Conferencia General Abril 1972
El convenio del sacerdocio

Por el élder Marion G. Romney
Del Consejo de los Doce
Hermanos, esta es una gran ocasión. Miles de poseedores del santo sacerdocio están congregados para escuchar instrucciones de la Presidencia de la iglesia.
Me sentí sumamente impresionado por las palabras del Presidente. Me complace que haya dicho lo que dijo. Al escucharlo, mis pensamientos se remontaron un cuarto de siglo hacia una experiencia que tuve con el presidente Heber J. Grant. Estábamos hablando acerca de una crítica dirigida contra una medida que él había tomado en su capacidad oficial. Rodeándome con un brazo y descansando la mano sobre mi hombro derecho, dijo:
—Hijo, siempre mantén tu vista en el Presidente de la Iglesia, y si él te dice que hagas algo malo y tú lo haces, el Señor te bendecirá por eso.
Luego agregó:
—Sin embargo, no tienes por qué preocuparte: el Señor nunca permitirá que su portavoz desvié a su pueblo.
No he olvidado su consejo. Creo que desde aquel entonces he sido fiel a ese mandamiento.
Los hermanos que estamos presentes en esta reunión poseemos el sacerdocio, somos un pueblo del convenio. El Señor, entrando en un convenio con Abraham, le prometió una gran posteridad, diciendo:
«… en tu simiente… serán bendecidas todas las familias de la tierra, aun con las bendiciones del evangelio, que son las bendiciones de salvación, aun de vida eterna» (Abraham 2:11).
Desde los días de Abraham, sus descendientes han sido conocidos por aquellos que entienden el evangelio, como los hijos del convenio. Uno de los convenios que hemos hecho con el Señor, es el convenio «que corresponde a este sacerdocio.» La Sección 84 de Doctrinas y Convenios, habla acerca del sacerdocio. Dice que «los hijos de Moisés y también de Aarón (que quiere decir los poseedores del Sacerdocio Aarónico y de Melquisedec) ofrecerán una ofrenda y sacrificio aceptables en la casa del Señor… en esta generación…
«Y los hijos de Moisés y Aarón, los cuales vosotros sois, se verán llenos de la gloria del Señor sobre el monte de Sión en la casa del Señor…
«Porque los que son fieles hasta obtener estos dos sacerdocios de los que he hablado (el Aarónico y el de Melquisedec) y magnifican sus llamamientos, son santificados por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos» (D. y C. 84:31-33).
Creo que esto es cierto. Creo que los hombres y los jóvenes que magnifican sus llamamientos en el sacerdocio sufren un cambio en sus cuerpos. Esta mañana, mientras el presidente Lee dirigía la palabra en la reunión de Bienestar, habló acerca de alguien, un extraño que vio al presidente McKay y le dijo:
—¿,Es usted un Profeta de Dios?
El presidente McKay respondió:
—Míreme a la cara y obtenga la respuesta.
En una ocasión escuché un relato sobre el presidente Joseph F. Smith, padre de nuestro querido líder actual, que se encontraba en Arizona asistiendo a una celebración especial con el gobernador y otros hombres prominentes. Algunos de ellos deseaban que se les tomara una foto con el Presidente de la Iglesia. El presidente Joseph F. Smith accedió amablemente y posó con ellos mientras se tomaban las fotografías. Cuando volvieron a mezclarse con la multitud, alguien oyó al gobernador decir:
«Saben, cuando estuve al lado de ese hombre, me sentí como un ladrón», había podido sentir el poder de un gran hombre que estaba magnificando su llamamiento en el sacerdocio.
«. . . los que son fieles hasta obtener estos dos sacerdocios de los que he hablado y magnifican sus llamamientos, son santificados por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos.
«Llegan a ser los hijos de Moisés y de Aarón y la simiente de Abraham, la iglesia y el reino y los elegidos de Dios» (D. y C. 84:33-34).
El profeta José Smith repetidamente solía exhortar a los hermanos del sacerdocio a que hicieran firme su vocación y elección. Si deseamos hacerlo, tendremos que magnificar nuestros llamamientos en el sacerdocio. La revelación continúa:
«Y también los que reciben este sacerdocio, a mi me reciben, dice el Señor» (Ibid. 35).
Creo que esta declaración se refiere a aquellos que reciben a los oficiales del sacerdocio que son señalados para representar al Señor.
«Y también todos los que reciben este sacerdocio, a mí me reciben, dice el
Señor;
«Porque el que recibe a mis siervos, me recibe a mí;
«Y el que me recibe a mí, recibe a mi Padre;
«Y el que recibe a mi Padre, recibe el reino de mi Padre; por tanto, todo lo que mi Padre tiene, le será dado.
«Y esto va de acuerdo con el juramento y el convenio que corresponden a este sacerdocio» (D. y C. 84:35-39).
Frecuentemente el presidente Smith dice en oración y consejo que ruega y espera que seamos fieles y leales a todo convenio sobre nosotros. No hay duda de que las obligaciones del «juramento y convenio que corresponden a este sacerdocio» recaen sobre cada uno de nosotros, porque el Señor dice que «todos aquellos que reciben el sacerdocio reciben este juramento y convenio de mi Padre, que no se puede quebrantar, ni tampoco puede ser traspasado» (D. y C. 84:40).
De manera que hemos entrado en un convenio con el Señor en el cual nos ha prometido la vida eterna, si cumplimos con nuestra parte, la cual es magnificar nuestros llamamientos en el sacerdocio.
La revelación dice que el Señor no puede quebrantar su parte del juramento y convenio; pero nosotros sí podemos quebrantarlos y muchos poseedores del sacerdocio lo hacen. La revelación dice en cuanto a ellos:
«Pero el que viola este convenio, después de haberío recibido, y lo abandona totalmente, no logrará perdón de sus pecados, ni en este mundo ni el venidero»(Ibid. 41).
Ahora, no creo que esto signifique que todos los que fracasan en magnificar sus llamamientos en el sacerdocio hayan cometido el pecado imperdonable, pero sí creo que los poseedores del sacerdocio que han entrado en los convenios que hacemos en las aguas del bautismo, en conexión con la ley de los diezmos, la Palabra de Sabiduría y demás convenios, y luego rehúsan vivir de acuerdo con los mismos, estarán en peligro de perder la promesa de la vida eterna.
Tengo un testimonio de la veracidad de lo que el presidente Smith dijo esta noche acerca de la dirección de esta Iglesia, y su representación del Salvador del mundo aquí en la tierra. Sé que el sacerdocio tiene poder y que de los cielos podemos obtener el poder para hacer nuestro trabajo, si lo hacemos de la mejor manera posible.
Dios nos ayude a comprender esto, y el gran honor que nos ha conferido al darnos el sacerdocio, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























