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EL ALBEDRÍO EN BALANCE
Has sido enseñado bien por tus padres, sobre la vida premortal del hombre, y de cómo hubo una gran batalla en los cielos entre aquellos que siguieron el plan de nuestro Padre Celestial, guiados por Jehová, y por aquellos que se alinearon con el disidente, Lucifer”.
Rick asintió con la cabeza.
“¿Recuerdas sobre que era la batalla?” preguntó el abuelo.
“Por supuesto. Por dos cosas, realmente—por el orgullo de Satanás y el albedrío del hombre”.
El abuelo Carson esperó que dijera más.
“El plan de salvación era proveer a la humanidad con cuerpos, y darnos la oportunidad de crecer, para llegar a ser como nuestros Padres Celestiales. Vendríamos a la tierra, se nos pondría un velo sobre las específicas memorias de nuestra existencia anterior, para ver si seguiríamos nuestras intuiciones espirituales, y por medio de la fe si aprenderíamos a obedecer los mandamientos de Dios”.
“Lucifer quería negarnos nuestro albedrío”, continuó Rick. “El quería el poder de guiarnos a su propia voluntad, obligarnos a hacer lo que necesitaríamos en orden de recibir salvación. Y después quería la gloria por hacer este esfuerzo. Muchos de los huéspedes del cielo lo siguieron en la batalla contra Jehová, Miguel, y los otros hijos espirituales de Dios. Moisés, Isaías y Juan el Revelador escribieron sobre esto”.
“Bien, Ricky. Entonces déjame preguntarte algo. Dices que esta batalla premortal fue sobre el albedrío, y estás correcto en eso. ¿Pero que es para ti el albedrío?”
“La habilidad de escoger”.
“¿La habilidad de escoger qué?” Respondió el abuelo.
“¿No es solamente la habilidad de escoger entre opciones, y de tomar esas decisiones nosotros mismos, sin compulsión?”
El abuelo empezó a hojear el libro que Rick había estado leyendo. “Aquellos que han estado encarcelados”, dijo él, “aquellos con impedimentos físicos, aquellos que son pobres— hay muchas cosas de las que no pueden escoger. ¿Quiere decir esto que carecen de albedrío?”
“No, no creo que diría eso”, Rick contestó, pensándolo muy bien. “Aún tienen la habilidad de escoger, aunque sus opciones sean limitadas”.
El abuelo Carson puso su dedo en el libro, aparentemente para no perder la página. “Quiero que pienses más profundo, por un momento, Ricky”, él dijo.
“Está bien”.
“Supongamos que un hombre está amarrado tan fuerte que no puede mover ningún miembro de su cuerpo. Supongamos también que sus ojos quedan abiertos sujetados y su boca está cerrada con cinta adhesiva. Lo único que puede hacer es sentarse; no tiene ninguna otra opción. ¿Carece de albedrío, de la manera que se utiliza ese término en las Escrituras?”
Rick consideró esto cuidadosamente. “Me supongo que sí”.
“¿Realmente?”
“Me supongo que dirías que no”.
El abuelo sonrió.
“Es correcto, Ricky, eso es lo que diría. Este hombre tendría el mismo albedrío como el hombre más libre en la calle. La razón de por qué es que el albedrío no se refiere generalmente a la habilidad de escoger—nuestras decisiones después de todo siempre están atadas a ciertas limitaciones. Mejor dicho, el albedrío tiene que ver con una decisión en particular. El albedrío, como se utiliza en las Escrituras, es la capacidad de escoger a quién seguiremos—al Señor de luz o al Señor de la oscuridad. Esta es la decisión que estuvo en cuestión en el mundo premortal. Y esta es la misma decisión que tenemos aquí, aun cuando estamos atados y amordazados”.
“Está bien”, dijo Rick pensativamente. No estaba seguro adonde el abuelo iba con este pensamiento.
“En realidad”, el abuelo Carson continuó, “es una decisión que podemos retener, aun cuando estemos atados o amordazados, porque podemos ejercitar nuestro albedrío de tal modo que también podemos perderlo. Parte de tener el albedrío es tener el albedrío de dejarlo”.
“¿Cómo podemos dejarlo escapar?”
“Al darle a Satanás la capacidad de agarrar nuestros corazones, que nada más que los méritos del hijo de Dios puede liberarnos”, contestó el abuelo.
Rick pensó profundamente, tratando de procesar las implicaciones, pero el abuelo rápidamente continuó.
“La guerra sobre el albedrío no se terminó en el mundo premortal, Ricky. Satanás tuvo la misma guerra ante el árbol en el jardín de Edén, una guerra que continúa hasta este día, y una guerra que la mayoría de la humanidad está perdiendo”.
“Mira”, dijo él, ofreciéndole el libro nuevamente. “Lee”.
Después hubo una gran batalla en el cielo, empezaba el libro. Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron.
Esta vez las palabras se enterraron profundamente en Rick y hablaron directamente a su alma.
Pues, por motivo de que Satanás se rebeló contra mí, y pretendió destruir el albedrío del hombre que yo, Dios el Señor, le había dado. Y que también le diera mi propio poder, hice que fuese echado abajo por el poder de mi Unigénito; y llegó a ser Satanás, sí, el diablo, el padre de todas las mentiras, para engañar y cegar a los hombres y— las palabras resonaban dentro de él—llevarlos cautivos según la voluntad de él, sí, a cuántos no quieran escuchar mi voz.
Entonces Rick escuchó lo que había escuchado antes. Esto es lo que significan las cadenas del infierno. Y se percató una vez más de la gran cadena que oscurecía la tierra.
