El Otorgador de Paz

PARTE   IV — LOS MILAGROS DEL GETSEMANÍ

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LUZ EN LA OSCURIDAD


La faz del abuelo Carson brillaba con compasión, y miró a Rick con entendimiento.

“Sufres, Ricky. Hasta hoy tu sufrimiento ha sido en vano, porque sufrías solamente por ti. Ahora sufres por otros—por Carol y tus hijos, por todos los que te rodean. Sufres por el dolor que ellos sienten, el dolor que tú has ayudado a que sientan. Tu corazón esta a punto de quebrarse”.

“Bendecido eres en este nuevo sufrimiento, porque verdaderamente somos responsables uno al otro, justo como ahora sientes. Y nuestros corazones deben quebrarse de esta manera, porque debemos ser curados de la vanidad de la capacidad de nuestros corazones”.

“Al sentirte completamente responsable por los sufrimientos de aquellos que amas”, continuó él, “el Señor te quitará el dolor. El ha padecido por todos, para que nosotros no padezcamos. Donde el dolor merece estar, en su lugar encontrarás su amor.

“¿Conoces lo extenso de su amor, hijo mió?”

“Pienso que no soy digno de saberlo”.

El abuelo sonrió. “Solamente por esa razón, lo sabrás”.

Rick de repente se encontró en una colina rocosa. Algo así como a cincuenta yardas debajo de él, podía distinguir la forma de una docena de árboles antiguos y desproporcionados, su edad evidente en la forma torcida de las ramas, que se movían con el aire de la noche.

“El Jardín de Getsemaní”, dijo el abuelo, que estaba a un lado de él.

Continuó él, “Después de la caída, el Señor le dijo a Adán, Así como has caído puedes ser redimido’, significando la relación paralela de la caída y la expiación. Entonces no es accidente que la expiación empezará, así como la caída, en un jardín. Y no es accidente tampoco que los individuos en esos jardines estaban sin pecado, o que los eventos en esos jardines están centrados en el derecho de ejercitar su libre albedrío— para Adán, ya sea que participara de la fruta prohibida, y para el Salvador, ya sea que participara de la amarga copa. El Salvador y Adán se enfrentaron a una decisión similar. Si no participaran, llegarían a estar solos en el paraíso. Ambos participaron para que el hombre pudiera ser. Y al participar de la amargura, Adán vino a conocer lo bueno de lo malo, y nuestro Salvador llegaría a conocer todo lo bueno y malo que había y habría de traspasar en los corazones de los hombres por todas las generaciones del tiempo”.

“Entonces, Ricky, estás a punto de ser testigo del deshacer que ya se había hecho—una nueva forma de ejercitar el albedrío, en un jardín, que nos rescata de la cautividad del pecado, una cautividad que entró en el mundo por medio de ejercer un albedrío anterior en un jardín anterior. El albedrío será redimido esta noche, y con él, ‘toda la humanidad, tantos como tengan voluntad’. Porque por la redención del Señor, los hijos de los hombres serán liberados de las garras del pecado—’para actuar por sí mismos, y no para que se actúe sobre ellos’”.

“Mira”.

Más allá de los árboles, y caminando hacia ellos, se encontraban un grupo de doce. Solamente los perfiles de sus formas cubiertas con capas eran visibles bajo el cielo oscuro de la noche. No traían antorchas pero parecían conocer bien el camino, ya que ninguno se tropezaba en la oscuridad. Caminaban en silencio al ascender los escalones de piedra que descendían desde el valle debajo de ellos, el valle Kidron, como Rick lo recordaba. A través del valle, en la colina del otro lado, se erguían las paredes del templo y de la gran cuidad sagrada, Jerusalén.

Cerca de donde empezaban los ancianos árboles de olivo, uno enfrente de la procesión hizo un ademán para que los demás se sentaran. Ocho lo hicieron, mientras que el primero, y otros tres—Pedro, Santiago yjuan, Rick sabía por sus estudios de estos eventos—continuaron al jardín y entre los árboles. Rick forzó la mirada para poder mirar sus formas pasar detrás de las ramas y troncos inmensos como a doscientas yardas de él. Aquí, el Señor tomó una pausa y volteó hacia sus compañeros. ¿Qué les dijo en este momento? Rick trató de recordar.

