La Fe Precede al Milagro

La Fe Precede al Milagro
Basado en discursos de
Spencer W. Kimball

Capítulo dieciocho

La oración
“Elevad vuestras voces a los cielos”

En la Biblia el salmista David hace la pregunta: “¿Quién subirá al monte de Jehová?” Y luego él mismo responde: “El limpio de manos y puro de corazón. …” (Salmos 24:3-4.)

Cuando les pregunto a los futuros misioneros cuántas veces, cuán a menudo y con cuánta devoción hacen sus oraciones, me quedo aturdido de sus respuestas, pues es difícil para mí comprender cómo es que tantos jovencitos de ambos sexos, atractivos, en el pleno uso de sus facultades y tan llenos de sanas ambiciones pueden fallar en orar con la constancia debida.

Cuando entrevisto a los adultos para llamarlos a posiciones de importancia, les pregunto: “¿Ora usted con regularidad tanto en las noches como en las mañanas?» A lo que muchos me responden que sí tienen sus oraciones familiares algunas veces. Algunos dicen que tratan de orar una vez al día y creen que con eso ya es suficiente. Otros ponen como pretexto que les es difícil reunir a sus familias —esta vida exige tanto de nosotros.

Cierto maestro de seminarios les pidió a sus treinta y cinco alumnos contestar en forma anónima la importante cansarse y terminar por huirles a las oraciones. Cuando los niños oran, no es de esperarse que se sobrepasen del tiempo. El Padrenuestro, dado como un modelo de oración, dura apenas treinta segundos, de modo que en uno, dos o tres minutos, se puede decir mucho tanto en agradecimientos como en súplicas, a pesar de que, obviamente, hay ocasiones en las que será apropiado mantener una comunicación más prolongada.

En todas nuestras oraciones, debemos dirigirnos al Padre con todo respeto, cuidando a la vez de no caer en un patrón de vanas repeticiones. El Señor habló firmemente contra las oraciones hipócritas e innecesariamente largas.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por eso recibiréis mayor condenación. (Mateo 23:14.)

¿Por quiénes y por qué cosas hemos de orar? Debemos expresar gratitud por todas las bendiciones que hemos recibido. Pablo habló a Timoteo, diciendo: Exhorto, ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres. (1 Timoteo 2:1.)

Con mucha frecuencia, damos por garantizadas bendiciones como el sol, el aire, la salud y las oportunidades. Otras veces aceptamos favores, honores y privilegios, día tras día, tal como los leprosos de la biblia que, al verse sanados nuevamente, ni siquiera pronunciaron una palabra de agra­decimiento. Seguramente cualquiera de nosotros le daríamos gracias a una persona que nos cediera su asiento en un autobús o a una persona que nos llevara en su vehículo de un lugar a otro, o bien a un amigo que pagara la cuenta en un restaurante, a alguien que nos hiciera el favor de cuidar a los niños en nuestra ausencia o al muchacho que nos cortara el césped, pero, ¿le damos también gracias a Aquel que nos lo da todo?

El apóstol Pablo nos instó a orar “por los reyes y por todos los que están en eminencia. . . .” (1 Timoteo 2:2.) Esto nos ayuda a desarrollar lealtad hacia los dirigentes de la comunidad e interés en la influencia del Señor sobre ellos.

Debemos orar también por el pobre y el necesitado, y al mismo tiempo recordar nuestra obligación de hacer algo por ellos.

Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? (Santiago 2:15-16.)

Cuando oramos, sentimos mayores deseos de pagar nuestras ofrendas de ayuno, contribuir al programa de bienestar y pagar nuestros diezmos, fondos de los cuales proviene mucha de la asistencia que se da al pobre y al necesitado.

Debemos orar también por los misioneros. Hay mayores posibilidades de que los niños que en su infancia han aprendido a pedir que se “bendiga a los misioneros” se sientan más deseosos de cumplir con una misión y de conservarse dignos para tal servicio.

También debemos orar por nuestros enemigos. Esto ablandará nuestros corazones y probablemente también el de ellos; a la vez es posible que nos permita reconocer más fácilmente sus cualidades. Al orar por esta causa, no debemos concretarnos únicamente a los enemigos de la nación, sino también incluir a nuestros vecinos, miembros de nuestras familias y a todos aquellos con quienes no congeniamos totalmente. Esto es algo que el Redentor requiere de nosotros, cuando dice:
Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;. . .
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis . . . Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? . . .(Mateo 5:44, 46-47.)

Debemos orar para pedir rectitud, mas no esperar que el Señor nos haga buenos. Ciertamente Él nos ayudará a perfeccionarnos y, a medida que le supliquemos que nos ayude a autodominarnos y lo hagamos juntamente, nos acercaremos más a la perfección.

En nuestras oraciones debemos también pedir por nuestros hijos y por nosotros mismos y por todo lo que necesitamos, tal como lo sugiere Mormón, el profeta: . . . escuchad las palabras del Señor, y pedid al Padre, en el nombre de Jesús, las cosas que necesitéis. . . . (Mormón 9:27.)

Al orar debemos recordar a los dirigentes de la Iglesia. Mientras que los niños tengan en mente delante del Señor a los líderes de la Iglesia cada vez que les toque su turno de ofrecer la oración familiar y en sus oraciones personales, remotas serán las posibilidades de que caigan en una apostasía y lleguen a ser como los que Pablo mencionó: “… Atrevidos y contumaces, no temen decir mal de las potestades superiores”, (2 Pedro 2:10.) Los niños que desde pequeños oran por los hermanos que nos guían crecen amándolos, honrándolos, respetándolos e imitándolos. En la misma forma, todos los que oyen mencionar a las autoridades eclesiásticas con gran respeto en sus oraciones diarias están más dispuestos a creer en sus palabras y a aceptar sus amonestaciones.

Cuando los jóvenes muchachos le platican al Señor sobre su obispo, generalmente toman muy seriamente las entrevistas que sostienen con él para hablar sobre ascensos en el sacerdocio o sobre las bendiciones de servir una misión y entrar en el templo. Las jovencitas también desarrollarán un sano respeto hacia toda acción de la Iglesia si están acostumbradas a orar por los que la dirigen. El apóstol Pablo les pidió a los tesalonicenses que oraran por sus líderes. “Por lo demás, hermanos”, les suplicó, »orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada. . . y para que seamos librados de hombres perversos y malos. . .” (2 Tesalonicenses 3:1-2.) Y a los santos de Colosas, les dijo:

Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias; orando también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, por el cual también estoy preso, para que lo manifieste cómo debo hablar. (Colosenses 4:2-4.)

Qué gran bendición seria para los hermanos saber que a medida que se aproximan las conferencias de estaca y las generales y conforme ellos preparan sus discursos, dos los miembros estuvieran orando por ellos, tal como lo suplicó el apóstol Pablo, y qué gran bendición representaría para toda la Iglesia si todas las familias mostraran su interés y preocupación a ese grado. Poco o ningún criticismo del todo tendría lugar en sus mentes y en sus corazones. Los hermanos oran por todos los miembros continuamente, con la esperanza de que en ello sean correspondidos por cada hogar Santo de los Últimos Días.

Asimismo es menester orar por nuestros hermanos creyentes. El apóstol Juan expresó claramente la importancia de amar a los hermanos cuando dijo:

Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. (1 Juan 3:14.)

Debemos orar por los miembros de nuestra propia familia, por sus diversas actividades diarias, sus viajes, sus empleos y todo lo que se relacione con sus vidas. Cuando los niños oran en voz alta por sus hermanos y hermanas, es más probable que disminuyan las disputas, los conflictos y las discordias.

