Capítulo 17
Obligaciones financieras para con la Iglesia
Las leyes de la seguridad económica para nosotros como individuos ya han sido discutidas. Tenemos obligaciones financieras hacia otros, además de nuestra familia. Si queremos obedecer el primer gran mandamiento, pronto nos daremos cuenta de que debemos demostrarlo con hechos, no solamente con palabras.
Uno de los mandamientos del Señor requiere que hagamos la contribución voluntaria de la décima parte de lo que ganamos anualmente, para que sea usada como las Autoridades Generales de la Iglesia lo consideren necesario. A esta actividad la llamamos “pagar nuestros diezmos”. El dinero de los diezmos se utiliza para construir el Reino de Dios en la tierra. Es la manera práctica de hacer realidad aquella parte de la oración del Señor que dice: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).
Algunos creen que pagar tanto dinero de sus rentas empobrece a las personas, pero ocurre justamente lo contrario. El dinero que se paga como diezmo ciertamente no está perdido para quien lo paga, ya que se invierte en capillas, templos, tabernáculos, salones sociales y otros edificios construidos especialmente para el beneficio de los Santos. También se utiliza en la gran obra misionera de la Iglesia, por medio de la cual muchos miles de pagadores de diezmos son atraídos a la Iglesia anualmente. Con el porcentaje de crecimiento actual, la Iglesia se duplicará, más o menos, cada 70 años.
Los siguientes datos fueron tomados de un informe de 1958, el cual fue presentado en una Conferencia General en 1959:
- El desembolso de la Iglesia de los fondos generales para actividades y construcciones de barrios y estacas ascendía a US$ 28.313.005;
- Para misiones y la obra misionera, US$ 13.034.893;
- Para escuelas de la Iglesia, US$ 15.508.502;
- Para construcción y operación de templos, US$ 2.756.550;
- Para el programa de Bienestar, US$ 6.881.667;
- Para construcciones y terrenos no incluidos en otra categoría, US$ 1.242.913;
- Para la Sociedad Genealógica, US$ 1.748.831;
- Para gastos de administración general de la Iglesia, US$ 2.264.940;
- Para gastos de la Junta General Auxiliar y el Hospital Primario de Niños, US$ 664.625;
- Y para otros gastos, US$ 378.380.
(Las cifras para las misiones y la obra misionera no incluyen la apreciable suma de US$ 4.990.000 donada por los miembros y amigos de la Iglesia para la manutención de los misioneros).
Esto indica que la renta de la Iglesia en 1958, proveniente mayormente de los diezmos, ascendía a un total de US$ 72.794.306.
Aunque estos grandes beneficios están siendo devueltos a las personas, el efecto más importante de pagar los diezmos no son precisamente los beneficios materiales, sino el impacto espiritual que causa en quien los paga. No cabe duda de que, en este caso, dar es la mejor manera de recibir. El pagar el diezmo da a quien lo hace el sentimiento de pertenecer a esta gran Iglesia, y de haber contribuido, aunque sea en pequeña medida, a demostrar su amor por el Señor.
Otra obligación financiera es la ofrenda de ayuno, la cual discutiremos en una de nuestras lecciones más adelante. En adición a los diezmos y a las ofrendas de ayuno, estamos también obligados a contribuir con los gastos necesarios para la mantención del barrio y de la estaca, y especialmente en el gran trabajo de construcción de nuevas casas de oración. Estas obligaciones a veces pueden parecer difíciles, pero al ver la gran obra realizada por un grupo de miembros participantes, uno se siente orgulloso de pertenecer a él.
Además de estas tres obligaciones financieras, hay una cuarta que está conectada con el Plan de Bienestar. Se ha comprobado que los fondos provenientes de las ofrendas de ayuno no son suficientes para ayudar a todos los necesitados de la Iglesia, ni la distribución de estos fondos garantiza siempre el mayor beneficio para quienes los reciben. Para corregir estas deficiencias se creó el Plan de Bienestar.
Nuestro propósito principal —dicho por la Primera Presidencia— fue establecer, hasta donde fuera posible, un sistema bajo el cual el curso de la ociosidad se alejara, la maldición de la miseria fuera abolida, y la independencia, la industria, la economía y el respeto a sí mismo se establecieran una vez más entre nuestra gente. El deseo de la Iglesia es ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas. El trabajo debe volver a reinar como el principio que regula las vidas de los miembros de nuestra Iglesia. (Informe Conferencial, octubre de 1936, pág. 3)
No entraremos en detalles sobre cómo funciona este plan a través de las varias estacas y barrios de la Iglesia, pero deseamos recalcar lo que la Primera Presidencia dijo anteriormente: particularmente, que este plan está diseñado para hacer lo posible a fin de que los miembros necesitados de la Iglesia se ayuden a sí mismos y, de esta forma, alcancen una mejor situación económica.
Una vez más, la gran bendición de la Iglesia no radica solamente en haber ayudado a los pobres necesitados, sino en el efecto que esa ayuda tiene sobre quien participa en el Plan de Bienestar. Reunir a los miembros de la Iglesia para trabajar juntos en un fundo o en cualquier otra tarea con una causa común es un gran medio para atraer la atención y el corazón de cada uno de nosotros, que somos, en efecto, hermanos y hermanas espirituales. Aunque generalmente se considera que el Plan de Bienestar existe para ayudar a los pobres necesitados, en realidad es un plan divino que nos ayuda a cada uno de nosotros a deshacernos de la arrogancia y el egoísmo.
El presidente McKay ha descrito el Plan de Bienestar con estas palabras:
El Plan de Seguridad de la Iglesia. “El propósito primordial del Plan de Seguridad de la Iglesia es ayudar a las personas a suplantar la dependencia por la independencia; la indolencia y la ociosidad por la economía y el trabajo.”
Simplemente proporcionar alimento, ropa y techo para aquellos que lo necesitan no es una tarea difícil para la Iglesia. Con su organización completa, como un relámpago en sus agrupaciones eclesiásticas, su quórum de sacerdocio y sus organizaciones auxiliares, la ayuda se hace visible rápidamente.
Cada estaca está presidida por tres sumos sacerdotes, conocidos como la presidencia de estaca, asistidos por doce hombres que constituyen el alto consejo, quienes son consejeros y representantes de la presidencia de estaca. Bajo la jurisdicción de estos quince hombres hay grupos de sumos sacerdotes, setentas y élderes, y organizaciones auxiliares designadas como sigue: Sociedad de Socorro, Escuela Dominical, Asociación de Mejoramiento Mutuo de Mujeres, Asociación de Mejoramiento Mutuo de Hombres y Primaria. En la estructura de estaca, estos son conocidos como oficiales de estaca y tienen jurisdicción sobre los barrios que están dentro de los límites de dicha estaca.
El número de barrios en una estaca varía, desde 4 o 5 hasta 20 o más. Pero cada estaca está completa en su organización: es, en verdad, una iglesia en miniatura.
El grupo del barrio está también presidido por tres sumos sacerdotes, conocidos como el Obispado. Ellos tienen bajo su cuidado a los miembros representantes del quórum del sacerdocio, quienes actúan como maestros orientadores (o visitantes). También hay en cada barrio grupos de jóvenes con el grado de presbíteros (entre las edades de 17 y 20 años), maestros (entre 15 y 16 años), y diáconos, formados por muchachos cuyas edades fluctúan entre los 12 y 14 años inclusive. También existen en los barrios las organizaciones auxiliares mencionadas anteriormente.
Es la responsabilidad de cada uno de estos grupos cuidar del bienestar de los miembros. Así, en la ejecución de este deber de la Iglesia —el cual se lleva a cabo sin remuneración— puede conocerse tanto la condición financiera como la espiritual de cada familia. Esta condición se informa al obispo, cuyo deber es entregar la ayuda que la familia pueda necesitar, ya sea temporal o espiritual.
Dar algo por nada, como donación, es contrario a las enseñanzas fundamentales de la Iglesia. El propósito real del Plan de Seguridad de la Iglesia es fomentar la independencia de cada individuo, hacerlo útil para sí mismo y reemplazar la ociosidad por la economía y la productividad.
Muchos ejemplos pueden citarse en los que, al proporcionar una pequeña cantidad de dinero, algunos hombres han podido recuperar sus finanzas, restablecerse en los negocios y continuar como ciudadanos independientes. Para mantener esta parte del programa, la Iglesia creó una organización sin fines de lucro conocida como la Corporación de Seguridad Cooperativa. Esta fue incorporada en el estado de Utah el 21 de abril de 1937, y registrada también en el estado de Idaho el 23 de junio de 1937 y en Arizona el 8 de julio de 1937. Esta corporación tomará posesión de todos los bienes, tanto muebles como inmuebles, que se adquieran mediante la cooperación del programa. El capital con el que opera ha sido proporcionado, hasta la fecha, por los fondos generales de la Iglesia.
Cuatro fundamentos del Plan de Seguridad de la Iglesia. El primer fundamento principal sobre el que depende el éxito de este movimiento es mantener en nuestros corazones el espíritu de Cristo.
Carlos Zueblin, una autoridad internacional en gobiernos municipales, comentó en una ocasión sobre la combinación espiritual que percibió mientras estudiaba el funcionamiento de la Iglesia. Un día, mientras algunos de nosotros lo llevábamos a conocer los canales de los condados de Davis y Weber, él pudo informarse sobre algunos aspectos de la Iglesia Mormona. Entre otras cosas, preguntó qué queríamos decir con el término “barrio”. Le explicamos que se refiere a un grupo de entre 150 y 500 o incluso 1.000 personas organizadas bajo un deseo mutuo de servicio y ayuda dentro de la Iglesia; que de 4 a 10 o más barrios constituyen un grupo mayor llamado estaca; y que dentro del barrio hay grupos de jóvenes, como presbíteros, maestros y diáconos. También hay organizaciones de mujeres como la Sociedad de Socorro, la Asociación de Mejoramiento Mutuo de Mujeres, la Primaria y otras agrupaciones de hombres, cada una trabajando por el bienestar de todos.
Apenas terminamos de explicar esta parte —antes de entrar en los demás detalles organizativos de la Iglesia— el Dr. Zueblin, mientras estaba parado sobre un banco junto al canal y pensativo, dijo:
—¿Cómo podríamos introducir la idea de agrupación por barrios en cada ciudad de los Estados Unidos?
—¿Exactamente a qué se refiere? —preguntamos.
—Bueno, al sentimiento de que cada individuo trabaje para el bienestar de todos.
Respondimos:
—Debe existir un interés común.
—Sí —dijo él—, pero ¿debe ser ese interés común de naturaleza religiosa?
—No lo sabemos —respondimos—, pero en este caso es de carácter religioso, y da resultado.
El segundo principio fundamental es la cortesía y consideración. “La cortesía es para la sociedad lo que el aceite es para la máquina.” Cada uno reconocerá su deber y actuará en el cargo al cual ha sido asignado con toda diligencia, ya sea como miembro de un comité o como miembro de un quórum. Los barrios, las estacas y los comités regionales han sido organizados debidamente con autoridad, y en sus respectivas posiciones representan a las autoridades de la Iglesia. La simple cortesía —o el respeto propio— debería impulsar a cada miembro a comunicarse con el grupo apropiado.
El tercer principio fundamental es el de mantener la confianza. Puede suceder que, como oficiales y representantes de esta obra, ustedes observen situaciones delicadas o reciban confidencias que deben mantenerse inviolables. Es necesario realizar investigaciones para evitar la duplicación de órdenes y, en algunos casos, requisitos imprecisos. Cuando un hombre o una mujer conocen las condiciones particulares de una familia, esa información no debe hacerse pública. Así, se evita murmurar o hablar mal de otros. El chisme y la calumnia pueden perjudicar las reputaciones y hacer sufrir al inocente. Saber guardar silencio es uno de los elementos más importantes para el éxito de esta obra, porque hombres y mujeres son susceptibles a la injuria, sus corazones son sensibles, y los niños pequeños pueden ser fácilmente heridos.
