
La Fe Precede al Milagro
Basado en discursos de
Spencer W. Kimball
Capítulo veintidós.
La integridad.
“Tentación y lazo.
Cuando leo los periódicos y me entero de las acciones de los funcionarios de altos y bajos puestos y descubro la corrupción de los gobiernos locales, estatales y federales y la deshonestidad que hay en el atletismo, las universidades y los negocios, siento una honda desesperación por clamar en favor de la integridad, la honestidad y la rectitud.
Cuando hablamos de la rectitud, la imagen varía. Para una persona la rectitud puede significar bondad y tolerancia; para otra puede significar la Palabra de Sabiduría; y aun para otra el pago de los diezmos o a la asistencia a la iglesia, o bien, observar la Regla de Oro.
Existen aquellos que no serían capaces de cometer adulterio, pero que sí serían groseros con sus esposas e hijos. Recientemente vino a mi oficina un hombre de buena posición económica. El guarda todos los mandamientos de observancia general, mas en sus ímpetus de cólera ha golpeado a su fiel esposa en presencia de algunos de sus hijos.
El Salvador se encontró con muchos fanáticos religiosos que jamás fallaban en lavarse las manos antes de comer, pero que en cambio se sentaban a la mesa “por dentro. . . llenos de rapacidad y de maldad” (Lucas 11:39.)
Muchos son como los fariseos de que habló el Señor; . . . diezmáis la menta, y la ruda, y toda hortaliza, y pasáis por alto Injusticia y el amor de Dios. Esto os era necesario hacer, sin dejar aquello. (Lucas 11:42.)
La auto justificación es enemiga del arrepentimiento. El Espíritu de Dios acompaña al honesto de corazón para fortalecerlo, ayudarlo y salvarlo, mas siempre ocurre que el Espíritu de Dios cesa de contender con el hombre que se justifica a sí mismo por sus errores.
Prácticamente, toda deshonestidad debe su existencia y desarrollo a esa distorsión interna que llamamos auto justificación. Es la primera, la peor y la más insidiosa y perjudicial forma de fraude —engañarse a sí mismo.
Existe el hombre que no se atrevería a tomar una taza de café, pero que en cambio cada noche sería capaz de sustraer carbón de los vagones abiertos del ferrocarril; o la muchacha que, aun asistiendo a todas las actividades de la Iglesia, le roba quinientos dólares a su jefe. O el jovencito que reparte el sacramento de la Santa Cena el domingo, mientras que la noche del sábado anterior estuvo involucrado en pecaminosas caricias.
Existen numerosas formas de falsificar y hacer fraude. Hay quienes asaltan hogares, bancos y negocios; jefes infieles a sus encargos y empleados que holgazanean en el trabajo, malversan dinero y desperdician el tiempo. Están también los ladrones de bolsas de mano o de parquímetros, los evasores de impuestos y aquellos que falsifican y cambian las etiquetas de los productos que venden.
En cuanto a este tema, el presidente Brigham Young dijo: Sed honestos. ¡Ay de los que profesan ser santos y no son honestos!
Los corazones honestos generan acciones honestas —los deseos santos producen sus correspondientes obras exteriores. Cumplid con vuestros convenios y guardad sagradamente vuestra palabra.
Hay algunas personas que toman préstamos que no son capaces de pagar. Otras compran al crédito y dejan sus deudas pendientes para eternas memorias; otros hacen promesas y convenios solemnes y luego se despreocupan de ellos o los ignoran. Hay quienes se llevan las toallas de los moteles y se quedan con el dinero extra que por equivocación les dieron de cambio. Algunos prosperan en los negocios valiéndose de ardides ingeniosas y transacciones inescrupulosas. Y hay otros que caen en el hurto y robo directos.
J. P. Senne ha dicho: “El dinero que se gana deshonestamente nunca vale lo que cuesta, mientras que una conciencia tranquila nunca cuesta lo que vale”.
