Una obra maravillosa y un prodigio

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Diferencias fundamentales
entre la salvación y la exaltación


Un cielo y un infierno

Uno de los errores más grandes que encontramos en las enseñanzas de las religiones cristianas es la doctrina de un cielo y un infierno. Esto quiere decir que todos los que van al cielo reciben igual gloria, y los que son consignados al infierno, la misma condenación.

Este concepto ha causado que muchos opinen que aun cuando sus vidas no son todo lo que deberían ser, son tan buenos como los demás, o mejores, y por tanto, creen que les irá bien. Si esta doctrina es verdadera, es obvio que debería establecerse una línea, y cuanto más se acercaran a ella, sería tanto menor la diferencia o distinción entre aquellos que podrían cruzar la línea y entrar en el cielo, y los que, apartándose un poco, tendrían que ser enviados al infierno. Esta doctrina carece de la fuerza para impulsar o alentar a los hombres a hacer lo mejor que puedan, antes les enseña a satisfacerse haciendo lo que hacen los demás. No estima de mayor valía a aquello que sobrepuja una devoción y obediencia medianas a los mandamientos del Señor, ni tampoco al desarrollo del talento de la persona y su útil dedicación al servicio de El.

En el cielo hay muchas mansiones o grados

Jesús enseñó a sus discípulos:

“En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.” (Juan 14:2.)

Si no hubiera más que un cielo, y todos los que entraran allí recibiesen la misma gloria, cuán inconsecuente sería que Jesús mencionara ir a preparar un lugar para sus discípulos, y luego añadiera: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay.”

En vista, pues, de que hay muchas mansiones o moradas en la casa de su Padre, conviene que les demos alguna consideración.

El apóstol Pablo nos informa que conoció a un hombre en Cristo que fue arrebatado hasta el tercer cielo. Leyendo cuidadosamente estos pasajes, se aclara el hecho de que Pablo mismo fue ese hombre:

Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo.

Y conozco al tal hombre, (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe).

que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. (2 Corintios 12:24.)

Por supuesto, no puede haber un tercer cielo, a menos que haya un primero y un segundo. Tenemos, pues, estos tres cielos, un paraíso y un infierno, de que tanto se habla en las Escrituras, con lo cual son cinco lugares, por lo menos donde podemos ir después de la muerte.

El apóstol Pablo hace una descripción sumamente notable de la resurrección:

Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales.

Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria.

Así también es la resurrección de los muertos… (1 Corintios 15:4042.)

¿Puede ser más claro? Hay una gloria como el sol, o la gloria celestial; otra gloria como la luna, o la gloria terrestre; y otra gloria semejante a las estrellas o, según veremos, la gloria telestial; y como una estrella es diferente de otra en gloria, “así también es la resurrección de los muertos”. Esto nos hace saber que en la resurrección las multitudes más numerosas serán semejantes a las estrellas de los cielos; y así como sus obras han sido diferentes en cuanto a importancia y fidelidad aquí en la tierra, así también diferirá su condición en la resurrección, en igual manera en que las estrellas del cielo difieren en gloria.

La gloria celestial

Cuando Pablo vio esta visión del tercer cielo y del paraíso, declaró que “oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar”. No hallamos dónde él haya descrito detalladamente lo que vio en esta visión, porque no le fue permitido “expresar” lo que vio. Esta visión de Pablo tampoco nos hace saber las cualidades necesarias para darle a uno el derecho de obtener o alcanzar los varios cielos o el paraíso. Sin embargo, se revelaron estas condiciones a José Smith el Profeta y a Sidney Rigdon, en Hiram, Estado de Ohio, el 16 de febrero de 1832. Al Profeta le fue permitido escribir mucho de lo que vio. Recomendamos la lectura de esta revelación entera conocida como “La Visión”, contenida en la sección 76 de Doctrina y Convenios, de la que citamos lo siguiente:

Nosotros, José Smith, hijo, y Sidney Rigdon, estando en el Espíritu el día dieciséis de febrero, del año mil ochocientos treinta y dos,

fueron abiertos nuestros ojos e iluminados nuestros entendimientos por el poder del Espíritu, al grado de poder ver y comprender las cosas de Dios,

aun aquellas cosas que existieron desde el principio, antes que el mundo fuese, las cuales el Padre decretó por medio de su Hijo Unigénito, que estaba en el seno del Padre aun desde el principio,

de quien damos testimonio, y el testimonio que damos es la plenitud del evangelio de Jesucristo, que es el Hijo, a quien vimos y con el cual conversamos en la visión celestial

Y otra vez testificamos, porque vimos y oímos, y éste es el testimonio del evangelio de Cristo concerniente a los que saldrán en la resurrección de los justos:

Estos son los que recibieron el testimonio de Jesús, y creyeron en su nombre, y fueron bautizados según la manera de su sepultura, siendo se’pultad1os en el agua en su nombre; y esto de acuerdo con el mandamiento que él ha dado,

de que por guardar los mandamientos pudiesen ser lavados y limpiados de todos sus pecados, y recibir el Espíritu Santo por la imposición de las manos del que es ordenado y sellado para ejercer este poder;

y son quienes vencen por ¿a fe, y son sellados por el Santo Espíritu de la promesa, que el Padre derrama sobre todos los que son justos y fieles.

Estos son los que constituyen la iglesia del Primogénito.

Son aquellos en cuyas manos el Padre ha entregado todas las cosas;

son sacerdotes y reyes que han recibido de su plenitud y de su gloria;

y son sacerdotes del Altísimo, según el orden de Melquisedec, que fue según el orden de Enoc, que fue según el orden del Hijo Unigénito.

De modo que, como esta escrito, son dioses,, los hijos de Dios.

Por consiguiente, todas las cosas son suyas, sea vida o muerte, o cosas presentes o cosas futuras, todas son suyas, y ellos son de Cristo y Cristo es de Dios.

Y vencerán todas las cosas.

Por tanto, nadie se gloríe en el hombre, más bien gloríese en Dios, el cual subyugará a todo enemigo debajo de sus pies.

Estos morarán en la presencia de Dios y su Cristo para siempre jamás.

Estos son los que él traerá consigo cuando venga en las nubes del cielo para reinar en la tierra sobre su pueblo.

Son los que tendrán parte en la primera resurrección.

Son quienes saldrán en la resurrección de los justos.

Son los que han venido al monte de Sión y a la ciudad del Dios viviente, el lugar celestial, el más santo de todos.

Son los que se han allegado a una hueste innumerable de ángeles, a la asamblea general e iglesia de Enoc y del Primogénito.

Son aquellos cuyos nombres están escritos en el cielo, donde Dios y Cristo son los jueces de todo.

Son hombres justos hechos perfectos mediante Jesús, el mediador del nuevo convenio, que obró esta perfecta expiación derramando su propia sangre.

Estos son aquellos cuyos cuerpos son celestiales, cuya gloria es la del sol,, la gloria de Dios, el más alto de todos, de cuya gloria está escrito que tiene como tipo el sol del firmamento. (D. y C. 76:1114; 5070.)

La gloria terrestre

 Y además, vimos el mundo terrestre, y he aquí, éstos son los de lo terrestre, cuya gloria se distingue de la gloria de los de la iglesia del Primogénito que han recibido la plenitud del Padre, así como la de la luna difiere del sol en el firmamento.

He aquí, éstos son los que murieron sin ley;

y también los que son los espíritus de los hombres encerrados en prisión, a quienes el Hijo visitó y predicó el evangelio, para que pudieran ser juzgados según los hombres en la carne;

quienes no recibieron el testimonio de Jesús en la carne, mas después lo recibieron.

Estos son los hombres honorables de la tierra que fueron cegados por las artimañas de los hombres.

Son los que reciben de su gloria, mas no de su plenitud.

Son los que reciben de la presencia del Hijo, mas no de la plenitud del Padre.

Por consiguiente, son cuerpos terrestres y no son cuerpos celestiales, y difieren en gloria como la luna difiere del sol.

Estos son aquellos que no son valientes en el testimonio de Jesús; así que, no obtienen la corona en el reino de nuestro Dios.

Y éste es el fin de la visión que vimos de lo terrestre, que el Señor nos mandó escribir mientras todavía estábamos en el Espíritu. (D. y C. 76:71 80.)

