Capítulo 25
Bendiciones ― Ayunando y dando el Testimonio
Ya hemos discutido una de las importantes bendiciones: las oraciones ceremoniales que generalmente se llaman bendiciones sacramentales. Otras bendiciones se considerarán en esta lección.
La bendición de los niños.
La práctica de traer a los bebés a las reuniones de testimonio para darles un nombre y una bendición es parte de la vida buena y ha sido experimentada muchas veces por todos nosotros. Cada vez nos conmovemos al mirar a un niño inocente y, en silencio, elevamos una oración junto con quien está pronunciando la bendición, para que en el futuro el niño reconozca sus grandes posibilidades mientras esté aquí en la tierra. No hay una fórmula establecida para tales bendiciones, pero es importante mencionar que la bendición se da por la virtud del sacerdocio que poseen aquellos que participan en la ceremonia. Por supuesto, cada oración que se ofrezca debe hacerse en el nombre de nuestro Salvador.
La bendición de los alimentos.
En las comidas del día, un Santo de los Últimos Días siempre debe ofrecer una oración de acción de gracias por la familia, los amigos, el hogar y por los alimentos que han sido preparados. Luego se eleva una petición a Dios para que bendiga esos alimentos, a fin de que sean para el bienestar de nuestros cuerpos. No existe una oración estándar, pero uno debe procurar que sea hermosa, haciéndola simple y directa.
La bendición para los enfermos.
Muchos de los que hemos estado enfermos podemos testificar del gran consuelo y la influencia purificadora que provienen de la imposición de manos de los élderes sobre nuestras cabezas al darnos una bendición. Algunos pueden testificar sobre el poder milagroso de dicha administración, pero todos podemos testificar de la purificación de nuestras almas, y tal vez esa sea la causa principal de la posterior purificación de nuestros cuerpos. Las oraciones de administración a los enfermos deben seguir un modelo que se describe a continuación.
Estas administraciones las realizan hombres que poseen el Sacerdocio de Melquisedec. Generalmente, ofician al menos dos. Uno de ellos unge al enfermo con aceite consagrado y ofrece una oración para que dicha administración sea reconocida en los cielos y tenga el efecto deseado, si está de acuerdo con la voluntad de Dios. Después, dos o más poseedores del Sacerdocio de Melquisedec imponen sus manos sobre la cabeza del enfermo y le dan una bendición especial. Esta bendición se llama el rito de la unción.
El solo hecho de que la persona sepa que, si se enferma, puede pedir esta gran bendición le da fuerzas y ánimo para enfrentar las posibilidades de enfermedad y accidente que puedan sobrevenir en cualquier momento.
La bendición patriarcal.
Otra de las importantes bendiciones que se da a los Santos de los Últimos Días es la llamada bendición patriarcal. Tenemos, como una de las Autoridades Generales de la Iglesia, al Patriarca. Asimismo, hay patriarcas ordenados que han sido designados en cada estaca de Sion. Estos hombres tienen un llamamiento especial para dar bendiciones espirituales únicas.
Generalmente se da una sola bendición patriarcal por persona. Esta bendición suele incluir una declaración sobre su linaje, así como promesas relacionadas con lo que puede acontecer en su vida, siempre que la persona guarde los mandamientos de Dios. No hay duda de que tales bendiciones constituyen un baluarte de fortaleza para quienes las reciben, especialmente al enfrentar crisis personales. También proporcionan ideales hacia los cuales pueden esforzarse.
Ordenanzas del Sacerdocio.
La otorgación del Sacerdocio Aarónico y del Sacerdocio de Melquisedec se realiza mediante una oración que sigue un modelo establecido. Por supuesto, solo quienes poseen el sacerdocio correspondiente están autorizados para conferir autoridad sacerdotal a otros, y deben hacerlo únicamente bajo la debida dirección. En la oración se confiere el sacerdocio correspondiente sobre la persona bendecida y también se le ordena para un oficio específico dentro de ese sacerdocio. Si estos dos puntos se tienen claramente presentes, la oración puede seguir el formato de una bendición, incluyendo elementos relacionados con los deberes del oficio al cual se le está ordenando. Sin duda, también es apropiado que la ordenación se acompañe de una oración personal. Todos los que hemos sido ordenados al sacerdocio podemos testificar la emoción espiritual que acompaña a tales bendiciones. Estas experiencias forman parte de la vida buena.
Apartamiento de oficiales en las diversas organizaciones de la Iglesia.
Lo que se ha dicho sobre las ordenanzas del sacerdocio puede aplicarse también al apartamiento de oficiales para cualquier posición dentro de la Iglesia. La oración que se ofrece debe incluir la declaración de que la persona está siendo apartada para su oficio o llamamiento específico, por virtud de la autoridad del sacerdocio. Luego sigue una bendición sobre la persona, invocando apoyo, guía e inspiración, para que pueda cumplir cabalmente con los deberes de su llamamiento.
Es importante hacer notar que ser ordenado para un oficio del Sacerdocio o ser apartado para cualquier otro trabajo en la Iglesia dista mucho de ser llamado a un puesto en una organización secular. En este último caso, una persona tiene la obligación únicamente con los miembros bajo cuya dirección sirve. Sin embargo, un Santo de los Últimos Días que es ordenado o apartado para un oficio tiene una doble responsabilidad. Primero, tiene una responsabilidad con Dios por el cumplimiento de sus deberes; y segundo, tiene una obligación hacia aquellos a quienes ha sido llamado a servir.
Es evidente que esta doble responsabilidad impulsará al funcionario a esforzarse más de lo que probablemente lo haría si simplemente estuviera prestando un servicio secular a las personas.