A Gandhi se le reconoce por haber dicho una vez que de cada 999 personas que creen en la honestidad, hay una que la práctica. Tal vez sea difícil encontrar a alguien que no crea en la honestidad. Se cuenta la historia del pobre anciano Diógenes que recorrió toda Atenas con una linterna encendida a plena luz del día, tratando de encontrar tan sólo un hombre justo.
Son increíbles las cantidades de mercancía que desaparecen como resultado del pillaje; con ello habría suficiente para construir bibliotecas, escuelas y capillas. Lo triste del caso es que algunas veces hasta personas supuestamente honorables se ven involucradas en tales robos.
Otras veces, personas que se supone son las “más íntegras” se jactan de infringir las leyes de tránsito y de burlarse de la policía o atravesar las fronteras internacionales con mercadería de contrabando sin pagar los derechos de aduana correspondientes. Muchos adolescentes a menudo se roban suéteres, corbatas, joyas, bufandas y rollos de película, tomándolo como un juego.
Algunos negociantes cobran intereses y sacan todas las ganancias posibles según las circunstancias, y anuncian falsas ofertas en la mercadería, marcándola con precios sumamente elevados para dar la impresión de que las rebajas han sido realmente drásticas; al igual que hay quienes cobran de más, pesan de más o pagan lo injusto.
En cierta reunión que tuve con un grupo de obispos, se presentó la oportunidad de leerles la escritura de Pablo que dice: “Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios… no codicioso de ganancias deshonestas”. (Tito 1:7.)
Por curiosidad, busqué en el diccionario Webster la definición de la palabra “lucro” y encontré que la palabra misma tiene una mala connotación y que el lucro deshonesto es aún peor. No todo el dinero es lucro ni tampoco deshonesto. Hay dinero limpio —con el que se compra comida, ropa y abrigo y con el que se hacen contribuciones: el pago razonable que se recibe a cambio de un fiel servicio; la ganancia justa sobre cierta venta de productos, mercadería u otros servicios: o el ingreso que se percibe como resultado de transacciones de las que todos los socios se benefician.
En los Proverbios leemos: “Mejor es el pobre que camina en su integridad, que el de perversos caminos y rico”. (Proverbios 28:6.)
El lucro deshonesto no es más que dinero manchado de sangre —el que se obtiene por medio del robo. Es el que se consigue a través de un asalto o del juego. Es el que se puede obtener por medio del pecado o de operaciones pecaminosas. El lucro deshonesto es el que puede sacarse de la venta de bebidas alcohólicas, vinos y cerveza; o como resultado del soborno o de la explotación. Yo creo que el dinero no ganado o que se ha adquirido a través de negocios indecentes es inmundo. El dinero que procede de las trampas es corrupto, al igual que el que se obtiene por medio del engaño, cargos excesivos y opresión de los pobres. Los individuos que aceptan un jornal, salario u honorarios, sin dar a cambio el tiempo, energía, devoción o servicio que corresponden están aceptando un dinero que no es tan limpio como debería serlo.
Cuando el dinero se adquiere por medios opresivos o falsos, se considera inmundo. Recordaréis que el profeta Samuel se dirigió a su pueblo cuando los ancianos de Israel clamaban por un rey, y’ ‘puso a sus hijos por jueces sobre Israel. Pero no anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho”. (1 Samuel 8:1, 3.)
Mas el profeta Samuel era limpio y dijo: Aquí estoy; atestiguad si he tomado el buey de alguno, si he tomado el asno de alguno, si he calumniado a alguien, si he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos con él. . . .
Entonces dijeron: Nunca nos has calumniado ni agraviado, ni has tomado algo de mano de ningún hombre. (1 Samuel 12:3-4.)
Y en cuanto al soborno, Moisés dijo: No recibirás presente; porque el presente ciega a los que ven, y pervierte las palabras de los justos. (Éxodo 23:8.)
Mucho es lo que se dice en cuanto al amo y al siervo:
¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad. . . .
He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores. . . han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. . . . (Santiago 5:1, 4.)
