Moisés 8
Introducción doctrinal
(Febrero de 1831)
El capítulo 8 del libro de Moisés marca la transición final entre la era de Enoc y el tiempo inmediatamente previo al Diluvio. Después del traslado de Sion, el relato se centra en Matusalén, quien permanece en la tierra conforme al decreto divino para preservar la línea genealógica mediante la cual vendría Noé. Este capítulo establece que la misericordia de Dios continúa extendiéndose aun después de grandes juicios, pues el Señor levanta profetas para advertir, enseñar y llamar al arrepentimiento a una generación cada vez más endurecida.
En este contexto, Noé y sus hijos son comisionados a predicar el Evangelio eterno, el mismo que fue revelado desde el principio: fe, arrepentimiento, bautismo y la recepción del Espíritu Santo. Sin embargo, el capítulo describe una corrupción generalizada, donde los hombres rechazan la palabra de Dios, se glorían en su propia sabiduría y niegan la autoridad profética. La negativa sistemática a arrepentirse no surge por falta de conocimiento, sino por rebeldía deliberada, lo cual agrava la responsabilidad moral de la humanidad.
Finalmente, Moisés 8 presenta uno de los principios doctrinales más solemnes de las Escrituras: el juicio divino sigue al rechazo persistente de la misericordia. El decreto del Diluvio no se introduce como un acto arbitrario, sino como la consecuencia inevitable de una generación que ha agotado las oportunidades de arrepentimiento. Así, el capítulo enseña que Dios es perfectamente justo y misericordioso: envía profetas, extiende advertencias y concede tiempo suficiente, pero también cumple Sus decretos cuando los hombres eligen la iniquidad de manera colectiva y persistente.
Moisés 8:2–3 — Matusalén, hijo de Enoc, no fue llevado
El que Matusalén no fuera trasladado con Enoc y la ciudad de Sion no indica una falta de rectitud, sino una asignación divina dentro del plan eterno de Dios. El texto señala que fue dejado para que los convenios se cumplieran, enseñando que el Señor obra no solo mediante actos visibles de poder, sino también por medio de linajes escogidos y promesas generacionales. La permanencia de Matusalén en la tierra aseguró la continuidad del linaje justo hasta Noé, a través de quien la humanidad sería preservada y renovada después del Diluvio.
Este pasaje enseña que la obediencia puede tomar distintas formas y que no todos los justos reciben las mismas bendiciones al mismo tiempo. Mientras Enoc y su pueblo fueron llevados a la presencia de Dios, Matusalén fue llamado a quedarse y servir en un mundo cada vez más inicuo, demostrando que tanto el ser llevado como el permanecer pueden ser expresiones de fidelidad. Así, Moisés 8:2–3 invita a confiar en que el Señor ve el fin desde el principio y cumple Sus propósitos mediante sacrificios individuales que bendicen a generaciones enteras.
Si tú hubieras sido el profeta de la ciudad de Sion, ¿no habrías querido que toda tu familia estuviera contigo cuando la ciudad fue trasladada? ¿Querrías dejar a alguien atrás?
Aunque el registro no nos dice por qué Matusalén fue dejado atrás, sabemos que fue por designio del Señor, a fin de que se cumplieran los convenios y las promesas. A Enoc se le mostró a Noé y a su posteridad (Moisés 7:42–43), y también debió haber aprendido que Noé sería su descendiente. En efecto, Noé era su bisnieto, por medio de Matusalén y Lamec.
Matusalén es famoso por haber vivido más que cualquier otro hombre en la historia bíblica: nada menos que 969 años. Profetizó correctamente que todos los habitantes de la tierra vendrían por medio de su linaje, pero al parecer no fue muy humilde al respecto. “Se atribuyó gloria a sí mismo”. Este es el defecto fatal de muchos.
“Nos… jactamos cuando nos atribuimos el mérito de lo que no hemos ganado. Algunas personas culpan a Dios cuando las cosas van mal en su vida y se atribuyen el mérito cuando las cosas van bien, pasando por alto el hecho de que sus talentos, habilidades y posesiones son dones del Señor.
