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El recogimiento de Israel
Moisés restituye las llaves para el recogimiento de Israel
La noche del 21 de septiembre de 1823, fecha en que el ángel Moroni visitó a José Smith, el mensajero celestial recitó el capítulo 11 de Isaías e hizo hincapié en el hecho de que pronto se cumpliría. Demos especial consideración a los siguientes pasajes citados por Moroni:
Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será buscada por las gentes; y su habitación será gloriosa.
Asimismo acontecerá en aquel tiempo, que Jehová alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo que aún quede en Asiria, Egipto, Patros, Etiopía, Elam, Sinar y Hamat, y en las costas del mar.
Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra. (Isaías 11:10–12.)
Estos pasajes nos hacen saber que los acontecimientos a que se refieren iban a verificarse en lo futuro: “Jehová alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo.” No podría haberlo recobrado “otra vez” a menos que hubiera habido una anterior. La primera ocasión fue cuando el Señor sacó a Israel de la servidumbre y cautiverio de Egipto. ¿Cuándo ha puesto el Señor su mano “otra vez” para recoger el resto de su pueblo? Esto es lo que ahora vamos a examinar. Los pasajes que acabamos de citar nos dan a saber que se llevarán a cabo tres acontecimientos importantes: (1) Jehová levantará pendón a las naciones; (2) juntará a los desterrados de Israel; (3) reunirá a los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra.
Se establece claramente que ha de haber dos lugares o centros de recogimiento: uno para Israel y otro para Judá.
Cuando el ángel Moroni le informó a José Smith que estos acontecimientos iban a verificarse en breve, y que el Señor se valdría de él como instrumento para llevarlos a cabo, fue una empresa grande en extremo para un joven que aún no cumplía dieciocho años.
Nos hemos referido ya a la ocasión en que el Salvador y otros mensajeros celestiales aparecieron a José Smith y Oliverio Cowdery en el Templo de Kirtland, el 3 de abril de 1836, casi trece años después que el ángel Moroni citó a José Smith el undécimo capítulo de la profecía de Isaías, indicándole que estaba a punto de ser cumplida. Leamos la narración de estas visitas:
Después de cerrarse esta visión, los cielos nuevamente nos fueron abiertos; y se apareció Moisés ante nosotros y nos entregó las llaves del recogimiento de Israel de las cuatro partes de la tierra, y de la conducción de las diez tribus desde el país del norte. (D. y C. 110:11.)
En vista de que Moisés fue el profeta que el Señor levantó para conducir a Israel de la tierra de Egipto, y le dio poder para efectuar tan grandes milagros delante de Faraón, al grado de hacer pasar a los hijos de Israel por el Mar Rojo a pie enjuto, parece que lo más propio sería que Moisés tuviese las llaves del recogimiento de Israel cuando el Señor alzara “otra vez su mano para recobrar el remanente”. Estas fueron las llaves que Moisés entregó a José Smith y Oliverio Cowdery.
La división y esparcimiento de Israel
Cuando se habla de Israel, la mayoría de la gente piensa en los judíos, y cuando se hace referencia al recogimiento de Israel, se cree que se trata del regreso de los judíos a la tierra de Jerusalén. Debe tenerse presente que los judíos, que son descendientes de Judá, sólo representan una de las doce tribus de la casa de Israel, la familia de Jacob.
Las doce tribus de Israel se dividieron en dos grupos grandes. El menor tomó el nombre de Judá; el mayor, el nombre de Israel:
Y Joab dio el censo del pueblo al rey; y fueron los de Israel ochocientos mil hombres fuertes que sacaban espada, y los de Judá quinientos mil hombres. (2 Samuel 24:9.)
Y dijo Jehová: También quitaré de mi presencia a Judá, como quité a Israel, y desecharé a esta ciudad que había escogido, a Jerusalén, y a la casa de la cual había yo dicho: Mi nombre estará allí. (2 Reyes 23:27.)
Mas no destruiré del todo la casa de Jacob, dice Jehová.
Porque he aquí yo mandaré y haré que la casa de Israel sea zarandeada entre todas las naciones, como se zarandea el grano en una criba, y no cae un granito en la tierra. (Amós 9:8–9.)
En los capítulos 7 y 8 de esta obra dijimos que América es la tierra de José y que el Libro de Mormón es la historia de los hechos del Señor con esta rama de la casa de Israel. Vamos ahora a considerar el recogimiento de la casa de Israel en los postreros días.