El profeta Malaquías incluye en un mismo grupo a los hechiceros, adúlteros, los que juran mentira y los que defraudan en su salario al jornalero. (Ver Malaquías 3:5.)
Los trabajadores agrícolas, empleadas domésticas y todos los que trabajan sin el amparo de ninguna organización sufren de opresión cuando las condiciones económicas los colocan en una posición en la que se ven obligados a aceptar lo que se les ofrezca o, de lo contrario, permanecer sin empleo. Y con todo esto, todavía nos justificamos algunas veces por pagar sueldos injustos y hasta nos jactamos de ello.
Por otro lado, también existen los que aceptan una remuneración superior a la que merecen por los servicios prestados, y los que fallan en dar el servicio por el cual se les paga y quienes son desleales, dando un servicio insuficiente e ineficiente.
Conocí a un hombre que escribía artículos para ganar dinero. La mayor parte del tiempo en que se suponía debía estar en su trabajo regular, se escondía en el cuarto de la planta de calefacción para escribir y leer. Cada vez que yo le hacía alguna pregunta sobre el asunto, se encogía de hombros y decía: “Todos los demás lo hacen también”. Mis preguntas le hicieron sentir vergüenza y hoy día sonríe y da un servicio completo por el salario que percibe.
Al mirar a nuestro alrededor, vemos a muchos que parecen estar ávidos por adquirir riquezas excesivas. En cuanto a esto, Pablo dijo:
Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar.
Así que teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.
Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición;
porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. (1 Timoteo 6:7-10.)
De los Proverbios, me impresionaron estas palabras: “. . . el que se apresura a enriquecerse no será sin culpa”. (Proverbios 28:20.)
¿Cuántos hay que no se están apresurando a enriquecerse? ¿Están percibiendo dinero en el Día de Reposo, cuando esto es innecesario y deshonesto? Hay algunos que necesariamente tienen que trabajar el día domingo; si no está en sus manos el evitarlo, desde luego que se encuentran libres de culpa. Pero de aquellos que deliberadamente promueven programas de negocios en el Día del Señor con el fin de incrementar sus posesiones materiales, me compadezco. Algunas veces, las personas tratan de tranquilizar sus conciencias diciendo: “Queremos hacer más dinero para poder hacer más cosas buenas con el mismo e invertirlo en causas nobles». Son pocos los que dan algo más que una pequeña parte de esos ingresos extras para dichas causas nobles. Más bien, invierten casi todo su dinero en sí mismos. También existen aquellos que trabajan primordialmente para ganar tiempo extra, ya se trate del tiempo y medio o del pago doble. Realmente es tentador; sin embargo, en una estaca que visité recientemente, entrevisté a un hombre que me dijo que él cerraba su estación de servicio de gasolina los días domingos. Le pregunté que si no tenía competencia y que si le era posible salir adelante, a lo cual respondió que sí perdía algo por la competencia, pero que el Señor lo bendecía y que le iba bien.
El Salvador ya sabía que es probable que un buey se caiga en el fango en el Día de Reposo, pero también sabía que no hay buey que deliberadamente se resbale y se caiga cada semana.
Cada vez que viajo, conozco a personas fieles que renuncian a las ganancias y a las transacciones prohibidas en el Día de Reposo. He conocido a ganaderos que suspenden la junta del ganado en este día; puestos de fruta a lo largo de la carretera, que durante la estación de cosecha permanecen abiertos día y noche generalmente, cerrados los días domingos; farmacias, restaurantes y otros negocios de las carreteras cerrados en el Día del Señor. Sus propietarios parecen estar prosperando, a la vez que están disfrutando del gozo genuino de cumplir con esta ley. De modo que, cada vez que veo a gente buena renunciar a todo ese tipo de ganancias, me regocijo y les bendigo desde el fondo de mi corazón por su fe y firmeza.
Ha habido concursos de belleza deshonestos, al igual que programas de preguntas por televisión fraudulentos, estudiantes universitarios tramposos, juegos de basquetbol y fútbol “acordados” con anticipación y participantes y audiencias deportivas con actitudes de “ganar a toda costa”. También se ven ladrones del tipo de “Robin Hood», a quienes el público aclama en vista de que parte de botín es dado a los pobres.