“Las Escrituras dicen que ‘en nada ofende el hombre a Dios, ni contra nadie se enciende su ira, sino contra aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas’ (DyC 59:21). La verdadera humildad llega cuando reconocemos nuestra dependencia de Él en cada acto, de hecho, en cada aliento”. (“La caridad no se envanece, no se envanece”, Ensign, marzo de 1988, 53)
Moisés 8:7 — Todos los días de Matusalén fueron novecientos sesenta y nueve años
La extraordinaria longevidad de Matusalén no se presenta en las Escrituras como una curiosidad biológica, sino como una manifestación de la misericordia y paciencia de Dios. Conforme al plan divino revelado desde Adán, los días de los hombres fueron prolongados “para que se arrepintieran mientras estuviesen en la carne” (2 Nefi 2:21). Así, los muchos años de Matusalén simbolizan un tiempo extendido de probación, durante el cual el Señor continuó ofreciendo oportunidades de arrepentimiento a una generación cada vez más endurecida. La larga vida no garantizaba rectitud, pero sí ampliaba el espacio para elegirla.
Doctrinalmente, este pasaje enseña que el tiempo es un don sagrado, dado por Dios con un propósito redentor. La vida prolongada de Matusalén contrasta con la brevedad espiritual de su generación, recordando que no es la duración de los días lo que salva, sino la manera en que se viven. Moisés 8:7 invita a reflexionar que, ya sea que tengamos muchos años o pocos, el Señor nos concede suficiente tiempo para arrepentirnos, guardar convenios y prepararnos para comparecer ante Él; y que la verdadera medida de una vida no está en su extensión, sino en su fidelidad.
El Libro de Mormón nos recuerda que antiguamente “los días de los hijos de los hombres fueron prolongados, conforme a la voluntad de Dios, para que se arrepintieran mientras estuviesen en la carne; por tanto, su estado vino a ser un estado de probación, y su tiempo fue prolongado conforme a los mandamientos que el Señor Dios dio a los hijos de los hombres. Porque dio mandamiento de que todos los hombres se arrepintieran; pues mostró a todos los hombres que estaban perdidos, a causa de la transgresión de sus padres” (2 Nefi 2:21).
Matusalén ciertamente tuvo tiempo de sobra para arrepentirse de su orgullo personal.
Brigham Young
Está registrado —como sabéis— que en tiempos antiguos la humanidad vivía hasta edades muy avanzadas, incluso más de novecientos años. Está escrito que Matusalén vivió la mayor edad, 969 años; y quizá muchos otros vivieron una edad semejante. ¿Y no os gustaría vivir mucho tiempo sobre la tierra, con poder para vencer las enfermedades, vencer a vuestros enemigos, disfrutar de la vida, plantar jardines, edificar ciudades y adornarlas y embellecerlas, plantar árboles de sombra, huertos y viñedos, hacer senderos, parques y terrenos ornamentales, y tener escuelas, academias y universidades, viviendo seiscientos, setecientos u ochocientos años o más para disfrutar de estas bendiciones?
Hace algunos miles de años la humanidad sobrevivía a muchas de las generaciones actuales. ¿Podríais vivir para ver pasar veinte, treinta o más generaciones, ver reyes levantarse y caer o desaparecer, observar durante muchos cientos de años el surgimiento y la caída de gobiernos, y disfrutar de todo el placer y la comodidad de hacer que una porción de esta tierra florezca como el jardín de Edén? ¿No os gustaría? Sí, os gustaría; porque aun ahora os aferráis a la tierra, de tal modo que si pensarais que ibais a morir antes de mañana por la mañana, sería: “¡Llamen a los élderes! ¡Corran por un médico y por alguna medicina!”
Está escrito que en los postreros días la edad del hombre será como la edad de un árbol, cuando el Señor haga volver a Sion. El Profeta entendía que lo que había sido, volvería a ser. (Journal of Discourses, 26 vols. [Londres: Latter-day Saints’ Book Depot, 1854–1886], 8:283)
Moisés 8:12 — Noé tenía cuatrocientos cincuenta años cuando engendró a Jafet
El detalle de la edad de Noé al engendrar a Jafet subraya que el registro del Libro de Moisés no es meramente genealógico, sino teológicamente intencional. Al aclarar la secuencia de los nacimientos de los hijos de Noé, la revelación restaurada corrige ambigüedades del relato abreviado de Génesis y muestra que los propósitos de Dios se desarrollan conforme a tiempos precisos y ordenados. La paternidad tardía de Noé destaca que la preparación para cumplir una misión divina puede abarcar décadas, y que el Señor no se rige por las expectativas humanas al levantar a Sus siervos.
Doctrinalmente, Moisés 8:12 enseña que la obra del Señor no está limitada por la edad ni por los ritmos naturales de la vida. Noé había caminado con Dios por siglos antes de comenzar su familia, lo que sugiere que la madurez espiritual precede a las grandes responsabilidades del convenio. Este pasaje recuerda que Dios prepara a Sus escogidos a lo largo del tiempo, y que cuando llega el momento señalado, aun aquello que parece tardío se convierte en el medio por el cual se cumplen Sus promesas para generaciones futuras.
