La Exaltación Mediante el Albedrío y la Obediencia
Pluralidad de esposas—El albedrío del hombre
por el presidente Brigham Young, el 14 de julio de 1855
Volumen 3, discurso 39, páginas 264-268
Tengo unas pocas palabras que decir respecto a un punto de doctrina que rara vez pienso en mencionar ante una congregación pública; me refiero a la doctrina relacionada con levantar un Sacerdocio real en el nombre del Dios de Israel, con el propósito del cual fue dada la revelación a José, en cuanto al derecho de los élderes fieles de tomar para sí más de una esposa. Frecuentemente oigo de otros que esta doctrina es objeto de burla y ridículo; ayer escuché que incluso fue motivo de risa y escarnio fuera de una casa de un obispo.
No tengo conocimiento personal de alguien que se burle y ridiculice esta doctrina; aun así, oigo que hay unos pocos que se oponen a ella. De vez en cuando llegan a mis oídos sentimientos que suenan muy curiosos y extraños, y cuando los oigo, realmente desearía que algunos tuvieran más sentido común; por tanto, les diré algunas cosas que deberían saber. Dios nunca introdujo la orden patriarcal del matrimonio con el fin de complacer al hombre en sus deseos carnales, ni para castigar a las mujeres por algo que hubieran hecho; sino que la introdujo con el propósito expreso de levantar para Su nombre un Sacerdocio real, un pueblo peculiar. ¿No vemos los beneficios de ello? Sí, hemos vivido lo suficiente como para darnos cuenta de sus ventajas.
Supongamos que yo hubiera tenido el privilegio de tener sólo una esposa, entonces sólo habría tenido tres hijos varones, porque esos son todos los que mi primera esposa dio a luz, mientras que ahora he enterrado a cinco hijos, y tengo trece con vida.
Es evidente que no podría haber sido bendecido con una familia así, si hubiese estado limitado a una sola esposa, pero, mediante la introducción de esta ley, puedo ser un instrumento en la preparación de tabernáculos para aquellos espíritus que deben venir en esta dispensación. Bajo esta ley, mis hermanos y yo estamos preparando tabernáculos para esos espíritus que han sido reservados para entrar en cuerpos de honor y ser enseñados en los principios puros de vida y salvación, y esos tabernáculos crecerán y se volverán poderosos en el reino de nuestro Dios.
Creo que nuestros hijos se volverán poderosos en la fe, serán fuertes en la defensa de la verdad y pronto tendrán que asumir lugares importantes en la gran obra de esta dispensación. Puede que ahora sean rudos, pero verán que dentro de ellos están los verdaderos principios del “mormonismo”, y cuando nuestros hijos se conviertan en hombres, serán hombres de Dios y útiles para llevar a cabo una buena obra sobre la tierra.
Los espíritus que están reservados deben nacer en el mundo, y el Señor preparará alguna forma para que tengan tabernáculos. Los espíritus deben nacer, incluso si tienen que venir a burdeles para obtener su cubierta carnal, y muchos de ellos tomarán la casa espiritual más baja y vil que haya en el mundo, antes que quedarse sin ella, y dirán: “Déjenme tener un tabernáculo, para que tenga la oportunidad de perfeccionarme.”
El Señor ha instituido este plan con un propósito santo, y no con la intención de afligir o angustiar al pueblo; por lo tanto, se coloca un deber importante e imperativo sobre todos los hombres y mujeres santos, y la recompensa seguirá, pues se dice que los hijos añadirán a nuestro honor y gloria.
Me duele ver a buenos hombres, hombres que aman los principios correctos y se aferran a los consejos de la Iglesia, que han vivido cerca de Dios por años y siempre han sido fieles, sin un hijo que lleve su nombre a las generaciones futuras, y me entristece pensar que sus nombres deben ir a la tumba con ellos.
Me agradaría ver a buenos hombres y mujeres tener familias; me gustaría que los hombres justos tomaran más esposas y criaran hijos santos. Algunos dicen: “Lo haría, pero el hermano José y el hermano Brigham nunca me han dicho que lo haga.”