Cierta mujer desfalcó dos millones de dólares a los depositantes de una asociación de construcciones y préstamos, pero, dado que con esos fondos robados la mujer ayudó a algunos necesitados, pagó cierta renta atrasada y prestó alguna ayuda de emergencia, la comunidad difícilmente iba a permitir que la condenaran y encarcelaran. Más bien, estaban dispuestos a perdonar el crimen y pecado de deshonestidad que había cometido la mujer.
Muchos serían capaces de estafar a una corporación, al estado o aun a la Iglesia, pero no se atreverían a robarle diez centavos a su vecino. Hay muchos que también les roban a las compañías de seguros y a los asegurados con sus fraudulentos y desmedidos reclamos; otros son del tipo de personas que piensan “hagámonos ricos lo antes posible” o “saquémosle provecho a la situación”.
También están los gánsteres, los extorsionistas y otros personajes inescrupulosos que, a través del soborno y de regalos y contribuciones, llegan a altas posiciones para influir en la legislación y en las acciones de las cortes.
Hay agentes policíacos que asaltan a aquellos a quienes se supone están obligados a proteger o que se apropian de las posesiones de otros que les correspondía vigilar, y asimismo hay altos funcionarios que le roban al público grandes cantidades.
Existe el tipo de deshonestidad que es grandemente más sutil. John Ruskin nos advierte el »evitar el engaño de palabra o de silencio”:
… la esencia de la mentira está en el engaño, no en las palabras: se puede decir una mentira al guardar silencio, por equivocación, con el acento de una sílaba, con una mirada y la atribución de un significado peculiar a una oración; y todas estas clases de mentiras son peores y más bajas, en diferentes grados, que una mentira expresada claramente; de modo que no existe otra forma de conciencia ciega que esté tan degradada, que aquella que se tranquiliza a sí misma por haber engañado, a causa de que el engaño fue de gesto o de silencio, más bien que pronunciado con palabras. . . .
También hay personas que, a fin de conseguir una recomendación para entrar en el templo, pintan los hechos de un modo diferente, minimizan sus errores o exageran sus virtudes; o el futuro misionero que falla en revelar toda la verdad; la persona que participa de la Santa Cena indignamente para no despertar curiosidad en los demás. ¿A quién están engañando?
De un rotario de Dallas, Texas, tenemos la estimulante oración:
Enséñame que 60 minutos hacen una hora, 16 onzas una libra y 100 centavos un dólar.
Ayúdame a vivir de tal manera que pueda acostarme con una conciencia tranquila, sin un arma bajo la almohada y sin la obsesión de ningún rostro de alguien a quien hubiese causado un dolor.
Concédeme, te imploro, que pueda ganarme el pan diario honradamente, y que al hacerlo pueda mantener mis manos en su lugar.
Cierra mis oídos al retintín del dinero deshonesto y al crujido de faldas inmodestas.
Ciégame ante las faltas de mi prójimo y revélame las mías.
Guíame para que cada noche al sentarme a la mesa con mi esposa, que ha sido una bendición en mi vida, pueda mirarla a los ojos sin tener que esconder nada.
Consérvame lo suficientemente joven para reír con mis hijos y entregarme a sus juegos.
Y cuando llegue el día del aroma de las flores, y se oigan las huellas de los dulces pasos y el crujido de las ruedas del coche fúnebre deslizarse sobre la grava frente a mi sitio, haz breve la ceremonia y simple el epitafio, de modo que diga: “Aquí yace un hombre”. (J.Hugh Campbell, Dallas, Texas, “A Prayer and an Epitaph” [“Una oración y un epitafio”]; – traducción libre.)
