Capítulo 15
Sabiduría ― Relaciones familiares
La gloria de Dios es la inteligencia (Doctrina y Convenios 93:36).
El hombre se salva tan pronto como adquiere conocimiento (Smith, Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 217).
Es imposible que el hombre se salve en la ignorancia (Doctrina y Convenios 131:6).
Cada Santo de los Últimos Días conoce estas citas que se usan muy a menudo. Otras citas que no son tan frecuentemente utilizadas son estas de Eclesiastés:
- La sabiduría del hombre ilumina su rostro (8:1).
- Mejor es la sabiduría que la fuerza (9:16).
- Mejor es la sabiduría que las armas de guerra (9:18).
- Mas la sabiduría excede, en que da vida a sus poseedores (7:12).
- La sabiduría fortalece al sabio más que diez poderosos que haya en una ciudad (7:19).
- Mejor es oír la reprensión del sabio que la canción de los necios (7:5).
Es evidente que el continuo esfuerzo hacia la sabiduría es una de las cosas esenciales en la buena vida. Aquel que se cree sabio y hace alarde de ello delante de los hombres muestra solamente que tiene vanidad, no sabiduría. “Disimula tu sabiduría con alegría”, dice Emerson. La humildad debe acompañar a la sabiduría si esta es genuina.
La sabiduría está compuesta de dos partes. La primera parte está relacionada con el conocimiento, el cual es necesario sobre las cosas y las personas. El conocimiento es el primer eslabón entre el hombre y el mundo que está delante de él, y debe ser continuamente corregido y afinado si quiere convertirse en un adulto maduro.
No debemos ser como el niño que nace ignorante en el mundo y desconoce las cosas y las personas, sino que debemos aprender de ellas. ¿Conocemos las cosas y las personas? Claro que no podemos conocer todo, pero es más nuestra actitud que el alcance de nuestro conocimiento lo que determina nuestra madurez. Los perros viejos pueden aprender nuevos trucos si no desean volver a la infancia.
¿Cuáles son algunas de las verdades fundamentales que nosotros, los Santos de los Últimos Días, debemos saber? Una de estas verdades es la realidad de la Primera Visión de José Smith. ¿Por qué es tan fundamental? Lo es por las consecuencias que la siguen. Si esta visión fue real, entonces Dios vive y Jesús es su Hijo, ya que Él fue presentado al profeta como tal. Si esto es verdad, la consecuencia sería que la Iglesia a la cual pertenecemos está divinamente guiada, y por consiguiente, debe tener un gran destino. Según entendemos, este testimonio es básico a cualquier otro conocimiento de la Iglesia.
Hay muchas otras grandes y fundamentales verdades que influyen profundamente en nuestras vidas. En el campo de las ciencias físicas, algunas de ellas fueron formuladas por Carnot como leyes fundamentales del fluido calórico. A partir de estas leyes, se puede deducir el funcionamiento de todos los motores a vapor.
Del mismo modo, las leyes fundamentales del movimiento fueron formuladas por el gran Newton. Es necesario menos de la mitad de una página para escribir estas leyes, pero una persona entrenada en manipulaciones matemáticas puede deducir de ellas las fuerzas y movimientos que intervienen en los complejos procesos que encontramos en nuestras actividades diarias.
De manera similar, Faraday y Maxwell formularon las leyes fundamentales de la corriente eléctrica. Podemos aplicar estas mismas leyes para comprender el movimiento de ondas eléctricas a través del aire —generalmente llamadas ondas de radio o radar—, así como el funcionamiento de la energía eléctrica y los circuitos de comunicación a través de los alambres.
En otras palabras, grandes personajes han formulado generalizaciones fundamentales sobre el comportamiento del mundo físico, a partir de las cuales se puede predecir el comportamiento detallado. El desarrollo del ferrocarril, las grandes plantas manufactureras, las industrias telefónicas, de televisión y cinematográficas, todas han sido el resultado de la aplicación de estas leyes fundamentales.
En el campo de los seres vivos, se han hecho generalizaciones similares, aunque no pueden determinarse de manera tan precisa. También se ha llegado a un considerable número de verdades sobre el comportamiento humano, cómo trabaja la mente y qué ocurre generalmente en un grupo social bajo ciertas condiciones definidas. Luego tenemos el vasto campo de la historia de la vida de personas y naciones, así como muchos otros ámbitos. El conocimiento de todas estas cosas es lo que nos proporciona una comprensión del mundo.
