El Otorgador de Paz

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ALMAS EN GUERRA


Te viste a tí mismo!” “Sí”.

“Interesante”, dijo el abuelo, mirando hacia la dirección que el ejército se había ido, como si estuviera meditando la revelación. “Y quizá también apropiado”.

“¿Apropiado? ¿Por qué?”

“Porque temo que tú también vas marchando hacia Carmel, mi muchacho”.

“Pues sí, yo voy. Me acabé de ver”.

“No, no quiero decir solamente aquí, Ricky. Quiero decir en tu hogar también”.

“¿Qué?”

Hubo una larga pausa antes que el abuelo Carson respondió.

“Ricky, quiero compartir algo contigo, algo que quizá no sabes, o por lo menos no completamente”.

“Está bien”, él respondió cuidadosamente.

“¿Recuerdas a mi hermano, tu tío José?”

“Sí, por supuesto. Él murió en el accidente de coche unos años antes—”

Rick se detuvo, porque estuvo a punto de decir “antes que tu murieras”, que parecía maleducado e incorrecto dadas las circunstancias. “Es decir, él murió hace quince años, yo recuerdo. Algunas veces los tres jugábamos golf juntos. Tú eras muy cercano a él; yo recuerdo eso—compañeros de pesca y cosas similares”.

“Sí, pero no fue siempre así, y de eso quiero hablarte. Mis padres murieron veinte años antes de que tú nacieras, dejando a José y a mí solos. Por supuesto, cada uno de nosotros ya éramos padres antes de aquel tiempo, y aunque fue un terrible y triste período, pudimos reponernos y salir adelante. Hasta que nos dimos cuenta del testamento y de cómo se dividirían los bienes.

“José era el mayor y esperaba que el rancho fuera para él, y yo también. O si no, esperábamos que se dividiera entre los dos de alguna manera. Pero mamá y papá me lo dejaron a mi—todo. José recibió otras cosas, algunas de ellas de mucho valor, pero la pérdida del rancho fue un golpe para él.

“Y en aquel entonces, yo no fui lo suficientemente sensitivo a la situación. Yo no pensé en los sentimientos de él, el mayor, al perder su ‘patrimonio’, interrogando retrospectivamente su amor y relación con su madre y padre. En silencio, yo cantaba victoria por mi buena fortuna. Yo amaba ese gran lugar. Y secretamente, yo empecé a sentir que lo merecía. Fui yo, por ejemplo, que había ido a vivir con ellos para ayudar a mi padre con el rancho cuando se lastimó la espalda, y etcétera, etcétera.

Tu abuela y yo mudamos a la familia al rancho en los siguientes tres meses”.

“Al pasar los meses, José y yo tuvimos algunos altercados sobre los bienes. El se llevó algunos de los caballos del rancho los cuales le habían dejado y empezó a criarlos en otra parte. Empezamos a pelear por baratijas que ambos pensábamos se nos habían prometido. El paró de pagar el fideicomiso familiar que era para ayudar a nuestros hijos y nietos para que pudieran servir una misión o asistir a la universidad, y él comenzó a hablar mal de mí a muchos de nuestros mutuos amigos y conocidos.

“Bueno, no parece que hiciste nada malo, abuelo”.

“Eso es lo que yo mismo me decía, Ricky. Pero si eso fuera verdad, si no hice nada malo, ¿por qué yo y José dejamos de hablarnos por catorce años?” Esto era algo que Rick nunca había escuchado.

“No. Y tampoco las familias. Tu padre no miró a sus primos por probablemente dos décadas. José no fue a su boda”.

“Pero eso no fue tu culpa, abuelo. Nada más seguiste los deseos de tus padres. Me parece a mí que fue la culpa del tío Jose .

“¿Piensas que sí seguí los deseos de mis padres, Ricky?” “¿Piensas que ellos desearon que hubiera casi dos décadas de separación entre sus hijos?”

“Pero el terreno, abuelo. Tú no hiciste nada malo”.

“Ah, otra vez, lo mismo que me había estado diciendo. Pero con el tiempo me di cuenta de que necesitaba mirar más profundamente. Hay maneras de estar correctos en la superficie y enteramente equivocados por dentro. Eso es lo que el Salvador anunció al mundo. ‘La ley sola, no te puede salvar’, dijo él. ‘Yo requiero el corazón’6. El reservó su más abrasadora crítica para las personas más correctas, por fuera, del día, los fariseos, los cuales él acusó de ser ‘sepulcros blanqueados’—se muestran hermosos por fuera, mas por dentro están llenos de inmundicia7.

“Estoy avergonzado de los años que estuve alejado de mi hermano—y por mis sentimientos hacia él durante ese período. Aun si hubiera estado correcto sobre el asunto del terreno, y no estoy seguro de haberlo estado, mi corazón luchó contra José por años. Y eso, Ricky, nunca puede ser correcto. Mis padres no me legaron un corazón de guerra. Yo tomé eso por mí mismo”.

Él tomó una pausa por un momento y cambió su posición. “Hay algo más de lo que me avergüenzo, Ricky”.

Rick esperaba.

“Hace muchos años, cuando eras muy joven, dije algo que no debí haber dicho enfrente de ti. Me enojé con la abuela. Lo he lamentado desde entonces. Espero que se haya borrado de tu memoria, pero me preocupa que es algo que nunca se borra”.

