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UNA OFRENDA DE PAZ
La escena cambió otra vez y Rick se encontró en un montón de piedras, el abuelo a su lado. Una senda muy transitada, quince pies más o menos de ancha, ascendía cuesta arriba a una colina a su izquierda. La senda pasaba enfrente de ellos a no más de veinte yardas de distancia. Continuaba cuesta abajo a su derecha por unas trescientas yardas hasta que empezaba ascender nuevamente y finalmente curveaba fuera de su vista atrás de la colina dónde estaban parados. Las cuestas alrededor de ellos estaban cubiertas con plantas de sábila y flores silvestres esparcidas aquí y allá. Ocasionalmente un árbol flacucho se forzaba hacia el cielo.
El aire caluroso estaba quieto, y el sol de la tarde proyectaba su sombra sobre la saliente en la que estaban parados. No había nada que ver, sino el camino ante ellos. Rick echó una mirada inquisitiva a su abuelo, quien nada más asintió con la cabeza y sonrió. Dentro de un minuto más o menos, Rick escuchó un galopeo que venía de lo alto del cerro a su izquierda, y primero miró a un asno, y después otro, y otro, hasta que catorce asnos descendían de la senda, cada uno cargado con bienes y guiados por unos criados. Un poco después de ellos venía otro asno, este cargando a un jinete. Cuando la procesión se acercó, Rick podía ver que el jinete era una mujer, vestida en ropas hermosas, y un velo le cubría la parte baja de la cara. Ella parecía ser una persona importante.
“¿Quién es, abuelo?” preguntó Rick.
“Una mujer extraordinaria”, fue su respuesta. “Su nombre es Abigail. Es la esposa de Nabal. Uno de los sirvientes que escuchó del duro tratamiento de Nabal a los hombres de David le reportó a ella lo que había hecho Nabal. Ella rápidamente se puso a juntar todo lo que David y sus hombres habían pedido y más— comida y cosas esenciales que ella podía llevar a David antes que actuara contra Nabal y su casa, como Abigail temía que sucediera. Entre otras cosas, ella llevó pan, vino, ovejas guisadas, maíz, pasas y doscientos panes de higo. Lo cargó todo en asnos, y salió sobre este camino para interceptar a David”.
Rick volteó para poder ver a la mujer. Que maltratada debes ser también, pensó él, imaginándose su vida de tribulación con Nabal. Con su propio matrimonio difícil que amargaba su alma, él sintió un inmediato parentesco con ella.
Justo cuando ella pasaba junto a él, la procesión se detuvo. Los sirvientes observaban el camino a la derecha de Rick, reportando sus observaciones a Abigail. Estirando el cuello para ver mejor, Rick podía ver un ejército aproximarse alrededor de la curva. Eran David y sus hombres.
Y cuando Abigail vio a David, se bajó prontamente del asno, y postrándose delante de David, se inclinó a la tierra.
David, en su esplendor polvoriento, continuó a acercarse, sus hombres marchando detrás de él. Sus espadas destellaban en el sol, dejando una nube de tierra detrás de ellos. Rick se estiraba para buscarse entre la multitud, pero no se podía encontrar. El ejército siguió por el camino hasta que estuvieron quince yardas de distancia de la mujer. David levantó su brazo derecho y paró a su tropa. Entonces él caminó hacia ella y se paró enfrente de ella.
Sin mirar hacia arriba, ella avanzó lentamente y se postró a sus pies.
“Señor mío, sobre mí sea el pecado”, ella le suplicó.
“¿Sobre ti sea cual pecado, mujer?” El tono de David era agresivo.
“Por favor, mi señor, yo no vi a los jóvenes que tú enviaste a Nabal, mi esposo. Pero mira, yo te he proporcionado. Por favor acepta mi ofrenda, para que no tengas motivo de pena ni remordimiento”.
David inspeccionó los asnos y sus cargas antes de volverse a Abigail. “¿Tomas los pecados del insensato en tu propia cabeza?” preguntó David. “¿Tú conoces la injusticia y nos ves que venimos a defenderla, y ahora ruegas por misericordia para tu casa?”
“Te ruego por mi casa, sí, pero también por ti, mi señor, que esta no sea una ofensa de corazón para ti, que no derrames sangre sin causa, ni que tomes venganza por tu propia mano. Jehová de cierto hará casa estable a mi señor por cuanto mi señor pelea las batallas de Jehová, y mal no sea hallado en ti en tus días. Y para que sea siempre así, mi señor, te ruego que perdones a tu sierva esta ofensa”.
David se quedó inmóvil, como si estuviera meditando un pensamiento lejano que solamente se podía dar acceso por medio de reflexión. Él miró deliberadamente a las provisiones, pensando, y una vez más miró a Abigail. Lentamente liberó la empuñadura de su espada y dejó caer su mano. Ella aún sin levantar la mirada, pero él la miraba tiernamente, su rostro suave. “¿Mujer, cual es tu nombre?” Su tono de voz ahora estaba amable.
“Abigail, mi señor”.
“Levántate, querida Abigail”.
Ella se levantó, mirando hacia arriba a David.
“¿Quién soy yo para negar el perdón de alguien cómo tú?” dijo él. “Bendito sea Jehová Dios de Israel que te envió para que hoy me encontrases y me ha prevenido de golpearte. Y bendito sea tu razonamiento, y bendita seas tú, querida Abigail, que me has estorbado hoy de ir a derramar sangre, y a vengarme por mi propia mano. Porque vive Jehová Dios de Israel que me ha defendido de hacerte mal, que si no te hubieras dado prisa en venir a mi encuentro, de aquí a mañana no le hubiera quedado con vida a Nabal ni un varón.
“Acepto tu ofrenda”, él continuó. Y entonces, a los hombres detrás de él, él gritó, “Eliu, Sidra, Gabriel, José, vengan, junten la ofrenda de la sierva del Señor”.
Cuatro hombres apresuraron sus pasos y empezaron a transferir los bienes de los asnos.
Abigail se postró ante los pies de David nuevamente. “Gracias, mi Señor. Bendito seas tú y tu casa”.
David le tendió la mano y la levantó. “Sube en paz a tu casa, querida mujer, y mira que he oído tu voz y te he tenido respeto. Me has salvado de derramar sangre este día, lo cual nunca olvidaré”.
Abigail inclinó la cabeza ante él y después empezó a marcharse. Al hacerlo, su mirada se encontró con la de Rick— sorprendiéndolo, porque pareció hasta ese momento que nadie se había dado cuenta de su presencia. Sus gentiles ojos color café brillaban con el sol a través del velo que cubría su boca. Sus ojos lo abrazaron más que ningunos brazos lo hubieran hecho— llamándolo, invitándolo y atrayéndolo. Tan amablemente, parecían vitrinas a un pozo profundo de conocimiento, y cuando ella le miró, Rick sintió tanto dentro de sus ojos que afuera.
Instantáneamente él sintió como si hubieran tenido una conversación, o una entrevista, o en realidad, una reunión. Él percibió que ella lo conocía—no solamente lo que se sobrentiende al observarlo—pero más bien todo él—su pasado, su presente, su futuro, sus pensamientos, sus sentimientos y sus temores. Y además, él sentía que le atesoraba, a pesar de todo lo que ella sabía. Por la mirada de sus ojos, Rick podía ver que se sonreía con él. Después de unos segundos, ella gentilmente asintió con la cabeza, se volteó y continuó su camino.
Rick, junto con David, se quedó paralizado, mirando como se desaparecía entre la colina.

