Lo grandioso del Libro de Moisés (la Traducción de José Smith de los primeros capítulos de Génesis) es que amplía nuestro entendimiento de los patriarcas. Ningún otro libro de las Escrituras es tan abreviado, condensado o críptico como Génesis. Parte de la confusión surge cuando el registro es demasiado breve. Por ejemplo, Génesis 5:32 dice: “Y fue Noé de quinientos años; y engendró Noé a Sem, Cam y Jafet”. Eso podría dar la impresión de que los tres hijos de Noé nacieron en su año 500. ¡Entonces debieron haber sido trillizos! O quizá Noé tuvo tres esposas que dieron a luz el mismo año.
José Smith nos ayuda a entender que estos tres hermanos nacieron para cuando Noé tenía 500 años, no en su año 500. Tenía 450 años cuando nació Jafet, 492 cuando nació Sem, y 500 cuando nació Cam.
¡Imagínate tener un hijo a los 500 años! Solo pensarlo es agotador.
Moisés 8:14 — los hijos de los hombres… tomaron para sí esposas, según su elección
Este pasaje subraya el uso —y el abuso— del albedrío moral. La frase “según su elección” no condena el acto de elegir en sí, sino la elección hecha al margen de Dios y de Sus convenios. El Libro de Moisés aclara que los llamados “hijos de Dios” eran hombres justos del linaje del convenio, mientras que los “hijos de los hombres” representan a quienes rechazaron la guía divina. Al tomar esposas sin considerar la voluntad del Señor, se produjo una ruptura entre fe, familia y obediencia, lo que aceleró la decadencia espiritual de la sociedad antediluviana.
Doctrinalmente, Moisés 8:14 enseña que el matrimonio es una ordenanza con consecuencias eternas, y que las decisiones familiares influyen directamente en la fidelidad de las generaciones futuras. Cuando el matrimonio se rige solo por el deseo o la conveniencia, sin referencia a los convenios y al propósito eterno, se convierte en un vehículo de alejamiento espiritual en lugar de santificación. Este versículo advierte que la libertad sin verdad no conduce a la exaltación, y reafirma que las decisiones más sagradas de la vida deben tomarse bajo la luz del evangelio y no únicamente “según nuestra propia elección”.
Este es otro ejemplo de cómo la versión de Génesis traducida por José Smith aclara confusiones. Una de las mayores ideas erróneas —quizá una de las peores interpretaciones de la Biblia— proviene de los primeros capítulos de Génesis:
“Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres y ellas les dieron hijos; estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre” (Génesis 6:4).
Al torcer las Escrituras, algunos han dicho que los “hijos de Dios” eran ángeles del cielo que miraron hacia la tierra y, al ver mujeres tan hermosas, decidieron venir a la tierra y tomarlas por esposas. Sus hijos habrían sido, por supuesto, una raza especial de gigantes mitad ángeles.
El Libro de Moisés amplía el texto abreviado y explica que los hijos justos de Noé eran llamados “hijos de Dios”. No hubo ángeles codiciando a mujeres mortales desde los cielos. Los “hijos de los hombres” tomaron esposas, y sus descendientes comenzaron a desobedecer a Dios. En verdad, hubo una raza de gran estatura, llamados gigantes en las Escrituras, pero no fueron el resultado de alguna unión sobrehumana entre ángeles y hombres.
Moisés 8:15 — las hijas de tus hijos se han vendido
La expresión “se han vendido” no describe una transacción literal, sino una renuncia espiritual voluntaria. En el contexto de Moisés 8, las nietas de Noé abandonaron los principios del convenio al unirse en matrimonio con hombres inicuos, intercambiando su herencia espiritual por aceptación social o afecto temporal. Doctrinalmente, el versículo enseña que cuando se ignoran los convenios, la identidad sagrada se diluye, y decisiones aparentemente personales producen consecuencias espirituales profundas y duraderas.
Este pasaje recalca que las decisiones matrimoniales no son moralmente neutrales, sino que afectan la vida espiritual individual y el destino de generaciones futuras. Moisés 8:15 advierte que el amor desligado de la verdad y del convenio conduce a la pérdida espiritual, mientras que la fidelidad a Dios preserva la dignidad, la libertad y la vida eterna. Así, el versículo invita a valorar los convenios por encima de la aprobación del mundo y a reconocer que la verdadera libertad nunca se obtiene “vendiendo” aquello que Dios ha declarado sagrado.