Rick quiso negar que lo recordaba pero no pudo a causa de la sinceridad de su abuelo. “Sí, recuerdo, abuelo”, dijo avergonzado, pero no dijo que también voluntariamente había escuchado el argumento. “Pero no fue tu culpa”, él añadió, tratando de ayudar. “Lo supe desde aquel entonces y lo sé ahora. Para decirte la verdad, estoy sorprendido que solamente lo escuché una sola vez”.

“Entonces mi peor temor se ha hecho realidad, mi muchacho. Hubiera sido mejor si me hubieras culpado todos estos años”.

“¿Qué?”

“¿Mira, has estado culpando a la abuela, o no?”

“Bueno, no, no realmente”, Rick dijo sin emoción.

“¿No? Pero pensabas que mi coraje era justificado. Lo acabas de decir”.

“Bueno, sí, supongo que es correcto esto. Yo observé la paliza verbal que tomabas diario. Siempre eras tan paciente— por cierto tenías la paciencia de Job. Entonces quien te puede culpar si una vez estallaste. ¿Quién no lo hiciera?”

El abuelo suspiró, y le pareció a Rick que se marchitaba un poco, cómo si el calor del desierto fuera demasiado fuerte. Pero no era eso.

“Te he hecho un terrible perjuicio, muchacho. Cuando piensas en mi y en la abuela ahora piensas en la paciencia”, dijo él, sacudiendo la cabeza y pateando una piedra. “¿No sabes cuanto la amé?”

“Pues, claro, tenías que, para aguantar todo lo que ella te hacía”.

“Oh, querido muchacho, te he lastimado. Oro para que me perdones”.

“¿Perdonarte, abuelo? ¿De qué?”

“Por representar tan bien el papel de un mártir que rebajé tu amor por la abuela. Por enseñarte que la ‘paciencia’ es posible en las dificultades pero que el amor no lo es. Por engañarte sobre el amor y de donde proviene”.

“No hiciste ninguna de esas cosas”.

“Me temo que sí lo hice, y la razón porque es claro para mí ahora, y también es claro la razón por la que se me asignó esta misión”.

“¿Qué misión? ¿De qué hablas?” Pero el abuelo ignoró la pregunta.

“¿Entonces te viste entre los hombres de David, Ricky?”

Rick asintió con la cabeza.

“Si yo hubiera prestado más atención”, el abuelo continuó, “quizá también yo hubiera notado a un joven abuelo Carson. Cuando sugero que quizá estabas marchando con David y sus hombres no solamente aquí sino también en el hogar, lo digo porque yo también marché a Carmel en mi vida, mi corazón se ciñó para la guerra, mi alma se llenó de guerra. Y el marchar por ese camino por tanto tiempo como lo hice yo—ambos contra mi hermano y me temo que también contra tu abuela, con un efecto devastador como ahora lo veo—sé a donde te lleva. Créeme, Ricky, no es un lugar adonde quieras ir”.

Él tomó una pausa por un momento, “¿Tú ves a Carol como crees que yo miraba a la abuela, no es así?”

Rick titubeó. No sabía exactamente cómo contestar.

“Lo que quiero decir es que viste a la abuela hacerme cosas que no te gustaban. La miraste tratarme mal. Y mi explosión aquella noche en el carro escribió en tu mente mi amor por ella como algo que probablemente demasiado a menudo fue: paciencia de mártir. Crees que veía a la abuela como alguien dura, alguien para quien el amor no era posible y la cortesía exterior era lo único que se podía esperar. ¿Estoy en lo correcto?”

Rick no dijo nada, pero empezaba a hervir por dentro.

“¿Es eso lo que Carol ha llegado a ser para ti?”

La letanía de las fallas de Carol y lo poco amable que era inundaron la mente de Rick. “Quizás no sé lo que era vivir con la abuela”, dijo él, “pero estoy pasando por un tiempo muy difícil con Carol. Sí, tienes razón. No es lo que creía que era. Ella hace todo muy difícil. Con todas las cosas consideradas, creo que sería feliz con tener paciencia. Bueno—bueno, no feliz necesariamente, pero satisfecho de haber hecho lo mejor que pude. Pero no estoy seguro que puedo seguir haciéndolo. Me temo que estoy muy lejos de ser el hombre que tú fuiste, abuelo”.

“Y yo temo que eres casi exactamente el hombre que yo fui”.

“Ricky, escucha”, el abuelo continuó. “Yo sé que Carol te ha maltratado. Eso es lo que hacemos uno al otro—todos nosotros—y especialmente a los que viven con nosotros, porque tenemos la oportunidad de maltratarlos más que a ningún otro. Con respecto a tu abuela, a propósito, me das demasiado crédito y a ella muy poco. Quizá tus ojos jóvenes no miraron las formas más sutiles de maltrato en las que yo me especializaba. Jugar golf en lugar de trabajar hace daño también”. El tomó una pausa para dejar que se asentaran sus palabras.

“Ricky, te voy a sugerir algo que probablemente nunca has pensado y que vas a querer resistir, pero te lo voy a decir de cualquier manera porque es la verdad. Aquí está: El ser maltratado es la condición más importante de la mortalidad, porque la eternidad depende en como miramos a aquellos que nos maltratan”.

El abuelo Carson tomó una pausa, quizá para enfatizar el punto.

“Y eso, Ricky, es por lo que estamos en el desierto de Paran. David y sus hombres han sido maltratados, como has visto. Van marchando hacia la guerra, sus espadas, así como su coraje, ceñidos a ellos. Tú estás con ellos, porque tú también estás guerreando contra el maltrato. Pero ellos, y tú, van a encontrarse con alguien en la marcha a Carmel—alguien al mandato del Señor que cambia el maltrato para siempre.

“¡Mira!”