Capítulo 21
Profanación ― Guardar el Día Sagrado del Reposo
“No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.” (Éxodo 20:7)
Es una paradoja de la vida que aquellos que menos creen en Dios son, muchas veces, quienes más usan Su nombre en vano; lo hacen con enojo o para dar énfasis a sus palabras.
¿Qué clase de pensamientos tienen estos individuos que los lleva a profanar? No lo puedo entender. Si Dios es solo un mito para ellos, ¿por qué entonces no juran por las rocas, las piedras, el viento, o por algo en lo que realmente crean?
Saben perfectamente que esta profanación es ofensiva para todo hombre o mujer que cree seriamente en Dios. Recuerdo muy bien a un joven científico que fue asignado para trabajar conmigo. Apenas podía decir dos frases sin tomar el nombre de Dios en vano. Me disgustaba terriblemente, y estoy seguro de que la reacción emocional se reflejaba en mi rostro, aunque no dije nada. Él fue usando cada vez menos ese tipo de lenguaje cuando hablaba conmigo, y después de un año se había librado por completo de él. Cuando esto sucedió, sentí curiosidad por saber cómo hablaba con sus amigos íntimos, y supe que también con ellos había dejado de usar ese lenguaje profano. Aun dejando de lado las consideraciones religiosas, la profanación no tiene lugar en una sociedad culta.
En la negación de Jesucristo por parte de Pedro, quienes estaban cerca de él dijeron:
“Porque aun tu manera de hablar te descubre.” (Mateo 26:73) Esta verdad se aplica a todas las fases de la naturaleza humana, pero es especialmente evidente en aquellos que profanan. Esta práctica muestra de inmediato una falta de cultura elemental, así como de formación religiosa. La costumbre de profanar generalmente empieza en la niñez, cuando la mente joven cree que eso es señal de inteligencia. Es difícil abandonar esta práctica cuando más adelante se comprende que usar ese lenguaje es indiscreto e imprudente. A veces, estas costumbres persisten incluso entre miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que son devotos en otros aspectos.
Recuerdo bien el siguiente incidente, ocurrido en los días en que las mercancías se repartían en un carro tirado por un caballo. Un hombre estaba enganchando el caballo al vagón, cuando de repente el animal se enfureció y comenzó a patear. El hombre dejó escapar un juramento. Su pequeño hijo, de cinco años, estaba parado cerca, observando a su padre. Al escuchar esas palabras, las repitió exactamente, palabra por palabra, con el mismo ritmo y énfasis.
Una mirada de pánico apareció en el rostro del padre, y le dijo: “No, hijo, no debes decir nunca eso.” Su enojo hacia el caballo ya había pasado, y el amor por su hijo lo envolvió en un ánimo de arrepentimiento. No recuerdo haberle oído profanar otra vez.
Muy a menudo disculpamos la profanación diciendo: “Oh, bueno, estaba enojado.”
Pero si una persona nunca hubiese aprendido a profanar cuando era pequeño, no lo haría al enojarse siendo adulto. Y, si además ha sido enseñado a vivir la vida buena, no se le “provoca fácilmente”.
En lugar de aliviar la tensión del enojo, como algunos suponen, el jurar solo aumenta la ira, del mismo modo que apretar los puños también lo hace.
Luego están aquellas expresiones que están cerca de la profanación: el uso de palabras derivadas de juramentos o blasfemias. Algunas de ellas son:
“¡Por Dios!”, “¡Cielos!”, “¡Dios mío!”, “¡Cielos santos!”, “¡Virgen santa!”, etc.
Aunque pueden parecer inofensivas, su complicidad con la profanación es evidente.
El idioma castellano puede ser muy bello y expresivo sin necesidad de recurrir a esta jerga.
En cuanto a la verdadera blasfemia y los juramentos groseros, ni siquiera pueden repetirse sobre el papel. No forman parte, en absoluto, de la vida buena.
Guardar el Día Sagrado del Reposo
“Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó.” (Éxodo 20:8–11)
La idea de descansar un día entre siete es casi tan antigua como la historia conocida, particularmente entre el pueblo hebreo. El día de descanso se llamaba sábado, que traducido literalmente quiere decir “día de reposo” en hebreo. Para los hebreos, no solo era un día de descanso, sino también un día de adoración.
En el calendario judío, el domingo es el primer día de la semana y el sábado el séptimo; por eso, el sábado era su día de reposo, y aún hoy continúan practicando esta costumbre, así como también lo hacen algunos cristianos.