Esta ley nunca fue dada por el Señor sino a sus hijos fieles; no es para los impíos en absoluto; ningún hombre tiene derecho a una esposa, o esposas, a menos que honre su sacerdocio y magnifique su llamamiento ante Dios.
Yo preví, cuando José dio a conocer por primera vez esta doctrina, que sería una prueba y una fuente de gran preocupación y ansiedad para los hermanos, ¿y qué con eso? Debemos ceñir nuestros lomos y cumplir con esto, así como lo haríamos con cualquier otro deber.
(Un fuerte viento y nubes de polvo impidieron hablar durante varios segundos.)
Muchos han insistido con vehemencia en que esta doctrina fue introducida por lujuria, pero eso es una grosera tergiversación.
(Una densa nube de polvo impidió hablar durante aproximadamente dos minutos.)
Esta revelación, que Dios dio a José, fue con el propósito expreso de proveer un canal para la organización de tabernáculos, para que los ocupen aquellos espíritus que han sido reservados para venir al reino de Dios, y para que no se vean obligados a tomar tabernáculos fuera del reino de Dios.
Se nos manda vencer todos nuestros deseos lujuriosos, así como nuestro orgullo, egoísmo y toda inclinación maligna que pertenece a la carne, para guardar los mandamientos de Dios y todos los mandamientos que pertenecen al santo Sacerdocio.
Es importante que obtengamos la victoria sobre nuestras pasiones terrenales y aprendamos a vivir conforme a la ley de Dios.
Soy consciente de que las preocupaciones y otros deberes aumentan considerablemente con la ley sobre la cual estoy comentando; esto lo sé por experiencia, sin embargo, aunque añade a nuestro cuidado y trabajo, debemos decir: «No se haga mi voluntad, sino la tuya, oh Señor.»
Hasta donde alcanza mi conocimiento, los hermanos que han entrado en este orden con un corazón puro han disfrutado al menos de tanta prosperidad temporal como la que tenían antes de que el profeta José revelara esta santa ley y orden a los Santos de los Últimos Días.
El Señor tenía la intención de que nuestras responsabilidades familiares fueran mayores; Él sabía que lo serían, sin embargo, es capaz de bendecirnos en proporción. Conozco a varios hombres en esta Iglesia que no desean tomar a más mujeres porque no quieren encargarse de ellas; ese sentimiento lo causa un espíritu limitado. También he conocido a algunos en mi vida pasada que decían no desear que sus esposas tuvieran hijos, e incluso algunos tomaban medidas para evitarlo; hay unas pocas personas así en esta Iglesia.
Cuando veo a un hombre en esta Iglesia con esos sentimientos, y lo oigo decir: «No deseo agrandar mi familia, porque traerá preocupaciones sobre mí», concluyo que tiene más o menos del viejo fermento sectario en él, y que no entiende la gloria del reino celestial.
Uno dice: «¿Cómo me explicas esto?» Entendemos que hemos de ser hechos Reyes y Sacerdotes para Dios; ahora bien, si yo llego a ser el rey y legislador de mi familia, y si tengo muchos hijos, me convertiré en el padre de muchos padres, porque ellos tendrán hijos, y sus hijos tendrán hijos, y así sucesivamente, de generación en generación, y, de esta manera, puedo llegar a ser el padre de muchos padres, o el rey de muchos reyes. Esto hará de cada hombre un príncipe, rey, señor, o lo que el Padre vea conveniente conferirnos.
De esta forma podemos llegar a ser Rey de reyes, y Señor de señores, o Padre de padres, o Príncipe de príncipes, y este es el único camino, porque otro hombre no va a levantar un reino por ti.
Si no me sintiera dispuesto, en mi pobreza, a ampliar mi familia y edificar el reino, no podría conocer las dificultades que conlleva, ni debería ser contado como digno de disfrutar las bendiciones conferidas a aquellos que son fieles.
Esta debería ser la perspectiva de todo este pueblo, y, cuando un hombre o una mujer vean que este principio debe ser introducido entre los Santos de los Últimos Días, deben cesar sus murmuraciones.
No es por lujuria que los hombres y las mujeres deben practicar esta doctrina, sino que debe observarse bajo principios rectos; y, si los hombres y las mujeres prestaran atención a esas instrucciones, yo prometería, en el nombre del Señor, que nunca los encontrarían con disposiciones lujuriosas, y podrían vigilarlos tan de cerca como quisieran.
La pluralidad de esposas no está diseñada para afligirte ni a mí, sino que tiene el propósito de nuestra exaltación en los reinos de Dios. Si algún hombre me hubiera preguntado cuál era mi elección cuando José reveló esa doctrina, con la condición de que no disminuyera mi gloria, yo habría dicho: “Déjenme tener sólo una esposa”; no porque no me sea de gran consuelo tener hijos, sino porque si no tengo hijos, no los conozco.
Algunos de estos mis hermanos saben cuáles fueron mis sentimientos en el momento en que José reveló la doctrina; no deseaba rehuir ningún deber, ni fallar en lo más mínimo en cumplir lo que se me mandaba, pero fue la primera vez en mi vida que deseé la tumba, y me costó mucho superarlo durante mucho tiempo. Y cuando veía un funeral, sentía envidia por la situación del cadáver, y lamentaba no estar en el ataúd, sabiendo el trabajo y la fatiga que mi cuerpo tendría que soportar; y he tenido que examinarme, desde ese día hasta hoy, y vigilar mi fe, y meditar cuidadosamente, no sea que se me hallara deseando la tumba más de lo que debería.
Probablemente se asombrarán de esto, y de que tales hayan sido mis sentimientos en este punto, pero así fue.
Ahora bien, si alguno de ustedes niega la pluralidad de esposas, y continúa haciéndolo, prometo que será condenado; y aún iré más lejos y diré: tomen esta revelación, o cualquier otra revelación que el Señor haya dado, y niéguenla en su corazón, y prometo que serán condenados.
Pero los Santos que viven su religión serán exaltados, porque nunca negarán ninguna revelación que el Señor haya dado o pueda dar, aunque, cuando les llegue una doctrina que no puedan comprender del todo, puedan ser hallados diciendo: “El Señor me envía esto, y ruego que me salve y me preserve de negar cualquier cosa que provenga de Él, y que me dé paciencia para esperar hasta que pueda comprenderlo por mí mismo.”
Tales personas nunca negarán, sino que permitirán que esos temas que no entienden permanezcan hasta que las visiones de sus mentes se abran. Este es el curso que siempre he seguido, y, si llegaba algo que no podía entender, oraba hasta que pudiera comprenderlo.
No rechacen nada porque sea nuevo o extraño, y no se burlen ni ridiculicen lo que viene del Señor, porque si lo hacemos, ponemos en peligro nuestra salvación. Nos ha sido dado, como agentes, escoger o rechazar, como el hermano S. W. Richards les ha explicado, pero somos agentes dentro de límites, si no fuera así no habría ley.
Hay límites para el albedrío, y para todas las cosas y todos los seres, y nuestro albedrío no debe infringir esa ley. Un hombre debe elegir la vida o la muerte, y si elige la muerte se encontrará restringido, y el albedrío que se le ha dado está tan condicionado que no puede ejercerlo en oposición a la ley sin hacerse merecedor de ser corregido y castigado por el Todopoderoso.
