Enseñad Diligentemente

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El principio de la apercepción


Cuando estudiamos el método de enseñanza que empleó Cristo, podemos advertir que el Señor se valió de un principio didáctico en particular más que de ningún otro. Si llegamos a entender ese principio y lo utilizamos, nos ayudará a mejorar como maestros de religión tal vez más que ningún otro elemento que pudiéramos aprender en cuanto a Sus técnicas de enseñanza. Los expertos en el campo de la educación se refieren a tal elemento como el principio de la apercepción.

Entendimiento basado en la experiencia

La apercepción es definida como “el proceso mediante el cual una persona llega a entender algo que. Percibe”, basándose en experiencias previas. Esto quiere decir que si tenemos algo difícil que enseñar, como bien podría ser la honestidad, la reverencia o el amor, debemos basarnos en la experiencia que el alumno tenga, refiriéndonos a las cosas o elementos que él ya domina o que al menos le resultan familiares. Es así que cuando hacemos una comparación con aquello que deseamos que él sepa, no tendrá mayores problemas para percibir el significado.

Sin duda alguna el Señor fue el gran maestro de este proceso. El analizar cómo se valió de este principio y el entender la razón por la cual lo empleó tan frecuentemente resulta altamente edificante para toda persona que tenga el deseo de lograr el éxito en la enseñanza que imparta, tanto en el hogar como en la Iglesia. Explicaremos este principio en términos sumamente elementales, puesto que constituye una parte fundamental del método de enseñanza del Salvador.

El uso de los símbolos en la comunicación

El mayor comprobante de la inteligencia de los seres humanos lo constituye su destreza para recrear en forma simbólica el mundo en el que vive. Un elemento del que se vale es el lenguaje, para el cual el hombre creó un alfabeto, que es un sistema de combinación de sonidos. Mediante este sistema el hombre puede escribir y luego leer lo que escribió. Puede también verbalizar los componentes y escribir, leer y hablar-todo ello en símbolos.

Por ejemplo, las letras G, A, T y O son los símbolos que conforman la palabra gato. Aun así, tales símbolos o letras para nada tienen la apariencia de un gato.

No tienen el tamaño de un gato, ni su forma, ni ninguna otra cosa que se parezca a un gato. Pese a ello, hasta a un niño puede fácilmente enseñársele que tales símbolos representan a un gato. Estos símbolos pueden ser vocalizados; podemos decir la palabra; podemos hasta separar cada una de sus partes (G-A-T-O) o podemos juntar las letras y decir la palabra en apenas dos sílabas (GA-TO). Así es que en una sola palabra, podemos proyectar la idea: gato.

Valiéndonos de las 29 letras que tiene el alfabeto castellano, ordenadas en varias palabras,  podemos transmitir  muchas  ideas  en  cuanto  a  felinos,  la  especie  de  la  cual forma parte el gato. Podemos «crear» felinos sentados, tal  vez durmiendo, corriendo o saltando, felinos con manchas o rayas en la piel, todos con simples palabras.

Si explicamos que se trata de un felino grande, habremos introducido el concepto del tamaño. También podemos especificar cuán grande es el animal. Si decimos que tiene veinte centímetros de altura hasta los hombros, inmediatamente comprendemos que se trata de un gato. Si acotamos que mide ochenta y cinco centímetros hasta los hombros, sabemos que puede tratarse de un león, de un tigre o uno de los otros felinos más corpulentos.

Además del tamaño, podemos también especificar el color. Diremos que se trata de un animal color café o blanco y negro. Si ya tenemos conocimiento de que se trata de un felino grande y agregamos que su piel es rayada en negro y naranja y algo de blanco, sabremos que se trata de un tigre.

Forma

Teniendo conocimiento del tamaño y del color, contamos con algunos detalles específicos, pero aun así no con todos, ya que es posible agregar otros más, por ejemplo, la forma. En pocas palabras podemos enseñarle a un niño a identificar la silueta de un león para que pueda distinguirla de Ia de un tigre del mismo tamaño con simplemente mostrársela.

El león tiene melena y como una borla de pelo en la punta de la cola. Esa simple diferencia sería más que suficiente para distinguir a un animal del otro.

También podemos explicar que el felino tiene pelo y que se trata de un pelo suave, mediante lo cual agregamos la textura que nos sirve para dar una mejor descripción del animal.

Una vez que hemos creado una palabra -un nombre- podemos ofrecer muchísima información en cuanto a ella, utilizando el tamaño, la forma, el color y la textura. Pero eso es tan sólo el comienzo.

Veamos otro ejemplo: Supongamos que procuramos enseñarle a un niño que no tiene la más mínima idea de lo que es un elefante; jamás en su vida ha visto uno, ni siquiera en fotografía. ¿Cómo podemos, con palabras, ofrecerle una imagen mental de lo que es un elefante?

