Capítulo 24
Contemplación — Meditación En Cosas Espirituales — Oración
Contemplación es definida como “meditación en las cosas espirituales; …un estado de conciencia del ser y presencia de Dios”. Ciertamente, esta definición, encontrada en el Diccionario Inabreviado Webster, es la que deseamos adoptar para esta reflexión. El filósofo religioso Jeremías Taylor escribió:
“La meditación es la lengua del alma y el lenguaje de nuestro espíritu.”
El apóstol Pablo, escribiendo a Timoteo —el joven discípulo de Listra a quien había escogido como compañero en sus misiones— lo aconsejó de la siguiente manera:
“Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio. Practica estas cosas; ocúpate en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos.” (1 Timoteo 4:13–15)
En esta cita, obsérvese especialmente aquello que se refiere al cultivo personal mediante la práctica constante. Si alguien comprende su relación con la Divinidad, los propósitos eternos de la creación y los caminos que conducen a la armonía del alma con la voluntad divina, entonces debe meditar en cosas espirituales, pues es a través de la meditación que nos sentimos inspirados a alcanzar el conocimiento de la verdad de nuestra existencia. Y mediante ese conocimiento somos guiados hacia la verdadera vida buena.
También recordamos otras epístolas de Pablo a Timoteo, en las que él advierte sobre la apostasía venidera. Escribe sobre hombres que serían: “…traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios; que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita.
Porque de estos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias; estas siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad.” (2 Timoteo 3:4–7)
¿Vemos entre nosotros a aquellos que “siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad”? La contemplación, la meditación en las cosas espirituales, es una excelente terapia para esta condición, y es algo que todos deberíamos practicar con frecuencia —especialmente si deseamos que nuestras vidas sean dirigidas por caminos de sabiduría.
Los valores de la meditación se enseñan frecuentemente a lo largo de la historia religiosa. Recordarán que el Salvador, inmediatamente después de ser bautizado por Juan, fue “llevado por el Espíritu al desierto…” Allí ayunó, fue tentado por Satanás y, sin duda, contempló Su misión en la tierra, que estaba a punto de comenzar. Todo esto le brindó fuerza espiritual para cumplir con aquello para lo cual había sido destinado. Lucas nos cuenta que, después de esta experiencia en el desierto, Él “…volvió en el poder del Espíritu”.
Comentando este episodio de la vida de Jesús, James E. Talmage escribió:
“La realización de Cristo de que Él era el escogido y preordenado Mesías llegó a Él gradualmente. Como se muestra en Sus palabras a Su madre en la ocasión de la memorable entrevista con los doctores de las cortes del templo, Él sabía —aun siendo un niño de doce años— que, en un sentido particular y personal, era el Hijo de Dios; sin embargo, es evidente que una comprensión completa de Su misión terrenal se desarrolló en Él solo a medida que progresaba paso a paso en sabiduría… Tenía mucho en qué pensar, mucho que exigía oración y una comunión con Dios que solo la oración podía asegurar.” (Jesús el Cristo, pág. 128)
Es evidente, según la historia, que ese período de contemplación en el desierto preparó completamente a Jesús para su ministerio, y podemos presumir que fue un paso esencial en Su preparación espiritual.
El apóstol Pablo también experimentó un período de contemplación después de su extraordinaria visión en el camino a Damasco. Recordaremos que dicha visión lo dejó ciego, y que fue llevado por sus compañeros a Damasco, a una casa ubicada en “la calle que se llama Recta”, propiedad de un hombre llamado Judas. Allí Pablo “estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió”. Podemos imaginar fácilmente la profunda meditación que ocupó su mente durante esos tres días, preparándose para la visita de Ananías, quien, mediante la bendición, le devolvió la vista y le otorgó el don del Espíritu Santo. Ese período de recogimiento fue, sin duda, una parte vital en el proceso de su completa conversión.
La grandiosa historia de la restauración del Evangelio a través del profeta José Smith también está llena de momentos de contemplación y meditación. Si leemos nuevamente su relato en La Perla de Gran Precio, descubriremos que José había reflexionado profundamente sobre las enseñanzas contradictorias de las diversas sectas cristianas de su época. En esa condición contemplativa leyó en la epístola de Santiago el pasaje de las Escrituras que lo impulsó a orar en el bosque. Esa oración, que dio lugar a la Primera Visión, tuvo lugar a comienzos de la primavera de 1820.
