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El maestro es una ayuda visual
Debe resultar reconfortante el saber que aun cuando el maestro no sea poseedor de una apariencia demasiado impactante, puede, no obstante, ser una influencia poderosa entre sus alumnos, siempre que observe uno o dos principios.
Por sobre todas las demás personas, el maestro debe estar siempre bien arreglado. Esto poco tiene que ver con sus rasgos físicos, con su edad o con sus proporciones, sino que está relacionado con su forma de vestir y con su pulcritud personal. Cuando vaya a enseñar una clase de la Escuela Dominical, a dar una lección en el sacerdocio, a hacer una presentación en la Sociedad de Socorro o a dirigir una reunión, es siempre una buena idea que su esposa o esposo, según el caso, o cualquier otro miembro de la familia, se fije en su apariencia personal antes de salir de la casa para ver si está todo en orden. De esa manera sabrá que se ve bien.
Tanto en el hogar como en el salón de clase, el padre o el maestro está siempre bajo la mirada de ojos críticos. Resulta siempre contradictorio el ver a un padre que se pasa regañando a sus hijos para que recojan cosas que dejan fuera de su lugar y que acomoden sus habitaciones y mantengan todo en orden, cuando él, por su parte, no pone cuidado a su apariencia personal.
Estoy agradecido por una lección que mi esposa nos ha enseñado a todos en nuestra familia. Se levanta bien temprano para comenzar con sus actividades diarias y en lugar de pasearse por la casa en sus pijamas o en su bata, y con ruleros en la cabeza, rápidamente se cepilla el cabello, se pone algo sencillo pero al mismo tiempo atractivo, y comienza con sus tareas. He llegado a la conclusión de que este tipo de actitud contribuye enormemente al orden, la paz y la tranquilidad que debe siempre imperar en un hogar. La ayuda visual no es precisamente un sermón sino un buen ejemplo.
Por encima y no al mismo nivel
Siempre he instado a los maestros a ser un tanto formales. Recuerdo una ocasión en que visité a un maestro en Arizona quien estaba teniendo algunos problemas serios para mantener su posición de educador. «Me resulta casi imposible captar la atención de los alumnos y mantenerla,» me comentó.
Tenía puesto un pantalón tipo «sport», las mangas de su camisa las tenía recogidas, el cuello desabotonado y no llevaba corbata. «Resulta un poco difícil,» le dije, «entrar en el salón de clase y saber en realidad quién es el maestro. Creo que tendría menos problemas si pudiera hacer resaltar esta diferencia con sus alumnos. ¿Por qué no se pone un saco,» le sugerí, «o, por lo menos, se abotona los puños y el cuello de la camisa y se pone una corbata? Se trata simplemente de ser un poco máS formal que sus alumnos.»
La diferencia entre su éxito y su fracaso con los alumnos estribaba en su apariencia personal.
Más allá de lo que los jóvenes puedan opinar cuando se trata este asunto, en el salón de clase jamás puede funcionar el sistema de «estar al mismo nivel que ellos.»
Como maestro, pronto se dará cuenta que el alumno desea emular y no superar. Cuando se enfrentan a problemas serios, buscan amparo en alguien que proyecte ser algo más que un compinche. Buscan el consejo de alguien que esté por encima de ellos, y en la forma de vestir y en el cuidado de la apariencia personal existen elementos que ayudan enormemente en la relación entre maestro y alumno.
Hay maestros que consideran que debe existir entre ellos y los jóvenes la más absoluta camaradería, y que cualquier otro tipo de relación es demasiado sofisticado. Bien valdría la pena que quienes piensen de ese modo consideren este aspecto una vez más, Hay unos cuantos factores bien tangibles que pueden contribuir a que un maestro sea «apartado» para su Ilamamiento.
