Lenguaje Puro

Conferencia General Abril 1964

Lenguaje Puro

por el Élder Henry D. Taylor
Asistente del Consejo de los Doce Apóstoles


En el año 1842, el Profeta José Smith fue invitado a presentar una declaración que expusiera las creencias de la recién organizada Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En respuesta a esa invitación, él dirigió una comunicación conocida ahora como la “Carta Wentworth”. Este documento inspirado contenía, entre otras cosas, trece declaraciones concisas y completas de creencias, conocidas familiarmente como “Los Artículos de Fe”.

El primero de estos Artículos de Fe dice: “Creemos en Dios el Eterno Padre, y en Su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo” (Artículos de Fe 1:1).

Creemos en Dios

Ahora bien, si creemos en Dios con todo nuestro corazón y buscamos conocerlo como Él desea que lo conozcamos, entonces será un ancla para nuestras vidas, dándoles significado y propósito. El Salvador una vez dijo, enfatizando este punto: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).

¿Qué sabemos sobre Dios, nuestro Padre Celestial?

Primero, que en realidad somos Sus hijos. Él es el Padre de nuestros espíritus. En nuestras oraciones, lo dirigimos adecuadamente como nuestro Padre en el cielo.

Segundo, que somos creados a Su imagen y semejanza.

Tercero, que Él es un ser glorificado, inmortal y resucitado, que posee un cuerpo de carne, huesos y espíritu.

Y cuarto, que una vez habitamos en Su presencia y podemos regresar a estar con Él nuevamente, siempre que hagamos lo necesario para alcanzar y merecer este bendito privilegio.

Las escrituras han testificado de estas verdades, y los hombres inspirados han dado testimonio de ellas.

“Santificado Sea Tu Nombre”

Se nos ha exhortado a “amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente” (Lucas 10:27). Y junto con este amor va también un profundo respeto y reverencia por Él. Jesús reconoció esta verdad cuando enseñó a Sus discípulos a orar. Al dirigirse al Padre en oración, dijo: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” (Mateo 6:9). Si Jesús consideró el nombre del Señor como “santificado”, ¿podemos nosotros hacer menos? ¿Deberíamos de alguna manera profanar ese nombre santificado?

Cuando el profeta Moisés recibió los Diez Mandamientos en medio de los truenos y relámpagos del monte Sinaí, el Señor proclamó: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano” (Éxodo 20:7; Deuteronomio 5:11).

Moisés también sabía por revelación que el nombre de Dios es santificado. Y sin embargo, todos los días escuchamos a personas irreflexivas, groseras e irreverentes violar este mandamiento mientras blasfeman el nombre de nuestro Padre Celestial en juramentos profanos.

En tiempos antiguos, el Sacerdocio Mayor se llamaba “El Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios”. Por respeto y reverencia al nombre del Ser Supremo, y para evitar la repetición excesiva de Su nombre, la Iglesia comenzó a llamar a ese sacerdocio según Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, a quien Abraham pagó los diezmos (véase Doctrina y Convenios 107:2-4). ¿No es un hecho notable que en todas las épocas del mundo los hombres buenos han tenido el nombre de Dios en la más alta reverencia?

Hoy en día, con demasiada frecuencia, las personas en momentos de ira incontrolable profanan el nombre de la Deidad, y demasiado a menudo lo hacen en conversaciones cotidianas. El Señor, a través de uno de Sus profetas, advirtió que “la lengua… es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal” (Santiago 3:8). Sin embargo, a través del ejercicio del autocontrol y mediante la oración sincera, es posible aprender a gobernar nuestro discurso o nuestras palabras.

Lenguaje Limpio y Sencillo
Además de tomar el nombre de Dios en vano, las palabras profanas, maldiciones y juramentos también desagradan al Señor. Se nos ha aconsejado mantener nuestro lenguaje limpio y sencillo. El Señor ama una boca limpia tanto como un corazón puro. Esto se evidencia en una de las poderosas declaraciones del Maestro, en la cual dijo:

“Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios;
Ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.
Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello.
Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; No, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mateo 5:34-37).