A José se le permitió meditar sobre esta visión hasta el 21 de septiembre de 1823 —un período de algo más de tres años— cuando tuvo lugar la visita de Moroni, quien le reveló el lugar donde se hallaban las planchas del Libro de Mormón. No se le permitió tomar posesión inmediata de ellas. Visitó el sitio donde estaban enterradas al final de cada año, durante cuatro años consecutivos, antes de recibirlas. Este fue un período de preparación espiritual, y gran parte de esa preparación, sin duda, provino de su constante contemplación sobre su divino llamamiento.
Estos ejemplos son extraordinarios, pero ilustran la importancia de la contemplación en la vida espiritual de cada persona.
La meditación es la fuente de la más maravillosa literatura. Todos los poetas meditan. El libro entero de los Salmos es fruto de la meditación. A continuación se citan algunos pasajes:
“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche.” (Salmos 1:1–2)
“Mi boca hablará sabiduría, y el pensamiento de mi corazón, inteligencia.” (Salmos 49:3)
“Me acordaré de las obras de JAH; sí, haré yo memoria de tus maravillas antiguas.
Meditaré en todas tus obras, y hablaré de tus hechos.” (Salmos 77:11–12)
“Me acordé de los días antiguos; meditaba en todas tus obras; reflexionaba en las obras de tus manos.” (Salmos 143:5)
¡Contemplación! ¡Meditación! Estas han sido parte fundamental de la vida de los profetas. ¡Qué importante es que cada uno de nosotros practique estas disciplinas en su vida!
La contemplación y la meditación requieren que uno piense, que revise su conocimiento, que valore ideas y experiencias en términos de su propia existencia, que encuentre la relación entre lo que sabe y lo que hace, y que busque aquello que posee valor eterno. Es, entonces, una actividad casi enteramente de la mente —del espíritu.
Que tal actividad conduzca a la felicidad personal —la cual es esencial para la vida buena— no solo es el testimonio de los profetas, sino también de hombres sabios de todas las épocas.
Benjamín Franklin dijo:
“Lo que está fuera de nosotros no tiene relación con la felicidad, salvo en la medida en que la preservación de nuestras vidas (salud) depende de ello… La felicidad brota inmediatamente de la mente.”
François, Duque de La Rochefoucauld, comentó al respecto:
“Cuando no podemos encontrar contentamiento en nosotros mismos, es inútil buscarlo en otra parte.”
Arthur Schopenhauer, filósofo alemán, lo expresó de esta manera:
“Cuanto más frecuentemente encuentre un hombre sus fuentes de alegría en sí mismo, más feliz será… La alegría más alta, variada y duradera es producto de la mente.”
William Lyon Phelps, querido e influyente profesor de la Universidad de Yale, escribió en sus últimos años un libro dedicado al tema de la felicidad. El siguiente pasaje, tomado de dicho libro, resume su mensaje:
“La verdadera felicidad no depende de cosas externas. La laguna se alimenta desde adentro. El tipo de felicidad que permanece es aquella que brota desde el interior, mediante pensamientos y emociones. Usted debe empezar a pensar ahora, mientras es joven. Debe cultivar su mente si desea alcanzar una felicidad duradera. Debe llenar su mente con pensamientos e ideas interesantes, porque una mente vacía se vuelve aburrida y no se preserva. Una mente vacía busca placer en lugar de felicidad.” (William Lyon Phelps, Felicidad, E. P. Dutton & Co., Inc.)
¿Conoce usted personas que necesitan estar constantemente ocupadas en sus momentos libres? ¿Ha tenido momentos en los que no sabe qué hacer y, para matar el aburrimiento, va al cine o a algún partido deportivo? En su hogar, ¿corre toda la familia al televisor en cuanto terminan de comer y permanecen allí hasta que el cansancio los vence y deben irse a dormir?
Estos son síntomas de una vida con muy poca contemplación y meditación.
El secreto para desvanecer el aburrimiento y reemplazarlo con verdadera felicidad es aprender a “meditar en cosas espirituales”. Leer un buen libro y reflexionar sobre su significado y su aplicación en la vida. Elegir un programa de televisión por sus méritos culturales, apagar el aparato cuando ese programa termine, y meditar sobre el mensaje transmitido. Leer las Escrituras no como una actividad superficial —con la meta de cubrir tantas páginas o capítulos, como a veces hacemos por tratarse de una asignación— sino como una lectura profunda, en la que uno busca y medita sobre el significado espiritual de lo que se ha enseñado.
