liberados de los efectos de la caída de Adán —incluida la separación del cuerpo y el espíritu— por medio del sacrificio expiatorio de Cristo. Así, ‘los muertos habían considerado la prolongada ausencia de sus espíritus de sus cuerpos como un cautiverio’ (D. y C. 138:50; D. y C. 45:17)”. (Joseph Fielding McConkie, Answers: Straightforward Answers to Tough Gospel Questions [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1998], 99)
Este pasaje enseña una verdad interesante, aunque poco comprendida. Había dos grupos de justos en el mundo de los espíritus cuando el Salvador los visitó después de Su crucifixión. El primero sería resucitado pronto y se aparecería a los santos en Jerusalén y en las Américas. El segundo no sería resucitado en ese momento. Estos eran los santos que serían enviados como misioneros a los inicuos en la prisión espiritual. Ellos “se colocaron a la diestra de Dios” cuando Jesús los visitó después de Su crucifixión; luego fueron “designados mensajeros, investidos de poder y autoridad y comisionados… para salir y llevar la luz del evangelio a todos los que estaban en tinieblas, aun a todos los espíritus de los hombres; y así fue predicado el evangelio a los muertos” (Doctrina y Convenios 138:30).
Si todos los espíritus justos hubieran sido resucitados en el momento de la Primera Resurrección, no habría quedado ningún espíritu para predicar a los inicuos en la prisión espiritual. Véase el comentario de Doctrina y Convenios 138:51.
Moisés 7:57 — “el resto quedó en cadenas de tinieblas hasta el juicio del gran día.”
Esta frase enseña que la justicia divina reconoce decisiones reales y consecuencias reales. Las “cadenas de tinieblas” no describen un castigo arbitrario impuesto por Dios, sino un estado espiritual de restricción que resulta de rechazar persistentemente la luz cuando se ofrece. Doctrinalmente, las tinieblas representan ausencia de verdad y comunión con Dios; las cadenas simbolizan limitaciones autoelegidas que impiden el progreso espiritual. El versículo subraya que Dios respeta el albedrío incluso cuando las elecciones conducen a separación temporal de Su presencia.
La expresión “hasta el juicio del gran día” introduce orden, tiempo y esperanza dentro de la justicia. No es una condenación caótica ni eterna sin propósito, sino una condición mantenida hasta que se complete el juicio conforme al conocimiento, las obras y la aceptación de la verdad. Doctrinalmente, Moisés 7:57 afirma que el juicio final pertenece a Dios y se administra con perfecta justicia y misericordia. Este pasaje enseña que la redención está disponible donde hay arrepentimiento, pero que la plenitud de la gloria no puede recibirse sin aceptación consciente de la luz. Así, el versículo mantiene el equilibrio del plan de salvación: Dios libera, salva y exalta, pero nunca anula la responsabilidad moral de Sus hijos.
Uno de los castigos de los inicuos en la prisión espiritual es que son los últimos en resucitar. Deben esperar, sin un cuerpo, en oscuridad y tristeza hasta el día de su resurrección. En la Segunda Venida, volverán a sentirse decepcionados al saber que aún no es el tiempo para que ellos salgan.
“Y otra vez sonará otra trompeta, que es la tercera trompeta, y entonces vendrán los espíritus de los hombres que han de ser juzgados y que se hallan bajo condenación;
y estos son el resto de los muertos; y no volverán a vivir hasta que se cumplan los mil años, ni aun hasta el fin de la tierra.
Y sonará otra trompeta, que es la cuarta trompeta, diciendo: Hay entre los que han de permanecer hasta aquel gran y postrer día, aun hasta el fin, quienes permanecerán todavía inmundos” (Doctrina y Convenios 88:100–102).
Moisés 7:58 — “¿Cuándo descansará la tierra?”
Esta pregunta condensa el anhelo cósmico por la redención plena. No es solo la inquietud de Enoc, sino el clamor acumulado de la creación que ha sido cargada con violencia, injusticia y pecado humano. El “descanso” de la tierra va más allá del alivio físico; implica la santificación del orden creado, cuando cesen el derramamiento de sangre y la corrupción moral que la contaminan. Doctrinalmente, el versículo enseña que la tierra, al igual que los hijos de Dios, participa del plan de salvación y aguarda su propia liberación.
Al repetir la pregunta, Enoc muestra que el descanso no es inmediato, sino parte de una secuencia divina. Doctrinalmente, Moisés 7:58 afirma que el reposo de la creación llegará cuando se cumpla el propósito redentor de Dios: mediante la obra del Mesías, el arrepentimiento de los hombres y el establecimiento del reino de Dios en justicia. Esta pregunta invita a vivir con una perspectiva eterna, reconociendo que cada acto de rectitud contribuye a acercar ese día de descanso. Así, el versículo enseña que el descanso de la tierra está ligado inseparablemente al triunfo final de la justicia, la misericordia y la santidad en toda la creación.