Debemos tener presentes las palabras de Amós, que acabamos de citar, en las que se dice que el Señor iba a causar “que la casa de Israel sea zarandeada entre todas las naciones,” lo cual quiere decir que el recogimiento de Israel ha de efectuarse entre todas las naciones donde el Señor los hubiese zarandeado, pues decreté que no caerá “un granito en tierra”.
Israel ha de ser recogido en esta dispensación
El décimo Artículo de Fe en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días dice así:
Creemos en la congregación literal del pueblo de Israel y en la restauración de las Diez Tribus; que Sión será edificada sobre este continente (de América); que Cristo reinará personalmente sobre la tierra, y que la tierra será renovada y recibirá su gloria paradisíaca.
Antes de efectuarse la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, el 6 de abril de 1830, José Smith y Oliverio Cowdery supieron que el recogimiento de Israel habría de efectuarse en el continente de América, en esta dispensación. Se enteraron de esta verdad al hacer la traducción del Libro de Mormón de las planchas de oro.
De esta obra citamos las palabras que el Salvador dirigió a los nefitas en América cuando los visitó después de su resurrección:
Y de cierto os digo, os doy una señal para que sepáis la época en que estarán a punto de acontecer estas cosas, cuando recoja a mi pueblo de su larga dispersión, oh casa de Israel, y establezca otra vez entre ellos mi Sión;
y he aquí, esto es lo que os daré por señal, porque en verdad os digo que cuando se den a conocer a los gentiles estas cosas que os declaro, y que más adelante os declararé de mí mismo, y por el poder del Espíritu Santo que os será dado por el Padre, a fin de que ellos sepan acerca de este pueblo que es un resto de la casa de Jacob, y concerniente a este pueblo mío que será esparcido por ellos;
en verdad, en verdad os digo, que cuando el Padre les haga saber estas cosas —y del Padre procederán de ellos a vosotros— porque es según la sabiduría del Padre que sean establecidos
en esta tierra e instituidos como pueblo libre por el poder del Padre, para que estas cosas procedan de ellos a un resto de vuestra posteridad, a fin de que se cumpla el convenio del Padre, el cual ha hecho con su pueblo, oh casa de Israel;
por tanto, cuando estas obras, y las obras que desde ahora en adelante se hagan entre vosotros, procedan de los gentiles a vuestra posteridad, que degenerará en la incredulidad por causa de la maldad,
porque así conviene al Padre que proceda de los gentiles, para que pueda mostrar su poder a los gentiles, a fin de que éstos, si no endurecen sus corazones, puedan arrepentirse y venir a mí y ser bautizados en mi nombre y conocer los verdaderos puntos de mi doctrina, para que puedan ser contados entre los de mi pueblo, oh casa de Israel;
y cuando sucedan estas cosas, de modo que vuestra posteridad empiece a conocerlas, entonces les será por señal, para que sepan que la obra del Padre ha empezado ya, para dar cumplimiento al convenio que ha hecho al pueblo que es de la casa de Israel.
Porque en aquel día hará el Padre, por mi causa, una obra que será una obra grande y maravillosa entre ellos; y habrá entre ellos quienes no lo creerán, aun cuando alguno se lo declare.
Y los de mi pueblo, que son un resto de la casa de Jacob, estarán en medio de los gentiles, sí, en medio de ellos como león entre los animales del bosque, y como cachorro de león entre las manadas de ovejas, el cual, si pasa por en medio, huella y despedaza, y nadie las puede librar.
Pero si se arrepienten y escuchan mis palabras, y no endurecen sus corazones, estableceré mi iglesia entre ellos; y entrarán en el convenio, y serán contados entre este resto de Jacob, al cual he dado esta tierra por herencia.
Y ayudarán a mi pueblo, el resto de Jacob, y también a cuantos de la casa de Israel vengan, a fin de que construyan una ciudad que será llamada la Nueva Jerusalén.
Y entonces ayudarán a mi pueblo que esté disperso sobre toda la faz de la tierra, para que sean congregados en la Nueva Jerusalén.
Y entonces el poder del cielo descenderá entre ellos, y también yo estaré en medio.
Y entonces empezará la obra del Padre en aquel día, sí, cuando sea predicado este evangelio entre el resto de este pueblo. De cierto os digo que en ese día empezará la obra del Padre entre todos los dispersos de mi pueblo, sí, aun las tribus que han estado perdidas, las cuales el Padre ha conducido de Jerusalén.
