Capítulo 20
Adoración al Único y Verdadero Dios
“No tendrás dioses ajenos delante de mí.” (Éxodo 20:3)
Este es el primero de los Mandamientos, y es tan vital ahora como lo fue cuando fue entregado a Moisés de manera muy dramática. En aquel tiempo, probablemente tenía un significado aún más directo que ahora, porque el mundo que los hijos de Israel conocían estaba poblado por naciones y pueblos que comúnmente adoraban a muchos dioses. Había dioses de la guerra, diosas del amor, un dios de la muerte, un dios del trueno, etc.
Una de las partes esenciales en la filosofía de vida de un individuo —aquella que da un propósito significativo a la existencia— es la creencia en un Dios.
Si hubiera varios dioses con propósitos en conflicto, como creían los griegos, los romanos y otras civilizaciones antiguas, entonces la vida sería algo accidental, dependiente del capricho de los dioses. En cambio, la creencia en un solo Dios, que tiene un propósito y un plan de vida bueno para toda la raza humana, provee un ancla segura. Esta creencia le da a la persona el sentimiento de que cada día forma parte de un gran esquema, y que, si se esfuerza conscientemente por cooperar con este único Dios y Su plan, todo le irá bien.
Con esta filosofía, uno puede tener fe en que hay un verdadero propósito para vivir.
(Cuando aquí hablamos de “un Dios”, nos referimos a una Divinidad que es una en propósito, plan y acción).
Esto se aclara aún más al estudiar diversos aspectos de la vida buena, y al observar que esta vida está estrechamente relacionada con la verdadera naturaleza del hombre: su estructura física, mental y espiritual. La vida está diseñada de tal manera que esos tres aspectos puedan desarrollarse plenamente. Tal desarrollo conduce a una vida llena de alegría, felicidad y satisfacción. Es evidente que Aquel que ideó el plan conocía profundamente la naturaleza del hombre y sus facultades.
El segundo mandamiento dice:
“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen. Y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.” (Éxodo 20:4–6)
¿Quiere decir esto que todos los cuadros y piezas de escultura que muestran personas, animales y grandes acontecimientos históricos son malos, y que los creadores de estos trabajos han quebrantado el segundo mandamiento? Algunos lo han interpretado así, pero al leer cuidadosamente esta escritura se muestra que el pecado no consiste en hacer estas imágenes, sino en inclinarse ante ellas y adorarlas. Este es el pecado de la idolatría.
En este mundo moderno, ¿idolatramos algo más antes que a Dios? El miserable que adora su bienestar económico por encima de su devoción a Dios es culpable de idolatría. A los Santos de los Últimos Días se les enseña a estar siempre dispuestos, si es necesario, a dar toda su fortuna y todos sus talentos al servicio del Señor. Quienes no pueden llegar a esta convicción están poniendo los bienes del mundo por encima de Dios.
Aquel que busca la fama y que va inexorablemente hacia ese objetivo, despreciando los sentimientos de los demás en sus propias acciones inmorales, es también culpable de idolatría.
Y, por supuesto, cuando logra su objetivo, este no le brinda la satisfacción que esperaba.
No está viviendo la vida buena.
Ha quebrantado el segundo mandamiento.
Tendrá tristeza y arrepentimiento en lugar de alegría y satisfacción.
A veces me pregunto si nosotros no sobrepasamos nuestro entusiasmo hacia ciertas personas —héroes— en extremo, al punto de inclinarnos o realizar actos que equivalen a adoración.
Uno puede preguntarse si la práctica de inclinarse y venerar imágenes de santos no constituye una forma de idolatría.
En algunas partes del mundo, hay una tendencia a adorar las cosas antiguas; esto puede incluir edificios, muebles u otros objetos materiales. También pueden ser costumbres o tradiciones.
Porque estas cosas son antiguas, algunas personas tienden a venerarlas excesivamente.
Los extremismos en esta práctica pueden conducir a la idolatría.
¿Y qué decir de las opiniones, algunas de las cuales una persona se niega a cambiar, sin importar lo que otros digan o hagan? ¿Existe una forma de idolatría de las opiniones?
El Salvador enseñó la actitud correcta ante este tema de manera positiva. En lugar de decir: “No harás…”, Él dijo: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia.” (Mateo 6:33)
Este debería ser el verdadero objetivo en todas nuestras actividades en la vida.
Si seguimos este consejo, no seremos culpables de idolatría. Entonces estaremos obedeciendo el segundo mandamiento:
“No tendrás dioses ajenos delante de mí.”
