Debemos orar para pedir conocimiento, al mismo tiempo que dedicamos todos nuestros esfuerzos, usamos nuestros libros, pensamientos y rectitud para obtener esa inspiración. Debemos pedir discernimiento y luego utilizar todos nuestros poderes para actuar sensatamente y desarrollar sabiduría. Debemos rogar ser bendecidos en nuestro trabajo al mismo tiempo que estudiamos intensamente y nos esforzamos con todo ahínco para recibir respuesta a nuestras oraciones. Cuando pedimos que se nos conceda salud, debemos vivir las leyes respectivas que nos han sido dadas y hacer todo lo que esté a nuestro alcance por mantener nuestros cuerpos vigorosos y en buenas condiciones. Al pedir que se nos proteja, colateralmente debemos tomar las precauciones razonables para evitar el peligro. La fe no puede ir desligada de las obras. Mientras que resultaría absurdo pedirle al Señor que nos diera conocimiento, sería muy sensato pedirle su ayuda para adquirirlo, para estudiar en una forma constructiva, pensar claramente y retener las cosas que hemos aprendido. Sería también absurdo rogarle al Señor que nos protegiera cuando innecesariamente estuviéramos manejando a velocidades excesivas o comiendo y bebiendo sustancias perjudiciales al cuerpo o tratando de hacer acrobacias imprudentes.

En nuestras oraciones debemos pedir perdón. A menudo descubro que los numerosos jovencitos que están por salir a servir una misión, a quienes entrevisto, no están haciendo sus oraciones personales, aun teniendo algunas locuras pendientes de ser perdonadas. “¿Por qué es que no oras?”, les he preguntado, “cuando tienes tan grande obligación de restituir lo que has hecho? ¿Es que piensas que basta con borrarlo de tu mente, encogerte de hombros y considerar que se trata simplemente de una práctica común? ¿Te da vergüenza arrodillarte o te avergüenzas de Cristo? ¿Existe alguna duda en tu mente sobre la existencia de Dios? ¿Es que no sabes que Él vive, ama y perdona cuando ve que hay arrepentimiento? ¿Entiendes que los pecados no pueden ser borrados ni las transgresiones perdonadas simplemente con la evasión y el olvido?”

Siempre tenemos que tomar decisiones importantes que afectan nuestras vidas y por ello el Señor nos ha dado una manera para hacerlo debidamente. Si estamos preocupados por saber a qué escuela asistir, qué profesión seguir, dónde vivir, con quién casarnos u otros asuntos vitales, debemos hacer todo lo posible por tomar nuestras propias resoluciones. Con mucha frecuencia, tal como le sucedió a Oliverio Cowdery, queremos recibir una respuesta sin hacer ningún esfuerzo. A éste el Señor le dijo:

He aquí, no has entendido, has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en pedirme.

Pero he aquí, te digo que debes estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien; y si así fuere, haré que tu pecho arda dentro de ti; por tanto sentirás que está bien.

Más si no estuviere bien, no sentirás tal cosa, sino que te sobrevendrá un estupor de pensamiento. . . . (DyC 9:7-9.)

Debemos orar por todo aquello que necesitemos y que sea adecuado y correcto. Por ejemplo, escuché cierta vez a un niño de catorce años suplicarle al Señor en una oración familiar que protegiera a las ovejas que tenían en una colina, pues estaba nevando y hacía mucho frío. También escuché a una familia suplicar en oración al Señor que les enviara lluvia, pues había una gran sequía y las condiciones de vida se hacían insoportables. Asimismo escuché a una niñita pedirle al Señor que la ayudara en ciertos exámenes que tendría ese día.

En nuestras peticiones también debemos recordar a los enfermos y a los afligidos, pues el Señor escuchará siempre nuestras oraciones sinceras. Es probable que no siempre, sin embargo, vaya a sanarlos, pero sí les dará consuelo y paz, ánimo y fortaleza para soportar. Tampoco debemos olvidarnos de aquellos que necesitan de las bendiciones del Señor casi en mayor grado que los que padecen de imperfecciones físicas; es decir, las personas frustradas y confusas, las que sufren tentaciones, que son pecadoras o que padecen de algún trastorno emocional.

Debemos orar siempre por el bienestar de nuestros hijos. Algunas veces, a medida que crecen, les llega a sus vidas una actitud de rebeldía, a pesar de todo lo que les digamos o hagamos. Al mismo profeta Alma, padre, le resultaron infructuosas las amonestaciones que dio a su hijo, de modo que imploró al Señor por él en portentosa oración. Sucede que ciertas veces eso es todo lo que les queda a los padres por hacer. La oración del justo sirve de mucho, dice la escritura, y tal lo fue en este caso. Dijo el ángel:

He aquí, el Señor ha oído las oraciones de su pueblo, y también las oraciones de su siervo Alma, que es tu padre; porque él ha orado con mucha fe en cuanto a ti… por tanto, con este fin he venido para convencerte del poder y la autoridad de Dios, para que las oraciones de sus siervos sean correspondidas según su fe.