Sí, empezará por el Padre la obra entre todos los dispersos de mi pueblo, para preparar la vía por la cual puedan venir a mí, a fin de que invoquen al Padre en mi nombre.
Sí, y entonces empezará, por el Padre, la obra de preparar la manera, entre todas las naciones, por la cual su pueblo pueda volver a la tierra de su herencia.
Y saldrán de todas las naciones; y no saldrán de prisa, ni irán huyendo, porque yo iré delante de ellos, dice el Padre, y seré su retaguardia. (3 Nefi 21:1–7, 9, 12, 22–29.)
Al considerar la declaración anterior, se debe recordar que el Libro de Mormón se publicó y se dio al mundo en 1829, un año antes que la Iglesia fuera organizada. José Smith en ese tiempo solamente tenía veinticuatro años de edad. Sin embargo, esta afirmación comprende todos los puntos esenciales que están relacionados con el recogimiento de Israel en estos postreros días, a saber:
- Que la nueva Jerusalén sería edificada en el continente americano.
- Que la Iglesia de Jesucristo sería establecida en el continente americano.
- Que se establecería la Iglesia entre los gentiles. (Hemos indicado anteriormente que Israel iba a ser esparcido entre las naciones gentiles.)
- Que cuando su Iglesia quedara establecida entre los gentiles de América, sería una señal de que había llegado el tiempo “cuando recoja a mi pueblo de su larga dispersión, oh casa de Israel, y establezca otra vez entre ellos mi Sión”. (3 Nefi, 21:1.)
- Que el cumplimiento de estas cosas precederá la segunda venida de Jesucristo: “Y también yo estaré en medio”. (3 Nefi, 21:25.)
- Que en esa época el Señor extendería su mano para reunir a su pueblo de entre todas las naciones: “Sí, y entonces empezará, por el Padre, la obra de preparar la manera, entre todas ¿as naciones, por la cual su pueblo pueda volver a la tierra de su herencia”. (3 Nefi, 21:25.)
- Estas declaraciones del Señor confirman las palabras de los profetas, ya citadas, de que Israel sería esparcido entre todas las naciones.
El profeta Eter entendía claramente el recogimiento de Israel en estos postreros días y el establecimiento de una nueva Jerusalén en América, así como la reedificación de la Jerusalén antigua por parte de los judíos:
Y ahora yo, Moroni , procedo a concluir mi relato concerniente a la destrucción del pueblo del cual he estado escribiendo.
Pues he aquí, menospreciaron todas las palabras de Eter; porque él verdaderamente les habló de todas las cosas, desde el principio del hombre; y que después que se hubieron retirado las aguas de la superficie de esta tierra, llegó a ser una tierra escogida sobre todas las demás, una tierra escogida del Señor; por tanto, el Señor quiere que lo sirvan a él todos los hombres que habiten sobre la faz de ella;
y que era el sitio de la Nueva Jerusalén que descendería del cielo, y el santo santuario del Señor.
He aquí, Eter vio los días de Cristo, y habló de una Nueva Jerusalén sobre esta tierra.
Y habló también concerniente a la casa de Israel, y la Jerusalén de donde Lehi habría de venir: que después que fuese destruida, sería reconstruida de nuevo, una ciudad santa para el Señor; por tanto, no podría ser una nueva Jerusalén, porque ya había existido en la antigüedad; pero sería reconstruida, y llegaría a ser una ciudad santa del Señor; y sería edificada para la casa de Israel;
y que sobre esta tierra se edificaría una Nueva Jerusalén al resto de la posteridad de José, para lo cual ha habido un tipo.
Porque así como José llevó a su padre a la tierra de Egipto, de modo que allí murió, el Señor consiguientemente sacó a un resto de la descendencia de José de la tierra de Jerusalén, para ser misericordioso con la posteridad de José, a fin de que no pereciera, tal como fue misericordioso con el padre de José para que no pereciera.
De manera que el resto de los de la casa de José se establecerán sobre esta tierra, y será la tierra de su herencia; y levantarán una ciudad santa para el Señor, semejante a la Jerusalén antigua; y no serán confundidos más, hasta que llegue el fin, cuando la tierra será consumida.
Y habrá un cielo nuevo, y una tierra nueva; y serán semejantes a los antiguos, salvo que los antiguos habrán dejado de ser, y todas las cosas se habrán vuelto nuevas.
Y entonces viene la Nueva Jerusalén; y benditos son los que moren en ella, porque son aquellos cuyos vestidos son hechos blancos mediante la sangre del Cordero; y son ellos los que están contados entre el resto de los de la posteridad de José, que eran de la casa de Israel.
