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MARCHANDO HACIA CARMEL
La cena se estaba cocinando, y el aroma de sopa de pollo, la especialidad de la abuela, atravesaba por el aire. Rick buscó a su abuela, pero no la encontró. Él miró por la ventana hacia la laguna de pesca y más allá de la pradera. Su abuelo Carson estaba parado en medio de la pastura, a unas cuatrocientas yardas de distancia, mirando hacia la casa. Rick supo instintivamente que el abuelo lo estaba esperando. Él, con entusiasmo, saltó de la casa y corrió cuesta abajo por la vereda de tierra a los campos.
El espectáculo alrededor de Rick lo inundó con memorias— la laguna justo abajo de la casa en donde había atrapado su primer pez, el arroyo que drenaba de la laguna y había sido el lugar para muchas “carreras de ramas” entre los primos y él, el montículo rodante de pastura que le había creado desafíos cuando él movía la tubería de irrigación, pero que le permitía divertirse en el móvil de nieve durante el invierno. De todos los lugares, este era el favorito de Rick—el aire libre y la maravilla de su niñez.
“¿Cómo está mi compañero de golf?” preguntó el abuelo con una jocosa familiaridad cuando Ricky lo alcanzó. El traía su camisa de marca de golf, pantalones caqui y zapatos tenis—”su ropa de trabajo”. Estas ropas eran parte de la tradición familiar, ambas porque parecía que nunca se cambiaba (o tenía varios cambios del mismo traje) y porque, por ser un ranchero, estaba increíblemente mal apropiado para el trabajo pesado. Al disgusto de la abuela Carson, él invertía mucho dinero en emplear personas y era el primero en sugerir una alternativa al hacer los quehaceres cuando los nietos visitaban. Él retuvo su amor por las aventuras joviales casi hasta su muerte. Su aspecto era como Rick lo recodaba, aunque sin sus anteojos que usualmente llevaba. “Estoy bien, abuelo”, Rick mintió.
“¿Cómo está Carol?”
“Oh, ella también está bien”, volviendo a mentir, sintiéndose un poco inquieto.
El abuelo Carson miró fijamente a Rick. “¿Y los niños?”
“Oh, están bien; estarías orgulloso de ellos”, Rick respondió entusiasmado y agradecido por una pregunta a que podía responder honestamente y sin ningún esfuerzo. “Alan tiene mucho de ti en él, abuelo. Desde su desagrado por el trabajo duro”, él añadió, bromeando.
El abuelo Carson sonrió satisfecho, pero no reventó en risa de oreja a oreja, la cual Rick recordaba tan cariñosamente y esperaba provocar.
El abuelo Carson retuvo la mirada en Rick sin decir una palabra, y la inquietud de Rick creció. Él se sentía obligado ya sea de apartarse o de hablar de la inquietud que sentía.
“Él y Eric son buenos jóvenes”, él dejó escapar, optando por hacer lo último. “Amorosos, pero serios en las cosas serias— bueno, para los adolescentes”. El abuelo Carson otra vez asintió con la cabeza con placer, aún sin decir nada.
“¡Y las muchachas!” Rick exclamó, hablando demasiado de la manera que uno hace cuando trata de evitar otros temas. “Anika y Lauren son unos angelitos. Ellas me hacen sonreír”.
“Sí, Ricky”, su abuelo interrumpió. “Ellas también me hacen sonreír”.
“Pero tú—”
“¿No las conociste?” respondió el abuelo Carson.
Rick asintió la cabeza tímidamente.
El abuelo volteó la cabeza y miró a la distancia. El hizo un vistazo ligeramente, el cual arrugó su piel desde la esquina de sus ojos hasta la sien. Para alguien que no lo conociera, este vistazo parecería solamente un atento de enfocarse en un objeto distante. Pero Rick lo conocía mejor. Esta, como la sonrisa radiante que Rick esperaba ver, era una mirada que Rick conocía. El abuelo se estaba enfocando más en sus pensamientos que en su visión. Algo estaba en su mente, y Rick temía saber lo que era.
