La Vida Buena


Capítulo 11
Leyes Cívicas ― Responsabilidades Cívicas


“Creemos en estar sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes y magistrados; en obedecer, honrar y sostener la ley.” (12º Artículo de Fe).

Esta declaración muestra la actitud de nuestra Iglesia frente a nuestros deberes cívicos, y debe ser también la actitud de cada Santo de los Últimos Días. La violación de la ley de la tierra no sólo es una ofensa civil, sino una transgresión de uno de los principios fundamentales de la Iglesia. Debemos recordar esto cuando nos sintamos tentados a descuidar, por ejemplo, las reglas de velocidad al conducir y sólo nos preocupen los “policías de tránsito”. Nuestra mayor preocupación debe ser que estamos desobedeciendo el consejo de Dios a sus hijos, tanto como cometiendo una falta civil.

He conocido personas que jamás considerarían tomar una taza de café, pero que sólo piensan en mantenerse fuera de la vista de los oficiales para poder exceder el límite de velocidad. Lo mismo ocurre con todas las demás leyes de la tierra. Algunas pueden parecernos inadecuadas. Si es así, debemos procurar cambiarlas. Pero mientras estén vigentes como leyes, debemos cumplirlas.

En el fondo, las leyes civiles tienen su origen en los Diez Mandamientos, especialmente en estos:

  • No matarás.
  • No robarás.
  • No cometerás adulterio.
  • No levantarás falso testimonio.

Estas leyes, que originalmente fueron entregadas a Moisés como leyes de Dios, han sido desde entonces incorporadas a las leyes civiles. Se imponen penas específicas a quienes las quebrantan. Pero en el gran esquema de las cosas, sean o no descubiertos por las autoridades, su castigo es seguro, pues si no se arrepienten, serán castigados tanto por sus pecados como a causa de ellos.

En La Vida Buena afirmamos que estas leyes fundamentales no deben ser violadas, pues de hacerlo vendrán el dolor y la aflicción en lugar del gozo y la felicidad que Dios preparó para nosotros.

Jesús, en varias ocasiones, mostró que aprobaba la práctica expresada en el 12º Artículo de Fe. Por ejemplo, consideremos la traicionera pregunta que los fariseos le hicieron: “¿Qué te parece? ¿Es lícito dar tributo al César, o no?” Él, sin vacilar, respondió: “Mostradme la moneda del tributo”, y ellos le trajeron un denario. Él les dijo: “¿De quién es esta imagen y la inscripción?” Ellos respondieron: “Del César”. Entonces Él les dijo: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. (Mateo 22:17–21).

Pablo, en sus cartas, constantemente recordaba a los varios grupos de conversos al cristianismo sus obligaciones de sostener la ley. Escribiendo a Tito, dijo:

“Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra”. (Tito 3:1).

Después escribió a los Romanos:

“Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas.

De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos.

Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer a la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.

Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia.

Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios, que atienden continuamente a esto mismo.

Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra.” (Romanos 13:1–7).

De modo parecido, Pedro dio este consejo:

“Por causa del Señor, someteos a toda institución humana: ya sea al rey, como a superior; ya a los gobernantes, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien.

Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos;

como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios.

Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey.” (1 Pedro 2:13–17).

A lo largo de todo el Libro de Mormón hay constantes referencias a los deberes del pueblo de honrar y sostener la ley.

Los primeros líderes de la Iglesia restaurada plasmaron este principio de forma clara en doce declaraciones que comienzan con “Creemos…”. Estas fueron presentadas a la Asamblea General de la Iglesia en 1835 y fueron aceptadas por voto de los miembros. Constituyen la sección 134 de Doctrina y Convenios, la cual os exhorto a leer como parte de este capítulo.

Responsabilidades Cívicas

Sin leyes, ciertamente, todo va al caos. (J. Smith, Historia Documental de la Iglesia, 2:12).

Cuando el libro de Doctrina y Convenios se imprimió por primera vez en 1835, se colocó al final, en la sección 102, un artículo titulado “Sobre gobiernos y leyes en general”, con el siguiente preámbulo:

“Para que nuestra creencia en observar los gobiernos terrenales y las leyes en general no sea malinterpretada ni mal comprendida, hemos pensado en presentar, al cerrar este volumen, nuestra opinión concerniente a lo mismo”.

