Capítulo 3
DEL REINO DE DIOS.
EL REINO ES LA IGLESIA.
“Buscad primeramente el reino de Dios.” Este fue el mandamiento que el Salvador dio a los hijos de los hombres mientras estuvo enseñando en la tierra.
Habiendo considerado, de manera general, las profecías pasadas y futuras, procederemos ahora a cumplir el mandamiento mencionado y buscaremos el reino de Dios. Pero antes de seguir adelante, quisiera advertiros nuevamente que no me acompañéis en esta investigación si no estáis dispuestos a sacrificar todo, incluso vuestro buen nombre y la vida misma, si fuese necesario, por la verdad. Porque una vez que hayáis percibido el reino de Dios, quedaréis tan complacidos que no descansaréis hasta que os hayáis hecho súbditos de dicho dominio.
Sin embargo, será tan distinto de todo otro sistema de religión actualmente sobre la tierra que os asombraréis de que persona alguna, teniendo la Biblia en la mano, pudiera haber confundido cualquiera de los sistemas de los hombres con el reino de Dios.
Hay ciertos poderes, privilegios y bendiciones que pertenecen al reino de Dios, que en ningún otro reino se hallan, ni entre ningún otro pueblo se conocen. Esto es lo que siempre lo ha distinguido de todos los otros reinos y sistemas, de modo que el investigador que está buscando el reino de Dios, al enterarse de estas particularidades, jamás lo confundirá ni dejará de reconocerlo una vez que lo haya encontrado.
No obstante, antes de continuar nuestra investigación, pongámonos de acuerdo en cuanto al significado del término “el reino de Dios”, o el sentido en que lo vamos a emplear. Pues hay quienes aplican este término al reino de gloria arriba de nosotros, algunos al gozo individual de su propia alma, mientras que otros lo aplican al gobierno de Dios organizado sobre la tierra. Nosotros, al referirnos al reino de Dios, deseamos que se entienda que estamos hablando de su gobierno establecido sobre la tierra.
BASES FUNDAMENTALES DEL REINO DE DIOS.
Pues bien, nos lanzaremos ahora al extenso campo que se halla delante de nosotros en busca de un reino. Mas detengámonos un momento y consideremos: ¿Qué es un reino? Yo sostengo que se precisan cuatro cosas para poder constituir o establecer cualquier reino, sea en los cielos o en la tierra, a saber: (1) un rey; (2) funcionarios autorizados, debidamente capacitados para poner en vigor sus ordenanzas y leyes; (3) un código de leyes por el cual se han de regir los súbditos; y (4) los súbditos que el rey va a gobernar.
Donde se hallaren estas cosas en su propio orden y debida autoridad, allí existirá un reino; pero si alguna llegare a faltar, se desorganizará el reino. Por consiguiente, dejaría de existir hasta que fuese reorganizado según el modelo anterior.
En este sentido, el reino de Dios es como cualquier otro reino. Donde hallemos oficiales debidamente comisionados y facultados por el Señor Jesús, junto con sus ordenanzas y leyes en toda su pureza, libres de toda mezcla de los preceptos y mandamientos de hombres, allí existirá el reino de Dios, y allí se manifestará su poder y se disfrutarán de sus bendiciones tal como en los días antiguos.
LA ORGANIZACIÓN DEL REINO EN LA ANTIGÜEDAD.
Debemos ahora examinar el establecimiento del reino de Dios en los días de los apóstoles. La primera indicación de que se acercaba fue la aparición de un ángel a Zacarías para prometerle que tendría un hijo que iría delante del rey, con objeto de prepararle el camino. La siguiente manifestación fue a María, y por último a José por conducto de un santo ángel, quien prometió el nacimiento del Mesías. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo manifestó a Simeón en el templo que no moriría hasta que sus ojos vieran al Salvador. De modo que todas estas personas, junto con los pastores y los magos del oriente, empezaron a sentir un gozo inefable y a llenarse de gloria, mientras que el mundo alrededor de ellos no sabía la causa de su regocijo.
Pasadas estas cosas, todo pareció quedar en reposo, en silenciosa expectación, hasta que Juan creció. Entonces vino por los desiertos de Judea con una proclamación extraña y nueva: “Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado.” Bautizó para arrepentimiento y declaró que su rey se encontraba ya en medio de ellos y que estaba a punto de inaugurar su reino.
Mientras ejercía su ministerio, el Mesías vino a él, fue bautizado y sellado con el Espíritu de Dios, que descendió sobre Él en forma de paloma. Poco después, dio voz a la misma proclamación que Juan: “Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado.” Después de haber escogido a doce discípulos, los envió a las ciudades de Judea con la misma proclamación: “El reino de los cielos se ha acercado.” Tras ellos, mandó a setenta, y luego a otros setenta con las mismas nuevas, a fin de que todos fuesen bien amonestados y se preparasen para un reino que pronto se iba a organizar entre ellos.