“¿Recuerdas cuando cortamos las hierbas en la península pequeña de la laguna y la convertimos en una isla Green?” el abuelo Carson preguntó, inclinando la cabeza hacia el lago en el sureste de la península.
“Sí, recuerdo”, Rick sonrió, aliviado por la pregunta. Pasaron casi todo el día en cortar el césped e instalar una asta para la bandera—un proyecto en el cual se embarcaron en lugar de mover la tubería de irrigación. La abuela no estaba feliz con esto.
“¿Recuerdas cuando hiciste el hoyo en uno ese día?”
¡Qué sí se acordaba! Rick había contado esa historia tantas veces, con tanto orgullo, que al pasar los años se le había olvidado sentirse mal sobre el hoyo de tres pies de diámetro que consideraron que era la copa. “Nunca lo olvidaré, abuelo”.
“¿Recuerdas que tan feliz estabas?”
“Oh sí, absolutamente. Creo que sonreí toda la semana”.
“Yo también, Ricky”, el abuelo estuvo de acuerdo. “Ese fue un gran período”.
Se detuvo por un momento para recordar aquel día. Después se volvió hacia Rick.
“¿Eres tan feliz ahora, Ricky?”
A pesar de sus presentimientos que la conversación se volteara a esa dirección, la pregunta lo tomó a Rick por sorpresa. Él tanto querría decir “Sí”, pero lo mejor que pudo hacer fue un poco convincente, “Sí, creo que sí”.
El bajó la mirada, traicionando todo que sus palabras habían tratado de mantener escondido.
“Te he estado observando, Ricky. Pido reportes tan seguido como me es posible, y ocasionalmente, se me permite venir a ver cómo estás. Estoy tan orgulloso de ti, hijo”. (A menudo llamaba a Rick “hijo”, y a Rick le encantaba que lo hiciera). “Eres muy trabajador y un gran padre. Pero sé un poco sobre los problemas por los que estás pasando—tanto porque los puedo ver cómo porque yo los he pasado también. Has estado en mis oraciones por años, y más ahora que nunca. Hay muchos que oran por ti, mi muchacho”.
Rick se quedó en silencio, a medias entre avergonzado y agradecido. Entonces el abuelo sabe, él pensó, resignadamente, él sabe.
Rick terminó con la farsa. “No sé qué hacer”, él se lamentó.
“Para decirte la verdad, las cosas están muy difíciles en este momento. He hecho todo lo que está de mi parte, pero nada ayuda”.
“Ya sé, Ricky, ya sé. Pero hay algunas cosas en las que no has pensado. Y lo más importante será algo que no puedes hacer tú, pero será algo que debes permitir que se haga por ti”.
“¿Qué quieres decir?”
El abuelo sonrió. “Ven, quiero enseñarte algo”.
De pronto, Rick se encontró arriba de la colina que corría por la frontera este del rancho. El y su abuelo estaban parados al lado de una enorme roca que se inclinaba como una centinela en el “lugar calvo” de la montaña—el punto más alto de la montaña y el lugar perfecto de muchos paseos de caballo durante su juventud. De ese mirador, mirando hacia el oeste, él podía ver todo el rancho, con sus pasturas, lagos y bosques. El rancho era un diminuto punto, pero lo podía ver, junto con la laguna. Desde esta altura, el techo del granero era visible atrás de los bosques de algodón que normalmente tapaban su vista. Más abajo, en la base del cerro, corría el río Squalim, en donde Ricky su familia habían jugado tanto—pescando, acampando y flotando en tubos a través de los calmados rápidos.
“Ven, Ricky”, dijo el abuelo, poniendo su brazo alrededor del hombro de Rick y volteándolo en otra dirección diferente al rancho. “Quiero que veas algo”. El llevó a Rick al punto más alto de la montaña para que mirara hacia el este. Fue una sorpresa para Rick que miraron hacia abajo a un enorme páramo desértico. “Nunca vi esto antes”, dijo él. “¿Siempre ha parecido así?” El abuelo no contestó. ¿Miré alguna vez al este de la sierra? Rick se preguntó. No podía recordar.