Esta es la tercera vez que se hace esta pregunta (véanse vv. 48, 54, 58). Enoc hace dos grandes preguntas y cada una se formula tres veces.
Primero: “¿Cómo es que los cielos lloran?”
Segundo: “¿Cuándo descansará la tierra?”
Wilford Woodruff
Juicios aguardan al mundo, y aguardan a esta nación, y se acerca el día en que el Señor barrerá la tierra como con una escoba de destrucción. En la visión que el Señor dio a Enoc, vio a los cielos llorar por la tierra a causa de la caída del hombre; y cuando Enoc preguntó al Señor: “¿Cuándo descansará la tierra de debajo de la maldición del pecado?”, el Señor le dijo que en los últimos días la tierra descansaría, pues entonces sería redimida del pecado, la iniquidad y las abominaciones que había sobre ella. La tierra está ahora casi madura, y cuando madure el Señor la segará. Estas cosas están delante de los Santos de los Últimos Días, pero el mundo no cree en ellas más de lo que creyeron en el mensaje de Noé o de Lot. (Journal of Discourses, 18:38)
Moisés 7:59 — ¿No vendrás otra vez a la tierra?”
Esta pregunta expresa la esperanza profética en el retorno personal del Redentor. Enoc comprende que la primera venida del Mesías inaugura la redención, pero que la restauración plena del orden divino requiere Su regreso. Doctrinalmente, la pregunta reconoce que el mal no será erradicado solo por principios abstractos, sino por la presencia soberana de Jesucristo reinando en justicia. La fe de Enoc mira más allá del sufrimiento presente y se ancla en la promesa de que Dios no abandona Su creación, sino que vuelve para consumar Su obra.
Asimismo, la pregunta vincula la Segunda Venida con el descanso de la tierra y la vindicación de los justos. Doctrinalmente, Moisés 7:59 enseña que la historia tiene dirección y destino: Cristo vendrá otra vez para juzgar con equidad, sanar lo quebrantado y establecer Sion en plenitud. No es solo un evento futuro, sino una esperanza que orienta la vida del creyente ahora: vivir en preparación, fidelidad y consagración. Así, la pregunta de Enoc no es duda, sino testimonio anticipado de que el Señor regresará, y con Él vendrán la paz duradera, la justicia perfecta y el reposo prometido para la tierra y para los hijos de Dios.
Enoc está haciendo buenas preguntas. Su tercera pregunta es: “¿No vendrás otra vez sobre la tierra?”. Lo que Enoc aún no comprendía es que la tierra descansará cuando el Señor vuelva. Ambas cosas coinciden. La respuesta deja claro que cuando el Señor venga de nuevo, la tierra finalmente descansará (v. 61).
Joseph Smith
Esto [el Milenio] es lo único que puede producir [paz]… Otros intentos de promover la paz y la felicidad universales en la familia humana han resultado fallidos; todo esfuerzo ha fracasado; todo plan y designio ha caído por tierra; se necesita la sabiduría de Dios, la inteligencia de Dios y el poder de Dios para lograrlo. El mundo ha tenido una prueba justa durante seis mil años; el Señor probará el séptimo milenio Él mismo. (History of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 5:64–65)
Moisés 7:60 — “así también vendré en los últimos días, en los días de iniquidad y venganza”
Este versículo afirma con claridad la certeza y el propósito de la Segunda Venida. Al decir “así también vendré”, el Señor establece un paralelismo entre Sus intervenciones redentoras pasadas y Su regreso futuro: Dios actúa en la historia cuando la iniquidad llega a su colmo y cuando la justicia debe ser vindicada. Doctrinalmente, esto enseña que la venida del Señor no es reacción impulsiva, sino acto deliberado dentro del plan eterno, en el que la misericordia ha sido ampliamente ofrecida y el albedrío plenamente respetado.
La referencia a “los días de iniquidad y venganza” debe entenderse en el marco de la justicia restauradora. La “venganza” no describe un arrebato emocional, sino la rectificación divina del desorden moral: el fin de la opresión, la vindicación de los justos y el cese del poder persistente del mal. Doctrinalmente, Moisés 7:60 enseña que la Segunda Venida de Jesucristo será a la vez día de juicio y de liberación—juicio para la iniquidad que se negó a arrepentirse, y liberación para quienes permanecieron fieles. Este pasaje invita a vivir en preparación constante, confiando en que el regreso del Señor no solo pondrá fin a la injusticia, sino que consumará la esperanza de Sion y el descanso prometido para la tierra.
