Jesucristo, nuestro redentor

Conferencia General Octubre 1973

Jesucristo, nuestro Redentor

Marion G. Romney

por el presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia


Mis amados hermanos y hermanas miembros y no miembros, dondequiera que os encontréis:

El primer artículo de fe de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días dice: «Creemos en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo.»

En la última conferencia hablé sobre «Dios el Eterno Padre». Hoy hablaré sobre «Su Hijo Jesucristo», nuestro Redentor. Siendo que éste es un tema sagrado os pido que os unáis a mí en oración para que nuestro Padre Celestial nos ayude a obtener un entendimiento más profundo y una mayor apreciación por su Unigénito Hijo, nuestro Salvador.

En orden cronológico, nuestra primera información sobre Jesucristo la obtuvimos en las Escrituras, las cuales nos hablan de un concilio preterrenal al que asistieron todos los hijos espirituales de Dios. En ese concilio fue presentado el plan del Padre para el progreso eterno del hombre. Después, Jesucristo se ofreció y fue elegido para llevar a cabo la expiación requerida y de esta manera lograr la salvación y exaltación de la humanidad. Abraham registró los procedimientos de ese concilio según pudo verlos en una visión.

«El Señor me había mostrado a mí», dice Abraham, «las inteligencias que fueron organizadas antes que el mundo fuese; y entre todas éstas había muchas de las grandes y nobles;

«Y Dios vio estas almas, y eran buenas… pues estaba entre aquellos que eran espíritus. ..» (Abraham 3:22).

En las siguientes líneas de su obra «Elías: An Epic of the Ages», el extinto élder Orson F. Whitney parafraseó lo que Abraham y otros videntes habían revelado concerniente a los procedimientos y consecuencias de dicho concilio celestial y del papel que Jesucristo tuvo en él. Ahora escuchad las palabras del hermano Whitney:

«En solemne concilio se sentaron los Dioses. . .
«Esa asombrosa hora;
Cuando la inteligencia fue más valiosa;
Cuando de un hilo pendía
El destino de futuros mundos,
El silencio se hizo
Y apareció entre reyes y sacerdotes
Un poder sublime, más sublime aún
Que el de cualquier otro entre la congregación.
«Una estatura que mezclaba poder y gracia,

La humildad tras un semblante divino;
La gloria de un continente
Más luminoso que el mediodía. . .
Habló y la atención creció,
La quietud creció también.
‘¡Padre!’, la voz se deslizó como música. . .
‘¡Padre!’, dijo,’ya que alguien debe morir,
Para redimir a tus hijos,
De esferas proyectadas y vacías,
Donde debe aparecer el pulso de la vida;

» ‘Y donde el poderoso Miguel [Adán] caerá,
Para que el hombre mortal exista:
Y un Salvador escogido,
al que tú enviarás, Heme aquí, ¡envíame!
No quiero, no busco recompensa,
Mío será el sacrificio voluntario,
Tuya la gloria eterna.

«Aún se escuchaba la voz, cuando súbitamente
Surgió una figura ominosa,
Orgullosamente erguida,
cual amenazante cima Adornada de tremenda tempestad. . .
«‘¡Envíame!’, dijo, escondiendo tras su sonrisa galante

Un dejo de desdén;
‘Y no habrá uno, de los cielos a la tierra,
Que no regrese de nuevo a ti.
Mi plan salvador no hace excepción
¿La voluntad del hombre? ¡No! ¡Sólo la mía!
¡Como recompensa reclamo el derecho de
Sentarme en tu trono!’
«Calló Lucifer y se hizo un expectante
Y denso silencio.
Todos los ojos voltearon; las miradas se fijaron. . .

Un imán los atraía.
Por un momento eterno reinó un profundo silencio.
Moviendo sus omnipotentes labios, El Padre decretó:
«‘¡Jehová, ¡mi mensajero eres!’ » Hijo Amán, te envío;
Y uno te precederá,
Mientras Doce tus pasos acompañarán;
Y muchos más en esa lejana playa
La senda te prepararán,

Para que yo, el Primero, el último pueda ir
Y en la tierra mi gloria compartir…
«‘¡Ve! Escogido de los Dioses,
De cuya fortaleza serás investido,
Baja pronto y rescata la tierra,
Destronando la muerte y el castigo.