Estas cosas produjeron el efecto deseado, pues dieron motivo a una expectación general, con mayor particularidad en el corazón de sus discípulos, quienes diariamente esperaban triunfar de sus perseguidores mediante la coronación de aquel personaje glorioso, a la vez que ellos mismos tenían la esperanza de ser premiados, por todo lo que se habían afanado y sacrificado por Él, con un puesto exaltado cerca de su persona. Mas qué cruel decepción deben haber sufrido al ver que su Rey era encarcelado y crucificado, después de ser escarnecido, mofado, ridiculizado, y por fin batido y vencido por los judíos así como por los gentiles.
CRUCIFIXIÓN Y RESURRECCIÓN DE CRISTO.
Gustosamente habrían dado sus vidas en la lucha para ponerlo sobre el trono; pero someterse mansamente sin ninguna resistencia, abandonar todas sus expectativas y hundirse en la desesperación, desde el apogeo del entusiasmo hasta la más humilde degradación, fue más de lo que buenamente pudieron aguantar. Retrocedieron llenos de aflicción y volvieron cada quien a sus redes o sus respectivas ocupaciones, creyendo que todo había terminado, y pensando tal vez de este modo: “¿Es esto el resultado de nuestra labor? ¿Para esto abandonamos todas las cosas del mundo: nuestros amigos, casas y tierras? ¿Para esto hemos padecido persecuciones, hambre, fatiga y vergüenza? Confiábamos en que Él había de ser quien libraría a Israel; mas he aquí que lo han matado y todo ha terminado. Durante tres años hemos despertado una expectación general por toda Judea, anunciando a la gente que el reino de los cielos se había acercado; pero ahora que nuestro Rey ha muerto, ¿cómo podremos encararnos con ellos?”
Abrigando pensamientos como los anteriores, cada cual se volvió a su propio camino y todo volvió a quedar en silencio. Había cesado de oírse en Judea la voz que proclamaba: “Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado.” Jesús dormía en los brazos de la muerte. Una piedra grande, con el sello del imperio, cubría la sepultura donde se hallaba. Afuera, los soldados romanos vigilaban en silencio. Repentinamente, de las regiones celestiales descendió un potente ángel, ante cuya presencia los guardias cayeron como muertos mientras rodaba la piedra de la entrada del sepulcro. El Hijo de Dios despertó de su sueño, quebró las ligaduras de la muerte y, poco después, habiéndose aparecido a María, la envió a sus discípulos con las gloriosas nuevas de su resurrección y el lugar donde los encontraría.
Después de verlo, toda su tristeza se convirtió en alegría, y todas sus esperanzas anteriores revivieron. Mas ahora ya no iban a proclamar: “El reino de los cielos se ha acercado”. Ahora les fue dicho que permaneciesen en Jerusalén hasta que el reino quedase establecido, y ellos se encontrasen preparados para abrir la puerta del reino y adoptar en él, como ciudadanos legales, a los extranjeros y forasteros, administrándoles ciertas leyes y ordenanzas que iban a ser las leyes invariables de adopción, sin las cuales ninguno jamás podría hacerse ciudadano.
CARACTERÍSTICAS QUE SIEMPRE DISTINGUEN ESE REINO.
Habiendo ascendido a los cielos, y habiendo recibido todo poder en los cielos y en la tierra, Jesús de nuevo volvió a sus discípulos y les confirió la autoridad, diciéndoles: “Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creyeren: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; quitarán serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les dañará; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.”
Aquí deseo suplicar que no pasemos por alto esta comisión sino hasta que la entendamos; porque luego que la hayamos entendido, no tendremos por qué confundir el reino de Dios. Antes, descubriremos en el acto las características que para siempre habrán de distinguirlo de todos los demás reinos o sistemas religiosos del mundo.
Para evitar el malentendido, vamos a analizar dicha comisión y examinar cada parte cuidadosamente bajo su propia luz. En primer lugar, habrían de predicar el evangelio, o, en otras palabras, las buenas nuevas de un Redentor crucificado y resucitado, a todo el mundo; en segundo lugar, el que creyere y fuera bautizado, sería salvo; en tercer lugar, el que no creyese en lo que predicaran, sería condenado; y en cuarto lugar, a los que creyeran, los seguirían estas señales: (1) Echarían fuera demonios; (2) hablarían nuevas lenguas; (3) alzarían serpientes; (4) si bebiesen cosa mortífera, no los dañaría; y (5) pondrían las manos sobre los enfermos, para que éstos sanaran.
LAS SEÑALES SIEMPRE SIGUEN A LOS CREYENTES.
Ahora bien, la causa de que se malinterprete lo anterior se debe o a una ceguedad intencional o a la falta de comprensión del idioma. Porque nos dicen algunos que estas señales seguirían solamente a los apóstoles; y otros, que iban a seguir a los creyentes de esa época únicamente.
Cristo, sin embargo, da la misma importancia a la predicación, la creencia, la salvación y las señales que iban a seguir. Si una de estas cosas está limitada, también las otras deben de estarlo; al cesar una, las demás también se acabarán. Si el lenguaje del pasaje limita las señales a los apóstoles, también limita la fe y la salvación a ellos. Si a ningún otro iban a seguir estas señales, luego ningún otro habría de creer, y ningún otro se salvaría.
Además, si el lenguaje limita esas señales a los de la primera edad o edades del cristianismo, también limita la salvación a los de los primeros días del cristianismo, porque uno queda tan forzosamente limitado como el otro; y donde una cosa está en vigor, las otras también lo están; y donde una de ellas termina, las demás tienen que parar. ¿Por qué no decir entonces que ya no es necesaria la predicación del evangelio, o la fe, o la salvación? Pues se dieron al principio solamente para establecer el evangelio. Lo mismo sucede con decir que ya no se necesitan las señales, y que se dieron al principio solo para establecer el evangelio.
A esto podréis decir con asombro: “¿Pero qué no han cesado estas señales entre los hombres?” Probadme que han cesado —digo yo— y con ello probaréis que la predicación del evangelio ha cesado, que los hombres han dejado de creer y ser salvos, y que el mundo se halla sin el reino de Dios; o, de lo contrario, probará que Jesús fue impostor y que sus promesas no surten efecto.
EL DON DEL ESPÍRITU SANTO ES ESENCIAL EN EL REINO.
Habiendo analizado y entendido esta comisión, continuemos con el tema de la organización del reino de Dios en los días de los apóstoles. Después de conferirles su autoridad, el Salvador les mandó que permaneciesen en Jerusalén y no emprendiesen su misión sino hasta después de ser investidos con poder de lo alto.
¿Por qué esta dilación? Porque nunca ningún hombre ha sido, ni podrá jamás quedar capacitado ni ser apto para predicar ese evangelio y enseñar las cosas que Jesús le mandare, sin el Espíritu Santo; y un Espíritu Santo muy distinto, por cierto, del que dicen tener los hombres que no están inspirados. Porque el Espíritu Santo de que habló Jesús ha de guiar a toda verdad, traer a la memoria todas las cosas que Él hubiere dicho, así como mostrar las cosas que están por venir, sin mencionar que los habilitará para que hablen todos los idiomas de la tierra.
De modo que el hombre que va a predicar necesita muchísimo ese Espíritu Santo; primero, para guiarlo a toda verdad, a fin de saber qué va a enseñar; segundo, para fortificar su memoria, no sea que se le olvide enseñar algunas de las cosas que fueron mandadas; y tercero, necesita saber acerca de las cosas que están por venir, a fin de que pueda advertir a sus oyentes del peligro que se aproxima; y esto lo constituiría profeta.
Por lo anterior, se puede ver por qué Jesús tuvo tanto cuidado de que nadie predicase su evangelio sin el Espíritu Santo. También se podrá entender cuán diferente es el Espíritu de Verdad de los otros espíritus que han salido por el mundo para engañar a sus moradores, haciéndose pasar por el Espíritu Santo.
Si las iglesias de la actualidad tienen el Espíritu Santo, ¿por qué les es tan difícil entender la verdad? ¿Por qué andan por tantos caminos diferentes y una variedad de doctrinas? ¿Por qué necesitan bibliotecas enteras de sermones, folletos, divinidades, debates, argumentos y opiniones, todos escritos por la sabiduría de hombres que ni siquiera pretenden ser inspirados? Con justa razón se queja el Señor, diciendo: “Su temor para conmigo fue enseñado por mandamiento de hombres.” Pero volvamos a nuestro asunto: los apóstoles se quedaron en Jerusalén hasta que fueron investidos con poder de lo alto, y entonces empezaron a proclamar el evangelio.
EL BAUTISMO ES LA PUERTA DEL REINO.
En lo que hemos expuesto, hallamos varias de las cosas que integran un reino. En primer lugar, hemos descubierto un rey, coronado de gloria a la diestra de Dios, a quien se ha entregado toda potestad en el cielo y en la tierra; segundo, oficiales comisionados, debidamente autorizados para administrar los asuntos del gobierno; tercero, que las leyes por las cuales se han de regir son todas las cosas que Jesús mandó a sus discípulos que les enseñasen.
Si ahora podemos hallar cómo llegaban los hombres a ser ciudadanos de ese reino, es decir, las reglas de adopción, entonces habremos descubierto el reino de Dios en esa época; y quedaremos muy desconformes con todo lo que en nuestros propios días profese ser el reino de Dios, y no vaya de conformidad con esa norma.
Sucedió que en ese reino nadie era ciudadano por nacimiento, porque tanto los judíos como los gentiles se hallaban en el pecado y la incredulidad, y nadie podía ser ciudadano sin cumplir con la ley de adopción. Todos los que creían en el nombre del rey tenían el poder para ser adoptados. No obstante, había una regla o plan invariable mediante el cual eran adoptados; y todos los que pretendían haberse hecho ciudadanos de alguna otra manera, cualquiera que fuese, eran tenidos por ladrones y robadores, y nunca podrían recibir el sello de adopción. Esta regla quedó establecida en las enseñanzas del Salvador a Nicodemo, a saber: “El que no naciere de agua [es decir, bautizado en el agua] y del Espíritu [es decir, bautizado con el Espíritu] no puede entrar en el reino de Dios.”
PEDRO ENSEÑA EL PLAN DE SALVACIÓN.
Las llaves del reino fueron dadas a Pedro, por tanto, era suyo el deber de abrir la puerta del reino a los judíos y también a los gentiles. De modo que examinaremos cuidadosamente la manera en que Pedro inició a los judíos en el reino el día de Pentecostés.
Cuando se juntó la multitud ese día memorable, el apóstol Pedro, poniéndose de pie con los once, alzó la voz y razonó con ellos sobre las Escrituras, dando testimonio de Jesucristo, su resurrección y ascensión al cielo, de lo cual resultó que muchos se convencieron de la verdad y preguntaron lo que debían de hacer.
No eran cristianos, sino personas que en esos momentos se estaban convenciendo de que Jesús era el Cristo. Convencidos, pues, de este hecho, preguntaron: “¿Qué haremos?” Entonces Pedro les declaró: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.”
¿Comprendéis esta proclamación? Si podéis entenderla, no os será difícil ver que este evangelio por lo general no se predica en los días modernos. Por tanto, analicémosla y examinémosla, frase por frase. Recordaréis que ya habían creído; lo siguiente que tenían que hacer era arrepentirse. Primero, fe; segundo, arrepentimiento; tercero, bautismo por inmersión; cuarto, la remisión de los pecados; quinto, el Espíritu Santo. Este era el orden del evangelio. La fe les daba el poder para llegar a ser hijos o ciudadanos; el arrepentimiento y el bautismo en el nombre del Señor constituían la obediencia mediante la cual eran adoptados, y el Santo Espíritu de la promesa era el sello de su adopción, que ciertamente recibirían si eran obedientes.
¿Dónde halláis predicación como ésta en nuestros días? ¿Quiénes enseñan que los que creen y se arrepienten deben bautizarse, y ningún otro? Quizá diréis que los Bautistas lo enseñan, pero ¿acaso exhortan a los hombres a que se bauticen en cuanto creen y se arrepienten? Por otra parte, ¿les prometen la remisión de los pecados y el don del Espíritu Santo? Recordemos el efecto que produce el Espíritu Santo en aquellos que lo reciben. Guía a toda verdad, fortalece la memoria y muestra las cosas que están por venir. Además, Joel ha dicho que los faculta para soñar sueños, ver visiones y profetizar.
LAS SEÑALES SIGUIERON LA PREDICACIÓN DE PEDRO.
Pregunto nuevamente, ¿dónde halláis que entre los hombres se predique un evangelio como éste? ¿Andarían los hombres lamentando semanas enteras, sin el perdón de los pecados y el consuelo del Espíritu Santo, si viniese Pedro para decirnos precisamente cómo podríamos obtener esas bendiciones?
¿Qué pensaríais si, en una reunión, se arrimaran al frente tres mil hombres para que se hiciera oración por ellos, y uno de los ministros (a semejanza de Pedro) les mandase que se arrepintieran, cada uno de ellos, y se bautizaran para la remisión de sus pecados, prometiendo que todos los que obedeciesen recibirían la remisión de los pecados y el don del Espíritu Santo, que los facultaría para soñar sueños y profetizar; y luego fuese con sus hermanos que tuviesen el mismo llamamiento, y en esa misma hora se pusiese a bautizar, y continuara la obra hasta que todos quedasen bautizados; y el Espíritu Santo descendiese sobre ellos y entonces empezaran éstos a ver visiones, a hablar en otras lenguas y a profetizar?
¿No se extenderían las nuevas por todas partes de que había aparecido una doctrina nueva, muy diferente de lo que ahora se practica entre los hombres? ¡Oh, sí! Vosotros respondéis, eso ciertamente sería algo nuevo y muy extraño para todos nosotros. Pues aunque parezca extraño, es el mismo evangelio que predicó S. Pedro el día de Pentecostés. S. Pablo declaró que él predicaba el mismo evangelio que Pedro, y también dijo: “Mas aun si nosotros o un ángel del cielo os anunciara otro evangelio del que os hemos anunciado, sea anatema.” De manera que ya no tenéis que asombraros, porque “estas señales” no siguen a los que creen algún otro evangelio o doctrina, que se distingue de aquel que fue predicado por los apóstoles.
LOS APÓSTOLES ESTABLECIERON LA NORMA DEL REINO.
Volvamos, empero, al reino de Dios que se organizó en los días de los apóstoles. Hallamos que tres mil personas fueron recibidas en el reino el primer día que se abrió la puerta. Estos, junto con las numerosas conversiones que más tarde se lograron, eran súbditos de este reino, el cual, estando bien ajustado, creció para ser un templo santo en el Señor.
De manera que nos hemos desembarazado de los escombros de la tradición y superstición cristianas que se hallaban amontonados alrededor de nosotros; y habiendo buscado cuidadosamente, hemos descubierto al fin el reino de Dios como existía cuando primeramente fue organizado en los días de los apóstoles. También hemos visto que es sumamente distinto de todos los sistemas modernos de religión en cuanto a sus oficiales, ordenanzas, poderes y privilegios; y de tal manera que nadie tiene necesidad de confundir una cosa con la otra.
