Capítulo 6
DE LOS HECHOS DE DIOS PARA CON TODAS LAS NACIONES EN CUANTO A LA REVELACIÓN
LA REVELACIÓN ES LA PIEDRA ANGULAR DE LA JUSTICIA.
“Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los términos de la habitación de ellos … para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, le hallen; aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros: porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos.”
Por estos pasajes entendemos: (1) que todas las naciones son hechas de una misma sangre; (2) que se ha determinado que habiten sobre toda la faz de la tierra (sin exclusión de las Américas); (3) que el Señor ha fijado los términos de su habitación, es decir, ha dividido la tierra entre sus hijos, dando a cada nación la parte que Él se propuso — por ejemplo, la tierra de Canaán a Israel, el monte de Seir a Esaú, Arabia a Ismael, América al resto de José, etc. — como el padre que divide un terreno grande entre sus varios hijos; y (4) que ha concedido a todas las naciones de la tierra el privilegio de buscarlo, palpando, a fin de encontrarlo, pues no se halla muy lejos de ninguno de ellos, ya vivan en Asia, África, Europa, América o aún en las islas del mar.
Si en cualquier época del mundo, o en cualquier parte de la tierra, hubiese una nación que alcanzara a vivir conforme a sus privilegios, ¿qué lograría? La revelación, respondo yo, por la gran razón de que ningún pueblo jamás halló a Dios de alguna otra manera, ni podrá hallarlo. De modo que si hallaron a Dios, fue por revelación que vino directamente de Él, en la que les reveló su voluntad; y si no lo hallaron de esta manera, entonces nunca lo conocieron. Si lograron revelaciones, tuvieron el privilegio de escribirlas, guardarlas y enseñarlas a sus hijos; y esta recopilación sería sagrada, porque contendría la palabra de Dios. De manera que sería una Santa Biblia, y nada importaría que la hubiesen escrito los judíos, las diez tribus, los nefitas o los gentiles.
Para mí es tan aceptable el evangelio escrito por Nefi, Mormón, Moroni o Alma, como el que escribieron Mateo, Marcos, Lucas o Juan. También me es tan fácil creer una revelación dada en América, como una dada en Asia, porque si acaso ha habido nación que nunca recibió revelaciones, fue porque no alcanzó aquello que tuvo oportunidad de realizar.
¿POR QUÉ LA REVELACIÓN CESA EN ALGUNAS OCASIONES?
¿Por qué, pues, habrán quedado algunas naciones en la oscuridad, siglo tras siglo, sin la luz de la revelación para guiarlas? Mi respuesta es que sus antepasados, en alguna edad del mundo, despreciaron la revelación, echaron fuera y mataron a los profetas, y taparon sus oídos a las cosas de Dios, hasta que por fin Él les quitó aquello que pudieron haber tenido, y lo dio a otro pueblo; y así, han permanecido en la ignorancia, de generación en generación, hasta que Él tenga a bien enviar de nuevo su luz y verdad a esa nación. Por otra parte, los que no rechazan la luz no se hallan bajo ninguna condenación, y la misericordia de Dios tiene derecho a ellos mediante la sangre de Cristo, que expía los pecados del mundo. Los paganos que nunca tuvieron la luz serán salvos por la sangre de Cristo, mientras que sus antepasados se condenarán por haber despreciado la luz, porque ésta es su condenación: que la luz vino a ellos y la desecharon.
Pues bien, examinemos, respecto de este punto, la historia de varias edades. Durante la mañana de la creación, los hombres recibían la luz por revelación directa, pues Adán, Caín y Abel hablaron con el Señor. En la siguiente generación, los hombres recibieron luz por medio de la revelación, pues Enoc anduvo con Dios y no sólo vio el primer advenimiento de Cristo, sino su segunda venida también, y exclamó: “He aquí, el Señor es venido con sus santos millares, a hacer juicio contra todos”, etc., como está escrito en S. Judas. Por esto se ve que Enoc sabía acerca del Mesías, y profetizó con toda la claridad de un apóstol. También en la época de Noé hubo revelación directa; y hay que recordar que todos éstos eran gentiles, es decir, el título “Israel” no había sido dado a Jacob por el ángel.
De modo que si tantos gentiles tuvieron el privilegio de recibir la palabra del Señor, y tener el conocimiento del Dios verdadero por medio de la revelación, igual privilegio tuvieron todos los demás. Y si algunos de ellos se apartaron a la oscuridad y adoraron ídolos hasta que Dios los entregó “a la desvergüenza para cometer con avidez toda suerte de impureza”, y por fin les quitó los oráculos de Dios para limitarlos más particularmente a la descendencia de Abraham, fue porque los habían rechazado por mucho tiempo, y se habían hecho indignos de retenerlos. Así que desde el tiempo de Israel, los oráculos de Dios, según parece, han pertenecido más particularmente a la simiente escogida, seleccionada para ese objeto mismo: a saber, que a ellos les serían confiados los oráculos de Dios, el sacerdocio, el servicio de Dios y las promesas que habían existido desde el principio entre los gentiles, quienes mucho antes se habían hecho indignos de aquellas bendiciones.