 La gloria telestial

 Y además, vimos la gloria de lo telestial, la gloria de lo menor, así como la gloria de las estrellas difiere de la gloria de la luna en el firmamento.

Estos son los que no recibieron el evangelio de Cristo ni el testimonio de Jesús.

Son los que no niegan al Espíritu Santo.

Son aquellos que son arrojados al infierno.

Son éstos los que no serán redimidos del diablo sino hasta la última resurrección, hasta que el Señor, Cristo el Cordero, haya cumplido su obra.

Son los que no reciben de su plenitud en el mundo eterno, sino del Espíritu Santo por medio de la ministración de lo terrestre;

y lo terrestre, por la ministración de lo celestial.

Y lo telestial también lo recibe por el ministerio de ángeles que son designados para ministrar por ellos, o que son nombrados para ser sus espíritus ministrantes; porque serán herederos de la salvación.

Y así vimos en la visión celestial la gloria de lo telestial, que sobrepuja toda comprensión;

y ningún hombre la conoce sino aquel a quien Dios la ha revelado. (D. y C. 76:1114, 5090.)

 Definición de los varios grados de gloria

Se observará que todos los que heredaren cualquiera de las glorias que acabamos de describir “serán herederos de la salvación”. Así lo expresa el versículo 88. Pero qué diferencia tan grande como la que hay entre la gloria o luz del sol y la luna, o entre la luna y las estrellas.

Sin embargo, debemos recordar que solamente aquellos que “son los que constituyen la iglesia del Primogénito” son herederos del reino celestial, según el versículo 54; y son los “que él traerá consigo cuando venga en las nubes de los cielos para reinar en la tierra sobre su pueblo” (versículo 63), y “los que tendrán parte en la primera resurrección” (versículo 64; véase también D. y C. 45:54).

De modo que el evangelio va a ser predicado a toda criatura a fin de que todo aquel que quiera pueda obtener la gloria celestial.

El Profeta continúa describiendo la diferencia que hay en estas glorias:

Y así vimos la gloria de lo terrestre que excede la gloria de lo telestial en todas las cosas,, en gloria, en poder, en fuerza y en dominio.

Y así vimos la gloria de lo celestial que sobrepuja todas las cosas; donde Dios, el Padre, reina en su trono para siempre jamás;

ante cuyo trono todas las cosas se inclinan en humilde reverencia, y te rinden gloria para siempre jamás.

Los que moran en su presencia son la iglesia del Primogénito; y ven como son vistos, y conocen como son conocidos, habiendo recibido de su plenitud y de su gracia;

y él los hace iguales en poder, en fuerza y en dominio.

Y la gloria de lo celestial es una, así como la gloria del sol es una.

Y la gloria de lo terrestre es una, así como es una la gloria de la luna.

Y la gloria de lo telestial es una, aun como la gloria de las

estrellas es una; porque como una estrella es diferente de otra en gloria, así difieren uno y otro en gloria en el mundo telestial;

porque éstos son los que dicen ser de Pablo, y de Apolos, y de Cefas.

Son los que declaran ser unos de uno y otros de otro, unos de Cristo y otros de Juan, algunos de Moisés y otros de E1ías, unos de Esaías y otros de Isaías y otros de Enoc;

mas no recibieron el evangelio, ni el testimonio de Jesús, ni a los profetas, ni el convenio sempiterno.

En fin, todos éstos son los que no serán reunidos con los santos para ser arrebatados con la iglesia del Primogénito y recibidos en la nube.

Estos son los mentirosos y los hechiceros, adúlteros y fornicarios, y quienquiera que ama y obra mentira.

Son los que padecen la ira de Dios en la tierra.

Son los que padecen la venganza del fuego eterno.

Son aquellos que son arrojados al infierno, y padecen la ira de Dios Todopoderoso hasta el cumplimiento de los tiempos, cuando Cristo haya subyugado a todo enemigo debajo de sus pies y haya perfeccionado su obra;

cuando entregue el reino y lo presente sin mancha al Padre, diciendo: He vencido y pisado, yo solo, el lagar,, el lagar del furor de la ira del Dios Omnipotente.