Rick dejó de leer esa página del libro. “Entonces Satanás todavía trata de controlarnos, llevarnos cautivos—eso es lo que quieres decir, ¿verdad?” Pero Rick no esperó una respuesta. “Y eso es lo que miré antes”, añadió él, “las multitudes siendo llevadas cautivas a su voluntad—atadas por su propia cuerda y cadena”.
“Sí, Ricky. El plan premortal de Satanás para la humanidad era llevarnos cautivos a su voluntad en orden de salvarnos. Después de ser echado, su plan llegó a ser llevarnos cautivos a su voluntad para destruirnos. En este sentido—la destrucción de nuestro albedrío por medio de la cautividad de nuestra voluntad—su plan no ha cambiado desde el principio. El hilo y cadena que has visto—y tu propia vida—es prueba de ello”.
Rick, que estaba parado en donde había estado observando su propia discusión con Carol, se derrumbó en la silla que estaba a su lado. “¿Qué quieres decir, ‘mi propia vida es prueba de ello’?”
“Tú y Carol están cayendo hacia un fin impensable, cada uno tan cometido a la justicia de su propio curso que te rehusas a voltear hasta que sea demasiado tarde. ¿No es eso lo que pensaste anoche?”
Rick recordó pensar eso, aunque no podía recordar cuando lo dijo.
“Tus sentimientos hacia ella se han vuelto fríos, tal como los de ella hacia ti. Cada uno siente como una pérdida total poder cambiar esos sentimientos. Tú ya no estás seguro si tal cambio es aun posible, la indiferencia se extiende sobre ti tan rápidamente y tan completamente. Cuando escuchaste sus pasos en la cocina esta mañana, era como si toda la atmósfera de tu mañana cambió. Su presencia misma oscureció tu humor. ¿Estoy en lo correcto?”
El abuelo Carson miró seriamente a Rick, que tenía la mirada fijada hacia el piso.
“¿Si esa no es prueba de la pérdida del albedrío y de las cadenas del pecado, entonces que es? Estás encerrado en una clase de un espiral de muerte insana—otro de tus propios términos, yo creo. Cada pensamiento sobre Carol te acerca más al desastre que estás negando y a la vez haciendo inevitable. Mientras tanto, sientes que tus sentimientos y pensamientos son empujados hacia ti. Lo que pasó esta mañana en la cocina fue nada más el último episodio en esa trágica historia. Satanás tiene tu corazón, mi muchacho, y desea destruirte”.
Rick se quedó sentado en la silla silenciosamente, cubriéndose la cara con sus manos. Su abuelo estaba en lo correcto, por supuesto. Se sentía fuera de control, como si sus sentimientos y pensamientos, amargos y molestos, fueron empujados en él. Ese era una gran parte de su desesperación. “¿Pero como lo hace, abuelo? ¿Cómo atrapa Satanás nuestra voluntad y toma nuestro albedrío?”
“Sigue leyendo”, dijo el abuelo Carson, extendiéndole el libro una vez más.
Aconteció pues, que el diablo tentó a Adán, y éste comió del fruto prohibido y transgredió el mandamiento, por lo que vino a quedar sujeto a la voluntad del diablo, por haber cedido a la tentación.
Porque cedió a la tentación—Rick se repetió a sí mismo, meditando las implicaciones. “Adán llegó a estar sujeto a la voluntad de Satanás porque cedió a la tentación”.
“Sí”, respondió el abuelo. “Recuerda las palabras que leíste hace unos minutos: Satanás lleva cautivos a su voluntad a aquellos que ‘no quieran escuchar la voz del Señor’. Es la voluntad de Satanás que no sigamos al Señor, e intenta capturarnos al atraernos o tentarnos a actuar contrario a la manera del Señor, tal como lo hizo en el jardín con Adán y Eva. Cuando hacemos eso, él gana control sobre nosotros y efectivamente le damos nuestro albedrío”.
“¿Pero cómo pasa eso? No entiendo cómo un solo pecado podría capturarnos y sujetarnos a Satanás de la manera que lo estás describiendo. Si ese fuera el caso todos estuviéramos sujetos a su voluntad”.
“Y todos estamos, Rick. Ese es el punto. Todos estamos sujetos a su voluntad. Piensa sobre esto. ¿Hacemos siempre lo que debemos? ¿Amamos, perdonamos, u oramos como debiéramos?”
Rick sacudió su cabeza. “No”, dijo él hoscamente.
“Entonces ves, Ricky, todos estamos sujetos a su voluntad. Aun en el conocimiento, escogemos alejarnos del Señor. Nos encontramos cayéndonos de la vida diligente de sus mandamientos. Y del deseo de vivirlos completamente. ‘Todo aquel que hace pecado’, declaró el Señor—y eso incluye a todos—’esclavo es del pecado’ y ‘reciben su salario de aquel a quien quieren obedecer’. Cada pecado nos hace más susceptibles a la voluntad de Satanás porque cada pecado es una capitulación de su voluntad”.
“Considera la terrible ironía”, continuó él. “Peleamos una batalla en los cielos para proteger esta preciosa comodidad de albedrío—una comodidad tan importante que estuvimos dispuestos de echar a muchos de nuestros hermanos y hermanas para retenerlo—y después, como si fuéramos unos personajes centrales de la tragedia griega, venimos a esta tierra y ejercitamos ese albedrío de una manera que efectivamente se lo da a otro”.
“Pero esa es la parte que no entiendo. No entiendo como un solo pecado le da a Satanás control de nosotros”.
“Esto es porque no entiendes la naturaleza del pecado”.

