Sólo de ti el destino
Y el sino de todos los seres depende.
Serás sin falta, y por medio de ti serán libres.
Libres de caer también.
» ‘Por brazo divino, el mío y el tuyo,
A los perdidos restaurarás,

Y el hombre redimido, con Dios estará,
Como un Dios por siempre jamás.
Regresa, y al Padre,
reverencias este  Descarriado planeta hará.

En la tierra, Conquistador te llamarán;
Y en los cielos Rey te proclamarán.
«Y así fue. Desde la inmensa congregación
Brotó un murmullo tumultuoso,
Visos de antagonismo, como cuando
Dos corrientes opuestas chocan.

Y así fue hecho,
Pero los cielos lloraron
Y aún los anales relatan,
Cómo sobre el rebelde caído,
uno fue el Escogido de Elohím.» —(Traducción libre)

Todos los profetas, desde Adán hasta nuestro Presidente, han testificado que Jesucristo, el primogénito Hijo espiritual de Dios, fue escogido para ser nuestro Redentor.

Los profetas que precedieron a Jesucristo en esta tierra dieron testimonio de que El había sido escogido y que vendría a la tierra a cumplir su misión.

En el principio de los tiempos, mientras Adán ofrecía sacrificio en obediencia al divino mandamiento, «un ángel del Señor se apareció a Adán, y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le contestó: No sé, sino que el Señor me lo mandó.

Entonces el ángel le habló diciendo: Esto es a semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre. . .» (Moisés 5:6-7.)

Desde ese tiempo hasta el ministerio de Jesucristo, todos los que habían comprendido el plan de Dios para el progreso eterno del hombre ofrecieron el mismo sacrificio. El Padre requería esto para hacerles recordar constantemente que Jesucristo vendría y llevaría a cabo la expiación como Redentor.

Posteriormente el Señor le dijo a Adán: «Si te volvieres a mí, escuchares mi voz, y creyeres y te arrepintieres de todas tus transgresiones, y te bautizares, aun en el agua, en el nombre de Jesucristo, mi Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad, el único nombre que se dará debajo del cielo mediante el cual vendrá la salvación a los hijos de los hombres, recibirás el don del espíritu Santo. . .» (Moisés 6:52.)

«Por consiguiente, harás cuanto hicieres en el nombre del Hijo; y te arrepentirás e invocarás a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás.

«Y Adán y Eva. . . hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas.» (Moisés 5:8, 12)

Desde Adán hasta el meridiano de los tiempos, repetidas veces se les recordó a los habitantes de la tierra el programa divino de Dios para la salvación de los hombres, el evangelio de Jesucristo. Así lo enseñaron Enoc, Noé, Melquisedec, Abraham, Moisés, Isaías, Jeremías y otros profetas.

Durante los 2.000 años anteriores al nacimiento de Jesucristo, florecieron en América dos grandes civilizaciones. A ellos también se les dio a conocer la misión del Salvador. El Libro de Mormón relata que uno de los líderes fue divinamente guiado para traer su colonia desde «la gran torre» a América. A éste el Señor se le apareció.

. . y le dijo:

«He aquí, yo soy el que fui preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo. Soy el Padre y el Hijo. En mí tendrá luz eternamente todo el género humano, sí, cuantos creyeren en mi nombre. . .

«He aquí, este cuerpo que ves ahora, es el cuerpo de mi Espíritu. . . y así como me aparezco a ti en el espíritu, apareceré a mi pueblo en la carne.» (Eter 3:13, 14, 16.)

El Libro de Mormón registra más tarde, por el año 2.000, que la noche antes de que naciera Cristo «la voz del Señor vino’ a otro profeta americano y dijo:

«¡Alza la cabeza y regocíjate, pues he aquí el tiempo se acerca; y esta noche se dará la señal, y mañana vendré al mundo para mostrar a los hombres que he hecho cumplir todas las cosas que he hecho anunciar por boca de mis santos profetas!» (3 Nefi 1:13.)

Todos conocemos la anunciación angelical en los campos de Belén, «que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.» (Lucas 2:11.)

