El Otorgador de Paz

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ESPERANDO UNA RESPUESTA


El abuelo Carson esperó un momento por alguna clase de repuesta, pero Rick se quedó   parado, pensando silenciosamente.

“Déjame ponerlo de esta manera, Ricky: Tus hijos están sufriendo terriblemente en tu hogar, igual que tú. Y aún pueden amar a aquellos por cuyas manos ellos sufren, mientras que tú luchas en hacerlo. ¿Por qué la diferencia, supones tú? ¿Cuál diferencia entre tú y tus hijos explicaría la diferencia en tu habilidad de amar?”

“Bueno, ellos son inocentes, abuelo”, dijo Rick rápidamente. “No saben lo suficiente para entender mejor”.

“¿Es tu manera la mejor manera, Ricky?” dijo el abuelo en una voz alta que parecía sobrepasar el viento. “¿Eres tú el que sabe la verdad? ¿Si tus hijos tuvieran más conocimiento, entenderían mejor, de no amar a aquellos que los maltratan? ¿Es esa tu repuesta? ¿Es ese el entendimiento que necesitan tus hijos?”

Los ojos del abuelo Carson lanzaron destellos de ira, y Rick se acobardó bajo el examen y la fuerza de la voz y convicción del abuelo.

“Quizá eres el que ya no sabe lo suficiente, Ricky. Quizá seas el que necesita la educación. Y quién mejor para enseñarte que aquellos que sufren a causa de ti”.

Rick sintió las lágrimas que empezaban a brotar dentro de él, porque su abuelo estaba claramente decepcionado en él, y porque había decepcionado a sus hijos. Detuvo las lágrimas, satisfactoriamente a medias, mientras que sus párpados detuvieron las lágrimas para que no corrieran por sus mejillas.

“Dijiste que tus hijos eran inocentes”, dijo el abuelo Carson, su voz ya vuelto a su volumen y cadencia normal. “Con esta declaración estás tan cercano de entender algo profundo y tan lejano a la misma vez”.

Tomó una pausa por un momento. “Quiero preguntarte algo, Ricky. ¿Quién en las Escrituras viene a tu mente, de alguien que pudo amar a otros, aunque fue despreciado y abusado por ellos?”

“El Salvador, por supuesto”.

“¿Te has preguntado alguna vez cómo pudo hacer esto?”

“Bueno, sí, pero no creo que podamos empezar a entender las razones. El es el Hijo de Dios, después de todo”.

“¿Entonces está en su linaje? ¿Fue por sus genes que pudo amar a aquellos que lo hicieron sufrir—es eso?”

“Bueno, no exactamente”.

“No, no parece ser así, verdad, porque él ha dado el mandamiento de que no importa quienes sean nuestros padres y madres—debemos amarlos, así como él pudo hacerlo, a aquellos que nos desprecian y persiguen. Y si él nos manda que amemos de la misma manera, entonces es muy importante que entendamos por qué pudo hacerlo él, ¿no crees?”

“Sí”, Rick contestó seriamente.

“Bueno, pensemos sobre esto. Cuando piensas sobre el Salvador y lo que hizo por nosotros, ¿que te impresiona más particularmente sobre él?”

“Todo”, Rick dijo honestamente.

“Seamos más específicos”.

“Está bien—bueno, él sufrió por todos nuestros pecados, como dijimos al hablar de Abigail y David”.

“Sí, bien. ¿Qué más?”

“Él ama a toda la humanidad, santos y pecadores de igual manera”.

“Sí, es correcto. Excelente. ¿Y que más?”

“Quizá la cosa más asombrosa es que él nunca hizo nada mal”.

“Exactamente, Ricky, él nunca pecó contra nadie— incluyendo a aquellos que lo hicieron sufrir. El nunca pecó”.

El abuelo Carson bajó su cabeza para interceptar la mirada de Rick. “Ahora”, él dijo, habiendo asegurado su mirada, “¿te das cuenta de algo similar en tus hijos?”