“Aprendemos de este pasaje que hay momentos en que la paciencia del Señor llega a su fin. Aunque a menudo soporta la iniquidad típica del mundo con gran longanimidad, hay ocasiones en que no la soportará… El Señor también designa específicamente dos períodos como ‘días de iniquidad y venganza’ (Moisés 7:46, 60). Uno de esos períodos es el meridiano del tiempo, como vemos en la respuesta a la súplica de Enoc por saber cuándo el Salvador efectuaría la Expiación…
“Los otros días de iniquidad y venganza específicamente señalados por el Señor son los últimos días (Moisés 7:59–61).
“…Los ‘días de iniquidad y venganza’ de los nefitas llegaron en el meridiano del tiempo… El Señor, en Su bondad, había bendecido al pueblo cuando invocaban Su nombre. Pero cuando se volvieron mundanos e inicuos en la paz y prosperidad con que el Señor los había bendecido, les envió profetas, a quienes dieron muerte. Finalmente, el Señor envió a Su siervo más fiel. A lo largo de todo esto se produjo una separación final entre los justos y los inicuos. Los pocos que eran justos escucharon las palabras de los profetas y de Nefi; los muchos que eran inicuos rechazaron obstinadamente tanto a ellos como a Dios, rechazando en última instancia su propia redención. Entonces llegó el tiempo de que el Señor realizara Su gran obra de venganza.
“Al comienzo del año treinta y cuatro, en el momento de la crucifixión del Salvador en Judea, se levantó una gran tempestad en la tierra de los nefitas, peor que cualquiera antes experimentada. Por fuego y tempestad, por la apertura y el cierre de la tierra, por el hundimiento y la elevación de partes del territorio, todos menos la parte más justa del pueblo nefita fueron destruidos. Y entre estos se contaban incluso humildes seguidores de Cristo que ya se habían arrepentido (3 Nefi 8). El día de venganza llegó cuando el Señor destruyó a los más inicuos entre los nefitas, cumpliendo así los días de iniquidad y venganza entre ese pueblo.
“Por supuesto, esa no es el final de la historia. Después de la visita del Salvador entre ellos, los nefitas entraron en esa bendita era de Sion, una era de fidelidad como nunca antes se había visto entre tantos. Vivieron en rectitud y paz durante la vida completa de dos generaciones (4 Nefi 1:22–23). Así, los días de iniquidad y venganza tuvieron un propósito: limpiar la tierra para preparar la llegada de una era especial de rectitud”. (Chauncey Riddle, Helaman through 3 Nephi 8: According to Thy Word, ed. Monte S. Nyman y Charles D. Tate, Jr. [Provo: BYU Religious Studies Center, 1992], 191–200)
Joseph Fielding Smith
Hemos sido advertidos y amonestados acerca del grande y terrible día del Señor, el cual ya está a nuestras puertas. ¿No es tiempo de que prestemos atención? ¿No deberían los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ser sobrios de mente, tener espíritu de humildad, fe y oración en su corazón, procurando conocer los propósitos del Señor y presentarse ante Él en rectitud, para estar preparados si ese día llega mientras vivimos? ¿No es un error fatal pensar que ese día aún está muy lejos, que no vendrá en nuestra generación y que, por lo tanto, podemos con seguridad recibir el espíritu del mundo y buscar las cosas que el mundo ama, sus frivolidades y su iniquidad? El Señor espera cosas mejores de nosotros. Espera que guardemos Sus mandamientos, que velemos y oremos, y que permanezcamos, como Él ha declarado, en lugares santos y no seamos movidos.
Estos son tiempos peligrosos. Es un día de gran peligro: peligro por las enseñanzas de los hombres; peligro por la falta de fe en el corazón de los hombres; porque las filosofías del mundo tienden a socavar las verdades fundamentales del evangelio de Jesucristo. Contra estas cosas debemos contender. Hay en el mundo hoy un espíritu de indiferencia hacia la religión. La gente no adora en espíritu y en verdad; pero el Señor espera que nosotros, miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, adoremos en espíritu y en verdad, andemos en rectitud y permanezcamos en esa libertad que nos hará libres, de la que se habla en estas revelaciones. (Doctrines of Salvation, 3 vols., ed. Bruce R. McConkie [Salt Lake City: Bookcraft, 1954–1956], 3:56)
Moisés 7:61 — “mas preservaré a mi pueblo.”
Esta promesa declara el principio de preservación divina en medio del juicio. “Preservaré” no implica ausencia de pruebas, sino protección conforme al propósito eterno de Dios. Doctrinalmente, el Señor distingue entre destrucción indiscriminada y justicia con misericordia: aun cuando la iniquidad alcance su colmo, Dios conoce a los Suyos, honra los convenios y sostiene a quienes confían en Él. La preservación puede manifestarse de diversas formas—protección espiritual, fortaleza interior, guía reveladora o liberación oportuna—pero siempre asegura que el plan de salvación no se frustre para los fieles.