No todas las personas son, sin embargo, deshonestas y decepcionantes. Un ejemplo de ello lo tenemos en Douglas William Johnson, de Los Angeles, California, quien devolvió 240.000 dólares que encontró extraviados en una calle y que provenían de un auto blindado. Irónicamente, su acción fue condenada por el veleidoso público, que lo tachó de tonto, le hizo llamadas por teléfono, lo acosó y le hizo la vida imposible tanto a él como a sus hijos en la escuela.
Al viajar en un tren que se dirigía de Baltimore a Nueva York, comentaba yo con alguien en el coche-comedor que casi nunca llovía en Salt Lake City como en ese lugar, mientras que un hombre de negocios que iba sentado frente a nosotros nos escuchaba.
La conversación naturalmente condujo pronto a la pregunta de oro: “¿Qué sabe usted sobre la Iglesia?”
“Muy poco”, contestó aquel hombre, “pero conozco a uno de sus miembros”. Trabajaba en ciertos proyectos de construcción en Nueva York y dijo: “Hay un subcontratista que trabaja conmigo. Es tan honesto y tan íntegro que nunca tengo necesidad de pedirle ninguna propuesta para hacer un trabajo. Él es el prototipo de la rectitud. Si todos los mormones son como este hombre, me gustaría saber más sobre una iglesia que produce tal calidad de hombres honrados», Al despedirnos le dejamos algunos folletos de la Iglesia y le enviamos a los misioneros para que le enseñaran el evangelio.
En una revista apareció un artículo sobre una anciana abuela de Connecticut, llamada Hannie Dickinson, que había construido en la carretera que pasaba cerca de su hogar una pequeña caseta un poco más grande que una de esas casitas en donde juegan los niños, en la cual había un rótulo que decía: “Autoservicio – Abierto”, estando abastecida la caseta con huevos, verduras, frutas y flores. La caja registradora era un tarro de vidrio. Cada mañana, la anciana abastecía el lugar con los productos frescos y, por la noche, al concluir las operaciones del día en su granja, pasaba a recoger el dinero de las ventas realizadas. Por tres veranos consecutivos había estado operando aquel peculiar negocio, informando que nadie había tomado ningún producto sin pagar por el mismo ni tampoco nadie la había estafado. “Tal parece que cuando se confía en la gente, ésta por lo general responde honradamente”, indicó ella.
El profeta Alma declaró a su pueblo que un hombre de integridad “no puede andar en senderos tortuosos; ni se desvía de aquello que ha dicho; ni hay en él sombra de apartarse de la derecha a la izquierda, o de lo que es justo a lo que es injusto. . . .”(Alma 7:20.)
El joven profeta José Smith dijo: “Sed virtuosos y puros; sed hombres de integridad y de verdad; guardad los mandamientos de Dios”.
Algunas veces se hace más fácil explicar lo que es la integridad mostrando lo opuesto a ella. En cierta ocasión entré en el café del Hotel Utah de Salt Lake City para comprar unos panecillos. Al hacer mi orden a la empleada, divisé a una mujer de mediana edad que conocía sentada cerca del mostrador con una taza de café frente a su plato. Estoy seguro de que ella me vio, mas trató de mostrar lo contrario. Pude notar su incomodidad física al ver que evadió la vista en ángulo recto, manteniéndola fija en esa dirección hasta que yo completé mi compra y pagué. Desde luego que ella tenía su libre albedrío —podía tomar café si eso era su gusto, mas ¡qué impacto había sufrido su carácter por el hecho de que se había negado a enfrentar a un amigo! ¡Cómo se había consumido de vergüenza! En las aguas del bautismo, en las reuniones sacramentales y en el templo había prometido caminar con un corazón y espíritu contritos, arrepentirse de todos sus pecados, tomar sobre sí el nombre de Jesucristo y servirlo hasta el fin, manifestando tales resoluciones por medio de sus obras.
Es probable que haya creído que yo no la había visto o reconocido, pero los diez pisos de aquel edificio que la coronaban no eran suficientes para evitar que los ángeles del cielo fotografiaran sus movimientos y registraran sus pensamientos de engaño. Era algo digno de conmiseración, mas para ella era algo abrasador —una pequeña trampita débil, mezquina, humillante, que había rebajado su honor hasta la ruina de su autoestima.