. . . Alma, sigue tu camino, y no trates más de destruir la iglesia, para que las oraciones de ellos sean contestadas. . . . (Mosíah 27:14, 16.)

No creo que haya madre que, despreocupada, mande a sus hijos a la escuela en una mañana invernal sin el abrigo necesario para protegerlos contra el frío, la lluvia o la nieve. Sin embargo, sí hay muchos padres que envían a sus niños a estudiar sin el manto protector de la oración que tienen a su entera disposición —protección contra los riesgos desconocidos a los que se puedan ver expuestos, o contra personas malvadas y tentaciones inescrupulosas.

El Señor ha mandado: Ora siempre para que salgas triunfante; sí, para que puedas vencer a Satanás y te libres de las manos de los siervos de Satanás que apoyan su obra. He aquí, han procurado destruirte. . . . (DyC 10:5-6.)

Debemos orar también para pedirle ayuda al Señor en nuestros llamamientos en la Iglesia. El profeta Nefi nos instruyó claramente en este asunto: . . . debéis orar siempre, y no desmayar; que nada debéis hacer en el Señor sin que primero oréis al Padre en el nombre de Cristo, para que él os consagre vuestra acción, a fin de que vuestra obra sea para el beneficio de vuestras almas. (2 Nefi 32:9.)

¿Cómo debemos orar? Debemos hacerlo con fe, estando conscientes de que cuando el Señor nos conteste, probablemente no será como lo esperamos o deseamos. Nuestra fe debe ser tal, que creamos que lo que el Señor nos escoja estará correcto.

En nuestras oraciones no debe haber ningún encubri­miento ni hipocresía, ya que en esto no puede haber engaño. El Señor conoce nuestras verdaderas condiciones. ¿Podemos decirle al Señor cuán buenos o débiles somos? Ante Él nos presentamos exactamente como somos, sin ningún disfraz de ninguna clase. Cuando elevamos nuestras súplicas al Creador, ¿lo hacemos con modestia, sinceridad y con un “corazón quebrantado y un espíritu contrito”, o somos como los fariseos que se vanagloriaban de cuán perfectamente se habían adherido a la ley de Moisés? Al hablarle al Redentor, ¿lo hacemos con palabras trilladas y con frases gastadas, o le hablamos en un tono íntimo por todo el tiempo que la ocasión lo requiere? ¿Oramos ocasionalmente, cuando deberíamos estar orando regularmente, con toda frecuencia y constancia? ¿Pagamos el precio que se requiere para recibir respuesta a nuestras oraciones? ¿Acaso pedimos por cosas absurdas, en lugar de las que nos son beneficiosas? El Señor ha prometido:

Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros; buscadme diligentemente, y me hallaréis; pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá; cualquier cosa que le pidáis al Padre en mi nombre os será dada, si es para vuestro bien; y si pedís algo que no os es conveniente, se tornará para vuestra condenación. (DyC 88:63-65.)

Cada vez que oramos, ¿tomamos el tiempo para escuchar, o solamente para hablar? Nuestro Señor dijo: He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. (Apocalipsis 3:20.)

Esta promesa se extiende a todos. No existe ni acepción ni favoritismo de nadie; sin embargo, en ningún momento ha prometido el Salvador atravesar ninguna puerta. El sólo se pondrá frente a ella y tocará, mas si no escuchamos, no cenará con nosotros ni contestará nuestras oraciones. Debemos aprender a escuchar, a retener, interpretar y entender. El Señor permanecerá llamando a nuestra puerta, nunca se retirará, mas nunca se impondrá a sí mismo. Si nuestra cercanía a El empieza a disminuir, somos nosotros, y no El, los causantes de ello. Y si alguna vez fallamos en obtener una respuesta a nuestras oraciones, debemos examinar nuestras vidas para encontrar la razón. O hemos olvidado hacer lo que debíamos o es que hemos hecho algo que no debíamos. Lo más seguro es que hemos ensordecido nuestros oídos o deteriorado nuestra vista.