Asimismo, “mi pueblo” subraya la identidad de convenio. No se trata de favoritismo étnico o social, sino de pertenencia basada en obediencia, fe y lealtad al Señor. Doctrinalmente, Moisés 7:61 enseña que Dios preserva a un pueblo para cumplir Sus promesas: mantener viva la verdad, edificar Sion y preparar la consumación de Su obra. Esta promesa infunde esperanza en épocas de confusión y maldad, recordando que la fidelidad nunca es en vano y que, aun cuando el mundo tiemble, Dios guarda a Su pueblo y lo conduce hacia Su descanso prometido.
“Es decir, en medio de densas tinieblas, en un tiempo en que la iniquidad y la apostasía se habrán extendido hasta los cuatro confines de la tierra, el Dios del cielo salvará a un pueblo; preservará a quienes elijan escuchar Su voz y recibir las revelaciones de Su Espíritu”.
(Joseph Fielding McConkie y Robert L. Millet, Doctrinal Commentary on the Book of Mormon, 4 vols. [Salt Lake City: Bookcraft, 1987–1992], 4:xiii)
“…los justos no tienen por qué temer, porque son aquellos que no serán confundidos…
Y el tiempo viene presto en que los justos serán guiados como becerros del establo, y el Santo de Israel reinará con dominio, poder y gran gloria.
Y Él recoge a Sus hijos de los cuatro extremos de la tierra; y cuenta a Sus ovejas, y ellas le conocen; y habrá un solo rebaño y un solo pastor; y Él apacentará a Sus ovejas, y en Él hallarán pastos” (1 Nefi 22:22–25).
“Por tanto, cualquiera que pertenezca a mi Iglesia no tiene por qué temer, porque tales heredarán el reino de los cielos” (Doctrina y Convenios 10:55).
A. Theodore Tuttle
En el mundo no habrá paz. Entre los santos fieles de los últimos días, las cosas estarán mejor. El espíritu de temor no es de Dios. Volvámonos a los principios y promesas de los profetas, y preparémonos para no tener que temer. ¿Cómo? ¡Fortalezcamos el hogar! (Conference Report, abril de 1970, sesión de la tarde, 85)
Moisés 7:62 — “justicia enviaré desde los cielos; y verdad haré salir de la tierra”
Este versículo presenta una obra divina convergente: lo celestial y lo terrenal actuando juntos para redimir al mundo. “Justicia enviaré desde los cielos” alude a la iniciativa divina—revelación, poder salvador y gracia—que desciende de Dios hacia la humanidad. Doctrinalmente, la justicia no es solo castigo, sino rectitud restauradora que procede del cielo para enderezar lo torcido, sanar lo quebrantado y establecer el orden del convenio. Esta justicia se manifiesta supremamente en la misión redentora de Jesucristo, cuyo sacrificio y señorío satisfacen la justicia y abren paso a la misericordia.
“Verdad haré salir de la tierra” señala la respuesta humana y histórica a esa iniciativa divina: el testimonio que emerge entre los hombres por medio de profetas, escrituras, convenios restaurados y un pueblo que vive la verdad. Doctrinalmente, la verdad “sale” de la tierra cuando Dios levanta testigos, restaura conocimiento perdido y hace fructificar la fe en contextos reales y concretos. El versículo enseña que la redención no es unilateral: el cielo envía justicia y la tierra responde con verdad. Cuando ambas se encuentran—cielo y tierra, gracia y testimonio—se edifica Sion y se prepara el camino para la consumación del plan de salvación.
Ezra Taft Benson
Muchos años antes de la venida del Salvador a esta tierra, el profeta Enoc vio los últimos días. Observó la gran iniquidad que prevalecería entonces sobre la tierra y profetizó las “grandes tribulaciones” que resultarían de tal iniquidad; pero en medio de una profecía por lo demás muy sombría, el Señor prometió: “Pero a mi pueblo preservaré” (Moisés 7:61). ¿Cómo lo haría? Obsérvese lo que el propio Señor prometió hacer para preservar a Su pueblo. Dijo:
“Y justicia enviaré desde los cielos; y verdad haré salir de la tierra, para dar testimonio de mi Unigénito; … y justicia y verdad haré que inunden la tierra como con un diluvio, para recoger a mis escogidos de los cuatro extremos de la tierra, a un lugar que prepararé”
(Moisés 7:62; cursiva añadida).