Directamente abajo de ellos se desplegaba un plano desértico. Desde esta posición ventajosa en la montaña, Rick podía ver en cada dirección. Al norte, el plano se levantaba gradualmente en las colinas. Al sur, sin embargo, las tierras continuaban más allá de lo que el ojo podía ver, con escarpadas cimas empujando hacia el cielo aquí y allá en la distancia. Veinte millas más o menos al este, el plano se desplegaba en un desolada y ominoso región de medianas y altas montañas. Las grietas y hendiduras en los áridos cerros hacían que el área entera se mirara como si hubiera sido horneada en un homo. Por algunas de aquellas grietas, Rick podía ver más allá de las colinas que brillaba a la distancia un gran valle lleno de lagos.
“¿Abuelo, siempre ha estado esta tierra en estas condiciones?” Rick trató una vez más.
“Sí y no, Ricky”, él contestó. “La tierra se ha visto así por milenios, pero no, nunca la habías visto antes desde aquí”.
“Yo no entiendo”.
El abuelo asintió pero no dijo nada. Parecía que esperaba algo.
“Mira”, dijo finalmente. “David y sus hombres se acercan”.
Rick miró hacia la dirección que su abuelo señalaba, hacia el noreste. A lo lejos en el plano desierto, Rick podía distinguir lo que parecía ser una área de maleza. Pero al mirar más de cerca, podía ver que la maleza se movía. “¿David?” él exclamó en voz alta, inseguro de quien el abuelo hablaba.
“Si, mira”.
Rick repentinamente se encontró en el valle desértico junto con un grupo de hombres, como seiscientos en número. El polvo se aferró a su ropa, que para la mayoría de ellos consistía en ropa bruscamente cortada que le recordaba a Rick a ropa que había visto venderse por los vendedores callejeros en viajes a Tijuana. La ropa estaba sujeta alrededor de la cintura con cintos de cuero grueso. Pedazos de ropa más pequeña y liviana adornaban sus cabezas y estaban atados por un cordón; eran similares en color y peso a la ropa interior que se podía mirar por entre los desgarrones y agujeros de la ropa. Sus barbas espesas y desarregladas, el cuero de cara y manos, roñosas y secas. Rick no podía dejar de pensar que la piel se asemejaba al terreno horneado que había visto antes desde la cordillera. Parecían vagabundos de los días del Antiguo Testamento que habían estado viviendo en el desierto por años sin la influencia ya sea de la civilización ni de mujeres apacibles.
Rick pronto descubrió que era precisamente eso lo que ellos eran.
Un grupo de diez o más hombres se acercaron a la multitud, y la multitud se separó, permitiéndoles ir al centro de la multitud. Allí Rick vio a un hombre fornido y de una apariencia magnífica. Había una dignidad en él que lo separaba de los demás hombres y del terreno a su alrededor. Era obvio por su piel, ropa, y barba que había estado viviendo de esta manera el mismo tiempo que los demás, pero había algo diferente en él, casi como si su alma se hubiera mantenido húmeda mientras que de los otros estaba reseca. Rick entonces se dio cuenta que la ropa del hombre, aunque estaba tan polvorienta y gastada como la de los demás, parecía estar hecha de un mejor material. Intensos colores se asomaban en medio del polvo. Él pertenece a otros lugares, Rick pensó, lugares más elevados. Este no es su hogar.
El grupo se acercó y se paró enfrente del hombre. “David, hijo de Isasí, hemos estado en la casa de Nabal”, habló el hombre al frente.
¡David, hijo de Isasí! Rick pensó. Él miró al abuelo con una mirada de interrogación. “Si, Ricky”, él dijo, como si le leyera la mente, “este es David, hijo de Isasí, futuro rey de Israel”.
“Es como pensabas, mi señor”, dijo el portavoz, cuya voz llamó la atención de Rick otra vez a la escena. “Los esquiladores de Nabal han juntado su abundancia para regresar a Carmel y están divirtiéndose y comiendo”. La multitud de hombres, que se estaban juntando alrededor del grupo de diez, asintieron con la cabeza felizmente y sonrieron con sus labios resecos en aprobación.