PARA PREDICAR LA SALVACIÓN SE REQUIEREN ADMINISTRADORES LEGALES
Con el transcurso del tiempo, los hijos de Israel dejaron de hacerse merecedores de seguir recibiendo aquellas bendiciones. Apedrearon y mataron a los profetas, y rechazaron al Mesías y a todos aquellos que Dios les enviaba, hasta que por fin el Señor les arrebató el reino como nación, y de nuevo lo entregó a los gentiles, disimulando la ignorancia a que éstos se habían entregado, desde el tiempo en que habían perdido el reino hasta que otra vez se lo restauró.
Sin embargo, en cuanto fue restituido el reino de Dios de nuevo a los gentiles, les mandó que se arrepintieran todos, dondequiera que estuviesen; y si se negaban a hacerlo, entonces caerían bajo condenación, y no antes. No bien se hubo quitado el reino a los judíos, cuando desaparecieron sus frutos de entre ellos, y fueron dispersados entre todas las naciones de la tierra, donde nunca más han oído la voz de la inspiración mandándoles que se arrepientan.
Si ha habido gentil alguno que les haya mandado arrepentirse y bautizarse (en el nombre del Señor), sin haber recibido la inspiración y el mandamiento para hacerlo, tal acto ha constituido una imposición. No que el arrepentimiento sea perjudicial, sino que la imposición ha consistido en haber pretendido que habían sido enviados con un mensaje cuando no era así; porque cuando Dios da mandamiento a los hombres de arrepentirse, Él envía a alguien con ese mandato, a fin de que lo enseñe a aquellos a quienes va dirigido. Mas cuando no les manda hacer algo, tampoco exige cosa alguna de ellos.
El que dice que a los judíos, como nación, les ha sido mandado que se arrepientan y se bauticen, durante los últimos mil setecientos años, está haciendo una declaración que no puede comprobar, a menos que se pueda mostrar que ha habido una revelación nueva, durante ese tiempo, en la que se haya comisionado a los hombres a salir con ese mensaje. Por otra parte, ninguna generación de los judíos, que ha existido desde que cesó la inspiración, será condenada por rechazar el mensaje de Dios, porque Él no les ha mandado ningún mensaje. Por consiguiente, no se puede decir que lo han rechazado; mas sus padres, que sí rechazaron las cosas de Dios, son los que se hallan bajo condenación.
EL HOMBRE ES CONDENADO POR RECHAZAR A LOS MINISTROS VERDADEROS.
Cuando eran enviados a los gentiles, los hombres que tenían el evangelio les mandaban que se arrepintieran; y tal mandamiento estaba en vigor cada vez que lo predicaban aquellos que habían sido enviados por la autoridad debida, y obraban bajo la inspiración del Espíritu Santo. Mas cuando los hombres mataban a los profetas y a los hombres inspirados, y abusaban de sus privilegios a tal grado que Dios les quitaba aquello y los dejaba sin inspiración, entonces la maldad era imputada a los de esa generación. Pero a los que han existido desde entonces, jamás se ha dado, autorizadamente, el mandamiento de arrepentirse y bautizarse (sino por alguna revelación nueva). De modo que la persona que dice que Dios ha mandado a los gentiles que se arrepientan y obedezcan el evangelio, desde los días en que terminó la inspiración o desde la época en que cesaron de existir los apóstoles y profetas entre los hombres, está afirmando algo que no puede comprobar, a menos que demuestre que se ha recibido alguna revelación nueva desde ese tiempo, que otra vez autoriza a los hombres a ir a los gentiles con tal mensaje.
El hecho es que Dios no exige más de una generación, sino el cumplimiento de aquellas cosas que Él le manda. La generación a la que nada revela o a la que no envía sus siervos con un mensaje de Él, no tiene mandamiento que obedecer ni que rechazar; por consiguiente, no tiene más obligación que la de observar los principios morales del bien y del mal que rigen en todas las edades del mundo, de acuerdo con el conocimiento de la rectitud moral que el pueblo tuviere.
Pero en estos últimos días, Dios nuevamente ha hablado desde los cielos, y ha comisionado a sus siervos para que vayan primero a los gentiles, mandándoles en todas partes que se arrepientan y obedezcan el evangelio; y les ha mandado que entonces vayan a los judíos también, con el mandamiento de arrepentirse y obedecer el evangelio, y de este modo restaurar de nuevo lo que por tanto tiempo se había perdido de la tierra. Así pues, siempre que se haga esta proclamación, en el nombre de Jesús, de acuerdo con lo que Él les haya mandado, la gente tiene la obligación de arrepentirse y bautizarse.