Cierto joven me comentaba: “Algunas veces me siento tan cerca de mi Padre Celestial y me llena una dulce influencia espiritual; pero ¿por qué no puedo conservar siempre esa influencia?”

Yo le contesté: “La respuesta está en ti, y no en el Señor, puesto que El siempre llama a nuestra puerta, ansioso de que lo dejemos entrar”.

Si se ha perdido el espíritu de paz y aceptación, debe hacerse todo esfuerzo por recuperarlo y retenerlo antes de llegar a la situación de los hermanos de Nefi, a los que éste dijo: … sí, habéis oído su voz de cuando en cuando. . . pero habíais dejado de sentir, de modo que no pudisteis percibir sus palabras. (1 Nefi 17:45.)

Cuando nos alejamos del Señor, parece empezar a cubrirnos un velo de mundanería que nos aísla de Su influencia. Mas si nos desprendemos de ese velo y nos humillamos con un alma desnuda, con sincera súplica y una vida purificada, recibimos respuesta a nuestras oraciones. Tal como Pedro dijo, nosotros también podemos:

… ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. . . . Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. (2 Pedro 1:4, 9.)

Si nos mantenemos dignos y somos sensitivos y nos esforzamos al máximo por progresar, sacando el mejor provecho de todo ello, vendrá el Espíritu Santo y así podremos retenerlo y gozar de la paz que su presencia proporciona y del testimonio que nos trae.

La intimidad es preciosa y beneficiosa. Cuando oramos a solas con Dios, nos despojamos de todo fingimiento, hipocresía o arrogancia. El Salvador buscó sus montañas y se retiró lejos para orar. El gran apóstol Pablo parecía tener dificultad en obtener el espíritu de su nuevo llamamiento, por lo que no lo logró sino hasta que hubo buscado soledad purificadora en la tierra de Arabia. Se apartó en soledad como hombre mundano y salió de allí purificado, preparado y regenerado. Nació del agua en un río de Damasco, y del Espíritu en el desierto de Arabia. Enós también encontró un lugar solitario en el bosque. Moriáncumer se retiró a la cima de una montaña para pedirle al Señor que tocara ciertas piedras para iluminar el camino de su pueblo. Nefi también aprendió a construir una nave bajo la dirección de su Señor, que le comunicaba Sus instrucciones sobre un monte lejos de los oídos humanos. José Smith encontró también aislamiento en una arboleda en la que sólo los pájaros, los árboles y Dios eran testigos de las palabras de su oración. En el silencio de la soledad también debemos nosotros orar con mayor concentración y fervor.

Para aquellos de nosotros que apenas abonaríamos unos centavos a nuestra incalculable cuenta deudora, no hay mejor ejemplo que el que nos dio Enós. Tal como les sucede a los hijos de tantas buenas familias, él se extravió a tal punto que ya no podía cargar con sus terribles pecados. Más tarde Enós escribió: y os diré de la lucha que tuve ante Dios, antes de recibir la remisión de mis pecados. (Enós 2.)

Enós está hablando en términos claros y específicos. No nos habla de una oración trillada sino de una lucha intensa, una batalla vigorosa y casi interminable.

He aquí, salí a cazar bestias en los bosques; Mas no hubo animal al que le disparara o capturara. Iba caminando por un sendero por el que nunca había pasado antes. Iba avanzando, llamando a la puerta, pidiendo, suplicando, naciendo de nuevo. Iba observando los bellos valles a través del desierto. Iba en busca de su propia alma. Bien pudo haber vivido toda su vida en medio de un terreno de malezas, sin darse cuenta de ello, mas ahora sus ojos veían un huerto regado y bien cuidado. Entonces continúa: y las palabras que frecuentemente había oído a mi padre hablar, en cuanto a la vida eterna y el gozo de los santos, penetraron mi corazón profundamente. (Enós 3.)

