La Vida Buena


Capítulo 8

Buen Genio — No se Provoca Fácilmente


A veces nos inclinamos a creer que el mal genio es una debilidad muy dañina. Se le atribuye a la herencia familiar, a un tipo de carácter que, en ocasiones, debe ser tolerado o dejado de lado. En este capítulo nos referimos al buen genio, uno de los ingredientes que determina nuestra adhesión a los dos grandes mandamientos.

El mal genio lo encontramos a veces en personas que, en otros aspectos, son consideradas virtuosas: es el lunar en un carácter por lo demás noble. Uno de los más extraños y tristes problemas de la conducta humana es la existencia de un temperamento enfermo junto con un carácter altamente moralista en un mismo individuo.

Se ha dicho que las dos grandes clases de pecados son: los pecados del cuerpo y los pecados del carácter. Ambos han sido representados por el Salvador en su parábola del hijo pródigo. El pecado del hijo menor representa el primer tipo; el del hermano mayor, el segundo.

El élder James E. Talmage, en su obra erudita Jesús el Cristo (págs. 459–460, 29ª edición), nos expresa el siguiente concepto sobre el mal genio del hermano mayor en la parábola del hijo pródigo:

“La felicidad del padre al regreso del hijo pródigo fue empañada por la agria réplica del hermano mayor. Acercándose a la casa, había podido observar la evidente alegría; y en vez de entrar, como era su derecho, preguntó a uno de los criados el motivo de tan desacostumbrada celebración. Al enterarse de que su hermano había vuelto, y que su padre había preparado una fiesta en honor del acontecimiento, se enojó tanto que rehusó entrar a la casa, aun después de que su padre salió a hablar con él. Citó su fidelidad y devoción a la rutinaria labor del campo —a cuyo derecho de excelencia su padre no podía objetar—; pero como hijo y heredero reprochó a su padre por no haberle dado nunca un cabrito para gozarse con sus amigos, y ahora, viniendo el hijo porfiado y derrochador, mataba para él aun el becerro más gordo.”

Hay un significado en el hecho de que el mayor de los hermanos, al referirse al arrepentido, diga: “este tu hijo” en vez de “mi hermano”. El mayor, cegado por el enojo egoísta, no comprendió la cariñosa afirmación de su padre al decir: “Hijo, tú estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo”. Y con el corazón endurecido por un resentimiento poco fraternal, no se movió de donde estaba, inmovilizado por la emoción y por el amor que luchaba por salir. “Este tu hermano estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y es hallado.”

No vamos a engrandecer la virtud del arrepentimiento en la parte del pródigo sobre el fiel, quien había permanecido en casa, consciente de las responsabilidades que se esperaban de él. El hijo devoto era el heredero; el padre no se olvidaba de su valor, ni negaba su mérito. El desagrado que sintió el hermano mayor ante el alegre incidente del regreso del hermano pródigo fue una exhibición de ruindad y estrechez mental; pero, de los dos, el mayor era el más fiel, cualesquiera que fueran sus faltas menores. Sin embargo, el punto principal recalcado por la lección del Señor tenía que ver con su falta de caridad y con sus debilidades egoístas.

Fariseos y escribas, para quienes se dio a conocer esta obra maestra, debieron haberla aplicado “cada uno a su persona”. Ellos están personificados en el hijo mayor: laboriosamente atentos a la rutina, metódicamente afanados por las reglas y conociendo de memoria las últimas labores del campo, pero sin otro interés que el propio, y sin ningún deseo de acoger al publicano arrepentido o al pecador que retorna. De todo esto estaban molestos, pues cualquiera de ellos podía ser, para el indulgente y misericordioso padre, “este tu hijo”, pero nunca para ellos, “el hermano”.

No les importaba cuántos ni cómo estuvieran perdidos, mientras no fueran molestados en sus herencias y posesiones por los pródigos penitentes.

Este análisis del élder Talmage deja bien en claro que el mal genio del hijo mayor, su fundamento de egoísmo y rectitud personal, y su espíritu de no perdonar, son características típicas de los fariseos y no están en armonía con las enseñanzas de Jesús.

Otras debilidades personales, como la falta de simpatía, un complejo de superioridad, etc., también pueden causar mal genio. No importa cuál sea la razón de fondo: si el mal genio se manifiesta en nosotros, no es una cualidad cristiana. Viola el segundo gran mandamiento. Debe ser cuidadosamente estudiado y evitado si uno desea llegar a ser todo lo que un Santo de los Últimos Días debe ser.

William Henry Drummond, un médico irlandés que ejerció en Montreal, Canadá, y que además fue un gran poeta y filósofo, hizo una grave acusación contra aquellos que poseen mal genio. Estas son, en parte, sus palabras al respecto:

Ningún tipo de vicio mundano —ni la codicia del oro, ni la borrachera en sí— hace más daño a la sociedad no cristiana que el mal genio. Para endurecer la vida, para romper comunidades, para destruir las más sagradas relaciones, para devastar hogares, para arrasar con hombres y mujeres, para arrancar la inocencia de la infancia; en resumen, para compartir gratuitamente la miseria que produce poder, esta influencia se mantiene generalmente sola.

Esta declaración puede parecer una acusación grave, pero no podemos negar que, a diario, personas de mal genio y mal carácter causan mucho daño. Una gran “dulzura de carácter” puede ocultar grandes deficiencias.

Brigham Young, en uno de sus sermones, aconsejó de la siguiente manera:

“En todas nuestras ocupaciones de la vida, de cualquiera índole que sean, los Santos de los Últimos Días —y especialmente aquellos que tienen posiciones importantes en el Reino de Dios— deben tener un temperamento parejo y uniforme, tanto en la casa como fuera de ella. No deben permitir que los trastornos y circunstancias desagradables tornen sus temperamentos enojadizos y poco sociables en el hogar, diciendo palabras mordaces, llenas de amargura y acritud a sus esposas e hijos, creando de esta manera tinieblas y pesares en sus hogares, haciendo que sus familias les teman en vez de amarlos. Jamás deberían permitir que el enojo llegue a sus corazones ni dejar que las palabras nacidas del resentimiento salgan de sus labios.
‘Una respuesta suave aleja la ira, mas las palabras ofensivas despiertan el enojo’; ‘La ira es cruel y el enojo violento’; pero ‘la discreción del hombre apaga el enojo, y es su gloria pasar por alto una transgresión’.” (Diario de Discursos, 11:136)

El buen genio es uno de los ingredientes del amor. Y mientras más nos esforzamos por acercarnos a Dios, debemos recordar que cada día debemos tener mayor control sobre nuestro carácter y disposiciones que el que teníamos el día anterior. Entonces estaremos progresando hacia la meta eterna, deseada fervientemente por cada verdadero Santo de los Últimos Días.