Entonces será coronado con la corona de su gloria, para sentarse sobre el trono de su potencia y reinar para siempre jamás.

Mas he aquí, vimos la gloria y los habitantes del mundo telestial, y eran tan innumerables como las estrellas en el firmamento del cielo, o como las arenas en las playas del mar;

y oímos la voz del Señor decir: Todos éstos doblarán la rodilla, y toda lengua confesará al que se sienta sobre el trono para siempre jamás;

porque serán juzgados de acuerdo con sus obras, y cada hombre recibirá, conforme a sus propias obras, su dominio correspondiente en las mansiones que están preparadas;

y serán siervos del Altísimo; mas a donde Dios y Cristo moran no podrán venir, por los siglos de los siglos.

Este es el fin de la visión que vimos, que se nos mandó escribir mientras estábamos aún en el Espíritu.

Pero grandes y maravillosas son las obras del Señor y los misterios de su reino que él nos enseñó, los cuales sobrepujan toda comprensión en gloria, en poder y en dominio,

los cuales nos mandó no escribir mientras estábamos aún en el Espíritu, y no es lícito que el hombre los declare;

ni tampoco es el hombre capaz de darlos a conocer, porque sólo se ven y se comprenden por el poder del Espíritu Santo que Dios confiere a ¿os que lo aman y se purifican ante él;

a quienes concede este privilegio de ver y conocer por sí mismos,

para que por el poder y la manifestación del Espíritu, mientras estén en la carne, puedan aguantar su presencia en el mundo de gloria.

Y a Dios y al Cordero sean la gloria, la honra y el dominio para siempre jamás. Amén. (D. y C. 76:91119.)

 Los hijos de Perdición

En esta visión el Señor también indicó quiénes son los hijos de Perdición:

Y esto también vimos, de lo cual damos testimonio, que un ángel de Dios, que tenía autoridad delante de Dios, el cual se rebelo en contra del Hijo Unigénito, a quien el Padre amaba y el cual estaba en el seno del Padre, fue arrojado de la presencia de Dios y del Hijo,

y fue llamado Perdición, porque los cielos lloraron por él; y era Lucifer, un hijo de la mañana.

Y vimos; y he aquí, ¡ha caído, un hijo de la mañana ha caído!

Y mientras nos hallábamos aún en el Espíritu, el Señor nos mandó que escribiésemos la visión; porque vimos a Satanás, la serpiente antigua,, el diablo, que se rebeló contra Dios y procuró usurpar el reino de nuestro Dios y su Cristo;

por tanto, les hace la guerra a los santos de Dios, y los rodea por todos lados.

Y vimos una visión de los sufrimientos de aquellos a quienes hizo ¿a guerra y venció, porque la voz del Señor vino a nosotros en estas palabras:

Así dice el Señor concerniente a todos los que conocen mi poder, y del cual han participado, a causa del poder del diablo se dejaron vencer, y niegan la verdad y desafían mi poder.

Estos son los hijo8 de perdición, de quienes digo que mejor hubiera sido para ellos no haber nacido;

porque son vasos de ira, condenados a padecer la ira de Dios con el diablo y sus ángeles en la eternidad;

concerniente a los cuales he dicho que no hay perdón en este mundo ni en el venidero,

habiendo negado al Espíritu Santo después de haberle recibido, y habiendo negado al Unigénito del Padre, crucificándolo para sí mismos y exponiéndolo a vituperio.

Estos son los que irán al lago de fuego y azufre, con el diablo y sus ángeles,

y los únicos sobre quienes tendrá poder alguno la segunda muerte;

, en verdad, los únicos que no serán redimidos en el debido tiempo del Señor, después de padecer su ira. (D. y C. 76:2538.)