Las nietas de Noé hicieron malos matrimonios. Al casarse con hombres inicuos, se vendieron a sí mismas. El resultado fue muerte tanto física como espiritual. ¿Con qué frecuencia vemos a grandes jóvenes venderse por menos cuando se casan “por amor” sin considerar el evangelio y los convenios del templo? Tristemente, ninguna de las nietas de Noé ni sus esposos sobreviviría al Diluvio.
Ezra Taft Benson
Si alguien desea casarse contigo fuera del templo, ¿a quién procurarás agradar: a Dios o a un mortal? Si insistes en un matrimonio en el templo, estarás complaciendo al Señor y bendiciendo a la otra persona. ¿Por qué? Porque esa persona o bien llegará a ser digna de ir al templo —lo cual sería una bendición— o se apartará —lo cual también podría ser una bendición—, porque ninguno de los dos debería desear estar en yugo desigual (véase 2 Corintios 6:14).
Debes calificar para el templo. Entonces sabrás que no hay nadie lo suficientemente bueno como para que te cases con él fuera del templo. Si esas personas son tan buenas, se pondrán en condiciones de poder casarse también en el templo. (Ensign, mayo de 1988, 6)
Moisés 8:17 — “No luchará mi Espíritu con el hombre.”
Esta declaración no describe un retiro inmediato o arbitrario del Espíritu, sino el resultado trágico de un rechazo persistente y colectivo de la voz de Dios. El verbo “luchar” (o “contender”) implica esfuerzo activo, paciencia y misericordia divina. Durante generaciones, el Espíritu del Señor procuró guiar, advertir e invitar al arrepentimiento, pero finalmente, cuando los hombres endurecieron por completo su corazón, el Señor permitió que el Espíritu dejara de contender. Doctrinalmente, el versículo enseña que la gracia de Dios es amplia y paciente, pero no forzada; respeta el albedrío humano incluso cuando este se utiliza para rechazar la luz.
Al mismo tiempo, Moisés 8:17 ofrece un mensaje de esperanza individual: el Espíritu continúa luchando con cada persona mientras exista disposición al arrepentimiento. El retiro del Espíritu es la excepción final, no la norma diaria del discipulado. Este pasaje corrige la idea de que los errores cotidianos expulsan permanentemente al Espíritu, y reafirma que el Espíritu Santo regresa una y otra vez para guiar y sanar cuando el corazón se vuelve a Dios. Solo cuando la resistencia se vuelve absoluta y prolongada cesa ese esfuerzo divino, recordándonos la urgencia de responder hoy a Sus impresiones.
Lo que resulta asombroso es cuánto tiempo el Espíritu de Dios lucha con el hombre. Solo cuando la destrucción decretada divinamente es la única alternativa, el Espíritu deja de contender. Este es un pensamiento profundamente consolador. Aunque un pecado pequeño pueda alejar momentáneamente al Espíritu, el Espíritu Santo regresa con rapidez, buscando la oportunidad de ayudar.
Olvidamos cuán pronto regresa el Espíritu cuando somos penitentes. Quizá ha habido demasiados discursos de “fuego del infierno y condenación” desde el púlpito. Tal vez Satanás nos ha convencido de que el más mínimo pecado nos hace permanentemente indignos de la compañía del Espíritu Santo. Tal vez se nos ha dicho demasiadas veces que una de las consecuencias del pecado es que aleja al Espíritu. Eso puede ser cierto, pero el Espíritu no deja de contender con nosotros por esos pecados. Regresa a nuestra vida tan pronto como se lo permitimos.
“Contender” es una palabra poderosa; connota un esfuerzo intenso frente a la oposición. Se invierte un gran esfuerzo de manera constante a nuestro favor. De hecho, el Espíritu siempre contiende con nosotros mientras nosotros procuremos mejorar. Solo se retira cuando el caso es desesperado.
Spencer J. Condie
Los profetas del Libro de Mormón dejan muy claro que el Espíritu Santo está dispuesto a ejercer una influencia muy poderosa en nuestra vida cuando respondemos a Sus impresiones. Nefi, Mormón y Éter explicaron que el Espíritu contiende con nosotros para guiar nuestra vida por sendas de rectitud (véanse 2 Nefi 26:11; Mormón 5:16; Éter 2:15). Moroni proclamó que el Espíritu nos persuade a hacer lo bueno (véanse Éter 4:11–12). Amulek enseñó que el Espíritu Santo contiende con nosotros para hacer lo que es correcto (véase Alma 34:38), y el rey Benjamín explicó que el Espíritu Santo nos invita a ser justos (véase Mosíah 3:19).