Varias otras oraciones que se usan en conexión con ceremonias son: la oración bautismal, la oración de confirmación y las oraciones sacramentales. Estas ya han sido discutidas previamente en este manual.
Ayunando y dando el Testimonio
Como parte de la vida buena, los Santos de los Últimos Días asisten (generalmente el primer domingo de cada mes) a una reunión conocida como Reunión de Testimonio. El domingo en el cual se lleva a cabo es llamado Domingo de Ayuno. En este día, cada miembro debe abstenerse de ciertas comidas y donar a la Iglesia una suma equivalente al costo de esos alimentos. El dinero recibido se deposita en los fondos controlados por el obispo y se utiliza exclusivamente para ayudar a los necesitados entre los miembros de la Iglesia.
Sin embargo, la razón principal de esta práctica no es únicamente la de obtener fondos, sino la de fomentar en cada miembro una actitud humilde. En este día, el miembro debe dedicar tiempo a la oración y a la contemplación sobre el significado de la vida y su relación con Dios. Esta actitud es fortalecida mediante la asistencia a la Reunión de Testimonio. En ella, cada miembro tiene la oportunidad de hablar y compartir su testimonio, o de participar mediante la oración y el canto. Todas estas actividades tienen como propósito fortalecer nuestros testimonios sobre el propósito de la vida y la realidad de la existencia de Dios.
La fortaleza de la Iglesia depende en gran medida de que sus miembros obtengan un testimonio de las verdades esenciales. A este respecto, presentamos una declaración del presidente David O. McKay sobre el valor del testimonio:
“Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:10-12)
Así habló Pedro, el apóstol mayor, cuando fue presentado ante los jueces por haber sanado al hombre impedido. Dio un firme testimonio a aquellos que, no mucho tiempo antes, habían participado directa o indirectamente en la crucifixión del Salvador. Estos líderes previnieron a Pedro y a Juan para que no predicaran sobre Jesucristo ni sobre su crucifixión. Pero, al percibir la confianza que Pedro y Juan tenían en Dios, y al ver al hombre sanado de pie frente a ellos, se consultaron y no supieron qué hacer.
Luego advirtieron a los apóstoles que no predicaran a Jesucristo entre el pueblo. A esto, Pedro y Juan, bajo la inspiración del Espíritu Santo, respondieron:
“Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.” (Hechos 4:19-20)
¡Muchas personas hoy día se preguntan dónde se encuentra el secreto del engrandecimiento, la estabilidad y la vitalidad de la Iglesia de Jesucristo!
El secreto está en el testimonio que posee cada individuo fiel a la Iglesia: el testimonio de que el Evangelio se compone de principios verdaderos y correctos. Es el mismo testimonio que dio Pedro.
Este testimonio ha sido revelado a todo hombre y mujer que se somete a los principios del Evangelio de Jesucristo, que obedece las ordenanzas y ha sido autorizado y ha recibido el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, para guiarlo.
A algunos, dice el Señor en Doctrina y Convenios, se les otorga saber, por medio del Espíritu Santo, que Jesús es el Hijo de Dios y que fue crucificado por los pecados del mundo. Pero el Señor declara más adelante que hay otros que deben creer en el testimonio de las palabras de otros, para que ellos también puedan alcanzar la salvación si perseveran fieles. Sea como sea, el testimonio llega a medida que cada deber es cumplido.
Estas personas saben que el Evangelio les enseña a ser mejores individuos, que la obediencia a sus principios los convierte en hombres más fuertes y en mujeres verdaderas. Cada día, este conocimiento se reafirma en ellos, y no pueden negarlo. Saben que obedecer el Evangelio de Jesucristo los transforma en mejores y más fieles esposos, esposas honradas y sinceras, hijos obedientes, y en todo sentido, en constructores ideales del hogar.
Saben también que de la obediencia al Evangelio nace la verdadera hermandad y el compañerismo entre los hombres. Saben que son mejores ciudadanos al vivir conforme a las leyes y ordenanzas. Mientras trabajan diariamente y aplican su religión a sus ocupaciones, la verdad del Evangelio se ejemplifica en sus vidas.
El testimonio del Evangelio es un ancla para el alma en medio de la confusión y la contienda. ¿Acaso no podemos, al poseer un testimonio, manifestar al mundo otro atributo de la Iglesia de Cristo, que es el amor? Conocimiento de Dios y de Sus leyes significa estabilidad, contentamiento, paz, y con ello un corazón lleno de amor, dispuesto a extender esas mismas bendiciones y privilegios a nuestros semejantes.
El amor engendra tolerancia y bondad. Recordemos tener caridad y amor los unos hacia los otros. No destruyamos la reputación de nuestros hermanos ni heremos sus sentimientos.
Mantengamos nuestros corazones concentrados y nuestras mentes fijas en esta verdad eterna: que el Evangelio de Jesucristo está entre los hombres para la remisión y salvación de la familia humana. Avancemos con este espíritu, compartiendo con nuestros semejantes el espíritu de amor y bondad. (Caminos a la felicidad, Bookcraft, Inc., págs. 314–316).
El hombre que posee un testimonio de la existencia de su Creador —quien lo tiene presente y lo creó con un propósito glorioso— es el hombre que halla felicidad en la vida, y para quien la vida es una vida buena. Ayunar y participar en las actividades del Domingo de Ayuno fortalece nuestro testimonio en estas cosas. Por lo tanto, quienes disfrutan plenamente de la vida buena participan con regularidad en las actividades del Día de Ayuno de la Iglesia.
