El que se arrepintiere y se bautizare, será salvo; y el que no aceptare su testimonio, ni se arrepintiere ni se bautizare, será condenado por esta razón muy clara: que Dios ha enviado a sus siervos por revelación, precisamente con este mensaje para esta generación; y el que desprecia al menor de los embajadores de Dios, rechaza al que lo envió. Por tanto, se halla bajo condenación desde ese día.
LOS QUE SE HACEN PASAR POR JUSTOS PERSIGUEN A LOS PROFETAS EN TODAS LAS EDADES.
Frecuentemente se pregunta: “Si Dios ha enviado a hombres con ciertas verdades que el pueblo tiene que obedecer, y sin las cuales no puede la gente salvarse, ¿qué será de toda la gente buena que murió antes que llegase a ellos el mensaje?” La respuesta es que si obedecieron el mensaje que Dios envió a la generación en que ellos vivieron, serán salvos; pero si Dios no envió ningún mensaje a esa generación, entonces no han rechazado nada y no se hallan bajo condenación, antes se levantarán para juzgar a los de esta generación y los condenarán; porque si a ellos les hubiesen sido extendidas las mismas bendiciones que hoy se ofrecen a nosotros, sin duda las habrían aceptado gozosamente. El principio de la condenación, en todas las edades del mundo, no es ni más ni menos que rechazar el mensaje que Dios les envía, mientras pretenden adherirse a lo que Él ha enviado en edades pasadas.
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que adornáis los sepulcros de los profetas, y decís: “Si fuéramos en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus compañeros en la sangre de los profetas!” Mas vosotros mismos dais testimonio que apoyáis los hechos de vuestros padres, porque ellos mataron a los profetas, y vosotros edificáis sus sepulcros. Así testificó el Salvador a los judíos que pretendían honrar a sus antiguos profetas, y al mismo tiempo lo rechazaban a Él y a sus apóstoles.
Lo mismo sucede en esta generación: vosotros, que os hacéis llamar cristianos, adornáis el sepulcro del Mesías y sus antiguos apóstoles, y aun edificáis hermosas iglesias en memoria de ellos, y las llamáis la Iglesia de San Pedro, la Iglesia de San Pablo, la Iglesia de San Juan, etc., y decís: “Si fuéramos en los días de los apóstoles, no los hubiéramos matado y apedreado.” Mas vosotros mismos testificáis que consentís en los hechos de vuestros padres, porque ellos mataron a los apóstoles y vosotros edificáis iglesias en memoria de ellos; y a la vez, si algún profeta o apóstol viene entre vosotros, inmediatamente le cerráis vuestras puertas cuando os testifica lo que Dios le ha mandado testificar. Porque decís que no ha de haber más profetas o apóstoles sobre la tierra, e inmediatamente lo acusáis de ser profeta falso; y si se levanta el populacho y lo mata, o le quema su casa o destruye sus bienes, vosotros os regocijáis, o en silencio consentís en el hecho, o quizá gritáis: “¡Falso profeta!” Mientras tanto, en vuestros periódicos y desde vuestros púlpitos se proclaman toda clase de mentiras respecto de él. ¡Ay de vosotros, sacerdotes, fariseos, hipócritas, que henchís la medida de vuestros padres! Porque así como hicieron ellos, vosotros también hacéis. La venganza es de Dios, y pronto vengará a sus escogidos que claman a Él día y noche.
DIOS HABLA A MUCHAS NACIONES.
Volvamos, sin embargo, al tema de la revelación. “Porque no hay nada encubierto, que no haya de ser descubierto; ni oculto, que no haya de ser sabido.” Así dijo el Salvador. También leemos: “La tierra será llena del conocimiento de Jehová, como cubren la mar las aguas.”
Cabe aquí preguntar: ¿cómo se efectuará esto? No conozco mejor manera de contestar que citar la profecía de Nefi:
“Porque mando a todos los hombres, tanto en el este, como en el oeste, en el norte, así como en el sur y en las islas del mar, que escriban lo que yo les hable; porque de los libros que se han escrito juzgaré al mundo, cada cual según sus obras, conforme a lo que se haya escrito. Porque he aquí, hablaré a los judíos, y lo escribirán; y hablaré también a los nefitas, y éstos lo escribirán; y también hablaré a las otras tribus de la casa de Israel que he conducido lejos, y lo escribirán; y también hablaré a todas las naciones de la tierra, y ellas lo escribirán.
“Y acontecerá que los judíos tendrán las palabras de los nefitas, y los nefitas las de los judíos; y los nefitas y los judíos poseerán las palabras de las tribus perdidas de Israel, y éstas poseerán las de los nefitas y los judíos.
“Y sucederá que mi pueblo, que es de la casa de Israel, será reunido sobre las tierras de sus posesiones; y mi palabra se reunirá también en una.
“Y manifestaré a los que luchan contra mi palabra y contra mi pueblo, que es de la casa de Israel, que yo soy Dios, y que hice convenio con Abraham de acordarme de su posteridad para siempre.”
