Habiendo hecho este descubrimiento, examinaremos en seguida el desarrollo de ese reino entre los judíos y los gentiles, y cuáles fueron sus frutos, dones y bendiciones de los cuales participaron sus ciudadanos.
Poco después de la organización del reino de Dios en Jerusalén, Felipe fue a Samaria a predicar el evangelio; y cuando creyeron a Felipe, se bautizaron hombres y mujeres y hubo grande gozo entre ellos. Más tarde, Pedro y Juan descendieron de Jerusalén, y oraron y pusieron las manos sobre ellos para que recibiesen el Espíritu Santo. Observemos que primeramente creyeron y fueron bautizados, y sintieron grande gozo, mas todavía no habían recibido el Espíritu Santo. Sin embargo, les fue conferido más tarde por la imposición de manos y la oración en el nombre de Jesús. ¡Oh, cuán diferente esto de los sistemas de los hombres!
Examinemos la conversión de Pablo mientras viajaba a Damasco. Le apareció el Señor Jesús mientras iba por el camino; mas en lugar de decirle que le eran perdonados sus pecados, y luego derramar el Espíritu Santo sobre él, fue enviado a Damasco y se le dijo que allí le sería comunicado lo que debería hacer. Habiendo llegado a Damasco, fue a verlo Ananías, el cual le mandó no detenerse más, y le declaró: “Levántate, y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.” Entonces se levantó, se bautizó y fue lleno del Espíritu Santo, y desde entonces empezó a predicar que Jesús era el Cristo.
EL BAUTISMO ES ESENCIAL A LA SALVACIÓN.
También podemos ver la ocasión en que S. Pedro fue a Cornelio, un gentil muy piadoso, cuyas oraciones y limosnas habían subido en memoria a la presencia de Dios, y aun había recibido la ministración de un ángel. Mas no obstante toda su piedad, y aun el hecho de que antes de ser bautizados, se derramó el Espíritu Santo sobre él y sus amigos, tuvieron que recibir el bautismo o de lo contrario no podrían ser salvos.
¿Por qué? Porque el Señor había dado mandamiento a los apóstoles de predicar a toda criatura; y aquel que no creyera, y no se bautizara, sería condenado, sin excepción. Reparemos en las palabras del ángel a Cornelio: “Él [Pedro] te dirá lo que te conviene hacer.” Ahora cabe preguntar: ¿Podría Cornelio haberse salvado sin obedecer las palabras de Pedro? De ser así, la misión del ángel fue en vano.
Si un ministro encuentra a un hombre tan bueno como lo fue Cornelio, tal vez le dirá: “Vamos, hermano, tú puedes ser salvo, has experimentado la religión; puedes ciertamente ser bautizado como demanda de una buena conciencia, si lo crees tu deber; mas si no, nada importa, un corazón nuevo es lo único que realmente se requiere para la salvación.” Como si se dijera que los mandamientos de Jesús no son absolutamente necesarios para poder ser salvos; un hombre puede clamar Señor, Señor, y salvarse igual que si guardase sus mandamientos. ¡Oh vana e insensata doctrina! ¡Oh, hijos de los hombres, cómo habéis pervertido el evangelio! ¡En vano clamáis Señor, Señor, y no obedecéis sus mandamientos!
Enseguida evocaremos el caso del carcelero y su familia, que fueron bautizados la misma hora en que creyeron, sin esperar que amaneciese; y a Lidia y su familia, que cumplieron con la ordenanza después del primer sermón que oyeron sobre el tema. También Felipe y el eunuco, que mandó parar el carro al llegar a las primeras aguas que encontraron a fin de observar la ordenanza, aunque el eunuco había oído hablar de Jesús por primera vez solo momentos antes.
En vista de todos estos ejemplos de los días antiguos, y los preceptos expuestos en ellos, me permito deducir que el bautismo era la ordenanza iniciadora, mediante la cual todos aquellos que creían y se arrepentían, eran recibidos y adoptados en la Iglesia o reino de Dios, para así tener derecho a la remisión de pecados y bendiciones del Espíritu Santo. Por cierto, era la ordenanza mediante la cual se convertían en hijos e hijas; y por llegar a ser hijos, el Señor derramaba el Espíritu de su Hijo en el corazón de ellos, y así clamaban: “Abba, Padre.”
Es cierto que el Señor mandó el Espíritu Santo sobre Cornelio y sus amigos antes de ser bautizados; pero tal parece que fue necesario hacerlo así para convencer a los judíos creyentes que también los gentiles podían participar de esa salvación. Y me parece que es el único caso, en toda la historia del mundo, donde persona alguna haya recibido el Espíritu Santo sin obedecer primero las leyes de adopción.