El Padre y el Hijo han dado repetidas veces, testimonios convincentes de que Jesús es nuestro Redentor. Durante el bautismo de Cristo, el Padre dijo: . . .Tú eres mi Hijo Amado; en ti tengo complacencia» (Lucas 3:22) y más tarde en el Monte de la Transfiguración,… Este es mi Hijo Amado, en quien tengo complacencia, a él oíd.» (Mateo 1 7:5).

El Nuevo Testamento se refiere repetidamente al propio testimonio de Cristo en cuanto a su identidad y misión. Una de las manifestaciones más impresionantes del Padre y el Hijo fue a los nefitas en América, a quienes Cristo visitó después de su resurrección en la tierra de Jerusalén. El Padre les presentó a Jesucristo resucitado con estas palabras:

«He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre a él oíd». (3 Nefi 11 :71. Después de lo cual, Jesús resucitado, en persona, descendió de los cielos

“. . .y se puso en medio de ellos. . .

“. . .y les habló diciendo:

«He aquí he venido al mundo para traerle la redención, para salvarlo del pecado.

«Por tanto al que se arrepintiere y viniere a mí como un niño, lo recibiré …así pues, arrepentíos y venid a mí, vosotros, los extremos de la tierra, y salvaos.» (3 Nefi 9:21-22).

Ya que el tiempo me permite dar un testimonio más del convenio y misión de Jesucristo como Salvador, quiero ahora dejar el mío personal:

Yo testifico personalmente de la veracidad de todos los testimonios que he citado, que por medio de la expiación de Jesucristo el hombre puede resucitar a un estado inmortal y, según su obediencia al evangelio, también a la vida eterna.

Yo sé que Jesucristo fue el Primogénito Hijo espiritual de Dios el Padre; que es el Unigénito de Dios en la carne; que como las Escrituras lo enseñan, en él mundo espiritual antes de que esta tierra fuera creada. El apoyó el plan del Padre para los hombres en la mortalidad, o sea, la muerte, resurrección y vida eterna de los hombres; que obedeciendo al Padre, El creó esta tierra; el Jehová del Antiguo Testamento, «el Dios de Adán y de Noé, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de Israel, el Dios por cuyo mandato los profetas de todas las edades han hablado, el Dios de todas las naciones, que aún tendrá que reinar sobre la tierra como Rey de reyes y Señor de señores.» (James E. Talmage, Jesús el Cristo, pág. 4).

El vino a la tierra como el Niño de Belén, engendrado por el Padre, nacido de María; el evangelio que El enseñó es el único medio por el cual el hombre puede llevar a cabo el propósito completo de su creación. «Su vida inmaculada en la carne» y «su muerte voluntaria como un sacrificio consagrado para los pecados de la humanidad», con su victoria sobre la muerte, asegura a todos los hombres la resurrección e inmortalidad, y bajo las condiciones especificadas por El, también la vida eterna.

Os testifico personalmente estas verdades y que en la primavera de 1820 este mismo Jesucristo, acompañado por su Padre, apareció a José Smith en una arboleda cerca de Palmyra, New York, en una de las experiencias divinas más grandiosas que haya tenido el hombre.

El Profeta la describió así:

«Al reposar la luz sobre mí, vi a dos Personajes, cuyo brillo y gloria no admiten descripción, en el aire arriba de mí. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo señalando al otro: ¡Este es mi Hijo Amado: Escúchalo!» (José Smith 2:17.)

Jesús es, como El dijo; «la vida y la luz mundo» (D. y C. 10:70.) «. ..Jesucristo es el nombre dado por el Padre, y no hay otro nombre dado; en el cual el hombre pueda ser salvo.» (D. y C. 18:23.) Su «Espíritu da luz a cada ser que viene al mundo» y continúa iluminando «a todo hombre por el mundo, si escucha la voz del Espíritu.

“. . .y todo aquel que escucha la voz del Espíritu, viene a Dios, aun el Padre.» (D. y C. 84:46-47.)

Quiero testificar que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que preside un Profeta del Señores la Iglesia de Cristo, establecida bajo su dirección, fundada con su autoridad y preparada por El para enseñar su evangelio y administrar sus ordenanzas hasta el fin, para que los hombres puedan merecer sus bendiciones, gozo y gloria puestos a su disposición por su Señor y Redentor. Doy mi testimonio de todas estas cosas, en el nombre santo de Jesucristo, nuestro Redentor Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario