La Vida Buena
por Harvey Fletcher
En su libro nos invita a reflexionar profundamente sobre el verdadero significado de una vida plena. Aunque mundialmente conocido como un brillante físico y pionero en la acústica, Fletcher no se limita aquí a hablar de ciencia, sino que se abre como un hombre de fe, de convicciones firmes y de anhelos espirituales. Desde las primeras páginas, uno siente que está escuchando a un mentor sabio y sereno, que ha caminado por la senda del conocimiento sin perder de vista el horizonte eterno.
El corazón de su mensaje es claro: la buena vida no se mide por el dinero, el poder o el reconocimiento social, sino por la calidad de nuestro carácter, la sinceridad de nuestra fe, y el servicio que prestamos a los demás. Para Fletcher, la verdadera grandeza consiste en ser útil, en mejorar constantemente y en vivir de acuerdo con principios eternos. Su voz resuena como la de un padre que quiere preparar a sus hijos —y a todos los jóvenes— para enfrentar el mundo con fe, integridad y propósito.
A lo largo del libro, nos va mostrando cómo la ciencia y la religión no son enemigas, sino aliadas. Como científico, vio en el orden del universo una evidencia del amor y la inteligencia de un Creador. Para él, buscar la verdad en un laboratorio o en las Escrituras es parte de una misma travesía. Nos enseña que cada descubrimiento verdadero, cada paso hacia el conocimiento, puede ser un acto de reverencia si se realiza con humildad y gratitud.
Habla también del valor del esfuerzo. Rechaza la vida cómoda y superficial, y nos recuerda que el desarrollo personal requiere trabajo, disciplina, y la voluntad de superarse día a día. Nos anima a educarnos, no sólo en las aulas, sino en la vida, en la familia, en la práctica del bien. Fletcher entiende que el carácter no se hereda: se construye, se pule con decisiones diarias, pequeñas pero constantes.
Y, en medio de todo, exalta el papel central de la fe y la familia. No hay en él una fe rígida ni vacía, sino una espiritualidad viva, serena y práctica. Cree en un Dios que guía, que da sentido a la existencia y que espera que sus hijos vivan con justicia y amor. Cree en la oración, en la obediencia a los mandamientos, en el poder del hogar como escuela de virtud.
Quizá lo más valioso del libro es la paz que transmite. No busca impresionar, ni imponer. Su objetivo es más profundo: inspirar. En sus páginas se encuentra la voz de un hombre que ha probado el conocimiento, el éxito profesional, y que al final señala que la verdadera felicidad está en vivir bien, hacer el bien y ser bueno.
Prefacio
Dios “…pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en hacer el bien, buscan gloria, honra e inmortalidad…” Así escribió el apóstol Pablo a los Romanos (Romanos 2:6-7).
Obtener la vida eterna es la meta de todo buen cristiano, y esto es especialmente verdadero para aquellos de nosotros que hemos abrazado las enseñanzas del Evangelio Restaurado: el Evangelio enseñado por Jesucristo cuando predicó personalmente entre los hombres.
La Vida Buena es la vida de “una paciente perseverancia en hacer el bien”, y el propósito de esta serie de lecciones es tratar, aunque sea de manera breve, algunos de los elementos que componen este tipo de vida. Se espera que las reflexiones contenidas en estas páginas puedan despertar en cada uno de quienes estudien estas lecciones el firme propósito de hacer lo que es correcto, conforme a las enseñanzas del Salvador.
Carl J. Christensen
Raymond B. Holbrook
Lewis J. Wallace
David H. Yarn, Jr.
Asahel D. Woodruff
Dona D. Sorensen
COMITÉ DE CURSOS
Introducción
Durante muchos años, filósofos y líderes religiosos han intentado definir la bondad: qué es un hombre bueno, un acto bueno o una sociedad buena. Para muchas personas que no son miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, esta palabra ha llegado a ser casi sinónima de “castidad”. Pero la castidad es solo un aspecto de la Vida Buena; hay muchos más.
En un sentido literal, la palabra evangelio significa “buena historia”, “buenas noticias”, “historia de Dios”, “alegres nuevas”, etc. Bondad y Dios tienen un origen muy parecido, casi idéntico. Para los cristianos, el Evangelio significa “buenas noticias” o “alegres nuevas” de gran gozo acerca de Jesús: la historia de su vida y sus enseñanzas, con especial énfasis en su milagrosa resurrección.
Esta serie de lecciones tiene por objeto describir la Vida Buena —o el Evangelio— como una forma de vida, tal como fue descrita por el Salvador y por aquellos que han sido debidamente designados para hablar en su nombre, y, por consiguiente, por los Santos de los Últimos Días. Para que esta exposición sea útil, debe describir con el mayor detalle posible aquellas actividades que deberían ocupar el tiempo de una persona desde su nacimiento hasta su muerte. Es necesario presentar muchas razones por las cuales vivir tal vida puede considerarse una Vida Buena, y por qué ella trae alegría, satisfacción y triunfo a quienes la practican.
Para comprender algunas de las actividades propias de esta Vida Buena, es necesario describir brevemente el Evangelio como una filosofía de vida: cómo llegó el ser humano a ser lo que es, por qué está aquí y hacia dónde irá después. Esta descripción se presenta en el Capítulo 1. Es indispensable conocer esto para poder entender las “buenas actividades” descritas por los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Las lecciones que siguen se refieren a varios aspectos de la Vida Buena que deben vivirse aquí en la tierra.
Capítulo 1
El evangelio como filosofía de la vida
El modo de vivir de los hombres es, en gran medida, el resultado de su filosofía de la vida, y la filosofía de la vida de cada uno tiene mucho que ver con sus creencias, su comprensión del significado, propósito y destino de la existencia. En general, la religión de una persona —o su carácter no creyente, según sea el caso— desempeña el papel más importante en moldear su naturaleza. Tendemos a actuar de acuerdo con lo que creemos, enseñamos y proclamamos; y, en consecuencia, los grupos humanos llegan a caracterizarse por las creencias religiosas que tienen en común.
Por esta razón, los Santos de los Últimos Días han desarrollado una subcultura distintiva, profundamente influida por su religión. (Muy a menudo decimos que somos “una gente muy diferente”). Cada grupo característico se vuelve culturalmente singular en la medida en que sus ideas religiosas difieren de las de otros grupos.
Nosotros, los Santos de los Últimos Días, estamos especialmente favorecidos por el Señor, porque gozamos de las bendiciones del sacerdocio divino, y con él, del derecho y medio de comunicarnos con Dios por intermedio de profetas vivientes. Por medio de la revelación en estos últimos días —especialmente las revelaciones dadas al profeta restaurador de la Iglesia de los Últimos Días, José Smith— tenemos un conocimiento más completo y perfecto del propósito de la creación del mundo que el que posee cualquier otra persona sobre la tierra hoy en día. En consecuencia, nuestra filosofía de la vida está en armonía con el propósito divino, y si la vivimos fielmente, sin duda nos conducirá a la Vida Buena.
Hemos aprendido, por medio de la revelación de Dios a José Smith, que “el hombre fue en el principio con Dios. La inteligencia, o sea la luz de la verdad, no fue creada ni hecha, ni tampoco lo puede ser” (Doctrina y Convenios 93:29). En una ocasión, durante un sermón fúnebre pronunciado por el profeta José Smith en Nauvoo, Illinois —registrado en la Historia de la Iglesia, tomo VI, págs. 302-317, y conocido como el Discurso de King Follett— el profeta hizo hincapié en la preexistencia, la inmortalidad y el progreso eterno del ser humano.
Enseñó que “la inteligencia, o mente del hombre, es coigual (coeterna) con la de Dios mismo” y que “la inteligencia de los espíritus no ha tenido ni tendrá fin”. Esta enseñanza es clara: hay algo característico en cada uno de nosotros —a lo que se le han dado diversos nombres como “ego”, “inteligencia” o “primeros principios del hombre”— que es eterno y ha existido siempre con Dios.
En el Discurso de King Follett, la relación entre los espíritus de los hijos de Dios se explica de una manera muy especial, como sigue:
Los primeros principios del hombre son su propia existencia con Dios. Dios mismo, al darse cuenta de que Él era el centro de los espíritus y de la gloria —porque era más inteligente— vio que era necesario instituir leyes por medio de las cuales los demás tuvieran el privilegio de avanzar con Él. La relación que tenemos con Dios nos sitúa en un plano de progreso en conocimiento. Él tiene el poder de establecer leyes para instruir a las inteligencias menos desarrolladas, a fin de que puedan recibir una gloria tras otra, y adquirir todo el conocimiento, poder, gloria e inteligencia necesarios para poder salvarse en el mundo de los espíritus.
En ese mundo, vivimos en la presencia de Dios y allí progresamos en conocimiento y poder. Esta verdad la aprendemos de una declaración del Libro de Abraham, que dice lo siguiente:
“Y el Señor me había mostrado a mí, Abraham, las inteligencias que fueron organizadas antes que el mundo fuese; y entre todas éstas había muchas de las nobles y grandes. (Una inteligencia organizada es un hijo espiritual de Dios).
Y Dios vio estas almas, y eran buenas, y estaba en medio de ellas, y dijo: A éstos haré mis gobernantes —pues estaba entre aquellos que eran espíritus, y vio que eran buenos—, y él me dijo: Abraham, tú eres uno de ellos; fuiste escogido antes de nacer.
Y estaba entre ellos uno que era semejante a Dios, y dijo a los que se hallaban con él: Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos estos materiales, y haremos una tierra en donde éstos puedan morar;
Y así los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare.
Y a los que guardaren su primer estado les será añadido; y aquellos que no guardaren su primer estado no recibirán gloria en el mismo reino con los que lo hayan guardado; y quienes guardaren su segundo estado, recibirán aumento de gloria sobre sus cabezas para siempre jamás.” (Abraham 3:22–26)
Comprendemos que el primer estado fue nuestra vida preterrenal en el mundo de los espíritus. Este mundo temporal en el que vivimos actualmente es el segundo estado, y el hecho de que estemos aquí indica que guardamos nuestro primer estado; de no haber sido así, no se nos habría permitido venir aquí como espíritus encarnados.