“ ‘Mi alma está muy triste, aun hasta la muerte’ “, le susurró el abuelo, “ ‘quedaos aquí, y velad conmigo’”. La figura que era de Cristo pasó más allá de los tres discípulos y de la vista de Rick.

“ ‘Yendo un poco adelante’“, vino esta voz de la juventud de Rick, ya tan suave que casi era inaudible, “ ‘se postró sobre su rostro, orando y diciendo, Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa’”.

Entonces el abuelo se quedó en silencio, y el aire de la noche se mantuvo quieto.

“Lo que pasa ahora no es para que los ojos mortales testifiquen”, dijo el abuelo, en su voz más normal. “Pero es seguramente para que mentes y corazones humanos lo entiendan”.

“¿Qué quiere decir, abuelo?”

“Ricky, necesitas entender lo que pasa aquí esta noche. Todo en tu hogar, tu corazón, y en tu vida depende de esto”.

“Creo que entiendo, abuelo. Aquí en Getsemaní, Cristo paga por los pecados de la humanidad. Sufre tan terriblemente que la sangre le brota por cada poro”.

“Sí, Ricky, verdaderamente. Pero que corto ese entendimiento aún está”.

“Entonces dime más”, imploró Rick. “¿Qué pasa aquí esta noche?”

“Este sólo es el comienzo. Solamente pasa aquí ‘esta noche’ en la vista limitada del hombre”.

“¿Qué quieres decir?”

“Quiero decir que nuestro aprecio por lo que Cristo hizo por nosotros quedará abismalmente pequeño si pensamos que cayó simplemente a la posibilidad de sufrir por unas horas mortales, por más atroz que fuera ese sufrimiento. Ambos en impacto, bondad y nivel, lo que pasa en Getsemaní no puede ser marcado simplemente por el reloj de este reino caído. En verdad, su impacto se puede sentir desde los días de Adán y Eva, aunque por los cálculos de esta tierra, no había pasado aún. La expiación pasó tanto fuera de este tiempo como dentro de el, aunque lo que estaba afuera no podemos ni siquiera esperar comprender. Fue y es un acto infinito y eterno, desatado por las limitaciones de la mortalidad. Con razón el Salvador tembló a causa de ese dolor y desea ‘no tener que beber la amarga copa’. Mentes mortales, con sus limitaciones terrenales, no pueden comprender su inmensidad”.

El abuelo Carson tomó un descanso por un momento para coleccionar sus pensamientos.

“¿Y cuál era la naturaleza de su sufrimiento?” reflexionó él. “Dices que ‘sufrió por nuestros pecados’, pero que tan fácil lo decimos”.

¿Qué realmente quiere decir?

“Recuerda, el problema del pecado es solamente parcial que participamos en actos pecaminosos. El problema más profundo es que al escoger participar en actos pecaminosos, nuestros corazones llegan a ser pecaminosos. Y cuando pasa esto, Satanás gana poder sobre nosotros para llevarnos cautivos a su voluntad, para llevarnos a un resentimiento más profundo y oscuro, la amargura, el enojo, y el pecado. Llegamos a ser impuros, corruptos—sin poder soportar la presencia de Dios, en cuya presencia solamente los limpios y puros pueden permanecer. Y llegamos a perder la misma cosa que es esencial, si es que algún día podamos ser limpios y encontrar el camino de regreso a él: la habilidad y deseo de escoger seguir al Señor”.

“Nuestras manos están sucias de actos pecaminosos, por seguro, Ricky, pero nuestro problema más grande es que nuestros corazones han llegado a ser impuros también. Como exclamó Pablo, ‘me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.

¡Miserable de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?’ Si es que deseamos estar presentes en gloria ante el Padre y el Hijo, el ‘espíritu inicuo’ que habita en nuestros corazones debe, como el padre del rey Lamoni imploró, ‘ser desarraigado’ de nuestro pecho. A menos que alguien pueda sobrellevar por nosotros la cautividad de nuestros corazones y liberarnos de nuestras cadenas del pecado, seremos condenados para siempre”.

“¿Estás diciendo que eso es lo que el Salvador hizo? ¿Lo que pasó en el Jardín de Getsemaní fue que el Señor venció el cautiverio de nuestros corazones? ¿Eso es lo que significa el ‘pagar por nuestros pecados’?”

“Sí”.

“¿Pero cómo?”

“Cómo, en verdad”.