En el campo del comportamiento humano, ha sido más difícil formular generalizaciones amplias como las mencionadas anteriormente. Sin embargo, parece que el Salvador dictó una ley sobre el comportamiento humano que tiene consecuencias tan profundas para los seres humanos como las que las leyes físicas tienen para el mundo natural.
Cuando se le preguntó cuál era el mayor mandamiento, Él respondió sin vacilar:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
Y luego añadió: “De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37–40).
Esta fue Su manera de declarar que estas dos leyes son, en verdad, requisitos fundamentales para el funcionamiento de una buena sociedad.
En esta serie de lecciones estamos tratando de extraer, a partir de estas dos grandes generalizaciones, los detalles de la buena vida que traerán alegría y felicidad al individuo, y paz a la sociedad a la cual pertenece.
La discusión mencionada anteriormente nos da, entonces, una noción de lo que queremos decir por conocimiento. El primer ingrediente de la sabiduría está relacionado con la manera de aplicar ese conocimiento. Si una persona aplica sus conocimientos con fines perversos, no se le puede llamar sabio. Solo se le llama así cuando el conocimiento se utiliza con fines benéficos para el ser humano. Es decir, únicamente cuando los actos o decisiones de una persona resultan en la creación de alegría y felicidad en los corazones de otros, esos actos o decisiones pueden considerarse sabios.
A veces uno debe esperar un tiempo considerablemente largo antes de que pueda hacerse una valoración adecuada. Los sentimientos morales y las convicciones religiosas deben intervenir antes de que una acción pueda ser calificada como sabia, y esto es válido sin importar cuánto se expanda el conocimiento.
Como prueba de este razonamiento, consideremos el hecho de haber arrojado la bomba atómica sobre Hiroshima. ¿Fue inteligente hacerlo? A primera vista, ciertamente no parece sabio. Pero si uno conociera todos los factores, podría cambiar de opinión. Indudablemente, hubo un gran avance del conocimiento. La mayoría de los líderes militares han afirmado que, sin el uso de las bombas atómicas, habría sido necesaria una invasión terrestre a Japón para terminar la guerra. En tal invasión, se estima que tanto estadounidenses como japoneses habrían perdido diez veces más vidas que las que se perdieron al lanzar las dos bombas.
Si esto fuera cierto, y estuviéramos considerando todos los factores, entonces podríamos llegar a la conclusión de que dicho acto fue, en realidad, uno muy sabio.
Estos mismos principios se aplican a los hechos de nuestra vida. Solo cuando vivimos cerca de la buena vida que estamos destacando en estas lecciones, y tenemos el Espíritu del Señor que nos guía en nuestras decisiones, podemos estar seguros de que estamos utilizando nuestro conocimiento de tal manera que merezcamos ser llamados sabios.
Como lo expresó Emerson:
“La mezcla de estos dos —el conocimiento intelectual de la verdad y el sentimiento moral de rectitud— es la sabiduría.”
Relaciones Familiares
Ciertamente, una de las partes más importantes de la vida buena consiste en las actitudes y actividades dentro de la unión familiar. Los líderes de nuestra Iglesia enfatizan continuamente la importancia de la familia y la alegría que se debe encontrar en un hogar feliz de un Santo de los Últimos Días.
Debido a la naturaleza eterna de la relación familiar, los Santos de los Últimos Días deben asumir una actitud más seria hacia este asunto que otras personas, y generalmente así lo hacen. Los padres tienen la responsabilidad de enseñar, de modelar con el ejemplo una vida recta en el hogar y de preparar a sus hijos para una madurez próspera. Los hijos, a su vez, tienen la responsabilidad de honrar a sus padres. Un matrimonio próspero, con un hogar feliz lleno de hijos, es una de las bendiciones más grandes de la vida.
Estas generalizaciones son aceptadas por todos, pero la pregunta es: ¿cómo pueden llevarse a cabo estos ideales? Ese es el verdadero problema. Psicólogos, sociólogos y visitadores sociales —quienes han tenido un contacto directo y prolongado con muchas de las más grandes tragedias en el ámbito familiar— han realizado estudios serios sobre el tema. Conocen ciertos peligros y comprenden cómo influyen las actitudes en las relaciones familiares; sin embargo, no existe una fórmula definitiva que todos estén dispuestos a aceptar.
Si todas las virtudes cristianas que se han descrito anteriormente se practicaran en el hogar, no habría problemas, ya que es en el hogar donde se producen los contactos personales más íntimos. Si el amor habita allí, con todos sus ingredientes, se habrá dado el paso más importante hacia la felicidad en la vida familiar.
Pero, ¿cómo se pueden cultivar estas virtudes en nuestros hijos? Una de las formas es decirles continuamente que los amamos. Esto surtirá efecto tanto en los padres como en los hijos. Una pequeña parte se puede lograr mediante la enseñanza directa, es decir, por mandato; pero la mayor parte debe transmitirse a los hijos en la vida cotidiana, mediante el ejemplo y por inducción indirecta.
Las lecciones de Ciencias Sociales en la organización de la Sociedad de Socorro, en años recientes, se han referido a esta materia. Uno podría dedicar años al estudio de los múltiples problemas que destruyen hogares o que los hacen felices. Pero aquí estamos tratando de presentar una visión general de la vida buena, y por eso debemos prestar atención a este tema tan importante.
En mi opinión, mucho bien se logra mediante las discusiones en clase sobre experiencias significativas que los miembros han tenido en esta importante relación familiar. Para iniciar tal discusión, comparto algunas de las experiencias que mi esposa y yo hemos vivido.
Ahora que nuestros hijos son adultos y todos tienen sus propias familias, podemos mirar hacia atrás y reflexionar sobre las experiencias, tanto buenas como difíciles, que vivimos mientras criábamos a una familia de siete hijos: una mujer y seis varones. Algunos de nuestros amigos nos han dicho que hemos tenido éxito en esta aventura familiar. Sin embargo, el «éxito» es un término relativo, y la posición que merecemos en nuestras relaciones familiares nos ubica en una escala de éxito que dejamos a otros valorar. Sabemos que, como padres, se nos hará responsables de nuestra mayordomía.
Desde este punto de vista, queremos llamar la atención de nuestros lectores sobre el hecho de que los padres no pueden atribuirse por completo el triunfo ni tampoco cargar con toda la culpa o el fracaso de sus hijos. Ellos son también producto de nuestra civilización, de la libertad y del ambiente de estímulo del país en el que vivimos, y especialmente de los ideales de nuestra Iglesia y de la manera práctica en que nuestro Sacerdocio y las organizaciones auxiliares transforman esos ideales en acción en sus vidas.
Como padres, nuestra responsabilidad es asegurarnos de que nuestros hijos aprovechen esas oportunidades. Además, una gran parte del grado de éxito de los hijos se atribuye a la herencia —a factores recibidos del padre, la madre, los abuelos, bisabuelos, etc.
Al repasar las experiencias de nuestra familia, vemos que algunas de las siguientes prácticas han contribuido a un hogar armonioso:
Primero, la oración familiar. Como dice el conocido refrán: “La familia que ora unida, permanece unida.” No hay nada que le dé a un niño un sentido más profundo de pertenencia que participar en la devoción diaria. Desde pequeños, cada uno de nuestros hijos aprendió a hacer su oración individual. Aunque sencilla, esa oración llegó a ser muy importante para ellos.
A medida que crecían, y especialmente después de ser bautizados, debían participar por turnos en la oración familiar. Creo que cada uno de nuestros hijos pudo aprender a expresar una oración sincera dentro del círculo familiar a una edad muy temprana. Los niños deben comenzar a participar en la bendición de los alimentos desde una edad aún más joven.
Después, los niños deben asistir a la Iglesia con su padre y su madre, no por obligación, sino como una actividad familiar placentera, de modo que formen el hábito de disfrutarlo. Cuando vivíamos en el área de la ciudad de Nueva York, y como había una considerable distancia entre nuestra casa y la Iglesia, siempre procurábamos hacer algo especial antes o después de las reuniones, algo que a los niños les agradara y que fuera apropiado para el día.
La familia jugaba unida e iba de picnic. En mi opinión, la recreación con la madre, el padre, hermanos y hermanas —cuando es bien dirigida— es uno de los grandes factores para fortalecer los lazos del hogar y enseñar, de manera indirecta, los ideales propios de la vida.
Uno por uno, de acuerdo con su edad, llevé a cada hijo o hija a participar conmigo en una carrera de natación en la playa. Esto se repetía hasta que él o ella pudieran vencerme. Luego tomaba al siguiente más joven, hasta que todos triunfaran sobre su padre. Lo pasaban bien intentándolo, hasta que yo ya no podía competir. Así era también en ping-pong, en tenis, en baloncesto, en fútbol y en béisbol —es decir, en los juegos más activos—; aunque, por lo general, sigo siendo el campeón en croquet, lanzamiento de herradura y pesca. Aun hoy, ellos siguen intentando vencerme cuando nos reunimos, lo cual ocurre con frecuencia, a pesar de las grandes distancias que nos separan.
