
La Gran Apostasía
por James E. Talmage
Capítulo 1
Introducción
EL ESTABLECIMIENTO DE LA IGLESIA DE CRISTO
- Una creencia común de toda secta y toda iglesia profesando la Cristiandad es que Jesucristo, el Salvador y Redentor de la raza humana, estableció Su Iglesia sobre la tierra, por ministerio personal en el meridiano de los tiempos. La historia eclesiástica, la cual se distingue de la historia secular, trata de las experiencias de la Iglesia desde la época de su establecimiento. Las condiciones bajo las cuales la Iglesia se fundó llaman nuestra atención primeramente.
- Al principio de la era Cristiana, los Judíos, de en común con la mayoría de las demás naciones, eran súbditos del Imperio Romano.[1] Se les permitía un grado considerable de libertad en mantener sus observaciones religiosas y costumbres nacionales generalmente, pero su estado civil era lejos el de un pueblo libre e independiente.
- El período fue una de paz comparativa – una época marcada por menos guerras menos disensión que lo que el imperio había conocido por muchos años. Estas condiciones eran favorables para la misión del Cristo, y para la fundación de Su Iglesia en la tierra.
- Los sistemas religiosos existentes en el tiempo del ministerio terrenal de Cristo se pueden clasificar en una forma general coma JUDAICO y PAGANO, con un sistema menor – el SAMARITANO – la cual en esencia era una mezcla de los otras dos. Los hijos de Israel solos proclamaban la existencia del Dios verdadero y viviente; ellos solos esperaban el advenimiento del Mesías, a quien ellos equivocadamente esperaban como conquistador prospectado quien vendría a aniquilar los enemigos de su nación. Todas las demás naciones, lenguas y pueblas se inclinaban a deidades paganas, y su adoración consistía de nada más que los ritos sensuales de idolatría pagana. PAGANISMO[2] era una religión de forma y ceremonia, basada en politeísmo – una creencia en la existencia de una multitud de dioses, las cuales deidades estaban sujetas a todos los vicios y pasiones de la humanidad, mientras distinguidas por una inmunidad a la muerte. La moralidad y la virtud no se conocían como elementos de servicio pagano; y la idea dominante en adoración, pagana era la de propiciar a los dieses, en la esperanza de desviar su ira y de comprar su favor.
- Los Israelitas, o Judíos como se conocían colectivamente, por tanto quedaban aparte entre las naciones como poseedores orgullosos de conocimiento superior, con un linaje y una literatura, con una organización sacerdotal y un sistema de leyes, los cuales separaban y distinguía a ellos como un pueblo una vez peculiar y exclusivo. En tanto que los Judíos estimaban a sus vecinos idólatras con aborrecimiento y desprecio en cambio fueron tratados con decisión como fanáticos e inferiores.
- Pero los Judíos, mientras tanto que se les distinguía como un pueblo parte del resto del mundo, no eran de ninguna manera un pueblo unido; al contrario, se dividieron entre sí por asuntos de profesión y prácticas religiosas. En primer lugar, había una enemistad a muerte entre los Judíos y los Samaritanos. Estos eran un pueblo mezclado que habitaba una provincia distinta, mayormente entre Judea y Galilea, grandemente formada de colonos Asirios quienes se habían mezclado con los Judíos. Mientras afirmaban su creencia en el Jehová del Antiguo Testamento, ellos practicaban muchos ritos pertenecientes al paganismo que ellos profesaban haber abandonado, y se estimaba por los propios Judíos como no ortodoxos y réprobos.
- Entonces los Judíos mismos fueron divididos en muchas sectas y facciones, entre las cuales, los principales eran los Fariseos y los Saduceos; además leemos de los Esenios, Galileanos, Herodianos, etc.