Mientras estamos en esta vida, somos probados para ver si guardamos nuestro segundo estado, de manera que podamos merecer la gloriosa promesa dada a quienes permanecen fieles. Es, por lo tanto, de suma importancia en la vida terrenal de cada uno de nosotros guardar el segundo estado. Para ayudarnos en esto, el Señor nos ha dado Su Evangelio y un modelo para nuestras vidas.
Este Evangelio es un evangelio de acción, de hechos, de cumplimiento. En consecuencia, la manera en que conducimos nuestra vida aquí es de suma importancia, pues de ella depende que podamos merecer las bendiciones del progreso eterno y recibir gloria sobre nuestras cabezas para siempre, que es la recompensa de los fieles, es decir, de aquellos que guardan el segundo estado.
Dios, nuestro Padre, desarrolló un plan mediante el cual todos sus hijos espirituales fieles (aquellos que guardaron su primer estado) pudieran obtener un cuerpo mortal y progresar aún más en poder y conocimiento. Parte de ese plan consistía en que el hombre tendría libre albedrío para actuar en la vida terrenal conforme a su propia voluntad. De otro modo, no habría recompensa para quienes guardaran su segundo estado.
El plan también requería la intervención de un Salvador, y dos individuos se ofrecieron para cumplir ese papel. Estos fueron:
- El primogénito espíritu de Dios el Padre, quien llegó a ser Jesucristo en la vida terrenal.
- El espíritu que más tarde llegó a ser Satanás.
En la Perla de Gran Precio, este acontecimiento está registrado de la siguiente manera:
“Y yo, Dios el Señor, le hablé a Moisés, diciendo: Ese Satanás, a quien tú has mandado en nombre de mi Unigénito, es el mismo que existió desde el principio; y vino ante mí diciendo: Heme aquí, envíame. Seré tu hijo, y rescataré a todo el género humano, de modo que no se perderá una sola alma; y de seguro lo haré. Dame, pues, tu honra.
Mas he aquí, mi Hijo Amado, aquel que fue mi Amado y mi Escogido desde el principio, me dijo: Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre.
Pues, por motivo de que Satanás se rebeló contra mí e intentó destruir el albedrío del hombre, que yo, Dios el Señor, le había dado, y también porque quería que le diera mi propio poder, hice que fuese echado fuera por el poder de mi Unigénito.
Y llegó a ser Satanás, sí, aun el diablo, el padre de todas las mentiras, para engañar y cegar a los hombres, aun a cuantos no escucharen mi voz, llevándolos cautivos según la voluntad de él.” (Moisés 4:1–4)
En Doctrina y Convenios 29:36 se nos dice que, junto con Satanás, fueron arrojados del cielo:
“…y también alejó de mí a la tercera parte de las huestes de los cielos, a causa de su albedrío; y fueron echados abajo, y así resultaron el diablo y sus ángeles.”
Estos son los obstáculos puestos a los hombres en la tierra, para que el Señor pueda probarlos con ello y ver “si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”.
En una revelación muy profunda, dada a José Smith y Sidney Rigdon en el año 1832 y registrada en la sección 76 de Doctrina y Convenios, el Señor nos dio una idea de lo que será el mundo eterno al que irán los hombres después de la resurrección. Está dividido en tres regiones o condiciones principales: la gloria celestial, la gloria terrestre y la gloria telestial. Existe una oportunidad de progreso en cada una de ellas.
La gloria que el hombre alcance dependerá de cómo guarde su segundo estado. Puesto que Satanás y sus ángeles están aquí para tentar a los hombres y hacer que se aparten de los mandamientos del Señor, es necesario que, si el hombre ha de tener libertad para escoger entre estas alternativas, la influencia de Dios también esté presente aquí.
Esa influencia la encontramos en la Iglesia de Dios, en el sagrado sacerdocio, y en las enseñanzas de Jesucristo y de los profetas de todos los tiempos. Estas enseñanzas se refieren principalmente a los mandamientos de Dios, y existen no solo para probarnos, sino también para ser nuestras guías en la vida.
La Vida Buena es, entonces, la vida que Dios el Padre desea que sus hijos vivan, para que así puedan alcanzar el reino celestial. Esta vida se basa ampliamente en la rectitud de nuestras acciones tanto hacia nuestro Hacedor como hacia nuestro prójimo. La Vida Buena es la vida correcta, la vida moral, la vida que conduce al gozo y a la felicidad duradera de cada individuo, y que enriquece también la vida de los demás. Es la vida ejemplificada por nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
Esa es la vida que debemos descubrir y analizar en esta serie de lecciones, para que no vacilemos al momento de escoger el bien y los senderos rectos, cuando —como ocurre muchas, muchas veces en la vida— se nos presenten diversas alternativas.

