El Señor prometió, por tanto, que la justicia vendría de los cielos y la verdad saldría de la tierra. Hemos visto el maravilloso cumplimiento de esa profecía en nuestra generación. El Libro de Mormón ha salido de la tierra, lleno de verdad, sirviendo como la misma “piedra angular de nuestra religión” (véase la Introducción al Libro de Mormón). Dios también ha enviado justicia desde los cielos. El Padre mismo apareció con Su Hijo al profeta José Smith. El ángel Moroni, Juan el Bautista, Pedro, Santiago y muchos otros ángeles fueron enviados del cielo para restaurar los poderes necesarios al reino. Además, el profeta José Smith recibió revelación tras revelación desde los cielos durante esos primeros años críticos del crecimiento de la Iglesia. Estas revelaciones se han preservado para nosotros en Doctrina y Convenios.
Estas dos grandes obras de las Escrituras llegan así a ser instrumentos principales en la mano del Señor para preservar a Su pueblo en los últimos días: el Libro de Mormón, escrito por inspiración para nuestro día, preservado a lo largo de los siglos para salir a luz en nuestro tiempo, traducido por el don y el poder de Dios. Es la piedra angular de nuestra religión; la piedra angular de nuestra doctrina; la piedra angular de nuestro testimonio; una piedra angular en el testimonio de Jesucristo; y una piedra angular para ayudarnos a evitar los engaños del maligno en estos últimos días. Satanás se enfurece en el corazón de los hombres y tiene poder sobre todos sus dominios (véase D. y C. 1:35). Pero el Libro de Mormón tiene mayor poder: poder para revelar doctrina falsa, poder para ayudarnos a vencer las tentaciones, poder para acercarnos más a Dios que cualquier otro libro. (“The Gift of Modern Revelation,” Ensign, nov. de 1986, 79–80)
Joseph Smith
La justicia y la verdad han de inundar la tierra como con un diluvio. Y ahora pregunto: ¿cómo han de inundar la tierra la justicia y la verdad como con un diluvio? Respondo: los hombres y los ángeles han de ser colaboradores para llevar a cabo esta gran obra, y Sion ha de ser preparada, aun una nueva Jerusalén, para los escogidos que han de ser recogidos de los cuatro extremos de la tierra, y establecida como una ciudad santa; porque el tabernáculo del Señor estará con ellos. (History of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 2:260)
Moisés 7:62 — “a fin de recoger a mis escogidos de las cuatro partes de la tierra a… una Ciudad Santa.”
Este pasaje enseña que el recogimiento es una obra deliberada y redentora del Señor. “Recoger a mis escogidos” no describe una élite predestinada, sino a todos aquellos que responden al convenio con fe y obediencia. Doctrinalmente, el recogimiento es tanto espiritual como literal: primero se reúnen los corazones en la verdad y, como fruto de esa unidad, los santos son congregados desde “las cuatro partes de la tierra”. El propósito no es la separación por privilegio, sino la protección, santificación y edificación de un pueblo preparado para vivir conforme a leyes celestiales.
La meta del recogimiento es “una Ciudad Santa”, lo que revela que la salvación tiene una dimensión comunitaria. Dios no solo redime individuos; edifica sociedades santas donde prevalecen la justicia, la verdad y la caridad. Doctrinalmente, Moisés 7:62 afirma que la Ciudad Santa es el espacio donde el cielo y la tierra se encuentran: un pueblo unido por convenios que vive la ley de Dios y se prepara para Su presencia. Así, el recogimiento no es el fin último, sino el medio por el cual el Señor forma Sion, un lugar y un pueblo donde Sus escogidos pueden morar en santidad, seguridad y paz.
Marion G. Romney
Seamos constantemente conscientes de que vivimos en la última dispensación del evangelio; de que Satanás ha reunido todas sus fuerzas para la guerra; de que está librando su lucha final previa al Milenio por nuestras almas individuales y por las almas de todos los hombres. Comprendamos que el conflicto en el que ahora estamos se intensificará hasta tal grado “que todo hombre que no quiera tomar su espada contra su vecino tendrá que huir a Sion para salvarse” (Doctrina y Convenios 45:68).
Entendamos que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el reino literal de Dios sobre la tierra; que ni los desertores desde dentro ni los enemigos desde fuera pueden detener su progreso. Está aquí para permanecer y para triunfar. En las palabras de Moroni: “Los propósitos eternos del Señor seguirán avanzando, hasta que todas Sus promesas se cumplan” (Mormón 8:22).
Al final, la justicia prevalecerá en esta dispensación. Así lo declaró el propio Señor en Su respuesta a la pregunta de Enoc (véanse Moisés 7:59–64).