Y entonces viene también la antigua Jerusalén; y benditos son sus habitantes, porque han sido lavados en la sangre del Cordero; y son los que fueron esparcidos y recogidos de las cuatro partes de la tierra y de los países del norte, y participan del cumplimiento del convenio que Dios hizo con Abraham, su padre.
Y cuando sucedan estas cosas, se cumplirá la Escritura que dice: Hay quienes fueron los primeros, que serán los postreros; quienes fueron los postreros, que serán los primeros.
Y estaba a punto de escribir más, pero me está prohibido; pero grandes y maravillosas fueron las profecías de Eter; mas los del pueblo lo tuvieron en poco y lo echaron fuera; y él se ocultaba en el hueco de una roca durante el día, y salía de noche para ver las cosas que sobrevendrían al pueblo. (Eter 13:1–13.)
El profeta Eter era descendiente de Jared, de hecho, de la vigésima octava generación:
Y dicho Jared vino de la gran torre [al país de América unos 12OO años antes de Jesucristo] con su hermano y sus familias, y con algunos otros y sus familias, en la época en que el Señor confundió el lenguaje del pueblo, y juró en su ira que serían dispersados por toda la superficie de la tierra; y conforme a la palabra del Señor fue dispersada la gente. (Eter 1:33.)
Hay muchas otras referencias de valor en el Libro de Mormón. Sin embargo, de las que hemos citado se aclara que por motivo de la traducción del Libro de Mormón, José Smith y Oliverio Cowdery entendieron que el plan del Señor era recoger a Israel esparcido en los postreros días, de los “cuatro confines de la tierra” a donde habían sido dispersados, para establecer por último una Nueva Jerusalén en América.
En septiembre de 1830, cinco meses después de haberse organizado la Iglesia, y cinco años y medio antes que Moisés entregara las llaves del recogimiento de Israel a José Smith y a Oliverio Cowdery, el Señor habló explícitamente de este asunto en una revelación dada al profeta José:
Y sois llamados para efectuar el recogimiento de mis escogidos; porque éstos escuchan mi voz y no endurecen su corazón.
Por lo tanto, del Padre ha salido el decreto de que serán recogidos en un solo lugar sobre la faz de esta tierra, a fin de preparar su corazón, y que se preparen en todas las cosas para el día en que se derramen tribulaciones y desolación sobre los malvados. (D. y C. 29:7–8.)
De modo que los primeros élderes de la Iglesia fueron llamados “para efectuar el recogimiento de mis escogidos”, y desde los comienzos de la Iglesia, los Santos de los Ultimos Días se han estado “recogiendo”. El primer lugar donde se congregaron fue en Kirtland, Ohio.
En una revelación concedida al profeta José Smith el 16 de diciembre de 1833, el Señor explicó claramente que su pueblo ha de ser congregado:
He aquí, es mi voluntad que todos los que invoquen mi nombre, y me adoren de acuerdo con mi evangelio eterno, se congreguen y permanezcan en lugares santos,
y se preparen para la revelación que ha de venir, cuando el velo que cubre mi templo, en mi tabernáculo, el cual esconde la tierra, será quitado, y toda carne me verá juntamente.
A fin de que la obra de congregar a mis santos continúe, para que pueda establecerlos en mi nombre en lugares santos; porque ha llegado la hora de la cosecha, y es menester que se cumpla mi palabra.
Por tanto, he de juntar a los de mi pueblo, de acuerdo con la parábola del trigo y la cizaña, a fin de que se guarde el trigo en los graneros para poseer la vida eterna, y ellos sean coronados de gloria celestial, cuando yo venga en el reino de mi Padre para recompensar a cada hombre conforme a sus obras. (D. y C. 101:22–23, 64–65.)
Citamos los siguientes pasajes, tomados de las revelaciones del Señor dadas al profeta José Smith, para confirmar lo que ya hemos dicho:
A fin de que mi pueblo del convenio se congregue como uno en aquel día en que yo venga a mi templo. Y esto lo hago para la salvación de mi pueblo. (D. y C. 42:36.)
Y además, el Señor emitirá su voz desde los cielos, diciendo:
¡Escuchad, oh naciones de la tierra, y oíd las palabras del Dios que os hizo!
¡Oh vosotras, naciones de la tierra, cuántas veces os hubiera juntado como la gallina junta a sus pollos debajo de sus alas, mas no quisisteis! (D. y C. 43:23–24.)
Y acontecerá que los justos serán recogidos de entre todas las naciones, y vendrán a Sión cantando canciones de gozo sempiterno. (D. y C. 45:71.)
Y así reuniré a mis escogidos de los cuatro cabos de la tierra, sí, a cuantos crean en mí y escuchen mi voz. (D. y C. 33:6.)
E Israel será salvo en mi propio y debido tiempo; y será conducido por las llaves que he dado, para nunca más ser confundido. (D. y C. 35:25.)
Y además, os digo que os doy el mandamiento de que todo hombre, tanto el que sea élder, presbítero o maestro, así como también el miembro, se dedique con su fuerza, con el trabajo de sus manos, a preparar y realizar las cosas que he mandado.
Y sea vuestra predicación la voz de amonestación, cada hombre a su vecino, con mansedumbre y humildad.
Y salid de entre los inicuos. Salvaos. Sed limpios, los que lleváis los vasos del Señor. Así sea. Amén. (D. y C. 38:40–42.)
Por tanto, preparaos, preparaos, oh mi pueblo; santificaos, juntaos vosotros, oh pueblo de mi iglesia, sobre la tierra de Sión, todos vosotros a quienes no se ha mandado permanecer.
Salid de Babilonia. Sed limpios los que lleváis los vasos del Señor.
Convocad vuestras asambleas solemnes y comunicaos a menudo los unos con los otros. Invoque todo varón el nombre del Señor.
Sí, de cierto os digo otra vez, el tiempo ha llegado cuando la voz del Señor se dirige a vosotros: Salid de Babilonia; congregaos de entre las naciones, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro.
Enviad a los élderes de mi iglesia a las naciones que se encuentran lejos; a las islas del mar; enviad a los países extranjeros; llamad a todas las naciones, primeramente a los gentiles y después a los judíos.
Y he aquí, éste será su pregón y la voz del Señor a todo pueblo: Id a la tierra de Sión para que se ensanchen los linderos de mi pueblo, y sean fortalecidas sus estacas, y Sión pueda extenderse hasta las regiones inmediatas. (D. y C. 138:4–9.)
Esta última revelación se recibió el 3 de noviembre de 1831, un año y siete meses después de la organización de la Iglesia. No cabe duda, como lo indican tan claramente los pasajes citados, que en el restablecimiento de su Iglesia sobre la tierra en estos postreros días, el Señor había dispuesto firmemente que su pueblo fuese recogido de entre las naciones y se congregara en un lugar.
El recogimiento en los últimos días de Israel esparcido
Aunque el Señor ha indicado que su Sión de los días postreros, en la cual había de ser recogido Israel, se hallaría en las Américas, y que la Nueva Jerusalén sería edificada sobre esta tierra, es palpable que este recogimiento no podría efectuarse en una sola ciudad. Para cumplir el mandamiento del Señor en este respecto, los santos del siglo pasado han edificado muchas ciudades en las cuales se han congregado, los convertidos de muchos países.
En el primer centro de recogimiento que les fue señalado en esta dispensación, en Kirtland, Ohio, los santos erigieron su primer templo al Altísimo.
El segundo recogimiento se verificó en Misuri, donde se colocaron las piedras angulares de dos templos, uno en Independence y el otro en Far West. Pero los santos se vieron obligados a salir de Misuri por motivo de la cruel persecución. Sin embargo, la Iglesia aún espera el tiempo en que sus miembros han de volver para edificar el templo y la ciudad de Sión al Altísimo, en Independence, Misuri.
De Misuri los santos fueron a Nauvoo, Illinois, donde fundaron una ciudad de más o menos veinte mil almas, y edificaron un hermoso templo a su Dios. Fue mientras estaban allí que el profeta José Smith y su hermano, Hyrum, fueron asesinados a sangre fría por un populacho en la cárcel de Carthage, Illinois, el 27 de junio de 1844. Poco después, los santos se vieron obligados a salir de Nauvoo, y sus enemigos destruyeron sus casas e incendiaron su hermoso templo. De allí, se encaminaron hacia los valles de las Montañas Rocosas, deteniéndose en Winter Quarters, Iowa, sólo lo suficiente para hacer los preparativos que exigía el viaje a través de los llanos. La primera compañía llegó a lo que hoy es Salt Lake City, Utah, el 24 de julio de 1847. Desde ese tiempo la cabecera de la Iglesia ha quedado establecida en Salt Lake City.
