Conferencia General Octubre 1974
Las Bendiciones de la Paz
por el élder Franklin D. Richards
Asistente al Consejo de los Doce
Mis queridos hermanos y hermanas, asumo esta responsabilidad con un corazón humilde, y oro para que el Espíritu del Señor esté con nosotros mientras les hablo.
De la cena de la Pascua de hace 19 siglos vino este gran mensaje de promesa y exhortación de nuestro Señor y Salvador Jesucristo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). Hay tanto conflicto y contienda en el mundo hoy en día que el tema de la paz me parece muy apropiado para tratar.
No puede haber verdadera felicidad sin paz, y sin embargo, hombres y mujeres honestos en todas partes del mundo están buscando paz personal y no saben dónde encontrarla.
Nuestro Señor y Salvador Jesucristo es llamado el Príncipe de Paz, y Su mensaje es un mensaje de paz para el individuo y para el mundo. Es la paz que nos hace realmente apreciar la vida mortal y nos permite soportar tribulaciones desgarradoras.
La misión de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es establecer esta paz en los corazones y en los hogares de las personas. Una carta reciente de nuestro nieto, quien está sirviendo una misión en Brasil, lo demuestra al relatar cómo un converso de un mes habló en una reunión sacramental. Dijo: “Solo un mes en la Iglesia y ya está en el púlpito exponiendo la parábola del sembrador. La mayor alegría de la obra misional es ver los cambios que el evangelio produce en la vida de las personas”. Esto es muy cierto.
He escuchado a cientos de conversos dar su testimonio, y prácticamente todos han relatado cómo el evangelio ha traído paz, gozo, crecimiento y desarrollo a sus vidas.
Sin duda, uno de los mensajes más grandes dados por nuestro Señor y Salvador fue el Sermón del Monte. Este mensaje contenía el plan del Salvador para una vida abundante. En él, exhortó a todos a ser pacificadores al decir: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9).
¿Alguna vez se han preguntado cómo pueden ser pacificadores? En realidad, nuestras oportunidades son ilimitadas.
Ciertamente, en nuestros hogares todos podemos ser pacificadores al mostrar amor y buena voluntad, contrarrestando así el mal de la contención, la envidia y los celos. Donde existan malentendidos entre hijos y padres, podemos fomentar ajustes de ambas partes. Podemos orar juntos por el espíritu de paz.
Podemos ser pacificadores al evitar la crítica. Recuerden que Jesús en el Sermón del Monte dijo: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados” (Mateo 7:1-2). ¿Alguna vez han pensado que cada vez que critican, están juzgando?
Podemos ser pacificadores al practicar y enseñar el perdón. A Jesús se le preguntó cuántas veces se debía perdonar, y Él respondió que debemos perdonar sin límite. Perdonar “hasta setenta veces siete” (Mateo 18:22). Una parte importante de perdonar es olvidar. En algunos aspectos, ser capaz de olvidar es casi tan valioso como ser capaz de recordar.
Al dedicar la capilla de Hyde Park en Londres, entre otras cosas, el presidente David O. McKay dijo: “Si quieres paz, es tu responsabilidad obtenerla. El evangelio restaurado enseña que nuestros hogares deben convertirse en nidos cálidos donde los niños puedan estar protegidos y crecer para convertirse en hombres y mujeres nobles; donde la vejez encuentre reposo; donde la oración tenga un altar” (Church News, 11 de marzo de 1961, p. 15).
Un obispo muy sabio llamó a varios jóvenes a su oficina y les dijo: “Me gustaría que me ayudaran en un experimento. Me gustaría probar el impacto y la influencia de un miembro en el espíritu de la familia. Durante un mes, me gustaría que cada uno de ustedes fuera el pacificador en su hogar. Ahora bien, no digan nada de esto a su familia, pero sean considerados, amables y atentos. Sean un ejemplo. Donde haya peleas o discusiones entre los miembros de su familia, hagan lo que puedan para superar estos defectos creando un ambiente de amor, armonía y felicidad.
El obispo continuó: “Cuando se sientan irritados, y en la mayoría de las familias surgen irritaciones, contrólense y ayuden a los demás a controlarse. Me gustaría ver que cada hogar de nuestro barrio sea, como aconsejó el presidente McKay, ‘un nido cálido o un pedazo de cielo en la tierra’. Al final del mes, me gustaría que se reunieran conmigo nuevamente y dieran su informe”.
Fue un desafío para estos jóvenes, y lo afrontaron de una manera maravillosa. Cuando informaron al obispo, se hicieron comentarios como estos:
Un joven dijo: “No tenía idea de que tendría tanta influencia en mi hogar. Realmente ha sido diferente este último mes. Me he estado preguntando si mucho del tumulto y la discordia que solíamos tener eran causados por mí y mis actitudes”.
Una joven dijo: “Supongo que éramos solo la familia normal, con nuestro egoísmo causando pequeños conflictos diarios, pero al trabajar con mis hermanos, mucho de esto ha sido eliminado y ha habido un espíritu mucho más dulce en nuestro hogar. Creo que realmente tienes que esforzarte para tener el espíritu de paz en tu hogar”.
Otra joven reportó: “Sí, ha habido un espíritu mucho más dulce, cooperativo y desinteresado en nuestro hogar desde que comencé este experimento, pero la mayor diferencia de todas ha sido en mí. Me he esforzado por ser un buen ejemplo y una pacificadora, y me siento mejor conmigo misma que nunca. Ha venido sobre mí un maravilloso sentimiento de paz”.
Sí, los hogares pueden ser perturbados por las disputas familiares. Los esposos y esposas, en un ambiente de contienda, destruyen su propia felicidad y la de sus hijos.
¿Estás excluyendo de tu vida la paz y la seguridad que tanto deseas? Miles de personas lo están haciendo porque están tan llenas de preocupaciones, dudas y temores. Muchas personas están llenas de miedo sobre lo que será de ellas al envejecer. Conocí a una encantadora mujer de unos 80 años trabajando en el templo. El espíritu de paz y tranquilidad irradiaba de ella. Estaba tan ocupada ayudando a otros que tenía poca preocupación por sí misma. Sus necesidades no eran grandes, y como ella dijo, “el Señor está cuidando de mis necesidades”.
El Señor nos dice: “Pero aprende que el que hace las obras de justicia recibirá su recompensa, aun paz en este mundo, y vida eterna en el mundo venidero” (D. y C. 59:23).
Sí, el Señor cuidará de nuestras necesidades y nos ayudará a superar aquello que nos preocupa cuando hacemos nuestra parte, ponemos nuestra fe y confianza en Él y nos dedicamos a servirle al servir a nuestro prójimo. Lo he visto en mi propia vida, en la vida de quienes me rodean y en la vida de cientos de personas en todo el mundo. Es el único camino hacia la paz personal, esa paz que no es de este mundo y que está más allá de nuestra comprensión, pero que es tan dulce para nosotros.
Posiblemente hoy haya una mayor necesidad de pacificadores que nunca antes. Si el mundo no necesitara pacificadores, nuestro Salvador nunca habría dicho: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9, cursiva añadida).
La parte bendita de ser un pacificador es que aquellos que son pacificadores y viven los principios del evangelio reciben un testimonio dado por el Espíritu Santo. Disfrutan de la paz que sobrepasa todo entendimiento, alivio de tensiones internas, gozo y felicidad, contentamiento, crecimiento y desarrollo. Yo personalmente sé que esto es cierto.
Les doy mi testimonio de que Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo viven, y de que mediante el instrumento del profeta José Smith se ha restaurado la plenitud del evangelio de Jesucristo y el poder de actuar en el nombre de Dios sobre esta tierra, y, además, que el presidente Spencer W. Kimball es un profeta viviente que guía y dirige los asuntos de la Iglesia de Jesucristo en la tierra hoy. Que las bendiciones más selectas del Señor estén con él, y que tengamos el valor y el buen juicio para seguir su consejo y sus enseñanzas.
Que cada uno de nosotros en nuestra vida diaria asuma el papel de pacificador y disfrute de la paz que sobrepasa todo entendimiento, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

























