¿Dónde estás tú?

Conferencia General Octubre 1971

¿Dónde estás tú?

N. Eldon Tanner

Por el presidente N. Eldon Tanner
Segundo Consejero en la Primera Presidencia


Es una experiencia que me hace sentir muy humilde, el ser llamado a hablar a esta gran audiencia reunida aquí, y a todos los que puedan estar escuchando. Sinceramente oro porque el Espíritu y las bendiciones del Señor nos ayuden, mientras comentamos el significado de la primer pregunta que Dios hizo a Adán: «¿Dónde estás tú?» Una pregunta directa e inquisidora que podemos aplicar a cada uno de nosotros hoy.

Para hacer esto inteligentemente, necesitamos entender el propósito de la existencia del hombre aquí en la tierra y del por qué Dios planteó esta pregunta a Adán, quien representa a toda la humanidad.

Durante el concilio en los cielos, antes de que el mundo fuese, los Dioses decidieron crear una tierra donde el hombre pudiera morar, y Dios dijo:

«Y así los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare.

«Y a los que guardaren su primer estado les será añadido; y aquellos que no guardaren su primer estado no recibirán gloria en el mismo reino con los que lo hayan guardado; y quienes guardaren su segundo estado, recibirán aumento de gloria sobre sus cabezas para siempre jamás» (Abraham 3:2526).

«Y yo, Dios, hice al hombre a mi propia imagen, a imagen de mi Unigénito lo crié; varón y hembra los crié.

«Y yo, Dios, los bendije, y déjeles: Fructificad y multiplicad, henchid la tierra y sojuzgadla; y sea vuestro dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del aire y sobre toda ánima viviente que se mueve sobre la tierra» (Moisés 2:27-28).

«Y yo, Dios el Señor, planté un jardín hacia el oriente en Edén, y allí puse al hombre que había formado… para que lo labrase y guardase.

«Y… di mandamientos al hombre, diciendo: De todo árbol del jardín podrás comer libremente.

«Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás.  No obstante, podrás escoger según tu voluntad, porque te es concedido; pero recuerda que yo lo prohíbo. . (Moisés 3:8,15-17).

Es evidente, por lo tanto, que la tierra fue hecha para ser la morada del hombre, y todas las cosas que había en ella le fueron dadas para su uso, bienestar y gozo; pero Dios ha señalado, tanto a nosotros como a Adán, que si vamos a gozar la vida en su plenitud hay cosas que debemos hacer y cosas que no debemos hacer.  En otras palabras, se nos da todo para nuestro beneficio y bendición, pero debemos recordar que hay unos «frutos prohibidos» que pueden privarnos de nuestro gozo completo y que nos traerán tristeza y remordimiento si participamos de ellos.

En el concilio celestial, fueron presentados dos planes para la salvación: El plan de Cristo fue aprobado y El, fue elegido como el Salvador del mundo; el plan de Satanás fue rechazado y él se rebeló.  En la Perla de Gran Precio, podemos leer:

«Pues, por motivo de que Satanás se rebeló contra mí, e intentó destruir el albedrío del hombre que yo, Dios el Señor, le había dado, y también quería que le diera mi propio poder, hice que fuese echado fuera por el poder de mi Unigénito;

«Y llegó a ser Satanás, sí, aun el diablo, el padre de todas las mentiras, para engañar y cegar a los hombres, aun a cuantos no escucharen mi voz, llevándolos cautivos, según la voluntad de él» (Moisés 4:3-4).

En Doctrinas y Convenios leemos: «Satanás los excita para poder conducir sus almas a la destrucción.

«Y así ha puesto artimaña, creyendo destruir la obra Dios;

«Sí, les dice: Engañad y acechad para destruir; he aquí, en esto no hay daño.  Y así los lisonjea, y les dice que no es pecado mentir…

«Y así los halaga y los conduce hasta arrastrar sus almas al infierno…

«Y así, va y viene, andando acá y allá sobre la tierra, procurando destruir las almas de los hombres» (D. y C. 10:22-23, 25-27).

Inmediatamente después de que Dios dejó a Adán y Eva en el jardín, diciéndole que participaran libremente del fruto de todos los árboles, excepto el de uno, del cual les fue mandado no participar, Satanás comenzó su nefasto plan para lograr la destrucción de éstos.  Después de que el intento de Satanás tuvo éxito, Dios retornó al jardín y, por estar avergonzados, Adán y Eva se ocultaban de su vista, así que El llamó: «¿Dónde estás tú?» una pregunta que puede y se aplica a cada uno de nosotros individual y colectivamente, una pregunta que bien podríamos hacernos a nosotros mismos, ya que se aplica a nuestra relación con Dios y con nuestro prójimo.

