La Expiación Infinita

Prólogo

Sencillamente, algunas cosas son más importantes que otras. Incluso algunas doctrinas, que por otra parte pueden dar lugar a conversaciones interesantes y entretenidas, deben quedar en segundo plano y dejar sitio a doctrinas más fundamentales y fundacionales. Y así sucede con la Expiación de Jesucristo. La Expiación es el acto principal de la historia de la humanidad, el punto de inflexión de las eras, la doctrina por excelencia. Todo lo que hacemos y todo lo que enseñamos debería estar anclado de alguna forma en la Expiación. El presidente Boyd K. Packer testificó: «La verdad, la gloriosa verdad proclama que existe un Mediador. Mediante Él se puede extender la misericordia a cada uno de nosotros, sin temor a ofender la eterna ley de la justicia», y continúa afirmando: «Esta verdad es la raíz misma de la doctrina cristiana. Mucho podéis saber del evangelio al ramificarse desde allí, pero si solamente conocéis las ramas y esas ramas no tocan la raíz, si han sido cortadas del árbol de esa verdad, no habrá vida, ni substancia, ni redención en ellas». (Conference Report, abril de 1977, 80).

A ello se debe sin duda que el profeta José Smith se refiriera a la resurrección y a la Expiación como principios fundamentales de nuestra religión, con «todas las otras cosas que pertenecen a nuestra religión son únicamente dependencias de esto» (Enseñanzas del Profeta José Smith, 67). Una dependencia es un elemento extra, una sección subordinada, dependiente de otra entidad. Doctrinas tan notables como la existencia premortal y postmortal del hombre, la salvación de los muertos y el conocimiento de los múltiples grados de Gloria en el más allá… Tales doctrinas aportan vitalidad y sustancia a nuestro conocimiento del plan del Padre y proporcionan respuestas a preguntas que se llevan planteando durante siglos en el mundo religioso. Sin embargo, estas doctrinas tienen sentido para nosotros únicamente por la mediación y la Expiación de Jesucristo.

Por esta razón, dado que la Expiación se encuentra en el centro mismo de lo que hacemos, es vital que la estudiemos, la entendamos y la apliquemos. El élder Bruce R. McConkie aconsejó con seriedad: «Ahora, la expiación de Cristo es la doctrina más básica y fundamental del evangelio; y de todas las verdades reveladas, es la que menos comprendemos. La mayoría de nosotros tenemos un conocimiento superficial y dependemos de la bondad del Señor para ayudarnos a superar las tribulaciones y los peligros de la vida. Pero si hemos de tener la fe de Enoc y de Elías, debemos creer lo que ellos creyeron, saber lo que sabían y vivir como vivieron. Quisiera invitarles a que se unan conmigo para obtener un conocimiento firme y verídico de la Expiación. Debemos dejar a un lado las filosofías de los hombres y el conocimiento de los sabios y dar oído a ese Espíritu que se nos da para guiarnos a toda verdad. Debemos escudriñar las Escrituras y aceptarlas como la voluntad y voz del Señor y el poder mismo de El para obtener la salvación» (Conference Report, abril de 1985, 11).

Afortunadamente, no existe un único capítulo en las Sagradas Escrituras al que debamos acudir con vistas a aprender todo lo que hay que saber sobre la Expiación. En su sabiduría, el Señor ha hablado a menudo y regularmente con sus portavoces del convenio acerca de esta verdad central, de modo que los dichos sobre la redención en Cristo recorren todas las Escrituras. Mientras Lehi y Jacob tratan la Expiación de manera sublime, también hemos de leer a Juan y a Pablo, a Pedro y a Benjamín, a Alma y a Amulek, sin omitir a Isaías, a fin de aprender todos los detalles. La Expiación es el trasfondo de toda escritura.

Dada la necesidad imperiosa de fijar nuestros corazones y nuestras mentes en este mensaje medular, me complació enormemente descubrir un libro como el presente, tan obviamente centrado en la Expiación y cuyas páginas hablan con tal elocuencia de ella. En la organización y la redacción de este volumen, debe felicitarse a Tad Callister por la labor realizada, que, en su caso, debe haber sido una labor desinteresada y fruto del amor. En mi opinión, el presente libro es uno de los tratados más completos de la Expiación que conozco. El libro fluye sistemática y ordenadamente, la prosa es escueta y penetrante; la doctrina, rigurosa y bien fundamentada. El autor ha sido fiel al propósito de los videntes de la Antigüedad y especialmente leal al mensaje subyacente del Libro de Mormón y de los profetas de la Restauración, sin los cuales nuestros conocimientos de la Expiación se hallarían extremadamente limitados.

No es tarea sencilla encontrar un equilibrio sutil entre una obra exhaustiva en lo intelectual y fortificante en lo espiritual, presentar un escrito que proporcione una razón más profunda de la esperanza que hay en nosotros (1 Pedro 3:15). De cuando en cuando aparece un libro que consigue precisamente eso: ensanchar la mente, al tiempo que se solaza y sosiega el corazón. Eso ha conseguido en mí el trabajo de Callister. Mi lectura preliminar del libro me llevó a reflexionar profundamente en cuanto a un asunto doctrinal particular, y en cuestión de minutos me encontraba conectando entre sí pasajes selectos de cuya trabazón no me había percatado anteriormente.

Tras instruir a los nefitas (y a nosotros, los lectores del Libro de Mormón) acerca de la necesidad de reconciliación con Dios por la intermediación del Cristo, Jacob preguntó: «Y ahora bien, amados míos, no os maravilléis de que os diga estas cosas; pues, ¿por qué no hablar de la expiación de Cristo, y lograr un perfecto conocimiento de él, así como el conocimiento de la resurrección y del mundo venidero?» (Jacob 4:12). En efecto, ¿por qué no? De seguro alcanzar un conocimiento perfecto de Cristo y la Expiación es un objetivo elevado, probablemente imposible de lograr plenamente en esta vida. Se nos llama en la vida mortal, empero, a seguir el rumbo que nos lleva en pos de ese ideal, y ello implica escudriñar las Escrituras, leer y meditar las enseñanzas de los profetas y recibir orientación y nuevas percepciones divinas de parte de ese Dios que se deleita en honrar a los que le sirven en rectitud y en verdad (DyC 76:5).

Las Escrituras. Los profetas. La revelación individual. Esos son los instrumentos principales en virtud de los cuales edificamos nuestra casa de fe. Y contamos con la asistencia, en las tareas de construcción, de la búsqueda de palabras de sabiduría en los mejores libros. En ellos «busca[mos] conocimiento, tanto por el estudio como por la fe» (DyC 88:118). Confío en que el lector concluya, como ha sido mi caso, que el presente libro es merecedor de un estudio reiterado; primeramente, por lo bien escrito que está. En segundo lugar, por una razón mucho más importante: porque trata un tema, el tema, de relevancia eterna para todos y cada uno de los hijos e hijas de Dios.

Robert L. Millet Decano de Educación Religiosa y Profesor de Escritura Antigua, Brigham Young University