Juan el Revelador vio “a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”. (Apocalipsis 20:12.)
¿Sintió aquella mujer que se estaba escondiendo de Dios? ¡Cuán equivocada estaba! Nadie puede ocultarle a Dios ningún pensamiento o acto, porque las cámaras fotográficas se mantienen en acción día y noche. Tan sensitivas son éstas, que no solamente registran vistas y sonidos, sino también pensamientos e inclinaciones. Recordad que no nos estamos refiriendo a una taza de café, sino al principio de la integridad.
A Moisés se le olvidó que la grabadora estaba conectada cuando les dijo a los hijos de Israel, que se quejaban incesantemente, clamando por las ollas de carne de Egipto: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir agua de esta peña?» A causa de esto, fue reprendido junto con Aarón. “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado”. (Números 20:10, 12.)
Moisés era un hombre sumamente íntegro, pero en ese momento de descuido, presuntuosamente se había dado a sí mismo el crédito por aquel milagro del Señor, por lo que se le prohibió entrar en la Tierra Prometida.
Cuando Caín concibió en su corazón aquel terrible pecado y llegó el momento propicio para el vil acto, es indudable que vio a su derecha y a su izquierda y detrás de sí y se aseguró de que no hubiera ojo ni oído que fueran testigos; entonces perpetró el crimen atroz y dejó a su justo hermano tendido en medio de su sangre. El Señorío percibió todo —las miradas, los sonidos, los pensamientos, la malicia, las intenciones, los deseos y los instintos.
No pasó mucho tiempo antes de que se le recordara a Caín lo sucedido, pues se oyó la voz de la Divina Majestad, diciendo: “¿Dónde está Abel tu hermano”. Y como si pudiese ocultárselo a la Omnisciencia y Omnipresencia, trató de encubrir su pecado respondiendo: “No sé. ¿Soy acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 4:9.)
Y la voz del Omnipotente le preguntó en tono estentóreo: “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. . . . que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano”. (Génesis 4:10-11.)
Ser íntegro no solamente significa ser verídico, sino también ser digno de confianza. Todos deberíamos revisar con regularidad el Mensaje a García, de Elbert Hubbard:
En todo este asunto cubano, hay un hombre que sobresale en el horizonte de mi memoria, como el planeta Marte en el perihelio.
Cuando se desató la guerra entre España y los Estados Unidos, fue necesario comunicarse inmediatamente con el líder de los sublevados. García se encontraba en algún punto de las espesuras serranas de Cuba —nadie sabía dónde. No había manera de comunicarse con él ni por correo ni por telégrafo. El Presidente tenía que asegurarse de que obtendría su cooperación lo antes posible.
¡¿Qué se podía hacer?!
Alguien le sugirió al Presidente: “Hay un individuo de nombre Rowan que puede encontrar a García, si es que hay alguien que pueda”.
Se envió a Rawan para que le llevara una carta a García. En qué manera este individuo Rowan fue capaz de tomar la carta, sellarla y ponerla en una cartuchera de cuero, ajustársela al pecho, llegar después de cuatro días por la noche a la costa de Cuba desde un barco abierto, desaparecer entre la jungla y salir en tres semanas al otro lado de la isla después de atravesar un país hostil a pie, y todavía entregar la carta a García es algo que ahora no tengo ningún interés particular en describir en detalle. El punto al que quiero llegar es el siguiente: McKinley le dio a Rowan una carta para entregársela al señor García, Rowan tomó la carta sin preguntar: “¿Dónde puedo encontrarlo?” ¡Por ventura! He ahí a un hombre cuya figura debería ser fundida en bronce inmortal y su estatua ser colocada en cada universidad de la nación.
El general García ya está muerto, pero aún subsisten otros Garcías. Cuesta encontrar hombres que estén dispuestos a esforzarse por llevar a cabo una empresa para la cual se necesitan muchas manos, pero sí se encuentran los que, al contrario, poco les falta para horrorizarse algunas veces a causa de esa inutilidad que es característica del hombre mediocre —la incapacidad o falta de voluntad de concentrarse en una cosa y hacerla.