Solo este último tipo de lectura ofrece verdaderas recompensas en forma de felicidad y entendimiento.
Para algunas personas, las presiones del diario vivir son tan intensas que llegan a vivir en un estado de superactividad, dedicadas únicamente a las labores necesarias: ganarse la vida, comer y dormir. Hay un verdadero peligro en este estilo de vida, pues no deja espacio para la contemplación, que es necesaria para poner en perspectiva los acontecimientos y las actitudes, y así desarrollar un sentido de valores por los cuales vivir.
Cada uno debe asegurarse de que, en su plan de vida diario, haya espacio para la meditación. Puede, por ejemplo, dar un paseo, durante el cual desvíe sus pensamientos hacia temas espirituales; o tal vez le resulte más natural reflexionar mientras realiza actividades manuales, como cultivar un jardín, pescar, o realizar alguna labor sencilla. Lo importante es que cada uno de nosotros encuentre, diariamente si es posible, el tiempo y el ambiente adecuados para considerar nuestra relación con nuestro Hacedor y con nuestro prójimo, y para determinar caminos de acción que estén en armonía con la rectitud.
Es durante esos momentos que el conocimiento se convierte en sabiduría, y la sabiduría nos conduce por la senda de la felicidad y la bondad eternas.
La verdadera contemplación —la meditación en las cosas espirituales— es parte integral de la vida buena.
Oración
Una de las facetas más importantes de la vida buena, incluida bajo el primer gran mandamiento, es la oración: una comunicación con Dios el Padre, en el nombre de Su Hijo, Jesucristo.
Las oraciones toman diversas formas, dependiendo de la ocasión en que se ofrecen. Por ejemplo, hay oraciones secretas, oraciones familiares, oraciones públicas de invocación o bendición, y muchas otras oraciones especiales. Entre estas últimas están las que se ofrecen para pedir favores específicos, o aquellas usadas en dedicaciones de edificios, cementerios, y otros lugares sagrados.
Probablemente, las oraciones más importantes son las oraciones secretas y las oraciones familiares. El Salvador nos dio un modelo para ellas:
“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.
Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.” (Mateo 6:9–13)
El presidente David O. McKay ofreció una exposición maravillosa sobre la oración, registrada en su libro Caminos a la Felicidad. A continuación se citan algunas de sus enseñanzas:
Virtudes esenciales de la oración efectiva
“La oración es el latido de un corazón amante y compasivo en armonía con la Infinitud.
Es un mensaje del alma enviado directamente a un Padre amoroso.
El lenguaje no son solo palabras, sino la vibración del espíritu.”
La primera y más fundamental virtud de una oración efectiva es la fe. La creencia en Dios trae paz al alma. La seguridad de que Dios es nuestro Padre, a cuya presencia podemos acudir para encontrar consuelo y guía, es una fuente de fortaleza que nunca falla.
Otra virtud esencial es la reverencia. Esta se ejemplifica en el modelo de oración enseñado por el Salvador en las palabras: “Santificado sea tu nombre”. Este principio debe ser enseñado y ejemplificado tanto en los salones de clase como, especialmente, en nuestros hogares y casas de oración.
El tercer elemento esencial es la sinceridad. La oración es el anhelo del espíritu. Una oración sincera implica que, cuando pedimos alguna virtud o bendición, también debemos esforzarnos por obtener esa bendición y cultivar esa virtud.
La siguiente virtud esencial es la lealtad. ¿Para qué orar pidiendo que venga el Reino de Dios si no se tiene en el corazón el deseo y la disposición de ayudar a establecerlo? Orar para que se haga Su voluntad y luego no esforzarse por vivir conforme a ella, es una contradicción. Ningún padre concedería algo a un hijo que muestra esa actitud hacia aquello que está pidiendo. Si oramos por el triunfo de una causa o empresa, debemos demostrar que estamos comprometidos con ella. Es una gran deslealtad orar a Dios para que se haga Su voluntad y luego fallar en conformarse a ella.
