Conferencia General de Octubre 1962
No Temeréis

por el Presidente Henry D. Moyle
Primer Consejero en la Primera Presidencia
En nuestra conferencia de abril de 1960, hice énfasis en la necesidad que teníamos de misioneros, y mencioné que nos gustaría al menos duplicar la fuerza que teníamos en ese momento. En ese entonces, el veinticinco por ciento de nuestros jóvenes elegibles estaban sirviendo misiones—6,000 de ellos. Esta noche me dirijo a ustedes con el corazón lleno de gratitud para expresar el profundo agradecimiento de los hermanos, pues hoy estamos al borde de tener esos 12,000 misioneros en los campos misionales alrededor del mundo. Estamos alcanzando aproximadamente el cincuenta por ciento de nuestro potencial en lugar del veinticinco por ciento, y al igual que necesitábamos más misioneros en abril de 1960, necesitamos más esta noche. En ese momento teníamos cincuenta misiones, y ahora tenemos setenta, ya sea en funcionamiento o en planes inmediatos, y todas estas misiones están llamando a jóvenes, hombres y mujeres, y a matrimonios para salir y predicar el evangelio a los pueblos del mundo que esperan nuestro mensaje.
Recientemente encontré en un libro del siglo XVII, escrito por un tal Sir Walter Moyle, quien puede o no ser uno de mis antepasados, una reflexión que, a la luz de este gran programa que el Hermano Lee y los hermanos han presentado esta noche, y considerando que el trabajo ministerial se vuelve más y más intenso día a día, me parece tener aplicación en la actualidad, a pesar de su antigüedad. Él escribe: “Creo que nuestro éxito y salvación dependen en gran medida de qué tan bien podemos eliminar los momentos ociosos de nuestras vidas y dedicarnos al trabajo arduo, lo cual es imposible sin esfuerzo y concentración”.
Desde hace tiempo tengo la sensación de que estamos indebidamente influenciados por el miedo. Pienso que en su mayoría el sacerdocio de la Iglesia se considera valiente. Estoy seguro de que aún no hemos superado completamente el miedo. Estoy muy impresionado por las palabras que el élder John A. Widtsoe, del Quórum de los Doce Apóstoles, pronunció en una conferencia general en abril de 1942:
“El miedo que ‘vendrá sobre todo hombre’ (D. y C. 63:33) es la consecuencia natural de una sensación de debilidad y también de pecado. El miedo es una de las principales armas de Satanás para hacer infeliz a la humanidad. El que teme pierde fuerzas para enfrentar la vida y luchar contra el mal. Por lo tanto, el poder del mal busca siempre engendrar miedo en los corazones humanos. En este día de dolor, el miedo camina junto con la humanidad. Dirige, en cierta medida, el curso de cada batalla. Permanece como un veneno persistente en el corazón de los vencedores y de los vencidos.
“Como líderes en Israel, debemos procurar disipar el miedo entre nuestro pueblo. Un pueblo tímido y temeroso no puede realizar bien su obra. Los Santos de los Últimos Días tienen una misión mundial divinamente asignada tan grande que no pueden permitirse desperdiciar sus fuerzas en el miedo. El Señor ha advertido repetidamente a su pueblo contra el temor. Muchas bendiciones se retienen debido a nuestros temores. Él ha declarado expresamente que los hombres no pueden detener su obra en la tierra; por lo tanto, aquellos que están comprometidos en la causa del Señor en los últimos días y que temen, realmente confían más en el hombre que en Dios, y con ello se ven privados de su poder para servir.
“La clave para vencer el miedo ha sido dada a través del Profeta José Smith”, continúa el Hermano Widtsoe. “‘Si estáis preparados, no temeréis’ (D. y C. 38:30). Ese es un mensaje de Doctrina y Convenios, y el Hermano Widtsoe concluye diciendo: “Ese mensaje divino necesita repetirse hoy en cada estaca y barrio. ¿Estamos preparados para someternos a los mandamientos de Dios?… Si podemos responder honestamente que sí, podemos despedir al miedo. Y el grado de temor en nuestros corazones bien puede medirse por nuestra preparación mediante una vida recta, como debería caracterizar a los Santos de los Últimos Días”.
Que Dios nos bendiga para eliminar el miedo y enfrentar cada desafío que el sacerdocio de Dios nos imponga. Esto lo ruego humildemente, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