Sin embargo, hay que observar que las leyes de adopción no pueden convertir a un hombre en heredero del reino, en ciudadano con todo derecho a las bendiciones y dones del Espíritu, a menos que dichas leyes y ordenanzas sean administradas por uno que tenga la debida autoridad, y haya sido propiamente comisionado por el Rey. También se debe entender que la comisión otorgada a un individuo no autoriza a otro para que obre en su lugar. Este es uno de los puntos más importantes que hay que comprender, ya que pone a prueba a todos los ministros de la cristiandad, y examina la organización de cuanta iglesia se halla sobre la tierra, junto con todas las que han existido desde que cesó la inspiración directa.
A fin de llegar a este asunto con claridad, consideremos la constitución de los gobiernos terrenales concerniente a la autoridad y leyes de adopción. Diremos, por ejemplo, que el presidente del país firma una comisión para Fulano, en la que debidamente lo autoriza para obrar en algún puesto del gobierno. Durante su administración, llegan dos señores de otra nación para vivir en el país. Siendo extranjeros, y deseando hacerse ciudadanos, se presentan ante Fulano para rendir su protesta de homenaje en forma debida, y él certifica que así se hizo. Esto los constituye en ciudadanos legales, con derecho a todos los privilegios de que disfrutan los que son ciudadanos o súbditos por nacimiento.
Sucede que Fulano muere después de esto, y Mengano, buscando entre sus papeles, halla la comisión otorgada a Fulano, y tomándola para su propio uso, asume el puesto vacante. Mientras tanto, llegan dos extranjeros y hacen su solicitud de ciudadanía. Habiéndose informado con personas que ignoraban los asuntos del gobierno, que Mengano podía administrar los pasos requeridos para hacer la adopción, se presentan ante él para que les arregle su ciudadanía, sin que se les ocurra examinar su autoridad. Mengano les expide su carta de ciudadanía, y ellos creen que han sido legalmente naturalizados, igual que todos los demás, y que gozan de todos los derechos de ciudadanos.
Pasa el tiempo, se hace una investigación de su ciudadanía, y ellos presentan el certificado expedido por Mengano. El presidente pregunta: ¿Quién es Mengano? Yo no le he dado ninguna comisión para que ocupe puesto alguno. No lo conozco; vosotros sois extranjeros sin derechos hasta que vayáis ante el sucesor de Fulano, legalmente nombrado, o alguna otra autoridad competente, que haya recibido del presidente una comisión en su propio nombre. Mientras tanto, Mengano es aprehendido y castigado de acuerdo con la ley por falsificador y por arrogarse una autoridad que jamás le fue conferida.
LOS FALSOS SACERDOTES USURPAN LA AUTORIDAD.
Así es en el reino de Dios. El Señor autorizó a sus apóstoles y a otros por revelación directa, y por el espíritu de la profecía, para que predicaran, bautizaran y edificaran su iglesia y reino. Al poco tiempo murieron, y después de haber transcurrido mucho tiempo, los hombres hallaron sus comisiones, donde se dice a los once apóstoles: “Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura”, etc. Habiendo presumido que pueden emplear estas palabras como su autoridad, y sin más comisión, han salido, según creen, a predicar el evangelio, a bautizar y edificar la iglesia y el reino de Dios. Pero los que son bautizados por ellos nunca reciben las mismas bendiciones y dones que distinguían a los santos o ciudadanos del reino en los días de los apóstoles. ¿Por qué? Porque todavía son extranjeros y forasteros, pues la comisión que se dio a los apóstoles jamás autorizó a otro hombre a obrar por ellos.
Es una prerrogativa que el Señor se reservó para sí mismo. Ningún hombre tiene el derecho de asumir este ministerio, sino el que es llamado por revelación, y es debidamente facultado por el Espíritu Santo para oficiar en su llamamiento.
Quizá exclamaréis asombrados: “¿Cómo? ¿Ninguno de los ministros de la actualidad ha sido llamado a la obra del ministerio, ni comisionado legalmente?” Pues, os diré cómo podréis saberlo de la boca de ellos mismos, y eso será mucho mejor que cualquier respuesta que yo os pudiese dar. Id a los ministros, preguntadles si Dios jamás ha dado una revelación directa desde que se recopiló el Nuevo Testamento; que os digan si el don de la profecía cesó con los primeros días de la Iglesia, y por último, preguntadles si en estos días se necesitan o se esperan revelaciones, profetas, la ministración de ángeles, etc., o si creen que estas cosas han sido quitadas para nunca más volver a la tierra. Veréis que su respuesta será que la Biblia contiene lo suficiente, y en vista de que el canon de las Escrituras está completo, el espíritu de la profecía y la ministración de ángeles han cesado, porque ya no se necesitan. En una palabra, denunciarán como impostor a todo el que cree en esas cosas.
Luego que hayáis recibido esa contestación, preguntadles cómo fueron ellos llamados y comisionados para predicar el evangelio, y no sabrán qué responder; y por fin os dirán que la Biblia los comisionó, porque dice: “Id por todo el mundo”, etc.
EL SEÑOR RECHAZA A LOS MINISTROS FALSOS.
Veis, pues, que todos aquellos que no han recibido una revelación personal directamente del Rey de los Cielos, ya sea por medio de ángeles, la voz de Dios o el espíritu de la profecía, están obrando mediante una autoridad que fue dada a otros que ya han muerto, cuya comisión ha sido robada y su autoridad usurpada. Entonces el Rey dirá: “A Pedro conozco, y Pablo sé quién es, pues yo los comisioné; mas vosotros, ¿quiénes sois? No os conozco, nunca os hablé en mi vida; por cierto, creísteis que no era necesario que yo os hablase en vuestros días. De modo que nunca procurasteis una revelación con fe; y jamás os la di. Aun cuando hablaba a otros, vosotros los vilipendiabais y los llamabais impostores, y los perseguíais porque testificaban de las cosas que yo les había comunicado. Por tanto: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles: Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui huésped, y no me recogisteis; desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.’
Pero Señor, ¿cuándo no te ministramos estas cosas? De cierto os digo, en cuanto no lo habéis hecho al menor de estos, mis hermanos (acusándolos de impostores porque testificaron de las cosas que yo les había revelado), ni a mí lo hicisteis.”
LA IGLESIA GOZA DE DONES ESPIRITUALES.
Volviendo a nuestro tema, ya que hemos examinado el reino de Dios en cuanto a sus oficios y ordenanzas, y hemos descubierto el único medio de entrar en él, consideraremos más detalladamente las bendiciones, privilegios y solaz de sus ciudadanos. Ya hemos visto que podrían echar fuera demonios, hablar nuevas lenguas, sanar a los enfermos por la imposición de manos en el nombre de Jesús, así como ver visiones, soñar sueños, profetizar, etc.
Vamos ahora a estudiar el reino en su condición organizada para ver si se realizaron estas promesas para los judíos y los gentiles, y si el reino de Dios existió en todas las edades del mundo.
Escribiendo S. Pablo (1) “A la iglesia de Dios que está en Corinto”; (2) a los “santificados en Cristo Jesús”; (3) a los que “son llamados santos”; y (4) “a todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en cualquier lugar”, les dice a todos ellos en 1 Corintios 12:1: “Y acerca de los dones espirituales, no quiero, hermanos, que ignoréis.” Y continuando sus instrucciones en los siguientes versículos, dice así: “Empero a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho. Porque a la verdad, a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu; a otro, operaciones de milagros; y a otro, profecía; y a otro, discreción de espíritus; y a otro, géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas.
“Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere. Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, empero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también Cristo. Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo, ora judíos o griegos, ora siervos o libres; y todos hemos bebido de un mismo Espíritu. Pues ni tampoco el cuerpo es un miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo: ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo: ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como quiso. Que si todos fueran un miembro, ¿dónde estuviera el cuerpo?” Yo contesto que no existiría.
LA IGLESIA VERDADERA TIENE APÓSTOLES Y PROFETAS.
“Mas ahora muchos miembros son, a la verdad, empero un cuerpo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te he menester; ni asimismo la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes, mucho más los miembros del cuerpo que parecen más flacos, son necesarios; y a aquellos del cuerpo que estimamos ser más viles, a éstos vestimos más honrosamente; y los que en nosotros son menos honestos, tienen más compostura. Porque los que en nosotros son más honestos, no tienen necesidad; mas Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba; para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se interesen los unos por los otros. Por manera que si un miembro padece, todos los miembros a una se duelen; y si un miembro es honrado, todos los miembros a una se gozan. Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte.
“Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero doctores; luego facultades; luego dones de sanidades, ayudas, gobernaciones, géneros de lenguas. ¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos facultades? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos? Empero procurad los mejores dones: mas aun yo os muestro un camino más excelente.”
El versículo 13 del capítulo anterior nos hace saber que el apóstol aún está hablando a la Iglesia entera en todas las edades, sean judíos o gentiles, esclavos o libres, todos aquellos que llegan a ser parte del cuerpo de Cristo; y les muestra que el cuerpo de Cristo se compone de muchos miembros, todos bautizados en un cuerpo por el mismo Espíritu, todos gozando de estos distintos dones, uno recibiendo éste y otro aquél. Entonces dice terminantemente que un miembro que tiene un don no debe decir a otro que tiene un don diferente: No tengo necesidad de ti.
LOS PROFETAS Y LOS DONES PRUEBAN LA DIVINIDAD DE LA IGLESIA.
Habiendo mostrado que se necesitan los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y doctores, junto con los dones de profecía, milagros, sanidades y otros dones, para integrar la iglesia o cuerpo de Cristo, sea la edad que sea, ora entre judíos o gentiles, ora entre esclavos o libres; y habiendo expresamente prohibido a todos los miembros decir: “No tenemos necesidad de ti”, con referencia a los dones, el apóstol entonces les declara que el cuerpo nunca podría perfeccionarse sin todos ellos, y que si fuesen quitados, no habría cuerpo; es decir, no existiría la Iglesia de Cristo.
Después de explicarles estas cosas con toda claridad, el apóstol Pablo los exhorta a que procuren los mejores dones. En el capítulo 13 los amonesta a que tengan fe, esperanza y caridad, sin las cuales todos los dones mencionados nada les aprovecharían. También en el capítulo 14 les repite otra vez la misma exhortación: “Seguid la caridad; y procurad los dones espirituales, mas sobre todo que profeticéis.”