La última virtud esencial es la humildad, no una pretensión externa o hipócrita como la del fariseo, sino una humildad que surge del corazón, libre de orgullo y autosuficiencia. Tener una justa perspectiva de uno mismo es una virtud; el orgullo, en cambio, es un impedimento. El principio de la humildad en la oración nos lleva a sentir la necesidad de la guía divina. La confianza en uno mismo es buena, pero debe ir acompañada del reconocimiento de que necesitamos ayuda superior. Debemos tener la conciencia de que, aun caminando firmemente por la senda del deber, existe la posibilidad de tropezar; y con esa conciencia, la oración se convierte en un ruego para que Dios nos inspire a evitar pasos en falso.
El modelo de oración enseñado por el Salvador contiene todos estos principios esenciales:
“Padre nuestro que estás en los cielos”, reconoce Su existencia. “Santificado sea tu nombre”, expresa reverencia. “Venga tu reino; hágase tu voluntad”, es a la vez una súplica por el establecimiento de Su Reino y una promesa leal de cooperar para traer paz a la tierra y buena voluntad entre los hombres. “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, es un reconocimiento de nuestra dependencia de Dios, no solo para nuestra subsistencia material, sino también para Su ayuda constante en nuestras luchas diarias. “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, hace que el perdón divino dependa directamente de la sinceridad con la que perdonamos a los demás. Podemos recibir perdón en la misma medida en que perdonamos a quienes nos han ofendido. “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”, es el clamor de un corazón humilde que pide fortaleza y guía de un poder supremo conocido.
¡Qué maravilloso sería el mundo si, en nuestros hogares, oficinas, aulas y en todas las actividades del diario vivir, sintiéramos la presencia de Dios! O al menos, si tuviéramos la conciencia de que podemos acudir a Él y que Él nos guía y sostiene a lo largo del día.
La oración de un niño
Cuando era niño, en el hogar de mi juventud, sentía miedo por las noches. Recuerdo un sueño muy vívido en el que dos indios entraban al patio. Corrí a la casa buscando protección, y uno de ellos disparaba una flecha que me hería en la espalda. Era solo un sueño, pero sentí el golpe, y el susto fue muy real, pues en el sueño esos hombres —uno alto y otro bajo— se burlaban y atemorizaban a mi madre.
Nunca me recuperé del todo de ese sueño. A ello se sumaban los propios temores de mamá, quien, cuando papá estaba lejos con el ganado en alguna isla, nunca se retiraba sin antes mirar bajo la cama. Por eso, la idea de asaltantes o extraños entrando a la casa y haciendo daño a mi madre o a nosotros, sus hijos pequeños, era muy real para mí.
Cualquiera que fuera la causa, yo tenía miedo. Una noche, no pude dormir. Era solo un niño, e imaginé que escuchaba ruidos alrededor de la casa. Mamá estaba en otra habitación. Tomás E. dormía profundamente a mi lado. Yo no podía conciliar el sueño, y tenía mucho miedo. Entonces decidí hacer lo que mis padres me habían enseñado: orar.
Sabía que no podía orar sin salirme de la cama y arrodillarme, y eso, en ese momento, era una gran prueba. Pero finalmente lo hice. Me arrodillé y oré a Dios para que protegiera a mi madre y a toda la familia.
Y entonces, una voz tan clara como si alguien me hablara al oído —tan clara para mí como lo es ahora mi propia voz para ustedes— me dijo:
“No tengas miedo, nada te hará daño.”
De dónde vino esa voz, o qué fue exactamente, no lo sé. Pero para mí, fue una respuesta directa, y me llenó de una seguridad profunda: que nunca sería herido en la cama durante la noche.
Las bendiciones de la oración
La juventud debería tener la misma confianza en Dios que tenía una pequeña niña ciega en su padre. Ella estaba sentada en el regazo de su padre en un tren, y un amigo, sentado al lado, le dijo: “Descansa”, al tiempo que la tomaba y la sentaba en sus propias piernas. El padre le preguntó:
—¿Sabes quién te está sosteniendo?
—No —respondió ella—, pero tú sí.
¡Qué confianza la de esa niña en su padre! Sabía que estaba segura porque él sabía quién la estaba sosteniendo. Tan real como esa confianza debería ser la fe que nuestros niños y jóvenes tengan en su Padre Celestial. Si ellos tuvieran esa fe y se acercaran a Él mediante la oración, al menos cuatro grandes bendiciones vendrían a sus vidas aquí y ahora:
- Gratitud.