Comentando esta visión gloriosa, una de las de mayor inspiración y luz jamás reveladas por el Señor a sus profetas con su permiso para escribirla, el profeta José Smith declara:

Nada podría dar mayor gozo a los santos, tratándose del orden del reino del Señor, que la luz que bañó al mundo por medio de la visión anterior. Toda ley, todo mandamiento, toda promesa, toda verdad y todo punto relacionado con el destino del hombre, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, donde la pureza de las Escrituras no ha sido manchada por la insensatez de los hombres, manifiestan la perfección de la teoría (de los diferentes grados de gloria en la vida futura), y dan testimonio del hecho de que ese documento es una transcripción de los anales del mundo eterno. La sublimidad de las ideas; la pureza del lenguaje; el campo de acción; la duración continua para la consumación, a fin de que los herederos de la salvación confiesen al Señor y doblen la rodilla; los premios por la obediencia y los castigos por los pecados sobrepujan de tal manera los estrechos pensamientos de los humanos, que todo hombre justo se ve constreñido a exclamar: “Vino de Dios.” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 6.)

 Todos son herederos de la salvación

Cuando por medio de esta visión se entiende que aquellos que hereden aun cuando fuere la gloria telestial “serán herederos de la salvación”, es fácil entender este axioma de los Santos de los Ultimos Días: “Salvación sin exaltación es condenación.” No obstante, el profeta José Smith dice de las glorias del mundo telestial: “Y así vimos en la visión celestial la gloria de lo telestial, que sobrepuja toda comprensión; y ningún hombre la conoce sino aquel a quien Dios la ha revelado.” (D. y C. 76:89-90.) ¡Cómo será, entonces, la gloria y la salvación ‘del reino celestial! Se ha dado el evangelio de Jesucristo a fin de preparar a los hombres para la gloria celestial.

La información comprendida en esta visión aclara estos pasajes de la Biblia:

Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.

Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. (Apocalipsis 20:1213.)

En vista pues, de que todo hombre va a ser juzgado según sus obras, aun los que están en el infierno, nos es más fácil entender la “justicia” de Dios, porque de otra manera no podría ser justo. También nos permite entender cómo puede una persona recibir una gloria como la del sol mientras que otra recibe una gloria como la de la luna, y muchas otras, una gloria como la de las estrellas, y sin embargo, reconocer que Dios es justo. También entendemos con mayor facilidad estas palabras de Jesús:

Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella;

porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. (Mateo 7:1314.)

El apóstol Pablo entendía que todo hombre ha de recibir de acuerdo con sus obras:

No os engañáis: Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.

Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.

No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. (Gálatas 6:79.)

El mismo escritor también explica lo que es “justo juicio de Dios”:

Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios;

el cual pagará a cada uno conforme a sus obras:

vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad,

pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia;

tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente, y también el griego,

pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego;

porque no hay acepción de personas para con Dios. (Romanos 2:511.)

Ninguna otra manera de juzgar podría ser justa. Ciertamente Dios “pagará a cada uno conforme a sus obras”. Ni aun Dios puede recompensar a un hombre por lo que no hace.

Salvación por la gracia

A muchos les es muy difícil entender algunas de las enseñanzas del apóstol Pablo, pues como Pedro lo dice:

Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito,

casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición. (2 Pedro 3:1516.)

Teniendo presente, pues, la advertencia de Pedro de que algunos de los escritos de Pablo son “difíciles de entender”, pasemos a lo que éste enseña sobre la “gracia”:

Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),

y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús,

para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;

no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:59.)

Es obvio que ninguna de nuestras obras o cosa que hagamos puede afectar la gracia de Dios, que es un don gratuito. Esto, sin embargo, no altera el hecho de que, como acabamos de citar de las epístolas de Pablo, “el justo juicio de Dios… pagará a cada uno conforme a sus obras”.

¿Qué, pues, es esta “gracia” por la que somos salvos, según el apóstol Pablo; salvos “no por obras, para que nadie se gloríe”?

La gracia representa lo que Jesús hizo por nosotros, cosas que de ninguna manera podríamos haber hecho por nosotros mismos, entre las cuales están comprendidas:

  1. El creó esta tierra sobre la cual tenemos el privilegio de vivir y adquirir experiencia. (Véase Juan 1:1-14.)
  2. Expió la transgresión de nuestros primeros padres, por causa de la cual vino la muerte al mundo, y de este modo trajo la resurrección de la tumba o la reunión de nuestro cuerpo y espíritu mediante la resurrección. (Véase 1 Corintios 15:22.)
  3. Por habernos dado su evangelio eterno, “vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:9).