Las impresiones del Espíritu nunca tuvieron la intención de suplantar nuestro albedrío moral, pero el Espíritu resalta opciones preferibles en nuestra conducta y aclara un curso de acción determinado en nuestro corazón y en nuestra mente. (“El albedrío: el don de escoger”, Ensign, septiembre de 1995, 21)
Spencer J. Condie
Las palabras contender, invitar, luchar y persuadir son verbos de acción muy fuertes que indican la influencia positiva que el Espíritu Santo puede tener en nuestra vida al ayudarnos activamente en nuestra búsqueda de la perfección. (“Un cambio poderoso de corazón”, Ensign, noviembre de 1993, 15–16)
Moisés 8:19 — el Señor ordenó a Noé según su propio orden
Este versículo afirma que la autoridad de Noé no fue autoconferida ni meramente heredada, sino otorgada conforme al orden divino del sacerdocio, “según el propio orden del Señor”. Doctrinalmente, esto señala que el sacerdocio no es una invención humana ni una tradición cultural, sino una delegación directa de autoridad celestial que opera bajo principios eternos. Antes de que el sacerdocio fuera conocido como el orden de Melquisedec, llevaba el nombre del Hijo de Dios, lo que subraya que toda autoridad válida para actuar en nombre de Dios procede de Jesucristo y se ejerce conforme a Su voluntad.
Además, Moisés 8:19 enseña que el Señor preserva Su orden sacerdotal a través de las generaciones, aun en épocas de apostasía generalizada. Noé fue ordenado en un mundo profundamente corrupto, lo que demuestra que la rectitud individual puede sostener la obra de Dios cuando la mayoría se aparta. Así, este pasaje testifica que el sacerdocio conecta el cielo y la tierra, garantiza la continuidad de los convenios y prepara a los siervos del Señor para cumplir misiones de salvación y preservación, no solo para su tiempo, sino para toda la posteridad humana.
El Señor Jehová ordenó a Noé al “Santo Sacerdocio, según el Orden del Hijo de Dios” (DyC 107:3). Noé vivió antes de Melquisedec, por lo que el nombre del sacerdocio correspondía al propio orden del Señor. Este pasaje no debe interpretarse como que el Señor ordenó directamente a Noé, sino que recibió el sacerdocio de su abuelo: “Noé tenía diez años cuando fue ordenado bajo la mano de Matusalén” (DyC 107:52).
El lugar de Noé en el sacerdocio es mayor de lo que comúnmente entendemos. En cierto sentido, fue como Adán. Todo ser humano sobre la tierra remonta su linaje hasta el padre Noé. Su lugar en la historia es único; su lugar en el orden del sacerdocio es igualmente único. Identificado por José Smith como el ángel Gabriel, Noé anunció el nacimiento de Juan el Bautista a Zacarías y el nacimiento de Jesús a María (Lucas 1:11–38). Él es el primer y principal Elías, especialmente el Elías que habría de restaurar todas las cosas:
“Elías es el profeta a quien he cometido las llaves para efectuar la restauración de todas las cosas de que han hablado por boca todos los santos profetas desde el principio del mundo, concerniente a los postreros días” (DyC 27:6; véase también DyC 110:12).
El versículo siguiente identifica a este Elías como Gabriel, o sea, Noé.
José Smith
El Sacerdocio fue dado primeramente a Adán; él obtuvo la Primera Presidencia… Él es Miguel el Arcángel del que se habla en las Escrituras. Luego a Noé, que es Gabriel; él ocupa el lugar siguiente en autoridad a Adán en el Sacerdocio; fue llamado por Dios a este oficio, y fue el padre de todos los vivientes de esta dispensación, y a él se le dio el dominio. Estos hombres tuvieron las llaves primero en la tierra y luego en el cielo. (Enseñanzas del Profeta José Smith, 157)
Moisés 8:22 — “Dios vio que la iniquidad de los hombres se había hecho grande en la tierra.”
Este versículo describe una condición colectiva de corrupción moral profunda y persistente, no un momento aislado de pecado. La iniquidad “hecha grande” implica que el mal había llegado a ser normalizado, defendido y transmitido de generación en generación. Doctrinalmente, el pasaje enseña que Dios observa con perfecta justicia el estado espiritual de la humanidad y que Sus juicios se basan en un conocimiento completo de las intenciones, patrones y consecuencias del pecado humano. El Diluvio no fue una reacción impulsiva, sino la respuesta final tras prolongadas oportunidades de arrepentimiento rechazadas.
