La Vida Buena


Capítulo 12
Probabilidad de tener salud y seguridad económica


“Acostarse temprano y levantarse temprano hacen de él un hombre saludable, rico e inteligente.”

Toda persona normal desea tener las bendiciones de salud, riqueza e inteligencia. A algunos no les agrada la palabra “riqueza” y prefieren usar el término “seguridad económica”. Dios ha destinado para nosotros estas bendiciones, pero todas se obtienen mediante la obediencia a las leyes correspondientes.

Cuando una persona no posee estas bendiciones, frecuentemente se debe a que ella —o el grupo al cual pertenece— ha fallado en obedecer las leyes fundamentales. Sin embargo, esta no es siempre la causa. Los accidentes forman parte de la vida, y pueden afectar tanto al inocente como al culpable.

“Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa.” (Doctrina y Convenios 130:20–21)

Esta es la forma en que Dios expresa lo que comúnmente llamamos la ley de causa y efecto.

Por consiguiente, conocemos las leyes y también las bendiciones que las acompañan. Deberíamos ser capaces de predecir lo que le ocurrirá a una persona si sabemos qué leyes y mandamientos guarda. Parece razonable pensar que, al observar el tipo de vida que lleva un hombre, podemos anticipar cuáles serán sus circunstancias.

Para comprender mejor este razonamiento, consideremos algunos ejemplos.

En Doctrina y Convenios, inmediatamente después de la revelación conocida como la Palabra de Sabiduría, se ofrece la siguiente promesa:

“Y todos los santos que se acuerdan de guardar y hacer estas cosas, rindiendo obediencia a los mandamientos, recibirán salud en sus ombligos, y médula en sus huesos; y hallarán sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, aun tesoros escondidos; y correrán sin cansarse, y no desfallecerán al andar.
Y yo, el Señor, les hago una promesa, que el ángel destructor pasará de ellos, como de los hijos de Israel, y no los matará.” (Doctrina y Convenios 89:18–21)

Esta es una promesa directa y definida por guardar los mandamientos. Aún más, el premio es algo que podemos experimentar aquí y ahora.

En 3 Nefi, y también en Malaquías, se puede leer lo siguiente: “Traed todos los diezmos al alfolí para que haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice el Señor de los Ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros una bendición que no habrá lugar para contenerla.” (3 Nefi 24:10)

Este mandamiento fue dado tanto a los nefitas como a los judíos, y aunque no es una promesa directa para nosotros, generalmente se interpreta como aplicable a todos los hijos de Dios que han recibido la ley del diezmo.

Por lo menos, sabemos que nuestros líderes —desde Brigham Young hasta el actual presidente de la Iglesia— han enseñado que, si los santos pagan sus diezmos honestamente, serán bendecidos tanto espiritual como económicamente.

A través del profeta José Smith, el Señor promete bendiciones por el pago del diezmo. En dos pasajes de Doctrina y Convenios (85:3 y 64:23) se nos dice que aquel que ha cumplido con los diezmos no será quemado en la venida del Salvador. Por eso, me inclino a creer que los santos serán bendecidos económicamente si pagan fielmente sus diezmos.

Sin embargo, recalco que en esas declaraciones se usa el plural: “santos”.

Otro mandamiento con una promesa que implica una bendición especial es el quinto de los Diez Mandamientos, que dice así: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.” (Éxodo 20:12)

Se nos enseña que este mandamiento también nos aplica hoy en día, tanto como a los israelitas de la antigüedad.

Estos ejemplos bastan para ilustrar el principio de que las leyes divinas van acompañadas de bendiciones.

Cuando yo era joven, estas leyes con sus bendiciones llegaron a parecerme casi una certeza matemática. Pero un día, algo sucedió que cambió por completo esta filosofía.

Una pareja con dos lindos hijos eran mis vecinos. Guardaban los mandamientos que he mencionado de manera estricta y, hasta donde yo podía ver, también observaban los demás. Frecuentemente eran considerados entre los miembros más fieles de nuestro barrio.

Un día, al regresar del colegio, supe con horror que el padre de esta pequeña familia había sufrido un accidente. En la fábrica, fue alcanzado por las ruedas de una máquina y su cuerpo fue despedazado parte por parte. Murió de manera terrible, dejando a su esposa y a sus dos pequeños hijos dependiendo del barrio.

Este incidente destrozó la filosofía de la recompensa individual en la cual yo había depositado tanta confianza.

Pensando en esta experiencia, recordé que mi padre también sufrió algo que parecía un acto de injusticia por parte de la Providencia. Él era constructor civil. En medio de una de sus obras, fue llamado por la Iglesia a cumplir una misión en los Estados Centrales. En respuesta a este llamamiento, partió, dejando a su esposa y a sus siete hijos para que se cuidaran solos.