Todos estos dones gloriosos, y muchos más que se podrían mencionar, recibimos por su “gracia” como dones gratuitos, “no por obras para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).

No obstante, para obtener estas “gracias”, y el don de “eterna salvación”, debemos recordar que este don es únicamente para “todos los que le obedecen” (Hebreos 5:9).

La conclusión del apóstol Pablo sobre este asunto es terminante:

No os engañéis: Dios no puede ser burlado: que todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. (Gálatas 6:7.)

Por ejemplo, tomemos al agricultor. No importa cuánto terreno sea de él, no puede esperar recoger una cosecha sin plantar. Sin embargo, cuando el agricultor ha preparado su tierra, sembrado su semilla, cultivado y regado la tierra y ha recogido la cosecha, ¿merece él todo el crédito? Hizo todo el trabajo y tiene el derecho de segar lo que sembró; y el resultado de sus esfuerzos será su galardón. No obstante, por mucho que haya trabajado el agricultor, no pudo haber segado su cosecha únicamente como el resultado de sus propios esfuerzos, pues hay que tomar en consideración otros factores:

  1. ¿Quién le proveyó el suelo fértil?
  2. ¿Quién puso el germen de vida en las semillas que plantó?
  3. ¿Quién hizo que el sol calentara la tierra, y que las semillas germinaran y crecieran?
  4. ¿Quién causó que cayera la lluvia y regara las plantas que estaban creciendo?

El agricultor no podría haber hecho ninguna de estas cosas o haberse proveído de ellas. Representan el don gratuito de la gracia, y sin embargo, el agricultor segará como sembró.

Tanto los ministros como los legos han interpretado en forma muy errada las palabras de Pablo. Los predicadores han enseñado sin reparo que la salvación es tan fácil de obtener “como coser y cantar” (frase con que se expresó un ministro prominente al autor), y que la salvación viene por confesar oralmente que se cree en Cristo, aun cuando esta creencia no vaya acompañada de la obediencia a sus mandamientos ni de obras de justicia. Desde luego, esta doctrina no concuerda con la verdad.

Fue contra tal interpretación de las Escrituras que Pedro amonestaba cuando dijo: “…las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición”. (2 Pedro 3:16.)

Muchos son los que de esta manera han sido desviados, y se han conformado con hacer una confesión oral de fe, “para su propia perdición”.

El enemigo de toda justicia no podría frustrar más eficazmente los propósitos del Maestro y su evangelio que por persuadir a todos los hombres a creer que todas las bendiciones que el Señor, mediante su gracia, ha preparado para sus hijos, pueden obtenerse por confesar verbalmente que El es el Cristo. Hemos indicado que aquellos cuya gloria será de lo telestial, o semejante a la de las estrellas, serán herederos de la salvación. No obstante, debemos tener presente que el evangelio de Jesucristo no se ha dado únicamente para la salvación de los hombres, sino también para su exaltación. Esa gloria que se ha comparado con la gloria del sol es a la que deben aspirar todos los que aman la verdad.

La exaltación depende de las buenas obras

La explicación anterior de la gracia, como don gratuito de Dios que no se obtiene por obras, contrapuesta a la obediencia al evangelio, nos ayudará a entender debidamente los siguientes pasajes:

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. (Mateo 7:21.)

Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.

Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.

Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena;

y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. (Mateo 7:2427.)

Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras. (Mateo 16:27.)

El apóstol Santiago explica la importancia de ser “hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores”:

Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?

Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día,

y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?

Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.

Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.

Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.

¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? (Santiago 1:22; 2:1420.)

Santiago enseña claramente que no es suficiente creer en Dios, pues aun los diablos creen, y añade “que la fe sin obras es muerta”. Bien podría el agricultor creer que puede recoger una cosecha sin sembrar. Esta clase de fe es muerta: no se puede producir una cosecha si no hay obras.

Recordemos la parábola del sembrador propuesta por Jesús:

“Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno.” (Mateo 13:8.)

También esta otra parábola:

Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes.

A uno dio cinco talentos, y al otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. (Mateo 25:1415.)