Igual que todos los demás
En una oportunidad fui a una conferencia de estaca en una ciudad importante. Cuando salí del avión, miré a la gente que obviamente aguardaba a los pasajeros y no vi a nadie de la presidencia de la estaca. No les conocía personalmente, pero por lo general resulta fácil reconocer a líderes de la Iglesia aun entre una multitud. Viendo que no había nadie para recogerme, comencé a caminar por el pasillo del aeropuerto hacia la salida. Pocos segundos después escuché que llamaban mi nombre y al darme vuelta vi que alguien venía corriendo hacia mí. Se trataba de uno de los consejeros en la presidencia de la estaca. Me explicó que el presidente se había atrasado y que se encontraría con nosotros en el centro de estaca a la hora de las reumones.
Al día, siguiente, después de la conferencia de estaca, el presidente me llevó hasta el aeropuerto. En camino, la conversación que mantuvimos fue más o menos en los siguientes términos: «Hermano Packer, no ha dicho mucho durante la conferencia. No vacile en darme consejos en cuanto a la forma de mejorar nuestro trabajo.»
Entonces me explicó que estaban llevando a cabo todas sus reuniones, y yo mismo había observado que estaban haciendo un buen esfuerzo por llegar a los jóvenes. «Pero lamentablemente,» comentó, «no nos es posible influir positivamente en ellos. Nuestros informes nos indican que estamos fallando, pero no podemos darnos cuenta de la razón. Por cierto que nos estamos esforzando. Tenemos buenas actividades y estamos dando lo mejor de nosotros mismos, pero no podemos explicarnos por qué no logramos mejores resultados. ¿Tiene usted alguna idea?»
«Creo que sí,» le contesté, «si es que puede captar la siguiente ilustración. Cuando salí ayer del avión y me aguardaba su consejero, no pude ni reconocerlo entre la multitud; era igual que todos los demás. A mí parecer, eso es lo que funciona mal en su estaca. Me parece que ustedes, como líderes, están tratando de llegar a los jóvenes vistiéndose de la misma forma que ellos visten. Es importante que los líderes comprendan que cuando los jóvenes realmente necesitan ayuda, querrán procurarla de alguien que sobresalga en comparación a ellos y no de quien está a su mismo nivel. ¿Comprende lo que quiero decirle?»
En seguida entendió y agregó que en forma premeditada habían decidido observar más o menos las mismas normas de vestimenta de los jóvenes, y estar al tanto de las cosas que a ellos les interesaban a fin de ser mejores amigos y así atraefles a las actividades de la Iglesia.
«Veo que verdaderamente están poniendo buenos esfuerzos de su parte» le dije. «Están trabajando empeñosamente, pero no están recibiendo justa recompensa por esos esfuerzos. Estoy seguro que si analizan un poco este asunto de vestir igual que los jóvenes, se darán cuenta de que están diciendo y haciendo cosas de una manera muy distinta de la que lo harían si conservaran la imagen de líderes de estaca o barrio. Estoy seguro de que si cambian la imagen que los caracteriza, los jóvenes se sentirán más deseosos de participar junto a ustedes y la espiritualidad crecerá.»
Ha habido otras ocasiones en que he observado a líderes de la juventud esforzarse por ser como ellos, no comprendiendo que con tal actitud lo único que demuestran es que están tratando de seguirles en vez de guiarles.
El maestro en sí es la ayuda visual más importante que puede haber en un salón de clase. Cuando he tenido oportunidad de ver a los miembros de una presidencia de estaca, de un sumo consejo o de un obispado vestidos como adolescentes, por mi experiencia como maestro, en seguida comprendo que no deben ejercer una influencia muy poderosa entre los jóvenes, al menos no tanta como si mantuvieran la dignidad y la imagen que debe caracterizarles en su llamamiento como líderes.
A veces, en paseos u otras actividades al aire libre y en una variedad de ocasiones informales, pueden vestirse de una manera informal y hasta si se quiere juvenil, pero tales ocasiones son las excepciones.
Repito que cuando los jóvenes necesitan y quieren ayuda, prefieren buscarla entre quienes están por encima de ellos y no entre los de su propio nivel.
