Casi al terminar su misión, su madre falleció y se le permitió regresar para asistir a los funerales. No habían pasado tres días desde su llegada a casa cuando se volvió completamente sordo, y permaneció así durante los treinta años de vida que le quedaron. Esta no era la recompensa que uno podría esperar por haber servido fielmente.

Mi madre, como presidenta de la Sociedad de Socorro, cumpliendo con su deber, pasó toda una noche cuidando a una hermana gravemente enferma de neumonía. Mamá contrajo una enfermedad virulenta y murió en un plazo de diez días. Si no hubiese sido por esta enfermedad, probablemente habría vivido muchos años más, pues tenía buena salud y era fuerte antes de esta experiencia.

Un solo ejemplo más bastará para mostrar que las personas buenas, que cumplen fielmente con sus deberes y viven conforme a los mandamientos divinos, con frecuencia sufren… incluso hasta la muerte.

La esposa de mi presidente de estaca estaba muy enferma. Ella había tenido tanto éxito esparciendo alegría, luz y fe en Dios a dondequiera que iba, que todos la querían profundamente. Jamás había escuchado oraciones más fervientes que las que ella pronunciaba. Algunos de los miembros más devotos oraban intensamente al Señor, suplicando que le permitiera vivir para que continuara siendo una bendición para toda la estaca. Pero esas oraciones parecían no tener efecto. La enfermedad siguió su curso… hasta que terminó con su vida.

Al considerar estas experiencias, cada lector sin duda recordará casos similares a su alrededor. No solemos hablar mucho de ellos, ni pensar demasiado en ellos, porque parecen contradecir las promesas del Señor.

Durante algunos años, estas aparentes contradicciones me causaron una considerable inquietud mental. Parecía que uno debía cerrar los ojos ante tales experiencias o aceptar que las leyes proclamadas por los siervos de Dios eran erróneas. Finalmente llegué a la conclusión de que ninguna de estas alternativas era necesaria.

Una modificación en la interpretación de estas promesas resuelve las contradicciones aparentes.

Esto nos lleva al verdadero significado de la palabra probabilidad. Esperamos que esta palabra sea recordada y que forme parte de nuestra conciencia al grabar la lección que aquí se enseña.

Han surgido contradicciones aparentes también en las ciencias físicas. Durante mucho tiempo, los científicos creían que cada causa producía siempre el mismo efecto; por consiguiente, pensaban que, dado que las causas de cierto momento estaban determinadas, la historia del mundo también estaba predeterminada, y que todo lo que el hombre podía hacer era observar cómo se desarrollaban los acontecimientos.

Este concepto negaba al hombre el libre ejercicio de su albedrío, el cual creemos que Dios le entregó como parte del plan de existencia terrenal.

Investigaciones recientes, especialmente en el mundo de las cosas pequeñas (la física cuántica), han demostrado que este fenómeno observado puede explicarse de una manera distinta. Los científicos han llegado a la conclusión de que es una pérdida de tiempo debatir si esta filosofía fatalista es verdadera o no, ya que no resulta útil para predecir resultados.

Si el resultado observado es diferente del resultado predicho, fácilmente se puede alegar que algunas causas no fueron consideradas al hacer la predicción. De hecho, hay causas que el ser humano tal vez nunca pueda identificar, porque en cuanto se introduce una prueba para medir las condiciones, estas mismas condiciones cambian.

Por tanto, no hay forma de saber con certeza cuáles eran las condiciones antes de introducir el instrumento de medición. Según la filosofía actual en la física, uno nunca puede predecir con exactitud lo que sucederá bajo ciertas condiciones.

Pero antes de comprender la importancia de esta declaración, debe quedar muy claro qué significa la palabra probabilidad.

Imaginemos que tengo en la mano tres pelotas: una roja, una azul y una amarilla. Si las coloco en el bolsillo de mi abrigo, las mezclo, y luego meto la mano para sacar una, ¿cuál es la probabilidad de sacar la pelota roja? Decimos que es una en tres, o un tercio.

Ahora, supongamos que coloco 99 pelotas blancas y una sola negra en un canasto, y las mezclo bien. Luego, con los ojos vendados, meto la mano en el canasto y saco una pelota. ¿Cuál es la probabilidad de que haya sacado la negra? Decimos que es una en cien, o un centésimo. Sin embargo, es posible que la primera pelota que saque sea precisamente la negra, aunque la probabilidad favorece abrumadoramente a las blancas (99 en 100).

En la actualidad, el principio de incertidumbre reina en el pensamiento científico.

Si yo lanzo una pelota contra una pared de ladrillos, casi todos dirían que es evidente que la pelota será detenida por la pared tan pronto como la toque.