Ante todo, debemos valemos de algo que el niño ya conozca. Partiendo de la base de que ya ha visto antes otros animales, comenzaríamos diciendo que el elefante es un animal. Sólo con eso le hemos enseñado muchísimo. En el futuro no habrá forma de que confunda a un árbol, una montaña, una casa, ni un río con un elefante, pues sabrá que se trata de un animal.

Entonces podremos emplear otros elementos de los que ya hemos hecho mención y que están al alcance de cualquier maestro. Podríamos hablarle un poco del tamaño del animal -muy grande- para luego compararlo con algo que el niño ya conoce. Hasta podríamos demostrarle cuán grande es el elefante, explicándole que éste, aun a medio crecer, jamás podría entrar por la puerta del cuarto, ya que es demasiado grande como para pasar por una abertura tan pequeña.

Tal vez pudiéramos compararlo con algunas otras cosas que el niño conozca, diciéndole que un elefante es tan grande que si estuviera  en  la habitación  su  espalda golpearía contra el techo, lo cual le permitiría al niño hacerse una imagen mental del tamaño del animal. Aun cuando eso sea todo el conocimiento que tenga en cuanto a elefantes por el resto de su vida, le será más que suficiente para jamás pensar que se trata de un elefante cuando ve un gato, un ratón, un perro o un caballo.

El elefante tiene una forma singular, la cual puede ser descrita simplemente con palabras.

Después podemos agregar el color. Por lo general los elefantes se conocen por un solo color. Al enseñar este detalle, podemos mostrarle al niño algo que sea de color gris, algo que le resulte familiar y que pueda comparar con el color del elefante. Si quisiéramos ser más técnicos, podríamos mencionar a los elefantes albinos que son blancos; sin embargo, se trata de algo tan fuera de lo común que sería complicar innecesariamente la explicación. Yo estuve en Africa y vi muchos elefantes, cientos de ellos. También los he visto en circos y en zoológicos, y jamás vi uno que fuera blanco, y casi afirmaría que tampoco ustedes lo han visto. De modo que no vale la pena mencionar lo de los elefantes blancos. Más adelante nos referiremos al hecho de ser demasiado técnicos.

Textura

Tenemos aún otro elemento que podemos utilizar, y es la textura. Una vez que explicamos que el elefante no tiene pelo, que no es de piel suave como la mayoría de los animales, sino que es áspera.y arrugada, la imagen de lo que es un elefante se hace más clara aún en la mente del pequeño. Al decirle que su piel es arrugada, podemos valernos de algo que sea similar y que él pueda ver y tocar, algo que conozca; y entonces haremos una comparación con la piel de un elefante, explicándole que es parecida a eso que le estamos mostrando.

Y así, nuestra lección por medio de palabras está casi terminada, puesto que hemos hecho una descripción del tamaño, la forma, el color y la textura de un elefante. Todo ello combinado diferencia a un elefante de cualquier otro animal sobre la tierra.

Existen también otros pasos, tales como el mostrar al niño una figura, una pequeña escultura o, mejor aún, una fotografía de un elefante. Si pudiéramos mostrarle un elefante en una película o Ilevarle al zoológico para que viera uno en la realidad, entonces sabría sin lugar a dudas cómo es un elefante.

Creo que hemos hablado más que suficiente en cuanto a felinos y paquidermos, pero quise extenderme en esta materia por una razón muy particular. La mayoría de las cosas que estamos obligados a enseñar pueden ser enseñadas utilizando los elementos que acabamos de mencionar. Valiéndonos de simples símbolos, podemos dar vida al mundo tangible y material que nos rodea. Al hacerlo, debemos utilizar elementos útiles a fin de que tales símbolos sean descriptivos. Podemos transmitir de una persona a otra la idea de lo que es un gato elefante, describiendo a estos animales por su tamaño, forma, color, textura, peso y una variedad de detalles adicionales.

La enseñanza de principios abstractos

La razón por la que enseñar el evangelio es a menudo tan difícil es por la responsabilidad que tenemos de inculcar principios abstractos como el de la fe, el arrepentimiento, el amor, la humildad, la reverencia, la modestia, etc. Al enseñar el evangelio, no recreamos el mundo material que nos rodea, y allí es donde radica la gran diferencia, ya que no disponemos de ninguno de los medios comunes que nos sirvan como punto de referencia. El transmitir a un niño la idea de lo que es un gato es mucho más fácil que el explicar lo que es la fe, ya que la fe es algo muy complicado de describir.

