La Vida Buena


Capítulo 5
Humildad – Amor que no presume, que no se ensalza


“El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.” (Mateo 10:39).
“Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” (Mateo 23:12).

Después de los actos de bondad, paciencia, generosidad o de cualquier otro buen acto, uno debe aprender a sellar los labios y olvidar lo que ha hecho. Es una extraña anomalía que, si una persona hace algo bueno esperando una recompensa, pierde casi todo el beneficio; y si alardea y se ensalza a sí mismo, es casi peor que si no hubiera hecho nada. Ya el Salvador dijo que esas personas deben ser despreciadas.

La humildad no es completamente pasiva ni sumisa; está muy lejos de eso. Es también un estado activo de la mente, mediante el cual una persona se da cuenta de que hay un mar de conocimientos que aún no conoce, y que solo ha comprendido una parte pequeñísima de ellos. Tales cosas se pueden aprender. Ustedes habrán visto a aquel que cree saberlo todo: uno menciona un tema y él acapara toda la conversación. Nadie más puede decir una sola palabra. Por otra parte, si uno desea escuchar, puede aprender de ellos, e incluso de los niños, todo lo concerniente a sí mismo. Y cuando llega el turno de hablar, digamos algo que valga la pena dar a conocer. El secreto del verdadero estudiante es este: se ha dado cuenta de que todo hombre llega a conocer a quien es maestro en algún tema, y de él puede aprender.

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” (Mateo 5:3).
Tal como Emerson expresó en una dedicatoria a una clase en la Universidad de Cambridge:

Las leyes se condenan a sí mismas. Están fuera de lugar, fuera de espacio y no sujetas a las circunstancias. Cuando en el alma de un hombre hay justicia, las recompensas son instantáneas y completas. Aquel que hace el bien es ennoblecido instantáneamente. Aquel que obra mal es castigado por su propia mala acción. Aquel que extrae la impureza, introduce la pureza.

Si un hombre finge o engaña, se está engañando a sí mismo y, al mismo tiempo, se aparta de su verdadero ser. Un hombre que posee el completo conocimiento de la absoluta bondad adora con total humildad. Cada paso que da hacia atrás es, en realidad, un paso hacia adelante. Un hombre que renuncia a sí mismo —la más pequeña admisión de una mentira, por ejemplo, la tentación a la vanidad o cualquier intento de causar una buena impresión o de impresionar con nuestra apariencia— cambiará instantáneamente el efecto.

Vean otra vez la perfección de la ley cuando se aplica a las inclinaciones y se convierte en una ley de sociedad. Tal como somos, nos asociamos. Lo bueno, por instinto, busca lo bueno; lo malo, por instinto, busca lo malo. Así, por su propia voluntad, se encaminan hacia el cielo o hacia el infierno.

Más adelante, en otra de sus obras, Emerson habla sobre el mismo tema:

Ningún hombre ha aprendido nada correctamente sin antes saber que todos los días son el Día del Juicio Final. Es la ley de los dioses que ellos llegan muy ocultos. Es el gran vulgar el que aparece lleno de oro y joyas. Los verdaderos reyes guardan sus coronas y se muestran con un pobre y sencillo atavío exterior.

En las leyendas noruegas de nuestros antepasados, Odín mora en la choza de un pescador y trabaja arreglando barcas. En las leyendas hindúes, Hari vive entre labriegos. En las leyendas griegas, Apolo vive con los pastores de Admeto, y a Jove le gustaba veranear entre los etíopes pobres. Así pues, en nuestra historia, Jesús nace en un pesebre, y sus doce apóstoles fueron pescadores.

Es un principio de la ciencia que la naturaleza muestra lo bueno que tiene en detalles. Era la máxima de Aristóteles y Lucrecio, y en los tiempos modernos, de Swedenborg y de Hahnemann. El orden de los cambios en un huevo determina la antigüedad de las vetas fósiles.

Tal era la regla general de nuestros poetas, en las leyendas de fantasía laureada, que las hadas con más poder eran las más pequeñas en estatura. Entre las gracias cristianas, la humildad es la que está más alta de todas, en la forma de la Madonna; y en la vida, este es el secreto del sabio.