Rick meditó por un momento. “Sí. También ellos aman a los que los hacen sufrir”, él se lamentó, su dolor regresando.

“Si, ellos lo hacen. ¿Alguna otra cosa?”

“Como Cristo, ellos no hacen nada mal contra mí ni Carol. ¿Es eso lo que quieres que diga?”

“Ricky, lo que tú dices es solamente marginalmente importante para mí. Lo que más me importa es cómo tú te sientes sobre lo que dices. Pero primero vamos a analizar tus palabras. ¿Recuerdas como dijiste que tus hijos ‘son simplemente inocentes?’“

Rick asintió con la cabeza.

“Esto es lo que quise decir cuando dije que estás cerca de un entendimiento crucial y al mismo tiempo muy lejano: La diferencia más importante entre tú y tus hijos no es que tus hijos sean inocentes, pero que son inocentes—o sea, ellos no están haciendo nada mal hacia aquellos que están creando dificultades para ellos”.

“¿Qué diferencia haría eso?”

“En verdad, que diferencia”, su abuelo contestó pesadamente.

Rick titubeó. “No entiendo, abuelo. ¿Por qué sería esa una diferencia critica? ¿Y si es así, cómo puedo esperar que las cosas sean mejor de lo que son? No soy perfecto, sabes, y creo que nunca lo seré”.

“Tampoco tus hijos son perfectos, Ricky. Pero sin embargo puedes encontrar ese tipo de amor en ellos”.

“Entonces eso suprime lo que acabas de decir: Ellos son imperfectos, entonces tampoco son inocentes. No somos diferentes en ese respecto tampoco”.

“Ah, ahora estamos en el punto”, dijo el abuelo, casi para sí mismo. “Piensa enjonás”, dijo él, señalando más allá de la roca.

Rick se volteó para mirar a la figura nacida debajo de los palos. Allí sentado, todavía bajo el calor del sol.

“Él es un hombre amargado en este momento. Él cree que está en lo ‘correcto’. De hecho, está tan convencido de eso, que está dispuesto de enfrentar al Señor. El suyo es la causa de la justicia. Entre tanto, la pregunta del Señor está en el aire. ‘¿No tendré piedad de Nínive?’

“¿Qué supones que pasaría, Ricky, si Jonás dejara su agresividad y contestará, ambos en palabra y sentimiento, ‘¡Sí!’? ¿Supones que estaría sentado de la misma manera bajo esos palos? ¿Supones que su faz estaría aún amargada? ¿Supones que aún maldeciría el sol? ¿Supones que aún tendría los mismos sentimientos hacia Nínive?”

“No, probablemente no”, Rick contestó.

“Su mundo cambiaría, ¿verdad?—no porque sería perfecto pero porque él se daría cuenta en ese momento que no tiene razón de clamar perfección en otros, que las esperanzas de él y de otros se encuentran enteramente en la misericordia, que no tiene derecho a nada y debe estar agradecido por todo. En ese momento no llegaría ser perfecto, pero llegaría ser inocente— inocente porque permitiría la ofrenda de misericordia del Señor brotar dentro de él y cambiarlo a un hombre nuevo, libre de las garras del pecado”.

El abuelo se volteó hacia Rick. “Date cuenta de algo, Ricky. Jonás está sentado en esta colina pensando que el mundo mejoraría solamente si hubiera un cambio drástico en Nínive. David pensaba lo mismo sobre Nabal. Es por eso que empezó a caminar rumbo a Carmel—para imponer ese cambio drástico. Pero David descubrió por medio de Abigail que el cambio que significaba todo no era un cambio en Nabal sino un cambio en él—un cambio que es invitado por la pregunta del Señor. El Señor está ofreciendo el mismo descubrimiento a Jonás en este momento. Los cambios drásticos que nos imaginamos en Jonás no depende de Nínive. Jonás es infeliz por una razón y solamente por una razón, y no es por la razón que él piensa. Como David, él es infeliz y no por los pecados de otros sino por los de él.

“Este  entendimiento es disponible sólo al meditar la expiación del Señor, porque ninguna cantidad de maltrato ni sufrimiento fue capaz de quitar el amor de aquel que no tenía pecado. Por contraste, nosotros que aún luchamos con pecados, luchamos también ‘para encubrir nuestros pecados’”. Una manera de hacer esto es, el Salvador enseñó, por medio de encontrar pecados en otros. Las vigas que están en nuestros ojos nos hacen que busquemos la paja que está en otros. Nuestro propio fracaso de amar a otros causa que miremos a los demás como no merecedores de amor. Entonces terminamos sentados abajo de nuestras propias enramadas—irritados, enojados, lastimados—echando la culpa por nuestra falta de amor a los niniveanos que estamos fracasando en amar. El Salvador, por contraste, sin pecados de aferrarse, cubrirse y excusarse, continuó libre para observar a toda la humanidad—a cada uno de nosotros niniveanos en nuestra pecaminosidad y con el dolor que le causamos—con misericordia y agradecimiento”.

“Tus hijos contestan ‘Sí’ a la pregunta del Señor, Ricky Ellos dan misericordia a los niniveanos en su hogar, al tirar sus brazos alrededor de Nínive cada noche. El secreto de su amor no es su naiveismo—el hecho de que son, como dijiste, simplemente inocentes—pero más bien su inocencia del pecado. Inocentes de pecar contra ti, no hay pecados que tengan que cubrir y excusar, y por lo tanto, ningún pecado tuyo los podría detener de amarte.

“La pregunta para ti es ¿cuales pecados hacia Carol te detienen para poder amarla? ¿Cómo estás demandando justicia y al mismo tiempo niegas la misericordia? ¿De que manera estás sentado agresivamente bajo los palos de tus propios resentimientos? ¿Cómo eres tú el autor de tu propia desesperación? Si te permites descubrir las respuestas a esas preguntas, tú, con tus hijos, contestaría ‘¡Sí!’ a la pregunta del Señor, y redescubriría a una Carol que es mucho menos como Nínive como tú crees—una Carol la cual tus hijos aman igual que te aman a ti”.

Su abuelo se limpió su ceja y miró al este hacia las montañas. “Es hora de irme, Ricky. Te dejo ahora con Jonás, y con su pregunta. La cuidad ante ti, tan malvada como Jonás piensa que es, es salvada. ¿Serás tú? ¿Será él? Eso dependerá enteramente de cómo tú y él miran a los otros niniveitas en tus vidas”.

“Tengo fe en ti, hijo”, añadió después de una pausa. “Sabes lo que es correcto, y encontrarás la manera. Yo sé que lo harás”.

“Gracias, abuelo. Espero que estés en lo correcto. No estoy seguro”.

Su abuelo tomó a Rick en sus brazos en un cálido abrazo, de la manera que lo hacía cuando Rick iba de regreso a su hogar después del verano en su granja. “Adiós, hijo”.

“Adiós, abuelo. ¿Te veré después?” Quiza .

“Espero que sí”. Rick se mordió los labios para que no brotaran las lágrimas.

El abuelo Carson se sonrió, asintió con la cabeza, y dijo, “Me gustaría tanto eso, pero mi más grande esperanza es que mires a Carol otra vez—como lo hacías antes, como la ve el Señor, como ella es”.

Con eso, su abuelo se fue hacia las montañas. Tomó una pausa en lo alto de la siguiente montaña al este, y dijo, “Recuerda la pregunta del Señor, Ricky. Y recuerda que nadie es más niniveita que tú”.

Y después se desapareció. Rick estaba solo con Jonás en la colina, el sol golpeándolos sin misericordia en sus cabezas.