Esta sección fue aceptada por los miembros de la Iglesia por consentimiento unánime en la Asamblea de la Iglesia que se llevó a efecto el 17 de agosto de 1835 en Kirtland, Ohio, entonces cuartel general de la Iglesia. Siempre ha sido considerado el pronunciamiento oficial de la Iglesia sobre este asunto, y ha sido impreso en las ediciones siguientes de Doctrina y Convenios como la sección 134.

La primera parte de la declaración dice lo siguiente:

“Creemos que Dios instituyó los gobiernos para el beneficio del hombre, y que Él tiene al hombre por responsable de sus hechos con relación a dichos gobiernos, tanto en formular leyes como en administrarlas para el bien y protección de la sociedad.

Creemos que ningún gobierno puede existir en paz si no se formulan, y se guardan invioladas, las leyes que garanticen a cada individuo el libre ejercicio de la conciencia, el derecho de tener y administrar propiedades, y la protección de su vida.

Creemos que todo gobierno necesariamente requiere oficiales y magistrados civiles que pongan en vigor las leyes del mismo; y que se debe buscar y sostener, por la voz del pueblo si fuere república, o por la voluntad del soberano, a quienes administren la ley con equidad y justicia.” (Doctrina y Convenios 134:1–3).

Estas son declaraciones concisas, pero con un amplio concepto sobre el gobierno. Todo gobierno que no sea despótico y que gobierne con la intención de hacer el bien, será respaldado por esta declaración.

Hay una razón para ello: el tipo de carácter de un gobierno debe ajustarse a la inteligencia, conocimiento y entendimiento de su pueblo. Esto se está demostrando en los acontecimientos mundiales actuales.

Por ejemplo, los pueblos de África están ahora intentando cambiar sus formas de vida y sistemas de gobierno, que por mucho tiempo han sido guiados por naciones más avanzadas que los han mantenido como colonias. Ahora están en proceso de convertirse en naciones independientes y autogobernadas. Es evidente que aún no están completamente preparados, desde el punto de vista intelectual y educativo, para llevar a cabo este cambio mediante un procedimiento completamente democrático, como lo hacen algunas de las naciones más desarrolladas hoy en día.

El Evangelio restaurado, por las condiciones de su fundación, nos exhorta a ser especialmente conscientes del gobierno de los Estados Unidos de América. Los principios de este gobierno, al igual que los de muchos gobiernos actuales, están basados en la larga experiencia del ser humano con formas de gobierno hoy conocidas solo por la historia. Estas incluyen el Antiguo Israel, el Imperio Romano, la Inglaterra feudal y la América colonial.

Pero nosotros creemos que Dios también influyó en la organización del gobierno de los Estados Unidos de América, para que su Iglesia pudiera hallar un clima político apropiado en el cual llevar a cabo su restauración.

En una revelación dirigida a José Smith, el Señor dijo: “Y además, os digo que es mi voluntad que aquellos que han sido dispersados por sus enemigos sigan importunando hasta que se les imparta justicia y retribución a manos de los que os gobiernan y tienen potestad sobre vosotros.

De acuerdo con las leyes y la constitución del pueblo que yo he consentido que sean establecidas, las cuales se deben mantener para los derechos y protección de toda carne, conforme a principios justos y santos;

Para que todo hombre pueda obrar en doctrina y principio pertenecientes a lo futuro, de acuerdo con el albedrío moral que yo le he dado, para que cada hombre responda por sus propios pecados en el día del juicio.

Por tanto, no es justo que un hombre sea esclavo de otro.

Y para este fin he establecido la Constitución de este país a manos de hombres sabios que yo he levantado para este propósito mismo, y he redimido la tierra por el derrame de sangre.” (Doctrina y Convenios 101:76–80).

Podemos estar seguros de que el Señor ha guiado también el desarrollo de los sistemas gubernamentales de otras naciones donde se reconoce a Dios como el Creador y donde se ha establecido un gobierno que busca beneficiar eternamente a los gobernados.