Un hombre puede disponer de su albedrío o de su primogenitura, como lo hizo Esaú en la antigüedad, pero una vez que lo ha hecho, no puede volver a obtenerlo; en consecuencia, nos corresponde ser cuidadosos, y no perder el albedrío que se nos ha dado. La diferencia entre el justo y el pecador, entre la vida eterna o la muerte, la felicidad o la miseria, es esta: para los que son exaltados no hay límites ni fronteras para sus privilegios, sus bendiciones continúan, y a sus reinos, tronos y dominios, principados y potestades no hay fin, sino que aumentan por toda la eternidad; mientras que aquellos que rechazan la oferta, que desprecian las misericordias ofrecidas por el Señor, y se preparan para ser desterrados de Su presencia y convertirse en compañeros de los demonios, tienen su albedrío restringido inmediatamente, y se les imponen límites y fronteras en sus operaciones.
El poder del diablo es limitado; el poder de Dios es ilimitado; por tanto, tengamos cuidado con la manera en que usamos nuestra libertad y albedrío, y seamos cuidadosos al escoger lo que es bueno y correcto ante el Señor, y entonces nuestra exaltación será segura.
Ahora deseo decir unas pocas palabras con respecto a su casa de reuniones. Cuando el hermano Geo. A. Smith decidió hacer de este lugar su hogar por un tiempo, pensamos que construiríamos una casa de reuniones al estilo antiguo, creyendo que se vería muy bien; y pensamos en colocar una campana en el campanario, y creo que la cimentación para tal edificio se comenzó hace tres años.
Estaba pensando cuán inteligente es la gente que habita aquí; hace tres años arrojaron unas pocas paladas de tierra para preparar los cimientos, y con eso terminó el trabajo. Estuve hablando hoy con algunos de los hermanos sobre ello, y me preguntaba si viniera yo a vivir aquí este verano, ¿acaso no podría lograr que se construyera esta casa de reuniones? Creo que tengo energía suficiente para lograrlo. Les diría al pueblo lo que quiero, y ellos vendrían con la madera, y los adobes se apilarían, y el edificio se terminaría.
Pero quiero decirles cómo puede hacerse sin que yo venga aquí, es decir, si tienen aquí a un hombre en quien tengan confianza, aunque no sé si haya en este asentamiento un hombre en quien confíen, pero si hay tal hombre, pueden salir todos los sábados y trabajar en la construcción de esta casa de reuniones. Reúnan la arena y la cal, la madera y todos los demás materiales, luego contraten albañiles y carpinteros por dos o tres meses, y la casa se completará.
Si eso se hubiera hecho, ahora tendrían una buena casa de reuniones, y, al menos, estarían tan bien como están ahora, y creo que habrían aumentado mucho el valor de su propiedad y estarían mejor.
¿Se ha detenido la obra porque no hay un hombre aquí que sepa hacer el trabajo, o cuál es la causa? Creo que hay hombres aquí que saben hacer todo el trabajo. Si desean saber mi opinión, digo: reúnan los materiales, contraten a los hombres para colocar la piedra y los adobes, cortar la madera y colocar las tejas, y si yo fuera ustedes, comenzaría de inmediato a trabajar y lo haría; y si lo hacen, vendremos y les predicaremos en la dedicación.
Antes del inicio de esta conferencia, debí haber venido aquí con tantos de los Doce y otros hermanos como hubiera podido reunir con facilidad, y haber celebrado reuniones de oración durante dos o tres semanas, en todos los barrios de esta ciudad; entonces creo que habrían oído algo que ahora no oirán.
No siento que haya en esta congregación una necesidad de nuevas enseñanzas, o nuevas revelaciones; si estoy equivocado, está bien. No creo que todos los hermanos oren en sus familias, o en secreto, y no creo que todas las mujeres sean lo suficientemente estrictas en sus hogares, pues el espíritu del Evangelio debería ser como un flujo constante. Es cierto, aún no he oído a un hombre hablar aquí sin dar buenas enseñanzas, sí, lo mejor de las enseñanzas, y discursos e ideas de primera, y todo ha sido sistemático y calculado para llevarnos a la línea.
Aun así, espero que ustedes y yo nos animemos, y que el fuego del Espíritu arda en nuestros corazones para que podamos ser refrescados.
Ahora daremos por concluida la reunión.

























