El Otorgador de Paz

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UNA PREGUNTA MISERICORDIOSA


Rick se encontró con su abuelo en una cima mirando hacia un grande valle plano. Atrás de él, se levantaba unas estribaciones que se convertían en una fila de montañas, unas millas a la distancia. Abajo, una gran cuidad se levantaba en las orillas de un río a unas quince millas de distancia y se desplegaba de allí en todas direcciones. La área congestionada central de la cuidad, de por lo menos diez millas cuadradas y rodeada por una pared grande, estaba llena de casas blancuzcas y edificios que parecían estar empalmados uno arriba del otro, y muy cerca la una de la otra. Caminos angostos y tortuosos cortaban vereda por entre las estructuras blancas. Una cantidad de edificios más grandes, gubernamentales en naturaleza, Rick supuso, rompían la monotonía de encerramiento de las estructuras más pobres.

En el centro y hacia el río se levantaba un edificio mucho más grande que cualquier otro. Rick no podía ver por la distancia pero la base de este inmenso edificio parecía ser una pirámide desproporcionada, que se levantaba más alta que los otros edificios, formando un cimiento masivo para la magnifica estructura del templo en el cual descansaba.

La cuidad gradualmente disminuía en densidad en todas direcciones pero continuaba tan lejos como Rick podía ver al otro lado del río. El espacio exterior eventualmente llegaba a formar parte de granjas, hogares, y de otras estructuras que se agrupaban aquí y allá entre campos con cosechas. Los campos más cerca a Rick estaban secos y quemados bajo el sol abrasador, pero en la distancia cerca del río, la tierra aún brillaba con color.

“Entonces este es Nínive”, dijo Rick.

“Sí, la gran cuidad”, respondió el abuelo. “El río a la distancia es el Tigris. Estamos como a 230 millas al norte del presente Bagdad, 550 millas al noreste de Jerusalén”.

“Mira”, dijo el abuelo, apuntando a la derecha.

Rick dio un paso hacia adelante para ver del otro lado de una roca que le tapaba la vista. Como a veinte yardas estaba una enramada provisional. Un hombre buscaba refugio dentro de ella, sin tener éxito, porque había muy poca vegetación alrededor de ellos para llenar las ranuras entre la madera. Una parra que crecía a los lados y que se extendía arriba de la enramada estaba marchita y muriéndose. “¿Jonás?” preguntó Rick.

“Sí. El subió a esta parte después de predicar a los niniveanos como se le había mandado. ‘Cuarenta días’ él les dijo. ‘Y serán destruidos si no se arrepienten’”. El repitió esta advertencia los días y semanas que siguieron, la fecha anunciada de calamidad acercándose. A Jonás le encantaba llevar este mensaje, Ricky, porque él estaba ansioso por la destrucción de los niniveanos. Entre más empeoraban ellos y sus prospectos, más feliz se sentía. Le gustaba desempeñar su papel de “profeta”.

Pero para su sorpresa y disgusto los niniveanos se arrepintieron y el Señor retiró su sentencia.

“Ayer fueron los cuarenta días desde la advertencia inicial de Jonás. Jonás había estado los pasados veinticuatro horas demandando que el Señor hiciera lo que dijo al principio y destruyera a los niniveanos. Jonás se quedó en esta colina para ser testigo de esta destrucción que tanto anhelaba”.

“Pero el Señor no los destruye”.

“No, Ricky, no lo hace. Y la historia de Jonás se terminará aquí en esta colina, con un Jonás enojado cociéndose bajo estos palos, y el Señor esperando por una respuesta a su pregunta”.

“¿Qué pregunta?”

El abuelo Carson sonrió. “Una pregunta que fue intencionada tanto para ti y para mí como para Jonás”.

“¿Qué quieres decir?”

“El libro de Jonás termina con una pregunta, una pregunta que el Señor le hace a Jonás. Pero la escritura se termina antes de que Jonás responda. La respuesta de Jonás es omitida porque su respuesta es importante solamente para Jonás. La pregunta queda sin contestar para nosotros porque el Señor la plantea a cada lector nuevamente. El Señor ahora te pregunta esta misma pregunta a ti, Ricky. Y tu respuesta—ahora y en cada momento de aquí en adelante—determinará si te quedas agarrado de la desesperación o encuentras un camino a la felicidad”.

¿Cuál es la pregunta?” Rick preguntó con más urgencia.

“ ‘¿Y no tendré yo piedad de Nínive?’”

¿Esa es? Rick se preguntó. “No estoy viendo la profundidad, abuelo. ¿Qué es lo que pasé por alto?”

“Estás pasando por alto a Carol, mi muchacho. Y cuatro niños de los cuales no conoces su dolor”.

Estas palabras tomaron el aliento de Rick más enteramente que el viento sureste abrasador que repentinamente lo envolvió.

“Quiero demostrarte algo”, dijo el abuelo Carson, caminando para levantar un pequeño palo que estaba a unos pies de ellos. Habiéndolo tomado, se regresó a donde estaba Rick y se sentó de cuclillas.

“Hay algo en la historia de Jonás que debes saber”, dijo él, enterrando el palo profundamente en la tierra para preservar las palabras a pesar del viento. Después que terminó dijo él, “Mira esto .

Él había escrito lo siguiente:

  1. El Señor manda a Jonás a predicar a los malvados niniveitas.
  2. Jonás peca al no querer que Nínive fuera salvada. 3. Jonás se arrepiente y el Señor salva a Jonás. 3. Nínive se arrepiente y el Señor salva a Nínive. 2. Jonás peca, no queriendo que Nínive fuera salvada. 1. El Señor le pregunta a Jonás: “¿No tendré yo piedad de Nínive?”

“Esto, Ricky, es la historia de Jonás. ¿Te das cuenta de algo?”

“Sí. Los elementos de la historia se repiten en reversa. Es un quiasmo—una estructura de orden, común en los escritos hebreos”.

“Muy bien, Ricky”, dijo el abuelo, obviamente impresionado. “Yo no sabía de los quiasmos hasta que vine aquí”, dijo él—refiriéndose, Rick conjeturó, a la vida después de la muerte y no específicamente a la colina arriba de Nínive.

“Entonces sabes, Ricky”, continuó él, “que los escritos quiasmos se difieren de los escritos lineales de esta forma: Los pasajes quiasmicos apuntan hacia el interior, al centro. El final de una historia quiasmica no es el fin, sino es una invitación para considerar el centro de la historia de nuevo. Con esto en mente, vamos a pensar sobre los elementos del final del quiasmo, la pregunta del Señor, ‘¿Y no tendré yo piedad de Nínive?’ ¿De que te das cuenta en el centro de la historia?”

“Bueno, en ambos elementos centrales el Señor proveyó la salvación. Primero él salvó a Jonás y después salvó a Nínive”.

“Exactamente. El Señor salvó a Jonás y a Nínive por igual y con los mismos términos—el arrepentimiento. Entonces si la respuesta de Jonás a la pregunta del Señor es, ‘No, los niniveanos, los cuales has salvado, no deberían ser salvos’, entonces, ¿quién, por implicación, tampoco debe ser salvado?”

“Jonás”, contestó Rick, casi en un susurro. Su mente corría tratando de juntar las piezas. “Estás diciendo que Jonás no puede ser feliz con el pensamiento de que Nínive fue salvo. Entonces él llega a ser indigno de la salvación”.

“Sí. O quizá lo pondré de esta manera: Jonás ya es indigno de la salvación, tal como Nínive. Nadie la merece. La salvación es un acto de misericordia. El Señor plantea esta pregunta en términos de misericordia para Nínive, pero la misericordia para Nínive ya no está en cuestión. La misericordia que está en cuestión es para Jonás. La implicación de la pregunta del Señor es esta: La misericordia puede ser extendida solamente para aquellos que están dispuestos a extenderla ellos mismos.

“La pregunta del Señor a Jonás es la misma que él planteó en la parábola del sirviente no misericordioso, cuya deuda, la cual el Señor—su amo—había perdonado: ‘¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?’ preguntó el Señor. ‘Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos. . . . Así también’, el Señor continuó, ‘mi Padre Celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas’”.

Los hombros de Rick se desplomaron un poco al considerar su matrimonio dado lo que el abuelo estaba diciendo.

“No es accidente, Ricky, que la declaración central en el libro de Jonás, que aparece en medio de los elementos centrales del quiasmo, con veinticuatro versos procediéndole y veintitrés versos siguiéndole, dice: ‘Los que siguen vanidades ilusorias, su misericordia abandonaron’. Jonás se sienta en la enramada observando vanidades ilusorias. Se le ha olvidado su propio pecado, se le ha olvidado la misericordia extendida a él por los marineros, que trataron de ayudarlo aunque sabían que él era la causa de sus problemas; se le ha olvidado la misericordia máxima del Señor, que lo salvó aunque no lo merecía; y está por lo tanto ciego de ver sus propios pecados ‘niniveses’—por los cuales él mismo es un niniveita. Fracasando ver la misericordia, su corazón, mente y ojos le mienten. Todo lo que pude ver es que está en lo ‘correcto’, ‘que tiene derechos’, ‘que lo merece todo’. Observando las ‘vanidades ilusorias’, él está en peligro de ‘perder su propia misericordia’. Y al no sentir misericordia personal, está encerrado en la desesperación.

“Y eso me lleva a esta pregunta, Ricky: ¿De alguna forma estás olvidando tus propios pecados? ¿De alguna forma estás fracasando de recordar la misericordia que Carol te ha demostrado? ¿De alguna forma estás olvidando al Señor? ¿De alguna forma estás ciego de tus propias ninivaneses? ¿De alguna forma estás persistiendo en sentir tener derecho?

“Tu escape de la desesperación se encuentra en tu respuesta a estas preguntas”.