Un escritor contemporáneo, Frank Crane, hizo una observación interesante sobre el hábito de maldecir en las siguientes palabras:

“El problema con la blasfemia no es tanto que sea malvada, sino que es simplemente sucia.
No se trata tanto de que choque a la gente religiosa, sino que disgusta a la gente decente…
Los que maldicen están desfasados, son reliquias de otro siglo.
Hoy en día, cualquier persona que maldice es vista inmediatamente como grosera y vulgar.
El joven que desea tener éxito necesita aprovechar todo lo que pueda ayudarle. Y maldecir será una marca negra en cualquier trabajo que tenga. Y si desea asociarse con el tipo de chica adecuado, debe mantener su habla limpia.
Nadie quiere a un blasfemo en la oficina, ni en el taller, ni en el tren, ni en el hotel. El único lugar donde encaja la blasfemia es en una taberna.
Maldecir significa que no sabes cómo hablar. Tu vocabulario es limitado. Es un signo de ignorancia.
Maldecir significa debilidad. Notarás que los hombres de carácter, cuyas palabras tienen peso, usan palabras simples y directas.
Cuando maldices, muestras tu impotencia. Es el refugio pequeño del que no puede hacer nada. Si puedes arreglar algo, hazlo; si no, guarda silencio; en cualquier caso, no maldigas.
Maldecir tiene mala compañía. Va de la mano con la ignorancia, la brutalidad, la crueldad, la borrachera, la lujuria, la maldad y la ira. Y puedes juzgar un hábito por la compañía que mantiene…
Abstenerse de maldecir no significa que seas un cobarde, simplemente significa que eres decente.
Para mostrar que eres varonil, no necesitas una cara sucia, ni uñas negras, ni ropa grasosa, ni cabello desordenado. Puedes ser varonil y limpio, y no muestras ninguna hombría con un lenguaje sucio…
En general, maldecir es un hábito inútil, sucio y ofensivo.
¡Déjalo!” (Roy A. Welker, Preparing for Marriage, Independence, Mo.: Zion’s Printing and Publishing, 1942, pp. 190-191).

Es difícil imaginar a hombres como Abraham, Moisés, Lincoln, José Smith o el presidente McKay profanando el nombre de Dios. ¿Cómo los percibirías o qué opinión formarías sobre ellos si fueran culpables de semejante blasfemia?

Intenta imaginar a la madre de la humanidad, a la madre del Salvador, o a tu propia madre pronunciando blasfemias en su discurso. Nos estremece pensar en algo así, pero por las mismas leyes de la decencia, no es peor para ellas hacerlo que para ti.

El Discurso Refleja la Mente y el Corazón

El escritor de Proverbios, al referirse al hombre, declara: “Porque cuál es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Proverbios 23:7). Lo que está en nuestros corazones y mentes se refleja en nuestras palabras.

Una persona que se esfuerza por seguir el ejemplo del Salvador será pura en pensamiento y acción. Su discurso será entonces limpio, digno y reverente. Jesús dijo: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Y “tu manera de hablar te descubre”, declaró alguien a Pedro, uno de los apóstoles del Salvador (Mateo 26:73). Un corazón lleno de bondad expresará pensamientos buenos y amables a través de palabras bien escogidas, los símbolos que representan los pensamientos de uno.

Ahora, unas palabras de aliento para ustedes, mis jóvenes amigos de la Iglesia y del mundo: Hagan que su discurso sea puro, cálido y digno, libre de vileza y blasfemia. Que sea de tal naturaleza y carácter que el mundo se sienta atraído hacia ustedes por ello. Hagan del Señor Jesucristo su ideal y sigan Su ejemplo en palabras y acciones. Y tan seguro como hagan esto, Él los engrandecerá y los hará poderosos ante sus semejantes, lo cual les prometo, y testifico que Dios vive, que el evangelio es verdadero, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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