Por ejemplo, ¿qué tamaño tiene la fe? No cuesta mucho darse cuenta de que el tamaño no nos sirve para nada en este caso. Muy poco o nada es lo que podremos enseñarle a un jovencito que nada sabe de la fe si empleamos el concepto de volumen, como ser, mucha fe o poca fe. Nada podemos decirle en cuanto al color de la fe, ni tampoco qué forma tiene. Ni siquiera podemos referimos a su textura. He aquí un aspecto importante a considerar. Cuando los maestros enseñan valores morales y espirituales, la mayoría de ellos no comprenden que las herramientas más elementales, como ser el martillo, la sierra, la regla y otras tan comunes que se emplean para crear imágenes materiales, no pueden ser utilizadas de la misma forma en que son aplicadas para enseñar otras cosas. Para una enseñanza directa debe utilizarse toda una nueva gama de elementos, diseñados específicamente para este propósito.

Sabido es que resulta mucho más sencillo recrear lo visible, lo tangible del mundo que nos rodea, valiéndonos de símbolos alfabéticos, que hacerlo con lo intangible y abstracto de nuestro mundo interior en una manera en que otros lo pueden entender y asimilar.

Por ejemplo, considere por un momento la definición que las Escrituras proporcionan en cuanto a la fe: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Hebreos 11: 1).

¿Cuánto podemos decir que sabemos, en realidad, después de haber leído estas palabras? Casi tendríamos que saber lo que es la fe a fin de que tal definición tuviera algún significado; entonces, sí, sería de valor. En el Libro de Mormón se aclara un poco más cuando dice: «Fe no es tener un conocimiento perfecto de las cosas; de modo que si tenéis fe, tenéis esperanza en cosas que no se ven, y que son verdaderas.» (Alma 32:21.)

Esto ayuda, pero si nos basamos en un escaso conocimiento en cuanto a la fe, aun después de leer esos dos versículos, es poco lo que podemos comprender sobre ese principio. Aun cuando un alumno escuchara y hasta memorizara esos pasajes, tal vez no sabría ni entendería lo que quieren decir ni lo que significa la fe. Como maestros, es posible que todavía no hayamos logrado hacer comprender el concepto de la fe.

¿Qué haremos, entonces, si no podemos valemos de los elementos didácticos más básicos y comunes para transmitir o inculcar valores morales y espirituales? ¿Qué haremos con lo intangible? ¿Cómo podremos enseñar los conceptos abstractos? Claro está que existe una forma de hacerlo. Podemos relatar historias sobre acciones de otras personas que sirvan para demostrar los efectos de la fe. Este elemento es de gran ayuda y puede servir para ilustrar en la mente del alumno la idea de lo que es la fe. Sin embargo, no constituye el método más adecuado. Lo más productivo de todo es asociar lo invisible de la idea de la fe con un objeto tangible con el que el alumno ya esté familiarizado para así desarrollar la explicación sobre una base de conocimiento. Haremos mención más detallada de este método en el siguiente capítulo.

En el comienzo de este libro se hizo referencia al esmerilador de lentes que finalmente descubrió que un pequeño detalle puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso en la tarea de pulir miras perfectas. Lo mismo sucede con la enseñanza.

El uso de elementos tangibles para enseñar conceptos abstractos

Si de alguna manera pudiéramos relacionar la fe con algo sobre lo cual el alumno ya tiene un poco de conocimiento, algo que fuera tangible y específico en cuanto a dimensiones se refiere, entonces la tarea de enseñar dicho principio resultaría mucho más fácil. Luego podríamos formar palabras para describirlo y relatar historias que lo ilustrarían. Podríamos medirlo y, los que es más aún, podríamos dibujarlo. Podríamos mostrar láminas o hacer una presentación con el uso del franelógrafo sobre el principio de la fe. Podríamos presentarlo en colores o hacer una dramatización. De ese modo, estaríamos caminando sobre terreno firme con los alumnos, ya que a ellos, generalmente, les interesa más basarse en lo que ya conocen que en aquello sobre lo cual no tienen suficiente información.

Las letras del alfabeto pueden ser ordenadas para confonnar palabras, las que a su vez se transforman en símbolos representativos de objetos del mundo material que nos rodea. Si lo deseamos, podemos abrir un libro que contiene tales símbolos y leerlos, y al así hacerlo, podemos «ver» las cosas que los símbolos representan. En una manera similar, las cosas comunes sobre las cuales tenemos conocimiento pueden servir para representar lo intangible y abstracto. Podemos aprender a «leer» estos símbolos a fin de «ver» lo que ellos representan, cosas como la fe, el amor, la caridad y la obediencia.

Esta es la forma en que enseñó Jesús, y cada uno de nosotros también puede aprender a enseñar de esta fama. En el próximo capítulo, hablaremos de la fórmula que se puede utilizar para hacerlo más fácil. Si aprendemos a enseñar de la manera en que enseñó Cristo, entonces podremos enseñar a nuestros hijos y a todos los demás hijos de nuestro Padre Celestial «todas las cosas que pertenecen al reino de Dios, que os es conveniente comprender» (D. y C. 88:78).