“Pero él niega que te conoce, mi señor. Él se rehusó a reconocer nuestro servicio a sus hombres y a su propiedad. Se burló de nosotros y rechazó nuestra petición de provisiones. Hemos regresado sin nada”.
A esto, la multitud eruptó en cólera. “Esto es una atrocidad”, gritó un hombre a la derecha de Rick. “Él debe pagar por esto, rechazando al hijo de Isasí”, gritó otro, agitando su puño con enojo. La multitud alardeaba su aprobación, y otros empezaron a gritar más atrocidades. Empezaron a estimularse unos a otros hasta enfurecerse.
“¿Qué pasa aquí, abuelo?” preguntó Rick.
“El veinticinco capítulo de Primer Samuel”, dijo él. “Quizás has estado jugando demasiado golf”, él añadió, sus ojos bailando con humor.
“David y su grupo de parias han sido forzados al desierto para sobrevivir”, su abuelo continuó. “Después que David mató a Goliat, su fama aumentó por toda la tierra. El rey Saúl llegó a estar insanamente celoso de él y por años ha tratado de matarlo. David ha estado viviendo la vida de un vagabundo, y estos hombres, casi todos fugitivos de la ley y parias de la sociedad, se han unido a él en el desierto. Estamos ahora en el desierto al sur de Judea, en una área conocida como el desierto de Paran. La masa de agua que viste a la distancia hace un momento es el Mar Muerto.
“Aquí David y sus hombres han estado protegiendo a los pastores y el rebaño de un hombre llamado Nabal. Los hombres de la tribu Bedouin frecuentan estas partes, y sin protección muchas de las ovejas de Nabal se hubieran estado perdido. David y sus hombres hubieran podido tomar el rebaño de Nabal para su propio sustento, pero no lo hicieron. Ni tampoco tomaron lo que los pastores o el rebaño necesitaban. Los esquiladores de Nabal ahora se juntaron en el pueblo Judea llamado Carmel, hacia la propiedad de Nabal, para esquilar y celebrar su abundancia, y como puedes ver, David y sus hombres están aún en necesidad. Sus provisiones se terminan”.
“A pesar de esto—a pesar de toda su ayuda en posibilitar la abundancia de Nabal—¿él se rehusa ayudarlos?” Rick preguntó indignadamente. Si .
“Con razón están enojados”, Rick murmuró.
Rick se volvió hacia los hombres, que gritaban y agitaban sus puños al aire alrededor de David. Desde el reporte de sus hombres, David estaba quieto, su semblante caído. Rick lo miró entre la multitud. El había sentido una puñalada con el rechazo, por seguro, pero al parecer ahora estaba recuperando su compostura. Rick podía ver la tensión creciendo en su cara mientras sus hombres gritaban alrededor de él. Los ojos de David se entrecerraron y de repente se llenaron de resolución. Levantó su brazo por encima de su cabeza, deteniendo rectamente una larga cuchilla de acero que brillaba con el sol.
“Cíñase cada uno su espada”5, él gritó encima del clamor. “Vamos a Carmel a pagar nuestro respeto a un tonto llamado Nabal”.
Los hombres se pusieron furiosos. De pronto entre esos hombres llamó la atención de Rick un hombre que podía ser su gemelo. Él, con el resto, vitoreaba salvajemente, espada en mano.
Asombrado, Rick observó como David ordenó a la tercera parte de los hombres para que se quedaran con las escasas provisiones y después organizó a los otros cuatrocientos, más o menos, incluyendo al gemelo de Rick, para la marcha a Carmel. Al observar esto, Rick de pronto entendió que el hombre no era su gemelo sino él mismo. Él marchaba con David a Carmel. ¿Pero por qué? se preguntaba. ¿Qué estoy haciendo en este sueño?
La procesión iba rumbo al norte hacia las montañas, levantando el polvo del desierto. Cuando finalmente el rastro de polvo desapareció en la subida de la montaña, Rick volteó a ver a su abuelo.
“¿Por qué me has enseñado esto, abuelo?” él preguntó. “¿Por qué estamos aquí? ¿Y por qué me vi entre los hombres de David?”

