Cuando el señor de aquellos siervos volvió para hacer cuentas con ellos, el que recibió cinco talentos había ganado otros cinco; y el que recibió dos talentos también había ganado otros dos. A éstos su señor les dijo:

“Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.” (Mateo 25:21.)

Mas al que no había recibido sino un talento y fue y lo escondió, su señor le dijo:

Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí.

Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses.

Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos.

Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.

Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes. (Mateo 25:2630.)

Cuán inútil es la fe de uno sin sus obras. ¡Qué recompensa tan gloriosa está reservada para aquellos que ponen a trabajar los talentos que reciben!

Cuán inconsecuente es el concepto de que todos los que hacen bien reciben el mismo galardón, y todos los que hacen mal son castigados en la misma forma. Sería sumamente difícil establecer la línea de demarcación entre uno y otro. De ahí, la necesidad de “muchas moradas” en el reino de nuestro Padre, donde cada uno recibirá según sus obras.

Se define la salvación

Un ministro del evangelio le hizo esta pregunta al autor: “¿Puede un hombre ser salvo antes que muera, o ha de morir para poder ser salvo?”

La respuesta fue: “Si me explica qué entiende por salvación, procuraré contestar su pregunta.”

La experiencia ha mostrado al autor que muy pocos cristianos tienen un concepto preciso de lo que es la salvación, aparte de librarse del fuego eterno; y este ministro parecía estar completamente incapacitado para explicar qué cosa es salvación.

El autor le hizo ver que si no nos hubiésemos hecho dignos de venir a esta tierra antes de haber nacido, y de este modo poder tomar cuerpos sobre nosotros, habríamos sido desterrados del cielo con Satanás, pues él se llevó consigo a una tercera parte de los espíritus. (Véanse Judas, versículo 6; Apocalipsis 12:7-12; 12:4.)

También indicó que nos vamos salvando cada día de nuestras vidas, porque a medida que aprendamos las leyes de Dios y las obedezcamos, hasta ese grado nos libraremos de las consecuencias de la ley violada, y esto nos da el derecho de recibir las bendiciones que dependen de la obediencia a la ley divina. Citaremos los siguientes pasajes de las Escrituras modernas para establecer esta verdad:

Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan;

y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa. (D. y C. 130:2021.)

Y a cada reino se ha dado una ley; y para cada ley también hay ciertos límites y condiciones.

Todos los seres que no se sujetan a esas condiciones no son justificados. (D. y C. 88:3839.)

Porque todos los que quieran recibir una bendición de mi mano han de obedecer la ley que fue decretada para tal bendición, así como con sus condiciones, según fueron instituidas desde antes de la fundación del mundo. (D. y C. 132:5.)

“Es imposible que el hombre se salve en la ignorancia.” (D. y C. 131:6.) Así puede uno ver, que aun cuando “donde no hay ley, tampoco hay transgresión” (Romanos 4:15), es a la vez “imposible que el hombre se salve en la ignorancia”. Por consiguiente, uno debe conocer la ley a fin de hacerse digno de recibir un galardón por obedecerla y poder librarse de las consecuencias de una ley violada, a pesar de que puede ser perdonado por transgredir, cuando no se le ha dado ninguna ley. De manera que según continuamos nuestra investigación a fin de conocer y entender las leyes de Dios y obedecerlas, aumentamos con ello la medida de nuestra salvación o exaltación.

El autor explicó también al reverendo caballero que en vista de nuestra creencia en el progreso eterno, y en que el hombre no puede ser salvo sino al paso que adquiere conocimiento, la salvación para los Santos de los Ultimos Días no es un fin en sí misma sino una manera de proceder, ya que jamás cesaremos de ganar conocimiento.

El ministro de referencia contestó que jamás había oído una explicación tan razonable. Nosotros tenemos este conocimiento mediante las revelaciones que el Señor dio al profeta José Smith en ésta, la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos.

Todos serán juzgados “según sus obras” (Apocalipsis 20:12), por lo cual será menester que se preparen lugares adecuados para las almas de todos los hombres. De ahí, la afirmación de Jesús: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay.” (Juan 14:2.) El evangelio de Jesucristo provee un plan por medio del cual los hombres no sólo pueden salvarse, sino también ganar su exaltación en el reino celestial “en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio”. (Romanos 2:16.)

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