Al mismo tiempo, Moisés 8:22 revela que el juicio divino está inseparablemente unido a la misericordia. Cuando la iniquidad domina de tal modo que destruye la agencia moral, corrompe la familia y pone en peligro el progreso eterno de espíritus inocentes, el Señor interviene para preservar Su plan de salvación. Este versículo enseña que Dios actúa no solo para castigar el mal, sino para proteger el futuro, limpiar la tierra y permitir que nuevas generaciones tengan la oportunidad de vivir conforme a principios más elevados. Así, la justicia de Dios se manifiesta como una forma suprema de misericordia redentora.
“Estas personas eran tan malvadas que ya no se les permitió contaminar la tierra con su presencia ni traer espíritus inocentes a su ambiente decadente. El Señor decretó que todos los seres vivientes serían destruidos por medio del diluvio, con la excepción de unos pocos fieles que serían preservados para que Dios pudiera comenzar de nuevo Su obra creadora y restablecer Su convenio entre los hombres.
“El Diluvio fue un acto de misericordia, no un acto de venganza. La generación de Noé era tan perversa que solo un acto de limpieza de enorme magnitud podía permitir a las generaciones siguientes la oportunidad de vivir conforme a principios más elevados. Tal como será necesario en la segunda venida de Cristo, el mal debe ser eliminado, ya sea por medio del arrepentimiento o por medio de la destrucción”. (Kent P. Jackson, “Una época de contrastes: de Adán a Abraham”, Ensign, febrero de 1986, 29)
Neal A. Maxwell
Resulta inquietante, por tanto, saber que los días que precederán a la segunda venida del Salvador producirán condiciones paralelas en muchos aspectos a las que existían en los días de Noé (véase Lucas 17:26). Serán necesarios profetas vivientes para impedir que caigamos en una insensibilidad semejante.
Las personas inicuasy, como Caín, a menudo piensan que son libres. Sin duda, los contemporáneos de Noé se consideraban a sí mismos liberados y sofisticados. El perspicaz columnista George F. Will observó respecto de la falsa libertad: “Si se acepta la noción moderna de que la libertad es simplemente la ausencia de restricciones, entonces Hitler fue un hombre radicalmente libre, un hombre que actuó sobre la sociedad desde afuera, sin estar restringido por escrúpulos ni por lazos de afecto”. (The Pursuit of Happiness and Other Sobering Thoughts, p. 16)
Son los profetas vivientes quienes pueden decirnos en qué consiste la verdadera libertad. (Things As They Really Are [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1978], 76)
Moisés 8:22 — “los pensamientos de su corazón, siendo continuamente perversos.”
Esta expresión describe una condición espiritual extrema en la que el pecado ya no es ocasional, sino habitual, deliberado y constante. El “corazón” en las Escrituras representa el centro de la voluntad, los deseos y las intenciones; por tanto, cuando los pensamientos del corazón son “continuamente perversos”, la agencia moral ha sido subordinada al mal. Doctrinalmente, el versículo enseña que la verdadera apostasía comienza en el interior: cuando la mente y los deseos se alinean de forma persistente contra la luz, el pecado deja de ser una lucha y se convierte en una identidad.
Al mismo tiempo, Moisés 8:22 advierte sobre el peligro de normalizar el mal. La repetición constante de pensamientos perversos endurece la conciencia y apaga la sensibilidad espiritual, hasta el punto en que el Espíritu del Señor apenas encuentra lugar para contender. Este pasaje recalca que la rectitud no se define solo por actos externos, sino por la dirección sostenida del corazón. Así, invita a una vigilancia espiritual constante, recordando que la conversión verdadera implica una renovación diaria de los pensamientos y deseos, no solo la corrección ocasional de la conducta.
Hartman Rector Jr.
Creo que las familias están hoy bajo un ataque más serio que en cualquier otra época desde el principio del mundo, con la posible excepción de los días de Noé. Debió haber sido terrible entonces también. Quizá hoy no seamos tan malos como ellos. Moisés registró en el libro de Génesis: “Y vio Dios que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). No creo haber conocido jamás a alguien tan malo, cuya “cada imaginación de su corazón fuera solo maldad continuamente”. (“Volver el corazón”, Ensign, mayo de 1981, 73)
Moisés 8:23 — Noé continuó su predicación al pueblo
Este versículo destaca la constancia profética de Noé en medio de un rechazo casi universal. Aun cuando la iniquidad había llegado a ser generalizada y el pueblo había endurecido su corazón, Noé no cesó de predicar el evangelio del arrepentimiento. Doctrinalmente, esto enseña que el éxito del profeta no se mide por la aceptación del mensaje, sino por la fidelidad al llamamiento recibido. La predicación continua de Noé testifica que Dios siempre provee advertencias claras y suficientes antes de ejecutar Sus juicios.