La conducción de las diez tribus del país del norte
Cuando Moisés entregó las llaves del recogimiento de Israel al profeta José Smith y Oliverio Cowdery, recibieron también las de “la conducción de las diez tribus desde el país del norte”. (D. y C. 110:11.)
Concerniente a este tema, el Señor le reveló al profeta José Smith lo siguiente:
Y el Señor, sí, el Salvador, estará en medio de su pueblo y reinará sobre toda carne.
Y los que estén en los países del norte serán recordados ante el Señor, y sus profetas oirán su voz, y no se contendrán por más tiempo; y herirán las peñas, y el hielo fluirá ante su presencia.
Y se levantará una calzada en medio del gran mar.
Sus enemigos llegarán a serles por presa,
y en los yermos desolados brotarán pozos de aguas vivas; y la tierra reseca no volverá a tener sed.
Y traerán sus ricos tesoros a los hijos de Efraín, mis siervos.
Y los confines de las cordilleras eternas temblarán ante su presencia.
Y allí se postrarán, y serán coronados de gloria, sí, en Sión, por mano de los siervos del Señor, tos hijos de Efraín.
Y serán llenos de cantos de gozo sempiterno.
He aquí, ésta es la bendición del Dios eterno sobre las tribus de Israel, y la bendición más rica sobre la cabeza de Efraín y sus compañeros. (D. y C. 183:25–34.)
No sabemos dónde se encuentran estas tribus y sus profetas, sino que el Señor ha dicho que se hallan “en los países del norte”.
El Señor reunirá a los esparcidos de Judá
Hemos hablado del recogimiento de Israel en la Sión del Señor en América en esta dispensación. Ahora consideraremos el asunto del recogimiento de los “esparcidos de Judá” de los cuales habló Isaías (véase Isaías 11:10-12) en los pasajes que el ángel Moroni citó a José Smith cuando lo visitó la noche del 21 de septiembre de 1823. (Véase José Smith—Historia 40.)
En Doctrina y Convenios leemos lo siguiente:
Huyan, pues, a Sión los que se hallan entre los gentiles.
Y huyan a Jerusalén los que son de Judá, a los montes de la casa del Señor.
Salid de en medio de las naciones, sí, de Babilonia, de en medio de la iniquidad, que es la Babilonia espiritual. (D. y C. 183:12–14.)
El profeta José Smith afirmó que la oración ofrecida por él en la dedicación del Templo de Kirtland, el 27 de marzo de 1836, le fue dada por revelación. Examinemos algunos pasajes de dicha oración:
Mas tú sabes que sientes un gran amor por todos los hijos de Jacob que han estado esparcidos en las montañas por largo tiempo, en un día de nieblas y de obscuridad.
Te rogamos, por tanto, que tengas misericordia de los hijos de Jacob, para que desde esta misma hora comience Jerusalén a ser redimida;
y empiece a quebrantarse el yugo de servidumbre de sobre la casa de David;
y los hijos de Judá comiencen a volver a las tierras que diste a Abraham su Padre. (D. y C. 109:61–64.)
En marzo de 1832, José recibió una revelación en la que se le explicaba parte del Apocalipsis de San Juan:
- P. —¿Qué se da a entender por los dos testigos, en el capítulo 11 del Apocalipsis?
- R. —Son dos profetas que le serán levantados a la nación judía en los postreros días, en la época de la restauración, para profetizar a los judíos, después que éstos se hayan congregado y edificado la ciudad de Jerusalén en la tierra de sus padres. (D. y C. 77:15.)
El 7 de marzo de 1831, en Kirtland, Ohio, el Señor declaró en una revelación las cosas que hablan de suceder durante muchas generaciones:
Y ahora veis este templo que se halla en Jerusalén, al cual llamáis la casa de Dios, y vuestros enemigos dicen que esta casa jamás caerá.
Mas en verdad os digo, que la desolación vendrá sobre esta generación como ladrón en la noche, y este pueblo será destruido y dispersado entre todas las naciones.
Y este templo que ahora veis será derribado, de manera que no quedará una piedra sobre otra.
Y acontecerá que esta generación de judíos no pasará sin que se verifique toda la desolación que os he dicho acerca de ellos.
Decís que sabéis que el fin del mundo viene; decís también que sabéis que los cielos y la tierra pasarán;
y en esto decís verdad, porque así es; mas estas cosas que yo os he dicho no pasarán sino hasta que todas se cumplan.