¿Cómo se remonta nuestra admiración hacia Pedro, el hombre número uno en todo el mundo, al verlo erguido de pie, osado y enérgico presentarse ante los magistrados y gobernadores que muy bien podían encarcelarlo, azotarlo y hasta probablemente quitarle la vida. Parecen resonar aún sus intrépidas palabras pronunciadas al enfrentarse a sus enemigos: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”. (Hechos 5:29.)
Pedro fijó su mirada en los ojos de la multitud y les dio su testimonio del Dios al que habían crucificado:
… a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad.
Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida,
y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. (Hechos 3:13-15.)
De todos los que escucharon este testimonio y acusación, 5000 hombres vieron la valentía superior y suprema integridad de Pedro. Y aquellos 5000 hombres creyeron.
Refiriéndonos a Daniel, un cautivo y un esclavo, pero también un profeta de Dios que estaba dispuesto a morir por defender sus convicciones, podríamos preguntarnos ¿Fue la integridad colocada alguna otra vez en un plano más alto que éste? El evangelio era la vida de Daniel; la Palabra de Sabiduría era vital para él. En la corte del rey poco se le podía criticar; pero ni siquiera por complacer a un gobernante iba a ser él capaz de beber el vino del rey ni saciarse con la carne y los suculentos manjares que le ofrecían. Su templanza y su pureza de fe le trajeron salud y sabiduría, conocimiento, destreza y compresión, y su fe lo vinculó estrechamente con su Padre Celestial recibiendo revelaciones tan a menudo como era necesario. Su habilidad para discernir los sueños del rey y sus correspondientes interpretaciones le ganaron respeto, aclamaciones, presentes y una posición de alto honor por la cual muchos hombres hubieran dado el alma. Más cuando se le dio la alternativa de escoger entre cesar de orar o ser arrojado a una cueva de leones, oró abiertamente y se sometió al castigo.
Recordemos también la integridad de los tres varones hebreos: Sadrac, Mesac y Abed-nego, quienes, como Daniel, desafiaron a hombres y gobernadores, por mantenerse leales a sus convicciones y por defender su fe. Por edicto del emperador, se les ordenó que se postraran y adoraran a una estatua de oro que el rey había levantado. Además de desprestigiarse, perder sus puestos y de encolerizar al rey, enfrentaron el horno de fuego ardiendo, más bien que negar a su Dios.
La dedicación de la estatua debe haber sido impresionante. ¿Es que alguien había visto alguna vez antes una estatua como aquélla o un espectáculo de aquella naturaleza? Treinta metros de oro moldeados a la imagen de un hombre —¿Qué podría haber más centelleante o reluciente? Debe haber sido innumerable la multitud de personas apiñándose en las calles y en el área en donde se elevaba la gigantesca estatua, cuando el pregonero anunció el procedimiento y el edicto de que todos debían postrarse al sonido de la música y adorar la estatua. Ni el temor al rey ni lo que él podría hacerles disuadió a los tres valientes jóvenes varones a abandonar su justo sendero de rectitud. Cuando los programados sones de la bocina, la flauta, el arpa y los demás instrumentos resonaron por toda el área y las masas de gente llenaron sus hogares y las calles de adoradores arrodillados ante la enorme estatua de oro, tres hombres se rehusaron a insultar a su verdadero Dios. Oraron a Dios y cuando fueron confrontados con el furiosísimo y encolerizado rey emperador, ellos valientemente le respondieron, ante el riesgo de lo que podría significar la muerte ineludible:
He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará.
Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado. (Daniel 3:17-18.)
¡Integridad! Las promesas de vida eterna de Dios sobrepasan a las de grandeza, comodidad e inmunidad de los hombres. Lo que estos hombres de valor e integridad estaban diciendo era: “No importa si tenemos que morir, pero debemos ser leales a nosotros mismos y a Dios”. Esto nos recuerda a Abraham Lincoln, cuando dijo: “No estoy obligado a ganar, sino a ser leal; ni tampoco a salir victorioso, mas sí estoy obligado a vivir de acuerdo con la luz que conozco.”