Adán respondió: «… Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.

«Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?

Adán, como todos nosotros nos inclinamos a hacer, trató de culpar a otro y repuso:

«La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.

Y Eva dijo: «… la serpiente (refiriéndose a Satanás), me engañó, y comí» (Génesis 3:9-13).

Las condiciones que rodeaban a Adán y Eva, y aquellas que nos rodean, ponen claramente de manifiesto la influencia de Satanás y las debilidades del hombre, las tentaciones y problemas que éste tiene que afrontar en la vida y cómo el Señor ha preparado un camino para allanarlas.

Cuando Dios dijo; «¿Dónde estás tú?» El sabía dónde estaba Adán. Con su omnisciencia sabía lo que había ocurrido, pero llamaba a Adán para considerar la seriedad de sus acciones y amonestarle.  Pero Adán se había ocultado porque estaba avergonzado.

Todos nosotros nos parecemos a Adán en que, cuando participamos de «frutos prohibidos» o hacemos las cosas que nos son prohibidas, nos avergonzamos, nos alejamos de la Iglesia y de Dios y tratamos de ocultarnos.  Si continuamos en el pecado, el Espíritu de Dios se aleja de nosotros.  No hay felicidad en la desobediencia o en el pecado.  Hemos aprendido desde nuestra niñez, que somos más felices cuando hacemos lo correcto.

A veces no entendemos por qué es necesario para nosotros guardar los mandamientos y hacer ciertas cosas, recibir ciertas bendiciones, excepto que el Señor lo mandó. No podemos explicar el por qué debemos ser bautizados o tener la imposición de manos u otras ordenanzas.  Algunos, aun discuten las enseñanzas de Dios.  Pero, si por fe obedecemos sus mandamientos, recibiremos las bendiciones prometidas.  Jesucristo dijo que a menos que lleguemos a ser como niños pequeñitos, que tienen gran fe, no entraremos en el reino de Dios.  Nosotros debemos aprender para tener una fe inequívoca.

Entonces, también, debemos entender la importancia de la obediencia.  El profeta Samuel enseñó que «el obediente es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que la grosura de los carneros» (1 Samuel 15:22).

Las Escrituras nos dan muchos ejemplos de la obediencia por fe.  Después que Adán y Eva fueron expulsados del Jardín de Edén, el Señor «les mandó que adorasen al Señor su Dios y que ofreciesen las primicias de sus rebaños como ofrenda al Señor.  Y Adán fue obediente a los mandamientos del Señor.

«Y pasados muchos días, un ángel del Señor se apareció a Adán, y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le contestó: No sé, sino que él me lo mandó.

«Entonces el ángel le habló, diciendo: Esto es a semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Moisés 5:5-7).

Cuando Nefi estaba registrando la historia de su pueblo, explicó que había recibido el mandamiento de hacer dos juegos de planchas, una para un relato del ministerio de su pueblo y el otro para relatar el reinado de los reyes, las guerras y contenciones de su pueblo.  Entonces dijo:

«Por tanto, el Señor me ha mandado hacer estas planchas para un sabio intento suyo, el cual me es desconocido.

«Pero el Señor todo lo sabe desde el principio; por tanto, él prepara la vía para que se cumplan todas sus obras entre los hijos de los hombres. . . » (1 Nefi 9:5-6)

Esto, como sabemos ahora, demostró ser de gran importancia para la traducción de estos registros. Si tan sólo tuviéramos la fe para guardar debidamente los mandamientos, ya sea que los entendamos o no, seriamos bendecidos y esto es tan cierto como que cosecharemos los resultados de nuestra desobediencia.

Recuerdo muy bien que cuando era apenas un joven, para ser obediente a las enseñanzas de la Iglesia, me abstuve del uso del té, café, licor y tabaco.  En ese tiempo, el mundo no lo entendía y los científicos no habían probado aún que el uso de esas cosas era perjudicial para el cuerpo y que no tenían ningún beneficio para el hombre.  Ahora, han comprobado que esas cosas son dañinas y que no debemos tomarlas; más a pesar de este conocimiento, aún hay muchos que por su negligencia hacia estas cosas sufren de mala salud; que les acarrea infelicidad y aun la muerte como resultado de participar de esos «frutos prohibidos».