Siempre procuré jugar lo mejor posible contra ellos, para que si ganaban, supieran que lo hacían por méritos propios y porque estaban progresando. Una actitud de juego limpio y espíritu deportivo fue siempre una exigencia, tanto para el que ganaba como para el que perdía.
El scoutismo fue otra forma de recreación bajo la guía de nuestra Iglesia, y por eso participé activamente en exploración, ya fuera como maestro explorador o como miembro del comité de excursiones, hasta que nuestros hijos completaron su programa de scoutismo.
También pasamos muchas horas placenteras jugando en casa a juegos como ajedrez, damas, imitaciones y otros juegos de salón. Tal vez dimos demasiada importancia al aspecto recreativo, ya que yo era muy aficionado a ello, pero estoy convencido de que fue un factor importante para fortalecer nuestros lazos familiares, fomentar la lealtad a la Iglesia e inculcar en cada niño un sincero deseo de triunfar en la vida.
Comprendieron que se requiere tiempo y práctica constante para desarrollar conocimientos, ya sea en el estudio como en cualquier otro juego, y por eso estuvieron dispuestos a permanecer largos años en el colegio, preparándose para la labor profesional de su vida.
No tuvieron, en modo alguno, una vida protegida, pues a lo largo de toda su etapa escolar —desde los primeros grados hasta la graduación universitaria— la mayoría de sus compañeros no eran miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Por ello, cada uno debió plantearse sus propios ideales. Aprendieron que los niños y adultos Santos de los Últimos Días tienen un modelo de vida diferente al de muchos de sus asociados. Sin embargo, encontraron también compañeros cuyos ideales eran muy similares a los suyos.
Todos ellos han viajado por Europa y algunos también por Asia, y están bien familiarizados con diferentes regiones de América. Esto les ha proporcionado una mentalidad cosmopolita. Sin embargo, ello también tiene desventajas para el mantenimiento de asociaciones familiares estrechas, ya que nuestra familia está repartida por todo Estados Unidos. Desde un punto de vista egoísta, nos gustaría tenerlos cerca de nosotros.
La lección que he aprendido de esta experiencia es que los niños cuyo trabajo futuro los llevará a relacionarse con personas de distintos ideales y formas de vida, deberían crecer junto a otros niños cuyos valores sean similares a los suyos, y desde temprana edad aprender a distinguir entre el bien y el mal mediante el ejemplo y las enseñanzas en el hogar, así como en los diversos quórumes del sacerdocio y en las organizaciones auxiliares de la Iglesia.
Sobre todo, si estas influencias logran insertar un testimonio del Evangelio en sus corazones, ese testimonio tendrá un impacto mucho mayor que cualquier esfuerzo externo por mantenerlos en el camino correcto. Además, los ayudará a resolver las dificultades relacionadas con los misterios de la vida —dificultades que la mente humana no siempre puede abordar de la misma forma en que trata los hechos y datos científicos.
En cada familia los problemas son distintos, y podríamos llenar volúmenes discutiendo sus detalles. Por ejemplo, en algunos hogares los niños adquieren malos hábitos y violan la Palabra de Sabiduría, fumando o consumiendo alcohol, té o café. Hasta donde puedo recordar, este tema nunca se discutió en nuestro hogar. Simplemente se daba por sentado que la forma correcta de vivir no incluía esas prácticas. Creo que todos nuestros hijos siguieron nuestro ejemplo. Lo que para nosotros nunca fue un problema, en otros hogares podría convertirse en algo muy serio.
No obstante, hay ciertos principios tan fundamentales en las relaciones familiares que, si están presentes en el hogar, existe una gran probabilidad de que se desarrolle una familia exitosa. Estos son:
- Amor profundo y afecto mutuo entre los miembros de la familia.
- La oración familiar y las oraciones individuales.
- Hábitos de recreación sana dentro del círculo familiar.
- Interés genuino y práctico por el éxito educativo de los hijos.
- Expresión frecuente de aprecio por los esfuerzos diarios de cada miembro de la familia.
- Cortesía constante dentro del hogar.
La mayoría de los problemas en la vida familiar estarían resueltos si estas actitudes existieran de forma consistente en el hogar.
