Los recuerdos eran crueles y dulces a su vez. Las imágenes que su padre le había pintado al hablarle y amonestarlo ahora le removían la conciencia. Se sentía emocionado e inspirado y estaba sediento del bien. De pronto, se abrieron las puertas de su memoria para dar paso a su horrendo pasado. Su alma se debatía en el recuerdo de todas las bajezas que había cometido, pero ahora clamaba por algo mejor; era un renacimiento en proceso, torturante pero provechoso.

y mi alma tuvo hambre:

El espíritu de arrepentimiento estaba prevaleciendo. Se había condenado a sí mismo. Sentía gran remordimiento por sus transgresiones y estaba ansioso por enterrar al viejo hombre de pecado y resucitar a un nuevo hombre de fe y de santidad.

y me arrodillé ante mi Hacedor, y clamé a él con potente oración y súplica por mi propia alma;

No se trataba de un deseo o esperanza silenciosos o no expresados, sino de una angustia del corazón, una imploración, ruego y súplica. Era una oración en voz alta y portentosa.

Ahora se había dado cuenta de que nadie puede salvarse en sus pecados, de que ninguna cosa impura puede entrar en el reino de Dios, de que debe haber una purificación, una eliminación de manchas, y de que debe nacer un nuevo tejido sobre las heridas. Se dio cuenta de que debe haber purgación, un corazón nuevo en un hombre nuevo. Sabía que no era nada fácil cambiar los corazones y las mentes. Luego escribió: y clamé a él todo el día;

No era ésta una oración superficial, ni frases vanas, ni una oración momentánea en labios silenciosos. Todo el día, con todos sus segundos y éstos convirtiéndose en minutos y hora tras hora había permanecido él allí. Y cuando había anochecido, todavía no había sentido alivio, pues el arrepentimiento no consiste en un solo acto ni es el perdón un regalo que se da sin ningún esfuerzo. Tan preciados eran para él la comunicación y la aprobación de su Redentor, que su alma decidida clamó sin cesar:

y cuando anocheció, aún elevaba mi voz en alto hasta que llegó a los cielos. (Enós 4.)

¿Podía el Redentor resistir tan determinada imploración? ¿Cuántos de nosotros hemos persistido en igual forma? ¿Cuántos, que habiendo o no cometido serias transgresiones, hemos orado alguna vez todo el día y toda la noche? ¿Hay alguien que haya llorado y orado por diez horas? ¿Por cinco? ¿Por una? ¿Por treinta minutos? ¿Por diez? Las oraciones que hacemos duran, por lo general, cuestión de segundos, con lo cual no podemos esperar que se nos perdonen nuestros pecados, cuando nuestra deuda es tan inmensa. Mientras que debemos saldar una deuda de miles de dólares, no somos capaces de pagar más que unos centavos.

¿Por cuánto tiempo oráis, mis amigos? ¿Cuán a menudo lo hacéis? ¿Cuán honestamente? Cuando habéis cometido serios errores en vuestras vidas, ¿os habéis debatido de dolor delante del Señor? ¿Habéis encontrado ya vuestro apartado aposento solitario? ¿Con qué intensidad han clamado vuestras almas? ¿Cuán profundamente han afectado vuestras necesi­dades el fondo de vuestros corazones? ¿Cuándo fue la última vez que os arrodillasteis ante vuestro Hacedor en plena quietud? ¿Por qué razones orasteis —por vuestra propia alma? ¿Por cuánto tiempo implorasteis por gratitud— todo el día? Y cuando cayeron las sombras de la noche, ¿continuasteis elevando vuestras voces en poderosa oración, u os conformasteis con alguna palabra o frase trilladas?

Si todavía no lo habéis hecho, espero sinceramente que pronto venga la hora en que, tal como lo han hecho otros, luchéis en el espíritu y claméis con todo poder, comprometiéndoos sinceramente a guardar vuestros convenios, para que la voz de Dios penetre vuestras mentes, tal como le sucedió a Enós, y escuchéis:

… tus pecados te son perdonados, y serás bendecido. Por tu fe en Cristo. . . te concederé conforme a tus deseos. (Enós 5, 8, 12.)

Porque éste es el objetivo principal de toda oración, allegar a los hombres más a Dios, para hacerlos renacer y convertirlos en herederos de su reino.