Luego, en Efesios 1:17, S. Pablo ruega que el Señor conceda a la Iglesia el espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él. Además, en Efesios 4:5-8, les dice que hay un cuerpo y un Señor, un Espíritu, una fe y un bautismo; y que Cristo subió en alto y llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres.
Y que “él mismo dio unos, ciertamente apóstoles; y otros, profetas; y otros, evangelistas; y otros, pastores y doctores.”
Y si se desea saber el objeto de estos dones u oficios, solo tiene que leerse el versículo 12: “Para perfección de los santos, para la obra del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo.”
Si se pregunta hasta cuándo habían de durar, el versículo 13 da la respuesta: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo.”
Si todavía se quiere saber qué otro propósito tenía el Señor cuando dio estos dones, puede leerse el versículo 14: “Que ya no seamos niños fluctuantes, y llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que, para engañar, emplean con astucia los artificios del error.”
LA APOSTARÍA VIENE POR RECHAZAR A LOS PROFETAS Y LOS DONES.
Sin estos dones y oficios, los santos, en primer lugar, no pueden perfeccionarse; en segundo, no puede llevarse a cabo la obra del ministerio; en tercero, no puede ser edificado el cuerpo de Cristo, y cuarto, nada hay que impida que sean llevados por doquiera por todo viento de doctrina.
Pues yo sin temor declaro que la causa de toda la división, confusión, choques, desacuerdos y enemistades; y el fecundo manantial de tantas fes, señores, bautismos y espíritus; y la razón por la que se está ofuscando el entendimiento de los hombres, y son desviados de la vida que es según Dios por la ignorancia que hay en ellos a causa de la ceguedad de sus corazones, se debe a que no tienen ni apóstoles, ni profetas, ni dones, inspirados de lo alto, a quienes pudiesen obedecer. Si tuviesen esos dones, y los escuchasen, estarían edificados en un solo cuerpo en la doctrina pura de Cristo, y tendrían un Señor, una fe, un bautismo y una misma esperanza de su vocación. Se hallarían edificados, fortalecidos en Cristo en todas las cosas, en quien todo el cuerpo, bien ajustado, crecería para ser un templo santo en el Señor.
Sin embargo, mientras las astucias de los hombres puedan persuadirlos a creer que no tienen necesidad de estas cosas, serán llevados por doquiera por todo viento de doctrina, según la voluntad de aquéllos.
Así pues, hemos terminado nuestro estudio del reino de Dios, según existió en los días de los apóstoles; y no podremos verlo en ninguna otra época sino hasta que de nuevo sea restituido en los últimos días, porque nunca pudo existir, ni jamás existirá sin apóstoles, profetas y todos los demás dones del Espíritu.
EL ANTICRISTO REINA EN LA CRISTIANDAD MODERNA.
Si nos pusiéramos a examinar las iglesias, desde la época en que cesó la inspiración hasta el tiempo presente, no veríamos nada que se pareciera al reino que hemos estado examinando con tanta admiración y placer. Pues, en lugar de apóstoles y profetas, veríamos maestros falsos que los hombres se han amontonado; en vez de los dones del Espíritu, hallaríamos la sabiduría de los hombres; más bien que las ordenanzas de Dios, tendríamos los mandamientos de los hombres; muchos falsos espíritus en lugar del Espíritu Santo; opiniones en lugar de conocimiento; especulación en lugar de revelación; en vez de unión, divisiones; en vez de fe, dudas; en vez de esperanza, desesperación; odio más bien que caridad; un médico más bien que la imposición de manos para sanar a los enfermos; fábulas más bien que la verdad; el mal pasaría por bien, y el bien por mal; la luz pasaría por tinieblas, y las tinieblas por luz. En una palabra, habría anticristo en lugar de Cristo, porque los poderes de la tierra han hecho guerra contra los santos y los tienen vencidos, hasta que las palabras de Dios se hayan cumplido.
¡Oh, Dios mío, cierra la visión! Mi corazón se desfallece cuando miro. Haz que pronto llegue el día en que la tierra será purificada por fuego de tan terrible corrupción. Pero primeramente cúmplase la promesa que hiciste por boca de tu siervo Juan, que llamarías a tu pueblo, diciendo: “Salid de ella, pueblo mío, porque no seáis participantes de sus pecados, y que no recibáis de sus plagas.” Entonces, oh Señor, cuando ya hayas llamado a tu pueblo de en medio de ella, por la voz de los pescadores y cazadores que has prometido enviar en los últimos días para recoger a Israel; sí, cuando se haya renovado tu pacto sempiterno y tu pueblo esté establecido en él, permite que sus plagas le sobrevengan en un día: muerte, lamentos y hambre; sea ella quemada con fuego, para que así tus santos apóstoles y profetas, y todos aquellos que temen tu nombre, grandes y pequeños, se regocijen porque Tú habrás vengado la sangre de tus santos en ella. Pido estas cosas en el nombre de Jesucristo. Amén.
























