
La Fe Precede al Milagro
Basado en discursos de
Spencer W. Kimball
Capítulo veinte
Las bendiciones de la rectitud
No en vano servimos al Señor
Hace algún tiempo platiqué con una hermana que me decía: “¿Por qué es, hermano Kimball, que aquellos que menos contribuyen a la edificación del reino parecen prosperar más que nadie? Nosotros tenemos un auto Ford, pero nuestros vecinos tienen un Cadillac. Nosotros observamos el Día de Reposo y asistimos a nuestras reuniones; ellos juegan al golf, se van de caza, de pesca y se divierten. Nosotros nos abstenemos de todo lo prohibido, mientras que ellos comen, beben y se divierten sin ninguna restricción. Nosotros pagamos nuestros diezmos y hacemos otras donaciones a la Iglesia; ellos se gastan todos sus copiosos ingresos en darse toda clase de lujos. Nosotros siempre estamos atados a nuestra gran familia de niños pequeños, los que a menudo se enferman; ellos están totalmente libres para hacer vida social —para ir a cenar y a bailar. Nosotros nos vestimos con ropa de algodón y de lana y yo uso el mismo abrigo hasta por tres estaciones, pero ellos usan sedas y atuendos costosos y ella tiene un abrigo de visón. Nuestros escasos ingresos siempre nos mantienen ajustados y nunca parecen ser suficientes para nuestras necesidades, mientras que a ellos les abunda la riqueza con la que pueden permitirse toda clase de lujos. Y con todo eso, ¡todavía el Señor promete bendiciones a los fieles! Me parece que vivir el evangelio no trae ningún verdadero beneficio —que los orgullosos y los que quebrantan sus convenios son los que prosperan”.
Después de escucharla, le dije: “La pregunta que usted me hace no es nada nueva. Job y Jeremías también se quejaron de lo mismo”. En seguida le cité la respuesta que por medio de Malaquías nos ha dado el Señor:
Vuestras palabras contra mí han sido violentas. . . .
Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos?
Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon.
Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre.
Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve.
Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. (Malaquías 3:13-18.)
Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama.
Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación. . . . (Malaquías 4:1-2.)
Entonces le dije a la desconsolada hermana: “Pero para recibir muchas recompensas no necesita esperar hasta el día del juicio. Tiene muchas bendiciones hoy. Cuenta con una familia de niños adorables y rectos. ¡Qué maravillosa recompensa es ésa a cambio de los supuestos sacrificios! Las bendiciones de las que goza Ud. no pueden compararse ni siquiera con toda la riqueza de sus vecinos”.
Nadie escapará de la paga de sus actos. Nadie dejará de recibir las bendiciones que merece. Las parábolas de la red y de los peces, así como la de las ovejas y las cabras nos corroboran que habrá justicia total.
Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. . . .
Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. (Mateo 25:34, 41.)
Si podemos caminar en esta vida por medio de la fe, si podemos creer en las ricas promesas de Dios, y si somos capaces de obedecer y esperar pacientemente, el Señor cumplirá todas sus ricas promesas:
Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. (1 Corintios 2:9.)
Igualmente podemos reflexionar sobre las grandes promesas que nos ha hecho para esta vida:
Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. (Malaquías 3:10.)
Entonces [si vives estos mandamientos] nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia.
Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. . . .
. . . y. . . en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía.
Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciarás tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan. (Isaías 58:8-11.)
¿Qué más se puede pedir? La compañía del Señor, luz y conocimiento, salud y vitalidad, guía constante del Señor como un eterno manantial que nunca se agota —bendiciones de que ya disfrutamos. ¿Qué más se puede desear?
Y hallarán sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros escondidos;
y correrán sin fatigarse, y andarán sin desmayar.
Y, yo, el Señor, les prometo que el ángel destructor pasará de ellos, como de los hijos de Israel, y no los matará. Amén. (DyC 89:19-21.)
Paz, gozo, satisfacción, felicidad, crecimiento, alegría —todos estos dones vienen por el fiel cumplimiento de los mandamientos de Dios. Aquel que se deleita en todos los lujos mundanos de hoy día, a expensas de su espiritualidad, está viviendo sólo para el momento. Su día vendrá, porque la retribución es segura.
El Señor nos enseñó la impresionante parábola del Hijo Pródigo. Este despilfarrador no vivió más que para gozar de una sola vez el presente. Gastó su vida en desenfrenos e ignoró los mandamientos de Dios. Ya que su herencia era consumible, se la gastó toda. Ya no podría gozarla más, pues no era posible recuperarla. Por muchas lágrimas que vertiera o lamentos o remordimientos que sintiera, no podría recobrarla. A pesar de que su padre lo perdonó y ofreció un banquete en su nombre y lo vistió y besó, nunca podría darle de nuevo a su hijo pródigo lo que ya había sido desperdiciado. Por otro lado, su otro hijo, que había sido fiel, leal, recto y constante, retuvo su herencia y su padre le dio esta promesa: “Todo lo que tengo es tuyo”.
Cuando uno se da cuenta de la vastedad, la riqueza y la gloria de ese “todo” que promete el Señor otorgar a sus fieles hijos, no hay que escatimar ningún esfuerzo por obtenerlo, aunque se requiera mucha paciencia, fe, sacrificio, sudor y lágrimas. Las bendiciones de la eternidad que se contemplan en este “todo” le traen al hombre la inmortalidad y la vida eterna, crecimiento eterno, liderazgo divino, paternidad eterna, perfección y, con todo ello, divinidad.
