Por consiguiente, hoy en día hay muchos gobiernos buenos en la tierra. Aunque se diferencien en los detalles o en ciertos métodos, a la larga, los resultados para sus ciudadanos serán similares. Todos estos gobiernos deben ser apoyados por los Santos de los Últimos Días que estén sujetos a ellos.

No creemos que la evolución hacia formas de gobierno más nuevas y avanzadas haya llegado a su fin. Este punto fue discutido por José Smith en un editorial publicado en Times and Seasons (diario de Nauvoo), el 15 de julio de 1842 (véase también Historia Documental de la Iglesia, 5:63). En ese editorial, escribió:

“Ha sido el designio de Jehová, desde el principio del mundo —y es su propósito ahora— regular los acontecimientos del mundo a su debido tiempo, para que Él sea la cabeza del universo y tome las riendas del gobierno por su propia mano.

Cuando eso suceda, el juicio será otorgado con rectitud; la anarquía y la confusión serán destruidas, y ‘las naciones no sabrán más de guerra’.”

Entonces, los gobiernos de la tierra se unirán por fin en uno solo y se convertirán en una teocracia, y la rectitud eterna proporcionará los principios sobre los cuales estará basada esta forma de gobierno.

Pero hasta que esto ocurra —hasta que Dios mismo establezca dicho gobierno, y ningún hombre sabe cuándo sucederá— los hombres deben mantenerse dentro de los gobiernos existentes, que coordinan y regulan los asuntos civiles. Estos gobiernos deben ser apoyados por el pueblo; de lo contrario, la anarquía, la miseria y la muerte serán el precio que paguen aquellos que traten de vivir sin el respaldo de un gobierno responsable. En tales condiciones, los hombres volverían a una vida salvaje.

El ejercicio de la ciudadanía

En muchas de las naciones en las cuales la Iglesia ha prosperado, se permite —e incluso se anima— al ciudadano a expresar sus opiniones en asuntos políticos mediante el voto. A través de este medio, eligen a quienes ejercerán autoridad civil sobre ellos.

En los países donde el privilegio de votar ha sido suspendido, el pueblo generalmente no está capacitado para guiar sus propios destinos, debido a la falta de educación e información, lo que impide alcanzar el entendimiento necesario para elegir adecuadamente.

Cuando un ciudadano ha alcanzado la edad para votar, o cuando se traslada a una nueva comunidad, debe informarse sobre los detalles de este privilegio y prepararse para participar activamente en el ejercicio de su ciudadanía.

Dado que los juicios emitidos en las urnas no son mejores que los juicios de quienes votan, cada ciudadano debe buscar información actualizada sobre los asuntos cívicos, evaluar cuidadosamente las mejores alternativas y ejercer su derecho al voto como un deber sagrado tanto como un privilegio.

Esperamos que cada Santo de los Últimos Días base sus opiniones sobre asuntos cívicos en las enseñanzas de Jesucristo y de los profetas de Dios, tanto antiguos como modernos, porque así estará orientando su elección hacia la bondad eterna.

Demasiadas personas, al reflexionar sobre su voto, se preguntan: “¿Qué gano yo preocupándome por cuestiones políticas y votando?”. Un buen ciudadano no se hace esa pregunta; en cambio, se plantea esta otra: “¿Qué puedo hacer para ayudar a mejorar mi gobierno, para el bien de todos los que viven bajo sus leyes?”.

Un gobierno, indiferente en su forma, no es mejor que aquellos que son llamados o permitidos para gobernar. Sobre este particular, el Señor dice lo siguiente:

“Y aquella ley del país, que fuere constitucional, que apoyare ese principio de libertad en la preservación de derechos y privilegios, pertenece a toda la humanidad, y es justificable ante mí.

Por tanto, yo, el Señor, os justifico, así como a vuestros hermanos de mi Iglesia, por apoyar la que fuere la ley constitucional del país; y en cuanto a la ley del hombre, lo que fuere más o menos que esto proviene del mal.

Yo, el Señor Dios, os hago libres; por consiguiente, sois en verdad libres, y la ley también os hace libres.

Sin embargo, cuando el inicuo gobierna, el pueblo se lamenta.

De modo que, se debe buscar diligentemente a hombres honrados y sabios, y a hombres buenos y sabios debéis apoyar; de lo contrario, lo que fuere menos que esto procede del mal.” (Doctrina y Convenios 98:5–10)

Es sabio, como se hace notar en esta escritura, que debemos poner especial cuidado al usar nuestro voto para elegir gobernantes buenos y rectos, y que debemos ser diligentes en esta responsabilidad.

Uno debe identificar a las personas que tienen influencia política en la comunidad, y averiguar —a través de amigos o vecinos— sobre su pasado, así como por qué y cómo están en una posición política o buscan acceder a ella. ¿Es acaso porque realmente desean servir al pueblo, o tienen un motivo personal, generalmente egoísta, que los impulsa a buscar ese cargo?

Si sus propósitos no son honorables ni rectos, debemos procurar reemplazarlos por hombres que comprendan el segundo gran mandamiento y que procuren cumplirlo en todo momento. Cada comunidad tiene personas de elevados propósitos, con mentes cívicas, que podrían ser llamadas a gobernar; a estos debemos buscar, y en ellos depositar nuestra confianza y apoyo.

Una ciudadanía vigilante, respaldada por una prensa libre y despierta, puede generalmente desplazar a líderes deshonestos, negligentes o ineptos. Si esto no se logra, el gobierno probablemente ha caído en manos de oportunistas o, peor aún, de déspotas.

Si hay partidos políticos en la nación donde usted vive, entonces es su deber examinar los principios de cada partido y afiliarse a aquel que esté más de acuerdo con los principios del gobierno que usted considera correcto.

No sólo eso: debe también participar activamente en moldear los principios de ese partido, procurando que coincidan con los principios cristianos.

En varios países democráticos, donde los partidos políticos participan del gobierno, los miembros del partido que no está en el poder suelen llamarse a sí mismos la “Leal Oposición”; leal, en el sentido de que siempre procuran el bien de la nación y sus mejores intereses; oposición, en cuanto examinan cuidadosamente —y aun desafían— las doctrinas, filosofías y acciones del partido que tiene el poder.

Esto es bueno, porque mantiene el proceso gubernamental bajo constante examen y permite revelar el fraude, el engaño, las trampas legales y otras prácticas deshonestas. Expone estos abusos a la opinión pública, y esto tiende a mantener a los gobiernos y a los hombres en el poder alejados de prácticas poco éticas o poco sabias.

Nunca debemos renunciar al privilegio ni a la práctica de constituirnos en parte de la leal oposición cuando esto sea necesario para corregir errores en el gobierno.

En las naciones democráticas de hoy en día, los hombres no son condenados por los altos oficiales del gobierno, sino por un jurado elegido entre sus conciudadanos. Así, un ciudadano puede ser llamado a cumplir con su deber como jurado.

Muchas personas tratan de eludir esta responsabilidad de diversas maneras evasivas. Quienes lo hacen no son buenos ciudadanos. El sistema de jurado fue organizado con el propósito de que el acusado tuviera un juicio justo e imparcial. La justicia sólo puede asegurarse cuando cada ciudadano responsable acepta el llamado a actuar como jurado.

Si los ciudadanos más capacitados evitan esta obligación, los jurados estarán compuestos por personas menos aptas, lo que puede llevar a decisiones extrañas e incomprensibles, y en consecuencia, no se hará justicia.

Otros deberes cívicos que todo buen ciudadano debe aceptar son: responder al llamado para ayudar en casos de emergencia, cumplir con el servicio militar, pagar los impuestos de forma honesta, y mostrar disposición para servir en comités locales establecidos para el bienestar de la comunidad, entre otros.

En un análisis final, el verdadero objetivo de un buen gobierno es proveer un código de procedimientos y normas individuales que hagan posible que un gran grupo de personas viva y trabaje en comunidad. Así se busca que, en conjunto, se logre el bienestar común más elevado, y se controle a aquellos que actúan de manera egoísta e indisciplinada, para que no puedan impedir este propósito.

Probablemente un gobierno alcanzará su objetivo más alto cuando todos los ciudadanos se conviertan a una vida conforme al ideal de la vida buena, lo cual se logra obedeciendo el segundo gran mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Puede ser que esto no se cumpla plenamente hasta que el Señor mismo venga a ordenar y reinar, como ha sido prometido por profecía.