Es Sion, tal como se presenta en este pasaje, aquello para lo cual nos estamos preparando y lo que aún edificaremos, lo que ha mantenido a los justos firmes en su curso en todas las dispensaciones. (Look to God and Live [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1971], 12–14)
Joseph Fielding Smith
Si lleváramos a cabo aquello que el Señor ha revelado, tal como Él lo ha revelado, entonces todas las cosas serían perfectas; porque la organización es una organización perfecta; la teoría de ella, el plan de ella, no tiene defecto. Y si siguiéramos todas las órdenes que se nos han dado en el sacerdocio y de otra índole, si pusiéramos en práctica las grandes doctrinas que han sido reveladas en las revelaciones contenidas en las Santas Escrituras, solo sería cuestión de muy poco tiempo hasta que este gran pueblo estuviera en la misma condición absoluta que el pueblo de la ciudad de Enoc. Podríamos andar con Dios, podríamos contemplar Su rostro, porque entonces la fe abundaría en el corazón del pueblo hasta tal grado que sería imposible que el Señor se ocultara, y Él se revelaría a nosotros como lo ha hecho en tiempos pasados. (Conference Report, abril de 1921, sesión de la tarde, 40)
Moisés 7:62 — “Sion, una Nueva Jerusalén”
Esta expresión revela que Sion no es solo un ideal espiritual, sino una realidad histórica y profética. Al llamarla “una Nueva Jerusalén”, el Señor vincula la santidad del pasado con la esperanza del futuro, mostrando que Dios vuelve a establecer en la tierra un centro de adoración, convenio y gobierno justo. Doctrinalmente, Sion es “nueva” no porque desconozca lo antiguo, sino porque renueva el orden divino entre los hombres: una sociedad edificada sobre revelación, justicia y unidad, preparada para la presencia del Señor. La Nueva Jerusalén es, por tanto, la expresión terrenal de una ley celestial vivida plenamente.
Asimismo, identificar a Sion como Nueva Jerusalén subraya la dimensión comunitaria de la salvación. Dios no solo salva individuos aislados; reúne a un pueblo para vivir convenios, practicar la caridad y reflejar Su carácter como sociedad. Doctrinalmente, Moisés 7:62 enseña que la Nueva Jerusalén es el resultado del recogimiento de los escogidos y el lugar donde cielo y tierra se encuentran mediante obediencia y santificación. Así, “Sion, una Nueva Jerusalén” testifica que el propósito final de Dios es habitar con Su pueblo, establecer Su reino en justicia y preparar a la humanidad para la consumación gloriosa de Su obra redentora.
Lorenzo Snow
El sitio para la ciudad de Sion fue señalado por el profeta José Smith como el condado de Jackson, Misuri, y allí algunos de nuestro pueblo se establecieron en 1831, pero posteriormente fueron expulsados de sus hogares. Este acontecimiento, aunque retrasó la edificación de la ciudad, no cambió el lugar de su ubicación. Los Santos de los Últimos Días esperan plenamente regresar al condado de Jackson y “edificar Sion”. (The Teachings of Lorenzo Snow, ed. Clyde J. Williams [Salt Lake City: Bookcraft, 1984], 182)
Brigham Young
Esperamos con anhelo el día en que el Señor prepare la edificación de la Nueva Jerusalén, como preparación para que la Ciudad de Enoc se una a ella cuando sea edificada sobre esta tierra. Anticipamos disfrutar ese día, ya sea que durmamos en la muerte antes de ello o no. Miramos hacia adelante, con toda la expectativa y confianza que los hijos pueden tener en un padre, sabiendo que estaremos allí cuando Jesús venga; y si no estamos allí, vendremos con Él: en cualquier caso, estaremos allí cuando Él venga.
Deseamos que todos los Santos de los Últimos Días entiendan cómo edificar Sion. La Ciudad de Sion, en belleza y magnificencia, superará todo lo que ahora se conoce sobre la tierra. La maldición será quitada de la tierra y el pecado y la corrupción serán barridos de su faz. ¿Quién hará esta gran obra? ¿Convencerá el Señor al pueblo de que Él redimirá la Estaca Central de Sion, la embellecerá y luego los colocará allí sin esfuerzo alguno de su parte? No. Él no vendrá aquí para edificar un templo, un tabernáculo o una enramada, ni para plantar árboles frutales, hacer delantales de hojas de higuera o túnicas de pieles, ni para trabajar en bronce o hierro, pues ya sabemos hacer estas cosas. Tampoco vendrá a enseñarnos a cultivar y manufacturar algodón, a hacer cardas de mano, a cardar, a fabricar máquinas de hilar o telares, etc., etc. Nosotros tenemos que edificar Sion, si cumplimos con nuestro deber. (Discourses of Brigham Young, comp. John A. Widtsoe [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1954], 120)
Wilford Woodruff
Se nos llama a trabajar con el Señor tan pronto como estemos preparados para recibir las cosas de Su reino. Pero estoy convencido de que debe producirse un gran cambio en nosotros en muchos aspectos antes de que estemos preparados para la redención de Sion y la edificación de la Nueva Jerusalén. Creo que el único camino para nosotros es obtener suficiente del Espíritu de Dios para ver y comprender nuestros deberes y entender la voluntad del Señor. (The Discourses of Wilford Woodruff, ed. G. Homer Durham [Salt Lake City: Bookcraft, 1969], 111)
Moisés 7:63 — “Entonces tú y toda tu ciudad os encontraréis con ellos allí”
Esta promesa revela la reunión final de Sion celestial y Sion terrenal. “Tú y toda tu ciudad” señala que la salvación culmina de manera colectiva, no solo individual: Enoc y su pueblo, ya santificados y llevados al cielo, se encontrarán con los santos reunidos en la tierra. Doctrinalmente, esto enseña que Dios obra para unir lo que fue separado—cielo y tierra, pasado y futuro, generaciones fieles—en una comunión plena. La historia de Sion no termina con el traslado de una ciudad, sino con su retorno y abrazo con otra Sion preparada por convenios.