De la pluma de Shakespeare, tenemos: “No hay ningún terror en tus amenazas: porque estoy tan fuertemente armado de honestidad, que ellas pasan delante de mí como el viento inútil, por el cual no me preocupo”.
La integridad le trae al hombre paz interior, firmeza de propósito y seguridad de acción. La falta de integridad ocasiona desunión, temor, aflicción y falta de seguridad.
Ya que el Señor dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48), sería recomendable que todos hiciéramos periódicamente un inventario para estar seguros de que debajo de las alfombras y en los rincones de nuestras vidas no se hallen escondidos algunos vestigios de hipocresía, oscuridad o error. ¿Podría ser posible también que debajo de las mantas de la excusa y la lógica personales se encontraran escondidas algunas pequeñas excentricidades y deshonestidades? ¿Se encuentran por ahí algunas telarañas en los techos y los rincones que pensamos nadie podrá notar? ¿Es que acaso estamos tratando de encubrir las pequeñas nimiedades y gratificaciones que nos permitimos secretamente —justificándolas al mismo tiempo como insignificantes e inconsecuentes? ¿Hay algunas áreas en nuestros pensamientos, acciones o actitudes que nos gustaría esconder de aquellos que más nos respetan? ¿Estamos seguros de que todos nuestros secretos más íntimos se mantendrán confidenciales? El Señor reveló en 1831: “Y los rebeldes serán traspasados de mucho pesar; porque se pregonarán sus iniquidades desde los techos de las casas, y sus hechos secretos serán revelados». (DyC 1:3.)
¿No sería conveniente que todos nosotros pusiéramos en orden nuestra casa tan a menudo cómo pudiéramos?
Es posible que yo no pueda eliminar toda la basura pornográfica, pero mi familia y yo no tenemos por qué comprarla o verla.
Es probable que yo no pueda cerrar todos los negocios inescrupulosos, pero sí puedo alejarme de las áreas de dudosa reputación y de mala fama.
Es probable que yo no pueda reducir notablemente los divorcios de la nación ni salvar todos los hogares desintegrados y a los niños frustrados, pero sí puedo hacer de mi propio hogar un lugar agradable, de mi matrimonio una dicha, de mi hogar un paraíso celestial, y de mis hijos unos seres debidamente equilibrados.
Es probable que yo no pueda detener las crecientes exigencias por la libertad de las leyes morales, ni cambiar todas las opiniones en cuanto al libertinaje sexual y a las perversiones sexuales, pero sí puedo garantizar una devoción a todos los altos ideales y normas de mi propio hogar, y puedo esforzarme por dar a mi familia una vida feliz, de confianza mutua y espiritual.
Es posible que yo no pueda acabar con la corrupción y deshonestidad que ocurre en los altos puestos, pero yo sí puedo ser honesto y recto conmigo mismo y vivir lleno de integridad y verdadera dignidad, entrenando a mi familia en la misma forma.
Es probable también que yo no pueda asegurarme de que todos mis vecinos tengan sus oraciones familiares, su noche de hogar, que asistan a las reuniones de la Iglesia y que lleven una vida espiritual y equilibrada, pero sí puedo asegurarme de que mis hijos sean felices en mi hogar. Ellos crecerán fuertes y altos y se darán cuenta de que su libertad se encuentra en el hogar, en su fe, en una vida limpia y en la oportunidad de servir. Tal como Cristo dijo: “Y la verdad os hará libres”.
En nuestra lucha por la perfección que buscamos, no hay virtudes más importantes que las de la integridad y la honestidad. Seamos íntegros, firmes, puros y sinceros, para que podamos desarrollar dentro de nosotros mismos la calidad de alma que en otros tenemos en tan alta estima.
