Le debemos al genio siempre la misma deuda: la de abrirnos los ojos y mostrarnos que las divinidades están ocultas entre los grupos que se parecen a los gitanos o buhoneros.

La obediencia no nos empobrecerá; la humildad nos elevará. Por la obediencia gobernamos, por la pobreza somos ricos, muriendo nacemos a la vida.

En todos los tiempos, Dios, a través de sus profetas, ha manifestado a sus hijos que la humildad de espíritu es deseable. Las personas o los grupos de personas que carecen de la cualidad de la humildad son aquellos a los que se refieren las escrituras del Antiguo Testamento cuando los llaman “duros de cerviz…”.

Antes de que los hijos de Israel cruzaran las aguas del Jordán para poseer las tierras de otros —que eran aún menos merecedores que ellos—, Moisés les dio a conocer la siguiente declaración:

“Cuando fueren abatidos, dirás tú: Enaltecimiento habrá; Él libertará al inocente.” (Job 22:29-30).

El Libro de los Salmos se refiere repetidas veces a las ventajas espirituales de la humildad. La declaración: “…pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz” (Salmos 37:11), anticipa parte del Sermón del Monte.

El Libro de Proverbios también habla sobre este tema repetidas veces. Aquí encontramos una declaración concisa pero muy significativa: “…Y a la honra precede la humildad” (Proverbios 15:33).

Y Eclesiastés (5:2) tiene lo siguiente que decirle a la persona locuaz: “No te des prisa con la boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabras delante de Dios; porque Dios está en el cielo y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras.”

El profeta Miqueas nos entrega estas hermosas palabras respecto a lo que Dios quiere que hagamos:
“Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno y lo que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, amar misericordia y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8).

El apóstol Pablo debió manifestar una humildad constante en su obra misional, ya que sus epístolas están llenas de declaraciones que revelan su sumisión a Jesucristo. Con frecuencia menciona también otros valores espirituales vinculados a la humildad (ver, por ejemplo: Romanos 7:18; 11:25; 12:3, 12:16; 1 Corintios 1:28-29; 2:1-3; 3:18; 10:12; 15:9-10; 2 Corintios 3:5; 12:5-15; Filipenses 2:3-9; Efesios 3:8; 1 Timoteo 1:15).

En 1 Pedro (5:5-6) leemos la siguiente exhortación:

Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad, porque: ¡Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes!
Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os exalte cuando fuere el tiempo.

Y al que llamare, Él abrirá; y a los sabios, los instruidos… Jacob, hermano de Nefi, enseñó al pueblo nefita a tener humildad de esta manera:

“Y los ricos que se envanecen con sus conocimientos, su sabiduría y sus riquezas, he aquí, estos son los que Él desprecia; y a menos que renuncien a estas cosas, se consideren insensatos ante Dios y se humillen profundamente, Él no les abrirá.”

El profeta Alma, en un discurso sobre la naturaleza de la fe, hizo una distinción entre la humildad voluntaria y la obligatoria. Alma dice:

“Por tanto, benditos son aquellos que se humillen sin verse obligados a ser humillados; o mejor dicho, bendito es el que cree en la palabra de Dios y es bautizado sin obstinación de corazón; sí, sin haber sido persuadido a conocer la palabra o siquiera compelido a saber, antes de creer.”

En una revelación de los últimos días, el Señor predice las bendiciones que recibirán aquellos que son humildes. Él dice:

“Pues he aquí, he preparado una magnífica investidura y bendición que derramaré sobre ellos, si son fieles y siguen siendo humildes delante de mí.”

Parece que no hay otra cualidad personal que haya sido ordenada con tanta fuerza por Dios y Sus profetas como la humildad. A lo ya citado, se deben añadir las enseñanzas del Salvador durante su ministerio entre los hombres, las cuales se refieren una y otra vez a la humildad.

Dejaremos que el lector reflexione sobre estas enseñanzas mientras recuerda su estudio de la vida de Cristo, y que las busque al releer los cuatro libros canónicos del Nuevo Testamento.

Nosotros, mientras tanto, concluiremos esta exposición con una declaración del Sermón del Monte:
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” (Mateo 5:3)

Sí, la humildad es uno de los ingredientes del amor, por el cual se puede medir la estatura cristiana del hombre.