El “allí” apunta a un lugar y estado santos donde prevalecen la justicia, la verdad y la presencia de Dios. Doctrinalmente, Moisés 7:63 afirma que el propósito del recogimiento y de la santificación es habitar juntos en la presencia del Señor. Esta reunión sella la obra redentora: una sola Sion, un solo pueblo, un solo Rey. La promesa consuela y orienta la fe, enseñando que toda obediencia, sacrificio y perseverancia apuntan a ese día en que los fieles de todas las épocas se reconocerán como uno, unidos para siempre en la Ciudad de Dios.
Nuestras Escrituras enseñan que todos los acontecimientos anteriores al Diluvio ocurrieron en las Américas. Adán enseñó a su pueblo desde Adán-ondi-Ahmán (Doctrina y Convenios 107:53). Sus hijos y Enoc también vivieron en lo que hoy es Norteamérica. La ciudad de Enoc fue tomada desde su ubicación norteamericana a los cielos. Como parte de la “restitución de todas las cosas” (Hechos 3:21), esa ciudad debe regresar a su ubicación geográfica original y unirse con la Nueva Jerusalén. Pero la grandeza de esta unión no será geográfica ni geológica; será profundamente humana: una celebración en la que los justos de una era se abrazan y lloran con los justos de otra.
George Q. Cannon
Esta cita describe cuán feliz será el encuentro de los fieles… Nuestras antiguas afecciones, de las cuales ahora sabemos tan poco, serán revividas, y nos gozaremos con un gozo que hoy nos resulta indescriptible. (Journal of Discourses, 10:370)
Neal A. Maxwell
Los justos contemporáneos ganarán la estima de sus admirados predecesores. Finalmente, si somos fieles, aun los justos de la ciudad de Enoc caerán sobre nuestros cuellos y nos besarán, y mezclaremos nuestras lágrimas con las suyas (Moisés 7:63).
Por tanto, no obstante nuestras debilidades, tengamos la seguridad de que el guardar los mandamientos día a día y cumplir con nuestros deberes es de lo que realmente se trata. (Notwithstanding My Weakness [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1981], 18–19)
Moisés 7:64 — “mil años la tierra descansará.”
Esta promesa anuncia el reposo milenario como culminación del proceso de santificación de la creación. El “descanso” de la tierra no se refiere solo a cesar actividades, sino a la restauración del orden divino: el fin del derramamiento de sangre, la disminución del poder del mal y la armonía entre Dios, la humanidad y la creación. Doctrinalmente, el milenio es el tiempo en que la justicia gobierna, la verdad prevalece y la tierra cumple su propósito bajo leyes celestiales. El reposo es, por tanto, consecuencia de la redención aplicada colectivamente, no un estado automático.
Al señalar “mil años”, el Señor revela que el descanso tiene duración, estructura y propósito dentro del plan eterno. Doctrinalmente, este periodo sirve para sellar los frutos de la Expiación: instrucción, sanidad, reconciliación y preparación para una gloria mayor. La tierra descansa porque el Rey de Sion reina y Su ley es vivida; y los santos descansan porque sus esfuerzos de fidelidad son honrados con paz duradera. Así, Moisés 7:64 enseña que el reposo prometido es real, histórico y redentor: un anticipo tangible de la eternidad, donde la creación, finalmente limpia y ordenada, halla su descanso bajo el gobierno justo de Dios.
Joseph Fielding Smith
Durante este tiempo de paz, cuando los justos salgan de sus sepulcros, se mezclarán con los hombres mortales sobre la tierra y los instruirán. El velo que separa a los vivos de los muertos será quitado, y los hombres mortales y los santos antiguos conversarán juntos. Además, en perfecta armonía trabajarán por la salvación y exaltación de los dignos que hayan muerto sin los privilegios del evangelio.
La gran obra del Milenio se llevará a cabo en los templos, los cuales cubrirán todas las partes de la tierra y a los cuales acudirán los hijos para completar la obra por sus padres, la cual no pudieron realizar por sí mismos durante la vida mortal.
De esta manera, quienes hayan pasado por la resurrección y conozcan plenamente a las personas y las condiciones del otro lado, pondrán en manos de quienes estén en la mortalidad la información necesaria mediante la cual se efectuará la gran obra de salvación para toda alma digna; y así los propósitos del Señor, determinados antes de la fundación del mundo, serán plenamente consumados. (Doctrines of Salvation, 2:252)
Moisés 7:69 — “Enoc y todo su pueblo anduvieron con Dios”
Esta frase resume el ideal supremo del discipulado y de la vida de convenio. “Andar con Dios” no describe un acto aislado de devoción, sino una relación continua de confianza, obediencia y comunión. Doctrinalmente, implica vivir en armonía con la voluntad divina día a día: escuchar Su voz, guardar Sus mandamientos y permitir que Él dirija pensamientos, decisiones y obras. Que no solo Enoc, sino “todo su pueblo”, anduviera con Dios revela que la santidad puede llegar a ser colectiva; la rectitud no es únicamente una experiencia individual, sino una cultura espiritual compartida.
Este versículo también define la esencia de Sion. Andar con Dios significa que Dios habita entre Su pueblo, y Su presencia se manifiesta en unidad, justicia y amor. Doctrinalmente, Moisés 7:69 enseña que la cercanía con Dios es tanto el medio como el resultado de la santificación: un pueblo camina con Dios porque vive Sus leyes, y vive Sus leyes porque camina con Él. Así, el pasaje testifica que el mayor logro de Enoc no fue edificar una ciudad o realizar milagros, sino formar un pueblo cuya vida estaba alineada con Dios, un pueblo preparado para morar en Su presencia ahora y por la eternidad.
“La glorificación de Enoc y de su ciudad ha provisto el modelo que todas las demás sociedades de santos han de seguir. Solo conocemos la ciudad de Melquisedec como la que logró unirse a la gente de Enoc como grupo (véase JST, Génesis 14:32–34). Sin embargo, otros individuos entre los días de Enoc y Noé también fueron tomados o trasladados cuando fueron hallados dignos de ello (JST, Génesis 14:32; Moisés 7:27). En nuestra época estas cosas fueron reveladas al comienzo de la historia de la Iglesia; por lo tanto, proveen un modelo para los santos de los últimos días, quienes —bajo la dirección de la autoridad profética y apostólica correspondiente— procuran establecer Sion conforme al mandamiento del Señor. Como enseñó José Smith: ‘La edificación de Sion es una causa que ha interesado al pueblo de Dios en toda época; es un tema en el cual profetas, sacerdotes y reyes han meditado con peculiar deleite’”. (Kent P. Jackson y Robert L. Millet, eds., Studies in Scripture, vol. 3 [Salt Lake City: Randall Book, 1985], 33)
Moisés 7:69 — “Sion no fue más, porque Dios la llevó a su propio seno.”
Esta frase declara la consumación de la santidad colectiva. “Sion no fue más” no significa destrucción ni desaparición, sino traslación y glorificación: la ciudad dejó de existir en el orden terrenal porque fue elevada a un orden celestial. Ser “llevada al propio seno” de Dios expresa intimidad, aceptación plena y comunión perfecta. Doctrinalmente, esto enseña que cuando un pueblo llega a vivir conforme a las leyes del cielo, ya no puede permanecer sujeto a un mundo regido por la iniquidad; su destino natural es la presencia de Dios.
El pasaje también revela el fin último del plan de salvación: no solo redimir individuos, sino recoger y abrazar comunidades santas. Dios no rescata a Sion para aislarla, sino para preservarla y prepararla para una futura reunión con la Sion terrenal. Doctrinalmente, Moisés 7:69 afirma que la santidad atrae la presencia divina y que el mayor premio de la rectitud es morar con Dios. Así, la historia de Enoc enseña que Sion no desaparece; asciende, y su traslado se convierte en testimonio de que Dios honra plenamente a un pueblo que decide andar con Él hasta el fin.
Joseph Fielding Smith
En este día de iniquidad es difícil comprender cómo un pueblo entero pudo llegar a ser tan justo que ya no fuera conveniente que permaneciera sobre la tierra y, por lo tanto, fue trasladado y quitado para esperar el tiempo en que la rectitud volviera. El pueblo de la ciudad de Enoc, a causa de su integridad y fidelidad, era como peregrinos y extranjeros sobre la tierra. Esto se debe a que vivían la ley celestial en un mundo telestial, y todos eran de un mismo sentir, perfectamente obedientes a todos los mandamientos del Señor. Cuando Cristo venga, este pueblo regresará de nuevo a la tierra, pues este es su hogar eterno. (Church History and Modern Revelation, 1:178–179)
