De hecho, la mayor parte de la contención, rivalidades e infelicidad en el mundo es causada por nuestra negativa a aceptar y vivir los mandamientos del Señor.  Como fue señalado antes, estamos aquí para probarnos y no importa cuán ocupados estemos o cuánto éxito tengamos, debemos darnos cuenta de que la muerte puede venir a nosotros, de que no está muy lejana.  Bien podríamos preguntarnos: ¿Qué estoy haciendo para prepararme para la muerte y la vida eterna? ¿En qué posición estaré cuando ésta venga, respecto al desempeño de mis deberes para con Dios y mi prójimo?

Nuestro deber consiste en estudiar la palabra de Dios, desarrollar nuestra fe en El, respaldando ésta con nuestras acciones y en la gran responsabilidad de enseñar a nuestras familias sus deberes.  Nuevamente podríamos preguntarnos: ¿Dónde estaré cuando El venga, para enseñar a mi familia por el ejemplo y por el precepto a caminar rectamente ante el Señor; a ser honorables en todos sus tratos, incluyendo el pago de diezmos y ofrendas al Señor? ¿Santificamos el día de reposo o somos negligentes en ciertos aspectos? ¿Estamos observando la Palabra de Sabiduría estrictamente o la violamos con alguno de esos «frutos prohibidos»? ¿Me doy cuenta de la creciente disponibilidad de drogas ilegales, y advierto a mis hijos de los peligros que éstas implican? ¿Qué estoy haciendo en mi comunidad para denunciar problemas de drogadicción, alcoholismo, promiscuidad sexual y enfermedades, lo cual es más predominante de lo que la mayoría de los padres creen?  En vuestra propia comunidad, todo esto está amenazando a los jóvenes en cada hogar.

¿Dónde estaré cuando El venga; respecto a la lealtad hacia mi país? ¿Estoy enseñando a mi familia a ser ciudadanos leales? ¿Estoy enseñándoles que a fin de gozar las buenas cosas de la vida, deben aceptar responsabilidades como ciudadanos y contribuir para hacer de la suya una mejor comunidad? ¿Es mi hogar un ejemplo de amor, armonía y paz? ¿Tengo noches de hogar regulares para estar estrechamente unido a mi familia? ¿Hacemos regularmente nuestras oraciones familiares a fin de poder decirle al Señor «dónde estamos» y pedirle su ayuda y su guía?

Me impresioné el otro día cuando leí un articulo acerca de la familia.  El autor de dicho artículo decía que los crímenes juveniles actuales no reflejan el gran número de jóvenes involucrados, sino la manera cómo la población adulta descarga sus responsabilidades.  Esta observación fue expresada por el Juez Principal de la Suprema Corte de Justicia en Ontario, Canadá: «El grupo que está causando mayores dificultades, dice, es el producto de hogares indisciplinados y padres irresponsables.»

Debemos darnos cuenta de que es nuestro deber y privilegio ser buenos vecinos, especialmente con aquellos que no tienen familia, y visitar al enfermo, al pobre y al necesitado.  El Señor ha dicho que el segundo gran mandamiento es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismo. ¿Mi familia y yo, estamos cumpliendo en este aspecto? ¿Estamos interesados en su bienestar y prestos para ayudar cuando sea posible?  Leemos en Santiago que: «La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones» (Santiago 1:27).

Estamos conscientes de que siempre ha habido un conflicto entre lo recto y lo equivocado, entre la justicia y la maldad, entre lo bueno y lo malo.  Debemos prepararnos para afrontar esos conflictos, enseñar a nuestros hijos, ayudar a otros a escoger lo justo y tomar la determinación de cuidar que ellos no caigan en la tentación.  Alguien me preguntó el otro día por qué tenemos tantas tentaciones, por qué el Señor nos ha dado apetitos y pasiones y por qué tenemos que ser tentados y probados.

Una razón es el ayudar a desarrollarnos y crecer por medio de las experiencias que encontramos en la vida mortal.  Brigham Young dijo: «Soy feliz… por el privilegio de tener tentaciones» (Journal of Discourses vol. 3, pág. 195).

Las tentaciones son necesarias para nuestro progreso y desarrollo. «Cuando las tentaciones vengan a vosotros, sed humildes, orad y sed firmes para que podáis vencer, y recibiréis salvación y libertad continua, teniendo la promesa de recibir bendiciones» (Journal of Discourses vol. 6, pág. 164).

Todas esas tentaciones, apetitos y pasiones; son para nuestro bien y nuestro gozo si permitirnos que la voz de la sabiduría ejerza su control.