Sin embargo, un físico moderno diría que hay una posibilidad —remota, pero existente— de que la pelota atraviese la pared sin tocarla. Esta posibilidad aumenta al disminuir el tamaño de la pelota. Cuando se trata de una partícula del tamaño de un átomo, y además se mueve a gran velocidad, la posibilidad de que atraviese la pared crece considerablemente.

Así, si un gran número de tales partículas pequeñas se lanza contra un lado de una pared, una parte significativa de ellas atravesará al otro lado, sin perturbar la estructura de la pared en forma alguna.

Los físicos pueden predecir con considerable certeza el comportamiento de un gran grupo de átomos y moléculas individuales, ya que este comportamiento corresponde a la probabilidad calculada.

Por ejemplo, si personas con los ojos vendados intentaran sacar la bola negra de un canasto que contiene una sola bola negra y noventa y nueve blancas, aproximadamente unas diez mil la sacarían en la primera vuelta, el mismo número en la segunda, y así sucesivamente en todas las rondas. Tal es el significado de probabilidad.

Ahora apliquemos estos principios a nuestro problema de las recompensas. No hay duda de que el grupo de santos que observa la Palabra de Sabiduría tendrá un porcentaje más alto de salud en comparación con aquellos que no la guardan. También habrá ancianos —tanto mujeres como hombres— mucho más vigorosos y saludables entre los que siguen el consejo dado en esta revelación.

¿Pero qué podemos decir de cada individuo en particular dentro de ese grupo?

Aquel que cumple con la Palabra de Sabiduría aumenta grandemente la probabilidad de tener buena salud, de vivir una vida más larga y de encontrar grandes tesoros de conocimiento. Aquel que honra a su padre y a su madre aumenta grandemente la probabilidad de una vida larga. Aquel que paga sus diezmos aumenta grandemente la probabilidad de que se le abran las ventanas de los cielos y reciba bendiciones.

No podemos afirmar que estas bendiciones se cumplirán en cada caso individual, porque cada persona está sujeta a muchas otras leyes y fuerzas, algunas de las cuales apenas entendemos.

Por ejemplo, cada uno de nosotros está influenciado por los actos buenos o malos de nuestros antepasados, hasta la tercera o cuarta generación. También estamos influenciados por lo que sucedió en nuestra vida espiritual antes de venir al mundo. De estas cosas sabemos poco o nada, y quizá nunca las conozcamos en esta vida, excepto en ciertos casos en los que Dios ha hecho revelaciones al respecto.

Quizá algunas de nuestras pruebas y tribulaciones se nos dan para enseñarnos. Por lo tanto, como ejemplo práctico, estamos obligados a aceptar un principio de probabilidad muy incierto cuando se trata de predecir las bendiciones que recibirá un individuo específico.

Pero hay una ley a la que esta incertidumbre no se aplica, y es la siguiente:

Cada individuo que guarda los mandamientos de Dios, será sin duda bendecido.

La probabilidad de que esto suceda tiende a transformarse en certeza. No hay ni una sola posibilidad de que no se cumpla.

Sin embargo, Dios bendecirá al hombre de acuerdo con sus propósitos divinos, no conforme a los deseos del propio hombre.

Desde esta perspectiva más elevada, incluso la muerte puede ser, disimuladamente, una bendición.

Es un hecho que los profetas de todas las épocas han sufrido persecución, encarcelamiento, tormento corporal e incluso la muerte por proclamar la rectitud y cumplir con sus deberes. La vida de nuestro Salvador no fue prolongada por su obediencia a los mandamientos, sino que fue crucificado siendo aún joven. Otro gran principio estaba siendo controlado.

Plantear este problema y su respuesta en términos modernos nos ayudará a comprender este principio fundamental y a darnos el valor necesario para sobreponernos cuando lo inesperado nos suceda a nosotros o a nuestros seres queridos. En tales circunstancias, esperamos poder decir como Job:

“Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios.” (Job 19:25–26)

Esto no significa que las bendiciones del Señor estén sujetas al azar. Por el contrario, sabemos que las oraciones son contestadas, que nuestras vidas están registradas en los libros eternos, y que las recompensas son reales y evidentes.

Sin embargo, es tan complejo predecir en algunos casos —al considerar la vida preterrenal, la mortal y la futura; la cantidad de mandamientos, recompensas y penalidades; y los variados grados de fidelidad— que la fórmula que relaciona obediencia y recompensa se vuelve tan intrincada que frecuentemente escapa a la comprensión humana. En tales casos, la respuesta debe quedar en manos de inteligencias más elevadas y en un tiempo futuro.

Por eso, siempre oraremos para que la paz y la prosperidad estén con ustedes, y para que escapemos de las desgracias y tribulaciones, así como Jesús oró para que pasara de Él la copa sin que tuviera que beberla. Pero también debemos estar siempre dispuestos a decir al Señor:

“Mas no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lucas 22:42)

Y decir, como el Predicador:

“El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.” (Eclesiastés 12:13–14)