Además, Moisés 8:23 subraya que cada persona es responsable de su respuesta a la palabra de Dios. El hecho de que Noé perseverara hasta el final elimina toda excusa de ignorancia por parte del pueblo. Este pasaje enseña que el Señor juzga con perfecta justicia porque envía profetas, extiende llamados al arrepentimiento y concede tiempo para cambiar. Así, la perseverancia de Noé se convierte en un modelo de discipulado: obedecer, declarar la verdad con paciencia y dejar los resultados en manos de Dios.
John Taylor
Permítanme preguntar: ¿qué hizo el Señor antes de enviar el diluvio? Envió a Noé entre ellos como predicador de justicia; envió a Enoc; envió a muchos élderes entre el pueblo, y ellos les profetizaron que, a menos que se arrepintieran, el juicio vendría sobre ellos; que Dios inundaría la tierra y destruiría a sus habitantes…
Así vemos los tratos de Dios con ese pueblo. Noé no tenía nada más que hacer que predicar el Evangelio y obedecer la palabra del Señor. Nosotros no tenemos nada más que hacer que atender a las mismas cosas. Entonces dejamos a los habitantes de la tierra en las manos de Dios. No nos corresponde juzgarlos; porque el Señor dice: “Mía es la venganza, yo pagaré”. (Journal of Discourses, 26 vols. [Londres: Latter-day Saints’ Book Depot, 1854–1886], 24:292–293)
Moisés 8:24 — Creed y arrepentíos de vuestros pecados y bautizaos
Este versículo confirma que el evangelio de Jesucristo es eterno e inmutable, predicado desde el principio del mundo. La invitación de Noé a creer, arrepentirse y bautizarse demuestra que las ordenanzas y los principios salvadores no son innovaciones posteriores, sino parte del mismo plan revelado a Adán, Enoc y todos los profetas. Doctrinalmente, el bautismo aparece aquí como una ordenanza indispensable del convenio, inseparable de la fe y el arrepentimiento, y vinculada a la expiación de Jesucristo aun antes de Su venida mortal.
Además, Moisés 8:24 enseña que la salvación requiere una respuesta activa y personal. Creer implica confiar en Dios, arrepentirse supone un cambio profundo del corazón, y bautizarse representa una entrada formal en el camino del convenio. La sencillez del llamado contrasta con la gravedad del contexto: aun ante un juicio inminente, el Señor ofrece el mismo sendero de misericordia. Este pasaje testifica que, sin importar cuán corrupta sea una generación, Dios sigue invitando con claridad y amor a todos a venir a Cristo por medio de Sus ordenanzas salvadoras.
“Este texto es significativo porque confirma que Noé, al igual que sus predecesores, entendía el convenio del Evangelio, incluida la ordenanza del bautismo y el papel de Jesucristo como Salvador”. (Donald W. Parry, “El Diluvio y la torre de Babel”, Ensign, enero de 1998, 37)
Moisés 8:25 — “le pesó a Noé, … de que el Señor hubiese formado al hombre sobre la tierra.”
La Traducción de José Smith aclara que el pesar no se atribuye a Dios, sino a Noé, corrigiendo la lectura tradicional que sugiere que el Señor “se arrepintió” de haber creado al hombre. Doctrinalmente, este ajuste es crucial: Dios es perfecto en conocimiento y propósito, y no comete errores que requieran arrepentimiento. El pesar de Noé refleja, más bien, el dolor de un profeta justo al contemplar la profundidad de la corrupción humana y las consecuencias inevitables que vendrían como resultado del rechazo persistente del arrepentimiento.
Este versículo enseña que los profetas no son insensibles mensajeros del juicio, sino testigos compasivos del sufrimiento espiritual de la humanidad. El pesar de Noé surge del contraste entre el potencial divino del hombre y la realidad de su degradación moral. Así, Moisés 8:25 revela que la justicia divina no anula la misericordia, y que aun cuando el juicio es necesario para preservar el plan de salvación, el corazón de los siervos de Dios se aflige por la pérdida espiritual de aquellos que rehúsan volver a Él.
En la versión de Génesis, Dios dice: “me arrepiento de haberlos hecho” (refiriéndose al hombre; véase Génesis 6:7). ¿Está Dios admitiendo que cometió un error? ¿Es verdad que deseó no haber creado al hombre? Es necesario detenerse y recordar que, de todas Sus gloriosas creaciones, ninguna había sido tan perversa (véase Moisés 7:26).