Las tentaciones vienen a todos, pero mucho antes de que nos enfrentemos a ellas, nosotros y nuestros hijos debemos determinar previamente cuál será nuestra conducta. Será muy tarde si esperamos hasta el momento de enfrentarnos a la tentación, para tomar una decisión. Si hemos sido enseñados y decidimos elegir siempre lo recto y resistir al mal, tendremos la fuerza necesaria para vencer.

Debemos recordar que Satanás está siempre trabajando, decidido a destruir la obra del Señor y la humanidad, y tan pronto como nos desviemos de la senda de la justicia, estaremos en un gran peligro de ser destruidos.  Las Escrituras y la historia nos dan muchos ejemplos de hombres de alta posición que, cuando le volvieron la espalda y despreciaron las enseñanzas del Señor, o en alguna manera se desviaron del camino de la justicia, sufrieron muchas tristezas, la pérdida de su posición, la de sus amigos y hasta de su familia.

Las condiciones actuales del mundo, nos hacen reflexionar en la profecía dicha por Pablo a Timoteo, donde él dijo: «También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos.

«Porque habrá hombres amadores de si mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos,

«sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno,

«traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios,

«que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a estos evita» (2 Timoteo 3:1-5).

Esto motiva que preguntemos: ¿Entre cuáles nos podemos contar nosotros? ¿Dónde nos encontramos como nación y mundo? ¿Son las condiciones de nuestro país y del mundo entero comparables a las que causaron la caída de Sodoma y Gomorra, o de Roma y otras civilizaciones similares, que han caído a causa de su decadencia moral? ¿Cuán lejos nos hemos movido y con qué rapidez nos vamos alejando de Dios y sus enseñanzas? Nuevamente, ¿donde estamos y cuál será nuestro destino si, como individuos, nación o mundo nos rehusamos a arrepentirnos y volvernos a Dios, y nos alejamos ocultándonos de El?

Qué afortunados somos de tener el evangelio de Jesucristo como una guía, y la promesa de que si servimos a Dios, seremos salvos de la destrucción y que, de hecho, gozaremos completamente de la vida mortal y eterna.

La misión de Cristo fue hacer posible que gozáramos de la inmortalidad y la vida eterna, y El nos proporcionó el plan por medio del cual podemos lograrlo.

Si cada familia en la Iglesia viviera los principios del evangelio, la influencia benéfica en todo el mundo seria extraordinaria.  Y si cada familia en el mundo quisiera aceptar y vivir las enseñanzas de Jesucristo, no tendríamos ninguno de los males que prevalecen, y todos podríamos vivir juntos en amor y paz. Tal pensamiento hace volar la imaginación.

Sin embargo, en el Libro de Mormón, leemos acerca de tal condición:

«Y ocurrió… se convirtió al Señor toda la gente, sobre toda la faz de la tierra… y no había contiendas ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros… a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo.

«Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna clase; y ciertamente no podía haber pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios» (4 Nefi 2:15-16).

Como individuos, familiares, comunidades, líderes y gobiernos, debemos volvernos a Dios; reconocerlo como el Creador del mundo y del universo, y como Padre de todos nosotros; buscar su guía y guardar sus mandamientos.

Nadie puede negar plena o categóricamente que sólo por la expiación de Cristo puede la humanidad ser salva.  Por su sacrificio expiatorio todos los hombres pueden ser levantados en inmortalidad y vivir por siempre como seres resucitases, pero sólo aquellos que creen y obedecen sus leyes gozarán de la exaltación y la vida eterna.

Oro humildemente porque podamos tener la sabiduría, el conocimiento, el deseo, el valor y la fuerza, para vencer y arrepentirnos.  Hago un llamado especial a nuestra juventud para que siempre se conserven limpios y puros N, nunca sean culpables de algo que traiga tristeza sobre ellos y su familia y los haga sentir que deben ocultarse del Señor porque están avergonzados.

Exhorto a cada miembro de la Iglesia, a que se pregunte a si mismo: ¿Dónde estoy? ¿Estoy avergonzado y deseo ocultarme? o ¿estoy donde debo estar, haciendo lo que debo hacer, y preparándome para presentarme ante Dios?  Debemos humillarnos, arrepentirnos y mostrarnos dignos de la gran promesa de que aquellos que mantengan su segundo estado tendrán gloria aumentada sobre sus cabezas para siempre jamás.

Porque pueda esto ser nuestra feliz recompensa, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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