Conferencia General Abril 1975
Mi Madre Ganó un Mejor Hijo
por el Élder Adney Y. Komatsu
Asistente en el Consejo de los Doce
Con humildad, me gustaría dar mi testimonio de la veracidad del evangelio de Jesucristo y de mi conversión a la Iglesia.
Hace poco más de 34 años, cuando aún era un estudiante de secundaria, fui contactado por los misioneros, quienes me invitaron a asistir a la MIA y a unirme a su equipo de baloncesto. Sin saber nada sobre la Iglesia, pero estando muy interesado en el baloncesto, asistí a la MIA. Más tarde asistí a la Escuela Dominical y luego a la reunión sacramental.
Después de un año de asistencia y de estudiar el evangelio con los misioneros, y habiendo leído la historia de la Primera Visión de José Smith, acepté la invitación de ser bautizado en la Iglesia. Esa noche, regresé a casa, habiéndome comprometido al bautismo, para pedirle permiso a mi madre viuda para bautizarme.
De repente, vi lágrimas en sus ojos. Le pregunté por qué estaba llorando. Y ella me respondió diciendo: “Estas no son lágrimas de alegría, sino de tristeza”, pues acababa de perder a otro hijo. En su viudez había perdido a un hijo, mi hermano, y ahora decía que acababa de perder a otro hijo ante una iglesia cristiana.
Más tarde explicó que, en el lecho de muerte de mi padre, le había prometido y hecho un convenio de criar a los hijos honradamente en la fe budista. Rápidamente le aseguré a mi madre que, durante el año que había estado asociándome con los misioneros, siempre me habían elevado y no había aprendido más que cosas buenas de ellos.
Le prometí que si me permitía bautizarme y, con el tiempo, veía que a través de mi comportamiento le causaba alguna vergüenza o cometía algún acto vergonzoso o deshonroso, entonces solo tendría que pedirme que dejara de ir a la iglesia y, sin dudarlo, obedecería su voluntad.
Sin embargo, por otro lado, le dije que si me convertía en una mejor persona, más atento a sus necesidades como viuda, más amable hacia las demandas del hogar, de mis hermanos y hermanas, entonces, “¿me permitirías seguir yendo a la iglesia? Porque sé que aquí puedo ganar una educación para una vida eterna.”
Hoy testifico que nunca tuve que dejar la Iglesia ni causarle a mi madre alguna preocupación por mi comportamiento. Al vivir los principios del evangelio enseñados por los misioneros y al estudiar los principios por mí mismo, tuve la certeza de mi Padre Celestial de que mi futuro sería algo que nunca tendría que preocuparme.
Desde el bautismo, siempre he tratado de poner en práctica los principios del evangelio. Siempre he amado especialmente esta escritura que encontré en Mateo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
He intentado, en todos mis años de membresía en la Iglesia, nunca rechazar un llamamiento cuando se me ha extendido. Ciertamente he sido bendecido por el Señor al vivir los principios del evangelio, y he llegado a apreciar el sagrado sacerdocio que poseo.
Hoy estoy agradecido por los misioneros, como los que cubren el mundo hoy, que vinieron a Hawái a enseñar los principios del evangelio y por los muchos miembros de la Iglesia con los que me he asociado allí y que me han enseñado principios del evangelio, así como principios de liderazgo.
Estoy agradecido por mi querida esposa y nuestros hijos, ya que hemos tenido una vida bendecida juntos viviendo en un hogar mormón.
Les doy mi testimonio humildemente hoy de que sé que Dios vive. Él escucha y responde nuestras oraciones, y Jesús es el Cristo, el Unigénito del Padre y el Salvador del mundo. José Smith fue realmente un instrumento en las manos del Señor, comisionado para comenzar la restauración del evangelio de Jesucristo en su plenitud para la salvación de toda la humanidad.
Todos los presidentes de la Iglesia que siguieron a José Smith fueron llamados por Dios, y aun hoy, el presidente Spencer W. Kimball es nuestro profeta viviente.
Les doy este testimonio humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

