- Los Judíos vivían bajo la Ley de Moisés, la observancia exterior de la cual impuesta por mandato sacerdotal, mientras el espíritu de la ley era generalmente ignorada por sacerdote y pueblo por igual. Que la Ley de Moisés se dio como una preparación para algo mayor fue afirmado posteriormente por Pablo, en su epístola a los santos de Galacia; “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo.” (Gálatas 3:24). Y el hecho que una ley superior había de reemplazar a la menor se muestra abundantemente en las propias enseñanzas del Salvador: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio… Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio.” “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla ya adulteró con ella en su corazón.” “Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo.” “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen.” (Mateo 5:21-44; lea el capítulo entero)
- Estas enseñanzas, basadas en el amor, tan diferentes del espíritu de retaliación al cual ellos se habían acostumbrado bajo la ley, causó gran sorpresa entre la gente; más en afirmación al hecho de que la ley no había de ser ignorada, y sólo podía ser reemplazada por su cumplimiento, el Maestro dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.” (Mateo 5:17, 18)
- Es muy evidente que el Maestro había venido con una doctrina mayor que entonces se conocía, y que las enseñanzas del día eran insuficientes: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (vers 20)
- Jesús mismo era estricto en cumplir con todos los requisitos legítimos bajo la ley; pero Él rehusó a reconocer una observancia de la letra sola, no obstante, cuán rígidamente requerida, como substituto por una condescendencia con el espíritu del requerimiento Mosaico.
- Las enseñanzas y los preceptos excelentes de verdadera moralidad inculcados por el Cristo prepararon las mentes de aquellos quienes creían Sus palabras para la introducción del evangelio en su pureza, y para el establecimiento de la Iglesia de Cristo como una organización terrenal.
- De entre los discípulos, quienes le seguían, algunos de los cuales habían sido honrados por llamamientos preliminares, Él escogió a doce hombres, a quienes Él ordenó al apostolado: “Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar.” (Marcos 3:14) Nuevamente: “Y cuando era de día llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos, a los cuales llamó apóstoles.” (Lucas 6:13; compárese con Mateo 10:1, 2) Los doce testigos especiales de El y Su obra fueron enviados a predicar en las varias ciudades de los Judíos. En ésta, su primera misión, ellos fueron instruidos a confinar su ministerio a la casa de Israel, y el peso de su mensaje era “El reino de los cielos se ha acercado.” (Mateo 10: 7; estudie el capítulo entero) Les fue mandado a usar el poder con el cual ellos habían sido investidos por ordenación, en predicar, en sanar a los enfermos, aún resucitar a los muertos, y en subyugar a los espíritus malvados; la admonición del Maestro fue: “De gracia recibisteis, dad de gracia.” Ellos debían viajar sin dinero o provisiones, contando con un poder más alto a suplir sus necesidades por medio de la agencia de aquellos a quienes ellos ofrecerían el mensaje de la verdad; y fueron amonestados de las posibles dificultades que estarían esperándoles, y de la persecución que tarde o temprano seguramente les sucedería.
- En una fecha posterior Cristo llamó a otros a la obra del ministerio, les mandó en parejas para precederle y preparar a la gente para Su venida. Así que leemos de los “setenta” quienes fueron instruidos en términos casi idénticos con los de la comisión apostólica. (Lucas 10; compárese con Mateo 10) Que su investidura era una de autoridad y poder y no una mera forma se muestra por el éxito que atendía a sus administraciones; pues cuando volvieron ellos informaron triunfantemente, “Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre.” (Lucas 10: 17)
- La comisión específica dada a los apóstoles en el momento de su ordenación fue recalcada después. Ellos eran los súbditos de la ordenanza solemne particularmente mencionada como el lavamiento de los pies, tan necesaria que en respuesta a la objeción de Pedro el Señor dijo: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.” (Juan 13:4–9) Y a los once quienes habían permanecido fieles, el Señor Resucitado entregó Sus instrucciones de partida, inmediatamente antes de su ascensión: “Id por todo el mundo y predicad El evangelio a toda criatura.” Después de la partida del Señor los apóstoles emprendieron el ministerio con vigor: “Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que les seguían.” (Marcos 16:14-20; compárese con Mateo 28:19, 20)
- Estas escrituras indican la autoridad de los apóstoles para administrar los asuntos de la Iglesia después de la ascensión del Mesías Resucitado. Que a Pedro, el miembro mayor del consejo apostólico, le fue concedido una posición de presidencia, aparece en la admonición especial y encargo del Salvador a orillas del mar de Tiberias. (Juan 21:15–17)
- Que los apóstoles se dieron cuenta de que aunque el Maestro se había ido, se les había dejado a ellos autoridad y mando para edificar la Iglesia como una organización establecida, se comprueba abundantemente por escritura. Primeramente, ellos procedieron a llenar la vacante en el consejo presidente o ‘quórum’ de los doce, una vacante ocasionada por la apostasía y la muerte de Judas Iscariote; y el modo de procedimiento en este acto oficial es instructivo. La instalación de un apóstol nuevo no fue determinada solamente por los once; leemos que los discípulos (o miembros de la Iglesia) fueron reunidos – como ciento veinte en número. A ellos Pedro presentó el asunto que requería atención, y puso énfasis en el hecho de que el hombre que sería elegido debería ser uno quien tenía conocimiento y testimonio personal del ministerio del Señor, y quien, por lo tanto, se calificaba para hablar como testigo especial de Cristo, cuya calificación es la característica que distinguía el apostolado. “Es necesario, pues, ” dijo Pedro, “que de estos hombres que han estado junto con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección.” (Hechos 1:21-22; lea vers. 15 al 26 inclusive) Se nos informa además, que dos hombres fueron nombrados, y que el poder divino se invocaba para señalar si uno u otro, y si a si fuere, cuál, era el escogido del Señor. Entonces se echaron los votos “y la suerte cayó sobre Matías; y fue contado con los once apóstoles.”
- Es evidente que los apóstoles consideraban a su consejo o quórum como definitivamente organizado con un término de miembros de doce; y que la obra de la Iglesia requería que la organización estuviese completa. No obstante, leemos que ningún otro fue llamado subsiguientemente a ocupar vacantes en el consejo de los doce. Pablo, a quien previo a su conversión se le conocía como Saulo de Tarso, recibió una manifestación especial, en la cual él oyó la voz del tenor resucitado declarar “Yo soy Jesús a quien tú persigues,” (Hechos 9: 5; lea vers 1 al 22) y por consiguiente llegó a ser un testigo especial del Señor Jesús, y como tal era en verdad un apóstol, aunque no tenemos definido registro bíblico alguno de que jamás fue hecho miembro del consejo de los doce. Tocante a mostrar la importancia de la ordenación a oficios bajo las manos de autoridades debidamente constituidas, tenemos el caso de la ordenación de Pablo. Aunque él había conversado con el Jesús Resucitado, bien que él había sido sujeto de una manifestación especial del poder divino en la restauración de su vista, él, sin embargo, tenía que ser bautizado; y después fue comisionado para la obra del ministerio por la imposición de manos autorizada. (Hechos 13:1–3)
- Otro caso de acción oficial en escoger y apartar a hombres a oficios especiales en la Iglesia surgió poco después de la ordenación de Matías. Parece que una característica de la organización de la Iglesia en los primeros días apostólicos era una propiedad en común de cosas materiales, cuya distribución se hacía según la necesidad. A medida que aumentaba (el número de) los miembros, se encontró impracticable para los apóstoles el dedicar la atención y tiempo necesarios a estos asuntos temporales, así que ellos pidieron a los miembros que seleccionaran a “siete varones de buen testimonio”, a quienes los apóstoles designarían para tomar encargo especial de estos asuntos. Estos hombres fueron apartados por la oración y por la imposición de manos. (Hechos 6:1–7) El caso es instructivo al mostrar que los apóstoles se daban cuenta de su posición de autoridad de dirigir los asuntos de la Iglesia, y que ellos observaban con fidelidad estricta el principio del común acuerdo en la administración de su importante oficio. Ellos ejercían sus poderes sacerdotales en el espíritu de amor, y con consideración debida a los derechos de la gente sobre quienes ellos fueron puestos a presidir.
- Bajo la administración de los apóstoles, y otros quienes labraban bajo su dirección en posiciones de menor autoridad, la Iglesia crecía en número y en influencia.[3] Por diez años después de la ascensión de Cristo, Jerusalén siguió como cabecera de la Iglesia, pero ramas, o como se designaban en el registro bíblico, “iglesias” separadas, fueron establecidas en las provincias exteriores. Como tales ramas se organizaban, obispos, diáconos, u otros oficiales fueron llamados, y sin duda ordenados por autoridad, para ministrar en asuntos locales. (véase Filipenses 1:1; compárese con 1 Tim 3:1, 2, 8, 10)
- Que la comisión del Señor Jesús a los apóstoles, instruyéndoles a predicar, El evangelio abiertamente, se ejecutaba con prontitud y celo, es evidente del crecimiento rápido de la Iglesia en los tempranos tiempos apostólicos. (Hechos 6:7; 12:24; 19:20) Pablo, escribiendo alrededor del año 64 D. C. – Aproximadamente treinta años después de la ascensión declara que el evangelio ya había sido llevado a toda nación “se predica en toda la creación que está debajo del cielo,” (Col. 1:23; compárese con el vers 6) por la cual, esta expresión del apóstol, sin duda, quiere decir que el mensaje del evangelio había sido proclamado tan generalmente, que todo aquel que quisiese podría aprender de ello.
- Detalles tocantes a la organización de la Iglesia en días apostólicos no se dan con gran plenitud. Como ya se mostró, la autoridad presidente se con¬firió sobre los doce apóstoles; y, además, el llamamiento especial de los setentas ha recibido nuestra atención; pero además de estos había evangelistas, pastores, y maestros, (Efesios 4:11) y en adición, sumos sacerdotes, (Hebreos 5:1-5; Hechos 14:23; 15:6; 1 Pedro 5:1) élderes (ancianos), obispos, (1 Tim. 3:1; Tito 1:5) etc. El propósito de estos varios oficiales se explica por medio de Pablo: “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.” (Efesios 4:12; lea también vers. 13 al 16) La Iglesia con sus oficiales calificados y sus dones espirituales ha sido precisamente comparada a un cuerpo perfecto con sus órganos separados y sus miembros individuales, cada uno necesario para el bienestar del conjunto; sin embargo, ninguno independiente del resto. Como en el organismo humano, así también en la Iglesia de Cristo, nadie con propiedad le puede decir a otro, “No te necesito.” (Véase 1 Cor. 12; vea Nota 4 al final del capítulo) [4]
LA IGLESIA DE CRISTO EN El HEMISFERIO OCCIDENTAL
- Hemos visto, por la evidencia de las escrituras Judaicas, cómo la Iglesia se estableció y se hizo fuerte en Asia y Europa durante e inmediatamente después del meridiano de los tiempos. Las escrituras citadas son tales que agradan a todo cristiano sincero; la autoridad es la del Nuevo Testamento. Hemos de considerar ahora el establecimiento de la Iglesia entre aquellos que constituían otra división de la casa de Israel – un pueblo que habitaba lo qué ahora se conoce como el continente Americano.
- Para el beneficio de aquellos que desconocen las escrituras Nefitas, publicadas al mundo como el Libro de Mormón, un breve compendio aquí se presenta.[5] En el año 600 A.C., durante el reinado de Sedequías, una colonia pequeña fue dirigida por un profeta inspirado llamado Lehi. Esta gente fue traída por ayuda divina a las orillas del Mar de Arabia, donde ellos construyeron un barco en el cualatravesaron las grandes aguas a la costa occidental de Sudamérica. Ellos desembarcaron en el año 590 A. C. El pueblo pronto se dividió en dos partes, dirigidas respectivamente por Nefi y Lamán, hijos de Lehi; y estas facciones se tornaron en dos naciones opuestas conocidas en la historia como Nefitas y Lamanitas. Aquella se desarrollaba mientras ésta retrocedía en las artes de la civilización. Los profetas nefitas predijeron el advenimiento terrenal del Mesías, y pronosticaron Su ministerio, crucifixión, y resurrección.
- El registro expone que el Mesías apareció en persona en medio de los Nefitas en el continente occidental. Esto fue subsiguiente a Su ascensión del Monte de los Olivos. Una figuración de este gran acontecimiento fue dada por Cristo en una declaración hecha mientras El todavía vivía en la tierra. Comparándose a Sí mismo al buen pastor quien da su vida por las ovejas, Él dijo: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo yo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño y un pastor.” (Juan 10:16, lea vers. 1-18 inclusive; compárese 3 Nefi 15:21)
- Según los anales Nefitas, ciertas señales predichas de la muerte del Sal¬vador habían acontecido. Terremotos destructores y otras convulsiones horribles de la naturaleza tuvieron lugar en el occidente, mientras la tragedia suprema se realizaba en Calvario. El pueblo de la tierra de Abundancia, abarcando la porción norte de América del Sur, todavía se maravillaba de las grandes convulsiones que tanto les había maravillado unas semanas antes, y, en cierta ocasión, estaban reunidos discutiendo el asunto, cuando oyeron una voz, como si viniera del cielo, diciendo: “He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre: a él oíd.” (3 Nefi 11:7; lea el capítulo entero) Dirigiendo la vista hacia arriba vieron a un hombre vestido con una túnica blanca, y al tocar la tierra dijo: “He aquí, yo soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo. “Levantaos y venid a mí, para que podáis meter vuestras manos en mi costado, y para que también podáis palpar las marcas de los clavos en mis manos y en mis pies, a fin de que sepáis que soy el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y que he sido muerto por los pecados del mundo.” (3 Nefi 11:10, 14)
- Habiéndose así manifestado a Sí mismo, Cristo procedió a instruir a la gente en el plan del evangelio como Él lo había predicado, y en la constitución de la Iglesia como Él la había establecido en el oriente. Él visitó al pueblo Nefita en ocasiones subsiguientes, les enseñó muchos de los preceptos previamente dados a los Judíos; Él hizo hincapié en la doctrina del bautismo y de las otras ordenanzas necesarias para la salvación; instituyó la Santa Cena en conmemoración de Su muerte expiatoria; escogió y comisionó a doce apóstoles; explicó la importancia de designar la organización por su debido nombre -la Iglesia de Cristo; y anunció el cumplimiento de la ley de Moisés y el hecho de que desde aquel momento fue reemplazada por el evangelio incorporado en la Iglesia tal como se estableció por Él. En el plan de organización, en la doctrina y el precepto, y en las ordenanzas prescritas, la Iglesia de Cristo en el Occidente era la contraparte de la Iglesia en Palestina.
- Así en el meridiano de los tiempos la Iglesia de Dios se fundó en ambos lados de la tierra. En su simplicidad y belleza prístinas se exhibe la majestad de una institución divina. Ahora es nuestro triste deber considerar la declinación del poder espiritual dentro de la Iglesia; y la apostasía eventual de la misma.
NOTAS
[1] CONDICIONES AL COMIENZO DE LA ERA CRISTIANA. “Al nacimiento de Cristo esta asombrosa federación del mundo en una gran monarquía finalmente se había logrado. Augusto, en Roma, era la única potencia a la cual toda nación miraba. ‘Ningún príncipe, ningún rey, ningún potentado de nombre cualquiera podía romper la calma que tal dominio aseguró.’ Fue en esta era única, que Jesucristo nació. La tierra entera yacía callada en paz profunda. Toda comarca yacía libremente abierta al mensaje de misericordia y amor por lo cual El venía a anunciar. Tampoco eran las condiciones sociales y morales del mundo en general, al nacimiento de Cristo, menos apropiadas para Su advenimiento que la política. El premio de la poder universal alcanzado durante setenta años de complots y guerras civiles desoladores había sido ganado por fin por Augusto. Sula y Mario, Pompeyo y César, habían dirigido sus legiones la una contra la otra, igualmente en Italia y las provincias, se habían empapado con sangre. Augusto mismo había logrado el trono sólo después de trece años de guerra, la cual incluía regiones ampliamente separadas. El mundo estaba agotado por la agonía prolongada de tal contienda; anhelaba reposo.” (Cunningham Geikie, “The Life and Works of Christ;” New York, 1894; vol. I, p.25.)
“El imperio Romano, al nacimiento de Cristo, estaba menos agitado por guerras y tumultos como lo había sido por muchos años antes. Porque aunque no puedo asentir a la opinión de aquellos que, según el cuento de Orosius, mantienen que el templo de Janus fue entonces cerrado, y que guerras, y discordias absolutamente cesaron a través del mundo, aun es cierto que el período en que nuestro Salvador descendió sobre la tierra puede ser justamente nombrado la “era pacífica”, si la comparamos con los tiempos precedentes. Y en verdad la tranquilidad que entonces reinaba era necesaria para permitir que los ministros de Cristo ejecutaran con éxito su comisión sublime a la raza humana.” (Mosheim, Ecclesiastical History; Silo I, Parte 1, Cap. l: 4.)
[2] PAGANISMO AL COMIENZO DE LA ERA CRISTIANA. “Cada nación entonces tenía sus dioses respectivos, sobre les cuales presidía uno más excelente que los demás; pero en una manera que esta suprema deidad misma fue controlada por el rígido imperio de los hechos, o lo que los filósofos llamaban “necesidad externa”. Los dioses del oriente eran diferentes de los Gaulos, los Alemanes, y las otras naciones septentrionales. Las divinidades Griegas diferían mucha de las de los Egipcios, quienes deidificaban plantas, animales, y una gran variedad de las producciones tanto de la naturaleza como el arte. Cada pueblo también tenía su propia manera particular de adorar y aplacar a sus deidades respectivas, enteramente diferente de los ritos sagrados de otros países. ‘Una cosa, verdaderamente, la cual a primera vista parece muy notable, es que esta variedad de religiones y de dioses no producía guerras ni disensiones entre las diferentes naciones; excepto los Egipcios. Aunque es necesario exceptuarlos aún a ellos, desde que sus guerras emprendidas por sus dioses no se pueden estimar con propiedad como totalmente de una naturaleza religiosa. Cada nación toleraba que sus vecinas siguiesen su propia procedimiento de adoración, que adorasen a sus propios dioses, y que disfrutasen de sus propios ritos y ceremonias, y no descubrieron ningún tipo de disgusto en su diversidad de sentimientos en asuntos religiosos. Hay, sin embargo, poco de maravilloso en este espíritu de tolerancia mutua, cuando consideramos que todos miraban al mundo como un gran imperio, dividido en varias provincias, sobre cada una de las cuales presidía un cierto orden de divinidades; y que por lo tanto ninguno podía considerar con desprecio a los dioses de otras naciones, en forzar a extranjeros a rendir homenaje a los suyos. Los Romanos ejercían su tolerancia en una manera más amplia; porque, aunque ellos no permitían hacer cambioalguno en las tradiciones que públicamente se profesaban en el imperio, ni cualquier nueva forma alguna de adoración podía ser abiertamente introducido, todavía ellas concedían a sus ciudadanos una plena libertad de observar en secreto los ritos sagrados de otras naciones, y de honrar a deidades extranjeras (cuya adoración no contenía nada inconsistente con los intereses y las leyes de la república) con fiestas, templos, arboledas consagradas y tales testimonios de homenaje y respete.” (Mosheim, “Eccl. Hist., “ Cent. I, Part I: ch. 1: 7 – 8.)
[3] DESARROLLO RAPIDO DE LA IGLESIA. Eusebio, quien escribió durante la parte temprana de la primera década después de la ascensión col Salvador, dice:
“Así, entonces, bajo una influencia y cooperación celestiales, la doctrina del Salvador, como los rayos del sol, rápidamente irradiaba al mundo entero. Entró de a poco, en acuerdo con la profecía divina, el son de Sus evangelistas y apóstoles inspirados había viajado a través de toda la tierra, y sus palabras a lo cabos del mundo. A través de toda ciudad y villa, semejante a una “era llena”, las iglesias abundaban rápidamente y se llenaban de miembros de todo pueblo. Aquellos, quienes, en consecuencia, de las desilusiones que les habían heredado sus antecesores, habían sido limitados por la enfermedad de la superstición idólatra, ahora fueron liberados por el poder de Cristo, por las enseñanzas y milagros de Sus mensajeros.” (Eusebius, “Ecclesiastical History, “ Book I, Cap. 3.)
[4] El MINISTERIO APOSTÓLICO, UN DIVINO INSTRUMENTO “Cuando consideramos el progreso rápido de la Cristiandad entre las naciones Gentiles, y los pobres y débiles instrumentos por los cuales este grande y maravilloso acontecimiento fue inmediatamente efectuado, naturalmente tenemos como recurso, una mano omnipotente e invisible, como su debido y verdadero origen. Porque, a menos que supongamos una intervención divina, ¿Cómo era posible que hombres, desposeídos de toda ayuda humana, sin crédito o riquezas, erudición, o elocuencia, podían, en tan corto tiempo, persuadir a una parte considerable del género humana a abandonar la religión de sus antepasados? ¿Cómo era posible que un grupo de apóstoles, quienes, como pescadores y publicanos, tenían que ser odiosos a todos los demás, podían comprometer a los eruditos y poderosos, a abandonar sus prejuicios favoritos, y a abrazar una nueva religión la cual era un enemigo a sus pasiones corruptas? Y, en verdad, sin duda había indicaciones de un poder celestial constantemente atendiendo a su ministerio. Había en su habla misma, una energía increíble, un poder asombroso de enviar luz al entendimiento, y convicción al corazón.” (Mosheim, Ecclesiastical History, “Siglo I, Parte I, Cap. 4: 8)
[5] NEFITAS Y LAMANITAS. Los progenitores de la nación Nefita “fueron conducidos desde Jerusalén, 600 A. C., por Lehi, un profeta Judío de la tribu de Manasés. Su familia inmediata, al tiempo de su salida desde Jerusalén, comprendía a su esposa Saríah, y sus hijos, Lamán, Lemuel, Sam, y Nefi; después de un período de tiempo, las hijas se mencionan, pero si cualquiera de éstas nació antes del éxodo de familia no lo sabemos. Junto a su propia familia, la colonia de Lehi incluyó a Zoram, e Ismael, éste un Israelita de la tribu de Efraín. Ismael, con su familia, se unió a Lehi en el desierto; y sus descendientes se contaron con la nación de quien hablamos. La compañía viajó al sureste, bordeando las fronteras del Mar Rojo; entonces, cambiaron su curso al este, cruzando la península de Arabia; y allí, sobre las costas del Mar Arábico, construyeron y aprovisionaron una embarcación en que ellos encomendaron a sí mismos al cuidado Divino sobre las aguas. Su travesía los llevó al oriente a través del Océano Indico, entonces sobre el Océano Pacífico sur a la costa occidental de Sudamérica, donde desembarcaron (590 A.C.) ‘La gente estableció sobre lo que para ellos era la tierra de promisión; Muchos hijos nacieron, y en el curso de unas cuantas generaciones una posteridad numerosa tomó posesión de la tierra. Después de la muerte de Lehi, una división ocurrió, algunos del pueblo aceptaron como su líder a Nefi, quien había sido nombrado debidamente al oficio de profeta; mientras el resto proclamó a Laman, el mayor de los hijos de Lehi, como su líder. De aquí en adelante el pueblo dividido fueron conocidos como Nefitas y Lamanitas respectivamente. En ocasiones, tuvieron relaciones bastante amistosas; sin embargo, eran generalmente enemigos: los Lamanitas manifestaban hostilidad y odio implacable hacia sus hermanos los Nefitas. Los Nefitas progresaron en su civilización, construyendo grandes ciudades y estableciendo prósperas comunidades; aún ellos, frecuentemente, cayeron en la transgresión; y el Señor los castigó concediendo victoria a sus enemigos. Ellos esparcieron hacia el norte, ocupando la parte septentrional de Sudamérica; entonces, cruzando el Istmo, extendieron su heredad sobre las tierras del sur, centro y este de lo que ahora son los Estados Unidos de América. Los Lamanitas, mientras aumentaban en números, cayeron bajo la maldición de la obscuridad; llegaron a ser de piel oscura, y su espíritu se descarrió olvidándose del Dios de sus padres, viviendo una vida nómada y salvaje, y degenerando en el estado caído en que los Indios Estadounidenses – sus descendientes directos – fueron encontrados por aquellos que redescubrieron el continente occidental en tiempos recientes.” (El Autor, Artículos de Fe, Lect. 14: 7, 8.)
