Sus almas se llenarían de agradecimiento por todo lo que Dios ha hecho por ellos. Se sentirían ricos en bendiciones otorgadas. El joven que cierra la puerta tras de sí, baja las cortinas y, en silencio, ruega a Dios, debería primero vaciar su alma en acción de gracias: por la salud, por los amigos, por los seres queridos, por el Evangelio y por el testimonio de la existencia de Dios. - Guía.
No puedo imaginar a un joven descarriado, ni a una jovencita en camino al error, que se arrodille cada mañana y ore sinceramente. No puedo concebir que un Santo de los Últimos Días albergue enemistad en su corazón si ora con sinceridad, pidiendo a Dios que lo libere de sentimientos de envidia y malicia hacia sus semejantes. - Confianza.
Enseñemos a los miles de estudiantes que buscan una educación, que si desean tener éxito en sus estudios deben buscar a Dios; que el mayor de todos los maestros está a su lado para guiarlos. Una vez que el estudiante comprende que puede acercarse al Señor mediante la oración, obtendrá confianza: para aprender sus lecciones, para escribir discursos, y para hablar con valor ante sus compañeros sin temor a fracasar. La confianza nace de la oración sincera. - Inspiración.
No es imaginación. Cuando nos acercamos a Dios, recibimos luz y guía de Él; nuestras mentes se iluminan y nuestras almas se conmueven por Su Espíritu. Washington lo vivió, Lincoln lo experimentó, y José Smith lo supo. La inspiración llega a todos los que abren sus ojos para ver y sus corazones para entender.
(De “Caminos a la Felicidad”, Bookcraft, Inc., págs. 225–229)
Podemos ver, a través de estos ejemplos, que hay un modelo general que podemos seguir en nuestras oraciones.
Así como la frase “Santificado sea tu nombre” indica que debemos acercarnos a Dios con reverencia, también debemos incluir una expresión de gratitud por todas nuestras bendiciones —en especial por el privilegio de tener alguien a quien dirigir nuestra gratitud.
Luego, deben seguir nuestras súplicas: por el bienestar general, por la inspiración y el valor de los líderes de la Iglesia en la edificación del Reino de Dios en la tierra. También debemos orar por los líderes de nuestra nación y de todas las naciones, para que reciban sabiduría e inspiración al tomar decisiones que afecten a todos los ciudadanos del mundo. Podemos orar para que todas estas fuerzas trabajen juntas para cumplir la voluntad de Dios en la tierra.
Después de ello, no debemos sentir vergüenza de pedir por nuestras necesidades temporales —especialmente si son urgentes. Parte de la oración del Salvador incluye: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”.
Debemos recordar que solo podemos pedir perdón por nuestras faltas en la medida en que perdonamos a quienes nos han ofendido.
La frase “No nos metas en tentación” nos recuerda nuestra necesidad constante de guía divina para evitar el mal.
A veces, quienes son invitados a ofrecer una oración pública de invocación o bendición abusan del privilegio. La oración de apertura debe estar llena de acción de gracias y puede incluir todos los elementos mencionados anteriormente. Sin embargo, la bendición final debe ser breve y no repetir lo que ya se dijo. Los puntos esenciales son: expresar gratitud por haber estado en la reunión y pedir una bendición sobre lo aprendido.
Este abuso del privilegio de orar públicamente es especialmente notorio en algunos funerales, donde la persona, conmovida por el deseo de consolar a los afligidos, termina predicando un sermón sobre el difunto. Esto no es lo que se espera, ni lo que la ocasión requiere.
Se nos ha enseñado que debemos orar siempre. Sin embargo, esto no significa que debamos estar diciendo palabras de oración durante todo el día. Significa que debemos mantener siempre una actitud reverente, humilde y receptiva a las influencias divinas.
Esta actitud ha sido expresada de manera hermosa en un himno que con frecuencia cantamos:
“Oración es el sincero deseo del alma, divulgado o inexpresado, la moción de un fuego escondido, que tiembla en el pecho.”
Existen muchas clases de oración relacionadas con ceremonias u ordenanzas sagradas. Estas serán tratadas en la próxima lección, bajo el título: Bendiciones.
