El cuarto fundamento es un quórum de conciencia. Como ilustración de lo que estos grupos pueden lograr, tomemos por ejemplo un Quórum de Élderes compuesto por 86 hombres, de los cuales, supongamos, 60 se mantienen más o menos bien y son independientes de cualquier ayuda exterior. Van al trabajo cada mañana y regresan a sus hogares cada noche, y al final de cada mes reciben cheques o ingresos por su labor. Pero ¿qué hay de los otros 26? Tal vez 10 de ellos solo tengan trabajo la mitad del mes, y los otros 16 estén completamente desempleados.
Ahora bien, si los 60 hombres que tienen trabajo —o incluso parte de él— se reunieran semanalmente y, a través de sus diversos comités, consideraran el bienestar de sus compañeros, estoy seguro de que en la mayoría de los casos se podría proveer ayuda a los 16 necesitados. Dejemos que estos 60 hombres revisen uno por uno los proyectos de bienestar y decidan específicamente qué trabajos pueden ofrecer a sus hermanos desempleados. Cada quórum debería reunirse al menos una vez al mes para hacer asignaciones y prestar ayuda.
Es sorprendente cómo dificultades aparentemente insuperables se resuelven, y cómo se abren nuevos y prometedores caminos. A través de un esfuerzo cooperativo, podemos contribuir significativamente. Se pueden encontrar nuevos trabajos para quienes no los tienen, salvar fundos en riesgo y establecer nuevas industrias.
Nuestros objetivos deben estar orientados al confort y la felicidad de otros. ¡Dejemos que el espíritu de cooperación nos guíe y que influya en nuestro trabajo hacia el triunfo!
Espiritualidad del Plan de Bienestar. El desarrollo de nuestra naturaleza espiritual debe preocuparnos. La espiritualidad es la más alta adquisición del alma; es lo divino en el ser humano. Es la conciencia de la victoria sobre uno mismo y de la comunión con lo infinito. Solo la espiritualidad nos da, en realidad, lo mejor de la vida.
Es la espiritualidad lo que proporciona vestido al que carece de ropa, alimento a las mesas casi vacías, y actividad a quienes luchan desesperadamente contra la desconfianza que nace de la ociosidad forzada. Pero, después de todo lo que se diga o se haga, las grandes bendiciones que provienen del Plan de Seguridad de la Iglesia son, en esencia, espirituales.
Se puede expresar más espiritualidad al dar que al recibir. Las mayores bendiciones espirituales provienen de ayudar a los demás. Si usted desea ser miserable, abrigue odio hacia su hermano; y si desea odiar, injúriele. Pero si desea ser feliz, sea útil, haga feliz a alguien más.
Muchos miles de personas que han trabajado de forma muy cooperativa para lograr el éxito del Plan de Bienestar lo han hecho motivadas por un deseo sincero de hacer el bien. La Iglesia de Cristo es Su viña, a la cual Él invita a todos a trabajar.
Nos damos cuenta de que estamos haciendo algo para mejorar el mundo. La Iglesia es uno de los caminos por los cuales prestamos un servicio mutuo, orientado al orden y a la sabiduría. Jesucristo es el autor. Él mismo, mientras estuvo en la mortalidad, fue la personificación y el ejemplo de la hermandad y la espiritualidad, y es quien nos dice a usted y a todos:
“Aprended de mí, y escuchad mis palabras; caminad en la mansedumbre de mi espíritu, y tendréis paz en mí.” — (David O. McKay, “Camino a la Felicidad”, Bookcraft, Inc., págs. 373–378)
