Sin embargo, la mayoría de los cristianos guardan el día de reposo en domingo. Este cambio ocurrió después de la resurrección del Salvador, la cual —sabemos— sucedió en un domingo, el primer día de la semana. Para conmemorar el mayor de todos los acontecimientos, la antigua Iglesia cristiana empezó a observar el domingo como día de reposo. En el Nuevo Testamento hay numerosas referencias al domingo como “el Día del Señor.”
Esta costumbre ha llegado hasta nuestros días, y de forma apropiada, pues la actividad más importante en nuestro día de reposo es tomar el sacramento, una ordenanza destinada a recordarnos continuamente al Salvador, Su sacrificio por nosotros, y el hecho de que resucitó un día domingo —el Día del Señor.
Esta práctica se ha confirmado por revelación moderna al profeta José Smith:
“Y para que te conserves más limpio de las manchas del mundo, irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo; porque, en verdad, este es un día que se te ha señalado para descansar de todas tus obras y rendir tus devociones al Altísimo.
Sin embargo, tus votos se rendirán en justicia todos los días y a toda hora; pero recuerda que en éste, el día del Señor, ofrecerás tus ofrendas y tus sacramentos al Altísimo, confesando tus pecados a tus hermanos y ante el Señor.
Y en este día no harás ninguna otra cosa, sino preparar tus alimentos con sencillez de corazón,
a fin de que tus ayunos sean perfectos, o, en otras palabras, que tu gozo sea cabal.” (Doctrina y Convenios 59:9–13)
Estos versículos muestran cómo mantener el día de reposo sagrado mediante la realización de ciertas acciones positivas.
Unos versículos más adelante ofrecen promesas de bendiciones para quienes obedezcan estos mandamientos. En otras palabras, esta revelación de los últimos días enfatiza la adoración del Señor en el día de reposo, no tanto en lo que “no harás”, sino en lo que “harás”.
Dentro de la categoría de lo que “harás” se incluyen las siguientes prácticas:
- Debemos orar, tanto en secreto como en el círculo familiar y en las distintas reuniones de la Iglesia.
Es importante que, particularmente en el día de reposo, seamos humildes y tengamos una actitud de oración, es decir, una actitud de docilidad; para que podamos aprender más acerca del significado de la vida y del propósito del hombre; para que podamos reunirnos y evaluar si estamos avanzando o retrocediendo. - Debemos ir a la casa del Señor y participar del sacramento.
Es necesario que recordemos continuamente nuestra relación con Dios, con Jesucristo y con nuestros semejantes. Al participar del sacramento cada domingo, se nos da la oportunidad de confesar nuestros pecados secretamente ante Dios y renovar nuestro compromiso de guardar Sus mandamientos y recordarle siempre. - Debemos asistir a la reunión especial del domingo de ayuno, que ha sido apartada para ayunar y orar.
Debemos haber dado nuestro testimonio, ya sea silenciosamente ante Dios o públicamente ante la congregación. - Debemos preparar nuestra ofrenda de ayuno, para que el diácono la recoja en la mañana del domingo de ayuno.
- Debemos asistir a las reuniones del cuórum del sacerdocio, a fin de fortalecer nuestro compañerismo con nuestros hermanos.
- Debemos estudiar las Escrituras, pues en ellas encontramos el camino hacia la vida eterna.
- Debemos preparar nuestros alimentos con sencillez de corazón.
Esto no significa preparar un banquete cada domingo.
Si hacemos estas siete cosas regularmente los domingos, y si además asistimos a la Escuela Dominical para aprender más sobre el plan del Evangelio y guiar a nuestros hijos hacia esos mismos objetivos, no tendremos que preocuparnos demasiado por los “no harás”.
Los “no harás” son aquellas cosas que tienden a estropear el espíritu que los “harás” enumerados más arriba procuran fomentar.
Intentar identificar todos los “no harás” podría llevarnos fácilmente a una controversia, ya que muchos dependen de las circunstancias.
Incluso el Salvador defendió la acción de Sus discípulos cuando recogieron espigas en día de reposo, ante la gran consternación de los fariseos.
Como sugerencias para ocupar el tiempo libre que queda después de haber cumplido con estas ocho cosas, se pueden considerar las siguientes actividades:
- Visitar a la familia.
- Hacer ese acto de bondad pendiente con un vecino.
- Dar una caminata por el parque o salir a contemplar las bellezas de la naturaleza.
- Leer un buen libro.
Y hay muchas otras cosas que pueden formar parte de guardar el día sagrado del reposo.
