Y esto os he dicho acerca de Jerusalén; y cuando venga ese día, será esparcido un resto entre todas las naciones;
mas serán recogidos de nuevo; pero quedarán hasta después del cumplimiento de los tiempos de los gentiles. (D. y C. 45:18–25. Enfasis agregado.)
Orson Hyde dedicó la Tierra Santa para que volvieran los judíos
Con la restauración del evangelio a los gentiles en esta dispensación, se estableció que los “tiempos de los gentiles” pronto se cumplirían. Por tanto, el profeta José Smith y sus consejeros, como presidencia de la Iglesia, enviaron a Orson Hyde, uno de los Doce Apóstoles de la Iglesia, a una misión a Jerusalén: el objeto de la cual fue dedicar la Tierra Santa para que finalmente volvieran allí los remanentes esparcidos de Judá, según las profecías de los antiguos profetas, así como para la reedificación de Jerusalén y la construcción de un templo al Señor en ese lugar.
La mañana del domingo 24 de octubre de 1841, el apóstol Orson Hyde ascendió al Monte de los Olivos y allí efectuó la ceremonia de la dedicación que se le había encargado. Citamos parte de la oración dedicatoria del hermano Hyde:
Tú, Señor, que eres de eternidad en eternidad, el mismo para siempre e inmutable; oh Dios, que reinas arriba en los cielos y riges los destinos de los hombres en la tierra, condesciende, por tu infinita bondad y real favor, a escuchar la oración de tu siervo que este día te ofrece en el nombre de tu Santo Hijo Jesús, aquí sobre esta tierra donde el Sol de Justicia se puso en sangre y tu Ungido murió…
Ahora, oh Señor, tu siervo ha sido obediente a la visión celestial que le concediste en su tierra nativa; y bajo la protección de tu brazo extendido ha llegado a salvo a este lugar para dedicar y consagrar esta tierra para el recogimiento de las reliquias de los esparcidos de Judá, de acuerdo con las profecías de los santos profetas, para la reedificación de Jerusalén, después de haberla hollado los gentiles por tan largo tiempo, y para la construcción de un templo en honor de tu nombre…
Tú, que hiciste convenio con Abraham, tu amigo, y renovaste ese convenio con Isaac y lo confirmaste con Jacob, jurando que no sólo les darías esta tierra por herencia eterna, sino que te acordarías de su descendencia para siempre. Abraham, Isaac y Jacob han muerto mucho ha, y reposan en la tumba. Sus hijos se hallan esparcidos y dispersados entre las naciones de los gentiles como ovejas sin pastor, y aún esperan el cumplimiento de las promesas que Tú has hecho concernientes a ellos; y aun esta tierra, de la que en un tiempo brotaba la más rica abundancia de la naturaleza, y fluía, por decirlo así, leche y miel, ha sido herida, hasta cierto punto con aridez y esterilidad desde que bebió, de manos asesinas, la sangre de aquel que jamás pecó.
Concede, por tanto, oh Señor, en el nombre de tu muy amado Hijo, Jesucristo, que sea quitada la aridez y esterilidad de esta tierra, y permite que broten manantiales de agua viviente para dar de beber a su tierra sedienta. Haz que la vid y el olivo produzcan con su fuerza, y que la higuera florezca y se desarrolle. Concede que la tierra se torne ricamente fructífera, y que la puedan poseer sus herederos legítimos; que de nuevo produzca en abundancia para dar de comer a los hijos pródigos que volvieren a casa con un espíritu de gracia y suplicación. Permite que desciendan sobre ella desde las nubes, virtud y riqueza, y que los campos produzcan con gran fertilidad; que los hatos y los rebaños aumenten y se multipliquen grandemente en las montañas y las colinas, y que la incredulidad de tu pueblo sea vencida y reemplazada con gran bondad. Quilates su corazón de piedra, y dates un corazón de carne; y que el sol de tu gracia disipe las frías nubes de obscuridad que han ofuscado su ambiente. Inculca en ellos el deseo de congregarse en esta tierra, de conformidad con tu palabra, y que vengan ellos como nubes y como palomas al palomar. Haz que los grandes barcos de las naciones los traigan desde las islas lejanas; y que los reyes les sean por ayos, y las reinas con cariño maternal enjuguen sus lágrimas de aflicción.
Oh, Señor, Tú que una vez ablandaste el corazón de Ciro para que se mostrara propicio a Jerusalén y sus hijos, pl4zcate también hoy inspirar el corazón de los reyes y las potencias de la tierra para que consideren favorablemente este sitio y con el deseo de ver que se lleven a cabo tus justos propósitos relacionados con este lugar. Hazles saber que es tu voluntad restaurar el reino a Israel, establecer a Jerusalén como su capital y hacer de su pueblo una nación y gobierno independiente, con David tu siervo, si, un descendiente de los lomos de David de la antigüedad, como su rey.
Halle gracia a tus ojos aquella nación o pueblo que tome parte activa en bien de los hijos de Abraham y en el establecimiento de Jerusalén. No dejes que sus enemigos prevalezcan contra ellos, ni que la pestilencia ni el hambre los conquiste, sino permite que la gloria de Israel les haga sombra y el poder del Altísimo los proteja; mientras que aquellas naciones o reinos que no te sirvieren en esta obra gloriosa tendrán que perecer, de acuerdo con tu palabra, sí, “del todo serán asoladas”. (History of the Church, vol. 4, págs. 456–57.)
Refiriéndose a su visita a Jerusalén, el hermano Hyde dijo:
He hallado a muchos judíos que escucharon con profundo interés. La idea de reunir a los judíos en Palestina está recibiendo un apoyo cada vez más fuerte en Europa… Muchos de los judíos ancianos vienen a este lugar a morir, y muchos llegan de Europa a esta parte del Oriente. No cabe duda que la rueda ha empezado a girar, y la palabra del Todopoderoso ha declarado que rodará. (Ibid, pág. 459.)
También escribió lo siguiente:
A principios de marzo del año pasado (1840), me acosté una noche, como de costumbre, y mientras meditaba e investigaba, en mi propia mente, la esfera de mi próxima obra en el ministerio, se desplegó ante mí la visión del Señor como nube de luz. Aparecieron sucesivamente delante de mí, las ciudades de Londres, Amsterdam, Constantinopla y Jerusalén; y el Espíritu me dijo: “Aquí se encuentran muchos de los hijos de Abraham que yo recogeré en la tierra que di a sus padres, y aquí también está el campo de tus labores”. (Ibid, págs. 375–76.)
El espíritu del recogimiento se extiende por toda la tierra
Llamamos la atención al hecho de que por motivo de haber traído Moisés las llaves del recogimiento de Israel otra vez a la tierra, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días ha fundado, como ya se indicó, muchas ciudades en la parte occidental de los Estados Unidos en el curso del recogimiento de los descendientes de Israel de entre las naciones gentiles de la tierra. No se les persuadió ni exigió a estos convertidos a la nueva fe a que emigraran a los Estados Unidos, pero ese poder invisible descendió sobre ellos al recibir el don del Espíritu Santo por la imposición de las manos de aquellos que tuvieron la autoridad para conferirlo. Por su propia voluntad desearon unirse con los santos del Señor en su Sión de los postreros días.
Hoy día, a medida que se organizan estacas y misiones por todo el mundo, y se construyen templos en numerosos países, se encarece a los Santos a que permanezcan en sus países a fin de fortalecer a la Iglesia entre sus coterráneos.
Observemos también cómo se está tornando el corazón de los hijos de Judá hacia el país de sus padres. El doctor Chaim Weizmann, entonces Presidente de la Agencia Judía Pro-Palestina y la Organización Mundial de Sionistas, de Jerusalén, contestó, cuando le preguntaron por qué estaban regresando los judíos al país de Israel, que era por su creencia en una “fuerza misteriosa”. (Bartley C. Crum, Behind the Silken Curtain, New York,. Simon and Schuster, Inc., 1947.)
Esta “fuerza misteriosa” que ha tornado el corazón de los judíos de todo país a la tierra de Israel no vino de los hombres. Después de siglos de haber sido “zarandeados entre todas las gentes”, el Señor envió a Moisés otra vez a la tierra con las llaves del recogimiento de Israel, las cuales entregó a José Smith y Oliverio Cowdery. De modo que el espíritu de recogimiento se ha derramado sobre las naciones de Israel, y así se ha hecho posible el cumplimiento de la profecía de Isaías que Moroni citó a José Smith:
“Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra.” (Isaías 11:12.)
Todo esto justifica la venida del profeta Moisés como parte de la prometida “restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo”. (Hechos 3:21.)
El profeta José Smith recibió estas verdades por medio de las revelaciones del Señor en ésta, la dispensación del cumplimiento de los tiempos, y mostramos con la Biblia que todo concuerda con su contenido.
