El profeta José no podía aceptar esa idea. ¿Puede Dios arrepentirse? No, no puede. Hay varias ocasiones en el Antiguo Testamento en que el texto dice que Dios “se arrepintió”, lo que por lo general significa que cambió de parecer. En cada caso, la Traducción de José Smith modifica el texto de modo que Dios no sea quien se arrepiente.
José Smith
“Se arrepintió Jehová de haber hecho al hombre sobre la tierra”. — Génesis 6:6.
“Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta”. — Números 23:19…
Debiera leerse: Se arrepintió Noé de que Dios hubiese hecho al hombre. Esto es lo que creo, y entonces la otra cita queda en armonía. Si algún hombre me prueba, por un pasaje de las santas Escrituras, que un solo punto de lo que creo es falso, lo renunciaré y lo desautorizaré en cuanto lo haya proclamado.
(B. H. Roberts, The Rise and Fall of Nauvoo [Salt Lake City: Deseret News, 1900], 166)
El texto plantea una pregunta interesante: si Dios no puede arrepentirse, ¿puede cambiar Sus mandamientos? Sobre este punto, el Profeta dice: “sí”.
José Smith
Un hombre podría mandar a su hijo a cavar papas y ensillar su caballo, pero antes de que hiciera cualquiera de las dos cosas, podría decirle que hiciera otra cosa. Todo esto se considera correcto; pero tan pronto como el Señor da un mandamiento y revoca ese decreto y manda otra cosa, entonces se considera que el Profeta ha caído. (Enseñanzas del Profeta José Smith, 194)
Moisés 8:27 — “Noé halló gracia ante los ojos del Señor.”
La expresión “halló gracia” indica que Noé recibió el favor divino no por perfección absoluta, sino por rectitud constante y fidelidad al convenio en una generación profundamente corrupta. Las Escrituras lo describen como “varón justo” que “anduvo con Dios”, lo que significa que vivió en armonía con la voluntad del Señor y respondió con obediencia a la luz que recibió. Doctrinalmente, este pasaje enseña que la gracia de Dios se manifiesta cuando una persona elige la rectitud de manera sostenida, aun cuando hacerlo implique aislamiento, oposición o rechazo social.
Además, Moisés 8:27 aclara el concepto de perfección mortal. Noé no fue exaltado en ese momento, sino que fue “hecho perfecto” mediante la gracia de Jesucristo y Su expiación, al cumplir fielmente su mayordomía terrenal. Este versículo enseña que la gracia no elimina el esfuerzo, sino que lo santifica; y que el Señor concede Su favor a quienes perseveran en la obediencia, confiando en que la Expiación completa lo que la debilidad humana no puede lograr por sí sola.
“El texto de las Escrituras dice que Noé ‘halló gracia ante los ojos del Señor’ porque era ‘varón justo y perfecto en su generación’, uno que ‘anduvo con Dios’, tal como lo hizo Enoc (Moisés 8:27; véanse también Moisés 7:69; Génesis 5:24). La cualidad de perfección en estos contextos es semejante a la alcanzada por Abraham y Job, lo que significa que Noé cumplió rectamente todo lo que debía hacer en la mortalidad y fue ‘hecho perfecto por medio de Jesús el Mediador’ y por la Expiación, no que Noé ya estuviera exaltado”. (Joseph B. Romney, “Noé, el gran predicador de justicia”, Ensign, febrero de 1998, 25)
Russell M. Nelson
Santiago dio una norma práctica por la cual puede medirse la perfección mortal. Dijo: “Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto” (Santiago 3:2).
Las Escrituras han descrito a Noé, Set y Job como hombres perfectos (Génesis 6:9; DyC 107:43; Job 1:1). Sin duda, el mismo término podría aplicarse a un gran número de discípulos fieles en diversas dispensaciones. Alma dijo que “había muchos, muchísimos” (Alma 13:12) que eran puros ante el Señor.
Esto no significa que estas personas nunca cometieran errores o que no necesitaran corrección. El proceso de perfección incluye desafíos que superar y pasos de arrepentimiento que pueden ser muy dolorosos. Existe un lugar apropiado para la disciplina en la formación del carácter, pues sabemos que “al que el Señor ama, disciplina”.
La perfección mortal puede lograrse cuando procuramos cumplir todo deber, guardar toda ley y esforzarnos por ser tan perfectos en nuestra esfera como nuestro Padre Celestial lo es en la Suya. Si hacemos lo mejor que podamos, el Señor nos bendecirá conforme a nuestras obras y a los deseos de nuestro corazón. (“Perfección en proceso”, Ensign, noviembre de 1995, 86)
























